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Más allá de Anagrama.

De la literatura mundial a la literatura pluriversal


Jorge J. Locane
Lateinamerika-Institut – FU Berlin

“vos confundís la literatura universal con el catálogo de Anagrama”


Daniel Guebel1

1. La literatura mundial. Una aproximación crítica


El nacimiento de la categoría es hoy en día común consenso: cualquier diccionario de
literatura contiene la correspondiente entrada y lo comenta. Casi todos los textos académicos
concebidos para reflexionar sobre la Weltliteratur, a su vez, parten de una recapitulación, de
modo que remito a ellos (particularmente a Pizer2 o a Damrosch3) para quien desee
precisiones sobre el origen. Con alguna excepción marginal, todos coinciden en asignarle a
Johann W. Goethe, en sus conversaciones con el joven Johann P. Eckermann4, la gestación
del término. Luego vinieron Karl Marx y Friedrich Engels5 y más tarde, entre algunos otros,
Erich Auerbach6. Pero es recién en la actual fase de la globalización, a fines de los años 90 del
siglo pasado, que el término literatura mundial – a menudo traducido como world literature –
ha ganado un protagonismo hasta el momento insólito en algunos escenarios especializados,
particularmente en la comparatística. Tres fuentes, al menos, actúan de cimiento y marcan las
coordenadas del debate: “Conjectures on World Literature”7 y sus sucesivas ampliaciones8, de
Franco Moretti; La République mondiale des Lettres, de Pascale Casanova9 y What is World
Literature?10, de David Damrosch. Por su parte, al menos otras tres publicaciones colectivas
se arrogan un lugar de enunciación desplazado hacia el Sur y revisan críticamente o
complementan las fórmulas de los anteriores: América Latina en la “literatura mundial”,

1
LIBERTELLA, Mauro. “Un cambio de conversación: a 20 años del cierre de Babel”. En:
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Luis_Chitarroni-Martin_Caparros_y_Alan_Pauls-
Babel_0_501549848.html. Recuperado 24/02/2015.
2
PIZER, John. “Johann Wolfgang Goethe. Origins and relevance of Weltliteratur”. En: D’HAEN, Theo et al.
(eds.). The Routledge Companion to World Literature. New York: Routledge, 2012, pp. 3-11.
3
DAMROSCH, David. “Introduction. Goethe Coins a Phrase”. En: What is World Literature? New Jersey:
Princeton University Press, 2003, pp. 1-36.
4
ECKERMANN, Johann Peter. Gespräche mit Goethe in den letzten Jahren seines Lebens. Frankfurt am Main:
Insel Verlag, 1981.
5
MARX, Karl y ENGELS, Friedrich. Das Kommunistische Manifest. Hamburg / Berlin: Argument-Verlag,
1999.
6
AUERBACH, Erich. “Philologie der Weltliteratur”. En: Gesammelte Aufsätze zur romanischen Philologie.
Berna / München: Francke Verlag, 1967, pp. 301-310.
7
MORETTI, Franco. “Conjectures on World Literature”. En: New Left Review, 1 (2000), pp. 54-68.
8
MORETTI, Franco. “More Conjectures”. New Left Review, 20 (2003), pp. 73-81. –. Graphs, Maps, Trees:
Abstract Models for a Literary Theory. London: Verso, 2005. –. Distant Reading. London: Verso, 2013.
9
CASANOVA, Pascale. La République mondiale des Lettres. Paris: Seuil, 1999.
10
Ibid.
editado por Ignacio Sánchez-Prado11; Utopías críticas: la literatura mundial según América
Latina, como número especial de la revista 1616: Anuario de Literatura Comparada12, y
América Latina y la literatura mundial, editado por Gesine Müller y Dunia Gras13.
No es este espacio para que realice una reseña detallada de la ya relativamente caudalosa
reflexión en torno al concepto. La introducción de Sánchez-Prado14 al volumen por él editado
vale como un panorama destacable de su evolución y de los respectivos posicionamientos, de
modo que en este apartado inicial voy a detenerme únicamente en algunos aspectos que
considero relevantes para mis argumentos ulteriores.
A pesar de los numerosos cuestionamientos que ha recibido la recuperación aggiornada del
término por parte de Moretti y Casanova15, a pesar incluso de que haya sido descalificado16
como recurso legítimo para pensar las producciones literarias del mundo bajo una misma
égida, reconocidos estudiosos de la literatura latinoamericana como Hugo Achugar, Mabel
Moraña, Graciela Montaldo, Jean Franco, Ottmar Ette o Julio Ortega no han renunciado a
participar del debate. El concepto y sus implicancias parecieran, por lo tanto, resultar
sugerentes o, al menos en sus trazos más gruesos, oportunos17.
Antes de avanzar, quiero poner de relieve que las justificadas críticas al enfoque eurocentrista
de Casanova y Moretti no dejan de provenir, como lugar geográfico de enunciación, del
mismo Norte: el libro de Sánchez-Prado, publicado en Pittsburgh, reúne exposiciones de

11
SÁNCHEZ-PRADO, Ignacio (ed.). América Latina en la “literatura mundial”. Pittsburgh: Inst. Internacional
de Literatura Iberoamericana, 2006.
12
1616: Anuario de Literatura Comparada. Utopías críticas: la literatura mundial según América Latina, 2
(2012). En: http://revistas.usal.es/index.php/1616_Anuario_Literatura_Comp/issue/view/646. Recuperado
25/02/2015.
13
MÜLLER, Gesine y GRAS, Dunia. América Latina y la literatura mundial. Madrid / Frankfurt am Main:
Iberoamericana / Vervuert, 2015.
14
SÁNCHEZ-PRADO, Ignacio. “‘Hijos de Metapa’: un recorrido conceptual de la literatura mundial (a manera
de introducción)”. En: SÁNCHEZ-PRADO. Ibid., pp. 7-46.
15
Así, por ejemplo, Mabel Moraña anota: “Tanto Franco Moretti como Pascale Casanova reconocen en sus
estudios sobre literatura mundial que debido a la complejidad con que se tienden e imbrican las redes culturales
y particularmente literarias en nuestro tiempo, las antiguas metodologías de análisis y evaluación poética van
quedando obsoletas. Sus propuestas, sin embargo, incorporan una serie de elementos de larga tradición
hermenéutica, que no logran desembarazar de sus implicaciones ideológicas: la visión altamente esteticista de la
cultura, la adhesión al concepto de universalidad, la propuesta de una noción de sujeto a partir de la cual es
posible definir valores, gustos y jerarquías, la voluntad de totalización, la decisión de trabajar en el interior de un
sistema (el que Harold Bloom denominara “el canon occidental”) con total prescindencia de otros sistemas
posibles y contrapuestos (aquellos producidos, por ejemplo, en lenguas y desde culturas no dominantes), etc.”
MORAÑA, Mabel. “Post-scriptum. ‘A río revuelto, ganancia de pescadores’. América Latina y el déjà-vu de la
literatura mundial”. En: SÁNCHEZ-PRADO. Ibid., p. 326.
16
Cf. ACHUGAR, Hugo. “Apuntes sobre la ‘literatura mundial’, o acerca de la imposible universalidad de la
‘literatura universal’”. En: SÁNCHEZ-PRADO. Ibid., pp. 197-212.
17
En el XL congreso del Instituto Internacional de Literatura Latinoamericana realizado en 2014 en México DF,
la argentina establecida en New York Gioconda Marún presentó una ponencia sobre Andrés Neuman – finalista,
a propósito, del Premio Herralde 1999 con su novela Bariloche – titulada “Latinoamérica y la literatura mundial”
donde, sin revisar los fundamentos teóricos, argumentaba a favor de considerar su escritura como representativa
del concepto. Este caso da cuenta de que el rechazo dentro de los estudios latinoamericanos no puede
considerarse de ningún modo absoluto.
investigadores establecidos casi en su totalidad en EE. UU.; 1616: Anuario de Literatura
Comparada depende de la Universidad de Salamanca, y la publicación de Müller y Gras
apareció en Europa como resultado de una serie de encuentros organizados en Alemania bajo
el rótulo “América Latina y literatura mundial”. Desde ya que al mencionar estos – acaso
triviales – datos no pretendo descartar los eventuales resultados iluminadores que arrojan tales
contribuciones, sino “poner sobre la mesa” que definitivamente estamos tratando con una
preocupación nacida y afincada en el Norte, y más precisamente en algunas de las
universidades más gravitantes de ese Norte – como ejemplarmente lo testimonia el Institute
for World Literature dependiente de la universidad de Harvard –, aunque se proyecte por su
propia naturaleza necesariamente hacia todo el mundo. Esto, si se invierten los actores,
equivale a decir que las preocupaciones enunciadas desde el Sur geográfico parecieran
reguladas por otras necesidades y agendas. Otras que, al menos por el momento y en este
aspecto particular, no muestran mayor urgencia por identificar tendencias totalizadoras.
Coincido, pues, – y este es el punto de partida – con Achugar cuando sostiene que “este
debate de hoy acerca de la ‘literatura mundial’ es producto –sí producto y no desarrollo
autónomo– del momento histórico que vive la clase media académica en partes de Occidente
y algunas de sus periferias”18. Y aun así creo que reconceptualizar los moldes heredados de la
modernidad europea para (re)pensar las literaturas es una tarea pendiente, apurada, a su vez,
por las redefiniciones espacio-culturales conducidas por la actual fase de la globalización.
Una tarea que, por otra parte, ya estaba contenida en los “deseos de mundo”19 de escritores
latinoamericanos cuando reclamaban como propio el archivo cultural universal – entiéndase el
occidental generalizado – y su derecho a inscribirse en él20. También desde el momento en
que la literatura latinoamericana quiere ser considerada legítima y exige ser estudiada bajo el

18
Ibid., p. 209. También Moraña advierte que el impulso al debate, aunque con capacidad de proyección
mundial, proviene fundamentalmente de intereses localizados y coyunturales: “el tema de la literatura mundial
que nos ocupa puede ser visto como un elemento más, sin duda significativo, que remite a la compleja red de
intereses, reacondicionamientos, pugnas y negociaciones dentro del mundo globalizado, donde las áreas
culturales luchan por su diferenciación y liderazgo, y compiten por sus campos de influencia. La re-
funda(menta)ción de las redes transnacionales a nivel cultural tiene, entonces, un efecto doble: por un lado, las
áreas periféricas son reapropiadas y rearticuladas simbólicamente; por otro lado, los núcleos culturales que
reivindican la vigencia de antiguas influencias son re-centralizados, es decir, confirmados, desde nuevos
discursos, en sus posicionamientos y roles específicos. En otras palabras, nos encontramos ante un problema de
redefinición y legitimación de hegemonías que se corresponde con reacomodos globales y regionales en el
contexto del poscolonialismo” Ibid., p. 326.
19
Cf. SISKIND, Mariano. Cosmopolitan Desires. Global Modernity and World Literature in Latin America.
Evanston: Northwestern University Press, 2014.
20
Al respecto, los textos citados con frecuencia son REYES, Alfonso. “Notas sobre la inteligencia
latinoamericana”. En: Sur 24, 1936, 7-15. y BORGES, Jorge Luis. “El escritor argentino y la tradición”. En:
Discusión. Buenos Aires: Emecé, 1957, pp. 151-162. Remito a ellos y, nuevamente, a la introducción de
Sánchez-Prado ya mencionada. También al excelente estudio de Mariano Siskind.
paradigma de la literatura a secas y no en departamentos especializados en la anomalía o el
exotismo.
Pero la pregunta no es cómo se inserta un Borges21 o un Reyes – es decir, los descendientes
directos de las élites criollas formados en la tradición occidental de las belles lettres y
establecidos por momentos en Europa – en la literatura mundial, sino cómo no o con grandes
dificultades lo hace, por ejemplo, un escritor que de manera parcial pero innegable ganó
reconocimiento a nivel nacional como Roberto Arlt. La pregunta no es cómo escritores como
Alan Pauls o Valeria Luiselli – acreditados con antelación de diferentes modos – ingresan en
los catálogos europeos o estadounidenses, sino por qué apenas lo consigue un Fogwill, una
Diamelta Eltit o un Julián Herbert; esto, por supuesto, para no incurrir en folclorismo y
mencionar la Autobiografía (1977) de Gregorio Condori Mamani.
Para vislumbrar una respuesta a esta pregunta bien se podría recurrir a los postulados de
Damrosch cuando afirma que “Algunas obras literarias pueden ser tan estrechamente
dependientes de un conocimiento detallado, culturalmente específico, que solo resultan
significativas para miembros de la cultura de origen o para especialistas en ella; estas son
obras que permanecen dentro de la esfera de la literatura nacional y nunca consiguen una vida
efectiva en la literatura mundial”22. En efecto, tanto la escritura de Fogwill como la de
Herbert, o la del costarricense Rodolfo Arias Formoso, por ejemplo, abundan en marcas
culturales específicas y localizadas que se resisten a traducciones y traslados fáciles. A
diferencia de lo que ocurre con la que ofrecen ejemplarmente los miembros de El crack –
Jorge Volpi, Pedro Ángel Palou, Eloy Urroz, entre otros –, sus referencias, su lengua y su
representación del mundo, no son “universales”. No lo son, no llegan a serlo, porque sí son
representativos de experiencias vitales y literarias específicas, marcadas por la diferencia
local. Una diferencia local que, con sus atributos particulares, también es claramente
identificable en el Ulysses (1922), de James Joyce, o en The Adventures of Tom Sawyer
(1876), de Mark Twain, pero que – este es el argumento – en el caso de los primeros
corresponde a culturas de segundo orden en la cartografía geopolítica sobre la que se apoya la
literatura mundial de Damrosch. Se trata, dicho de otro modo, de que no hay nada en la Biblia
que la haga más universal que el Popol Vuh, a no ser aquello que los excede como textos: las

21
El desplazamiento del Borges criollista, el de “Hombre de la esquina rosada” (1936), por ejemplo, al de los
relatos fantásticos resulta de particular interés para evaluar los modos de inserción de escrituras semiperiféricas
en los catálogos de los centros de gravitación mundial. No tengo acá espacio para mayores desarrollos, pero no
cabe duda de que el Borges de mayor trascendencia es precisamente el más “traducible” de Ficciones (1944) y
El Aleph (1949).
22
Ibid., p. 158 [la traducción es mía].
relaciones de poder y las consecuentes jerarquizaciones culturales23. O de que no hay nada
más relevante que haya sacado el Tom Sawyer de la estrecha esfera de la literatura regional de
la que proviene, a no ser el carácter relativamente privilegiado del lugar desde donde fue
enunciado. De modo que una respuesta a por qué Arlt no ingresa en los cánones
internacionales no es – como sugiere Damrosch – porque su “color local” es excesivo, sino
porque ese “color local” no es característico de las culturas dominantes.
Este mecanismo de selección – el que en definitiva le asigna preponderancia a las
representaciones que se aproximan a las canónicas de la tradición cultural europea –, no
obstante, ya estaba presente en las propuestas originarias de Goethe. Ciertamente, lejos estuvo
su intención de ofrecer una definición exacta o acabada de la literatura mundial, pero en todos
los estudios actuales relativos al tema, el punto de partida remite al mismo fragmento de la
carta dirigida Eckermann el 31 de enero de 1827, de él parten y sobre él discurren. El pasaje
es siempre el siguiente24: “La literatura nacional ya no dice mucho, la época de la literatura
mundial se anuncia, y todos debemos colaborar para acelerar su llegada”25. Esta afirmación,
que para aquel momento de euforia nacionalista podía resultar polémica, pero que, para
nuestra realidad, acaso pocos se esforzarían en rebatir, posee una continuación inmediata con
menor frecuencia reproducida. La siguiente:
Pero en esta valoración de lo extranjero no podemos quedar aferrados a algo especial y querer erigirlo
como modelo. No debemos considerar que lo chino podría serlo, o lo serbio, o Calderón o los Nibelungos.
En caso de necesitar modelos debemos retornar a los griegos antiguos, en cuyas obras siempre está
representada la belleza humana. Todo lo demás lo debemos considerar como fenómeno histórico, y
eventualmente ponernos de acuerdo en qué posee de bueno 26.
Al margen de la espuria diacronía que conduce lineal y unívocamente de la Grecia antigua a
la Europa moderna27, al recuperar el pasaje en su totalidad, es posible advertir que el

23
Al respecto, véase MIGNOLO, Walter. “Los cánones y (más allá de) las fronteras culturales (o ¿de quién es el
canon del que hablamos?). En: SULLÁ, Enric (comp.). El canon literario. Madrid: Arco Libros, 1998, 237-270,
donde se advierte sobre el peligro de “enseñar cánones literarios regionales como si fueran universales”, p. 268.
24
Cf., por ejemplo, DAMROSCH. Ibid., p.1 y ETTE, Ottmar. “Desde la filología de la literatura mundial hacia
una polilógica filología de las literaturas del mundo”. En: MÜLLER y GRAS. Ibid. p. 326.
25
“Nationalliteratur will jetzt nicht viel sagen, die Epoche der Weltliteratur ist an der Zeit, und jeder muß jetzt
dazu wirken, diese Epoche zu beschleunigen” ECKERMANN. Ibid. Tomo 1, p. 211 [la traducción es mía].
26
“Aber auch bei solcher Schätzung des Ausländischen dürfen wir nicht bei etwas Besonderem haften bleiben
und dieses für musterhaft ansehen wollen. Wir müssen nicht denken, das Chinesische wäre es, oder das
Serbische, oder Calderon, oder die Nibelungen; sondern im Bedürfnis von etwas Musterhaftem müssen wir
immer zu den alten Griechen zurückgehen, in deren Werken stets der schöne Mensch dargestellt ist. Alles übrige
müssen wir nur historisch betrachten und das Gute, so weit es gehen will, uns daraus aneignen” ECKERMANN.
Ibid. Tomo 1, p. 211-212 [la traducción es mía]. Una observación acerca de este pasaje se encuentra en ETTE,
Ottmar. “The Scientist as Weltbürger: Alexander von Humboldt and the Beginning of Cosmopolitics”. En:
Humboldt im Netz, II 2 (2001). En: http://verlag.ub.uni-potsdam.de/html/495/html/hin/ette-
cosmopolitics.htm#%2847%29. Recuperado 25/02/2015.
27
Al respecto, Enrique Dussel escribe: “queremos dejar muy claro que la diacronía unilineal Grecia-Roma-
Europa […] es un invento ideológico de fines del siglo XVIII romántico alemán; es entonces un manejo
posterior conceptual del ‘modelo ario’, racista”. DUSSEL, Enrique. “Europa, modernidad y eurocentrismo”. En
LANDER, Edgardo (comp.). La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas
latinoamericanas. Buenos Aires: CLACSO, 2000, p.41.
concepto, según ya lo entendía Goethe, proponía medir las literaturas del mundo, las
“extranjeras”, a partir de una única vara valorativa esencialmente europea. Sugería, formulado
con otras palabras, incorporar a la biblioteca de Europa literaturas producidas en cualquier
lugar del mundo en la medida en que estas se aproximaran al sobrevalorado modelo griego (y
por extensión europeo). Como hará para el presente Casanova con París, o Damrosch con
New York28, ya Goethe en los orígenes del debate establecía un único lugar de referencia para
todo el mundo, un “meridiano de Greenwich”, afincado en el Norte.
De modo tal que la literatura mundial contiene desde el nacimiento del término la suposición
de que las producciones literarias elaboradas en todo el mundo bajo diversas condiciones, con
sus diversidades formales intrínsecas, y dentro de sistemas culturales relativamente
autónomos pueden ser consideradas a la luz de un repertorio de valores propios de una región
o de un único sistema cultural. Ciertamente, las élites locales de las colonias siempre se han
mostrado predispuestas y condescendientes a adoptar el sistema de valoración de la metrópoli,
sin embargo, no por eso han dejado de pertenecer a las periferias. Esto es lo que le asigna a
Borges, por ejemplo, un lugar inasible entre América Latina y Europa, un lugar, asimismo,
sospechoso – tanto para los nacionalismos del Sur como para los universalismos del Norte –
en el, sin duda arbitrario, canon de Harold Bloom. Sucede que cualquier voluntad
universalista enunciada desde el Norte – como evidentemente lo es la de la literatura mundial
–, sin auxilio siquiera de diálogo con referentes descentrados y periféricos, nunca va a ser más
que la representación del mundo propia de las culturas dominantes. Quiero decir: no el
mundo, sino la representación totalitaria que estas tienen de él. No un efectivo encuentro de
especificidades, sino la constatación de que una perspectiva provinciana ha logrado imponerse
como juez y modelo.
Porque si está claro que la literatura de Pakistán poco significa para Harold Bloom, ¿por qué
suponer que Shakespeare puede significar algo para un habitante pobre de Karatschi? ¿Cómo
puede el concepto de literatura mundial, acuñado y amasado por pocos especialistas afincados
en algunos rincones del Norte, dar cuenta de las discursividades heterogéneas – las publicadas
y las no publicadas – que en todo el mundo se autoproclaman – o que quizás no, pero podrían
– literatura? ¿No es el concepto, aunque tal vez necesario, acaso desde su emergencia, falso?
Y, dando un paso más, me pregunto con Ette, “¿Cómo podría desarrollarse pacíficamente un
mundo con y en sus diferencias, en sus diversos puntos de vista bajo el dominio de una
dictadura como esta, la dictadura de una lógica y de una literatura?”29.

28
Cf. ETTE. Ibid., 2015.
29
ETTE. Ibid., 2015, p. 347 y s.
2. La literatura mundial, según Anagrama
A la luz de los desarrollos anteriores, me interesa en este apartado someter a un somero
examen un caso que puede resultar ejemplar de cómo funciona la operación de producción de
literatura mundial mediante mecanismos de evaluación, promoción y consagración
característicos de Europa. Pongo el caso de la editorial Anagrama, y particularmente de su
Premio Herralde de Novela, de modelo porque en los últimos años, es decir, a medida que se
fueron consolidando las estructuras transnacionales favorecidas por la actual fase de la
globalización, la literatura latinoamericana – sobre la que recae el foco de este trabajo – ha
ganado sensiblemente presencia en su catálogo. Uno que – vale destacar – incluye, en sus
diferentes colecciones, a prestigiosos escritores de todo el mundo. También porque esta
editorial funciona como una importante “vitrina” para la literatura latinoamericana, puesto
que a la publicación de un título, más si viene favorecido por el premio que la misma editorial
otorga, suele seguirle la traducción a otras lenguas europeas30.
Como sugiere Javier Lluchs-Prats, el creciente interés de Anagrama por América Latina desde
los años 90 se enmarca en el interés más amplio de España por rearticular lazos económicos y
culturales con sus excolonias. “Resurge, pues, el discurso panhispanista y España ocupa el
papel de puente transatlántico, de mediador de intereses principalmente hacia la Unión
Europea”31. Así, Anagrama procura instalarse – y efectivamente lo logra – como un referente
y un sello de calidad para la literatura hispanoamericana que promociona. Pero al mismo
tiempo traza un foro simbólico desterritorializado, no anclado a pétreas especificidades
locales, sino definido, antes, por convergencias e intersecciones. Por, en breve, un lenguaje
estético y cultural relativamente compartido:
En suma, se ha creado un lugar de encuentro de voces varias cuyos nombres progresivamente son más
familiares y gratificantes para el lector, de autores que abogan por una literatura hispánica múltiple,
heterogénea, proteica, que pueda salir de los compartimentos estancos de sus países de origen. De tal
manera, se sostiene un entramado que acomuna voluntades y, como apuntó Pohl (2000: 48), en cierto
sentido se ha redefinido lo nacional por la noción de un territorio por el que se camina hacia una
ambiciosa identidad transcultural y transnacional 32.
En efecto, dentro de ese “lugar de encuentro”, la palabra, en principio, pronunciada desde
América Latina ha ido ganando presencia. Desde 1983, cuando se inaugura el Premio
Herralde de Novela, hasta 1996 obtuvieron la distinción catorce escritores españoles y un
30
Al respecto, Sarah Pollack, siguiendo a Pascale Casanova, anota que “La traducción es una ‘forma de
reconocimiento literario’ (World Republic 133): cuando implica la importación de textos de las lenguas
periféricas a una lengua del centro, ‘equivale, de hecho, a un ingreso al estatus de literatura, a la obtención de un
certificado de estatus literario’” POLLACK, Sarah. “The Peculiar Art of Cultural Formations: Roberto Bolaño
and the Translation of Latin American Literature in the United States”. En: Trans, 5 (2008), p. 2 [la traducción es
mía]. En: http://trans.revues.org/235. Recuperado: 25/02/2015.
31
LLUCH-PRATS, Javier. “Escritores de marca: voces argentinas en el catálogo de Anagrama”. En: Orbis
Tertius, XIV 15 (2009), p. 2. En: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.4199/pr.4199.pdf.
Recuperado: 25/02/2015.
32
LLUCH-PRATS. Ibid., p. 10.
latinoamericano, el mexicano Sergio Pitol en 1984. Desde 1997 al 2014, a su vez, la
proporción se desplaza sensiblemente a seis españoles y doce latinoamericanos. En total, en la
historia del premio, esto sigue arrojando, sin embargo, una marcada preminencia de la
literatura española de veinte frente a trece, lo cual puede ser entendido como el enfoque de
fondo desde el cual se evalúan las escrituras hispanoamericanas, es decir, uno que, a pesar de
sus replanteos, sigue asignándole preponderancia a la mirada y preconceptos europeos.
Si se examinan los números que refieren a las novelas que fueron declaradas finalistas, no hay
mayores alteraciones: veintiséis de España frente a dieciséis de América Latina. Por otra
parte, es destacable que de todas las novelas que llegaron a la fase final del premio, las
latinoamericanas son en su gran mayoría de escritores – hombres – argentinos o mexicanos,
mientras que de la región Centro América y Caribe solo se registran dos finalistas de Cuba.
De donde se sigue que lo que aquí aparece considerado como “Hispanoamericana”, es decir,
el mundo donde se produce la literatura en castellano que el premio distingue, constituye en
realidad una cartografía caracterizada – al margen de su impronta masculina – por el contraste
entre zonas presentes de manera acentuada – España, ante todo, y gradualmente México y
Argentina –, algunas apenas contorneadas – Colombia, Chile, Perú y Cuba – y territorios
mudos que, por ninguneo o propia voluntad, no llegan a integrarse a ese “lugar de encuentro”.
Por su parte, en lo que refiere al catálogo general de Anagrama, pero en especial a la
colección “Narrativas hispánicas”, la tendencia general que signa al premio no se altera
mayormente. Aparecen escritores latinoamericanos que no han sido galardonados como Laura
Restrepo, Leila Guerriero, Alejandro Zambra, Ricardo Piglia o Edgardo Cozarinsky, pero el
mapa que le otorga un relieve claramente perceptible a España, y en segundo lugar a
Argentina y México, y a pesar de los esfuerzos recientes para rediseñarlo, permanece sin
modificaciones notables más que, por ejemplo, por el ingreso de algunos centroamericanos
como Augusto Monterroso, Eduardo Halfon o Rodrigo Rey Rosa.
Voy a dejar estos datos momentáneamente en segundo plano para dedicar los próximos
párrafos a algunos factores que hacen al aspecto temático de las literaturas latinoamericanas
publicadas por Anagrama. Una mirada panorámica sobre este aspecto de las favorecidas con
el premio también ofrece un escenario signado por el desequilibrio. De las trece que
conforman este subcorpus, cuatro abordan de manera central el tema de la violencia política:
dos argentinas, Ciencias morales y Los Living; la colombiana Tres ataúdes blancos y la
peruana La hora azul. Mientras que otras cinco conceden a sus tramas y a los rasgos
identitarios de sus personajes un carácter desarraigado, “sin – como anotaría Ottmar Ette –
residencia fija”; es decir, personajes que se desplazan fundamentalmente entre Europa,
Estados Unidos y América Latina, y construyen, así, una cartografía transnacional y/o
cosmopolita: La noche es virgen, Los detectives salvajes, El testigo, Muerte súbita y Después
del invierno. Si se revisan las finalistas, a estas dos vertientes dominantes se agregan algunos
títulos más. Sobre la violencia política en Perú también discurre Un lugar llamado Oreja de
Perro, y como narrativas descentradas se pueden contar De Pe a Pa, La trenza de la hermosa
luna, El turismo infame, Una vez Argentina, Todos los Funes y Muerte de un murciano en La
Habana. De donde se extrae que la preferencia temática se inclina hacia, en primer término,
los lugares de tránsito con eventuales referentes localizados en América Latina borroneados o
comunicados con otros más familiares para la “experiencia occidental” como París o la Piazza
Navona, y, en segundo, las violencias políticas del pasado reciente de la región.
Junto a este paisaje temático, se podría mencionar la fuerte presencia de escritores que no
residen o que solo por momentos han residido en América Latina, para no poner de relieve el
dato de que varios de ellos en realidad poseen nacionalidad europea o estadounidense: Luisa
Futoransky, Roberto Bolaño, Eduardo Halfon, Andrés Neuman, Gudalupe Nettel, Edgardo
Cozarinsky, Teresa Ruiz Rosas, Roberto Fernández Sastre, Rodrigo Fresán, entre otros,
ingresan en alguna u otra de estas categorías.
Se podría argumentar que es la figura de Roberto Bolaño, con su visceral desarraigo, con sus
más de diez títulos publicados en la editorial y con su significativo éxito internacional, quien
organiza y alrededor de quién orbita la literatura “anagramática” con sello latinoamericano.
Los detectives salvajes opera ejemplarmente como un tipo de texto descentrado, con
personajes en permanente desplazamiento y con lenguajes que optan por prescindir de
localismos remarcables. En particular la sección llamada “La parte de los crímenes” de 2666
se ubica, por su parte, en una zona caracterizada por una violencia irracional y generalizada,
conforma un catálogo de mujeres asesinadas que bien podría ser emparentado con los
informes publicados por las comisiones para la verdad y la memoria en diferentes países de la
región después de las dictaduras y guerras internas. En su examen de la traducción y
recepción de Bolaño en Estados Unidos, Sarah Pollack sugiere que “Los detectives salvajes es
una opción muy cómoda para que EE. UU. se represente a América Latina y la literatura
latinoamericana, ofrece tanto el placer de lo salvaje como la superioridad del civilizado”33. De
tal modo que, en una de las lecturas posibles, la literatura de Bolaño favorece, para el Norte,
una percepción de América Latina marcada (todavía) por la barbarie y el desajuste en relación
con los imperativos que regulan la dinámica vital bajo el capitalismo “exitoso” de Estados
Unidos y algunos países europeos.

33
POLLACK. Ibid., p. 11 [la traducción es mía].
A propósito, me interesa, antes de pasar al próximo apartado, concentrar la atención en
algunos mecanismos de traducción implícitos y explícitos identificables en esta literatura.
Voy a argumentar que una condición para ingresar en “este lugar de encuentro” es la de
poseer la capacidad de expresarse con una lengua y una codificación cultural relativamente
desmarcados de regionalismos periféricos, aunque no necesariamente de los centrales. Ya
anoté que muchas de las novelas galardonadas con el Premio Herralde fueron rápidamente, si
no publicadas de manera simultánea, traducidas a otras lenguas europeas: al inglés, al francés
y al alemán, principalmente. No todas, sin embargo, corren la misma suerte. Las numerosas
reediciones en diversas lenguas de la producción de Bolaño es el caso exitoso por
antonomasia. Junto a él, sin embargo, se podrían inscribir los de Martín Kohan, Antonio
Ungar, Alonso Cueto o Martín Caparrós, es decir, esa zona que retrata a una América Latina
caracterizada por el autoritarismo y la violencia política. Lejos de esta fortuna se halla, por su
parte, Daniel Sada, de quien, por ejemplo, hasta el momento no hay traducciones sustanciales
al alemán. Esto a pesar de haber sido un escritor celebrado con entusiasmo por Bolaño y de
haber recibido el Premio Herralde con su novela Casi nunca. Una novela – me arriesgo a
conjeturar – que, al resolver su trama dentro de un escenario caracterizado como Oaxaca,
acaso solo posee el defecto de pecar de un localismo excesivo y difícil de asimilar a nivel
internacional. Lo cierto es que, excepto en casos particulares, las publicaciones
latinoamericanas de Anagrama suelen estar seguidas de traducciones, es decir que, de algún
modo, los originales en sí mismos contienen una cierta “facilidad” o “transparencia” para que
se las traslade a otras lenguas europeas. Sugiero, formulado en otros términos, que al evitar
marcas fuertes de localización se encuentran “pretraducidas” a una lengua y/o imaginario
occidental común.
Esta hipótesis – que reclamaría desarrollos mayores a los que acá puedo exponer – aparece en
parte verificada si se examina el registro lingüístico relativamente uniforme (o uniformado)
que las caracteriza y que facilita su puesta en circulación en todo el mundo hispanohablante.
A diferencia de lo que ocurre con la prosa de, por ejemplo, Jorge Kanese, Washington
Cucurto, Fabián Casas o Luis Negrón, la lengua pronunciada en “este lugar de encuentro”
suele, sí, “permitirse” regionalismos latinoamericanos, pero no convertirlos en elementos
estructuradores o determinantes. Evelio Rosero, quien fue reconocido como finalista en 1986
por su novela Juliana los mira, recuerda del siguiente modo el proceso de “normalización” al
que, en un principio, fue sometido su texto:
Padecí varios días con sus noches, sin lograr dormir, corrigiendo al corrector, página por página, y eran
más de 200 páginas. Allí donde yo ponía matera, ese recipiente por lo general de barro donde los
colombianos sembramos las matas, me habían puesto maceta. Y, si bien es cierto que los colombianos
entendemos como sinónimos matera y maceta, sin ningún problema, tampoco yo podía aguantar las
macetas, o sus macetazos. En cierto modo, fue también mi primera experiencia con las traducciones.
Pues, de hecho, siendo como era un escritor en español, me estaban traduciendo al español. Temible
descuido: cualquier regionalismo, español o mexicano o argentino enriquece el acerbo lingüístico,
fortalece y universaliza el idioma. Qué bueno que a través de la literatura sepamos que pibe es chavo o
chamo y que chamaco es pelao y que escuincle culicagao y que magrear es abejorrear y hostia es mierda o
carajo o golpe y un kikí es un braguetazo y una güera es una mona y otra mona es una rasca y que etcétera
es etcétera. Etcétera. En Juliana, donde yo escribía, por ejemplo, debe ser que Juliana está enferma, los
correctores corregían: debe de ser, y ese debe de era para mí peor que un martillo en los tímpanos34.
La novela, finalmente, se publicó como la había redactado Rosero, y, al margen de este
testimonio subjetivo, no es posible constatar hasta qué punto la anécdota resulta fiel a los
hechos. Sin embargo, los desacuerdos por estos motivos entre el escritor y el editor, Jorge
Herralde, efectivamente dieron lugar a una relativa marginalización de la novela. Por otra
parte e independientemente de cuál haya sido el nivel de “adaptación” que los correctores
intentaron imprimirle al manuscrito de Rosero, el episodio condensa una mecánica esperable
para un “lugar de encuentro”, y que suele estar presente en las políticas más generales de
promoción cultural en el contexto de la actual fase la globalización.
Este esquemático recorrido crítico por las narrativas latinoamericanas de Anagrama de
ninguna manera ha tenido la pretensión de descalificar a la editorial ni mucho menos a las
brillantes publicaciones que suelen aparecer bajo su sello, sino marcar coordenadas de
abordaje que permitan ubicarlas en un lugar menos idealista y más ajustado a las condiciones
materiales bajo las que se producen, difunden y, eventualmente, consagran; es decir,
coordenadas que abran vetas de análisis para comprender mejor ese corpus que ingresa a la
literatura mundial (o, por el contrario, el que no lo consigue) bajo el rótulo de procedencia
“latinoamericana”. La aproximación que he arriesgado arriba permite identificar algunas
tendencias para este corpus: se trata de literatura producida por escritores frecuentemente
desarraigados que escriben en una lengua más o menos trasparente, tanto para lectores del
mundo hispanoamericano como para los que van a acceder a ella mediante efectivas
traducciones, y bajo premisas culturales que no se apartan mayormente de las dominantes en
Occidente. En lo que respecta a lo más estrictamente temático, dos núcleos aparecen
favorecidos: el de la violencia, es decir, uno que le sigue asignando a América Latina
atributos esenciales bárbaros, antidemocráticos – según los valores occidentales – y/o
primitivos, y el que da lugar a una América Latina desconectada de sus atributos más
resistentes a la apropiación por parte de un público internacional para reemplazarlos por
referentes “universales”, es decir, propios del Norte. De este modo, la literatura mundial de
origen latinoamericano que promueve Anagrama tiende a quedar circunscripta dentro de un
horizonte de expectativas propio de la cultura occidental dominante, es decir, siguiendo a

34
ROSERO, Evelio. “De editores y traductores”. En: Circe, 1 (2013), p. 46.
Erich Auerbach uno que se mantiene “dentro del círculo cultural occidental”35 y que desde allí
evalúa, acepta o excluye, las producciones de origen semiperiférico.

3. Hacia una reformulación. Literatura pluriversal


En su contribución al volumen editado por Müller y Gras, Ette argumenta que “hoy
enfrentamos un momento en el que es de suma urgencia no hablar más de una literatura
mundial, orientada desde las formas y normas europeas, sino de literaturas del mundo, en un
sentido abierto y polilógico”36. El concepto acuñado por Goethe, en un contexto específico y
de acuerdo con necesidades específicas – aunque legítimas, provincianas –, resulta
necesariamente estrecho para dar cuenta de las formas expresivas que enunciadas desde
sistemas culturales diversos reclaman un derecho a participar del “lugar de encuentro” más
amplio que podría representar el debate inter y transliterario. Una mirada que selecciona,
ordena y jerarquiza de acuerdo con valores locales no puede de ningún modo evaluar con
justicia la diversidad del mundo. Esto sería olvidar – si no ignorar, en un gesto típico de
campesino arrogante – que cada sistema cultural posee su propio “meridiano” y su repertorio
de referencias a partir de los cuales se disponen y organizan las formas literarias. Esto
equivale a decir que Anagrama no puede apreciar el “valor” de objetos producidos en otros
sistemas culturales, que el hecho de que otorgue un premio a la forma “novela”, ya es un
modo de dejar de lado producciones que por razones lingüísticas y de estructuración
argumental podrían, no obstante, calificar como “narrativas hispánicas”, este es el caso, por
ejemplo, del importante corpus elaborado oralmente por los cuentacuentos colombianos.
Sin embargo, el equívoco no reside en leer en el corpus restringido de una editorial como
Anagrama un sistema provinciano de selección y jerarquización propio de una, y solamente
una, cultura, sino de concebirlo como representativo de la literatura latinoamericana.
Anagrama ordena la literatura mundial, y dentro de ella, la latinoamericana, de acuerdo con
un sistema de referencias de corte fundamentalmente eurocéntrico. Y la operación es legítima,
en la medida que se la reconozca como tal: como el modo de ver la literatura desde algunos
lugares – ideológicos y geográficos – del Norte. Quien quiera, por el contrario, aproximarse a
la literatura latinoamericana desde un punto de vista descentrado, respetuoso de su
articulación polilógica37 intrínseca, deberá – por no hacer referencia a la oralidad38 y a los

35
AUERBACH. Ibid., p. 310 [la traducción es mía].
36
ETTE. Ibid., 2015, p. 331.
37
“El polilógico sistema de las literaturas del mundo –y esto hay que deliberarlo– no se inventó desde un solo
lugar, no se propagó desde un único espacio, no es conducido por una sola idea de lo humano, sino que dispone
de las procedencias y tradiciones culturales y geográficas más diversas” ETTE. Ibid., 2015, p. 332.
modos subterráneos e inclasificables de publicación – indagar los múltiples emprendimientos
editoriales autogestionados e independientes que como Germinal, Sexto Piso, Almadía,
Tumbona, Los Lanzallamas, Das Kapital, Entropía, Agentes Catalíticos, Mansalva, etc. y en
España, Periférica, desde hace algunas décadas han comenzado a poner en circulación ese tipo
de literatura que por momentos se aparta de los requisitos de “universalidad” mínimos que
reclaman algunas de las editoriales del Norte con pretensión global.
Pero, para ser más consecuente, ese lector exigente debería explorar las publicaciones
cartoneras, las que como respuesta a las crisis y a la concentración monopólica de la industria
cultural han abierto espacios alternativos para la promoción de la literatura latinoamericana
menos condescendiente. Remito a los estudios de Ksenija Bilbija y Paloma Celis Carbajal39
para más detalles al respecto, menciono acá únicamente la labor de la editorial paraguaya Yiyi
Jambo que, puesto que editoriales establecidas se resisten a dar a conocer escrituras en la
lengua híbrida de la región de la triple frontera entre Argentina, Paraguay y Brasil, el
guaraportuñol, ella ha asumido la función de canal de promoción y espacio de encuentro de
esa ya abundante literatura40.
Pero volvamos a la afirmación de Ette de que nuestra coyuntura histórica exige
reconceptualizar la literatura mundial en términos de literaturas del mundo. Ante tal
propuesta, la pregunta que se podría formular es si realmente existe un mundo, si no sería más
conveniente considerar cada locus de enunciación como un mundo en sí mismo, con un
sistema propio de evaluación y jerarquización que en su medida debería ser considerado como
procedimiento auténtico para las producciones literarias locales. Quiero decir, ¿es el mundo
de la triple frontera ya mencionado, con sus marcas lingüísticas propias y su complejo y
altamente tensionado sustrato cultural el mismo que el de Colonia Roma en México o el de
Kreuzberg en Berlín? Sí y no. Sí, en la medida que los seres humanos estamos todos
sometidos a las mismas condiciones biológicas y que, en la actual fase global, indudablemente
compartimos sistemas de significados. No, si se acentúan las experiencias lingüísticas y
culturales que naturalmente dificultan la comunicación entre, por ejemplo, una escritora de
origen turco que escribe en alemán como Emine Sevgi Özdamar y el escritor carioca
establecido en Paraguay Douglas Diegues. ¿Habitan estos dos escritores el mismo mundo?

38
Cf. ORTEGA, Julio. “La lectura transatlántica. Un paradigma dialógico de la historia cultural
latinoamericana”. En: MÜLLER y GRAS. Ibid., pp. 21-29.
39
BILBIJA, Ksenija. “Borrón y cuento nuevo: las editoriales cartoneras latinoamericanas”. En:
Nueva Sociedad, 230 (2010), pp. 95-114 y BILBIJA, Ksenija y CELIS CARBAJAL, Paloma (eds.). Akademia
Cartonera: A Primer of Latin American Cartonera Publishing. Madison, Parallel Press, 2009.
40
Cf. BANCESCU, María Eugenia. “Fronteras de ninguna parte: el portunhol selvagem de Douglas Diegues”.
Abehache: revista da Associação Brasileira de Hispanistas 2 (2012), p. 151.
Voy a pasar de alto la resolución de este interrogante para proponer un concepto de literatura
que considero más ajustado a la idea de un mundo policéntrico, dominado por la
heterogeneidad y los paradigmas múltiples, y, sin embargo, aun así concebible como auténtico
“lugar de encuentro”; o, antes bien, como lugar de encuentro donde los mundos exponen su
derecho a políticas de representación específicas. Este concepto es el de literatura pluriversal.
El corpus que este concepto delimitaría estaría, así, conformado por las expresiones textuales
– escritas u orales – que cada locus de enunciación considera, a su manera, literatura. Sería,
naturalmente, un corpus signado por la dispersión formal y que, por lo tanto, reclamaría para
su abordaje no solo la perspectiva de la literatura comparada, sino también la de los estudios
culturales.
El concepto de pluriversalidad, conectado con la noción de una hermenéutica pluritópica, fue
introducido por Walter Mignolo y reelaborado por Arturo Escobar, Enrique Dussel y Franz
Hinkelammert, entre otros. Para precisarlo rápidamente, recurro a una recapitulación
desarrollada por el primero en su sitio web. Al respecto, escribió:
La hermenéutica, en la genealogía occidental de pensamiento, denomina un tipo de reflexión en torno a la
significación e interpretación dentro de una cosmología, la cosmología occidental. Cuando se tiene que
confrontar con dos o más cosmologías, como yo tuve que hacer en The Darker Side of the Renaissance,
se necesita una hermenéutica pluritópica. ¿Por qué? Porque se está enfrentando un pluriverso de
significación y no solo un universo de significación. La pluriversalidad se convirtió en mi concepto clave
para poner en cuestión el concepto de universalidad, tan apreciado por la cosmología occidental. ¿Cómo
es esto? La epistemología y la hermenéutica occidentales (esto es, la lengua griega y latina traducidas a
las seis lenguas europeas modernas e imperiales) actuaron universalizando su propio concepto de
universalidad y dejando de lado el hecho de que todas las civilizaciones conocidas están fundadas en la
universalidad de su propia cosmología 41.
Superar una visión anclada a una cosmología, ya sea dominante o marginal, para considerar la
literatura producida en el mundo como un corpus unitario, reclama un desplazamiento
desprejuiciado de la mirada que permita abordar como legítimas las múltiples operaciones de
producción locales. De este método de observación surgiría la literatura pluriversal, una que
abandonaría desde el inicio cualquier pretensión tranquilizadora de uniformidad para asumir
el riesgo de ver dialogar la riqueza formal en su apuesta más extrema. La literatura
pluriversal sí es un lugar de encuentro, pero también un foro de cosmovisiones. La diversidad
en la unidad. Un corpus, en resumen, que no pide credenciales de estirpe – auténticas o
impostadas – y que, por eso mismo, nos interpela como lectores de humana radicalidad,
dispuestos a reflejarnos siempre en el espejo de la alteridad.

41
MIGNOLO, Walter. “On Pluriversality” [la traducción es mía]. En: http://waltermignolo.com/on-
pluriversality/. Recuperado 24/02/2015.

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