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UNIVERSIDAD DEL SALVADOR

Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales

Escuela de Letras

Respuesta a Sor Filotea de la Cruz: una estrategia de


resistencia

Obligación Académica: Literatura Iberoamericana

Profesora: Sonia Bello

Alumna: Galarza Paula

Comisión: B

Turno: Noche

Año de cursada: 2021


Introducción
Susana Zanetti, en el «Estudio preliminar» de Sor Juana Inés de la Cruz,
Primero sueño y otros textos (1998), plantea que, «[...] en un mundo cultural colonial,
premoderno, marcadamente estamental, antiintelectualista y masculino», sor Juana Inés
de la Cruz, a través una tarea autorreflexiva continua sobre su escritura, buscó definir un
espacio para sí distinto al que imperaba en esta sociedad patriarcal hispánica. De esta
manera, diseñó «una biografía intelectual única en el mundo hispanohablante del siglo
XVII, en la cual el sujeto femenino interviene en la lucha por el poder interpretativo,
adentrándose en los dominios públicos del discurso, mediante diversas estrategias»
(Zanetti, 1998, p.8).
La hipótesis de este trabajo sostiene que la voz narrativa de Sor Juana Inés de la
Cruz se erige como una forma de resistencia ante el discurso de la autoridad en tanto la
autora es capaz de percibir su «subalternidad» como una condición que implica la
posibilidad de subversión. El objetivo será analizar cómo, desde ese lugar, Sor Juana
entreteje distintas estrategias de resistencia en la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz
(1691).

Entre la falsa modestia y la erudición


La primera estrategia de resistencia que se pone en juego en la Respuesta a Sor
Filotea de la Cruz es la articulación que Sor Juana establece entre forma y contenido.
Siguiendo lo planteado por Susana Zanetti, la autora de la carta comienza con un
exordio que «bosqueja las cuestiones centrales de la réplica mediante preámbulos sobre
la demora en responder, escudados en la retórica de la captatio benevolentiae» (Zanetti,
1998, p. 48). Le escribe al Obispo que lo que le demoró la respuesta fue no saber
responder «algo digno de vos» y «no saber agradeceros» la publicación de su propio
texto, es decir, la Carta Atenagórica. De este modo, se observa cómo, en una primera
instancia, Sor Juana apela a la falsa modestia para disfrazar sus dimensiones reales e
insiste en su debilidad y pequeñez. Esto implica una reducción de su persona, de su
saber y de su género, que le resta autonomía y valor a sus escritos: «Así yo diré: ¿de
dónde, venerable Señora, de dónde a mí tanto favor? ¿Por ventura soy más que una
pobre monja, la más mínima criatura del mundo y la más indigna de ocupar vuestra
atención?» (De la Cruz, 2006, p.2).
Sin embargo, este recurso formal contrasta con la firmeza de la argumentación
que desarrollará más adelante para discutir sobre los derechos femeninos a aprender y
escribir. Tal como lo plantea Susana Zanetti, la falsa modestia con la que comienza su
Respuesta, «articula disculpas basadas en el temor por su ignorancia tanto para
responder como para dedicarse a leer libros sagrados, en un texto que exhibe erudición»
(Zanetti, 1998, p.48): «Solo responderé que no sé qué responder, solo agradeceré
diciendo que no soy capaz de agradeceros» (De la Cruz, 2006, p.2). De esta manera, la
forma que adopta la escritura de Sor Juana en la Respuesta, de sumisión y obediencia,
implica la aceptación plena de su lugar de subalterno asignado socialmente y, al mismo
tiempo, se convierte en el punto de partida hacia su transgresión en tanto la autora la
utiliza como una estrategia que le permite decir aquello mismo que debería callar.
Sor Juana reconoce que el conocimiento se presenta como un arma peligrosa
ante los modelos aceptados para las mujeres de su época y tiembla «de decir alguna
proposición malsonante» porque no quiere «ruido con el Santo Oficio», pero, al mismo
tiempo, no está dispuesta a renegar de él. Por lo tanto, como primera estrategia de
resistencia, se vale de su subalternidad para defender su condición de erudita desde la
aparente obediencia.

El don divino de la escritura


La segunda estrategia de resistencia la encontramos en la defensa que Sor Juana
hace de los motivos que la llevaron a escribir para hacer valer su condición de
intelectual. En la Respuesta la autora dice:
El escribir nunca ha sido dictamen propio, sino fuerza ajena; que les pudiera decir con
verdad. Vos me coegistis. Lo que sí es verdad que no negaré (lo uno porque es notorio a
todos, y lo otro porque, aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme
grandísimo amor a la verdad) que desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan
vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones -que he
tenido muchas-ni propias reflejas -que he hecho no pocas-, han bastado a que deje de
seguir este natural impulso que Dios puso en mí: Su Majestad sabe por qué y para qué; y
sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento dejando sólo lo que baste
para guardar su Ley, pues lo demás sobra, según algunos, en una mujer; y aun hay quien
diga que daña (De la Cruz, 2006, p.3).

La estrategia de resistencia en esta cita reside, nuevamente, en la posición que


toma la autora con respecto a la necesidad de la escritura como algo que se le impone y
le es ajena. Así, se deslinda de cualquier tipo de responsabilidad porque su disposición a
escribir no es voluntaria, sino que se trata de un don divino y que, como tal, no es
reprensible. Tal como se analizó en el apartado anterior, Sor Juana se ubica
explícitamente en el lugar que el imaginario le confiere a las mujeres en tanto sujetos
pasivos de órdenes y disposiciones ajenas y, desde allí, defiende su derecho a la
escritura. Su historia, «favorecida y forzada por el favor divino, que se transforma en
“negra inclinación” y “locura”, es un destello del destino del sabio, cuyo más alto
ejemplo es Cristo» (Zanetti, 1998, p.49).

Construcción de una genealogía de mujeres


Ahora bien, la tercera estrategia, que es la que Sor Juana elabora para defenderse
de la amonestación de Sor Filotea por dedicarse a lo profano, tanto en el estudio como
en la escritura, merece un análisis distinto al apartado anterior. En este caso, la autora
apela a la construcción de una genealogía de mujeres, una «cadena universal de
estudiosas y sabias», en palabras de Susana Zanetti, dentro de la cual ella misma se
inscribe como parte de una maniobra que busca legitimar su propia condición: «[...] su
dedicación a disciplinas profanas encuentra razones en el acceso causal a ciertos libros y
no a otros; pero sobre todo, porque el conocimiento supone una “cadena universal” que
vuelve válidos sus diversos engarces[...]» (Zanetti, 1998, p.49).
Cecilia Amorós, en su libro Hacia una crítica de la razón patriarcal (1985),
plantea que Aristóteles fue el primer filósofo en asumir con el pasado de la filosofía una
relación genealógica, en el sentido de legitimación de su propia tarea, fundando así una
tradición que articula como legado y donde la historia del pensamiento anterior cumple
el papel de contrastación legitimadora: «Es, pues, la ceremonia de adopción y el
reconocimiento retrospectivo la que convierte a los filósofos anteriores a él en sus
precursores» (Amorós, 1985, p.82). En la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, Sor Juana
lleva a cabo un procedimiento similar: elabora un catálogo de mujeres ilustres, tanto
paganas como cristianas, muchas de las cuales fueron acogidas por la Iglesia, bajo cuya
sombra se instala para adquirir una legitimidad similar.
Y para no buscar ejemplos fuera de casa, veo una santísima madre mía, Paula, docta en
las lenguas hebrea, griega y latina y aptísima para interpretar las Escrituras. ¿Y qué más
que siendo su cronista un Máximo Jerónimo, apenas se hallaba el Santo digno de serlo,
pues con aquella viva ponderación y enérgica eficacia con que sabe explicarse dice: Si
todos los miembros de mi cuerpo fuesen lenguas, ¿no bastarían a publicar la sabiduría y
virtud de Paula? (De la Cruz, 2006, p.13).

Al mismo tiempo, esta cadena universal de mujeres sabias acogidas por la


Iglesia, también le permite a Sor Juana legitimar, por un lado, su concepción del
conocimiento como algo ni sagrado ni profano, sino universal: «[...] porque, aunque no
estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios crió, sirviéndome ellas de
letras, y de libro toda esta máquina universal» (De la Cruz, 2006, p.12). Y, por otro
lado, también le permite explayarse sobre la observación y la experimentación a la
mano en las tareas femeninas: «¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de
cocina? Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y
yo suelo decir viendo estas cosillas: si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera
escrito» (De la Cruz, 2006, 1998, p.13). Nuevamente, desde el lugar asignado
socialmente para las mujeres, en este caso, las tareas femeninas como la cocina, y
partiendo de su propia experiencia como ejemplo, Sor Juana, en un gesto de resistencia,
reivindica su condición de mujer intelectual.

El discurso del silencio


La cuarta y última estrategia que se pretende analizar en este ensayo tiene que
ver con la utilización que hace Sor Juana del silencio como forma de resistencia. Saber
y decir, siguiendo lo planteado por Josefina Ludmer en su ensayo Las tretas del débil
(1985), constituyen campos enfrentados para una mujer. En consecuencia, toda
simultaneidad de estas dos acciones acarrea resistencia y castigo. Sor Juana, como bien
se mencionó en el primer apartado, comienza su Respuesta diciendo que no sabe: «solo
responderé que no sé qué responder, solo agradeceré diciendo que no soy capaz de
agradeceros» (De la Cruz, 2006, p.1). Sin embargo, este no saber decir es «relativo y
posicional» en tanto implica el reconocimiento de la superioridad del Obispo y la
aceptación plena por parte de Sor Juana de lugar de subalterno (Ludmer, 1985, p.2). Por
lo tanto, existe un silencio impuesto desde afuera, que Sor Juana parece acatar, pero
también existe un silencio que se impone a sí misma para hacer frente a esta opresión.
Esta es su estrategia de resistencia en tanto subalterno, a la que Josefina Ludmer llama
«la treta del débil»: en un doble gesto Sor Juana combina «la aceptación de su lugar de
subalterno (cerrar el pico para las mujeres) y su treta: no decir, pero saber, o decir que
no sabe y saber, o decir lo contrario de lo que sabe» (Ludmer, 1985, p.5).
Ahora bien, Josefina Ludmer también analiza en la Respuesta que Sor Juana no
solo plantea que no hay división entre el saber sagrado y el saber profano, sino que
tampoco «hay división entre estudiar en los libros y en la realidad» (Ludmer, 1985, p.6):
«[...]porque, aunque no estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios
crió, sirviéndome ellas de letras, y de libro toda esta máquina universal» (De la Cruz,
2006, p.12). De esta manera, postula que hay un saber universal que se puede alcanzar
en todas las cosas y, así, desestima la división del saber de acuerdo al sexo para plantear
que, en realidad, el saber solo admite la diferencia entre necios, ignorantes y soberbios,
por un lado, y, por otro, sabios y doctos:
Y esto es tan justo que no solo a las mujeres, que por tan ineptas están tenidas, sino a los
hombres, que con sólo serlo piensan que son sabios, se había de prohibir la
interpretación de las Sagradas Letras, en no siendo muy doctos y virtuosos y de ingenios
dóciles y bien inclinados; porque de lo contrario creo yo que han salido tantos sectarios
y que ha sido la raíz de tantas herejías; porque hay muchos que estudian para ignorar,
especialmente los que son de ánimos arrogantes, inquietos y soberbios, amigos de
novedades en Ley (que es quien las rehusa); y así hasta que por decir lo que nadie ha
dicho dicen una herejía, no están contentos (De la Cruz, 2006, p.14).

Esto la lleva a discutir la sentencia de San Pablo sobre el silencio de las mujeres
en la Iglesia: en la iglesia primitiva, dice Sor Juana, las mujeres se enseñaban doctrinas
unas a las otras en los templos, y el rumor de conocimiento confundía a los apóstoles
cuando predicaban. Por eso Pablo las llamó a callar.
[...]y es que en la Iglesia primitiva se ponían las mujeres a enseñar las doctrinas unas a
otras en los templos; y este rumor confundía cuando predicaban los apóstoles y por eso
se les mandó callar; como ahora sucede, que mientras predica el predicador no se reza
en voz alta. No hay duda de que para inteligencia de muchos lugares es menester mucha
historia, costumbres, ceremonias, proverbios y aun maneras de hablar de aquellos
tiempos en que se escribieron, para saber sobre qué caen y a qué aluden algunas
locuciones de las divinas letras (De la Cruz, 2006, p.16).
Así, denuncia cómo «a partir de una circunstancia concreta y dada, se erigió un
dogma autoritario y eterno, una ley trascendente sobre la diferencia de los sexos»
(Ludmer, 1985, p.6). Y todo esto, en palabras de Sor Juana, «pide más lección de lo que
piensan algunos que, de meros gramáticos, o cuando mucho con cuatro términos de
Súmulas, quieren interpretar las Escrituras y se aferran del Mulieres in Ecclesiis taceant,
sin saber cómo se ha de entender» (De la Cruz, 2006, p.17). En este caso, la estrategia
de resistencia de nuestra autora consiste en partir de su lugar asignado y aceptado, para
cambiar «no sólo el sentido de ese lugar, sino el sentido mismo de lo que se instaura en
él» (Ludmer, 1985, p.6).

Conclusión
En la Nueva España del siglo XVII, las opciones para las mujeres eran el
matrimonio o el claustro. La elección del claustro por parte de Sor Juana fue también
una estrategia que le permitió poder estudiar, algo que la había apasionado desde niña y
en lo que había centrado todos sus esfuerzos. Por lo tanto, sin intenciones de extrapolar
un concepto tan contemporáneo como el de «feminismo», sí es posible pensar su voz
como única y diferente de la del resto de las mujeres de su época en general, y de las
monjas en especial. Partiendo de su propia experiencia, y a través de una brillante
combinación de acatamiento y transgresión, sentó las bases para la construcción de otro
sujeto femenino del saber y defendió su condición de mujer y erudita.
A lo largo de este trabajo se ha intentado analizar cómo la voz narrativa de Sor
Juana Inés de la Cruz, en su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, se erige como una
forma de resistencia ante el discurso de la autoridad. La autora advierte que aceptar el
lugar de subalterno asignado implica la posibilidad de subversión y cambio. Por
consiguiente, se apropia de este lugar y, desde allí, entreteje distintas estrategias que le
permiten decir (incluso callando) lo que, de otra manera, le estaría prohibido.
Referencias bibliográficas
Amorós, C. (1985). «Aristóteles: la legitimación genealógica de la filosofía». En Hacia
una crítica de la razón patriarcal. Anthropos.
Ludmer, J. (1985). «Las tretas del débil». En P. González y E. Ortega (comp). La sartén
por el mango. El Huracán.
Sor Juana Inés de la Cruz (2006). Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. Biblioteca virtual
universal.
Zanetti, S. (1998). «Estudio preliminar». En Sor Juana Inés de la Cruz, Primero Sueño
y otros textos. Losada.

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