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Estratos y castas (14 de febrero)

En algunos barrios ni las calles ni las casas tienen número. Si alguien quería escribirle una carta a Helí, porque había leído
un verso suyo, la tenía que mandar a la revista que se los publicaba. Esas casitas sin número en la puerta, pertenecen al
estrato uno. La idea de dividir los inmuebles en estratos del uno al seis tiene un origen bien intencionado: se hizo para
cobrar servicios públicos subsidiados entre los más pobres. Parecía sano, parecía justo, pero a la larga ha hecho nacer una
sociedad de ciudadanos A y B. Lo que se hizo para las casas se está aplicando a las personas (¿tú qué estrato eres?) y no
hay nada más parecido a esto que una división por castas.

El mismo presidente Uribe, injustamente, extrapola lo de los estratos, que es una clasificación de predios, a las personas.
Antes de derogar los chapuceros decretos sobre la salud, declaró que sólo las personas de estratos 5 y 6 pagarían por
ciertos tratamientos. Esto es populismo barato pues no hay personas de estrato 2, ni personas de estrato 6. ¿O la idea era
que en adelante nos obligarían a llevar en la solapa una estrella o en el bolsillo un certificado de estrato social? Se podría
adoptar un sistema nazi, por colores: amarillo para el estrato uno; verde para el 2; gris para el 3; rojo para el 4; y azul
claro y azul oscuro para el 5 y 6, los que tienen sangre azul.

El ministro Palacio salió con el mismo sonsonete populista. Dijo que los que ganaran más de tantos millones no podrían
acceder a tratamientos estatales por enfermedades catastróficas. ¿Cómo así? La esencia de la seguridad social es que sea
para todos. Si se le da salud y educación gratuita sólo a los más pobres (los que Uribe llama personas de estratos del 1 al
4), lo que acaba pasando es lo que ya pasa aquí: que se les da educación y salud decadentes, de segunda clase, de casta
inferior.

Clasificar a las personas por estrato (según los servicios públicos o el impuesto predial) es absurdo. Las leyes 142 de 1994
y la 689 de 2001 —las que regulan esto— hablan de divisiones para los inmuebles residenciales, y no para las personas.
Además el asunto no es nada simple y está lleno de distorsiones. La gente más rica y estirada de Bogotá vive en estrato
uno. ¿No me lo creen? Es muy simple: viven en edificios de interés urbanístico, protegidos, porque son patrimonio
histórico de la ciudad. Y como tales están clasificados como estrato uno, reciben agua y energía subsidiada y
prácticamente no pagan impuesto predial. Según la frase de Uribe, entonces, estos señores de estrato uno, industriales,
grandes empresarios, sí pueden recibir los beneficios del POS.

Lo mismo pasa en Medellín. Las urbanizaciones de las personas más adineradas quedan en estrato 3, así sean mansiones.
¿Motivo? No reciben agua del municipio porque tienen acueducto propio. Ellos también podrían recibir los auxilios del
Gobierno, pues en rigor, según la absurda clasificación presidencial para las personas, son de estrato 3.

La discriminación por estratos, supuestamente a favor de los pobres, lo que produce es una sociedad paternalista,
dividida por castas, en la que algunos reciben servicios deficientes y a otros se les niegan esos servicios porque en
realidad no los piden ya que de todos modos (salud y educación) los adquieren de manera privada y entonces no les
importa la calidad que les den a los demás. Pueden estar seguros: cuando se dice que “esta comida no se la vamos a dar a
los ricos, sino a los pobres”, quiere decir que esa comida no es carne sino carve, y los ricos no la van a querer ni siquiera
regalada. Nos hacen creer, populistas, que están favoreciendo a los necesitados, y lo que están haciendo es dándole
limosna a las castas inferiores. Si fuera para todos, incluyendo a los ricos, el servicio sería mejor.

Héctor Abad Faciolince


METRALLO ( 12 FEB 09)

Las empresas que harán buenos negocios alrededor de los juegos —construcción, turismo,
transporte, bares, tiendas de moda— hicieron cuentas y se unieron a la iniciativa: una ciudad donde
en un solo mes hubo 1.800 muertos no tiene —como dirían— presentación. Con tal imagen pública
los cálculos se van al suelo. Razones de economía simple. Las elecciones también cuentan. Sergio
Fajardo es candidato a la Presidencia —con serias opciones— y su nombre está asociado a obras
vistosas y útiles de servicio público. Las cifras rojas le mueven la silla a su heredero, Alonso Salazar, y
de paso arrastran la imagen de buen muchacho que tiene Sergio. Dirán en el alto Gobierno: ¡A
Fajardo hay que pararlo! No sólo agitando las cifras de muertos, robos, extorsiones, sino metiendo la
mano en la pelea de unas bandas contra otras al ofrecer recompensas a estudiantes por delación. Así,
la imagen de un Medallo ensangrentado jugará contra Fajardo. La Iglesia, sin duda, ha visto la
tragedia. Conozco a monseñor Giraldo y sé de su fe, y de su buena fe, y creo que nunca ha dejado de
buscar la paz porque sabe cómo se alimenta la guerra y quién lo hace.

El gobierno de Uribe se comprometió con los esfuerzos del grupo de notables. Después sacó la mano
cuando estrategas electorales de Gobierno advirtieron el error. Frank Pearl es, como algunas
mujeres, un hombre “fácil”. Uribe desautorizó la comisión de notables, que ya había logrado una
tregua y un acuerdo de distensión entre los jefes principales de las bandolas de las comunas. A Uribe
le han funcionado la guerra y la sangre como estrategia electoral. Así que, ordenó, los 20.000
muchachos armados que controlan Medellín deben ser reducidos a bala. El esquema es el mismo que
usó contra las guerrillas desde 2002 y que, con astuta paciencia, arma contra Venezuela. Como se
sabe hoy, los Héroes de Don Berna y los Héroes de la Oficina de Envigado fueron grupos de las Auc
que entregaron los uniformes que estrenaban para la ceremonia, y claro —¡cómo no!—, unas pocas
armas a cambio de plata contante y sonante pagada mes a mes. También les dieron otras gabelas: un
par de talleres de relaciones públicas y la transformación de sus combos en ONG. El engatuse duró
mientras duró la plata. Entonces, el plan cambió: soltaron los combos a hacer su ley. Y la impusieron.
Muchachos acostumbrados a “tirar pinta”, comer bien, ayudarle a la mamá y beber fino —y, para
ajustar, desempleados—, pues a la de siempre: al rebusque con la pala, con la pistola, con la metra.
Los combos son jerárquicos, los mandos se ganan matando y se alimentan cobrando impuestos,
vacunas, extorsiones —o como se llamen—, y para hacerlo hay que controlar territorios calle por
calle, casa por casa, comuna por comuna. Sin duda, parte de la red es de estupefacientes al detal,
pero la gran estructura es la de la extorsión sobre todo negocio, desde la chaza hasta el
supermercado —una forma de seguridad, digamos, plebeya—. Más allá, cobran a los contratistas de
obras públicas, y no pocos son contratistas. Así se constituyen en autoridad e imponen su ley. El
Gobierno las sindica de ser organizaciones de la mafia y sin duda tienen negocios con ella. Una vez
definidas como narcotraficantes, a los muchachos se les puede aplicar todo: ley de fuga, falsos
positivos, extradiciones. Y sobre todo, administrar el orden público —que no es controlarlo— en
función de los intereses políticos y electorales del Gobierno. Razón por la cual se esconden las raíces
sociales del problema, que son las que, sin duda, el grupo de notables ve. Una cosa es tratar de
resolver el problema, y otra, utilizarlo. Dos modos distintos de gobernabilidad.

 Alfredo Molano Bravo



¿Subsidio para el empleo? (14 FEB 10 )

Los gestores de la política económica de los últimos veinte años dieron por hecho que la flexibilización laboral, la
apertura comercial y la privatización de la administración de los servicios sociales reducirían el desempleo,
aumentaría la ocupación formal, al igual que la participación del régimen contributivo con respecto al subsidiado y
el acceso a la cobertura pensional. El modelo no logró ninguno de los propósitos buscados. El desempleo es uno de
los más altos de América Latina, la informalidad subió, el régimen subsidiado es tres veces mayor que el distributivo
y colapsó; no obstante la triplicación de las cotizaciones de la seguridad social, la cobertura pensional no pasa de
25%.

Los defensores del modelo han salido a culpar al sofá, diciendo que la informalidad es el resultado de los
sobrecargos fiscales del seguro en salud y de las contribuciones parafiscales. Fedesarrollo y ANIF sugieren
desmontar los sobrecostos y sustituirlos por otros gravámenes. Otro grupo influyente, impulsado por el Banco
Mundial, plantea compensarlos con un subsidio al incremento del empleo en cinco años, que se materializaría en la
forma de una exención tributaria de las empresas. En el fondo, el problema se reduce a profundizar la flexibilización
del mercado laboral y la solución es de la misma familia del recorte de horas extras y dominicales y Agro Ingreso
Seguro.

La eficacia y conveniencia de los subsidios es tanto mayor cuanto más orientados los sectores que se busca
favorecer. ¿Qué sentido tiene darles a los empresarios subsidios sobre un empleo que ya generaron y que es
indispensable para sus operaciones normales? A la luz del bienestar general, es preferible trasladarlos a los
desempleados, que son los principales dolientes. Asimismo, el cálculo de los sobrecargos salariales tiende a
exagerarse. Como ocurre con los subsidios y los impuestos, los sobrecargos laborales de 30% en términos de las
tarifas de la seguridad social y los parafiscales ya se trasladaron en forma de menores salarios y mayores precios. La
parte que recae en los costos de las empresas no es más del 15%.

El subsidio al empleo está inspirado en el falso diagnóstico de que el desempleo es el resultado de elevados costos
laborales que han desplazado masivamente el trabajo. El estímulo a la sustitución de mano de obra por capital no
está en el sobrecargo laboral efectivo, sino en la baja arancelaria de 35%, la revaluación del tipo de cambio y la
exención tributaria de 40% de la inversión. La forma adecuada de corregir la distorsión no es con un subsidio a
nombre del empleo entregado a las empresas. Lo que hay que hacer es eliminar el subsidio a la inversión, subir los
aranceles de los bienes de capital y destinar los mayores recursos a conformar un fondo de desempleo.

La verdad es que las causas del desempleo y la informalidad han estado en el deterioro de la demanda que resulta
de la política monetaria, que le da prioridad a la inflación sobre cualquier otro objetivo, la estructura industrial de
baja complejidad tecnológica y la debilidad del mercado interno; y de otro lado, en la sustitución masiva de la
producción doméstica y el empleo ocasionado por la apertura comercial y la revaluación. En este contexto, el
aumento de la productividad de las empresas formales no da lugar a la ampliación de la demanda que la sostenga.
La mano de obra liberada queda desempleada o se desplaza a la informalidad con menores salarios.

Mal podría imaginarse que esta tendencia se corrija profundizando la flexibilización laboral. Lo que se requiere es
adoptar una política macroeconómica que dé prioridad a la producción y al empleo, cambiar la estructura industrial,
fortalecer el mercado interno y frenar la automatización y los recortes de nómina crecientes de las empresas
formales. Eduardo Sarmiento
RELATOS MÚLTIPLES Y EXTRAVAGANTES (Willian ospina) (14 Feb 10)

Desde el comienzo nuestros hechos fueron narrados y argumentados exclusivamente desde una perspectiva europea, y todavía hoy el
sistema escolar y el hábito nos cuentan los acontecimientos de la Conquista, la Colonia y la Independencia en el estilo de los salones del
siglo XVIII y de los folletines del XIX, con los invariables recursos de Europa, ¿Pero es que existe algún otro? Se preguntarán los lectores.
La literatura, las artes plásticas o el cine no son patrimonio particular de ningún pueblo, pero han tenido en Europa y en Norteamérica
buena parte de su desarrollo. ¿Podemos jugar a que tenemos no sólo unas historias qué contar, sino recursos especiales y lenguajes
originales para hacerlo?, Hace casi dos siglos el poeta José Joaquín Olmedo escribió su célebre Canto a la batalla de Junín. En él
celebraba la hazaña heroica de aquella carga de lanceros peruanos y colombianos que, según es fama, bajo el mando del coronel
Isidoro Suárez y bajo la estrella de Bolívar, decidió una de las batallas decisivas de nuestra Independencia. El poema figuró por años en
nuestros libros de texto: “¿Quién es aquel que el paso lento mueve sobre el collado que a Junín domina?...”

Se sabe que Bolívar le escribió al poeta una carta en la que deploraba el lenguaje del poema, su inspiración homérica y virgiliana, su
incapacidad de ver los hechos nuevos de la historia y su incapacidad de encontrar un lenguaje adecuado a esos nuevos hechos
históricos. “Usted”, le dice, “nos ha sublimado tanto que nos ha precipitado al abismo de la nada, cubriendo con una inmensidad de
luces el pálido resplandor de nuestras opacas virtudes”., Pero tal vez Bolívar pedía demasiado a Olmedo. Si bien en las primeras
décadas del siglo XIX se emprendió nuestra independencia política, es bueno recordar que sólo a finales de ese siglo, con los
modernistas, se dio nuestra declaración de Independencia cultural, la toma de posesión de la lengua y la conquista de una voz firme
para emprender el camino de la modernidad. Olmedo, poeta anterior a Baudelaire, a Whitman, a Rimbaud y a Mallarmé, difícilmente
podía a comienzos del siglo XIX expresar en el lenguaje la enormidad de las aventuras que con aquel siglo nacían.

Bolívar adivinaba que era necesario el canto nuevo de las tierras nuevas, pero también en eso estaba adelantado a su tiempo. Tal vez
deploraba también en el poema a la Batalla de Junín la ausencia del paisaje americano, la ausencia de ese carácter mestizo y mulato
que estaba presente en sus campañas, el sabor de los nuevos tiempos y la tonalidad irreductible de los nuevos sueños humanos, Lo
cierto es que toda nuestra literatura posterior se dio a la tarea de explorar esas tonalidades y esos matices nuevos. La búsqueda de la
fuerza del paisaje natural en la obra de Othón, de Julio Arboleda, de Gutiérrez González; la naturalidad y la gracia en el lenguaje que
empezaba a alcanzar aquel enemigo de Bolívar, el joven dramaturgo Luis Vargas Tejada; el esfuerzo por atrapar el tono del hombre de
las pampas en la obra de José Hernández y de los poetas gauchescos; la mirada contraída en las ceibas y los guásimos, en las garzas y
los tigres del Valle del Cauca, en la obra de Jorge Isaacs; los matices del habla popular en los relatos de Tomás Carrasquilla o de Rómulo
Gallegos; los regocijos del color local en Palés Matos, en Luis Carlos López o en Ramón López Velarde; el mágico esfuerzo por darles voz
a la selva y a los ríos en la obra de José Eustasio Rivera.

Y las aventuras se hacían cada vez más complejas y más hondas: la indagación de la memoria ancestral en las novelas de Arguedas y de
Juan Rulfo; los balbuceos mitológicos de César Vallejo, en las fronteras del mundo occidental; la reviviscencia de los mitos africanos en
los poetas caribeños; la torrencialidad de Carpentier y de Vargas Llosa; la experimentación en diálogo con el Oriente y con el
surrealismo, en los cantos de Pablo Neruda; la síntesis de lo español, lo indígena y lo africano en la biblia pagana de Gabriel García
Márquez, y la intrincada red de fuentes culturales y de símbolos planetarios en la obra inagotable de Jorge Luis Borges, configuran
algunas de las muchas y ricas conquistas que hemos obtenido en la búsqueda de una voz para reconocernos, para releernos y para
dialogar con el mundo, Aquí llegaron los africanos hace cuatro siglos, los europeos hace cinco y los asiáticos hace veinte mil años.
Siendo hijos de todo el planeta, sería un error pretender que sólo somos hijos de España o de Europa, y que nos agotamos en sus
metáforas. Ojalá este Bicentenario sirva para explorar esas nuevas y múltiples narrativas posibles que nos permitan abandonar la ilusión
de ser una sola cosa y nos ayuden a reencontrar el rumor de multitudes que resuena en cada uno de nosotros. Será un placer dejarles a
los que creen ser expresión de una sola fuente y fruto de una sola tradición, conformarse y deleitarse con los hilos grises de la
monotonía y con los arroyos insonoros de la pureza.

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