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Copyright © 2020 by Victoria Woods
ISBN: 979-8-9863562-2-8
 
PODEROSO
 
Segunda edición. 18 de Noviembre de 2020.
 
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro podrá ser reproducida en cualquier
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recuperación de información, sin el permiso escrito del autor, excepto para el uso de citas breves en
una reseña de libro. No participe ni aliente la piratería de materiales protegidos por derechos de
autor en violación de sus derechos. Todos los personajes y las historias son propiedad del autor y su
apoyo y respeto son apreciados. Los personajes y eventos representados en este libro son ficticios.
Cualquier similitud con personas reales, vivos o muertos, es coincidente y no intencionado por el
autor.
 

Traducción por Athene Translation Services


 
 

Tabla de Contenido
Tabla de Contenido
Prólogo
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVII
Capítulo XXVIII
Capítulo XXIX
Capítulo XXX
Capítulo XXXI
Capítulo XXXII
Nota de La Autora
 
 
 
Para el Sr. V,
 
Mi Shyam de la vida real. Gracias por apoyar mis
sueños y tener más confianza en mí que yo misma a
veces.
 
 
 
ADVERTENCIA DE CONTENIDO SENSIBLE
 
Este libro incluye temas sensibles como la violación que pueden ser oscuros

y perturbadores para algunos lectores.


 
 
 
 
 

Prólogo
Shyam

 
 
El sótano del almacén apestaba a moho y metal oxidado. Desde luego, el
hedor de la sangre no ayudaba a apaciguar el mal olor. Pateé el cuerpo sin
vida extendido sobre el descolorido suelo de hormigón que tenía delante.
Quería asegurarme de que el hijo de puta estaba realmente muerto, como si
una bala en la cabeza y en el corazón no hubiera sido suficiente. Ya le
habíamos quitado las prótesis que había utilizado para ocultarnos su rostro;
ahora yacía desnudo en el suelo como la basura que era.
Los traidores como Vik eran resistentes. Como ratas de alcantarilla,
siempre encontraban una forma de sobrevivir. Algunos dirían que eran
buenos evadiendo, pero yo creía que no eran más que cobardes
escondiéndose de su muerte inminente.
Unos pasos resonaron detrás de mí. El sonido cesó cuando otra sombra
se proyectó sobre el cuerpo de Vik, junto al mío. Mi hermano y mano
derecha, Jai, había llegado.
—¿Está muerto?
—¿Dónde carajos estabas? ¿Otra vez ocupado jugando a World of
Warcraft? —le pregunté, con una voz cargada de sarcasmo. Jai era un genio
informático, y utilizaba ese genio para dirigir la mitad de una empresa
tecnológica que compraba empresas emergentes que creaban software de
seguimiento de datos. Todas estas empresas proporcionaban información
que, en última instancia, utilizábamos para identificar la ubicación de todos
los demás distribuidores, vendedores ambulantes y usuarios. Sethi Tech era
para encubrir nuestro verdadero negocio, el que se desarrollaba en
callejones oscuros, clubes nocturnos y almacenes clandestinos. Mantenía a
Hacienda y al FBI alejados de nosotros. Ese era uno de los inconvenientes
de trabajar en EE.UU., el puto gobierno, con todas sus normas y
reglamentos.
—Vete a la mierda, idiota. Me retuvieron en la oficina. Nueva
adquisición —respondió Jai.
—Sí, está muerto.
Jai sacó su teléfono e hizo una foto del cadáver que teníamos delante.
Levanté una ceja en señal de pregunta. —Para nuestros archivos —dijo.
Sabía que tenía una buena razón, así que no protesté.
Vik había merecido morir. Había sido enviado por nuestro rival como
espía y se había disfrazado de vendedor ambulante estadounidense,
utilizando prótesis para alterar su estructura facial y que nadie lo
reconociera. Había sobornado a algunos de nuestros hombres para que
aprobaran su verificación de antecedentes, de modo que pudiéramos
suministrarle productos, y también había conseguido recibir información
privilegiada sobre nuestros contratos con los vendedores.
Su hermano, Tarun, dirigía una organización rival en la India. Durante
años, nuestras organizaciones habían coexistido sin inconvenientes. Era una
situación cómoda. Nosotros suministrábamos productos a la mayor parte de
Estados Unidos y Europa, mientras que el padre de Tarun lo hacía a la
mayor parte de Asia. Todo había funcionado sin problemas hasta que el
padre de Tarun murió y le dejó las operaciones a él. El hijo de puta era
codicioso y tenía un tremendo complejo de Napoleón, así que no tardó en
romper las reglas de paz y envió al lacayo de su hermano a desviar el
negocio de mi organización. Cuando mi hermano oyó rumores en las calles
de que Tarun estaba invadiendo nuestro territorio, empecé a seguir a nuestro
nuevo vendedor con los datos recopilados de varias empresas emergentes
que habíamos adquirido. Vigilamos todos sus movimientos durante el mes
siguiente, para estar seguros, antes de eliminarlo. Cuando Jai analizó los
datos de suministro, descubrió discrepancias. En el fondo, me había
aferrado a la esperanza de que solo fueran rumores y de que Tarun estuviera
respetando los límites invisibles que nuestras dos organizaciones habían
establecido a lo largo de los años, porque matar a Vik iniciaría una guerra.
Pero Tarun había empezado esta mierda, y yo tendría que acabar con ella.
Por el rabillo del ojo, vi un destello de oro debajo de mí. El anillo
familiar de Vik, grabado con un tigre. Qué malditamente trillado y
estereotipado. Un tigre de Bengala para representar su sede en Bengala. Jai
y yo teníamos un anillo de la familia Sethi, también. Cada familia
proveedora importante tenía uno. Nunca nos lo quitamos. Para mí fue otra
confirmación de que nuestro nuevo vendedor estaba emparentado con
Tarun.
Nuestro anillo era de oro blanco, pero tenía grabada una cobra real en
forma de S, con diamantes negros como ojos. Éramos los verdaderos reyes
del inframundo, y ya era hora de que Tarun se diera cuenta.
—Corta el anillo y envíaselo a los hombres de Tarun. —Ellos
transmitirán el mensaje.
 
 
 
 
 

Capítulo I
Amelia

 
 
BEEP. BEEP. BEEEEEEP.
 
—¡Maldita sea! —Esta mañana me he vuelto a quedar dormida. No me
había despertado con las dos primeras alarmas. Si llegaba tarde al trabajo,
¡mi jefe me mataría!
Apagué la tercera y última alarma, aún agitada por el sobresalto, eché
hacia atrás las sábanas y corrí al baño, que era un armario de zapatos, para
prepararme. Apenas podía moverme dentro sin que mis piernas rozaran el
inodoro o la bañera por accidente. Las paredes eran blanquecinas y
necesitaban desesperadamente una mano de pintura. Imaginé que una vez
fueron de un blanco brillante, pero con el tiempo el color se había apagado.
La lechada entre las baldosas blancas del suelo estaba amarillenta por el
paso del tiempo e incluso faltaba en algunos puntos. Al igual que el resto de
mi estudio, era viejo y estrecho. Me resultaba escandaloso que esto fuera lo
que conseguías en Manhattan por dos mil dólares al mes, pero no tenía
muchas opciones si quería estar cerca del trabajo. La proximidad me
ayudaba siempre que llegaba tarde, que últimamente parecía ser siempre.
Me miré en el espejo. Los bordes estaban agrietados, pero aún podía ver
mi reflejo en el centro. Dios, ¡era un desastre! Me había quedado hasta muy
tarde trabajando en programación otra vez, y mi cara lo demostraba. Mi
pelo era poco más que un nido castaño enredado en mi cabeza, y su textura
naturalmente áspera lo hacía difícil de trabajar en un buen día. Las bolsas
que enmarcaban mis ojos verde oscuro casi coincidían en color con ellos, y
mi piel estaba más pálida que de costumbre. Incluso las pecas de mis
mejillas parecían apagadas. Realmente necesitaba dejar de trabajar hasta
que saliera el sol.
Sin tiempo para lamentarme, me cepillé rápidamente los dientes y me
lavé la cara. La ducha tendría que esperar hasta después del trabajo. Me
pasé un cepillo por el pelo para intentar alisar el encrespamiento y me
apliqué máscara de pestañas marrón oscuro y brillo de labios nude. Me puse
una camiseta vintage del concierto de Blondie sobre unos vaqueros
ajustados. Me miré una vez más en el espejo, miré el reloj y suspiré. Metí el
portátil y los auriculares en el bolso y me calcé rápidamente las Converse.
Después de cerrar la puerta de mi pequeño apartamento, salí para
enfrentarme a otro día en Nueva York.
 
*****
 
—¡Amelia! ¡¿Dónde estabas?! —Tal y como había predicho, mi jefe
estaba enojado. Jason tenía el ceño fruncido y estaba de pie frente a mí con
los brazos cruzados sobre el pecho. Era un hombre bajo, delgado y con
gafas de montura gruesa en el puente de la nariz. Rondaba los treinta años,
pero ya se le estaba cayendo el pelo.
—Lo siento mucho. Se me ha pasado la alarma —le dije, disculpándome
seriamente mientras me escabullía en la silla y sacaba el portátil de la bolsa.
Intenté evitar su mirada gélida mientras encendía el dispositivo, rezando
para que se encendiera más rápido.
—¡Es la tercera vez esta semana! —me regañó Jason sin importarle que
mis compañeros escucharan la reprimenda. Hoy parecía más irritado que de
costumbre, e intuí que se trataba de algo más que de mi tardanza—. No
tengo tiempo para esto hoy —dijo mientras se cernía sobre mi mesa, luego
puso las manos sobre el tablero y se inclinó hacia mí, demasiado cerca para
mi gusto—. Tengo una reunión ahora mismo. Hablaremos de esto más
tarde. —Escupiendo veneno, se quedó a escasos centímetros de mi cara y
tuve que contener las arcadas por el olor de su colonia barata.
—La cita de las diez ha llegado —anunció Tammy, su secretaria, desde
detrás de él. Su voz sobresaltó a Jason, que se enderezó y se apartó de mi
mesa, pero su mirada se quedó clavada en mí. Exhalé un silencioso suspiro
de alivio cuando el espacio entre nosotros creció.
Detrás de Jason, vi a dos hombres altos en la puerta de su despacho. Uno
vestía un traje gris oscuro, mientras que el otro llevaba una americana sobre
una camiseta negra y vaqueros oscuros. Sus fuertes rasgos compartían un
parecido que indicaba que probablemente eran parientes. Ambos tenían la
tez oscura y el pelo negro, lo que les daba un aspecto exótico. Los dos eran
guapos a primera vista, pero el hombre del traje era más atractivo. Su piel
era del color de la miel y era más alto que el otro, aunque solo un poco. Su
mandíbula angulosa tenía una ligera sombra de barba incipiente, que
contradecía el resto de su aspecto pulido. Su traje se ajustaba a su cuerpo
delgado y musculoso; era fácil saber que estaba en forma por la forma en
que se ceñía a su cuerpo. Tenía los labios carnosos apretados, como si
apretara los dientes detrás de ellos. Sin embargo, sus ojos color avellana
eran lo más llamativo de su aspecto. Eran brillantes y penetrantes. No podía
apartar mi mirada de su resplandor. Me miraban con una expresión tan
intensa que casi me asusté.
Jason se dio la vuelta. —Ah, Shyam y Jai Sethi. Gracias por esperar. —
Estrechó la mano de ambos hombres y les hizo pasar a su despacho. Antes
de entrar, el hombre más alto me miró una vez más. Apreté los muslos bajo
el escritorio en un acto reflejo. Entonces la puerta se cerró tras ellos,
apagando el fuego que se había abierto camino hasta mi interior.
—Dios mío. ¡Son tan malditamente guapos! —Natalie era mi vecina de
escritorio y amiga quien, además, tenía buen ojo para todo lo masculino—.
Me pregunto para qué estarán aquí —dijo mientras dejaba escapar un
suspiro amoroso, recostándose en la silla de su escritorio.
Dejando escapar lentamente el aliento que había estado conteniendo
durante aquel acalorado intercambio, respondí: —Parece algo grave, a
juzgar por la reacción de Jason.
—Apuesto a que son la razón por la que Jason perdió los papeles por
teléfono el otro día. Le oí gritar cosas como “adquisición” y “despido”
cuando estaba a punto de entrar en su despacho para que aprobara la nueva
función de implementación —susurró Nat como si fuéramos chicas de
instituto cotilleando en clase.
—¿Adquisición? —Cuestioné—. ¿No crees que están aquí para comprar
la empresa?
La empresa era relativamente pequeña y nueva. Con unos veinticinco
empleados, incluido Jason, IP Innovations no era tan inexperta como otras
empresas emergentes, pero no éramos ni cerca una gran fuerza en el mundo
de la tecnología. Habíamos causado sensación en los blogs de tecnología
con nuestro software de reconocimiento facial, que podía rastrear la
ubicación de personas fotografiadas con teléfonos móviles. El software de
reconocimiento facial ya existía, pero carecía de precisión para los rostros
de mujeres y personas de color. El gobierno tenía su propia versión del
programa, pero el nuestro era el primero con un índice de precisión del
noventa y siete por ciento. Lo habíamos formateado para su uso en redes
sociales, permitiendo a plataformas como Facebook e Instagram reconocer
rostros de forma más inclusiva. Como resultado, los usuarios podrían
registrarse más fácilmente y los negocios locales recibirían más
valoraciones y reseñas.
Jason incluso había sido entrevistado para la lista de “30 menores de 30”
de Forbes como resultado. Supongo que era de esperar que una empresa
emergente fuera comprada si producía productos de éxito, pero yo no
esperaba que le ocurriera tan pronto a IP Innovations. Había supuesto que,
llegado el momento, una empresa de redes sociales o incluso el Gobierno
compraría nuestra función y la implantaría.
IP Innovations solo llevaba funcionando unos seis meses. Me gustaban
los otros programadores con los que trabajaba, excepto Jason con su actitud
espeluznante hacia mí, y el trabajo en sí. Me gustaba tanto que me pasaba
horas programando en casa, a veces hasta bien entrada la medianoche.
Temía que nos adquiriera una enorme empresa tecnológica y que
pasáramos de ser personas con nombre a simples números de empleados.
Cuando se producían estas fusiones, los programadores solían perder la
pasión y el empuje, pues ya no formaban parte de un equipo pequeño y
unido.
La voz de Nat me sacó de mis pensamientos. —Bueno, pase lo que pase,
no me importaría trabajar por debajo de uno de esos nuevos jefes... ¡o de los
dos! —Se lamió los labios de la forma más obscena, probablemente
representando algún tipo de fantasía orgiástica en su cabeza.
Puse los ojos en blanco. —¡Tienes problemas! —Volví a centrarme en el
monitor del portátil y empecé a teclear códigos.
—No, tú tienes problemas, señorita. —Me señaló con el dedo a la cara
—. ¡Eres como asexual! Apenas tienes citas. ¿Cuándo fue la última vez que
tuviste sexo? —Todo giraba en torno al sexo y a cómo conseguirlo en el
mundo de Nat.
—¡Oye! Yo sí salgo —protesté—. La semana pasada salí con ese chico
de la empresa de publicidad de al lado, ¿recuerdas?
—¿Tuvieron sexo? —preguntó levantando una ceja acusadora.
—¡Dios mío, Natalie! —Recé para que bajara la voz antes de que
alguien más oyera lo que estábamos hablando—. No te voy a decir nada —
susurré, esperando que bajara la voz para igualarla a la mía.
Ignorando mi indirecta, continuó con su volumen habitual: —¡Eso es
porque no hay nada que contar, o no estarías tan tensa ahora mismo!
Por mucho que odiara admitirlo, tenía razón. El publicista era guapo,
pero aquella noche me aburrí mucho en el bar con él. No paraba de hablar
de sí mismo y apenas me preguntaba algo sobre mi vida. En un momento
dado, dejé de intentar participar en la conversación y me puse a planear en
mi cabeza nuevos algoritmos de codificación que podría utilizar en el
trabajo. Terminé pronto la noche y me fui corriendo a casa a codificar hasta
las cuatro de la mañana.
No es que evitara el sexo. No era exactamente virgen, pero mi
experiencia era bastante limitada. Había hecho sexo oral una o dos veces y
había tenido algunas relaciones sexuales, aceptables con novios anteriores.
Salí con algunos chicos cuando me mudé a la ciudad, pero nada duró más
de dos semanas. Nunca había experimentado nada parecido a las historias
que Nat contaba sobre sus escapadas. Era una loca del sexo salvaje. Lo más
aventurero que había hecho era hacerle sexo oral a mi novio del instituto en
el asiento trasero de su coche después de salir del cine una noche. Para ser
sincera, mis orgasmos llegaban más fácilmente cuando me dejaban a mí
hacerlo con mis propios recursos, con dispositivos como mi vibrador.
Me resultaba difícil encontrar un chico que entendiera mi personalidad.
Era introvertida, así que salir con alguien no me resultaba cómodo. Los
chicos con los que salía se aprovechaban de mi tranquilidad y se
apoderaban de nuestras conversaciones. No creía que fuera socialmente
torpe, pero siempre dudaba de mí misma después de las citas. ¿Quizás yo
era realmente el problema? ¿Quizá saboteaba mis encuentros sexuales y por
eso no eran excitantes? ¿Quizá no era capaz de ser aventurera en la cama
porque era demasiado solitaria? Me gustaría ser más como Nat: enérgica y
despreocupada.
Al notar mi incomodidad, Nat me tranquilizó. —Vamos. Almorcemos
temprano y vayamos a ver ese nuevo camión de tacos que está calle abajo.
Jason ni siquiera se enterará de que nos hemos ido —me ofreció. Me sentí
aliviada al dejar de hablar de mi vida sexual, o de la falta de ella.
 
 
 
 
 

Capítulo II
Amelia

 
 
La reunión de Jason con los dos hombres guapos había durado mucho
más allá de cuando Nat y yo volvimos de nuestro almuerzo de dos horas.
Cuando los hombres se marcharon, Jason parecía demasiado preocupado
para volver a regañarme, pero su mal humor había continuado durante todo
el día. Había regañado a Nat por un pequeño error en su programación y
luego se había cernido sobre los hombros de los demás programadores,
criticando nuestro trabajo. Tammy, su secretaria, se llevó la peor parte. La
tenía corriendo por la oficina, imprimiendo documentos y organizándolos
en archivadores.
Después del arrebato de Jason ayer, me aseguré de llegar a tiempo al
trabajo hoy.
Era poco antes de la hora de comer y el ambiente en la oficina seguía
siendo tenso. Jason salió de su despacho y se dirigió a nosotros con las
manos juntas delante de la cintura. —Si me permiten la atención de todos.
Tengo una noticia. IP Innovations ha sido adquirida por Sethi Tech.
Sethi Tech era un gigante de la industria. Tenían fama de comprar
empresas emergentes prometedoras. Solo los programadores más brillantes
fueron contratados para trabajar para ellos. Normalmente exigían años de
experiencia antes de siquiera considerar a los solicitantes.
Esto significaba que los dos hombres que estaban aquí ayer eran los
Sethis de Sethi Tech. No me di cuenta cuando Tammy los anunció, pero
ahora empezaba a tener más sentido. Siempre había supuesto que los
propietarios serían mucho mayores y quizá no tan ensoñadores.
Probablemente eran playboys, ya que tenían más dinero que Dios y eran
increíblemente guapos. Probablemente las mujeres se les tiraban encima.
Jason continuó: —Esperaba que pudiéramos retrasar un poco más la
adquisición, hasta que puliéramos nuestro software, pero los propietarios se
mostraron inflexibles en que esto ocurriera lo antes posible. Dicho esto,
quieren que terminemos todas las revisiones del código y la depuración del
nuevo software a finales de la semana que viene.
Los murmullos se extendieron por la zona de trabajo. —¿Cómo vamos a
trabajar tan rápido? —preguntó uno de nuestros probadores, expresando la
mayor preocupación de todos.
—Me doy cuenta de que esto va a suponer mucha presión para todos
ustedes, pero me temo que no podemos opinar —dijo encogiéndose de
hombros—. Quieren que se complete toda la programación antes de que
algunos de ustedes sean trasladados a su sede.
—¿Algunos de nosotros? —preguntó Nat con frustración mientras se
levantaba de su asiento. Al parecer, los rumores de despido eran ciertos.
—No hay nada escrito en piedra, pero parece que sólo mantendrán a
algunos de ustedes a bordo después de que entreguemos el producto final y
se complete la fusión —respondió Jason con cara de resignación.
El silencio se apoderó de la oficina. Todos estábamos mudos de
asombro. Nos habíamos entregado en cuerpo y alma a este producto. La
oficina se sentía como una familia. La idea de que este equipo se disolviera
me dolía en el alma. Este software se había convertido rápidamente en una
pasión desde que empecé en IP Innovations. Si me despidieran, me sentiría
muy perdida. Probablemente podría encontrar un nuevo trabajo en otra
empresa, pero sentía que aún no había terminado mi trabajo en IP
Innovations. Todo esto me deprimía.
Jason terminó su reunión ofreciéndonos más detalles sobre las funciones
que debíamos pulir. Había mucho trabajo por hacer y poco tiempo si
queríamos cumplir el plazo la semana que viene. Normalmente, las fusiones
tardaban meses en completarse, así que era alarmante que esto ocurriera la
semana siguiente. No sabía cómo íbamos a terminar el software a tiempo,
pero parecía que no teníamos muchas opciones.
Cuando Jason terminó de hablar, desapareció en su despacho y no volvió
a aparecer en todo el día. Los demás pasamos veinte minutos desahogando
nuestras frustraciones. La sala se llenó de conversaciones en voz baja. Al
final, todos nos recuperamos lo suficiente para reanudar el trabajo. Yo me
ocupé de las tareas que me habían asignado. Si quería terminarlo todo antes
de la semana siguiente, tendría que pasar muchas noches en vela. No podía
perder más tiempo quejándome de la adquisición. Cada hora de trabajo era
valiosa.
A eso de las seis, Natalie apartó la silla de la mesa y se masajeó el
cuello. Yo también tenía la espalda agarrotada por estar sentada todo el día,
pero no tuve tiempo de levantarme y estirarme.
La oficina seguía llena, a pesar de la hora.
Nat se levantó y se acercó a mi escritorio. Dejó caer su trasero sobre mi
escritorio y exclamó: —¡Vamos a emborracharnos! —Todos mis vecinos de
mesa la miraron, molestos porque había interrumpido su concentración. Nat
no se dio cuenta o no le importó que la miraran.
Estaba pegada a la pantalla de mi portátil y seguía tecleando
furiosamente. —No puedo. Todavía tengo que trabajar mucho más esta
noche.
No había forma de que me sobrara tiempo para salir a beber.
Como no le gustó mi respuesta, cerró de golpe la pantalla y el portátil.
Me quedé boquiabierta. —¿Qué demonios, Nat?
—No. Si vamos a estar trabajando como mulas durante la próxima
semana, entonces deberíamos tener un último hurra. Además, después de la
semana que viene, puede que ni siquiera volvamos a trabajar juntas. —Su
expresión se volvió solemne.
Esto último también me entristeció. Era muy posible que ninguna de las
dos siguiera trabajando en Sethi Tech. Tendríamos que buscar trabajo en
otro sitio y vernos obligadas a seguir caminos separados. Era mi mejor
amiga en la ciudad, y la posibilidad de no verla todos los días me hacía un
nudo en el estómago.
Probablemente me arrepentiría de renunciar a la codificación por esa
noche, pero ella tenía razón. Necesitábamos un último hurra juntas antes de
que la mierda se volviera real.
Cerré los ojos con fuerza, ya arrepentida de mi irresponsable decisión.
—Dame cinco minutos para terminar.
Levantó su puño en el aire y golpeó mi escritorio con emoción. —¡Esa
es mi chica! —sonrió mientras movía los hombros en un bailoteo.
 
 
 
 
 

Capítulo III
Amelia

 
 
Nirvana estaba lleno. La discoteca rebosaba de gente que se movía al
ritmo de la música. Hermosas mujeres mostraban sus cuerpos tonificados
mientras se movían al ritmo y se frotaban sobre hombres igualmente sexys
y de cuerpo firme. La multitud nos zarandeaba de un lado a otro mientras
nos abríamos paso por la pista de baile.
Por suerte, tuvimos tiempo de cambiarnos de ropa antes de llegar.
Pasamos por el apartamento de Natalie para arreglarnos después del trabajo.
Yo no tenía ropa digna de salir de fiesta, así que Nat tuvo la generosidad de
prestarme un vestido dorado ajustado con los tirantes más finos que jamás
había visto. Era demasiado corto para mi gusto, pero ella insistió en que era
apropiado para la noche. También me prestó un par de tacones de aguja
negros de tiras demasiado altos. Y como si el vestido y los zapatos no
fueran suficientes, también me peinó y maquilló. Parecía otra persona.
Tenía los ojos ahumados y los labios pintados de rosa. Me peiné con ondas
suaves que aún se podían tocar y me caían por la espalda. No estaba
acostumbrada a esta versión de mí misma. Nunca había conocido a esta
Amelia.
Nat estaba perfecta con su minifalda de lentejuelas negras y su top de
seda del mismo color. Tenía las piernas largas de una modelo y el escote
justo para rellenar el top. Siempre era la primera en llamar la atención en
una habitación, con su pelo naranja brillante y su piel bronceada.
Nos dirigimos a la planta superior del club y encontramos a nuestros
otros compañeros. Ramone, Dave y Jen ya nos esperaban en una mesa con
bebidas en la mano. Nat nos pidió una ronda de chupitos cuando pasó la
camarera. Yo no era muy bebedora, pero sabía que Nat no estaba de humor
para escuchar mis protestas. Esta noche tenía la misión de desahogarse y
nos iba a llevar a todos con ella.
—¿Puedes creer que Sethi Tech nos compró? —gritó Ramone por
encima de la música—. Supongo que tenía que pasar en algún momento.
Los Sethi adquieren casi todas las empresas prometedoras.
Dave dio un sorbo a su bebida antes de responder: —He oído que esos
hermanos Sethi están metidos en mierdas ilegales, como el tráfico de
drogas. —Todos se le quedaron mirando, con los ojos muy abiertos por la
sorpresa. Como para que surtiera efecto, dio un sorbo aún más largo a su
Jack con Coca-Cola, sin ofrecer más información.
Nat le dio un fuerte puñetazo en el brazo a medio sorbo. Se atragantó y
tosió para aclararse la garganta. —¡No puedes soltar una bomba así y dejar
de hablar, idiota! Explícate.
Dave se frotó el brazo mientras apartaba su cuerpo de la línea de fuego
de Nat. Continuó: —Bueno, es que oí hablar a algunos de mis amigos que
trabajaban en otra empresa de tecnología. Los Sethi adquirieron su empresa
hace meses. Dijeron que a los hermanos les gustaba comprar empresas que
se dedican a los software de seguimiento. Supongo que tiene algo que ver
con vigilar a la gente que vende sus cosas o a su competencia, si los
rumores son ciertos.
—¿Así que nuestros nuevos jefes son traficantes de drogas? —pregunté
con incredulidad. ¿Qué se suponía que debía hacer con esta información?
Me encantaba mi trabajo, pero si seguía trabajando allí, también estaría
metida en asuntos turbios. ¿Debía empezar a buscar un nuevo trabajo por
principios? Tal vez formaría parte del grupo de los despedidos, así que no
tendría que preocuparme por entregar mi preaviso de dos semanas a una
pandilla de traficantes mafiosos. Seguro que no llevaban demasiado bien el
rechazo.
—Sí, pero eso son solo rumores —dijo Jen, tratando de calmarnos con
su escepticismo—. Parece un poco increíble que los narcotraficantes estén
tan involucrados en todas estas empresas sin que nadie acuda a la policía.
Llevan tiempo adquiriendo empresas. Ya les habrían pillado.
—Todo lo que sé es lo que he oído. Eso es todo. —Dave levantó ambas
manos, indicándonos que no disparáramos al mensajero.
—¡Gracias a Dios! Nuestros tragos están aquí! —Nat interrumpió. La
noche estaba finalmente a punto de comenzar, según ella.
Cogió los vasos de la bandeja antes de que la camarera pudiera hacerlo
ella misma y puso uno delante de cada uno. —¡A beber! —Todos se
bebieron sus chupitos de un trago, excepto yo. El olor me revolvía las
tripas. Nat gruñó con desagrado ante mi vacilación. Impacientemente, me
pellizcó la nariz y me acercó el vaso a la boca, obligándome a tragarlo. El
cálido líquido se precipitó por mi garganta y me calentó hasta el vientre.
Me soltó la nariz mientras yo tosía para despejar la garganta del ardor.
—¡Eh! ¡Lo habría hecho yo sola! —conseguí balbucear. Me limpié los
chorros de alcohol derramados por la barbilla con el dorso de la mano.
—No, no lo habrías hecho, debilucha —dijo y me guiñó un ojo,
mostrándome su sonrisa más carismática. Era muy insistente, pero era
difícil enfadarse con ella.
Entonces abrió mucho los ojos y se fijó en algo que había sobre mi
hombro. Me di la vuelta para ver qué estaba mirando.
«Hablando de los demonios», tal vez incluso literalmente. Los dos
hermanos, oscuros y presumiblemente peligrosos, estaban sentados en un
reservado cerca del balcón que daba a la planta principal. El más alto
llevaba una camisa negra abotonada y unos pantalones grises oscuros que
cubrían cada músculo de su cuerpo. Tenía las mangas remangadas,
mostrando las venas de los antebrazos, mientras bebía un sorbo de líquido
ámbar de su copa. Se pasó la lengua por el labio inferior para recoger las
gotas de licor que quedaban de la forma más suave. Su rostro mostraba una
expresión severa mientras hablaba con su hermano, que vestía de nuevo un
blazer sobre una camiseta y vaqueros. Era el más informal de los dos, pero
aun así estaba guapísimo. Los dos atraían las miradas de todas las mujeres
que estaban cerca de la mesa, incluida la mía. Era difícil no fijarse en sus
rasgos cincelados, que los hacían parecer dioses.
—¿Qué hacen ellos aquí? —Intenté hablar lo más bajo posible, por
miedo a que me oyeran.
—¡Oh, los Sethis son los dueños de este club! ¿No lo sabías? —Jen soltó
una risita ante mis ojos de cierva.
Por supuesto, eran los dueños del club. Probablemente eran dueños de
media ciudad con la cantidad de dinero que tenían.
En ese momento, dos hermosas mujeres de piernas largas se acercaban a
la cabina de los Sethi, abrazadas por la cintura. Parecían desesperadas por
llamar la atención con la forma en que deslizaban sus cuerpos junto a los
hombres sentados en la cabina. La rubia se arrimó al hermano en el blazer.
Tras intercambiar unas palabras al oído, ella se deslizó sobre su regazo, a
horcajadas sobre él. Él tampoco se contuvo y se besó con ella en público.
La rubia entrelazó los dedos en su pelo, agarrándolo con fuerza. Su cuerpo
se retorcía encima del tipo como si lo estuviera sobando para excitarse.
Parecían ajenos a cualquiera que pudiera estar mirando, incluido el hombre
moreno y melancólico sentado justo a su lado.
La morena que estaba junto al hermano severo echó la cabeza hacia atrás
y soltó una carcajada gutural en respuesta al espectáculo de su amiga rubia.
Acercó su cuerpo al de él y le desabrochó el botón superior de la camisa
antes de deslizar la mano por su interior. Por el movimiento de la camisa,
me di cuenta de que le estaba acariciando la piel desnuda del pecho. A
diferencia de su hermano, no parecía disfrutar de la atención, porque tenía
los labios apretados y sus ojos color avellana parecían indiferentes, casi
aburridos. Pero no la detuvo. Por alguna razón, deseaba que lo hiciera.
Sus ojos recorrían la habitación, como buscando algo más interesante en
lo que concentrarse. De repente, se fijaron en los míos. Sus cejas se alzaron
con curiosidad y luego bajaron al reconocerme, pero el aburrimiento ya no
se reflejaba en sus ojos. Los sustituyó algo más intenso. Más oscuro. Me
desafiaba a acercarme a él. Mi cuerpo también lo sentía. Descruce las
piernas y adelanté un pie, como si me viera obligada a levantarme y
acercarme a él.
La morena volvió a aparecer, moviéndose contra su barbilla. Esta debió
de notar su distracción, porque se esforzó aún más por llamar su atención.
Apretó sus tetas demasiado grandes contra su cuerpo y le mordisqueó la
oreja. Su mirada no se apartaba de la mía.
Como si sus ojos brillaran demasiado, como el sol, aparté la mirada. No
podía seguir viendo cómo la barbie se le echaba encima. Cogí el chupito
que tenía más cerca y me lo bebí de golpe sin dudarlo ni pellizcarme la
nariz para disimular el sabor amargo.
Nat chilló de alegría y aplaudió. —¡Esa es mi chica! —gritó, luego me
tomó de la mano y me arrastró escaleras abajo hasta la pista de baile.
 
 
 
 
 

Capítulo IV
Shyam

 
 
Jai me había convencido para que nos reuniéramos en nuestro club de la
ciudad para celebrar la adquisición de IP Innovations y hablar de negocios.
Aunque yo era el dueño, no me gustaba reunirme aquí para hablar de
negocios mientras mujeres desesperadas se me echaban encima. Mi
hermano, en cambio, vivía para esta mierda. Planificación y coños.
Aunque no debería quejarme. Era una forma fácil de conseguir mujeres.
Nunca tuve que trabajar para ello. Cuando llegué al club se alinearon en
nuestra cabina en el momento en que nos sentamos. Tan halagador y fácil
como era, tenía asuntos reales que discutir esta noche. Tarun.
—¿Se sabe algo de la India? —Observé mi entorno mientras daba un
sorbo a mi whisky. Siempre estaba atento a lo que me rodeaba. Siempre en
guardia. Los enemigos esperaban a que estuvieras distraído para atacar.
Aunque serían tontos si me atacaran en mi propio club. Este lugar estaba
lleno de mis hombres, todos armados y listos para matar. Para el ojo
inexperto, solo parecían gorilas aterradores.
—Todavía nada. Tarun ha estado callado demasiado tiempo —respondió
Jai, mirando a una rubia alta en una mesa al otro lado de la sala. Le dirigió
una mega sonrisa como invitación a unirse a él—. ¿Crees que ya vio el
anillo de Vik?
—Sí, lo ha visto. —Estaba seguro de ello. El único hermano de Tarun
estaba muerto. Éramos indios, y la lealtad familiar era muy profunda para
nosotros. Vik murió sirviendo a su hermano, y a cambio, Tarun haría
cualquier cosa para vengar su muerte. Lo más probable es que estuviera
callado porque estaba tramando su próximo movimiento.
La rubia que había estado mirando a Jai se acercó a nuestra mesa con
una amiga pegada a la cadera. —Chicos, ¿quieren invitarnos a una copa? —
preguntó la rubia tímidamente mientras movía las pestañas.
La miré con fastidio. Deberíamos habernos reunido en nuestra suite de
arriba para evitar esta mierda. No estaba de humor para coños fáciles
cuando tenía una guerra que planear.
—Relájate, hombre. Diviértete un poco. Acabamos de adquirir una
empresa con el mejor software de seguimiento disponible. Deberíamos estar
celebrándolo. En vez de eso, vas vestido como si fueras a la oficina. —Jai
hizo un gesto a la rubia para que se uniera a nosotros. Su presuntuosa amiga
asumió que la invitación se extendía también a ella y se deslizó hacia mi
lado de la cabina, apretando su delgado cuerpo contra mi cuerpo.
Mientras Jai y la rubia se follaban en seco a mi lado, la morena se
encargó de desabrocharme el botón superior y acariciarme el pecho. El
vello de mi cuerpo se erizó, pero no por la mujer que me tocaba. Me sentí
observado.
Recorrí la habitación hasta que mis ojos se encontraron con un par de
ojos verdes. Recordé aquellos ojos. Captaron mi atención igual que la
última vez que los vi. Aunque su dueña, mi nueva empleada, tenía un
aspecto diferente al de la última vez que la vi. Estaba sensual con aquel
vestidito. Su piel clara estaba ruborizada y me di cuenta de que su
respiración se había acelerado por la rapidez con que subía y bajaba el
pecho. Mi mirada se deslizó hasta sus pechos, donde pude ver sus pezones
asomando a través de la fina tela del vestido. No llevaba sujetador. Una
sonrisa tortuosa se dibujó en mis labios al descubrirlo.
Me había olvidado por completo de la mujer que me manoseaba el
pecho hasta que sentí que sus dientes me rozaron el lóbulo de la oreja. La
bella ángel del otro lado de la habitación resopló irritada y su cuello se puso
rojo antes de beberse un chupito y marcharse furiosa. Conocía esa mirada.
Estaba celosa. Sonreí para mis adentros: tal vez esta noche iba a ser
interesante, después de todo.
 
 
 
 
 

Capítulo V
Amelia

 
 
Me dejé llevar por el ritmo de la música en la pista de baile, intentando
borrar la imagen de Miss Tetas Grandes metiéndole mano a mi nuevo jefe.
No tardé en contagiarme del ambiente. Me sentí sexy con mi vestido y me
solté, moviendo las caderas y descendiendo hasta el suelo.
Estaba sudando de tanto bailar. Nat y yo hicimos frecuentes paradas en
el bar para hidratarnos, bebiendo chupitos como si fueran agua. Era la
mayor cantidad de alcohol que había bebido en una noche en mi vida.
No sabía por qué me había molestado tanto antes. Me dije a mí misma
que probablemente era porque me molestaba que mi nuevo jefe fuera tan
poco profesional, dejando que mujeres al azar lo acariciaran en público
donde sus empleados podían verlo. Claro, él no sabía que íbamos a estar
allí, pero era un lugar público, así que cualquiera podía verlo. Y era el
dueño del club, así que era aún más sórdido que actuara así en su propio
establecimiento.
Trabajar para ese narcotraficante cachondo ahora parecía estar
descartado. Tenía moral, y no había estudiado tanto en la universidad para
trabajar para alguien tan vulgar como él. Jason ya había sido bastante malo
con sus rarezas, pero esto se pasaba de la raya. ¡Debería enviar mi pre-aviso
por correo electrónico y renunciar de inmediato!
Después de lo que me parecieron horas de baile y bebida, sentí que mi
cerebro se volvía confuso. Necesitaba un respiro. El alcohol y los cuerpos
calientes me estaban sofocando. Le indiqué a Nat que iba a buscar un baño.
Me hizo un gesto de aprobación y siguió montándola con un tipo cualquiera
que nos había invitado la última ronda.
Me abrí paso entre la multitud y me agarré con cuidado a la barandilla
de la escalera mientras subía al segundo piso. Me dolían los pies porque no
estaban acostumbrados a los tacones. Ahora mismo habría matado por mis
zapatillas.
Al encontrarme en un pasillo largo y estrecho, supuse que el cuarto de
baño estaba en el extremo opuesto y seguí avanzando en busca de él. Sin
embargo, parecía demasiado tranquilo para ser el camino al baño. Debería
haber un montón de gente por aquí.
Me di cuenta demasiado tarde de que no estaba sola. Una mano grande y
fría me tapaba la boca por detrás, mientras otra me rodeaba la cintura con
demasiada fuerza. Mi espalda estaba presionada contra algo duro. Intenté
gritar, pero de mi boca tapada no salía ningún sonido. Un aliento caliente
me rozaba el cuello.
—No te muevas, zorra —una profunda advertencia resonó en mi oído.
Mi pecho empezó a agitarse presa del pánico. Dios, ¿por qué pensé que era
buena idea pasear sola por el club?
Con un rápido movimiento, me estampó contra la pared. Su mano me
apretó el cuello, sujetándome y dificultándome la respiración. Me zumbaba
la cabeza por la fuerza del impacto y la falta de oxígeno.
Cuando volví a enfocar la vista, vi la oscura sombra de una persona que
se cernía sobre mí. Era difícil verle los ojos bajo la gorra de béisbol, pero
tenía una sonrisa arrogante en la boca, como una hiena a punto de saltar.
—Parece que esta vez he tenido suerte. Eres guapa, ¿verdad? —me siseó
en la cara.
Su cabeza se inclinó lentamente hacia abajo, hasta que me miró
directamente al pecho. Me estremecí cuando su mano áspera y torpe apretó
uno de mis pechos. —Lástima que estas tetas sean naturales. A mí me
suelen gustar más grandes —se mofó—. Tendrán que valer.
Se me escapaban lágrimas por las comisuras de los ojos. Su cuerpo
estaba tan cerca del mío que podía sentir su asqueroso pene presionando mi
vientre. Se me revolvió el estómago. Iba a vomitar.
En un instante, la presión sobre mi garganta desapareció. Caí al suelo,
tosiendo y jadeando. Vi a mi agresor en el suelo.
Junto a él estaba mi nuevo jefe. Su cuerpo estaba rígido por la rabia
mientras apuntaba con una pistola al hombre caído. Las venas de sus
antebrazos sobresalían con tensión mientras empuñaba el arma. La
manejaba con tanta familiaridad que parecía una extensión natural de su
brazo.
—Si vuelvo a verte en mi club, no dudaré en meterte una bala en la
cabeza. —Mantenía la voz baja, pero me aterrorizaba más de lo que lo
había hecho mi atacante.
El hombre que estaba en el suelo empezó a arrastrarse para escapar.
Como si no fuera lo bastante rápido para su gusto, mi jefe le golpeó en la
nuca con el cañón de su pistola. El hombre salió corriendo del pasillo tan
rápido como pudo.
Me quedé sola con una nueva figura que se alzaba sobre mí. Un
verdadero depredador. No hablé por miedo a su ira. Sus ojos se clavaron en
los míos mientras me agazapaba en el suelo, mirándole.
—Levántate —me ladró.
Me quedé helada en el suelo. Irradiaba impaciencia. Me agarró con
fuerza por los brazos y me apoyó contra la pared. Probablemente medía más
de metro setenta con mis tacones de aguja, pero él seguía siendo más alto
que yo. Sus dedos se clavaron en mi piel, impidiéndome moverme.
El fuego de sus ojos no había disminuido. Ahora parecía aún más
intenso al estudiar mi rostro. Contuve la respiración cuando su mirada bajó
hasta mis labios. Los separé, pero no salió aire.
De repente, su mirada se desvió hacia mi cuello. Apretó la mandíbula
con rabia. Mi atacante debía de haberme dejado marcas. Las yemas de sus
dedos tocaron suavemente mi piel, trazando lo que veía.
Sin querer, exhalé el aliento que había estado conteniendo todo este
tiempo, y salió como un suave gemido. Aquellos ojos volvieron a clavarse
en los míos con una expresión salvaje y hambrienta.
Acercó su cuerpo. Estaba tan cerca que podía oler su esencia: cuero y
tabaco. Sus dedos se deslizaron por mi cuerpo hasta la cintura, donde me
sujetaron. No podía huir aunque quisiera, aunque sabía que debía hacerlo.
Este hombre era peligroso. Lo notaba en la forma en que me miraba, como
si pudiera arruinarme.
Su duro miembro me presionó el bajo vientre. Sin pensarlo, incliné la
pelvis a su encuentro. Necesitaba fricción para aliviar el dolor entre mis
piernas. Me apretó más su pene, como si leyera mi mente. Dios, qué bien
me sentí.
Mi espalda se arqueó contra la pared mientras mi cabeza caía hacia atrás
de placer. Necesitaba más.
Levanté la rodilla hasta su cadera para poder rodearle el culo con la
pierna, dándole más acceso a mi zona más sensible.
De repente, me empujó la pierna hacia abajo y me soltó. Parpadeé
confundida. Dio un paso atrás, alejándose de mí. Sus ojos se enfriaron, el
fuego se extinguió. «¿Por qué está enfadado conmigo?»
Mis mejillas se calentaron por la vergüenza del rechazo. Crucé los
brazos sobre el pecho para no sentirme expuesta.
—Vete a casa. —Su voz era baja y firme, como si nada hubiera pasado.
Me quedé allí, con los ojos saltones, sin poder moverme ni hablar. Me
miró una vez más antes de marcharse.
Sin más, me quedé sola, mojada y rechazada.
 
 
 
 
 

Capítulo VI
Amelia

 
 
La mañana siguiente fue brutal. Había dado vueltas en la cama toda la
noche, a pesar de necesitar dormir para curar la resaca.
Tenía los ojos hinchados y en el cuello se me habían formado moratones
por la agresión de la noche anterior. Me los tapé con un pañuelo para evitar
las preguntas de mis compañeros. Gracias a Dios era viernes y podría
recuperar el sueño este fin de semana.
Me sentía miserable. Tenía una migraña tremenda por haber bebido
demasiado. Sentí náuseas por haber estado a punto de ser violada por un
ogro y vergüenza por cómo me lancé sobre mi nuevo jefe. La última parte
era la que más me molestaba porque yo no era esa chica. Yo no me tiraba a
tipos al azar, y mucho menos a presuntos traficantes de drogas, en pasillos
oscuros de discotecas.
«Ugh». Sonaba incluso peor cuanto más lo pensaba.
Por suerte, pude mantener la mente ocupada escribiendo y puliendo
códigos toda la mañana. Nat también debía de sentirse fatal, porque apenas
me dirigió la palabra cuando llegó a la oficina. La mayoría de sus
respuestas a los compañeros eran murmullos incoherentes.
Jason llamó nuestra atención justo antes de la hora de comer. Levanté la
vista del monitor al oír su voz. «¡Mierda!»
Él estaba de pie junto a Jason. Vestido con traje azul marino y corbata
negra, parecía fresco y pulido, como si no me hubiera tenido contra la pared
la noche anterior. Mientras tanto, yo había llegado a la oficina con unos
vaqueros rotos y una camiseta de un concierto de Pink Floyd. Me acerqué el
pañuelo al cuello para estar más cómoda.
—Me gustaría presentarles a todos a la mitad de Sethi Tech, el Sr.
Shyam Sethi. —Jason hizo un gesto al señor alto, oscuro y sexy con
entusiasmo.
«Shyam». No había sabido qué hermano era hasta ahora. Y ahora que
había oído su nombre, tenía sentido. Le quedaba bien. Fuerte y misterioso.
—El Sr. Sethi está aquí para ver los progresos que hemos hecho —
continuó Jason—. Shyam, ¿te gustaría decir unas palabras?
Era difícil leer la expresión de Shyam. No parecía enfadado, pero quizá
le irritaba estar aquí.
—Gracias, Jason —empezó—. Me gustaría felicitarlos a todos por su
duro trabajo.
Era la primera vez que le oía decir más de dos palabras. Su tono era
serio, pero profundo y peligroso. Y no tenía acento americano, pero
tampoco era del todo indio. Era más británico, supuse. Fuera lo que fuese,
me hacía sentir ese cosquilleo familiar entre las piernas cuando lo oía. ¿Por
qué tenía ese efecto en mí?
—Pedirles que completen este proyecto en un plazo limitado no es lo
ideal —continuó—, pero es necesario. Por esta razón, hoy me reuniré con
cada uno de ustedes por separado para hablar de sus progresos. —Su mirada
se posó en mí cuando dijo la última parte.
Me asusté y desvié la mirada hacia mis zapatos para evitar su mirada
penetrante.
—Por favor, prepárense para presentar sus características de forma
concisa —interrumpió Jason. Shyam apretó la mandíbula, seguramente
porque no le gustó que le cortaran el discurso.
—Shyam, si me sigues, te mostraré la sala de conferencias. — Jason le
indicó el camino.
«Genial». Primero, frota su pene contra mí y luego me da la espalda.
Ahora, tengo que estar a solas con él para regodearse en mi humillación.
Debería haber dicho que estaba enferma.
 
*****
 
Era tarde y aún no me habían llamado para hacer la presentación. Intenté
concentrarme en la tarea que tenía entre manos y ensayar mentalmente
todas las especificaciones en las que había trabajado para calmar mis
nervios. Si dejaba de pensar en la presentación a Shyam y me concentraba
en el trabajo, todo iría bien.
Eran poco más de las seis y media y yo era la última en la oficina.
Supuse que Jason también se había ido, ya que las luces de su despacho
estaban apagadas.
Dave salió de la sala de conferencias y recogió su portátil y su bolso. —
Buena suerte —dijo mientras salía por la puerta.
Era mi turno. Me levanté y recogí mi portátil. Caminé despacio hacia la
sala de conferencias, rezando para que mis pies me llevaran hasta allí
aunque tuvieran ganas de salir corriendo. Cuando llegué a la puerta, levanté
el puño para llamar antes de entrar.
—Pasa —la voz de Shyam resonó en la puerta antes de que tuviera la
oportunidad.
Seguí su orden. Habían bajado las persianas de privacidad para impedir
que nadie viera la habitación. Era intimidante estar aquí sin ver los
escritorios y las sillas más allá de las ventanas.
Shyam se sentó con una postura perfecta en la cabecera de la mesa.
Señaló el extremo opuesto y ordenó: —Puede empezar, señorita Becker.
Respiré hondo para estabilizar mis temblorosas piernas mientras me
acercaba a la parte delantera de la sala. Tenía el estómago lleno de
mariposas.
Conecté mi portátil al proyector de pantalla de la pared y desplegué la
aplicación en mi pantalla. Mientras tanto, él estaba sentado, concentrado en
mí, con un brazo sobre el pecho y el dedo índice de la otra mano apretado
contra los labios. Un anillo de plata parpadeaba en su dedo mientras
esperaba a que empezara.
Me aclaré la garganta y me obligué a hablar. «Concéntrate en el
trabajo». —La mayoría de los datos de seguimiento recopilados por
diversas aplicaciones recogen fragmentos de información, como el nombre
de una persona o su nombre de usuario. Por ejemplo, Facebook recopila la
información introducida, como el nombre de usuario y el número de
teléfono, y la asocia a una cuenta concreta. El software de reconocimiento
facial ofrece otra dimensión a la recolección de datos. Cuando los usuarios
suben fotos a cualquier aplicación, podemos utilizar las coordenadas
incrustadas del lugar donde se tomó la foto para pedir al usuario que se
registre en determinados lugares o que valore y reseñe los negocios locales
donde se tomó la foto. Pero seguro que esto ya lo sabes. —Me di cuenta de
que probablemente todo esto era redundante para él.
Se quitó el dedo de la boca y se reclinó en la silla. —Sí que lo sé. ¿En
qué se diferencia lo que has hecho de lo que hay actualmente?
—La mayoría de los programas de reconocimiento facial utilizan
algoritmos especiales para identificar a una persona a partir de ciertos
rasgos específicos de su rostro. Sin embargo, el software que ya existe solo
es específico para un determinado tipo de demografía.
—Hombres caucásicos —añadió.
—Sí. Concretamente, hombres caucásicos de más de cuarenta años. El
software disponible tiene grandes márgenes de error cuando intenta
identificar otras razas o mujeres. Nuestro software tiene la mayor precisión
disponible para identificar demografías que no sean hombres blancos
mayores. —Hablar de lo que sabía fue mucho más fácil de lo que me temía.
Me ayudó a calmar los nervios.
—¿Podría alguien engañar a su software para que no le identificara con
precisión?
La respuesta corta era no. Pero no estaba segura de por qué alguien
intentaría engañar al software. Estaba pensado para las redes sociales.
El “camuflaje” se utilizaba para ocultarse de los programas de
reconocimiento facial. Consistía en cambiar los píxeles de una imagen para
engañar al software, aunque la imagen camuflada seguía siendo
prácticamente indistinguible de la imagen original a simple vista. Una
persona podía utilizar el software de camuflaje para alterar sus rasgos
faciales en las fotos. Muchas de esas fotos alteradas se subían a Internet y se
vinculaban a una persona concreta, impidiendo así que el software de
reconocimiento facial identificara —con precisión— a una persona cuando
se subía una foto real. El gobierno tenía su propia versión del software de
reconocimiento facial que no se veía afectada por la ocultación. El nuestro
fue el primer software de reconocimiento facial destinado a las redes
sociales que tampoco se vio afectado por la ocultación.
Yo había implementado una función que podía ocultar cualquier imagen
de una persona, de modo que si una persona intentaba ocultar su propia
foto, nuestro software ya habría alterado la imagen cargada, adelantándose a
la persona. Utilizaba varias combinaciones de las imágenes camufladas que
generaba para identificar a una persona que intentaba ocultar su identidad.
Shyam se levantó lentamente de la silla. Aún no había respondido a su
pregunta, así que no sabía qué significaba aquello. Dejé de hablar cuando se
acercó a mí como una pantera, con pasos tranquilos pero listos para saltar
en cualquier momento.
Me volví hacia él cuando llegó a mi lado. Me devolvió a mi posición
original, frente a la mesa de conferencias. Sentí que unas manos cálidas me
subían el dobladillo de la camisa, dejando al descubierto mi sección media.
Se me puso la piel de gallina.
—Continua —me susurró al oído desde atrás. Su aliento acarició mi piel
sensible.
Todavía insegura, seguí hablando. —No... nuestro software sigue
siendo... capaz de identificar con precisión a las personas... aunque se
utilice el camuflaje. —Mi voz salió entre jadeos.
Una de sus manos se posó en mi cintura, mientras la otra subía por la
parte superior de mi espalda hasta que mi pecho se encontró con la
superficie de la mesa. Volví la cabeza y lo vi de pie detrás de mí, con una
expresión de satisfacción en su hermoso rostro. Apretó mi cara hacia un
lado para que no pudiera verlo más.
—¿Y cómo lo has hecho? —gruñó mientras me acariciaba el vientre.
Cada vez me resultaba más difícil concentrarme en mi presentación. Mi
cuerpo ardía de expectación. —Una función integrada —logré decir.
Su mano recorrió mi vientre hasta el botón de mis vaqueros. Con dedos
firmes, lo desabrochó y me bajó la cremallera muy despacio. Dios mío,
¿qué estaba haciendo?
—¿Qué tipo de función? —preguntó. Sentí que se acercaba más a mí, de
modo que su pene me presionaba el culo a través de los vaqueros. Su mano
se movió bajo el borde de mis bragas y rozó el escaso vello que conservaba
allí.
—Uno que pudiera... ocultar imágenes... como referencia —logré decir.
No sabía cómo podría seguir hablando a este ritmo. Estaba tan necesitada
que me dolía el centro.
—Eres una chica lista —dijo mientras deslizaba su mano hacia abajo y
encontraba mi clítoris. No pude contener el gemido que se escapó de mis
labios. Sabía que él también lo había oído, porque su pene se sacudió contra
mi culo.
—Bolo— dijo bruscamente en hindi. «Dime». —¿Se puede utilizar para
encontrar la ubicación de una persona? —Sus dedos frotaron un círculo
apretado en mi clítoris. Mi cuerpo se estremeció de placer con su breve
contacto. Entrelazó su mano libre con el pelo de mi nuca y me sujetó. Su
dominio me gustaba.
Siguió masajeandome el clítoris. Mis palmas presionaban la mesa frente
a mi cabeza. Mis bragas estaban tan mojadas que resbalaban contra mí.
—Sí —fue la única respuesta que pude dar. El placer iba en aumento.
Sus dedos se movían más rápido, aplicando más presión. Casi había
llegado. Sentía que moriría si paraba.
—¿Y no hay forma de bloquear la función de ocultación integrada? —
preguntó bruscamente mientras frotaba su pene contra mi trasero. Era
demasiado. No podía responder. Estaba a punto de estallar.
Se impacientó cuando no le contesté y detuvo su mano. Grité de
frustración.
Me tiró del pelo para girarme la cabeza y le miré, y grité de dolor. —
Bolo, Srta. Becker. —Sus ojos estaban llenos de fuerza.
—No —solté—. No hay forma de bloquearlo.
—¿En absoluto? —me preguntó mientras me tiraba del pelo con más
fuerza.
—Solo si alguien alterara físicamente su aspecto —respondí
rápidamente, desesperada por que siguiera acariciándome.
Parecía satisfecho con la respuesta y me soltó la cabeza. No volvió a
obligarme a bajar la cara a la mesa. En cambio, sus dedos trabajaron más
rápido sobre mi clítoris, llevándome de nuevo a mi umbral. Entonces
deslizó un dedo en mi interior. —¡Oh, Dios! —gemí.
—Vente para mí —gruñó.
Como si fuera su dueño, mi cuerpo respondió automáticamente. Detoné
bajo las yemas de sus dedos mientras gritaba su nombre. —¡Shyam!
Mi torso se desplomó sobre la mesa cuando el orgasmo me inundó. Me
tomé unos instantes para recuperar el aliento.
 
Shyam se apartó de mi cuerpo. Me levanté de la mesa y vi que se dirigía
a la puerta. Estaba a punto de salir y dejarme de nuevo.
—¡Shyam! —Le levanté la voz con rabia. Normalmente era de voz
suave, pero me enfurecía que esto volviera a ocurrir. La primera vez me
enfadé conmigo misma, pero esta vez me enfadé con él.
Se volvió hacia mí con una expresión ilegible en el rostro.
El pañuelo que me rodeaba el cuello se había soltado durante su
manoseo. Sus ojos se fijaron en los moretones de mi piel. Casi parecía que
la preocupación apareciera en sus ojos. Antes de que pudiera preguntarle
qué pasaba, salió por la puerta y la cerró tras de sí.
 
 
 
 
 

Capítulo VII
Shyam

 
 
El humo salía del extremo de mi puro. Me lo llevé a los labios e inhalé
profundamente. Incliné la cabeza hacia atrás y exhalé lentamente, liberando
la tensión de los hombros.
Nirvana estaba lleno de vida esta noche. Los viernes siempre eran
buenos. Las mujeres salían en manadas.
Jai y yo nos sentamos en mi despacho privado de la tercera planta. Una
de las paredes era de cristal tintado, a prueba de balas y de ruidos, y daba a
todo el club. Debajo de nosotros, podía ver hordas de veinteañeras
cachondas que buscaban ligar. Eran jóvenes, con culos duros y tetas
redondas, y bailaban para llamar la atención, para que se fijaran en ellas los
jóvenes que buscaban un polvo fácil.
Mi mente vagaba hacia Amelia mientras daba otra calada a mi cigarro.
Amelia Anne Becker, veintitrés años. Hija única de Joseph y Angela
Becker, de Seattle, Washington. Su padre había sido electricista y su madre
enfermera. Joseph Becker murió de cáncer cuando Amelia tenía quince
años. Había vivido con su madre hasta que se trasladó al otro lado del país
para matricularse con una beca en la Facultad de Ingeniería de la
Universidad de Nueva York. Se había licenciado en Informática con
matrícula de honor.
Había participado activamente en muchas organizaciones de ingeniería
en la universidad y había ganado premios en algunos concursos. Sus
profesores la describen como brillante y motivada. IP Innovations fue su
primer trabajo al salir de la universidad.
Su expediente estaba limpio. Ningún delito menor, ni siquiera multas de
aparcamiento. Había tenido citas esporádicas desde que se mudó a la
ciudad, pero nada serio que destacar.
Estaba limpísima. Inocente... casi virginal, incluso. Su expediente decía
que había visitado a un ginecólogo cercano y tenía una receta activa de
anticonceptivos que se renovaba mensualmente, a pesar de no salir con
regularidad.
Me gustaban las mujeres con experiencia. A las vírgenes había que
acostumbrarlas antes de que aprendieran a follar bien. El riesgo de que se
encariñaran era demasiado alto. Disfruté con algunas, pero nada podía
compararse a una mujer que sabía cómo manejar un pene.
Amelia parecía virgen por fuera, pero cuando la controlaba, sabía
exactamente cómo responder. No tenía miedo de querer más. No había
planeado volver a tocarla hoy en la oficina, pero después de acorralarla en
el club, no pude resistirme. Algo me atraía hacia ella cada vez que estaba
cerca.
Cuando la encontré siendo herida por ese hijo de puta, vi rojo. La rabia
se apoderó de mí y quise darle una paliza. Luego, cuando ella me miró
fijamente con esa mirada inocente, necesité borrar cualquier evidencia de
que alguien más la había tocado primero.
«Mierda», su piel era tan suave, y a mi pene le gustaba. Tenerla
inclinada sobre la mesa de conferencias hacía apenas unas horas había
desatado algo primitivo en mí. Oírla gritar mi nombre mientras se corría
había despertado algo en mí que no había sentido con otras mujeres. Y era
inteligente. La forma en que hablaba de su trabajo me excitaba. No estaba
acostumbrado a que las mujeres hablaran de otra cosa que no fuera cómo
querían chupármela.
Jai se sentó de nuevo en el sillón de cuero frente a mí, disfrutando de su
puro mientras observaba la vista bajo nosotros.
—Nuestros chicos encontraron el cuerpo de Manish —dijo Jai entre
exhalaciones de anillos de humo de su boca.
—¿Dónde? —Podía sentir mi temperamento a punto de hervir.
Manish era uno de nuestros mejores hombres en la India, nuestros ojos y
oídos en casa. Había desaparecido anoche mientras estábamos en el club.
Yo había subido a la suite para llamar a mis chicos en privado cuando
encontré a Amelia acorralada por el idiota. Ella me había distraído.
—Vagón de tren abandonado en Bengala. Su cuerpo estaba destrozado.
Le faltaban dedos de manos y pies. Heridas de arma blanca en las tripas y la
garganta. Dicen que se desangró —respondió Jai sombríamente.
—¿Tenemos ya la localización de Tarun? —Era un experto en
esconderse y lo había estado haciendo durante la mayor parte de su vida
adulta. Habíamos plantado hombres por toda la India, especialmente en
Bengala, para encontrarlo. Por desgracia, ninguno de ellos había tenido
éxito todavía. Incluso con nuestro mejor software de rastreo, no podíamos
encontrar una ubicación.
—Cuando la aplicación de rastreo de IP Innovations esté terminada,
quizá podamos localizarlo —me dijo Jai. Era un genio de la tecnología, así
que confié en su seguridad.
La verdadera razón por la que comprábamos nuevas empresas era para
poder vigilar a todos los actores de nuestro mundo, especialmente a Tarun.
Pudimos recopilar diversos datos de las distintas aplicaciones que
adquirimos para elaborar perfiles completos de cada persona de nuestra red
de narcotraficantes, como una red de datos de la clandestinidad.
El perfil de Tarun había sido más que difícil de recopilar. Solo pudimos
encontrar información de su adolescencia, cuando Internet empezó a
recopilar datos de los usuarios. La foto más actualizada que teníamos de él
era de cuando tenía dieciocho años. También fue la última vez que le vimos
en persona. Ninguna de las informaciones que encontramos nos sirvió de
ayuda, ya que ahora eran viejas. Había sido capaz de reunir a su propio
equipo técnico para bloquear la recuperación de sus propios datos y ocultar
sus fotos para que no pudieran rastrearlo. Era escurridizo a las fotografías.
Permanecía oculto a todos, excepto a sus hombres más cercanos, para evitar
ser reconocido. Para el resto del mundo, seguía siendo un niño gordo con
papada y una gran marca de nacimiento de color marrón oscuro en el lado
izquierdo del cuello. Esperábamos que con la aplicación de IP Innovations
pudiéramos rastrearlo utilizando su función que alteraba las imágenes para
encontrar una coincidencia. Amelia no era consciente de lo útil que nos
resultaba haber creado esta función.
Para el mundo exterior, Sethi Tech solo parecía otro gigante tecnológico
que compraba empresas emergentes con aplicaciones innovadoras. Sin
embargo, las únicas aplicaciones que nos interesaban eran las de
seguimiento. Por supuesto, también adquirimos algunas aplicaciones de
otras empresas que no eran de seguimiento, pero solo para despistar al
público.
Tarun sabía lo que tramábamos e intentaba desesperadamente bloquear
nuestros avances. Lo más probable es que no supiera que no podía engañar
al nuevo software que habíamos adquirido. Yo había ordenado a Jason que
presionara a sus desarrolladores para que implementaran la función y le
había hecho firmar un acuerdo de confidencialidad para que no pudiera
hablar de ello con nadie. Obligamos a sus empleados a hacer lo mismo.
Habían supuesto que se trataba de papeleo normal que había que firmar en
una adquisición. Todo lo que necesitábamos ahora era una foto actual de
Tarun sin prótesis ni alteraciones físicas en la cara y la ubicación del lugar
donde se había tomado la foto.
—Su red en Estados Unidos sigue creciendo —dijo Jai antes de dar otra
calada a su puro.
Este tipo tenía cojones para pensar que podía espiarnos y luego quedarse
con nuestro negocio. Ya había perdido a su hermano. ¿Era lo
suficientemente estúpido como para continuar su sueño de una toma de
posesión?
—No por mucho tiempo. —Su pequeña fantasía no tenía ninguna
posibilidad.
 
 
 
 
 

Capítulo VIII
Amelia

 
 
La semana siguiente fue un caos. Todos los desarrolladores teníamos
prisa por completar nuestras funciones. Trabajamos sin dormir y con mucho
café. Todos queríamos hacer un buen trabajo para evitar el despido.
Sin embargo, seguía teniendo sentimientos encontrados sobre la
posibilidad de trabajar para Sethi Tech. Por un lado, sabía que algo turbio
estaba pasando en esa empresa y que Shyam era el responsable. Mi
intuición me decía que los rumores eran ciertos. Pero al mismo tiempo, no
podía dejar de pensar en él. En secreto, esperaba que volviera a visitar la
oficina antes de que entregáramos nuestro producto, solo para poder verlo
de nuevo. También le odiaba por haberme dejado colgada dos veces, pero
no podía negar lo que me hacía sentir. Mi cuerpo siempre traicionaba a mi
cerebro cuando estaba cerca de él. Me pedía más.
Llegó el viernes y nadie había oído hablar del traslado a Sethi Tech. Nos
sentimos derrotados, aunque milagrosamente habíamos terminado nuestro
producto a tiempo.
Jason tampoco nos puso al día. Nos dio las gracias por nuestro duro
trabajo y nos deseó suerte en nuestras “futuras empresas”. Supongo que no
le importaba tanto, ya que estaba recibiendo un gran pago por su software.
Probablemente crearía otra empresa como todos los demás CEO y ganaría
aún más dinero vendiéndola también.
Cuando dieron las cinco, Nat y yo nos despedimos. Nos abrazamos y
nos besamos cuando nos dimos cuenta de que ya no íbamos a trabajar
juntas. La iba a echar de menos. Prometimos reunirnos pronto para comer y
quejarnos por el despido. También me despedí del resto de mis compañeros.
El ambiente era sombrío cuando salimos de la oficina por última vez.
Llovía cuando salí del edificio. Qué apropiado. Coincidía con mi estado
de ánimo: triste y lúgubre. Podría haber llamado a un taxi, pero preferí
caminar bajo la lluvia y dejarme llevar por mis emociones.
Era mi primer trabajo al salir de la universidad. Nunca me habían
despedido, así que este tipo de rechazo era nuevo. Sabía que era inteligente
y tenía confianza en mi trabajo, pero este despido había herido mi ego.
Llegué a la puerta de mi apartamento e introduje la llave en la cerradura.
La puerta se abrió de un empujón antes de que pudiera girarla. «¿Eh?»
Creía que había cerrado con llave al salir esta mañana. Miré a mi alrededor
antes de entrar. Mi casa era tan pequeña que era fácil revisarla sin entrar.
Nada parecía fuera de lugar. Y llevaba conmigo mi objeto más valioso, el
portátil.
Entré en silencio y me quité los zapatos empapados para que no mojaran
todo el suelo. Entré de puntillas en mi apartamento y comprobé el armario y
el baño. No parecía haber nadie escondido. Estaba paranoica. Debía de
haber dejado la puerta abierta por accidente. Tenía sentido, ya que mi mente
había estado preocupada últimamente.
Me di una larga ducha caliente y me puse un pijama para estar más
cómoda. Hacía tiempo que no llamaba a mi madre. Vivía sola desde que
murió mi padre y yo me mudé a la ciudad. Por suerte, seguía trabajando
como enfermera, así que tenía algo que la mantenía ocupada y la distraía de
la soledad.
Me dejé caer en la cama y marqué su número.
—¡Hola, cariño! Estaba pensando en ti. —Su voz siempre sonaba alegre
y feliz cada vez que llamaba a casa. Me rompió aún más el corazón haberla
dejado sola.
—Hola, mamá —dije, fingiendo que todo iba bien.
—¿Qué pasa, querida? —Nunca podía ocultarle mi estado de ánimo.
Estábamos tan unidas que siempre podíamos sentir cuando la otra estaba
disgustada.
—Creo que me acaban de despedir del trabajo. Supongo que me siento
decepcionada.
—¿Estás segura? —me preguntó. La puse al corriente de la adquisición
y de que ninguno de nosotros había oído hablar de pasar a formar parte de
la nueva empresa.
—Amelia, eres una chica lista. Siente lo que necesites sentir ahora, pero
luego sigue adelante. Esta noche, puedes permitirte enojarte, pero mañana,
empieza a buscar algo nuevo. —Ella siempre me empujó a ser fuerte. Tras
la muerte de mi padre, se dio cuenta de lo mucho que había confiado en su
marido. Estuvo perdida durante un tiempo y se esforzó por gestionar las
facturas de la casa, ya que mi padre se había encargado de todo. No quería
que yo estuviera nunca en esa situación, así que siempre me animó a ser
independiente.
—Tienes razón, mamá —dije con determinación—. Empezaré a buscar
mañana. —Encontraría algo aún mejor que mi último trabajo y empezaría
un nuevo capítulo en mi carrera.
—Esa es mi chica. Encontrarás algo rápido. Lo sé. Eres demasiado
brillante para no hacerlo. —Su voz estaba llena de orgullo maternal.
—Gracias. Entonces, ¿qué hay de nuevo contigo? —Pregunté.
—Bueno, el trabajo es arduo ya que es temporada de gripe. Mucha gente
está internada en el hospital. —Su voz sonaba cansada cuando hablaba de
trabajo. Ojalá pudiera jubilarse y yo pudiera mantenerla económicamente.
Quizá mi próximo trabajo me lo permita.
—Eso es duro. Ten cuidado, mamá. A mí tampoco me gustaría que te
contagiaras de nada. —Trabajaba en urgencias, así que era la primera en la
fila para contagiarse de cualquier enfermedad infecciosa que se paseara por
allí.
Se rió. —No te preocupes, querida. Ese es mi trabajo. 
Suspiré, sintiéndome de repente agotada por las emociones del día. —Te
echo de menos, mamá. Creo que ahora me voy a dormir. Te quiero. —No
había dormido bien en mucho tiempo porque había estado trabajando
mucho. Esta noche no trabajaría en nada de programación. Necesitaba un
descanso mental.
—Yo también te quiero. Sabes que siempre puedes volver a casa de
visita cuando lo necesites, ¿verdad?
Unas vacaciones sonaban muy bien, pero tenía que resolver mi situación
laboral antes de planear un viaje.
—Sí, quiero —le contesté—. Gracias, mamá. Adiós.
—Adiós, cariño —dijo antes de colgar.
Me recosté sobre las almohadas y cerré los ojos dejando que el sueño se
apoderara de mi cuerpo.
 
*****
 
Al día siguiente, seguí el consejo de mi madre y empecé a buscar
trabajo. Había dormido toda la noche y hasta la mañana siguiente, y me
desperté rejuvenecida.
Estaba decidida a encontrar algo aún mejor que IP Innovations. Pulí mi
currículum y actualicé mi perfil de LinkedIn. Encontré algunos puestos y
presenté solicitudes para que me tuvieran en cuenta. Me entusiasmaba la
idea de encontrar un nuevo trabajo. Un nuevo comienzo.
Estaba a punto de hacer una pausa y prepararme un sándwich cuando mi
teléfono zumbó con un mensaje de texto. Me quedé mirando el mensaje
confundida.
Sra. Becker, le rogamos que se presente en Sethi Tech el lunes a las 8 de la mañana. Muestre su
identificación al personal de seguridad en el vestíbulo para registrarse.
- S. Sethi
 
 
 
 
 

Capítulo IX
Amelia

 
 
Sethi Tech estaba situada en una de las piezas arquitectónicas más bellas
de la ciudad. Paneles de cristal con soportes de acero se elevaban hacia el
cielo. Tan elegante y moderno. Me quedé asombrada al cruzar las grandes
puertas de cristal.
Los tacones de mis botines negros repiqueteaban contra el suelo de
ónice negro del vestíbulo. Me acerqué a la recepción. El guardia de
seguridad me pidió mi identificación mientras hacía una llamada. Supuse
que avisaba a alguien de que me estaba registrando. Al colgar, me dio una
tarjeta de visitante que me enganché a la solapa de la chaqueta. El guardia
inspeccionó el interior de la bolsa de mi portátil y su contenido antes de
indicarme que esperara en la amplia zona de asientos situada a un lado.
Tomé asiento en uno de los sofás de cuero gris y coloqué mi bolso a mi
lado. Observé a los hombres y mujeres que entraban en el vestíbulo. Todos
iban impecablemente vestidos, a pesar de trabajar para una empresa
tecnológica. El sector era conocido por su atuendo informal; los
programadores solían llevar vaqueros y camisetas al trabajo. El ambiente de
estudiante universitario seguía vivo en mi mundo. Los empresarios
valoraban más el rendimiento que la apariencia. Algunas de nuestras mentes
más brillantes iban vestidas con zapatillas de tenis destartaladas y sudaderas
con capucha.
Contemplar el desfile de gente bien vestida me hizo darme cuenta de lo
mal vestida que iba, aunque en mi mente, me había arreglado esta mañana,
llevando una chaqueta de pana burdeos con una blusa blanca sobre unos
leggings vaqueros negros y unos botines de cuero negro. Incluso me había
arreglado un poco el pelo y me lo había alisado. Mi maquillaje era mínimo:
brillo de labios rosa, sombra de ojos nude y un poco de máscara de pestañas
para un aspecto limpio y fresco. Me dije a mí misma que me había
esforzado más en mi aspecto porque quería causar una buena primera
impresión, pero por dentro sabía que lo más probable era que me encontrara
con Shyam, y era posible que intentara hacer que se arrepintiera de haberme
rechazado. Era mezquina, pero seguía resentida porque me había dejado.
Cuando recibí su mensaje, me enfadó lo distante que sonaba su tono,
impersonal y frío disfrazado de “profesional”. Es decir, el hombre me había
metido las manos en los pantalones, así que pensé que estábamos más allá
de las formalidades.
Estaba a punto de mandar un “que te den” por respuesta, pero lo
reconsideré al ver el currículum en mi monitor. Era corto. Demasiado corto.
Tenía muchos logros en la universidad, pero mi sección postuniversitaria
estaba vacía. Solo incluía mi trabajo en IP Innovations. Sería difícil
encontrar un trabajo mejor con solo meses de experiencia en una empresa
emergente. En circunstancias normales, ni siquiera me habrían considerado
para un puesto en un gigante tecnológico como Sethi Tech con mi limitada
experiencia. Pero aquí tenía la oportunidad delante de mis narices y había
estado a punto de rechazarla.
La industria no era especialmente acogedora para las mujeres. Resultaba
muy difícil que los hombres mayores que dirigían las empresas te tomaran
en serio en las entrevistas. La industria era un juego, y había que jugar con
inteligencia si eras mujer. No estaba de más ver lo que Shyam podía
ofrecerme en Sethi Tech. Incluir este trabajo en mi currículum sin duda
impulsaría mi carrera.
Una mujer alta, vestida con una camisa blanca impecable y una falda
lápiz negra ajustada que le llegaba justo por debajo de las rodillas, se plantó
delante de la sala de espera. —¿Amelia Becker? —me preguntó mientras
echaba un vistazo a mi placa.
—Esa soy yo —respondí y me levanté, con el bolso en la mano.
—Encantada de conocerla, Sra. Becker. —Me tendió la mano
perfectamente cuidada—. Soy Jessica, jefa de Recursos Humanos, y hoy
dirigiré su orientación.
Le di la mano. —Encantada de conocerte, también.
—Por favor, sígueme y empezaremos. —Me soltó la mano y giró sobre
sus zapatos negros de tacón. Caminaba con aplomo y gracia mientras me
conducía a unos ascensores. Era una modelo y el mundo era su pasarela.
Acercó su tarjeta de identificación a un lector de chips situado en un
panel adyacente a las puertas. El ascensor sonó antes de que se abrieran las
puertas. Seguí a Jessica al interior y miré los botones de las plantas. ¡Treinta
y ocho plantas! Estaba acostumbrada a trabajar en una oficina de una sola
planta con mesas compartidas.
Jessica pulsó el botón de la planta veinticinco y las puertas se cerraron.
Me quedé asombrada al contemplar las vistas desde el exterior del
ascensor de cristal mientras ascendíamos. ¿Cómo puede uno acostumbrarse
a trabajar en un edificio tan grandioso?
—Verás que el día de hoy se dedicará sobre todo a tareas domésticas. La
orientación suele consistir en rellenar papeles, completar la formación sobre
acoso y trabajar con el departamento informático para configurar tu
ordenador —dijo Jessica mientras el ascensor subía hacia nuestro destino.
—He traído mi propio portátil, así que puedo trabajar desde él si te
resulta más fácil —me ofrecí.
—Me temo que no permitimos el uso de ordenadores portátiles externos,
por motivos de seguridad. Se le entregará un ordenador que funciona con un
ancho de banda superior para que lo personalice a su gusto.
—Ah, vale —contesté. Al menos mi nuevo ordenador sería más rápido
que mi portátil.
El ascensor se detuvo suavemente y las puertas se abrieron. —Aquí
bajamos nosotras. —anunció Jessica mientras salía conmigo detrás.
 
 
 
 
 

Capítulo X
Amelia

 
 
Tras horas de papeleo y módulos de formación en uno de los
ordenadores de Recursos Humanos, estaba lista para configurar mi propio
ordenador.
Jessica me condujo de nuevo a los ascensores. Esta vez, pulsó el botón
del treinta y ocho mientras yo entraba detrás de ella. «¿El último piso?»
Había supuesto que trabajaría en una de las plantas inferiores. Seguramente,
la planta superior estaba reservada a gente importante, como los miembros
del consejo de administración, no a un programador novato. Si iba a
trabajar en la última planta, eso significaba que me encontraría con...
 
Mi corazón se aceleró cuando el ascensor se detuvo y las puertas se
abrieron para revelar una figura alta y bronceada con un precioso pelo
negro. Había estado mirando su teléfono antes de oír el tintineo del
ascensor, anunciándose. «Jai».
Dejé escapar un suspiro de alivio. Había tenido poca interacción con este
hermano Sethi, pero no podría haberme alegrado más de verlo. Aún no
estaba preparada para enfrentarme a su hermano.
—Buenas tardes, señor Sethi —le saludó Jessica de la forma más
profesional.
—Hola, Jessica —respondió despreocupadamente, mostrándole una
sonrisa brillante. Jai era guapo, igual que su hermano. Se parecían tanto,
con su piel dorada y sus rasgos oscuros, pero Jai tenía los ojos marrones,
como el café. Su encanto juvenil me hizo creer que era el hermano pequeño.
Shyam siempre parecía serio y pensativo, como un hijo mayor. Jai era más
jovial, lo que me hacía sentir más a gusto frente a él. También ayudaba el
hecho de que vestía de forma más informal que el resto de la gente del
edificio: unos vaqueros y una camiseta blanca ajustada que se ceñía a su
musculoso torso.
Me miró mientras Jessica hacía las presentaciones. —Sr. Sethi, ¿puedo
presentarle a Amelia Becker, ex de IP Innovations? Sra. Becker, este es el
Sr. Sethi. —Ella redirigió su atención a Jai—. Yo estaba mostrándole a la
Sra. Becker su nuevo espacio de trabajo.
Jai vaciló mientras consideraba lo que Jessica acababa de decir. Tras un
par de segundos, enarcó una ceja y pareció llegar a una conclusión. Sus
labios se abrieron en una sonrisa socarrona.
—Por supuesto. Hola, Amelia. —Me ofreció su mano—. Espero que
Jessica no te haya aburrido con toda esa burocracia de RRHH. —Su voz
tenía un acento indio mezclado con británico similar al de Shyam, pero
menos pronunciado. También se oía un poco más de acento americano, a
diferencia de Shyam.
—En absoluto —respondí rápidamente, notando que Jessica se movía
incómoda a mi lado. RRHH no era exactamente excitante, pero eso no era
culpa suya.
—Bueno, vamos. Te enseñaré la parte divertida de la visita —dijo él
mientras me hacía un gesto para que le siguiera—. Yo me encargo a partir
de aquí, Jessica.
—Está en el treinta y ocho F —ofreció Jessica y se quedó atrás mientras
Jai me indicaba el camino.
Todo el edificio estaba impecablemente diseñado, pero la planta treinta y
ocho era más que magnífica. Había una gran fuente en la entrada, justo
delante de los ascensores. La fuente desembocaba en un gran estanque
infinito lleno de plantas acuáticas y peces koi que nadaban tranquilamente.
Era un espectáculo extravagante, pero encajaba con el estilo moderno del
edificio.
Percibiendo mi asombro, Jai bromeó: —Lo sé. No es un mal sitio para
trabajar, ¿eh?
—En absoluto. Este lugar es precioso —respondí asombrada.
—Contratamos al mejor arquitecto de la ciudad para poder estructurar
un estanque koi en el último piso. Créeme, no fue tarea fácil.
Continuamos a lo largo del perímetro del estanque y pasamos por
delante de unas grandes puertas de cristal que daban a una gran sala con una
brillante mesa de conferencias y varias sillas de oficina de cuero en su
interior.
Jai señaló las puertas. —A la derecha está una de nuestras salas de
conferencias. Tenemos dos en esta planta. La otra está en el lado opuesto.
La sala de conferencias parecía mucho más grande y lujosa que la de IP
Innovations, por lo que podía ver a través de las ventanas de cristal. Me
sonrojé al recordar la antigua sala de conferencias y lo que Shyam me había
hecho allí.
—Ahora, esta es mi parte favorita. —Jai giró bruscamente a la derecha y
me llevó por un pasillo más corto. Entramos en lo que parecía una cocina
industrial. Había estaciones de cocción en varias islas de cocina, cada una
con su propio chef trabajando eficientemente sobre las llamas.
—Puedes pedir casi cualquier comida que te apetezca a uno de nuestros
cocineros, y te lo prepararán todo casero. —Jai se acercó a uno de los
cocineros y le dio una palmada en la espalda mientras trabajaba
diligentemente.
—¡Vaya! ¡Esto es impresionante! Yo almorzaba todos los días en los
camiones de comida que había junto a mi antiguo trabajo. —Aunque me
encantaban los tacos, no era tan bueno como tener un chef privado en el
trabajo.
—Los camiones de comida no están nada mal. Me gusta ese nuevo
camión de tacos que se instaló allí hace unas semanas —dijo Jai mientras se
acercaba a una de las máquinas de café expreso de lujo y se servía un
chupito en una taza pequeña—. ¿Quieres uno?
Me negué. —No te tomo por un aficionado a los camiones de comida —
bromeé.
—Oye, no juzgues. Son salvavidas a las dos de la mañana cuando estás
borracho y hambriento.
Solté una risita ante su respuesta. No podía imaginarme a un hermano
Sethi rico y poderoso con hambre.
—Pero en serio. Siéntete libre de pedir lo que quieras a tu oficina. Toma,
atrápalo. —Me lanzó una bolsa de bocadillos y vislumbré la plata en su
dedo. Era igual que el anillo que llevaba Shyam.
—¿Ositos de goma? —pregunté, examinando la bolsa en mis manos—.
¿Quién pide gomitas en este piso? —Me reí entre dientes. No me imaginaba
a ninguno de “los de traje” comiendo gomitas.
—Los cocineros siempre están preparados para cualquier petición. Te
sorprendería lo que encontrarás aquí si asaltas la despensa. —Jai depositó
su taza de café expreso vacía en uno de los lavabos y me condujo de nuevo
a la zona común.
Con mis ositos de goma en la mano, nos detuvimos ante otra puerta de
cristal. “38-F Amelia Becker”. Abrí más los ojos para volver a leerlo, por si
la vista me estaba jugando una mala pasada.
—Bienvenida a tu nuevo despacho —anunció Jai al abrir las puertas y
entrar.
Mis pies apenas respondieron lo suficiente para llevarme más allá del
umbral. Un precioso escritorio blanco con patas de platino se erguía en el
extremo más alejado. Encima del escritorio había accesorios blancos y
platinados que combinaban a la perfección.
Frente al escritorio había una zona de estar con un sofá de terciopelo
azul oscuro y una elegante mesa de cristal. Frente al sofá había dos sillones
a juego. Parecía el salón de una revista de arquitectura.
La pared del fondo del despacho estaba formada por altas ventanas. Me
acerqué a ellas para contemplar la vista de la ciudad. Podía ver los taxis
amarillos zumbando por la calle y a la gente apresurándose para llegar a
donde tenían que estar.
—Esto debe ser un error —logré decir. Esto tenía que ser un sueño—.
¿Estás seguro de que se supone que debo estar aquí?
—Tu nombre está en la puerta, ¿no? —respondió Jai tranquilamente. Se
apoyó en la pared, con aspecto de modelo, las manos en los bolsillos y una
pierna cruzada sobre la otra—. Vamos a llamar a Informática para que te
preparen el escritorio, ¿vale?
—Um, claro. —No estaba dispuesta a dejar de mirar por las ventanas,
pero cedí y le seguí hasta mi nuevo escritorio.
 
 
 
 
 

Capítulo XI
Shyam

 
 
El trabajo había sido una mierda desde el momento en que puse un pie
en la oficina esta mañana. Los últimos informes de seguimiento de datos
mostraban que la red de Tarun estaba creciendo rápidamente en la costa
oeste y en el medio oeste. Todavía teníamos una amplia fortaleza en la costa
este, pero los datos del mapa implicaban que su red se estaba acercando a
nosotros a un ritmo alarmante.
Había pasado una hora al teléfono con uno de mis hombres, repasando la
logística de nuestro próximo envío de productos a España. Saran me había
asegurado que íbamos por buen camino para terminar la producción la
semana siguiente y enviarla directamente desde nuestro puerto de Staten
Island.
Como éramos conocidos oficialmente como una empresa tecnológica, a
menudo enviábamos piezas de ordenador que fabricábamos a bajo precio
para ocultar nuestro producto en la carga. En esta ocasión, planeamos
enviar diez cajas de unidades centrales de procesamiento y monitores para
ocultar nuestro producto. Necesitábamos que este envío se recibiera sin
errores si queríamos llegar a un punto de equilibrio.
Con todos los asuntos que requerían mi atención, aún no había podido
ver a Amelia. Seguridad me había avisado de su llegada, pero había estado
ocupado. Sabía que Jessica la había tenido ocupada toda la mañana con los
procedimientos de orientación. Miré el reloj: ahora mismo debería estar en
el departamento de informática, configurando su ordenador. Solo de pensar
en ella me entraron ganas de buscarla. De ir a verla. De tocarla.
Mi necesidad se impuso. Dejé la chaqueta del traje colgada del respaldo
de la silla, me levanté de la mesa y salí de la oficina en busca de mi nueva
empleada.
 
Cuando me acerqué a su puerta, oí una risa femenina seguida de una
profunda voz masculina. Entré sin llamar para anunciarme.
Amelia estaba sentada frente a su ordenador, mientras Jai revoloteaba
detrás de ella con el codo apoyado en el respaldo de la silla. Ambos
miraban algo en el monitor. Su rostro parecía iluminado y relajado mientras
miraba a Jai y él señalaba la pantalla. Nunca la había visto tan tranquila.
Cada vez que estaba cerca de mí, parecía tensa, incluso asustada. La ira
burbujeaba dentro de mí porque Jai estaba experimentando un lado de ella
que yo aún no había visto.
Cerré la puerta de un portazo, haciendo temblar las paredes al chocar
contra el marco. Amelia y Jai giraron bruscamente la cabeza en mi
dirección. La sonrisa de su rostro se desvaneció rápidamente al darse cuenta
de dónde había procedido el ruido.
—Eh, hombre. Nos has encontrado. —Jai permaneció encorvado sobre
su silla mientras me sonreía. No me gustó su proximidad a ella, ni la
estúpida expresión arrogante de su cara.
—¿Por qué estás aquí? —Mi voz estaba tensa por la ira que no había
podido reprimir.
—Solo estoy ayudando a Amelia a instalarse en su nueva oficina. —Jai
bajó la mirada hacia ella y le guiñó un ojo. Ella le devolvió la sonrisa
torpemente, sin saber cómo reaccionar ante la tensión que reinaba en la
habitación.
Me hervía la sangre. Jai era coqueto por naturaleza, lo que no me
molestaba. Sin embargo, no me gustaba que Amelia fuera ahora objeto de
su coqueteo.
—¿No tenemos un departamento informático para eso? —Ladré.
—¿Por qué molestarlos cuando podría tener al Director Técnico de la
empresa ayudándola a configurar su hardware? Hay que hacer que los
nuevos empleados se sientan bienvenidos —bromea.
—Vete —gruñí.
Amelia se llevó las manos al regazo y se movió incómoda en la silla.
Jai levantó ambas manos delante de su pecho en señal de rendición.
Cuando pasó junto a mí al salir, bajó la voz para que solo yo pudiera
oírle. —Entonces, ¿ahora mantenemos a los empleados en secreto?
No tenía respuesta. ¿Cómo iba a contestarle si ni siquiera estaba seguro
de por qué la había contratado? Me había dicho que era porque era una
buena desarrolladora. ¿Pero había otra razón?
Justo después de salir por la puerta, Jai volvió a asomar la cabeza y le
dedicó su mayor sonrisa a Amelia para burlarse aún más de mí. —Si
necesitas más ayuda informática, ya sabes dónde encontrarme. —La puerta
se cerró tras él.
Amelia se levantó de la silla y se puso frente a mí desde detrás de su
escritorio. —Shyam... Quiero decir, señor Sethi. Siento haberle robado tanto
tiempo a Jai... al señor Sethi —tartamudeó.
Me gustaba verla nerviosa a mi alrededor, ver el efecto que causaba en
ella.
Me acerqué a ella como si fuera un depredador acercándose a su presa.
—Confío en que estés lista para trabajar. Jai y tú ya han perdido bastante
tiempo por hoy. La próxima vez que necesites ayuda con la configuración,
ponte en contacto con nuestro departamento informático. —No pude
contener mi agresividad.
Me miró con cara de incredulidad. —¡Solo estaba ayudando! —espetó
mientras cerraba los puños.
Mi ceja se arqueó de curiosidad. «Esta gatita tiene garras». Oír su voz
levantada fue otra novedad para mí. Estaba claro que podía luchar. Solo
necesitaba que la empujaran.
—¿Contestándole a tu jefe? ¿Y en tu primer día? No es una buena forma
de causar una primera impresión. —Continué acercándome hasta que
estuve lo bastante cerca como para sentir sus enérgicas exhalaciones de ira
en mi piel. Su frustración me animó aún más.
—Solo cuando creo que está siendo injusto —replicó. Su actitud me
sorprendió, pero me puso el pene duro. Quería que me obedeciera y se
pusiera a mis órdenes, pero su lucha me ponía caliente.
Tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para mostrarme el veneno de sus
ojos porque yo era mucho más alto que ella. Un mechón de su espesa
cabellera le había caído sobre la cara durante la rabieta, y volaba de un lado
a otro con cada resoplido que salía de su nariz. Lo levanté suavemente con
las yemas de los dedos, sintiendo su suavidad. Se lo pasé por detrás de la
oreja y dejé que mi dedo se deslizara por su mejilla, caliente por la ira.
Estudié el hermoso rostro que tenía ante mí. Sus labios brillantes estaban
carnosos, esperando a que les hincase el diente. Su respiración se detuvo
casi por completo cuando levanté su barbilla y acerqué mi cara a la suya.
Mis dedos se deslizaron hasta su cuello. Los moratones habían
desaparecido, pero aún los recordaba vívidamente, junto con el idiota que se
los había hecho. Le acaricié el cuello suavemente, disculpándome en
silencio en nombre de su agresor.
Sus manos se movieron hacia mis antebrazos como diciéndome: “No
pares”. Yo tampoco quería parar. Su dominio sobre mí era inexplicable.
Nunca antes había sentido la necesidad de tener el control y estar tan fuera
de control al mismo tiempo. «¿Qué me está haciendo?»
Sus delicadas manos se deslizan desde mis brazos hasta mi pecho.
«¿Puede sentir cómo mi corazón late más deprisa?»
 
Se puso de puntillas y cerró la brecha que nos separaba. Tomó el control.
Mi control. Sus labios carnosos se apretaron contra los míos. Su beso fue
suave, como para probar mi deseo. Necesitaba saborearla. Necesitaba
consumirla con mi boca.
Le pasé la lengua por la comisura de los labios, buscando una invitación.
Muy receptiva, me invitó a entrar. Nuestras lenguas se encontraron con
fervor. Sabía a fresas. El calor entre nosotros era muy fuerte.
Agarrándome la camisa con los dedos, apretó su cuerpo contra mi dura
longitud. Le chupé el labio inferior entre los dientes y lo mordí con fuerza.
Exhaló un gemido de placer que me devolvió la cordura.
Solté su labio y miré fijamente aquellos ojos verde oscuro. «Mierda».
Necesitaba controlarme.
En ese momento, llamaron a la puerta.
 
 
 
 
 

Capítulo XII
Amelia

 
 
Mi cuerpo zumbaba por nuestro beso mientras los ojos de Shyam,
encapuchados de deseo, se clavaban en los míos, reflejando mi necesidad.
Me había molestado que me rechazara antes e incluso me había preguntado
si yo era la única que sentía atracción. Pero en ese momento, supe que él
también la sentía.
Había irrumpido en la oficina y obligado a Jai a salir cuando me estaba
ayudando a instalarme, y luego me había dado órdenes como a una niña
hasta que no pude soportarlo más. Me había empujado y yo había estallado,
pero no lo suficiente como para resistir la chispa que había entre nosotros.
El hombre sabía besar. Fue el mejor beso que me habían dado, y nunca lo
olvidaría.
Unos golpes en la puerta lo sacaron de nuestro trance. Se apartó de mí,
se alisó la parte delantera de la camisa y se limpió con los dedos los restos
de mi brillo de labios.
La idea de que me pillaran en una posición comprometida en mi primer
día me producía ansiedad. Ya me sentía fuera de lugar en este lujoso
edificio. Que me pillaran besándome con el jefe solo haría las cosas más
incómodas.
—Entra —ordenó Shyam con su habitual tono autoritario, pero su voz
estaba impregnada de irritación.
La puerta se abrió y Jessica entró. —Oh, Sr. Sethi. —Nos miró nerviosa
a Shyam y a mí, probablemente sin saber qué pensar de la presencia de su
jefe en mi despacho. Pensara lo que pensara, no lo expuso. Mantuvo su
actitud profesional—. Siento interrumpir.
—¿Necesitas algo? —preguntó Shyam, sin molestarse en disimular su
impaciencia.
Percibiendo su estado de ánimo, Jessica contestó apresuradamente: —
Acabo de recibir la tarjeta-llave de la señora Becker y quería entregársela lo
antes posible.
Me tendió una pequeña tarjeta con mi nombre y mi foto. Parecía que
tuviera doce años en la foto que me había hecho solo unas horas antes.
Siempre parecía mucho más joven de lo que era. Y estar al lado de un
hombre tan seguro de sí mismo como Shyam mientras yo aún estaba
sonrojada por nuestra sesión de besos probablemente me hacía parecer una
tonta en este momento.
—Gracias —dije mientras tomaba la tarjeta—. Y, por favor, llámame
Amelia.
Jessica miró a Shyam, sin saber qué responder. Él le devolvió la mirada.
Su enfado por lo larga que había sido la conversación era evidente.
—De nada, Amelia —dijo, visiblemente incómoda con este nivel de
informalidad—. Puedes llevar esta en lugar de la placa de invitada que
tienes ahora. Controla el acceso a los ascensores y a los laboratorios.
—¿Laboratorios? —pregunté. «¿Por qué iba a necesitar alguien un
laboratorio informático si tenía un enorme despacho privado desde el que
trabajar?» Ya sabía que sería más productivo en mi nueva oficina que en mi
pequeña mesa de IP Innovations.
—Gracias, Jessica —Shyam la cortó antes de que pudiera responder—.
Eso es todo.
Jessica debía de estar acostumbrada a su brusquedad, porque no se
inmutó. —Sí, señor —dijo y salió del despacho, dejándonos solos una vez
más.
Shyam volvió a dirigir su atención hacia mí mientras se metía ambas
manos en los bolsillos del pantalón.
Buscando algo que decir para romper la tensión, dejé caer la mirada
hacia mis manos. La tarjeta. —¿De verdad tienen laboratorios de
computación aquí?
Una sonrisa lenta y traviesa se dibujó en sus labios. Dios, era aún más
guapo cuando sonreía, aunque no fuera verdadera. «¿Cómo era posible?»
—Ahora que hemos tenido nuestro tiempo de juego, vamos a trabajar.
Ven conmigo. —Sostuvo la puerta abierta para mí, permitiéndome caminar
delante de él.
Volvió a meterse las manos en los bolsillos mientras caminábamos en
silencio por el pasillo. Evidentemente, no era muy hablador. A mí me
convenía, porque solía ser tímida con los desconocidos. «¿Pero es un
desconocido?» Acababa de saborearlo con la lengua y de sentir su longitud
contra mi cuerpo.
Pasamos por delante del banco de ascensores que Jessica y yo habíamos
utilizado antes y llegamos a otro banco con un solo ascensor. Shyam pasó
su tarjeta por el escáner y me hizo pasar. Mi intuición me dijo que me diera
la vuelta y saliera corriendo. Pero no le hice caso.
Dentro del ascensor solo había un botón, marcado con una “S”. «¿S de
sótano?». Este ascensor solo tenía un destino: el fondo de este mundo de
empleados bien vestidos y suelos de mármol. Una vez que descendiera,
¿volvería alguna vez?
Pulsó el botón y se puso a mi lado en la cabina del ascensor. Como si
conociera mi inquietud, Shyam me miró en silencio desde su periferia
mientras descendíamos. Tal vez se sintiera culpable por sumergirme en la
oscuridad que estaba a punto de experimentar. O quizá no se sentía culpable
en absoluto. Tal vez disfrutara sumergiéndome con él.
Las puertas se abrieron y, esta vez, Shyam salió primero. Abandonó
todos los modales que me había mostrado anteriormente en el mundo de
arriba y me guió hasta este mundo.
El “sótano” no se parecía en nada al resto del edificio. Estaba desnudo y
sin pulir. Las paredes tenían desconchones de pintura y el suelo era de
cemento sin terminar. Desde el ascensor salía un largo pasillo sin puertas ni
ventanas a la vista. No había luz natural como en la última planta del
edificio. No había ventanas del suelo al techo con costosas lámparas. En su
lugar, del techo colgaban bombillas desnudas entre tuberías a la vista.
Shyam ya estaba a mitad del pasillo cuando se giró y se dio cuenta de
que yo no le seguía. Mi cerebro me gritaba que diera la vuelta y no volviera
nunca. Fuera lo que fuese lo que había aquí abajo, no era algo en lo que
debiera involucrarme. En lugar de eso, me tragué el nudo que tenía en la
garganta y caminé despacio hacia mi guía en busca de protección. No podía
explicar la seguridad que sentía cuando estaba cerca de él, sobre todo
cuando lo más probable era que fuera el diablo, y probablemente este era su
patio de recreo.
Caminamos hasta el final del oscuro pasillo y giramos rápidamente a la
izquierda, deteniéndonos en una puerta justo después de la esquina. No
había ventanas alrededor, así que no podía saber qué había dentro. Había un
escáner junto a la puerta, pero era mucho más alto que los otros que había
visto en el resto del edificio, y mucho más grande. Shyam me cogió de la
mano y me acercó a él, luego me levantó el pelo y me lo apartó de la cara.
Sentí cosquillas en la nuca mientras él se colocaba detrás de mí y me
sujetaba el pelo con una mano. Estaba segura de que podía ver la piel de
gallina que se me ponía. Me empujó suavemente la barbilla hacia delante
con la otra mano hasta que mis ojos quedaron frente al aparato. Me puse de
puntillas para alcanzarlo mejor. Un escáner de retina.
Esa debió de ser la razón por la que tuve que someterme a un examen
ocular durante mi orientación en RRHH. Me habían dicho que solo me
hacían fotos de los ojos para comprobar si tenía problemas de visión. Me
pareció raro, pero supuse que estas grandes empresas eran muy cuidadosas
con las responsabilidades laborales. En realidad, me habían escaneado la
retina para acceder a los laboratorios. Me sentí estúpida por no haberlo
cuestionado más en aquel momento.
El escáner emitió un pitido de aprobación y sonó un clic. Shyam abrió la
puerta y entró, yo detrás.
Cuando entramos en la sala, se encendieron unas luces sensibles al
movimiento. Tres filas de ordenadores, cada uno con dos pantallas, llenaban
la sala completamente blanca. No había nadie más que nosotros. Sin duda
era un laboratorio informático. «Pero, ¿por qué tiene que estar en un sótano
tan alejado del uso de los empleados? ¿Y por qué no lo utiliza nadie más?»
Shyam acercó una silla a uno de los ordenadores y me indicó que me
sentara. Se colocó detrás de mí y levantó mi dedo índice hasta un escáner de
huellas dactilares situado junto al teclado. «¿Por qué tantas medidas de
seguridad?» De repente, el monitor izquierdo se iluminó con un contorno
blanco del mapa del mundo. Unos puntitos blancos salpicaban el mapa y se
movían bruscamente, como personajes de videojuego en movimiento. El
monitor derecho proyectaba tablas de datos vinculados a cada uno de los
puntos móviles. Eran datos biográficos de personas. ¡Estaban rastreando
personas!
Atónita, me quedé mirando los puntos en movimiento mientras las tablas
de datos se actualizaban automáticamente. —¿Qué es esto? —susurré, sin
saber con quién estaba hablando: con Shiam o conmigo misma.
—Datos de seguimiento de cualquier persona de interés para mi empresa
—respondió a mi pregunta colgante.
—¿Como los propietarios de nuevas empresas? —pregunté, esperando
que la respuesta fuera algo benigno, aunque sabía que no era así. Era
habitual que las empresas tecnológicas recopilaran datos privados de los
usuarios, pero lo que hacían con esa información era otra historia.
—Cualquiera que esté implicado en la compra de nuestro producto —
corrigió.
Leyó la confusión que se grabó en mi cara y continuó: —Drogas,
Amelia jaan. «Querida».
El corazón me golpeó el pecho. Los rumores eran ciertos. Shyam y Jai
realmente eran traficantes de drogas. Y estos datos estaban siendo utilizados
para algo malo. Muy malo.
—¿Para esto compraste IP Innovations? ¿Por nuestro software de
seguimiento? —Todo empezaba a tener sentido para mí.
—Sí —respondió sin rodeos.
Tragué con fuerza contra la bilis de mi garganta. —¿Para qué me
necesitas si ya tienes el software?
—Lo utilizo para buscar información sobre una persona concreta. —
Había respondido a todas mis preguntas hasta el momento, pero tuve la
sensación de que se estaba conteniendo, que solo ofrecía respuestas a lo que
yo le preguntaba. Nada más.
«No preguntes». La curiosidad me pudo. —¿Quién?
—Nunca te mentiré cuando me hagas una pregunta, así que ten cuidado
con las cosas que deseas saber. —Su advertencia se cernió sobre mí como
una nube oscura que avisa de una tormenta tumultuosa—. ¿Todavía quieres
saber?
¿Lo hacía? ¿Aún podía salir del inframundo? No tenía por qué saber su
respuesta. Firmé un acuerdo de confidencialidad durante la adquisición y
legalmente no podía hablar de nada de lo que sabía sobre el software,
incluido esto, con nadie. Podía volver a casa, a Seattle, y fingir que nada de
esto había ocurrido.
Como no respondí, continuó: —Un competidor y mi mayor enemigo.
—¿Otro traficante de drogas? —Ya sabía lo que iba a decir.
—Sí.
El pavor me llenó las tripas. —¿Por qué necesitas información sobre él?
—Traicionó una alianza establecida por nuestras familias hace
generaciones. Hay límites en este negocio, y él los sobrepasó.
—¿Dónde vive? —No pude evitar averiguar más.
—India. Aún no tengo una ubicación exacta. Su base está en Bengala,
pero se ha escondido. —Shyam suspiró, dejando salir parte de la frustración
que parecía estar conteniendo.
—¿Y necesitas el software de rastreo para encontrarlo? —Nuestro
software sería útil para localizar a alguien de color.
—Es la única persona de esta red de la que no tengo datos útiles. —Se
tensó, apretando la mandíbula.
—¿Por qué? —Me pareció desconcertante. Era raro que alguien pudiera
evadir el software de rastreo. Todas las aplicaciones recopilaban algún tipo
de datos sobre el usuario. La única forma en que alguien podía evitar que se
recopilaran sus datos era viviendo esencialmente fuera de la red y sin
utilizar ninguna tecnología moderna. Sin teléfono móvil. Sin ordenadores.
Sin tarjetas de crédito.
—Tiene un equipo informático propio para bloquear cualquier software
de seguimiento que hayamos implantado para recopilar datos sobre él. Es
casi como si no existiera.
—¿Y si tuvieras un software de reconocimiento facial que no se viera
afectado por el camuflaje, podrías rastrearlo con precisión? —Por fin
entendía la necesidad de Shyam de nuestro software, y por qué lo
necesitaba tan rápido.
Me acarició la mejilla con un dedo. Cerré los ojos, saboreando el
contacto, embriagada por su tacto. —El software que creó tu equipo llenaría
el vacío que tiene mi software actual. Combinando ambos, puedo
localizarlo. Tienes conocimientos prácticos del componente de
reconocimiento facial, y necesito que uses tu función anti enmascaramiento
para encontrar a Tarun.
«¿Su nombre es Tarun?» Saber el nombre del adversario de Shyam lo
hizo aún más personal.
—Jessica mencionó este laboratorio. ¿Saben todos sus empleados que
existe? —No podía imaginar por qué dejaría que otras personas supieran de
este laboratorio o cuál era su “trabajo nocturno”.
—Tenemos otros laboratorios en el edificio que se utilizan estrictamente
para el desarrollo de Sethi Tech, es decir, lo que nuestros empleados creen
que es el desarrollo de Sethi Tech. Nuestros empleados no tienen ni idea de
nuestras drogas ni de nuestra red. Este laboratorio solo lo usamos Jai, los
hombres que nos ayudan a mover nuestro producto y yo. Solo un selecto
puñado de personas lo conocen o tienen acceso a él. Jessica no sabe para
qué se utiliza. En cuanto a la ubicación, el laboratorio es más seguro en el
sótano, donde los hackers no pueden pescar nuestra señal de Internet y
entrar en nuestro sistema. Aquí abajo podemos trabajar en privado sin
preocuparnos de miradas indiscretas, tanto en el mundo real como en el
virtual.
—¿Qué harás cuando lo encuentres? —Me arrepentí de haberlo
preguntado en cuanto las palabras salieron de mi boca. Era un criminal. No
hacía falta serlo para saber cómo trataban a sus enemigos.
Se irguió detrás de mí. La pérdida de su calidez fue casi dolorosa; hasta
ahora, me había mantenido firme y con los pies en la tierra. —Creo que es
una pregunta que no quieres que te responda —dijo.
Cambié mi línea de interrogatorio, temerosa de lo que pudiera decir si le
presionaba. Giré la cara para mirarle. —¿Y si no quiero ayudarte?
Sus ojos color avellana se clavaron en los míos. —Entonces puedes
cortar todos los lazos con Sethi Tech.
«¿Puedo irme?» Eso significaría que tendría que cortar lazos con Shyam
también. —¿Cómo sabes que no te denunciaré a la policía?
—Firmaste un acuerdo de confidencialidad. Legalmente, no puedes
hablar del software, ni de nada que hayas visto u oído en Sethi Tech, con
nadie. Y la policía nunca se atrevería a meterse en nuestro camino.
Por supuesto, tenía a la policía en el bolsillo. Era dueño de la mayor
empresa tecnológica de América. Tenía suficiente dinero para comprar toda
la fuerza policial si quisiera.
—¿Por qué no puedes dejar que Jai haga todo esto? —Jai era un genio
de la tecnología y su confidente más fiel, ya que era de sangre, por lo que
sería más apropiado que su hermano adaptara el software de
reconocimiento facial.
—Es un programador brillante como tú, pero no construyó este
programa. Lo hiciste tú. —Me sonrojé ante su cumplido. En un momento
me estaba diciendo que era un narcotraficante internacional y al siguiente
me hacía sentir como una colegiala sonrojada.
—¿Estás dispuesta a ayudarme? —Sus ojos eran oscuros e intensos.
Todavía tenía muchas preguntas. Mi mente iba a mil por hora y ya no era
capaz de concebir pensamientos coherentes. Ahora mismo no podía
decidirme. Lógicamente, debería abandonar esta empresa y huir lejos de
este hombre. Pero se me hacía un nudo en el estómago al pensar que no
volvería a verlo.
Exhalé antes de responder. —Necesito tiempo.
 
 
 
 
 

Capítulo XIII
Amelia

 
 
Tras la revelación de Shyam en el laboratorio, deseé espacio para pensar.
Shyam no dijo mucho después de que le dijera que no podía decidirme
inmediatamente, aunque parecía retraído. El muro que se había ido
desmoronando poco a poco, ladrillo a ladrillo cada vez que estábamos
juntos, volvió a erguirse por completo. Me dijo que podía tomarme el resto
de la semana libre y darle mi respuesta el fin de semana, habló como un
verdadero jefe y no como alguien que se sentía atraído por mí.
Pasaba mi tiempo libre codificando sin pensar para proyectos aleatorios
que había empezado en el pasado, pero que nunca había podido terminar
porque siempre estaba ocupado con el trabajo. De vez en cuando, la cara de
Shyam me quemaba la mente mientras programaba. Podía sentir su
imponente tacto en mi piel. Podía saborear sus labios en los míos. En el
poco tiempo que llevaba conociéndolo, se había hecho con el control total
de mi cuerpo de una forma que no sabía que un hombre podía hacer. Aún
no habíamos tenido relaciones sexuales, pero sentía que me conocía tan
íntimamente. Me pesaba el corazón cada vez que pensaba en alejarme de
este hombre tan intenso y hermoso.
Debería dejarlo. Sabía que era la decisión correcta. Pero me sentía mal al
considerarlo. Estaba verde en mi carrera, pero sabía que podía abrirme
camino en este mundo de hombres si me daban la oportunidad. Solo tenía
que jugar bien mis cartas.
Pensé que trabajar para Sethi Tech aceleraría mi camino para
convertirme en un programador senior. Pero, ¿cómo podía ser una
programadora honesta mientras trabajaba para una empresa que, en última
instancia, ganaba dinero sucio? ¿Y si las autoridades me descubrían por mi
trabajo en Sethi Tech? Me convertiría en una víctima y acabaría en una
prisión federal por ayudar a narcotraficantes. Además, al gobierno no le
gustaba mucho que los civiles utilizaran programas de reconocimiento
facial para localizar a la gente. Sabía que Shyam había dicho que controlaba
a la policía, pero la gente pequeña como yo solía ser arrojada a los lobos
para proteger a los tipos que dirigían la operación. Realmente no lo conocía
tan bien. ¿Cómo podía confiar en que no me delataría para salvar su pellejo
si alguna vez lo necesitaba? Una parte de mí sabía que podía confiar en él,
pero ¿cómo podía estar completamente segura?
Yo era una persona lógica por naturaleza. Así funcionaba el cerebro de
un desarrollador. Mis pensamientos solían basarse en causa y efecto: si
participaba en actos ilegales, probablemente me detendrían. Si me quedaba
en Sethi Tech y no me pillaba la policía, podría ascender en el mundo de la
tecnología.
Era la primera vez que mis emociones me impedían tomar una decisión.
No estaba acostumbrada a esta sensación, a que mi corazón gobernara mi
cabeza. Era estúpido. Ni siquiera teníamos una relación. No debería basar
mi decisión en algo incierto.
Todos estos pensamientos no aliviaban el dolor que sentía cuando
pensaba en presentar mi dimisión y dejar a Shyam para siempre. Quería
verlo más. Quería sentirlo. Era el único hombre que podía excitarme con
solo estar en la misma habitación. Nunca había sentido esta atracción por
otro hombre antes de Shyam.
Mi teléfono zumbó, sacándome de la vertiginosa espiral de
pensamientos que me había absorbido.
¡Oye, pez gordo! ¿Me recuerdas? ¡Sal conmigo esta noche! ¡A menos
que estés demasiado ocupada con tu nuevo trabajo!
Natalie. Había olvidado que habíamos hablado de quedar. Nunca me
había puesto en contacto con ella para fijar una fecha, pero no me apetecía
salir esta noche.
Lo siento mucho. Me olvidé por completo de responderte. En realidad,
no tengo ganas de salir. Probablemente vaya a dormir temprano.
Mi teléfono se iluminó con una llamada. «Mierda». Era persistente.
Contesté, sabiendo que llamaba para acosarme. —Hola.
—No me digas hola, pesada. Primero no me contestas, ¿y luego intentas
escabullirte para no salir conmigo? —me preguntó con su vozarrón. Echaba
de menos su personalidad en mi vida.
—Quiero quedarme en casa esta noche. Ha sido una semana larga. —
Demasiado larga.
—Mel, ¿qué te pasa? —preguntó—. Suenas deprimida.
—Solo cosas del nuevo trabajo. —No quería entrar en detalles por
teléfono.
—Uh-oh. ¿Esos hermanos Sethi te tratan como una mierda? ¿Tengo que
presentarme en esa oficina y enderezarlos? —Natalie y yo no éramos
parientes, pero siempre me trataba como a su hermana pequeña. Era una
sensación agradable, ya que no tenía hermanos propios.
Debatí cuánto debía compartir con ella. Definitivamente no le contaría
lo del tráfico de drogas, pero sí lo de las relaciones sexuales. Shyam no era
su jefe, así que estaba bien confiar en ella, ¿no? Además, todo esto estaba
supurando dentro de mí. Me ayudaría a desahogarme. —Um, no realmente.
Bueno, solo un hermano, supongo.
—Déjame adivinar. ¿El que tenía ojos sólo para ti en el Nirvana?
¿Se había dado cuenta y ni siquiera me había acosado por ello? —Tal
vez. ¿Cómo lo supiste?
—¿Hablas en serio? Ese hombre parecía dispuesto a tirarte sobre una
mesa y follarte delante de todo el club. —La imagen me hizo apretar los
muslos para aliviar el dolor.
—¿Hola? ¿Tierra a Mel? —Oops. Debo haber tardado demasiado en
responder mientras imaginaba a Shyam encima de mí.
—Hmmm, sí, estoy aquí. —Estaba claro a través de mi voz que estaba
distraída.
—¡Dios mío!, ¡¿ya te lo has follado?! ¿Y no me lo has dicho? —
Prácticamente me estaba gritando por teléfono.
—¿Qué? No. Quiero decir... En realidad no. —«Solo nos besamos con
mucha lengua y nos refregamos mutuamente. Oh sí, y lo de los dedos.»
 
—¿En serio? Sí, tu trasero vendrá al bar conmigo. Necesito detalles,
¡ahora! Pasaré en una hora a recogerte.
No quería ir, pero supongo que me vendría bien un poco de charla de
chicas y alcohol ahora mismo. Beber sola en casa sonaba triste.
Cedí. —Vale, bien. Ganaste de nuevo por cansancio.
—¡Siempre lo hago, nena! ¡Te veo pronto! —dijo antes de colgar.
 
*****
 
—¡Dios mío! —Nat estaba sentada en la barra, con los ojos muy
abiertos por la incredulidad que le producía mi situación de telenovela. Le
había ahorrado todos los detalles ilegales. Era más seguro para ella si era
realmente ajena a los negocios criminales de Shyam. Tampoco le había
contado lo que pensaba sobre dejar Sethi Tech, porque me habría
presionado para que le diera una razón para querer hacerlo.
—Tengo que decir que estoy impresionada —continuó.
—¿Impresionada? —pregunté, confusa.
—De todos los hombres que hay, ¡capturas a Shyam Sethi! Él tiene una
reputación de ser un tipo duro. ¡Has roto su caparazón! —Ella golpeó la
mesa con el puño.
—Yo no lo he “capturado”. Ni siquiera sé lo que somos. Un minuto, no
puede quitarme las manos de encima, y al siguiente, parece frío y distante.
—Suspiré.
Terminé mi segundo Old Fashioned, y el líquido me calentó el
estómago. Nat hizo un gesto al camarero para que rellenara nuestras
bebidas. No me gustaba beber, pero había estado enfurruñada en casa toda
la semana y necesitaba aliviar algunas de mis preocupaciones. Funcionó.
Todo aquel licor y la ausencia de cena se me habían subido rápidamente a la
cabeza y me habían hecho descargar el drama que había estado
manteniendo en secreto.
—Está claro que le gustas a tu jefe, si se enredó contigo en tu primer día.
—Nat me dio un codazo en el brazo antes de dar un gran trago a su cerveza.
Oírla decir eso me hizo sentir barata, como si yo no fuera más que un
pedazo de culo que Shyam había contratado para liarla aparte. Sabía que
había dicho que necesitaba mi ayuda para localizar a Tarun, pero no podía
compartir esa parte con Nat. Aun así, no quería que nadie pensara que me
follaba, o técnicamente no me follaba, al jefe por un trabajo.
Al notar mi irritación, me cogió de la mano. —Cariño, no me refería a
eso. Eres jodidamente inteligente y te mereces esta oportunidad en tu
carrera. Habría sido un tonto si no te hubiera contratado. Solo quería decir
que parece que siente lo mismo por ti que tú por él. Vi cómo te miraba en el
club. Hay algo ahí.
Suspiré con fuerza. —Ojalá pudiéramos tener una conversación sincera
sobre lo que somos. Me pongo demasiado nerviosa para preguntar. Y él
tampoco es muy hablador.
—Eso es porque está demasiado ocupado metiéndote la lengua hasta la
garganta —se burló.
Fingí horrorizarme y aparté la mano de la suya para darle una bofetada
en el brazo. —¡Nat! —Aunque esa parte era algo cierta. Y seguro que era
una lengua agradable de tener en la garganta.
Las dos nos reímos, demasiado achispadas para preocuparnos por el
ruido que hacíamos.
—Pero en serio, Mel. Ser mujer en la tecnología ya es suficiente lucha.
Juega el juego y utiliza esto a tu favor. Te contrató por tu cerebro. Es tan
difícil para las chicas como nosotras avanzar en esta industria. No dejes que
esta aventura que tienes con él arruine tu carrera. No lo conozco
personalmente, pero los hombres con poder como él tienen una manera de
usar a las mujeres para conseguir lo que quieren. Tienes una gran
oportunidad en Sethi Tech, y odiaría verla tirada por la borda porque él se
aburrió y encontró a otra chica. Ten cuidado. Involúcrate solo si estás
segura de que él siente lo mismo que tú y está dispuesto a comprometerse a
tener una relación.
Trabajar para Shyam sería una gran oportunidad en mi carrera. Podría
tener cualquier trabajo que quisiera con Sethi Tech en mi currículum. No
podía permitir que mi atracción por él se interpusiera en el camino de
aquello por lo que había trabajado tan duro.
En cuanto a las actividades delictivas en las que me pedía que
participara, necesitaría algo que valiera mucho más que un gran sueldo y
prestaciones para hacer lo que me pedía. Si tenía a la policía en el bolsillo,
la probabilidad de que me pillaran era baja. Sin embargo, me preocupaba
más mi situación moral.
Nat tenía razón. Esta industria era un juego, y tenía que jugar con
inteligencia para triunfar. Podía incluir este trabajo en mi currículum e
instalarme en un puesto ejecutivo en otro gigante tecnológico de la costa
oeste, más cerca de casa. Podría ayudar económicamente a mamá para que
pudiera jubilarse. Estaba dispuesta a renunciar a mi moral si eso significaba
que podría cuidar de mi madre el resto de su vida. Tenía la oportunidad en
bandeja de plata y lo único que tenía que hacer era aprovecharla.
El camarero nos interrumpió con un nuevo par de bebidas antes de que
pudiera responder a Nat.
—No hemos pedido esto —protesté. Mi voz salió inestable. Sonaba
diferente a mis oídos. El alcohol me estaba afectando.
—De nuestra parte. —Me quedé helada y giré la cabeza lo justo para ver
a dos tipos que se nos acercaban por detrás.
—Soy Rob —dijo el alto de pelo rubio perfectamente peinado mientras
se sentaba en el taburete junto a Nat.
—Y yo soy Josh —dijo el chico más bajo con el pelo castaño arenoso.
—Soy Natalie, y esta es Amelia —dijo mientras colocaba su mano en la
de Rob para un apretón de manos que duró más de lo debido. Le gustaba
este chico. Me di cuenta por la forma en que movía las pestañas y se
recogía el pelo detrás de la oreja después de que Rob le soltara la mano.
Estreché la mano de Josh por cortesía. Su apretón era frío y extraño a mi
piel. Rápidamente retiré la mano.
—Entonces, ¿qué van a hacer esta noche? —Rob preguntó mientras se
inclinaba hacia Nat.
—No mucho. Solo poniéndome al día con una pequeña charla de chicas
—respondió Nat coquetamente.
—Me encanta cuando las chicas hablan, especialmente en la cama —
dijo Josh. «Jesús, que cursi.»
Sintiendo que nuestra noche de chicas había terminado oficialmente,
estaba lista para irme a casa. Ya había bebido demasiado y no quería
sentarme a charlar con hombres cachondos. Me levanté del taburete y arrojé
algo de dinero a la barra para cerrar mi cuenta. —En realidad, estaba a
punto de irme a casa.
—¿Qué tal si te acompaño, entonces? —Josh se levantó también.
—Awww, Mel. Vamos, Mel. ¡Quédate un poco más! —Nat presionó.
Rob le susurró algo al oído y ella soltó una risita. Pronto se perdieron en su
propia conversación.
—No, de verdad. Estaré bien. Vivo cerca —me apresuré a decir, con la
esperanza de convencerle de que no me siguiera. No me gustaba la idea de
que un extraño me acompañara a casa.
—No pasa nada. No me importa. Me encantaría conocerte mejor —dijo
Josh mientras ponía su mano en la parte baja de mi espalda. No me gustó
cómo se sentía. No era como cuando Shyam me tocaba. Solo quería sus
manos sobre mí.
Me aparté del contacto de Josh. —Necesito ir al baño —solté, giré sobre
mis talones y me alejé rápidamente.
En mi periferia, vi a un par de hombres corpulentos y fornidos sentados
a una mesa al fondo de la sala. Llevaban camisas de manga corta y tenían
tatuajes que les cubrían la piel expuesta de los brazos y el cuello. Este bar
solía estar frecuentado por millennials que trabajaban en alguna de las
oficinas de la zona. Estos hombres parecían fuera de lugar porque parecían
mucho mayores e iban vestidos como porteros de discoteca.
Uno de los hombres me siguió con la mirada mientras yo seguía
caminando. Sentí que se me aceleraba el pulso. Quizá estaba paranoica
porque estaba borracha. El alcohol seguramente estaba alterando mi mente.
Saqué el teléfono del bolsillo y bajé los ojos a la pantalla para evitar su
mirada. Saqué el número que quería marcar.
Me detuve frente a los baños y apoyé la espalda contra la pared. Mi dedo
se posó sobre el icono del teléfono en la pantalla. Respiré hondo y lo pulsé.
 
 
 
 
 

Capítulo XIV
Shyam

 
 
Me senté en mi silla con el whisky en la mano. Jai se sentó frente a mí
en un sofá con una chica en su regazo. Ella movía las caderas al ritmo de la
música. Sus grandes tetas le rebotaban en la cara mientras se movía y
giraba. Jai apartó un lado de la tanga y deslizó un billete de cien dólares
cerca de su piel, luego soltó la tela, haciendo que chasqueara contra su
cadera y provocando un chillido excitado de ella. Nuestros hombres
dispersos por la suite privada se rieron, lo que invitó a más mujeres en
topless a bailar hacia ellos.
Jai notó mi indiferencia. —¿Qué te pasa? ¿Tienes otro sitio donde estar?
—dijo por encima del hombro de su chica.
Ignoré su boca de sabelotodo y agité el líquido ámbar en mi vaso. Le
gustaba provocarme, como al típico hermano pequeño.
—¿Pensando en tu pelirroja? —siguió pinchando.
—¿No tienes las manos ocupadas ahora mismo? —le pregunté,
señalando con la cabeza las manos que agarraban las nalgas de su chica
mientras ella movía las caderas en su regazo—. Cierra la boca o te rompo la
mandíbula. —Le dije en serio.
—Ouch. Alguien es protector sobre su nuevo juguete. —Tenía una
estúpida sonrisa burlona en la cara—. Por cierto, ¿desde cuándo
contratamos en secreto a nuevos ejecutivos y les damos oficinas enormes
sin consultarnos? Porque estoy pensando en contratar a Lucy para que sea
nuestra nueva vicepresidenta de Investigación y Desarrollo y darle el
despacho contiguo al mío. —Le dio una fuerte palmada en las nalgas y ella
soltó una sonora carcajada.
—Era necesario contratar a Amelia. Ella es ventajosa para rastrear lo
que necesitamos. —Tuve cuidado de no mencionar el nombre de Tarun, por
si intentaba sobornar a alguna de las chicas para obtener información.
—No me quejo. Es un culo caliente que no me importa ver por la
oficina. —Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, como si reprodujera
imágenes de ella en su mente.
Apreté el puño, dispuesto a darle un puñetazo en la cara para que dejara
de soñar despierto con ella.
—Ahora que lo pienso, no la he visto en toda la semana. ¿Por qué? —
me preguntó, abriendo los ojos y enarcando una ceja.
—Está reconsiderando lo que le pedí. No quiere verse envuelta en
nada... inmoral —le respondí.
Aún no sabía nada de ella, así que no estaba seguro de su decisión. Era
dulce e inocente. Comprendí por qué no se había tomado bien la
información que le había dado. Le había ofrecido la oportunidad de
ayudarnos o de abandonar la empresa. Probablemente lo mejor para ella
sería marcharse. Había firmado un acuerdo de confidencialidad, así que
sabía que no compartiría la información que había aprendido. Aun así, no
podía evitar sentirme agitado cada vez que pensaba en la idea de que se
marchara.
—Déjala ir. Haremos que uno de nuestros chicos se encargue de la
nueva función —dijo Jai.
—Ella es la que mejor lo conoce. Nos conviene tenerla a bordo. —Si no
me llamaba pronto, tendría que hacer una visita a su apartamento para
convencerla de lo contrario. Tal vez sería más divertido si ella no me
llamara.
—Olvídate de ella por esta noche —me dijo—. Tara, mi hermano
necesita soltarse —le dijo a una de las chicas que bailaban cerca de mí.
Tomé un sorbo de mi vaso y dejé que el suave líquido me calentara la
garganta. Tara se deslizó hasta mi asiento. Su larga melena negra le caía por
encima de las tetas postizas y terminaba justo encima del piercing del
ombligo. Su cuerpo brillaba en la oscuridad por la purpurina o lo que fuera
que hubiera utilizado para resaltar su piel.
Se lamió los labios al acercarse a mí y pasó el pie por encima de mi
regazo y lo apoyó en el lateral del asiento de mi silla, exponiéndo la parte
interior de su muslo. Me envolvió una nube de perfume barato que olía
demasiado dulce, como a algodón de azúcar. Se dobló ligeramente sobre la
rodilla mientras arqueaba la espalda y deslizó las manos desde las
pantorrillas hasta la parte superior de las piernas. Una de sus manos se
detuvo sobre su tanga y presionó su sexo a través de la tela mientras se
movía al ritmo de la música.
En ese momento, mi teléfono vibró en mi bolsillo. Lo saqué y miré
sorprendido la pantalla. Amelia. Me levanté de la silla, apartando a Tara de
mí mientras caminaba hacia el pasillo exterior de la suite. Contesté al
segundo timbrazo.
—Soy Shyam. —No hubo respuesta del otro lado, solo mucho ruido,
como si estuviera en un lugar concurrido con mucha gente. Pero supe que
estaba allí porque oí su respiración a través del teléfono.
Después de un rato, habló. —Quiero una carta de recomendación. —- Su
voz vaciló al decirlo, no se parecía en nada al dulce ronroneo que estaba
acostumbrado a oír de ella. Sonaba como si hubiera estado bebiendo.
—¿Qué? pregunté bruscamente, molesto de que ella estaba en alguna
parte, borracha.
—Quiero una carta de recomendación a cambio de ayudarte a localizar a
Tarun. —Su voz era más fuerte esta vez. Ella había tomado su decisión, y
me sentí aliviado. Pero no era inteligente de su parte usar el nombre de
Tarun en público. Oídos indiscretos estaban en todas partes en el
inframundo. Debería haberlo sabido después de ver el mapa de datos en el
laboratorio de informática.
—¿Dónde estás? —Cambié de tema para evitar que expusiera algo más
de lo que ya había hecho.
—Un pasillo —respondió vacilante.
Sonreí para mis adentros, recordando la última vez que la encontré en un
pasillo. —A las chicas que pasan tiempo en los pasillos les pasan cosas
malas.
—Solo cuando los hombres malos las encuentran en esos pasillos —
respiró en el teléfono. Ella también recordó.
—Jaan. —Querida—. Soy el más malo de todos. Dime. ¿Dónde está
este pasillo? —Ella no debería haber estado fuera e intoxicada. Cualquier
imbécil podría aprovecharse de ella en un estado vulnerable.
—En un bar —respondió tímidamente.
Ya me daba cuenta de que no iba a sacarle nada en concreto, pero
pregunté de todos modos. —¿Dónde?
—No te lo voy a decir. —Era lindo que pensara que podía ocultarme
algo. Yo tenía mis propias maneras de averiguar lo que necesitaba saber.
—Quédate ahí —le ordené y colgué antes de que pudiera discutir.
Rastreé su ubicación con el software de seguimiento Sethi Tech y la
encontré en un bar no muy lejos de su apartamento. Estaba seguro de que
intentaría volver a casa ebria y se arriesgaría a ser agredida.
Salí del club por la entrada trasera privada. El aparcacoches me trajo el
coche. Cambié de marcha y me adentré en la noche neoyorquina.
 
 
 
 
 

Capítulo XV
Amelia

 
 
—Quédate ahí—. Click. La línea se cortó.
«Mierda». ¿Por qué tenía la sensación de que estaba rastreando mi
ubicación en ese mismo momento? Pronto se presentaría aquí y perdería
todo el valor que había acumulado para hacer esa llamada. Una mirada a él
y sabía que perdería mi determinación de aguantar mis demandas.
Un texto apareció en mi pantalla.
¿Te encuentras bien?
Era Nat. Debo haber estado fuera por un tiempo si ella estaba
preocupada.
Escribí mi respuesta.
Todo bien. Solo necesitaba un respiro.
Oh, vale. Voy a salir con Rob. ¿Quieres que te acompañe a casa
primero?
No. Estoy bien. Adelante. Diviértete.
K. ¡Te quiero! XOXO
¡También te quiero!
Me había olvidado de preguntar si Josh seguía por ahí también.
Realmente no tenía ganas de volver a verlo.
Volví al bar y miré alrededor de la zona. No estaba Josh. Ahora solo
tenía que evitar también a Shyam. Tomé mi abrigo del taburete y me lo puse
por encima de la camiseta negra de tirantes y los vaqueros ajustados, luego
salí a la noche fresca para volver a casa antes de que Shyam apareciera.
Un coche deportivo negro con los cristales tintados se acercó a la acera
frente al bar. La puerta del conductor se abrió y salió una figura alta y
bronceada. «Demasiado tarde». Shyam rodeó la parte delantera del coche y
acechó hacia mí.
Dios, qué buen aspecto tenía. Su camisa negra de cuello abrazaba sus
músculos. Las mangas remangadas dejaban al descubierto sus musculosos
antebrazos. Unos vaqueros oscuros le colgaban de las caderas. Mis ojos
vagaron perezosamente por debajo de sus caderas hasta su entrepierna. Me
di cuenta demasiado tarde de que me estaba quedando embobada y
rápidamente dirigí mi mirada hacia su rostro. Una sonrisa de complicidad
iluminó su sexy rostro. Este hombre era un puto dios indio, y él lo sabía.
—Sube —ordenó mientras abría la puerta del acompañante.
—Puedo ir caminando a casa. —Continué caminando junto a él. Como
si el universo no me permitiera conservar mi ego cerca de este hombre,
tropecé con un trozo de pavimento irregular.
Sus manos me agarraron rápidamente antes de que mi trasero tocara la
acera. —Estás borracha. Entra en el coche. Ahora mismo.
—Vivo a una manzana de aquí. Estaré bien —dije mientras encontraba
el equilibrio suficiente para valerme por mí misma.
—No me gusta repetir. Mete el culo en el coche antes de que te meta
dentro.
Suspiré resignada. Ya está bien. Volví al coche y me senté en el asiento.
Shyam se sentó en el asiento del conductor y puso el coche en marcha.
Condujo en silencio, con la mano agarrando la palanca de cambios. Su
frustración conmigo se reflejaba en el blanco de sus nudillos.
Cuando estábamos junto a la fachada de mi edificio, Shyam no paró el
coche. Siguió conduciendo más allá.
—¡Eh! Nos hemos saltado mi edificio —dije señalando hacia atrás.
Guardó silencio.
Levanté la voz para llamar su atención. —¡Alto! ¿Adónde vas?
—A algún sitio para que se te pase la borrachera —dijo, con los ojos aún
fijos en la carretera.
Dejé de discutir, sabiendo que era inútil hacerlo con Shyam. Giré la
cabeza para mirar por la ventanilla del copiloto y contemplé los rascacielos
y el suave resplandor de las luces de Nueva York. Me hipnotizaron y
calmaron mis pensamientos. Me dejé llevar por la suave vibración del
coche y me rendí a los efectos del alcohol. El olor a colonia y tabaco me
tranquilizó hasta que me dormí.
No sabía cuánto tiempo había dormido, pero cuando desperté, las luces
de la ciudad a las que estaba acostumbrada habían desaparecido. No había
edificios a la vista, ni peatones caminando por la calle. La carretera era
oscura e inquietante. Los árboles la bordeaban, pero en lugar de parecer
pacíficos y acogedores, parecían premonitorios e inquietantes.
Nos acercamos a una enorme verja metálica. Era impenetrable. Shyam
frenó el coche y la verja se abrió, permitiéndonos el paso. Grandes focos
iluminaban el camino de entrada a lo que parecía una fortaleza. Era
básicamente un edificio de cemento con ventanas oscurecidas, sin
arquitectura ornamental ni jardines elaborados.
—¿Dónde estamos? —pregunté.
—Mi hogar lejos de casa —respondió.
«¿Cómo puede alguien vivir aquí?» Parecía tan... frío.
Entramos en un garaje subterráneo con luces brillantes en lo alto. Tuve
que entrecerrar los ojos para distinguir los elegantes coches que decoraban
el aparcamiento. Shyam aparcó su coche entre un Lamborghini amarillo y
un Maserati blanco. No me sorprendió que tuviera tantos coches caros y que
trabajara en una ciudad donde era casi imposible conducirlos. «Directivos
ejecutivos de empresas de tecnología y sus juguetes».
Se acercó al lado del pasajero y me abrió la puerta. Al parecer, la
caballerosidad no estaba muerta, aunque fueras un criminal. Salí del coche
y me agarré al pomo de la puerta para estabilizarme. Todavía tenía el
cerebro atontado, a pesar de mi pequeña siesta. Shyam me cogió de la mano
y me guió por el garaje. Su tacto me hizo saltar chispas por el brazo,
despertando mi nublado cerebro. Cada vez que nuestra piel entraba en
contacto, sentía la energía de nuestra química.
Llegamos a una puerta industrial con un escáner de retina en un lateral.
Shyam bajó la cabeza y la puerta se abrió, dejando ver un ascensor.
Traspasé el umbral sin soltarle la mano. Al mirar nuestras manos unidas, me
di cuenta de que nuestros dedos se habían entrelazado sin querer. Ya no solo
me tomó de la mano, sino que yo también lo hice. Me sorprendió mirando
nuestra unión, y mis mejillas enrojecieron por la vergüenza de que me
hubiera pillado. Sentí que me apretaba suavemente la mano para
asegurarme que él también quería esto.
Las puertas se abrieron y revelaron un amplio salón con suelos de
mármol negro. En el perímetro había sofás de cuero gris. Entre los sofás
había dos elegantes mesitas bajas de madera. Una chimenea calentaba el
espacio frente a los sofás. El interior no se parecía en nada al sencillo
exterior de la casa.
En la pared del fondo había grandes ventanales. Me solté de Shyam y
me acerqué para contemplar las vistas. El cielo estaba inusualmente oscuro
para Nueva York. No había visto un cielo tan oscuro desde que me mudé
del noroeste del Pacífico. Las estrellas espolvoreaban el cielo de carbón.
Era precioso.
—¿A qué distancia estamos de la ciudad? —pregunté.
—Unos noventa minutos —respondió mientras entraba en la cocina, a la
izquierda del salón. Con la planta abierta, podía ver la cocina, que era tan
elegante y masculina como el salón.
—¿Vas en coche al trabajo desde aquí todos los días? —Ese trayecto
debe ser muy largo, incluso si utiliza un chófer.
—No, tengo un lugar en la ciudad que uso durante la semana. Vengo
aquí los fines de semana para tener privacidad.
«¿Privacidad por trabajo o por placer?» Imaginé que querría privacidad
para sus negocios ilegales, pero quizá también traía aquí a otras mujeres.
Me invadió una oleada de irritación. Las imágenes de la tonta que lo
adulaba la otra noche en el Nirvana se reprodujeron como una película en
una pantalla de mi cabeza.
Sacudiendo la cabeza para detener mis pensamientos, volví a la realidad.
Era un hombre guapísimo y poderoso, así que era estúpido pensar que era
un monje célibe en su tiempo libre. Sin embargo, no podía detener la
amargura que me producía la idea de que estuviera con otra mujer.
Volvió a mi lado y me ofreció una taza de té, con una ceja levantada.
Estudió mi rostro como si pudiera leer mis pensamientos. Fue testigo de
cómo giraban los engranajes de mi cabeza. —¿Adónde has ido, Amelia?
Ignoré su pregunta. Lo último que necesitaba pensar era que yo era una
chica celosa que suspiraba por su jefe guapo.
Tomé la taza en mis manos e inhalé su cálido aroma. El aroma especiado
calmó mis sentidos. Tomé un sorbo y las notas de canela y jengibre me
calentaron al bajar. Sentí que se me despejaba la cabeza y recuperaba la
cordura.
—Esto está delicioso. ¿Qué es? —pregunté. Me lamí los labios
lentamente para limpiar la espuma lechosa que se había pegado a ellos. Los
ojos de Shyam se centraron en mi boca, incapaces de apartar la mirada. Sus
párpados estaban cargados de deseo.
Después de un momento, se aclaró la garganta y respondió: —Masala
chai. —Levantó la mirada.
—Esto no se parece en nada al chai que compro en Starbucks. Es mucho
mejor. —Tomé otro sorbo, saboreandolo.
—Esas cosas son falsas y demasiado procesadas. Esta es la receta de mi
madre. Nos la hacía cuando nos quedábamos estudiando hasta tarde en el
instituto.
Me interesaba conocer su educación y sospechaba que no compartía
mucho de ella con extraños. —¿Fuiste al instituto en América?
—No. India —respondió.
Mis amigos de la industria me habían contado historias sobre el sistema
educativo de la India y me pareció intenso. Me imaginaba que Shyam y Jai
debían de pasar muchas noches estudiando para aprobar los exámenes.
—¿Es ahí donde vive ahora tu madre? —pregunté, terminando mi chai y
colocando la taza en una mesa cercana.
Su actitud cambió y apartó la mirada. —La mataron hace cinco años.
El corazón me dio un vuelco por él. Le tendí la mano. Su mirada volvió
a encontrarse con la mía, conmovido por mi gesto. —Lo siento mucho. No
lo sabía.
—Jai y yo estábamos en el extranjero, en Estados Unidos, cuando
ocurrió. Él tenía veinticuatro años y acababa de graduarse en Stanford con
un máster. Yo ya había empezado a trabajar en la empresa familiar,
utilizando mis contactos de la escuela de negocios para ampliar nuestra red
en Estados Unidos.
—¿Cuántos años tenías? —pregunté.
—Veintisiete —dijo.
Hice los cálculos. Ahora tendría treinta y dos. Nuestra diferencia de
edad debería haberme sorprendido, pero no podía negar la conexión que
sentía a pesar de ello.
—¿Sabes quién lo hizo? —Esperaba que no pensara que me estaba
entrometiendo. Solo quería entender su pasado.
Apartó su mano de la mía. Sentí la pérdida de inmediato. Acercándose a
la ventana, sus ojos se enfocaron en el horizonte a pesar de que afuera
estaba oscuro. —Tarun. Sus hombres la secuestraron cuando volvía a casa
del mercado y la retuvieron como rehén. Se la llevaron cuando su criada
estaba distraída con uno de los vendedores.
—¿Adónde se la llevaron? —Susurré horrorizada.
—Al sótano de una de sus fábricas. Se turnaron para violarla y la
colgaron después de saciarse. —Su voz no vaciló, pero sus ojos seguían
evitando los míos con determinación.
—Jesús —jadeé, con las lágrimas amenazando con derramarse. La
vívida imagen de cómo había sufrido su madre me revolvía el estómago y
tragué la bilis que me había subido a la boca. Me moriría si alguien le
pusiera una mano encima a mi propia madre.
—Tarun dejó una nota para mi padre con las coordenadas de su cuerpo.
La encontró en un vertedero. Nunca superó su dolor y se quitó la vida para
estar con ella. —Miró fijamente lo que tenía delante de la ventana,
seguramente para evitar mi mirada de lástima.
Se me rompió el corazón por el hombre que tenía delante. Se había
encerrado en sí mismo a causa de su propio dolor. Era el patriarca de su
familia, cada vez más pequeña. Toda la responsabilidad de continuar con el
legado familiar recaía sobre sus hombros. No era de extrañar que estuviera
tan serio e intenso todo el tiempo.
Me moví detrás de él y puse una mano en el centro de su espalda. Podía
sentir la vibración de los latidos de su corazón. Sus duros músculos se
relajaron bajo mi contacto. Deslicé la mano hacia abajo con suavidad,
llevándola al costado de su cintura, y apoyé la mejilla en su espalda,
dejando que mis lágrimas mojaran su camisa.
Shyam se volvió hacia mí y me rodeó la cara con sus grandes manos.
Cuando sus pulgares enjugaron mis lágrimas, vi reflejado en sus hermosos
ojos color avellana el tormento que había mantenido oculto durante los
últimos cinco años. En ese momento, no vi a un criminal ni a un magnate de
la tecnología frente a mí. Solo vi a un hombre con el corazón magullado, un
hombre al que quería proteger de su propio pasado. —Le haremos pagar por
lo que hizo —susurré mientras le miraba fijamente.
Sus ojos se suavizaron con gratitud y sus labios se encontraron con los
míos, ofreciéndome un silencioso agradecimiento. Su beso era tan tierno
que contradecía su poderoso exterior. Consumió cada parte de mí. Clavé las
yemas de los dedos en sus bíceps para estabilizarme... «Porque me estoy
enamorando de este hombre.»
Profundizó el beso. Abrí los labios para dejarle entrar. Su lengua saboreó
mi boca con fervor. Nuestro tierno beso se volvió salvaje y temerario
cuando mi lengua se encontró con la suya con la misma necesidad. Una de
sus manos se deslizó por mi pelo, por encima de la nuca. Tiró con fuerza de
los mechones y me mordió el labio inferior, haciéndome sangrar. Su lengua
calmó el agudo dolor. No pude evitar que un gemido saliera de mi garganta.
Me levantó en brazos y me acunó contra su pecho. Le rodeé el cuello
con los brazos para sujetarme mientras me llevaba escaleras arriba.
Me llevó a lo que supuse era su dormitorio, con paredes negras
iluminadas por la suave luz dorada de dos lámparas de mesilla. Exuberantes
plantas verdes decoraban las esquinas a ambos lados de la cama. Parecía
una jungla oscura, y el hombre que me sujetaba era un depredador salvaje a
punto de consumir a su presa.
Me tumbó en su cama, con la cabeza apoyada en unas suaves y lujosas
almohadas. Se subió encima de mí y selló su boca sobre la mía. Respiré
mientras nuestros labios chocaban. Mis dedos se enredaron en su pelo para
acercarlo más. No quería que se detuviera.
Me besó en el cuello mientras bajaba, hasta que su boca encontró mi
pezón. Lo mordió a través de la ropa. Grité de dolor, pero sentí el dolor
familiar entre las piernas, que suplicaba ser aliviado. Agarró el escote de mi
camiseta de tirantes con sus dos fuertes manos y la partió por la mitad, hasta
el dobladillo. Tiró de las copas expuestas del sujetador hacia abajo, por
debajo de mis pechos, y alisó sus palmas sobre mi carne. Mientras su
lengua masajeaba mi pezón desnudo, sus manos se dirigieron al botón de
mis vaqueros, desabrochándolo con dedos hábiles.
Se apartó de mí y se colocó frente a la cama. Deseé que volviera y me
envolviera en su calor, pero en lugar de eso empezó a quitarme los zapatos
y los calcetines. Me besó suavemente cada uno de los piés mientras dejaba
al descubierto la piel que no había visto antes. Se me cortaba la respiración
cada vez que sus labios entraban en contacto. Luego me bajó los vaqueros
por la cintura. Levanté las caderas en forma de puente para que me los
bajara y me los quitara de las piernas.
Se apartó de la cama para contemplar el espectáculo que tenía ante sí:
yo, con el sujetador de algodón alrededor de las costillas, las tetas desnudas
listas para él y mi excitación empapando las bragas blancas a juego. «¿Por
qué no podía haberme puesto algo más sexy esta noche?» Apreté las
rodillas para ocultar mis bragas.
—Ábrelas —ordenó.
Hice lo que me dijo, separando las rodillas y abriéndome para él. Sus
ojos brillaron de aprobación. Sin dejar de mirarme, se desabrochó la camisa
y la tiró al suelo. Sus cincelados abdominales y brazos estaban rasgados
como la piedra.
Se descalzó, se quitó los calcetines y los apartó de un puntapié. Mis ojos
se desviaron hacia el profundo corte en V de sus caderas, que apuntaba a la
protuberancia de sus pantalones. Se desabrochó la bragueta y los bajó al
suelo junto con los bóxers, dejando al descubierto su larga y gruesa
erección. Tan suave y ya rezumando presemen en la punta. «Dios mío». Me
lamí los labios mientras la imagen me quemaba los ojos, tan caliente como
el sol. Mis piernas se abrieron más en respuesta a lo que estaba viendo.
Podía sentir mi humedad goteando por los lados de mis bragas.
Se acercó a la cama como si me estuviera cazando, guiado por el aroma
de mi excitación. Se posó a los pies de la cama y me presionó los muslos
con las palmas de las manos. Hundió la nariz en mi sexo cubierto de bragas,
inhalando profundamente. Mi respiración se agitó por la expectación. Me
soltó los muslos. Cogió el borde de mis bragas con la boca y tiró de ellas
hacia abajo, arrancándomelas solo con los dientes. Como una bestia
desgarrando carne con sus colmillos. Todo lo que hacía era con cruda
intención animal.
Me besó el interior del muslo hasta llegar a mi sexo. Me lamió la
abertura y mi espalda se arqueó sobre el colchón por la descarga de placer.
—Ya estás mojada para mí, jaan —susurró contra mis pliegues antes de
devorarme. La presión que se acumulaba entre mis piernas era tan dolorosa.
Necesitaba liberarme. Lo quería dentro de mí. Le agarré la cabeza con las
manos y acerqué su cara a la mía, levantando la pelvis para encontrarme
con la suya.
—Tan impaciente —dijo antes de besarme, dejándome saborear mi
excitación en su lengua—. Si no te quedas quieta, tendré que atarte esas
manos. ¿Quizás prefieras eso?
Nunca me habían atado en la cama, pero algo me decía que me
encantaría lo que me hiciera. Tenía total control sobre mi cuerpo.
Continuó su tortuoso asalto a mi centro con su boca. Se acercó a mi
clítoris, succionó mi nódulo entre sus dientes y lo mordió. Mi clítoris
empezó a dolerme y grité. Calmó el dolor con la lengua, masajeando
suavemente. La sangre acudió a mi zona, lo que aumentó mi placer, para mi
sorpresa. Su lengua lamía mi abertura mientras su pulgar se encargaba de
masajear mi nódulo en círculos rítmicos. Sentí que mis músculos pélvicos
se contraían. El sudor cubría mi cuerpo. Le agarré el pelo con las manos,
aguantando con todas mis fuerzas.
—Oh, Dios —gemí con fuerza. Mi cuerpo se convulsionó en oleadas de
placer mientras encontraba mi liberación.
Me tumbé sin fuerzas en la cama, intentando recuperar el aliento. No
podía creer lo que acababa de ocurrir. Nunca me había corrido tan fuerte en
mi vida.
Shyam se levantó de entre mis piernas, con los labios mojados por mi
excitación. Su pene estaba tan duro que su vena sobresalía como si
estuviera a punto de estallar. Nunca había estado con un hombre que
disfrutara tanto chupándome como parecía hacerlo él.
Me besó el valle entre los pechos antes de subir al cuello. Me dio
pequeños mordiscos en el cuello. Sentí que se me doblaban los dedos de los
pies y que mi cuerpo se tensaba de placer. «¿Cómo puedo seguir estando
tan excitada?»
—Aún no hemos terminado —me susurró al oído y me chupó el lóbulo.
Se trasladó a mi boca, abusando de mí con sus besos. Su pene presionaba
mi vientre, mojando mi piel con presemen. Deslicé la mano entre nosotros y
lo acaricié. Quería su humedad sobre mí. Que me marcase. Su mirada pasó
de ser la de un dios del sexo seguro de sí mismo a la de un hombre con los
ojos pesados y necesitado de su propia liberación. Me alimenté de su deseo
por mí. Disfruté llevando a este hombre controlado al límite conmigo.
—Te necesito, Shyam —respiré en su cara. Enganché mis piernas
alrededor de su culo para empujarlo hacia mí. No pudo resistirse. Sentí la
cabeza de su pene presionándome.
—¡Espera! ¡No llevas nada! —Casi me había perdido en el momento y
me había vuelto irresponsable. Tomaba la píldora, pero no habíamos
hablado de nuestra historia sexual.
—No. Te quiero toda así —gruñó. Sintiendo mi nerviosismo, me
tranquilizó: —Estoy limpio. ¿Lo estás?
Asentí con la cabeza.
—¿Confías en mí? —me sondearon sus ojos.
«Lo hacía». —Sí.
Su pene presionó mis pliegues internos. Era tan grande que me tensé
cuando me llenó.
—Respira, Amelia —susurró, distrayéndome con un beso apasionado.
Exhalé en su boca y relajé los músculos, dejando que se deslizara dentro de
mi.
Era la primera vez que tenía a alguien dentro de mí sin una barrera. La
sensación era mucho más intensa de lo que estaba acostumbrada.
Descansó dentro de mí solo un par de segundos, dándome la oportunidad
de adaptarme a su tamaño antes de salir. Antes de que pudiera llorar su
pérdida, volvió a penetrarme con tanta fuerza que la cabecera de la cama
chocó contra la pared. Bombeó dentro de mí más deprisa y sus pelotas
golpearon mi culo.
Sentí que mis músculos se tensaban de nuevo. No podía creer que me
fuera a correr otra vez tan pronto. —No puedo creer...
No pude terminar la frase antes de estallar en pedazos. —Shyam —grité
cuando mi placer alcanzó su punto máximo.
Me tomó con más fuerza que antes mientras su pene se engrosaba dentro
de mí. —Jaan —gritó mientras me llenaba con su semen.
Se desplomó sobre mí con la cara hundida en mi cuello. Mis brazos
rodearon su espalda, abrazándolo con fuerza. Permanecimos tumbados un
rato, pegajosos de sudor y excitación.
Cuando su pene se ablandó del todo, lo sacó y se tumbó de espaldas en
la cama. El único sonido que nos separaba era el de nuestras respiraciones,
que caían a un ritmo constante. Miró al techo. —¿Te he hecho daño?
—Un poco —respondí. «Pero me gustó». Fue el mejor sexo de mi vida.
El colchón se movió bajo su peso cuando se levantó de la cama. Se
acercó al lado opuesto y me cogió de la mano para guiarme también fuera
de la cama. El semen caliente me resbaló por el muslo cuando la gravedad
se impuso.
Me condujo al baño y a la ducha. El agua caliente de los dos cabezales
me sentaba de maravilla. La vista frente a mí tampoco estaba mal.
Los chorros de agua corrían por sus pectorales cincelados y sus
abdominales. Sus bíceps se flexionaban mientras se enjabonaba el torso.
Hacía unos minutos que se había vaciado dentro de mí y su polla flácida
aún parecía grande. Se me hizo agua la boca cuando pequeñas burbujas de
jabón se deslizaron por su pene. Al darme cuenta de que estaba otra vez
embobada, tomé un bote de champú para dejar de mirarlo.
—Permíteme. —Me quitó la botella y exprimió un poco en la palma de
su mano—. Date la vuelta.
Me giré, dándole acceso a mi pelo. «Oh». Unos dedos largos se
entrelazaron en mi pelo y me masajearon el cuero cabelludo. Incliné más la
cabeza hacia atrás, disfrutando de la sensación de ser atendida por un
hombre. Me lavó el pelo con cuidado y me aplicó acondicionador. Las
manos enjabonadas me frotaban el cuello y la espalda. Recorrieron todo mi
cuerpo, bajaron hasta las nalgas y serpentearon hasta la parte delantera. Me
enjabono los pechos en suaves círculos y bajó por el vientre hacia mis
pliegues. El agua eliminó la espuma de mi cuerpo. Sus dedos encontraron
mi clítoris e, instintivamente, me estremecí contra ellos. Trabajó mi punto
más dulce con lánguidas caricias.
Cualquier recuerdo del dolor anterior desapareció a medida que la
excitación se apoderaba de mí. Retrocedí hacia su cuerpo, sintiendo su duro
pene presionando mi piel. Alternó besos y mordiscos por mi cuello y mi
hombro.
Volví la cara para encontrarme con sus labios y recibí una bienvenida
hambrienta. Nuestras lenguas se acariciaron mientras yo chocaba contra su
mano.
—Agárrate a mí —gimió en mi oído. Me hizo girar para mirarle. De
repente, me levantó del suelo y me apretó contra la pared de la ducha.
Rodeé sus caderas con las piernas y enganché los tobillos detrás de él. Le
rodeé la nuca con los brazos.
Me invadió, penetrándome totalmente. Gemí de placer. No creía que
pudiera acostumbrarme a su tamaño. Golpeó dentro de mí, mi culo
presionando la pared detrás de mí. No sabía si era el vapor o la lujuria lo
que me nublaba la vista.
Sus dientes se aferraron a mi cuello, mordiéndome tan fuerte que
mañana tendría marcas. Sus marcas. La idea de que el mundo viera sus
marcas de propiedad me excitaba aún más.
Sentía cómo mi centro se volvía más resbaladizo con cada bombeo que
me daba. Olas de calor recorrieron mi vientre. No podía aguantar más. El
placer se apoderó de mi cuerpo, reverberando en mi interior. Su ritmo se
aceleró y su pene se puso aún más rígido antes de encontrar la liberación.
Apretada contra la pared, desenganché las piernas y las dejé caer al suelo
con el peso de la gravedad. Las sentía como gelatina. Tuve que agarrarme a
sus hombros para apoyarme.
Encontré sus hermosos ojos con los míos. Normalmente tenían una
expresión severa, pero ahora solo reflejaban dulzura. Me perdí en su lado
más suave.
Nos enjuagamos bajo el agua fría y nos secamos con toallas mullidas de
gran tamaño. De vuelta a su dormitorio, Shyam se puso unos calzoncillos.
No estaba segura de lo que pasaría después. Quería pasar la noche con
él, pero pensé que quizá era más apropiado volver a casa. Sabía que
habíamos compartido algo especial esta noche, pero no quería asumir que lo
que habíamos hecho era algo más. Recogí mis bragas del suelo y me las
puse.
Me dispuse a ponerme los vaqueros cuando Shyam me interrumpió. —
¿Qué crees que estás haciendo?
—Me estoy vistiendo. Puedo llamar a un Uber para que me lleve a casa
—respondí.
Abrió el cajón superior de su cómoda, sacó una de sus camisetas y me la
tendió. —Ponte esto.
Me bajé los vaqueros y me puse la camiseta de gran tamaño por encima
de la cabeza.
Retiró las sábanas. —Entra.
Quería que me quedara. Intenté contener mi excitación mientras me
deslizaba en la cama a su lado.
Por dentro, sonreía porque probablemente él tampoco lo consideraba una
cosa de una sóla noche. Me acercó a su cuerpo, de modo que su frente
acunó mi espalda. Su pesado brazo me ancló a la cama. Me relajé en su
cálido abrazo y sentí su respiración pausada detrás de mí. Poco después, yo
también me quedé profundamente dormida.
 
 
 
 
 

Capítulo XVI
Amelia

 
 
A la mañana siguiente me desperté con la luz del sol brillando a través
de las ventanas. Me di la vuelta para levantarme y sentarme. La cabeza me
latía con fuerza. «Joder. ¿Por qué bebí tanto anoche?» Últimamente me
hacía mucho esa pregunta.
Me froté los ojos para quitarme el sueño y me fijé en lo que me rodeaba.
Este no era mi apartamento.
Los recuerdos de la noche anterior inundaron mi cerebro. El bar. Las
bebidas. Un tipo molesto tratando de meterse en mis pantalones. Un tipo
muy sexy metiéndose en mis pantalones.
Miré hacia abajo y vi la enorme camiseta que llevaba puesta, con solo
unas bragas debajo. «¡Me acosté con Shyam!» No era un sueño.
La cama estaba vacía. Busqué la hora en la mesita de luz y encontré dos
pastillas y un vaso de agua junto a la cama. Analgésicos. Los engullí con
desesperación.
El olor a tocino me atrajo fuera del dormitorio. No había cenado anoche
y mi estómago gruñía para recordármelo. Estaba segura de que tenía el pelo
hecho un desastre y aliento matutino, pero tenía demasiada hambre para
preocuparme.
Seguí mi olfato escaleras abajo hasta la cocina. Shyam estaba de pie
frente a los fogones con una camiseta y unos vaqueros bajos que le
abrazaban el trasero. Se volvió para mirarme.
—¿Tienes hambre? —preguntó, sirviendo huevos en un plato.
Mi estomago soltó otro fuerte gruñido. Me agarré el abdomen para
acallar el ruido. —Anoche me salté la cena —respondí.
Sonrió ante mi actitud defensiva.
Puso los platos en la isla de la cocina, que estaba preparada con
cubiertos y servilletas de tela: un plato con huevos revueltos, tocino y
tostadas y otro con claras de huevo y espinacas.
Saqué un taburete frente al que tenía el tocino. —¡Me pido este!
—Bien, porque ese es para ti. —Puso una taza de café bien caliente
delante de mí y un batido de proteínas delante de su plato.
Me serví una buena ración de azúcar y nata de la bandeja de cristal.
Todo lo que hacía rezumaba clase. No dejaba de sorprenderme que un capo
de la droga pudiera ser tan educado.
Ahueque mi taza de café con las manos para absorber su calor. —Es el
desayuno más simple que he visto nunca.
Sonrió satisfecho. —¿De qué otra forma crees que tengo esos
abdominales que tanto te gustan?
Me sonrojé con fuerza, reviviendo lo de anoche. Tenía los abdominales
muy marcados. Ahora quería pasar la lengua por ellos, solo para
saborearlos.
Me aclaré la garganta para cambiar de tema. —Nunca tengo tiempo para
desayunar. Siempre salgo corriendo por la mañana.
—¿Cómo es eso? —preguntó, dando un bocado a su tortilla.
—Me acuesto tarde —respondo entre bocados de beicon—. Me gusta
codificar durante la noche. Trabajo mejor después de medianoche. —No
tenía la mejor dieta. Me limitaba a comer lo que encontraba en la nevera o a
pedir comida para llevar de algún restaurante cercano.
—Debe de ser una peculiaridad de los desarrolladores —dijo.
—¿Peculiaridad? —Pregunté.
—Cuando Jai estaba en el instituto, solía quedarse hasta el amanecer
codificando porque le gustaba mucho —dijo mientras se limpiaba la boca
con la servilleta.
—Supongo que todos somos búhos nocturnos. —No había nada como
programar por la noche. El resto del mundo dormía, así que no había
interrupciones mientras trabajaba. Sentía que podía pensar con más claridad
por la noche. Si no fuera por el trabajo, probablemente me quedaría
despierta toda la noche para programar por diversión y dormiría todo el día.
Me quedé mirando su desayuno saludable. —¿Eres vegetariano? —le
pregunté.
—¿Qué te hace pensar eso?
—¿No es vegetariana mucha gente de la India? —Había tenido algunos
amigos indios en la universidad que eran vegetarianos estrictos, así que era
consciente de que era algo habitual en esa cultura.
—La mayoría lo son. Los que sí comen carne no comen ternera ni cerdo.
Bueno, en tu caso, tocino. —Me guiñó un ojo.
—Entonces, ¿por qué lo tienes en la nevera? —Sentí verdadera
curiosidad y me alegré mucho de que tuviera tocino en la nevera.
—Yo era vegetariano cuando vivía en la India. Pero en cuanto Jai y yo
nos mudamos aquí, decidimos que era más divertido pecar después de
probar nuestras primeras hamburguesas con tocino.
Solté una risita. No me imaginaba a Shyam devorando una hamburguesa
con tocino como un universitario hambriento. Parecía demasiado correcto
para comerse una.
—¿Supongo que ahora nada de hamburguesas?—. Señalé sus
abdominales con la barbilla. No eran los abdominales de un hombre que
vivía de hamburguesas.
—Nos pasamos cuando engañamos por primera vez a nuestro
vegetarianismo, pero no son tan buenas. —Hizo una mueca incómoda a
modo de burla mientras se pasaba las manos por el torso.
Era la primera vez que entablábamos una conversación informal.
Nuestra relación, fuera cual fuera, había cambiado. Él se abría más a mí y
yo me sentía menos tímida a su lado. Disfrutaba de esta dinámica, ya que
solo había experimentado la intensidad de Shyam. Su exterior seguía
intimidándome, pero ahora sus ojos brillaban con una ligereza que lo hacía
más accesible.
Shyam terminó su comida y vació su plato en el fregadero. Yo seguí
disfrutando de mi desayuno.
Se dio la vuelta y se apoyó en el lavabo, con las manos agarradas a
ambos lados. —Cuéntame más sobre esta carta de recomendación que
quieres de mí.
Di un largo sorbo a mi café para ordenar mis recuerdos de lo que había
exigido anoche. No estaba segura de cómo negociar la carta que quería a
cambio de ayudarle. Escuchar cómo Tarun había violado y asesinado a su
madre me hizo anhelar ayudar, pero seguía queriendo algo a cambio de
arriesgar mi carrera participando en actividades ilegales. Esencialmente, los
hermanos Sethi me estaban utilizando para algo que necesitaban, y yo les
devolvería el favor.
Me tragué el café de un buen trago y empecé: —No esperaba trabajar
para una empresa dedicada a actividades ilegales. Como el trabajo que me
ofreciste conlleva riesgos, creo que merezco una compensación adicional.
—Eso no salió tan seguro como yo quería.
No se rió de mí ni me menospreció. En lugar de eso, estudió mi cara. —
¿Y no estás pidiendo más dinero en su lugar? ¿Por qué una carta? —
preguntó, perplejo, mientras se cruzaba de brazos.
Solté un gran suspiro y puse todas mis cartas sobre la mesa. —Porque
soy una mujer en la industria tecnológica y es muy difícil ascender porque
no soy un hombre.
Me sentí como una manipuladora por exigir esto, sobre todo teniendo en
cuenta la razón por la que estaba siguiendo a Tarun. Pero también tenía que
pensar en mí misma. Las mujeres en el mundo laboral llevaban demasiado
tiempo recibiendo la peor parte, y la industria tecnológica no era una
excepción.
—Y si tuvieras una carta de recomendación de Sethi Tech, podrías llegar
a lo más alto —dijo mientras aquellos ojos avellana seguían clavados en mí.
Asentí con la cabeza, esperando que no se burlara de mi ambición. Los
hombres poderosos como él probablemente pensaban que era “bonito” o
“tierno” que una mujer mostrara empuje y determinación en su carrera.
Dio la vuelta a la isla para reunirse conmigo. Giré mi cuerpo para
mirarle. Me levantó la barbilla con el dedo para mirarme a los ojos y me
dijo: —No necesitas una carta de recomendación mía ni de nadie. Eres
brillante y te mereces un puesto directivo en cualquier empresa. Pero si es
lo que quieres, te la daré.
Su confianza en mí me calentó hasta la médula. Me costaba tener
confianza en mí misma, pero aquí estaba este hombre que creía en mí y
quería que tuviera éxito.
—Gracias —dije en voz baja.
Bajó los labios y me dio un suave beso en un lado de la boca. —De
nada, jaan. ¿Te llevo a casa?
—Sí, por favor. —Sonreí.
 
 
 
 
 

Capítulo XVII
Amelia

 
 
Retomé mi puesto en Sethi Tech, a pesar de que no tenía nada que ver
con ninguno de los detalles que figuraban en la descripción “oficial” de mi
trabajo. Pasaba la mayor parte del tiempo en el laboratorio del sótano,
formateando fotos alteradas de un Tarun de dieciocho años. Trabajé en la
creación de tantas imágenes posibles como pude para reflejar el aspecto que
tendría hoy si alguien le hubiera hecho una foto.
Hoy fue una excepción, y me alegré de volver a mi despacho para
tomarme un respiro de estar sola en una habitación aislada.
Rastrear a Tarun había resultado tan difícil como Shyam había
prometido. Era como si el hombre no existiera. No existían coincidencias
para ninguna de las posibilidades de fotos camufladas que había generado.
Incluso había pensado que podría llevar una prótesis, pero las posibilidades
eran infinitas.
Jai y Shyam habían encontrado información básica sobre él, como su
nombre, edad e información escolar, pero todo eso se podía averiguar sin
utilizar un software de rastreo muy desarrollado. Necesitaba encontrar algo
más sustancial que migajas de información.
Mi búsqueda se había vuelto personal. No podía imaginar la angustia
que Shyam debió de sufrir cuando su madre fue asesinada tan brutalmente.
Había visto el dolor en sus ojos cuando compartió su carga conmigo. Tuvo
que ser duro para un hombre tan reservado como él derribar sus muros.
Seguía manteniendo su duro caparazón a mí alrededor, sobre todo en la
oficina, pero yo había sido testigo de las grietas. Seguía sintiéndome
especial por el hecho de que hubiera decidido compartir su pasado
conmigo, y haría todo lo que estuviera a mi alcance para ayudarle a
vengarse.
Después de esa noche en su casa, no habíamos vuelto a tener sexo. Lo vi
en la oficina, pero estaba casi siempre en plan jefe, aunque su trato conmigo
era más suave que antes. No dudaba en dar órdenes cuando se trataba de la
búsqueda, pero de vez en cuando me acariciaba la mejilla o me acercaba
para darme un beso suave y aliviar el golpe de sus exigencias. El calor de
nuestra química se apoderaba de nosotros después de esas pequeñas
muestras de afecto, lo que llevaba a montones de besos y manoseos por
encima de la ropa. Siempre nos interrumpían, y Shyam se iba para apagar
más fuegos de Tarun saboteando su negocio.
Los daños sufridos por su negocio le habían puesto a prueba y parecía
preocupado, aunque intentaba ocultarlo bajo su serena fachada. Me di
cuenta de que estaba agotado.
Aún no sabía lo que éramos, pero nuestra relación había cambiado.
Shyam me importaba mucho y estaba segura de que yo le importaba a él.
Incluso había empezado a enviar un coche a mi apartamento para llevarme
al trabajo y de vuelta a casa. Yo había discutido con él porque prefería ir
andando, pero al final había cedido porque era demasiado testarudo para
cambiar de opinión. Supongo que me vino bien, ya que últimamente hacía
frío y llovía casi todos los días.
Estaba pensando en posibles nuevos parámetros de búsqueda cuando
sonó mi teléfono.
¡Eh, zorra! ¿Dónde has estado toda mi vida?
Le respondí. ¡Hola, Nat! En el trabajo.
¿Nuevo trabajo? ¿O antiguo trabajo con el Sr. Sexy, quiero decir, el Sr.
Sethi? :-p
¡Muy graciosa! ¿Cómo está Rob?
¿Quién?
Pasó por todos los tipos tan rápido que no me sorprendió que hubiera
olvidado el nombre del tipo del bar.
¡Ese tipo con el que te fuiste del bar!
Ohhh. Estuvo bien. Demasiado rápido en la cama. Terminé pidiendo
pizza después de que se fue y vi un poco de Netflix. Típico de Nat. Ámalos y
déjalos.
Su vida sexual se movía demasiado rápido para que yo la siguiera.
Incluso si Rob hubiera sido un buen polvo, ella ya lo habría superado. Le
gustaba no comprometerse, sin nadie a quien responder.
Seguí escribiendo. ¡Más suerte la próxima vez!
Tal vez. ¿Adónde te fuiste esa noche?
Shyam me recogió.
¡¿Qué?! ¡¿Y me acabo de enterar?! ¿Lo hicieron?
Sonreí, recordando sus besos y sus caricias. Yo no beso y cuento.
¡Eso significa SÍ! ¡Chica traviesa! ¿Cómo fue? ¿Te ató y te hizo cosas
sucias?
¡¿Qué?! No me ato. No quería entrar en detalles sobre cómo Shyam me
había follado sin descanso hasta dejarme dolorida. Ese era mi recuerdo para
disfrutar. Y lo disfruté, en la intimidad de mi casa, bajo las sábanas, cuando
estaba sola.
Entonces, ¿sí a las cosas sucias? Ella no iba a dejar pasar esto.
Define “cosas sucias”.
¡SIIIIIII! ¿Te trata bien? Siempre fue una hermana mayor que me
cuidaba.
No tienes que preocuparte por nada. Estaba segura de que esta relación
también significaba algo para Shyam.
Sabes que no puedo evitarlo. ¿Decidiste quedarte en la empresa?
Asegúrate de cuidar de ti misma, ante todo.
Siempre. Te quiero.
Yo también te quiero. ¿Cenamos pronto? ¡Necesito detalles!
¡Sí, por favor!
—¿Mandando mensajes en el trabajo? —Dijo Jai mientras se apoyaba en
el marco de mi puerta, mirándome. No sabía cuánto tiempo llevaba allí
espiándome.
Sobresaltada, bloqueé inmediatamente la pantalla de mi teléfono y lo
dejé caer. Cayó con estrépito sobre mi escritorio.
—Cuidado, antes de que los jefes te pongan una multa por eso —se
burló.
Era algo más bajo que Shyam, aunque delgado, pero su sonrisa juvenil
siempre insinuaba picardía. Me imaginaba que las mujeres se le tiraban
encima. Era el hermano Sethi más accesible.
Sabía que estaba bromeando, así que le seguí la corriente. —¿Vas a
hacer que Jessica de RRHH me de lecciones durante cuatro horas más?
Se rió entre dientes y cerró la puerta de mi despacho, luego se dejó caer
en la silla frente a mi escritorio y cruzó un tobillo sobre la rodilla. —¿Algún
progreso en la búsqueda?
Solté un gran suspiro y me encorvé en la silla. Supuse que Jai ya sabía
que Shyam me había confiado la verdadera razón por la que necesitaban
aplicaciones de seguimiento de datos.
—En eso te entiendo —me dijo para consolarme.
—No entiendo cómo una persona puede ser completamente invisible
hoy en día. Todo el mundo tiene algún tipo de dato personal o foto actual
almacenada en alguna parte. Es como si viviera debajo de una piedra.
—No me sorprendería que lo hiciera, literalmente. Se escondió hace
poco, pero incluso antes había sido escurridizo cuando se trataba de datos.
Créeme. Hemos estado en esto durante años, y estamos tan perplejos como
tú.
—Dijiste que tenía un hermano. ¿Encontraste algún dato sobre él? Tal
vez podamos encontrar algo que los conecte. ¿Alguna foto de él? —Si había
fotos de su hermano, estaba seguro de que podríamos usarlas para encontrar
una coincidencia. Los hermanos solían compartir algún que otro rasgo
facial similar, así que era posible que el software pudiera detectar esas
similitudes.
—Tampoco hay mucho sobre él. Solo información antigua y fotos viejas
como con Tarun. Su equipo informático hizo un gran trabajo ocultándolas.
Murió no hace mucho y, obviamente, no ha aparecido nada nuevo sobre él
desde entonces. —Saco su teléfono y buscó en él mientras hablaba—.
Toma.
Tomé su celular. Era una foto de un hombre de piel morena, magullado y
ensangrentado. Parecía tener la edad de Jai, unos veinte años. Tenía la cara
redonda, como en la vieja foto de Tarun que yo había visto, pero no tan
llena. Le faltaba la marca de nacimiento que Tarun tenía en el cuello.
También tenía los ojos muy juntos, como Tarun, pero cerrados. Estaba
muerto.
—Desplázate a la siguiente.
Pasé el dedo y apareció otra foto. Era otro hombre indio, pero de piel
más clara y más corpulento que el anterior. Este hombre estaba vivo y no
había sido golpeado. Tenía los ojos castaño claro y un aspecto diferente al
del hombre anterior que había visto. Lo único que era igual eran sus ojos
estrechos.
—¿Qué estoy mirando ahora? —pregunté, confusa.
—Ese también es el hermano de Tarun.
Me quedé mirando la foto con incredulidad. «Prótesis». En la segunda
foto debía de llevar unas pesadas prótesis para cambiar de aspecto.
—¿El mismo? Es una locura. Parece tan diferente.
—Había estado trabajando en nuestra red en Nueva York disfrazado. Le
quitamos las prótesis después de morir para ver cómo era realmente.
Entonces tomamos la primera foto que has visto. La segunda foto es una
que tomamos cuando estaba vivo y disfrazado. Esperaba que pudiéramos
obtener una coincidencia utilizando cualquiera de estas fotos, pero no
tuvimos suerte con las versiones antiguas del software de reconocimiento
facial. —Tomó el teléfono cuando se lo ofrecí de vuelta—. Ya están subidas
a nuestra nube compartida para su uso. Como tu software tiene mayor
precisión para la gente de color y tiene en cuenta el camuflaje, sé que
tendremos más posibilidades de encontrar a Tarun usándolo.
Todo tenía sentido. Solo necesitábamos que alguien tomara una foto
actual de Tarun y la comparara con fotos de su hermano con y sin prótesis
para obtener coincidencias. La foto capturada llevaría también las
coordenadas del lugar donde se tomó, así podríamos localizarlo. Parecía
sencillo, pero Tarun era un experto en esconderse.
—¿Cómo murió su hermano? —Le pregunté a Jai para reunir más
información sobre nuestro enemigo.
Silencio. Se me quedó mirando, pero sus ojos me transmitieron todo lo
que necesitaba saber.
—No importa —dije, bajando la mirada y sacudiendo la cabeza. No
necesitaba oír las palabras para saber que Shyam y Jai lo habían matado.
Bajó la voz a un tono más serio. —Ya sabes a qué nos dedicamos. No
somos empresarios mimados que pasamos el tiempo en el campo de golf o
navegando en yates. Somos hombres peligrosos que trabajamos duro por
nuestro dinero. Tienes que aceptarlo si vas a ser la novia de Shyam.
Era la primera vez que hablaba de mi relación con su hermano. No sabía
cuánto sabía de nuestra relación íntima, pero supuse que los hermanos
hablaban.
—No estoy segura de que estemos juntos en ese sentido, por así decirlo.
—No me sentía cómoda compartiendo mucho, así que no dije más.
—¿En serio? Porque te mantuvo en secreto cuando empezaste aquí.
Nunca ha sido tímido con sus otras mujeres, pero ha sido
sorprendentemente reservado contigo.
—¿Sus otras mujeres? —Repetí en voz baja. Por lo que yo sabía, podía
estar viendo a otras mujeres además de a mí. Nunca habíamos hablado de
ser exclusivos, así que sería justo que se acostara con otras mujeres, pero la
idea me revolvía el estómago.
—Bueno, las otras mujeres pasadas. No lo he visto con nadie más desde que
llegaste. Excepto el viernes pasado, con esa stripper.
«¿El viernes pasado?» Esa fue la noche en la que me había hablado de
sus padres y luego me había tomado por completo. «¿Estaba con otra mujer
cuando le llamé desde el bar? Me había follado sin protección después de
ella.» Me sentí mal del estómago. Saboreé la bilis en mi boca.
El teléfono de Jai zumbó con un mensaje de texto. Se concentró en su
pantalla, aparentemente ajeno a las lágrimas de rabia que amenazaban con
caer de mis ojos.
—Oh, mierda. Tengo que irme, amor. Emergencia de traficante. —Salió
corriendo de mi despacho para resolver lo que fuera que requiriera su
atención, dejándome sola sumida en mi pavor.
 
 
 
 
 

Capítulo XVIII
Shyam

 
 
Diez malditas cajas de producto, todas interceptadas. Mis hombres
prepararon el envío y lo cargaron en el buque de carga para su entrega.
Cuando el cargamento llegó al puerto de Barcelona, nuestras cajas habían
sido vaciadas, dejando solo el hardware informático que utilizamos para
ocultar nuestro producto. Pudimos piratear el sistema de videovigilancia
utilizado en ambos puertos, pero no se descubrió nada sospechoso en las
grabaciones.
Nuestro cliente estaba furioso. Supusieron que éramos los responsables
de la pérdida y que nos estábamos aprovechando de ellos, pero yo había
puesto a trabajar a mis hombres de mayor confianza, así que sabía que no
eran responsables de lo que había ocurrido. Alguien había saboteado
nuestro envío, y mi instinto me llevó a un culpable: Tarun.
No podíamos seguir haciendo negocios así. Cada envío que hacíamos
corría el riesgo de ser robado o destruido. Habíamos perdido a nuestro
cliente de Barcelona. Habían sido nuestro principal distribuidor en España,
y nuestra fortaleza dentro del país estaba ahora destruida. Sin duda ya
habían pasado a firmar un contrato con Tarun y sus hombres. Esta mierda
seguiría pasando hasta que destruyéramos a Tarun. No había forma de que
ambos pudiéramos seguir haciendo negocios mientras el otro estuviera
vivo, y yo no tenía planes de morir pronto. Estaba impaciente, y necesitaba
que Jai y Amelia lo localizaran ya.
Jai entró en nuestra suite del Nirvana justo después de que yo terminara
de obtener detalles sobre la redada. Era de día, así que el club estaba
cerrado al público, y nuestros empleados aún no habían fichado para
empezar a prepararse para la noche. La suite era más privada que mi
despacho en Sethi Tech para hablar de nuestros próximos pasos.
—¿Por qué has tardado tanto? —le ladré.
Estaba harto de su impuntualidad cada vez que la mierda nos golpeaba.
Antes siempre lo había disculpado porque era un genio. Sin él, nuestro
negocio no habría prosperado como lo había hecho antes de que Tarun
empezara a entrometerse en nuestros asuntos. Pero Jai también era
consciente de su brillantez, y su ego le hacía pensar que el mundo giraba a
su alrededor.
Yo era todo lo contrario. Siempre llegaba puntual a las reuniones, sino
más temprano. Odiaba esperarle y, con la rabia que me invadía en aquel
momento, no me daba vergüenza darle una patada en el culo para darle una
lección.
—Relájate. Ya estoy aquí —respondió. Se sentó frente a mí, frente a mi
escritorio.
—Nuestro negocio echa humo y tú entras aquí como si nada. —Estaba
enfadado y listo para atacar a cualquiera que estuviera en mi línea de fuego.
Menos mal que estábamos aquí y no en la oficina, donde probablemente
habría arremetido contra empleados inocentes.
—Cierra la boca. Sabes que me importa. ¿Por qué si no iba a estar aquí
ahora? —dijo en un intento de aplacarme a su inmadura manera fraternal—.
Estaba con tu novia en la oficina.
Sabía de quién hablaba. Me picaba la curiosidad; sentía una punzada de
deseo cada vez que oía a alguien referirse a ella en la oficina. Sin embargo,
cuando mi hermano la mencionaba, normalmente era para sacarme de
quicio, y yo nunca lo defraudaba. —No es mi novia.
Su ceja se alzó con escepticismo. —¿Estás seguro de eso? Pareces
demasiado sensible cuando se trata de ella.
—Ella es vital para localizar a Tarun. Eso es todo. No es como si pudiera
depender de ti para hacerlo por tu cuenta. —Sabía que era un golpe bajo,
pero había pulsado un botón, y no estaba de humor para que me acosaran.
—No sé por qué no admites que te preocupas por ella. Casi destrozaste
su oficina cuando me viste hablando con ella en su primer día.
—No sé de qué me estás hablando —le dije, quitándole importancia.
—Lo entiendo, hombre —continuó—. Es hermosa, inteligente y tiene
una personalidad dulce.
—¿Dulce? ¿Desde cuándo usas la palabra “dulce”? —me burlé.
—Sabes lo que quiero decir. Ella es inocente. Entiendo el atractivo.
Diablos, si no estuvieras con ella, intentaría conquistarla. —Se recostó en
su silla, mostrando su sonrisa más cursi de chico enamorado.
Gruñí ante su afirmación. No tenía novias, pero ella era mía para ser lo
que yo quisiera hasta que terminara. —Déjalo —gruñí.
—Bien. Pero dice mucho lo histérico que estás ahora. Nunca te he visto
así por una mujer. Ni siquiera Salena.
Sabía que mencionaría a Salena. Era la hija de un antiguo distribuidor.
Nuestros padres habían hecho los arreglos para nuestro matrimonio. Yo
nunca quise casarme, pero no tuve voz ni voto en el asunto, hasta que mi
padre falleció. Romper el contrato que nuestros padres habían establecido
enfureció al padre de Salena y le hizo decantarse por Tarun. Perdimos el
contacto después de que yo rompiera.
Suspiré con resignación. —Mira, la necesitamos si queremos acabar con
Tarun antes de que destruya más nuestro negocio.
—No la amas, ¿verdad? —insistió, haciendo caso omiso de mi negativa.
—¡¿Qué?! —Casi me caigo de la silla. Tenía que estar bromeando. Yo
no amaba a ninguna mujer. Siempre había admirado el matrimonio de mis
padres. Habían tenido un matrimonio concertado, pero habían desarrollado
sentimientos el uno por el otro con el paso de los años. El hecho de que se
hubieran amado tanto, hasta sus últimos días, había conformado mi visión
del matrimonio como algo que había que tomarse en serio.
No amaba a Salena cuando éramos novios, pero pensé que llegaría a ello
con el tiempo. Pronto descubrí que no estaba hecho para ese tipo de
compromiso. Era el mayor criminal de Norteamérica y me gustaba follar
cuando y donde quisiera. Tenía demasiado respeto por la santidad del
matrimonio como para empañarlo con mi estilo de vida. Si alguna vez
sentaba cabeza, respetaría demasiado a mi pareja como para hacerle pasar
por lo que había sufrido mi madre cuando estuvo casada con mi padre. Su
estilo de vida la había matado. No se merecía la muerte que había recibido.
Deseaba a Amelia. Tenía una manera de desarmarme. Por eso había
compartido mi pasado con ella, para que entendiera por qué necesitaba su
ayuda para seguir la pista de Tarun. Nunca le había contado a otra mujer
cómo murieron mis padres y mi necesidad de venganza, pero creí que era
necesario compartir mi pasado para que se implicara en nuestra causa.
Había pensado que si me la follaba una vez, me saciaría y me sacaría la
necesidad de encima. Pero en vez de eso, quería más. Nunca había probado
un coño como el suyo. Tan dulce y suave. Pensar en ella rodeando mi pene
y gritando mi nombre me distraía en la oficina. Se me ponía dura cada vez
que pensaba en ella. No podía resistirme a sus labios cuando la veía durante
el día.
Pero me negaba a ser ese hombre que se establece con una sola mujer.
Ya había tenido ese arreglo una vez, y había jurado que no volvería a
hacerlo. Planeaba continuar mi vida en el inframundo hasta el día en que
abandonara esta Tierra. Follaría todo lo que quisiera. Nunca lo haría a
espaldas de una novia o esposa. No era un tramposo, y me negaba a andar a
escondidas a espaldas de mi mujer para conseguir a otras.
Así que no, nunca amaría a Amelia.
Al ver mi sorpresa, Jai respondió: —Vale, vale. Veo por tu reacción que
he tocado un nervio. Probablemente deberías hacerle saber que no la amas,
si es realmente cierto.
—¿Por qué? —Estaba confuso.
—Cuando estaba con ella, le mencioné lo de la stripper con la que
estuviste la semana pasada y se puso rara. Pensó que no lo había visto, pero
estaba a punto de llorar cuando se lo dije.
—¿Qué mierda, Jai? —Esto era peor de lo que había previsto. No me
había follado a Tara, pero Amelia probablemente asumió que lo había hecho
por la bocaza de mi hermano. Nunca habíamos hablado de vernos en
exclusiva. Había pensado que se entendía que era algo casual, pero debí de
engañarla al tratarla con ternura y dejar que se quedara a dormir después de
nuestra primera noche juntos. Ahora sentía que tenía que darle
explicaciones a Amelia. Esto era exactamente por lo que no quería una
relación monógama. La frustración me estaba dando migraña.
—¿Cómo iba a saber que reaccionaría así? No pensé que estuviera
enamorada de ti o algo así.
—Hazme un favor. Mantente al margen a partir de ahora. Y deja de
hablar con ella. Su único papel que te concierne es el de “empleada”, nada
más.
—Sí, bhaiya. —«Hermano mayor». Solía llamarme así cuando éramos
más jóvenes por respeto. Ahora, lo usaba cada vez que sentía que yo lo
sermoneaba demasiado.
—Ahora que hemos terminado con la charla de chicas, tenemos que
hablar de salvar nuestro negocio.
Tarun iba a morir.
 
*****
 
Jai y yo pasamos el resto del día trazando estrategias. Llamamos por
conferencia a nuestros hombres en la India para informarles. Nuestros
hombres reforzarían la seguridad de los envíos pendientes y los
acompañarían hasta que llegaran a nuestros clientes.
No podíamos esperar más para encontrar a Tarun. Lo necesitaba fuera.
El siguiente paso era una reunión con Amelia para discutir el software de
reconocimiento facial.
«Amelia». Las palabras de Jai de antes estaban grabadas en mi mente.
La necesitaba por sus conocimientos de programación, pero no podía
seguir manteniendo una relación sexual con ella si estaba enamorada de mí.
Esto tenía que seguir siendo casual o podríamos no tener nada en absoluto.
No la engañaría.
Después de terminar en el Nirvana, le envié un mensaje diciendo que
teníamos que hablar.
Como no contestó, la llamé, pero me saltó el buzón de voz. Sabía que
estaba en casa porque había utilizado el chófer que yo le había pedido.
Estaba furioso porque me ignoraba, así que le pedí al chófer que me llevara
a su apartamento.
En el coche, me aflojé el nudo de la corbata para aliviar la tensión que
supuraba en mi interior. Estaba enfadado con Tarun por todo lo que había
hecho para sabotear a mi familia y mi negocio. Estaba enfadado con Jai por
abrir la boca. Estaba enfadado con Amelia por ignorarme. Cerré las manos
en puños sobre los muslos, dispuesto a golpear algo en mi furia.
Llegamos a su edificio. No tenía portero ni vestíbulo. No me gustaba la
idea de que se quedara en un edificio sin seguridad.
Conocía el código de acceso por la información que había encontrado en
su expediente de mis hombres. Lo introduje y desbloqueé la puerta
principal. Casi la arranco del marco.
Me acerqué a su puerta. La rabia que llevaba dentro se desbordaba.
Golpeé su puerta con el puño tan fuerte que estaba seguro de que sus
vecinos habían sentido temblar el suelo.
Oí murmullos en el interior y luego pasos que se acercaban a la puerta.
Los sonidos se detuvieron un momento. Sabía que me estaba mirando por la
mirilla.
Las cerraduras chasquearon y la puerta se abrió. Amelia estaba en el
umbral con la mano en el pomo, dispuesta a cerrarme la puerta en las
narices. Su cara lo decía todo. Estaba tan cabreada como yo, pero por
motivos distintos.
Llevaba el pelo pelirrojo recogido en un moño y el rímel corrido. Me di
cuenta de que había estado llorando porque tenía los ojos rojos e hinchados.
Llevaba una fina camiseta blanca sin sujetador y unos leggings negros de
yoga que se ceñían a sus caderas. Mi pene se agitó al ver a través de su
camiseta. Tenía los pezones erectos, como si su cuerpo se excitara al verme,
a pesar de sus emociones.
—Cuando llamo, contestas el maldito teléfono. ¿Entendido? —Mi voz
rugió como un trueno.
Se quedó boquiabierta. Estaba furiosa como un huracán. —Tienes valor
para venir aquí y gritarme —siseó.
Estaba seguro de que sus vecinos habían visto en primera fila nuestro
enfrentamiento, y yo no estaba de humor para espectadores. La agarré por
la cintura con ambas manos y la levanté del suelo.
—¡Eh! ¡Bájame! —Agitó su cuerpo para que aflojara mi agarre.
La llevé dentro y cerré la puerta de una patada. Como su piso era
pequeño, el salón hacía las veces de dormitorio. La tiré en la cama doble.
Cayó de espaldas y rebotó. Noté cómo se le agitaron las tetas por el
impacto. Rápidamente plantó los pies en el suelo y se enderezó, mirándome
fijamente, aún más cabreada que antes.
—¿Dónde estaba tu teléfono? —Había templado la voz, pero mi enfado
seguía siendo evidente.
Se burló de mí y se puso las manos en las caderas. —¿Por qué te
importa? ¿Acaso tus strippers no te entretienen lo suficiente? —Sonrió,
como satisfecha de su propia maldad. La admiraba más cuando era peleona.
Me gustaba cuando luchaba contra mí.
—En realidad, no. No lo hacen.
Le sorprendió mi respuesta. Debía de esperar que levantara la voz y
negara sus implicaciones, pero yo era un experto en ganar discusiones.
Cambié de táctica. El elemento sorpresa siempre daba ventaja en un
desacuerdo. —¿Estás celosa de mis actividades extracurriculares?
Sabía la respuesta por la forma en que enrojeció su cara. Jai tenía razón.
Puede que no me amara, pero sentía algo por mí, o no le habría importado.
—No. —Su respuesta estaba llena de falsedad. Tenía que actuar con
cuidado. Tenía que hacerle entender que esto era una relación casual para
mí. Nada más.
Acorté lentamente la distancia que nos separaba hasta que estuve lo
bastante cerca como para que sus duros pezones me pincharan a través de la
ropa. Enfadada y excitada, tenía una pinta estupenda.
Bajé mi boca hasta su oído. —Bien. ¿Entonces no te importaría que me
fuera ahora mismo y llamara a una amiga para que me hiciera compañía?
—No había estado con otra mujer desde que la conocí. Pero ella no
necesitaba saberlo, y menos ahora, cuando intentaba convencerla de que
esto no era más que sexo.
Respiró entrecortadamente cuando mi nariz le hizo cosquillas en el
cuello, justo debajo de la oreja. —No te enamores de mí, Amelia —le
susurré. Se apartó y me miró, con las cejas fruncidas—. No soy un buen
hombre. Te haré daño.
Sus ojos se volvieron vidriosos ante mi advertencia, mientras las
lágrimas amenazaban con caer. Sabía que lo entendía.
Me sentí como un bastardo por hacerla llorar, pero era necesario.
Necesitaba cortarle el rollo antes de que pudiera discutir conmigo por ver
strippers y revelarme aún más de su corazón. Una vez que todo había salido
a la luz, no podía volver atrás.
Yo no tenía intención de sentar cabeza, y ella tenía que entenderlo antes
de que sus sentimientos se vieran aún más heridos. Era una chica brillante
con potencial para un futuro brillante, y no debía perder el tiempo
suspirando por un tipo malo como yo.
No podía ofrecerle mi corazón, pero podía aliviar el dolor del rechazo.
Extendí la mano y la rodeé por el cuello. Podía sentir cómo su pulso se
aceleraba con mi contacto. —Contestarás al teléfono cuando te llame. ¿Me
oyes?
Ella asintió mientras mi mano seguía aferrada a su cuello. Necesitaba
poder localizarla en cualquier momento por su propia seguridad. El trabajo
que hacía para mí era peligroso y tenía que estar seguro de que estaba a
salvo. Era una de las razones por las que tenía un chófer para llevarla y
traerla del trabajo. Aunque no fuera mi novia, me preocupaba su seguridad.
Conocía la violencia de Tarun, que había matado a mi madre, y por eso
protegía a Amelia.
—Discúlpate conmigo. —Necesitaba oír que respetaba mi papel en su
vida.
Parpadeando, aceptó. —Lo siento —susurró.
—Buena chica. Ahora muéstrame cuánto lo sientes. —Empujé su cuello
y guíe su peso hacia abajo, haciéndola caer de rodillas.
Sabía lo que yo quería. Sus manos se dirigieron a mi cintura, donde
desabrochó la bragueta de mis pantalones. Me bajó los pantalones,
llevándose los calzoncillos. Mi pene brotó en todo su esplendor, listo para
su boca. La cabeza ya goteaba presemen.
—Bésame —le ordené. Obedeció y apretó ligeramente los labios contra
mi cabeza. Un hilo de mi semen la siguió cuando se apartó. Sus labios
brillaban con mi humedad. No pude contener el gemido que se me escapó
cuando se lamió los labios para saborearme.
—Abre bien, jaan. —Moví la mano para agarrarle la nuca. Unos
mechones de pelo rojo cayeron de su moño a su cara. Introduje mi pene en
su boca, disfrutando de la sensación al entrar en contacto con su cálida
lengua. La utilizó para masajear la parte inferior de mi pene con lentos
impulsos. Sus hermosos ojos verdes se pusieron en blanco mientras yo
derramaba más excitación en su boca. Era como el paraíso. La forma en que
me saboreaba me hacía sentir como un rey.
—Chúpame —le ordené, sintiéndome envalentonado por lo ansiosa que
estaba por tenerme en su boca. Ella frunció los labios y aplicó presión
alrededor de mi grosor. «Mierda». No sabía cuánto tiempo podría aguantar
dentro de ella antes de explotar.
Mi deseo de más se apoderó de mí. Me retiré hasta justo antes de que mi
cabeza escapara de sus labios y volví a embestirla. La golpeé
profundamente en la garganta. Sus ojos se abrieron de pánico y se le
saltaron las lágrimas. Probablemente era más profundo que cualquier otra
cosa que hubiera experimentado antes, pero yo sabía que podría soportarlo
todo con un poco más de estímulo.
—Respira, jaan. Relaja tu garganta.
Exhaló con fuerza por la nariz y relajó los músculos. En cuanto se
recuperó, empecé a entrar y salir de su boca. Empujé con tanta fuerza que
seguramente le dolería la mandíbula más tarde. Sus manos se aferraron a
mis caderas para sostenerse. Más lágrimas brotaron de sus ojos. Verla llorar
por mi tamaño hizo que mi pene se endureciera aún más. Estaba a punto de
explotar.
—Tócate—gruñí. Ella se metió la mano en los pantalones de yoga con
avidez, como si hubiera estado esperando mi orden. Me introduje sin
descanso en su boca suave y bonita. Apenas aguantaba.
—Ponte ahí, preciosa. —Ella frotó su clítoris furiosamente mientras yo
continuaba mi asalto. La sentí chupar con más fuerza y un gemido escapó
de su garganta, reverberando a través de mi cuerpo. Sus caderas se agitaron
mientras el orgasmo la recorría. Yo la seguí, sintiendo oleadas de fuego
llenar mi cuerpo mientras mi propio orgasmo me desgarraba.
Un chorro de esperma caliente salió de mi cabeza y llenó su pequeña
boca. Una parte se le escapó por la comisura de los labios y le goteó en la
barbilla.
Saqué mi pene blando de ella. —Traga.
Consiguió tragárselo todo de un trago. Le pasé el pulgar por la mejilla,
sobre sus atractivas pecas. Mi pulgar recogió mi excitación derramada por
su barbilla y se la metí en la boca para que pudiera chupar los últimos restos
de mí. Cerró los ojos mientras consumía más de mí.
Bajé de mi excitación y me dispuse a arreglarme la ropa.
Salió de su aturdimiento. —¿A dónde vas?
—A casa.
—Oh —respondió con el enfado que había tenido cuando irrumpí en su
apartamento.
Suspiré. —Amelia, mírame. —Levantó la barbilla para mirarme
directamente a los ojos. —Sea lo que sea lo que crees que es esta relación,
para. Esto no puede ser nada más que sexo.
Avergonzada de que hubiera abordado sin rodeos sus sentimientos, se
removió en el suelo y se miró las manos en el regazo.
Continué porque sabía que me estaba escuchando: —No tengo planes de
establecerme en una relación a largo plazo. Respeto demasiado el
compromiso como para mancillarlo con mi estilo de vida.
Se tomó unos segundos para procesar mis palabras. —¿Has estado
alguna vez en una relación?
No quería meterme en esto, pero le había prometido que nunca le
mentiría cuando me hiciera una pregunta. —Una vez.
Su ceja se alzó sorprendida. —¿Cuándo?
—Hace mucho tiempo. —Apenas había salido del instituto por aquel
entonces.
Amelia pareció decepcionada por mi revelación. —¿Cómo se llamaba?
—Salena.
—¿La querías? —insistió. Siempre le picaba la curiosidad.
Dudé antes de contestar. Esta conversación iba en una dirección
peligrosa y debería haberla terminado, pero continué: —Pensé que podría.
Estaba comprometido con ella.
—¿Comprometido? —repitió sorprendida.
—Fue un matrimonio concertado. Mi padre quería reforzar nuestra
alianza con un distribuidor británico. A cambio de lealtad, mi padre
prometió un matrimonio entre su hija y yo.
—¿Qué pasó? —Sus ojos estaban fijos en mí, sin pestañear.
—Rompí la relación después de que mi padre se suicidara. Nunca quise
casarme y solo accedí porque las alianzas matrimoniales son necesarias en
nuestro negocio. Mis padres estaban concertados, así que sabía que podían
surgir sentimientos de afecto, de ahí que pensara que podía amarla. Sin
embargo, como mi padre ya no vivía, no vi la necesidad de cumplir el
contrato, sobre todo cuando en realidad no había querido sentar cabeza en
primer lugar.
Pendiente de cada una de mis palabras, sondeó: —Debió de haber mala
sangre entre tú y su padre después de aquello.
—La había. Al final empezó a hacer negocios con Tarun por venganza.
Pero tenía demasiado respeto por Salena como para someterla a un
matrimonio forzado.
—¿Sigues en contacto con ella? —Los celos eran evidentes en su
expresión.
—No. Fuimos juntos a Harvard, pero después de que yo cancelara
nuestro matrimonio, ella se volvió a casa, a Inglaterra. —Salena había
entendido mi razonamiento, pero seguía disgustada por la ruptura. Por eso,
no habíamos vuelto a hablar.
—¿Te acostaste con ella? —preguntó dubitativa, como si supiera que
volvería a levantar mis muros ante su pregunta.
—¿Qué te dije, jaan? No hagas preguntas para las que no quieres
respuestas. —Había respondido todo lo que necesitaba por un día.
La dejé en el suelo, despeinada y con mi semen embadurnándole los
labios mientras salía por la puerta principal.
 
 
 
 
 

Capítulo XIX
Amelia

 
 
—Entonces, ¿has decidido lo que quieres hacer? —preguntó Nat
mientras sorbía su café con leche y especias de calabaza. Le había confiado
los detalles generales de mi relación con Shyam, o la falta de ella.
Por fin habíamos “hablado” de qué se trataba. Sabía que me preocupaba
por él, pero no lo amaba... todavía. Pero después de escuchar su postura, no
pude evitar sentirme herida.
Había decidido saltarme mi tradición de fin de semana de acampar en mi
apartamento y codificar hasta la mañana siguiente a cambio de ir de
compras con Nat. Odiaba ir de compras, pero necesitaba ropa más elegante
para el trabajo. Prefería mi vestuario cómodo, pero no me desentonaba entre
el mar de mujeres con faldas lápiz y zapatos de cuero negro y hombres con
trajes perfectamente confeccionados. No tenía por qué llevar tacones al
trabajo, pero me vendrían bien unos trajes de pantalón o incluso unas blusas
bonitas. Nat se autoproclamaba experta en compras, así que era la persona
perfecta para ayudarme.
—No sé. No estoy en contra de ligar. Lo he hecho antes. Solo pensé que
yo le importaba tanto como él a mí —respondí, y luego le di un mordisco a
mi pan caliente. Era uno de los pocos días de otoño en los que la lluvia
había aguantado para que el sol pudiera hacer acto de presencia, pero el aire
seguía frío, advirtiendo la inminencia del invierno.
Estaba segura de que había algo más entre nosotros. Pero cuando se
presentó en mi casa y me advirtió que no me enamorara de él, mi esperanza
se había desinflado. Me estaba enviando mensajes contradictorios, y yo
estaba confundida.
—Los tipos como él son difíciles de leer. Están acostumbrados a
manipular a la gente y las situaciones para conseguir lo que quieren. Por eso
tienen tanto éxito en los negocios —dijo Nat antes de dar otro trago a su
café con leche.
Ella tenía razón. Los hombres poderosos como Shyam estaban
acostumbrados a manipular a la gente. Eran expertos en dejar a la gente con
ganas de más.
—Su hermano dijo que estaba con una stripper la noche que tuvimos
sexo por primera vez. —Me había enfadado cuando oí eso. La idea de que
yo estuviera recibiendo los segundos de una mujer me dio ganas de vomitar.
Quería decirle lo que pensaba hasta que irrumpió en mi casa como un toro
furioso.
—Estar con una stripper no significa necesariamente que se la folló,
¿verdad? —Nat preguntó.
En el fondo, yo tampoco creía que se hubiera acostado con una. ¿Por
qué, entonces, me habría asegurado que estaba limpio cuando tuvimos sexo
más tarde esa noche?
—Supongo. Pero dejó claro que no quería que nuestra relación fuera
más allá del sexo. —Desvié mis ojos de los suyos para ocultar mi
vergüenza. Me sentí como si yo fuera solo un botín.
—¿Es eso necesariamente algo malo? Quizá te resulte más fácil usarlo
como referencia para un trabajo mejor y más grande más adelante si sigues
siendo informal. ¿Sin herir sentimientos al final para complicar las cosas?
«Demasiado tarde». Mis sentimientos estaban heridos y me sentía
rechazada. Había dicho que no quería arrastrar a una mujer a su estilo de
vida inseguro. Sin embargo, se había comprometido con una mujer y yo
solo le servía para ligar de vez en cuando.
La forma en que me había utilizado para chupársela había carecido de
toda emoción, pero aun así me había excitado. «¿Estoy tan mal que disfruté
de la forma en que me usó?»
Podía negar sus sentimientos por mí, pero no podía negar nuestra
química. Éramos explosivos cuando estábamos juntos. Pero Nat tenía razón.
Pasara lo que pasara entre nosotros, yo todavía quería mi carta de
recomendación, y tal vez sería más fácil seguir adelante si manteníamos
una relación meramente sexual. Involucrarse emocionalmente con un
criminal no era lo mejor para una mujer orientada a su carrera como yo.
—Tienes razón —dije, con la cabeza cargada de pensamientos.
—Quizá deberías enseñarle lo que se está perdiendo. —Nat tiró de mi
mano y me llevó hasta la vitrina de una tienda de lencería. Maniquíes
escasamente vestidos con lujosas piezas de satén y encaje posaban en la
vitrina.
Yo no era de las que se ponían lencería sexy y se pavoneaban alrededor
de un hombre para llamar la atención. Prefería mis cómodos sujetadores y
bragas de algodón con encaje.
—No lo sé, Nat. Sabes que no es mi estilo. —Tiré incómoda de mi
gorro.
—¡Claro que sí! No lo critiques hasta que lo pruebes. Voto por que te
pongas algo que le haga olvidar a todas las strippers que ha conocido.
Un sexy conjunto de sujetador y bragas de encaje negro con medias a
juego y liguero fue suficiente para convencerme. Estaba segura de que
acabaría de nuevo en su cama porque no podía mantenerme alejada, y
quería ponerlo de rodillas. Sin decir una palabra, me dirigí a la puerta
principal de la tienda y entré.
—¡Por supuesto que sí! —Nat exclamó, bombeando su puño en el aire
mientras me seguía—. Te crié bien.
 
*****
 
Poco después de llegar a casa con las bolsas de la compra en la mano,
Shyam me envió un mensaje. Quería tener una reunión sobre la búsqueda
con Jai y conmigo en su casa de fin de semana. Un coche llegaría en una
hora para llevarme allí.
No tenía mucho tiempo para prepararme y empacar el bolso con portátil.
Observé las bolsas de la compra que había en el suelo, sobre todo la
pequeña de color rosa con una elegante caligrafía negra garabateada en la
parte delantera.
Acababa de encontrar mi motivación para prepararme rápidamente.
 
 
 
 
 

Capítulo XX
Amelia

 
 
El coche llegó justo a tiempo para recogerme. El conductor me ayudó a
subir, como de costumbre, y me acomodé en el asiento porque el viaje iba a
ser largo. Había traído mi portátil para la reunión, así que siempre podía
usarlo para entretenerme si me aburría.
Me desabroché el abrigo para no sofocarme en el caluroso coche. Me
había decidido por un vestido cruzado negro que dejaba entrever un poco de
escote. Debajo llevaba el conjunto de lencería que había visto en la vitrina.
Nunca había llevado medias ni liguero. No estaba acostumbrada a este nivel
de ropa interior, pero en cuanto me lo puse todo y me puse delante del
espejo, me sentí sexy. Mi postura era más erguida y me gustaba el aspecto
de mi cuerpo. Siempre había tenido la sensación de que mis tetas eran
demasiado pequeñas y mis caderas demasiado anchas, pero,
sorprendentemente, pensé que me quedaba muy bien mi nueva lencería.
Sabía que se trataba de una reunión de negocios a la que asistiría Jai, pero
saber lo que llevaba debajo me daba el valor que necesitaría para
enfrentarme a Shyam.
Me recogí el pelo en un moño bajo y dejé unos mechones para
enmarcarme la cara. Me maquillé de forma sofisticada, delineándome los
ojos con delineador negro y cubriéndome los párpados con sombra gris topo
para resaltar el color de mis ojos. Mis labios eran nude, pero los había
delineado antes de aplicarles brillo para darles un aspecto más limpio.
Todavía tenía aversión a los tacones altos. En mi opinión, eran
inútilmente dolorosos. En su lugar, había optado por unas botas negras
hasta la rodilla con tacones de cinco centímetros para mayor sujeción. Aún
podía caminar con ellas, pero me daban un poco más de altura, lo que
siempre venía bien cuando te enfrentabas a un hombre tan alto y poderoso.
Estaba confundida sobre mis sentimientos por Shyam. No podía apagar
la parte que se preocupaba por él. Entendía sus razones para no
comprometerse, pero no quería que se viera con strippers o con quien fuera
mientras salía conmigo.
Esa era la parte que más me molestaba. Lo había dicho como si quisiera
ir de putas, pero algo en mí sabía que él no era así. Estaba segura de que
tenía un pasado intenso con las mujeres, pero había estado comprometido.
Probablemente había sido fiel a Salena, ya que era tan inflexible en cuanto a
respetar las relaciones monógamas. Yo aún no me había planteado el
matrimonio, y mucho menos con Shyam, pero estaba celosa de lo que había
tenido con Salena. Me preguntaba si su química sexual había sido tan
intensa como la nuestra.
Había puesto distancia entre nosotros, ni siquiera me había besado
después del día en que había irrumpido en mi apartamento. Sin embargo, el
fuego que había entre nosotros era demasiado fuerte para que lo controlara.
Podía verlo cada vez que me miraba en el trabajo: el hambre y el deseo.
Nuestra atracción era lo único que no podía controlar, y eso, en secreto, me
encantaba.
Cuando el conductor entró en el garaje, me di cuenta de que me había
pasado todo el viaje dándole vueltas a nuestra situación. Me llevaron al
ascensor que me llevó a la sala de estar. Cuando entré, me recibió Jai.
—Hola, muñeca. ¿Cómo te va? —Me besó la mejilla para saludarme,
como si fuera un miembro de su familia.
—Hola. Nada mal. —Mi boca se formó en una sonrisa genuina. Había
estado ansiosa por volver a esta casa, pero ver a Jai alivió mis nervios.
—Déjame quitarte el abrigo —me dijo mientras me ayudaba a
quitármelo de los hombros.
—Gracias —dije, tirando de mis brazos libres.
—Mírate. —Echó un largo vistazo a mi atuendo y silbó en señal de
aprobación—. ¿Cita caliente esta noche?
Me sonrojé, sin saber qué responder. Justo entonces, Shyam entró en la
habitación y se acercó a nosotros. Llevaba una camisa blanca abotonada y
pantalones de vestir azul marino. No llevaba corbata y los botones de arriba
estaban desabrochados, dejando entrever su duro pecho. Era tan perfecto
que le haría agua la boca a cualquiera. Sus ojos ardientes observaron mi
figura de pies a cabeza. Sentí un escalofrío mientras me inspeccionaba.
Apretó la mandíbula mientras recorría mi cuerpo con la mirada.
—Está muy guapa, ¿verdad? —Jai preguntó, cortando la tensión que nos
rodeaba.
Shyam no dijo ni una palabra. En lugar de eso, tomó mi abrigo de las
manos de Jai y se dirigió al armario cercano a la entrada para colgarlo.
—Incómodo —cantó Jai en voz baja.
—Dímelo a mí —respondí. Si esto era un indicio de cómo iba a
transcurrir el resto de la noche, nuestra reunión no iba a ser muy productiva.
—Así que —comenzó Jai—. Más o menos le dije que sabías lo del club
de striptease. Se puso raro cuando se lo dije.
Shyam nunca se había referido directamente al club de striptease la
noche en que había irrumpido en mi apartamento, así que yo no sabía que
Jai ya se lo había contado. Pero estaba empezando a atar cabos. Shyam
probablemente estaba cabreado con Jai por haberme dicho. Y por la forma
en que yo había reaccionado, probablemente se había dado cuenta de que yo
había desarrollado sentimientos por él.
—¡Tú! —exclamé mientras intentaba que mi voz no fuera más alta que
un susurro. Lo último que necesitaba era que el Sr. Sin Compromiso nos
escuchara—. ¡Por eso está siendo tan frío conmigo!
—Sí, probablemente no fue la mejor jugada de mi parte. Lo siento. —Jai
sonrió disculpándose.
Antes de que pudiera gritarle algo más a Jai, Shyam volvió con nosotros.
—¿Qué te sirvo de beber, Amelia? —preguntó con su voz grave.
La forma en que dijo mi nombre encendió algo en mi interior. Levanté la
mirada y vi su rostro fijo en una expresión intensa, como si me estuviera
estudiando. Sus palabras habían sido educadas, pero sus ojos estaban
expectantes. De repente, sentí la boca seca.
—Uh. Agua está bien. Gracias. —Esbocé una sonrisa rápida y torpe.
Asintió y se dirigió a la barra a buscar mi bebida. Necesitaba tener la
cabeza despejada cerca de él, así que el alcohol no habría sido una buena
elección.
Después de que él estuvo fuera del alcance del oído, Jai me mostró la
mesa del comedor, donde supuse que tendríamos nuestra reunión. —No sé
lo que te dijo, pero sé que se preocupa por ti.
Puse los ojos en blanco. —Yo no estaría tan seguro de eso.
—Todavía no se ha dado cuenta. Por si no te has dado cuenta, es un
idiota testarudo —dijo mientras me acercaba la silla. Me senté y puse mi
bolso en el suelo a mi lado.
Intenté reprimir las ganas de reír, pero me salió un bufido.
Se dirigió al lado opuesto y se sentó frente a mí. Su portátil ya estaba
sobre la mesa, así que saqué el mío del bolso para configurarlo. Nuestros
portátiles venían con un acceso VPN impenetrable para los hackers, así que
era muy seguro acceder a cualquier dato que hubiéramos recopilado en el
laboratorio.
—Es verdad. Se cree la persona más consciente del planeta, pero lo
niega —dijo Jai.
—Fue bastante convincente cuando dijo que solo quería mantener las
cosas casuales. —No quería entrar en detalles sobre su hermano
forzándome a la sumisión y obligándome a chupársela en mi apartamento.
—Estoy segura de que él quiere eso, pero no estoy tan seguro de que sea
lo que realmente siente. Pero me dijo que no me metiera en sus asuntos, así
que no me meto —dijo burlonamente, levantando las manos en señal de
rendición.
—Tienes una forma curiosa de mantenerte al margen. —Sonreí con
satisfacción. Él me devolvió el guiño.
Shyam apareció en la mesa y me puso el agua delante.
—Gracias —dije nerviosa.
—De nada —respondió, y sus ojos se detuvieron en los míos un instante
más.
Sacó el asiento de la derecha, en la cabecera de la mesa. Sentarme tan
cerca de él me puso aún más nerviosa de lo que ya estaba. «Respira hondo».
Podía hacerlo. Estaba vestida para matar y no dejaría que su proximidad me
pusiera nerviosa.
Otros dos hombres musculosos se unieron a nosotros en la mesa, uno
sentado a mi izquierda y el otro al lado de Jai.
—Saran, ¿se han aplicado con éxito las nuevas medidas de seguridad?
—preguntó Shyam, dando comienzo a la reunión.
El hombre que estaba a mi lado era más grande que la silla en la que
estaba sentado. Sus bíceps apenas cabían en la camisa y estaban cubiertos
de tatuajes. Dirigió su mirada hacia Shyam cuando habló. —Nuestros
envíos más recientes a Francia y Brasil han llegado sin problemas. Hemos
tenido dos hombres vestidos como guardias de seguridad armados en cada
envío.
—Javed, ¿cuánto producimos al día? —Shyam se centró en el hombre
sentado junto a Jai. Era tan grande como Saran, pero tenía el ceño fruncido,
lo que le daba un aspecto más amenazador. Me alegré de que hubiera una
mesa separándonos.
—Unos veinte kilos. Tuvimos que reducir la producción porque bajaron
las ventas —dijo Javed con voz áspera como la grava.
—¿Cómo va nuestro progreso en la búsqueda? —La pregunta iba
dirigida a Jai y a mí.
Jai tomó la iniciativa. —Tenemos perfiles completos de todos sus
hombres, con fotos actuales, pero no han aparecido coincidencias con el
software de reconocimiento facial. Parece que también se esconden. Hemos
visto actividad en los estados cercanos, así como en Delhi. Los hombres de
Tarun han instalado fábricas en el este de Delhi. —Mientras hablaba,
tecleaba afanosamente.
—Eso está peligrosamente cerca de nuestra base —respondió Shyam,
con voz carente de cualquier atisbo de sorpresa. La información le parecía
redundante. Probablemente, Jai se lo había contado todo antes de la
reunión.
Desde que empecé a trabajar en este proyecto, había aprendido algo
sobre la geografía de la India. Sabía que Bengala, de donde era Tarun,
estaba en la frontera más oriental de la India. Delhi estaba en el norte y
albergaba la capital del país, Nueva Delhi. Pero no estaba segura de dónde
estaba la base india de Shyam y Jai.
Carraspeé involuntariamente mientras meditaba mi pregunta. Todos se
volvieron para mirarme. Mis mejillas se encendieron por la atención directa
de cuatro pares de ojos fijos en mí.
Me sentí muy incómoda, como un niño en la escuela preparándose para
dar una presentación frente a toda la clase cuando no estaba preparada.
Me tragué el nudo en la garganta antes de hablar. —¿Dónde está su
base? —Mi voz sonaba tan pequeña y temblorosa en comparación con las
que provenían de los hombres que se sentaban ante mí.
—Nuestra base está en Punjab. Está en la frontera oeste —respondió
Shyam con su voz más propia de un profesor. Su intensa mirada me abrasó
al contacto.
—Oh. —Respuesta recibida. Desvié la mirada hacia la pantalla del
portátil.
Shyam reanudó la conversación. Me hundí de nuevo en mi asiento
mientras tecleaba notas. En ese momento, apareció un aviso de batería baja
en mi pantalla. Había olvidado cargar el dispositivo.
Miré a mi alrededor en busca de una toma de corriente a la que enchufar
mi cable. Vi que Jai tenía una extensión en su lado de la mesa con el portátil
conectado. Había un enchufe más para mí. Por suerte, había metido el cable
en el bolso.
Jai respondía a otra de las preguntas de Shyam mientras yo me inclinaba
en silencio en la silla para sacar el cable de alimentación de la mochila sin
molestar a los demás. Sentí que se me ponía la piel de gallina en los muslos,
empezando justo por encima de las rodillas e irradiando hacia arriba.
Levanté la vista y me encontré con un par de ojos avellana familiares
enfocados en mi regazo antes de encontrarse con mi mirada. La expresión
de Shyam era voraz, como si estuviera dispuesto a clavarme los dientes en
la piel para saciar su hambre. Seguí su línea de visión para ver qué había
captado su atención. El dobladillo de mi vestido se había movido más arriba
en mi búsqueda de mi cable. Mis muslos estaban al descubierto, mostrando
las tiras del liguero sujetas a la parte superior de encaje de mis medias. Juro
que le había oído gruñir. El sonido había sido bajo e inaudible para los
demás en la mesa, pero lo bastante potente como para emitir vibraciones
que zumbaban en mis partes más íntimas. Mi cuerpo respondió al instante a
su llamada. Sentí un cosquilleo de excitación en mi centro, como si
estuviera esperando a oír a la bestia que tenía ante mí.
—¿Qué piensas, jefe? —La voz áspera de Javed rompió la bruma llena
de lujuria que nos rodeaba. Shyam se recompuso rápidamente. Su armadura
se levantó, sin dejar a la vista ni rastro del animal salvaje de hacía unos
segundos. Apreté los muslos para aliviar mi deseo, ajusté el dobladillo del
vestido para cubrir mi ropa interior y cogí el cable del bolso antes de
sentarme apresuradamente.
—¿Necesitas eso enchufado? —Preguntó Jai.
—¿Eh? —Todavía estaba conmocionada por el momento que había
compartido con el salvaje que tenía al lado. Sentía las mejillas sonrojadas y
las palmas de las manos sudorosas.
Señaló con la cabeza el cordón que tenía en las manos. Miré hacia abajo.
—Oh. Sí, por favor.
Se lo pasé a Jai, que lo conectó a la extensión y luego a mi portátil. Eché
un vistazo de reojo a Shyam y vi que ponía cara de satisfacción al verme tan
nerviosa.
Necesitaba mantener la calma. «Yo soy quien tiene el control». Él creía
que podía tomar todas las decisiones entre nosotros, pero yo estaba
recuperando mi poder. ¿Por qué iba a llevar esta lencería tan sexy si no era
para ponerlo de rodillas?
Puse mi mejor cara de póquer y me senté más alto en la silla. Shyam
continuó la reunión como si nada hubiera ocurrido.
Durante las dos horas siguientes, afinamos los detalles de nuestro
enfoque de la búsqueda. Utilizaría las fotos de Vik, el hermano de Tarun,
para encontrar coincidencias en cualquiera de las nuevas fotos que los
hombres de Shyam capturasen por la India. Era la única forma de
localizarlo, relacionándolo con los rasgos faciales de Vik.
Tenía el trasero entumecido de estar tanto tiempo sentada con una
postura perfecta. Cuando Shyam terminó la reunión, guardé el portátil y el
cable en el bolso y me excusé para ir al baño. Necesitaba estirar las piernas
y orinar. Los hombres se levantaron por cortesía y siguieron hablando entre
ellos mientras yo me alejaba.
Cuando salí del baño, volví y me encontré con un comedor vacío. Miré a
mi alrededor en busca de señales de alguien en cualquiera de las otras
habitaciones, suponiendo que los hombres se habían trasladado, pero no
encontré nada.
Me acerqué a la escalera y subí. Algo me impulsó a subir los escalones.
Imágenes de la última vez que estuve aquí se apoderaron de mi cabeza.
El eco de mis tacones chasqueando en los escalones rompió el silencio a
mi alrededor. Me encontré frente a la habitación de Shyam. La puerta estaba
cerrada. «¿Golpeo primero?» Mis nudillos golpearon suavemente la
madera. No hubo respuesta. Esperé un momento antes de volver a llamar.
Seguía sin haber respuesta.
Abrí la puerta con cautela. La habitación parecía vacía, así que me
adentré en ella. Parecía y olía igual que la última vez que estuve aquí,
cuando...
Shyam salió del armario, sobresaltándome y aliviándome al mismo
tiempo. Se había cambiado la ropa de vestir por un pantalón de chándal.
Los músculos de sus brazos y su torso estaban tensos y podía ver las venas
que sobresalían bajo su piel, como si acabara de hacer ejercicio. Se acercó a
mí lentamente, como un animal que se prepara para matar. Yo era su presa,
congelada en mi sitio. Tenía los ojos desorbitados por la dominación.
—¿A dónde se han ido todos? —conseguí preguntar.
—Los he echado —dijo al llegar a mí. Apenas llevaba cinco minutos en
el baño, así que me sorprendió que todos se hubieran ido ya.
—Oh. Supongo que yo también debería irme —le dije. Estaba a punto
de irme cuando él me detuvo.
—¿Por qué te vas tan pronto? ¿No has venido a tentarme? ¿No es por
eso que has venido esta noche con tu bonito coño envuelto en encaje, como
un regalo esperando a que lo desenvuelva? —El fuego de sus ojos me
quemó la piel y de repente me sentí claustrofóbica en mi ropa. Si seguía
mirándome así, tendría que arrancármela para no asfixiarme. No, no podía
ceder. Tenía que fortalecer mi determinación.
Ignorando el dolor que sentía entre las piernas, levanté la barbilla y le
miré fijamente a los ojos. —¿Quién dice que es para ti? Tengo planes más
tarde. —No los tenía, pero él no necesitaba saberlo. Si estábamos
manteniendo las cosas casuales, entonces no era asunto suyo. Él no
controlaba qué hacía o con quién estaba en mi tiempo libre.
Sus ojos se abrieron de par en par con ferocidad. Supe que le había
afectado por el modo en que apretó la mandíbula al oír mis palabras. Me di
la vuelta y me alejé, dejándolo hervir a fuego lento su ira.
Se abalanzó sobre mí por detrás, tirando de mi brazo para girarme hacia
el suyo. Unas manos fuertes agarraron mi cuerpo con fuerza mientras su
boca se estrellaba contra la mía. Había echado de menos el sabor de su boca
y, por la forma en que me besaba, él también había echado de menos el
sabor de la mía. La lujuria y la necesidad nos consumían a los dos. Su
lengua era implacable e intentaba someterme. «Buen intento».
Me aparté de él. —No. —Conocía este juego. Le gustaba el control y ver
a los demás ceder ante él.
—Sí. —Las yemas de sus dedos se clavaron en mí. Sus labios rozaron el
punto sensible de mi cuello, haciendo que mi vientre se agitara de placer—.
Quítate el vestido para que pueda ver lo que escondes debajo.
Una espina dorsal fuerte, Becker. Era difícil resistirse a su atracción
magnética, pero mi corazón seguía herido por su rechazo. Le dejaría tener
mi cuerpo, pero me quedaría con mi corazón. —Quítamelo tú.
Echó la cabeza hacia atrás y enarcó una ceja, sorprendido por mi orden.
Imaginé que no estaba acostumbrado a que nadie le dijera lo que tenía que
hacer, y menos una compañera sexual. Ejercía un dominio absoluto en la
cama, así que estaba segura de que esta bestia siempre se salía con la suya
en ese terreno.
Sus labios se formaron en una sonrisa tortuosa. Sus dedos trazaron una
línea desde la base de mi cuello hasta el valle entre mis pechos. Bajaron por
encima del vestido hasta que se detuvieron en mi cintura. Me desató el fajín
que sujetaba el vestido y lo deslizó suavemente por las presillas laterales.
Mi vestido se abrió, dejando a la vista mi cuerpo de satén y encaje.
Sus ojos me miraban hambrientos y se relamía mientras recorría mis
pechos con la mirada. Se pasó el fajín por la nuca y dejó que las tiras le
colgaran sobre el pecho.
Sus dedos rozaron la piel expuesta por encima del borde de mi sujetador.
Su atención me endureció los pezones. Metió los dedos bajo la tela
transparente y me pellizcó los dos pezones con fuerza. Siseé al sentir el
escozor. El dolor era agradable. Hasta Shyam, nunca había pensado que
encontraría placer en el dolor. Pero ahora, solo de pensarlo, mi sexo goteaba
de excitación.
Aparté sus manos de mis tetas y las puse sobre mis muslos. —
Desabróchame las botas.
—¿Quieres control, jaan? —Mi corazón se derritió cuando escuché su
apodo para mí. Quise más cuando lo oí salir de sus labios. Pero tenía que
mantenerme fuerte y no ceder a su encanto.
Cayó de rodillas antes de bajar la cremallera de cada bota,
dolorosamente despacio. Me estaba tomando el pelo. Renunciar al poder no
era fácil para él, y no iba a renunciar a él sin luchar.
Levanté los pies de uno en uno para que me quitara los zapatos. Se sentó
sobre los talones y me miró. —¿Qué quiere ahora mi jaan?
Yo también era nueva en esto. Estaba acostumbrada a dejar que el
hombre tomara la iniciativa en la cama. Estaba muy nerviosa y rezaba para
que no se me notara. Cerré las manos en puños a los lados para mantener la
compostura.
Seguí su ejemplo y le ordené lo mismo que había hecho conmigo cuando
irrumpió en mi apartamento. —Bésame.
Se detuvo un momento, probablemente suponiendo que me refería a
algo inocente, como en la boca. Incliné la pelvis hacia él para mostrarle lo
que realmente quería decir. Sonrió cuando se dio cuenta de lo que yo quería
o necesitaba.
Me rodeó las caderas con los dedos, sujetándome, y acercó la nariz al
vértice de mis muslos, inhalando mi esencia mientras cerraba los ojos.
Estaba segura de que podía sentir la humedad de mis bragas en su nariz. Era
como si me estuviera saboreando. Me besó a través de la tela, y yo ansiaba
el contacto desnudo de su lengua.
Me desabrochó las ligas de las medias y me bajó el cinturón. Enganchó
los pulgares a los lados de mis bragas y tiró de la tela de encaje hacia abajo,
hasta el suelo. Me quité la lencería. Levantó las bragas del suelo y frotó con
un dedo la excitación acumulada en mi interior. Observé con insaciable
deseo cómo chupaba mi excitación de su dedo.
—Como la miel —dijo sin apartar su mirada acalorada de la mía
mientras metía mis bragas en el bolsillo de sus pantalones de chándal. Me
mordí el labio para reprimir el gemido que amenazaba con escaparse al
presenciar la escena que tenía ante mí.
Volvió a centrar su atención en mi sexo, sujetándome las caderas con sus
poderosas manos. Pasó la lengua por mi clítoris, haciendo que mis caderas
se agitaran por el contacto. Me agarró con más fuerza mientras seguía
acariciando mi clítoris con la lengua. Mi espalda se arqueó de placer,
dándole más acceso. Una de sus manos se posó en la parte baja de mi
espalda y me acercó a su boca. Su lengua bajó hasta mi entrada. Bebió de
mi centro, consumiendo todo lo que le daba.
Me metió un dedo entre las nalgas. Me tensé porque sabía dónde
intentaba llegar y nunca había tenido a nadie en esa zona. Su lengua trabajó
mi sexo con más fuerza, haciéndome olvidar mi timidez. Relajé los
músculos y le dejé entrar. La punta de su dedo se deslizó en mi agujero,
haciendo que mis terminaciones nerviosas allí estallaran con sensaciones
que nunca había sentido antes. Todo mi cuerpo se tensó. Estaba al límite.
Me sentía arrastrada por el ciclón de pasión en el que ya estaba perdida.
Le agarré el pelo con las manos con tanta fuerza que tuve que haberle
causado dolor. Gimió ante mi rudeza, haciéndome saber que le gustaba.
Todo mi cuerpo vibró con los sonidos que hizo cuando sus labios se
cerraron alrededor de mi entrada. Me rompí en mil pedazos, explotando
mientras me corría en su boca. Grité su nombre mientras oleadas de
satisfacción invadían mi cuerpo.
Apoyé su frente en mi pelvis mientras bajaba de mi subidón. Se echó
hacia atrás cuando por fin aflojé el agarre. Sus labios, brillantes por mi
excitación, mostraban una sonrisa sexy. Pude ver que su pene estaba a
punto de soltarse por la forma en que abultaba la parte delantera de sus
pantalones de chándal, pero yo había encontrado mi puto poder y no estaba
dispuesta a dejarlo ir todavía.
Me enderecé como pude, a pesar de que sentía las piernas como gelatina.
—Acuéstate.
Se puso en pie y se elevó sobre mí. La intensidad de sus ojos color
avellana brillaba más que nunca. Por un segundo, pensé que me desafiaría.
En lugar de eso, se acercó a un lado de la cama y se bajó los pantalones,
dejando al descubierto su erección.
Me quedé a los pies de la cama, incapaz de apartar la vista del hermoso
hombre que tenía delante. Su alto cuerpo cubría toda la cama. Unos
músculos desgarrados coronados por un pene enorme y palpitante
esperaban mi próximo movimiento.
Mis ojos no se apartaron de los suyos mientras me bajaba los tirantes del
sujetador. Se me había caído el pelo del moño, así que moví los mechones
por encima de un hombro para desabrochar el broche, luego tiré
suavemente del sujetador y lo dejé caer al suelo, quedando completamente
desnuda salvo por las medias de las piernas. Apoyé una rodilla en la cama y
me arrastré sobre el hombre que me esperaba. Estaba a cuatro patas sobre
su cuerpo cuando mi cara se encontró con la suya. Me lamí los labios,
observando su labio inferior, y luego lo besé. Nuestras bocas empezaron a
moverse al unísono: lamiendo, chupando, devorando.
Rompió el beso, jadeando de necesidad. Era la viva imagen de la
compostura en público, pero en la cama era salvaje e indomable. Sabía que
al final me arruinaría, pero tenía que intentar domar a la bestia que tenía
ante mí. Noté que la banda de mi vestido seguía colgada de su cuello. Tiré
de un extremo para liberarlo.
Sus labios se abrieron en una sonrisa socarrona. —¿Qué planea hacer mi
jaan con eso?
Le miré fijamente sin desvelar mis pensamientos. —¿Tienes miedo?
Respondió con una pregunta propia. —¿Debería?
—Sí —respondí al cabo de un rato.
Su sonrisa se amplió. Me ofreció sus manos, cruzadas por las muñecas.
—Deberías saber que suelo ser yo quien ata a la gente.
—¿Nunca te habían hecho esto antes? —Creía saber la respuesta, pero
quería oírlo decir. Cuando esta relación terminara, quería que me recordara
por algo que nunca antes había experimentado. Sin duda, se había follado a
muchas mujeres, pero se acordaría de mí.
—No —respondió con su voz profunda.
Sonreí satisfecha, disfrutando de su respuesta. —Bien. Me gustan
vírgenes.
Se rió ante mi ingeniosa réplica. Le rodeé las muñecas con un extremo
de la tela y le hice un nudo.
—Hay un gancho detrás de la cabecera —dijo.
Lo miré confusa. Sus ojos se desviaron hacia la otra cola de la faja para
mostrarme lo que quería decir. No había bromeado al decir que era él quien
ataba a sus amantes. Los celos me invadieron ante la evidencia. Agarré la
faja con más fuerza de la necesaria, tirando bruscamente de sus muñecas,
luego pasé la tela por el gancho y le hice otro nudo. Mis pechos rozaron su
cara en el proceso. Me senté, admirando mi trabajo: sus brazos por encima
de la cabeza, dejándolo totalmente a mi merced. Me encantaba la sensación
de tener un control total sobre él.
—¿Tienes condones? —Le pregunté. Supuse que los guardaba en el
cajón de la mesita de noche.
Me miró con fastidio. —No. Necesito sentirte.
—Tú eres el que dijo que esto no era un compromiso. No me voy a
atrever si has estado con otras mujeres. Como strippers. —No pude evitar
añadir ese último golpe. Yo era ilógicamente inmadura cuando se trataba de
la idea de él con otras mujeres.
—Confía en mí, estoy limpio —dijo.
—¿Cómo puedes saber eso? —argumenté.
—Porque simplemente lo hago.
Descontenta con su respuesta, me mantuve obstinada. —Usaremos
protección, aunque estés limpio. No confío en tus putas.
Suspiró con frustración ante mis comentarios sarcásticos. —Amelia, no
ha habido nadie más después de ti.
—Oh —respondí en voz baja ante su confesión. Había asumido que se
veía con otras mujeres después de que me exigiera que las cosas siguieran
siendo casuales entre nosotros. Estaba segura de que se había acostado con
la stripper.
Envalentonada por el poder que tenía, bajé hasta su pene desnudo. Sentí
mi sexo apretado mientras bajaba por su miembro. Me moví lentamente
para dar a mis paredes la oportunidad de estirarse a su tamaño. Finalmente
llegué a la base, y toda la incomodidad que había sentido fue sustituida por
el impulso de moverme.
Me deslicé arriba y abajo, cubriendo su pene con mi excitación. La
lubricación me permitió moverme más rápido. Mis tetas rebotaban en su
cara mientras lo penetraba con más fuerza. Movió las caderas a mi
encuentro, aumentando la fricción cuando mi clítoris rozó su piel.
—Jaan, necesito que llegues. No puedo aguantar más —gruñó entre
dientes apretados. El sudor le salpicaba la frente.
Los músculos de mis piernas ardían por el esfuerzo, pero no podía parar.
Oír su necesidad de liberarse solo me empujó con más fuerza. Los músculos
de mi vientre se tensaron mientras perseguía mi propia liberación.
Mi cuerpo se tensó mientras cabalgaba con más fuerza sobre Shyam. —
Shyam —grité. De repente, como si una presa soltara agua, me corrí y el
placer me invadió.
Me aporreó con más fuerza mientras yo cabalgaba las olas de mi clímax.
—Amelia —gritó mientras me llenaba de esperma caliente.
Me desplomé sobre su pecho, agotada. Mi cuerpo se aquietó al escuchar
los latidos de su corazón reducirse a un ritmo constante. El subir y bajar de
su pecho mientras su respiración se relajaba me tranquilizó.
Me faltaba algo: deseaba que me estrechara contra su cuerpo. Entonces
recordé que seguía atado, me puse de rodillas y le quité las ataduras.
Mientras se frotaba las muñecas para masajearlas, me fijé en el anillo que
siempre llevaba. Se lo había visto varias veces, así como a Jai, pero nunca
le había preguntado por él.
—¿Siempre llevas ese anillo? —le pregunté.
—Sí —respondió perezosamente, cansado por todo lo que acabábamos
de hacer.
—¿Por qué?
Se lo quitó y me lo dio. Era pesado, de metal macizo. El material
plateado brillaba en mis manos. Me lo puse en el pulgar, pero aún estaba
suelto.
—Es nuestro anillo familiar. Jai también tiene uno. Todas las familias de
traficantes de la India tienen uno.
Estudié el diseño de la cara: una serpiente en forma de S con diamantes
negros como ojos. —¿Qué significa la serpiente?
—Es una cobra real, nuestro escudo familiar —respondió mientras sus
dedos acariciaban la piel de mis muslos.
—¿Eso significa que Tarun tiene uno?
—Sí, el suyo es de oro amarillo, con un tigre de Bengala en él.
Sabía que su cuartel general estaba en Bengala. —Porque su base está en
Bengala. Tiene sentido. ¿Cuál es el significado de la cobra?
Se había ablandado dentro de mí, pero yo no quería moverme todavía.
Sentí que nuestros jugos salían de mi sexo y cubrían su piel mientras seguía
sentada a horcajadas sobre él.
—Todo el mundo piensa que para ser el mejor hay que ser el depredador
más grande y evidente. La cobra puede ser pequeña, pero se adapta a
cualquier situación. Se esconde donde menos te lo esperas y ataca sin
previo aviso. Su veneno es tan mortal que puede acabar con un hombre
adulto de un mordisco.
Pensaba en lo peligroso que era este hombre. A menudo, cuando estaba
tan inmersa en nuestra intimidad, como cuando me besaba o me contaba
historias sobre su familia, olvidaba que era un asesino.
No se me ocurrió una forma mejor de formular mi siguiente pregunta.
Probablemente era mejor preguntarle sin rodeos. —¿Disfrutas matando
gente?
Se lo pensó un momento antes de responder. —¿Te asustaría si te dijera
que sí?
«Sí». Me había advertido que era un monstruo. No debería haberme
sorprendido su respuesta. Me había dado una advertencia justa. Sabía lo que
hacía y cómo lo hacía. Sin embargo, seguía aturdida. No creía que una
persona pudiera acostumbrarse a oír que su amante disfrutaba matando
gente.
Me moví encima de él por la inquietud. Su pene volvió a endurecerse
debajo de mí. Se excitaba con mi miedo.
Me dio la vuelta, inmovilizándome contra la cama. Sus ojos estaban
llenos de intensidad. El anillo aún colgaba flojo de mi pulgar. —Te lo
advertí, Jaan. No soy bueno. Soy la serpiente que te morderá cuando no
estés mirando. —Me dio un mordisco en el cuello. Grité al sentir el
pinchazo.
Volvió a introducirse en mí, bombeando con movimientos rápidos. Jadeé
de necesidad.
—¿Eres mi mongoose[1]? —gimió.
—¿Qué? —Conseguí preguntar entre respiraciones.
—El único animal que puede matar a la cobra. ¿Serás mi muerte, jaan?
—Profundizó su ángulo dentro de mí, golpeándome en ese punto perfecto
que hacía que se me enroscaran los dedos de los pies. Este hombre conocía
muy bien mi cuerpo.
—¿Y si solo quiero domar a la serpiente? —gemí.
 
—Puedes intentarlo, mi pequeña mongoose. Pero también podrías hacer
que te mataran en el proceso.
El calor se extendió entre mis piernas ante su amenaza de peligro. Me
cabalgó con tal fuerza que me cegó el éxtasis. Nos liberamos al unísono.
Me tumbé debajo de él, con los brazos aferrados a su cuello y el cuerpo
agotado.
—Mi dulce mongoose, estamos lejos de terminar por esta noche. —Una
sonrisa traviesa se dibujó en su rostro mientras se deslizaba por mi cuerpo
en busca de más.
 
 
 
 
 

Capítulo XXI
Amelia

 
 
Había estado trabajando sin parar toda la mañana configurando
manualmente imágenes alteradas de las fotos que Jai me había enseñado de
Vik. Con suerte, alguna de ellas coincidiría con las fotos sospechosas de
Tarun que los hombres pudieran capturar. Estaba poniendo todas mis
esperanzas en la posibilidad de que alguna similitud entre los dos hermanos
desencadenara una coincidencia. Esperaba tener razón. Era una posibilidad
remota, pero no tenía mucho en lo que basarme sin fotos actuales de Tarun.
Tendría que rezar para que funcionara.
Miré la hora. Era casi mediodía. Me senté en la silla y estiré los brazos
por encima de la cabeza. Tenía los músculos doloridos por el fin de semana,
deliciosamente doloridos. Shyam me había hecho trabajar sin descanso
durante toda la noche y hasta altas horas de la madrugada. Después me dejó
en casa y pasé el día siguiente en la cama, recuperando el sueño y
descansando.
Me había gustado dominarlo en la cama para variar, aunque la noche
había terminado con él tomando el control. Me encantaba darle órdenes y
ver lo ansioso que estaba por complacerme. Probablemente así se sentía él
cuando me tenía a su merced.
Había ganado más confianza en el dormitorio. Nat solía llamarme
mojigata porque me acobardaba cada vez que compartía historias de sus
escapadas sexuales. Nunca había pensado que tendría el valor de pedir lo
que quisiera en la cama, y mucho menos de atar a uno de los traficantes de
drogas más poderosos del mundo y cabalgarlo hasta correrme alrededor de
su pene. Las paredes de mi sexo se apretaban solo de revivir el recuerdo.
Me levanté de la silla y decidí ir a comer. Había elegido uno de mis
nuevos conjuntos de hoy: una falda lápiz gris marengo, una blusa negra con
mangas ligeramente abullonadas y unas medias a juego. Había añadido
unos mocasines negros de tacón grueso para mayor comodidad.
Quizá hoy salga a comer fuera. El tiempo parecía bueno, ligeramente
nublado y fresco, pero sin lluvia. Tomé una manta de mi sala de estar y bajé
a una de las cafeterías de la planta baja. La cocina cercana a mi despacho
era estupenda y el personal era más que servicial, pero yo quería disfrutar
de mi almuerzo en un entorno más discreto, aunque, por supuesto, todo el
edificio era elegante. Solo quería buscar una bandeja y comer fuera como
un empleado más de Sethi Tech.
La cafetería estaba llena, ya que era hora pico. La comida tenía más
clase que en mi antiguo trabajo. Cogí un plato de espaguetis a la boloñesa y
una botella de agua con gas. Observé el elaborado mostrador de pastelería,
con sus hileras de postres. Se me hizo agua la boca al ver la tarta de mousse
de chocolate. Le pedí un trozo a la camarera y lo puse en mi bandeja casi
llena.
El aire exterior era fresco y pesado. La nieve no tardaría en hacer su
primera aparición de la temporada. Lo podía sentir.
La terraza era tranquila, a pesar de que casi todas las mesas estaban
ocupadas por empleados. Había una hoguera en el centro de la terraza que
le daba un toque acogedor, y las vistas eran impresionantes. Podía ver las
cimas de los altos rascacielos que se cernían sobre mí. A lo lejos, oía el leve
pitido de las bocinas de los coches, pero estaba tan arriba que no me
molestaba en absoluto.
Encontré la última mesa libre y dejé la bandeja. Me coloqué la manta
sobre los hombros, me descalcé y me acurruqué en la silla con las piernas
cruzadas bajo el calor de la tela.
Le di un bocado a la pasta. El vapor que salía de mi plato se mezclaba
con el aire frío del ambiente. Cerré los ojos, saboreando los sabores
picantes y carnosos. No hay nada mejor que comida reconfortante en un día
frío.
La voz de un hombre interrumpió mi orgasmo alimenticio. —Hola,
Amelia.
Era Blake, del departamento financiero, bandeja en mano. Me había
ayudado a establecer las opciones de compra de acciones que había recibido
cuando me contrataron. «¡Sí, Amelia Becker tenía opciones sobre
acciones!». A la mayoría de los empleados se las ofrecían como beneficio
por trabajar en la empresa. No era una cantidad extravagante, pero era un
buen fajo que podía dejar para ganar algunos intereses. Tal vez podría
usarlo para comprarle a mamá una casa nueva algún día.
—Oh. Hola, Blake —contesté, intentando tragarme la pasta para no
parecer una cerda hablando con la boca llena.
Blake era alto y agradable a la vista. Parecía un modelo de Abercrombie,
rubio y de aspecto clásico, sobre todo con su chaqueta de punto, camisa de
vestir azul claro y pantalones de vestir color canela. Parecía haber sido
surfista antes de trasladarse a la ciudad.
—Parece que te gusta mucho la pasta. Me gustaría tenerla en vez de este
sándwich. —Miró el bocadillo de baguette que tenía en la bandeja con
fingida decepción.
Solté una risita. —Lo que sea... ¡Eso también se ve increíble!
Sonrió. —Aunque nada comparado con la comida reconfortante como la
pasta en un día frío.
—¡Estoy completamente de acuerdo! —Sonreí ante la coincidencia de
su comentario.
—Bueno, solo quería saludarte. Nos vemos —dijo, dándose la vuelta
para buscar una mesa vacía, pero no tuvo suerte. Se volvió hacia mí—.
Supongo que todo el mundo tuvo la misma idea antes que yo.
—¿Quieres acompañarme? —pregunté, señalando la silla vacía frente a
mí.
—¿Seguro que no te importa?
—En absoluto. —Realmente no me importaba la compañía. No había
hecho nuevos amigos desde que estaba en Sethi Tech, así que agradecía las
nuevas conversaciones.
Dejó la bandeja en el suelo y preguntó: —¿Comes mucho aquí? —Dio
un mordisco a su bocadillo.
—No, es la primera vez que vengo a esta cafetería.
—Apuesto a que el comedor es increíble en el último piso —dijo,
limpiándose las comisuras de los labios.
—Me temo que yo tampoco lo he usado. Suelo comer en mi despacho.
—Suelo dejarme llevar tanto por mi trabajo que no quiero irme e
interrumpir mi hilo de pensamientos.
—Es una pena. Este edificio es como un hotel de lujo. Deberías
aprovechar las ventajas.
Me encogí de hombros. —Supongo que estoy acostumbrada a los
almuerzos rápidos de mi antigua empresa.
—¿Dónde solías trabajar? —preguntó con verdadero interés.
—IP Innovations. Era una empresa emergente, pero Sethi Tech la
adquirió —respondí, dando un sorbo a mi agua.
—Sí, eso pasa mucho cuando Sethi Tech está involucrado.
—Dio otro mordisco a su bocadillo.
—¿Y tú? ¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí?
Dejó el bocadillo y se limpió las manos en la servilleta. —Unos dos
años. Vivía en Huntington Beach antes de mudarme aquí.
—Déjame adivinar: ¿solías ser surfista? —Le di un mordisco a la tarta y
gemí al sentir su delicioso sabor en la lengua.
Me miró fijamente a la boca mientras le daba otro bocado al tenedor. Se
aclaró la garganta y respondió torpemente: —Sí. ¿Cómo lo sabes? —Apartó
los ojos de mí y los dirigió de nuevo a su plato.
«¡Lo sabía!» Era un chico de California. —Solo una corazonada. ¿Qué
te hizo mudarte aquí?
—Universidad —dijo.
—Igual yo. ¿Dónde te graduaste?
—NYU.
—¿Ah, sí? Yo también. —Siempre me emocionaba conocer a alguien de
mi universidad. Sabía que las probabilidades eran altas, ya que no estaba
lejos, pero aun así era emocionante.
—Me pregunto si alguna vez nos cruzamos allí. ¿Estuviste en alguna
hermandad? —preguntó, emocionado también por la coincidencia.
Casi me ahogo con el agua. —¿Yo? ¿En una hermandad? Para nada.
—¿No eres fan de la vida griega? —Sonrió con satisfacción.
—No, nada de eso. Era un poco solitaria. Supongo que todavía lo soy. —
Desvié la mirada hacia mi plato. Me sentía incómoda hablando de mi falta
de experiencia social.
—Por eso eres un prodigio.
Levanté la vista y vi una expresión de auténtica amabilidad en su rostro.
Confundida por su respuesta, le pregunté: —¿Qué?
—Vamos. ¿Crees que la gente no habla? Eres joven y guapa, así que,
naturalmente, la gente se interesa por ti.
Me daba vergüenza la idea de que la gente hablara de mí a mis espaldas.
Sabía que sobresalía del típico empleado de Sethi Tech, pero supongo que
no me había dado cuenta de lo notable que era.
—No te preocupes —continuó—. La gente solo tiene cosas buenas que
decir de ti. No pareces el típico directivo esnob que suelen contratar.
Pareces una auténtica trabajadora.
Me sentí aliviada. Yo era muy trabajadora y no quería que nada
empañara esa reputación. —Me alegra oírlo. Todavía me siento un poco
fuera de lugar aquí. Suelo tener dificultades para conocer nuevos amigos.
—No estoy tan seguro de eso. Pareces perfectamente cómoda haciendo
nuevos amigos. —Me ofreció una sonrisa alentadora que iluminó toda su
cara, y luego arrugó la servilleta antes de colocarla en su bandeja.
Me sentí bien al tener un nuevo amigo.
 
 
 
 
 

Capítulo XXII
Shyam

 
 
Jai debió de darse cuenta por mi tono de que era importante y de que lo
necesitaba lo antes posible, porque vino a los cinco minutos de recibir mi
mensaje, una rareza.
—¿Qué ocurre? —dijo mientras entraba corriendo en el laboratorio. Me
encontró mirando una de las pantallas del ordenador. Acercó una silla para
ver qué me llamaba la atención.
«Salena». Iba vestida con las telas más finas de color rosa oscuro y
dorado, como si fuera a casarse. Ya la había visto vestida así una vez, a mi
lado. Su lengha, o falda, brillaba con joyas y abalorios de intrincados
diseños. Su choli, o blusa, hacía juego con la falda, pero le quedaba
holgada. Salena siempre había tenido un cuerpo curvilíneo, con pechos
llenos y caderas amplias. Pero en esta foto estaba delgada como un riel.
Tenía los ojos hundidos, como si estuviera estresada y no hubiera dormido
bien. Su piel clara, heredada de su madre, tenía marcas negras que parecían
recientes, como si acabara de pelearse. Un dupatta, o velo, cubría su cabeza
de la forma tradicional en que lo llevan las novias, pero no podía ocultar su
expresión, o la falta de ella. Tenía los ojos vacíos. Parecía un cadáver
levantado para posar en una foto.
Bajé la mirada hacia sus manos y vi que estaban adornadas con henna
tradicional y brillantes brazaletes de oro. La viveza de sus adornos hacía
que su piel pareciera aún más pálida.
Noté algo extraño al mirar más de cerca. Además de los brazaletes,
llevaba unas esposas de oro con una cadena que las unía. Eran las esposas
más elaboradas y caras que había visto nunca.
—¿Qué mierda le ha pasado a Salena? ¿Qué es esto? —preguntó Jai,
enfurecido. Había estado muy unido a ella cuando éramos novios, así que
sabía que verla así le disgustaba tanto como a mí.
—Esto fue enviado a mi dirección de correo electrónico. Lee el nombre
del archivo.
Leyó el título. —Salena y Tarun - Compromiso.
Mi mandíbula se apretó más al oírle leerlo en voz alta.
Me miró confuso, como si hubiera leído una lengua extranjera que no
entendía. —¿Cómo ha ocurrido esto? —me preguntó.
—Va tras todo lo que una vez fue mío. —Tarun quería probar un punto
con lo que parecía ser un compromiso forzado con mi ex prometida. Salena
parecía cualquier cosa menos estar de acuerdo. Me costaba creer que su
padre hubiera permitido que esto sucediera, pero, de nuevo, él no estaba en
contra de regalar a su hija si eso significaba llenarse los bolsillos de dinero.
«Pedazo de mierda».
—A ver si encuentro la dirección IP desde la que se envió originalmente
—dijo Jai mientras tomaba el control del ratón y el teclado. Hizo clic en una
pestaña y escribió algo en el campo de búsqueda.
—¿Y bien? —Mi paciencia estaba menguando.
Sus ojos iban y venían mientras leía los datos que necesitaba en el
monitor. —La dirección IP muestra que fue enviado por tu ordenador en tu
oficina.
Sacudí la cabeza, realmente perplejo. —Eso es imposible. Nadie tiene
acceso a mi ordenador excepto tú.
—Quien lo envió probablemente alteró la dirección y usó la tuya para
despistarnos. Los hackers lo hacen todo el tiempo para atravesar los
servidores de seguridad.
—¿Qué hay de las coordenadas de donde fue tomada? —Si pudiéramos
obtener las coordenadas, entonces podríamos mover hombres para buscar
en ese lugar.
Sus dedos volaron de nuevo sobre las teclas. —Maldita sea. Está
encriptado —exclamó Jai mientras golpeaba el teclado.
Por supuesto, estaba encriptado. Si esto hubiera sido enviado por Tarun
o sus hombres, no nos lo habrían puesto fácil de resolver. Les gustaba
trabajar con acertijos.
—¿Puedes desencriptarlo? —Pregunté.
—Sí, pero podría llevar semanas. Tarun tiene un buen equipo técnico
detrás de él, así que estoy seguro de que esto no será fácil de descifrar.
—No tenemos tanto tiempo. Tenemos que localizar a este imbécil ahora.
Nos ha jodido demasiadas veces. —Cerré las manos en puños, intentando
contener mi frustración. Cuando me frustraba, pegaba puñetazos.
—Probablemente utilizó un método de cifrado más nuevo y complejo
para codificar las coordenadas, pero descifrarlas de esa manera puede llevar
mucho tiempo si estamos intentando piratear la ubicación —dijo Jai.
No sabía mucho sobre técnicas de encriptación. Mis conocimientos
técnicos eran limitados. Confié en Jai para llenar los vacíos para mí. —
¿Qué tan seguro estás de que ha utilizado este tipo de cifrado?
—Bastante seguro. Es el método más utilizado hoy en día por su nivel
de seguridad. —Jai hizo clic en el ratón unas cuantas veces más y abrió un
nuevo programa. Tras introducir algunos datos, apareció una barra de
estado que indicaba que se estaba procesando algo.
—Ya está. He configurado el ciclo de descifrado. El sistema alertará a
nuestros teléfonos para hacernos saber si las coordenadas fueron
decodificadas.
—¿Y si esto no funciona? —pregunté.
—Es muy posible que no. Este tipo de cifrado es difícil de piratear. El
programa seguirá ejecutándose en bucle y nunca terminará, o bien fallará
cuando agote todas las combinaciones posibles de bits para formar las
coordenadas.
Me quedé mirando la foto. Mi ex prometida estaba sentada frente a una
ventana que daba a un montón de árboles verdes tropicales. Por el paisaje
del fondo, podría estar en cualquier lugar de la India. No había nada
concreto que me llamara la atención sobre su ubicación.
Parecía tan destrozada, una cáscara de la mujer que había sido. Hacía
años que no hablaba con ella, pero aun así la protegía. Me preocupaba por
ella y no quería que fuera objeto de los abusos de Tarun por su venganza
contra mí. Se merecía algo mejor que este destino. Había tenido un espíritu
libre cuando la conocí, y verla así era difícil. Ella era sólo otra víctima de
este negocio, una pieza de juego utilizada por los hombres que controlaban
el tablero.
La voz de Jai interrumpió mis pensamientos. —He descargado la foto en
la nube para que Amelia también pueda acceder a ella.
El pavor me llenaba las tripas. ¿Y si Amelia era la siguiente? Acababan
de aprobar su solicitud de vacaciones para Acción de Gracias la semana que
viene. Se iba a tomar una semana libre para volar de vuelta a Seattle.
¿Y si Tarun intentaba llevársela mientras estaba fuera? No tenía ni idea
del peligro que corría. Si algo le pasara, no sería capaz de vivir conmigo
mismo.
Tarun no se detendría ante nada para tomar lo que fuera mío. Y Amelia
era mía.
 
 
 
 
 

Capítulo XXIII
Amelia

 
 
¡Mi solicitud de vacaciones había sido cancelada! «¡¿Qué mierda?!» Se
suponía que iba a volar a Seattle este fin de semana para pasar la semana
con mi madre por Acción de Gracias. Ya había reservado los billetes y
empezado a hacer la maleta.
Me quedé estupefacta mientras miraba el correo electrónico de Recursos
Humanos en el que me decían que mi solicitud, aprobada en su día, había
sido cancelada debido al aumento de la demanda de personal. «¿Qué
significa eso?» Era la semana de Acción de Gracias. ¿Qué podría ser tan
importante como para necesitar personal en la oficina?
Ni siquiera trabajaba realmente para la empresa. Mi trabajo no tenía
nada que ver con el buen funcionamiento de la empresa. Esto seguro era
obra de Shyam, y me enfurecí.
Fui a su despacho y le pedí a su secretaria que me dejara verle. Me dijo
que estaba en una reunión del consejo de administración. Lo que más me
irritaba era no poder irrumpir en su despacho y echarle la bronca de
inmediato como quería. Su secretaria me preguntó si quería dejarle un
mensaje, pero me di la vuelta, demasiado enfurecida para responder. Fue
una grosería, pero de todos modos no habría sido capaz de formar una frase
coherente.
Aceché por el pasillo hasta el grupo de salas de conferencias donde sabía
que celebraba sus reuniones. Solo en una de ellas había un cartel de —
RESERVADA— en el monitor digital de la puerta. Las persianas de
privacidad estaban bajas, así que supuse que era la sala en la que se
encontraba.
Puse la mano en el pomo de la puerta y, por un momento, una pizca de
claridad se abrió paso. «Esto es demasiado dramático, Becker.» El ángel
bueno en mi hombro probablemente tenía razón. Pero el ángel malo que
había en el otro estaba jodidamente cabreado por dejarse mangonear por un
obseso del control. Giré el pomo y entré en la habitación.
Ocho hombres con trajes perfectamente confeccionados, carteras de
cuero y lujosas plumas estilográficas sobre la mesa atrajeron su atención
hacia mí. «Mierda. Tal vez debería haber escuchado a ese ángel bueno».
Conocía a todos los hombres sentados en la sala porque teníamos
oficinas en la misma planta y los había visto de pasada. Me miraban con
confusión e interés.
Jai estaba sentado en el extremo opuesto de la mesa. A juzgar por su
expresión, intentaba reprimir una carcajada. Sabía a quién buscaba y estaba
esperando el espectáculo que estaba a punto de tener lugar.
Shyam se sentó a la cabecera de la mesa y me miró fijamente. Mi
intromisión no le hizo tanta gracia como a Jai. Me mantuve firme y me
enfrenté a él sin mediar palabra, devolviéndole la mirada con tanto fuego en
los ojos que finalmente se puso en pie y golpeó la mesa con los nudillos.
—Váyanse. —Su voz era baja pero llena de veneno. Nadie le cuestionó,
ni siquiera hablaron. Dejaron sus pertenencias y salieron de la habitación en
silencio.
Jai permaneció sentado y cruzó el tobillo sobre la rodilla, preparándose
para el drama que estaba a punto de desarrollarse ante él.
—Vete a la mierda —gruñó Shyam a su hermano sin siquiera mirar en
su dirección.
—Mierda. Nunca consigo quedarme para divertirme —bromeó Jai
mientras se dirigía hacia la puerta.
Se detuvo para darme un codazo juguetón al salir y susurró: —Buena
suerte—. Cerró la puerta tras de sí.
Empecé antes de que Shyam pudiera hablar. —¿Quién mierdas te crees
que eres?
Enarcó una ceja al oír mis palabras. Rara vez maldecía en voz alta, así
que estaba segura de que le había sorprendido lo que había salido de mi
boca.
—Tu jefe —respondió, afirmando su dominio sobre mí—. ¿Quieres
explicarme por qué interrumpiste mi reunión?
—¡Hiciste que recursos humanos cancelara mis vacaciones! —Dije,
señalándole con un dedo acusador.
—¿Qué te hace pensar que yo tuve algo que ver? —Su voz se mantuvo
firme, a diferencia de la mía.
Levanté las manos, exasperada. —¿Por qué si no iban a aprobarlo y
luego negarlo?
—Necesito que trabajes la semana que viene.
—¿En Acción de Gracias? Eso es una mierda—espeté, apoyando las
manos en las caderas mientras esperaba una respuesta mejor.
Intentando distraerme del propósito de mi diatriba, me dijo: —Esa boca
tuya sí que se ha ensuciado, ¿verdad?
Le ignoré y seguí adelante. —¡Tenía planes! Mi madre me espera. Ya he
reservado los billetes.
—Cancelalos. Ella lo entenderá —dijo como si no fuera para tanto. Tal
vez no lo era para él, pero mi madre era importante para mí.
—¡No! Prácticamente toda la empresa está de vacaciones la semana que
viene, ¿excepto yo? No es justo.
—No estaré de vacaciones. Yo también trabajaré. —Probablemente
nunca se tomaba vacaciones. No me lo imaginaba haciendo fotos por las
calles de Roma con un helado en la mano como un turista.
—Shyam, echo de menos a mi mamá. Quiero verla. ¿Por qué haces
esto? —le supliqué.
Se quedó callado, sumido en sus propios pensamientos. Me ocultaba
algo.
Caminé alrededor de la mesa hasta donde estaba él. —Hey —le dije
suavemente mientras le ponía la mano en el bíceps. Giró la cara para
mirarme a los ojos—. Háblame.
Dejó escapar un gran suspiro. —Salena está comprometida con Tarun.
—¿Qué? ¿Cómo lo sabes? —Sabía que ya no hablaba con ella, así que
estaba confundida sobre cómo lo sabría. ¿Le molestaba que Tarun estuviera
involucrado o que su ex prometida estuviera secuestrada?
—Alguien envió una foto imposible de rastrear de ella con ropa de
compromiso —dijo, sonando casi distante.
—¿Estaba Tarun en la foto?
—No.
—¿Fuiste capaz de averiguar dónde fue tomada? —Tal vez tenía
coordenadas asociadas que podríamos usar para encontrar a Tarun a través
de ella.
—No, las coordenadas estaban encriptadas. Jai está ejecutando un
software para descifrarlas ahora mismo —dijo.
—Eso podría llevar semanas o incluso meses —dije, pensando en voz
alta.
Gruñó con frustración. —Si es que podemos descifrarlo.
—¿Qué tiene que ver esto con que me vaya? —Seguía sin ver cómo
afectaba esto a mi viaje a casa.
—Amelia, tenía moretones. No parecía ella misma. La tienen prisionera.
—Sus ojos estaban llenos de preocupación.
Esto era peor de lo que había pensado. —¿Está siendo forzada a casarse
con él?
—Estoy seguro de ello. Él está tratando de probar un punto, tomando
todo lo que he tenido.
No quería ser presuntuosa, sobre todo después de que me hubiera dicho
descaradamente cómo veía nuestra relación, pero me picaba el gusanillo de
preguntar lo que tenía en mente. —¿Es por eso que no quieres que me
vaya?
No dijo nada, pero la preocupación se reflejaba en sus ojos.
Su silenciosa confesión me ablandó el corazón. Estaba preocupado por
mi seguridad. No tenía muchas palabras para expresar sus sentimientos, así
que no esperaba que dijera nada en ese momento.
Me acerqué a su cuerpo y le rodeé la cintura con los brazos.
—Te prometo que no pasará nada. Voy a tomar un vuelo directo de ida y
vuelta a Seattle e iré directamente a casa de mi madre cuando llegue.
Prometo reportarme contigo todos los días.
Me devolvió el abrazo, sujetándome las caderas con las manos. —No
vayas sola a ninguna parte. ¿Entendido? —me ordenó.
—Lo prometo —le dije mientras apoyaba la mejilla en su pecho. Se
relajó un poco y apoyó la barbilla sobre mi cabeza, envolviéndome en su
calor—. Tienes que confiarme la información que sabes, Shyam. Yo
también estoy en esta lucha.
—Lo sé —dijo, abrazándome más fuerte.
Ahora, no estaba tan segura de querer dejarle una semana entera. No
había lugar más seguro que en sus brazos.
 
 
 
 
 

Capítulo XXIV
Amelia

 
 
Volver a ver a mi madre después de tanto tiempo fue increíble, pero
también me entristeció. El parecido entre nosotras siempre había sido
notable, sobre todo con nuestro pelo pelirrojo a juego. Pero ahora parecía
más vieja y cansada. Me partía el corazón que trabajara tanto y que viviera
sola aquí.
Pasamos horas poniéndonos al día y reviviendo viejos recuerdos. La
echaba mucho de menos. Había sido una madre tan abnegada cuando yo era
niña. La relación había cambiado cuando me hice mayor y nos habíamos
hecho amigas. Podía confiarle cualquier cosa.
Acción de Gracias era un asunto pequeño en nuestra casa. Solo
estábamos mamá y yo, así que cocinamos lo justo para dos personas. En
lugar de un pavo enorme, optamos por un par de gallinas de Cornualles
pequeñas, pan de maíz, verduras asadas y puré de patatas con salsa, porque
¿a quién no le gusta el puré de patatas?
Yo no era ni mucho menos una gran cocinera como mi madre, pero sabía
desenvolverme en la cocina. Yo estaba ocupada preparando las verduras
para el horno mientras mamá preparaba el adobo para las gallinas. Por
supuesto, nos dimos el gusto de beber unas copas de vino mientras
cocinábamos y charlabamos.
—¿Has conocido a alguien especial en Nueva York? —preguntó
mientras trabajaba.
Dudé ante su pregunta, insegura de cómo responder. No estaba segura de
estar preparada para compartir la noticia de mi complicada relación con
Shyam. Normalmente era sincera con ella y valoraba sus consejos cuando
se trataba de chicos, pero Shyam no era como los demás; definitivamente,
no era el tipo de hombre que llevarías a casa para conocer a tu madre.
Decidí arrancarme la venda y contárselo. Ella sabría si estaba mintiendo
de todos modos.
—Más o menos —respondí sin levantar la vista de la tabla de cortar.
Dejó la botella de aceite de oliva y se llevó las manos al pecho. —¡Oh!
¡Eso es maravilloso, cariño! ¿Cuánto tiempo llevan juntos?
—Solo unos meses. —Las cosas se habían intensificado rápidamente en
las pocas semanas que lo conocía.
—¿Y me entero de esto ahora? —Parecía un poco ofendida porque le
hubiera ocultado la noticia.
—No estoy segura de que sea la persona adecuada para mí. —Mantuve
la mirada baja para evitar el contacto visual con la mujer que podía leerme
como a un libro.
La preocupación se reflejó en su rostro. —¿Por qué dices eso?
No sabía qué decirle. No podía contarle sus actividades delictivas ni la
verdadera razón por la que me había contratado para trabajar en Sethi Tech.
Tendría que darle una versión resumida de la historia.
—Es simplemente... intenso. —O tal vez solo la versión ultra
condensada.
—¿Qué significa eso? —preguntó confundida.
—Significa que no es como los otros chicos con los que he salido. —
Definitivamente no es como los otros chicos.
—Déjame adivinar: ¿es un “chico malo”? —Mi madre siempre había
sido una mujer aguda.
Sonreí ante su suposición, y ella supo que tenía razón.
—Eso lo sacas de mí. Siempre me enamoraba de los chicos malos
cuando estaba en mi mejor momento.
—Mamá, aún estás en la flor de la vida.
—Es muy dulce de tu parte, pero ya sabes lo que quiero decir. ¿Te trata
bien? —Sabía que mi bienestar era lo más importante para ella.
Lo hacía. Siempre fue sincero conmigo y me hacía sentir especial
cuando estábamos juntos. Aunque era incapaz de comprometerse, sabía que
yo le importaba. Me lo había demostrado cuando intentó sabotear mis
vacaciones.
Le había enviado mensajes de texto todos los días mientras estuve aquí,
como había prometido, y aunque todavía parecía irritado porque me fuí,
siempre respondía con breves mensajes de confirmación poco después de
recibir mis mensajes. Para ser sincera, le echaba de menos. Era raro estar
lejos de él.
—Sí lo hace. Lo que pasa es que ahora mismo no quiere tener una
relación estable —dije organizando las verduras en una bandeja de horno.
—¿Y qué quieres? —Siguió echando aceite de oliva en su cuenco de
hierbas y especias picadas.
—¿Yo? Supongo que pensé que ya seríamos algo más que casuales.
—A veces estos chicos malos tardan un poco más en darse cuenta de lo
que quieren. Tu padre lo hizo —dijo, demasiado ocupada para levantar la
vista de su adobo.
—¿Eh? —Esto era nuevo para mí. No me había dado cuenta de que mi
padre había sido un chico malo con miedo al compromiso. Siempre me
había parecido muy dedicado a mi madre cuando estaba vivo.
—Tu padre tenía mucho miedo al compromiso cuando lo conocí.
Siempre me fue fiel, pero aún dudaba en sentar cabeza.
—¡No tenía ni idea! ¿Cómo acabó cambiando de opinión? —Abandoné
mis verduras, necesitando oír más.
—Le di espacio y tiempo. Se dio cuenta a su propio ritmo. Lo
importante es que sigas viviendo tu vida mientras él averigua lo que quiere.
Eres una joven brillante. No te dejes llevar por la indecisión de los demás.
Experimenta la vida en vez de esperar a que alguien se comprometa
contigo.
—Entonces, ¿estás diciendo que debería salir por ahí mientras tanto? —
No quería ver a otras personas.
—Solo si eso es lo que quieres hacer. No digo que debas ser una de esas
locas sueltas. —Agitó las manos en el aire como si fuera una universitaria
en vacaciones de primavera.
—¡Mamá!
—Sabes lo que quiero decir. Tienes integridad y deberías aferrarte a ella.
Pero si quieres ver a otras personas, también está bien. Estos chicos a veces
necesitan un poco de espacio para darse cuenta de lo que se están
perdiendo.
—Tienes razón mamá. —Siempre la tenía.
—¿Cómo se llama? —Enarcó una ceja mientras buscaba más
información. Las madres siempre necesitaban saber más.
—Shyam —dije.
—Suena como un nombre indio.
—Lo es. Él y su hermano Jai son de la India.
—¿Sus padres siguen en la India? —Probó su adobo y añadió más sal
para sazonarlo.
—No, fallecieron hace unos años —respondí, depositando mi bandeja en
el horno y poniendo el temporizador en marcha.
Su rostro se volvió sombrío. Sabía lo que era la pérdida. Yo también. —
Es una pena. Debe sentirse solo.
—Supongo que sí. —Sabía que así era. Por eso era tan reservado con sus
sentimientos.
—¿Cómo se conocieron? —Cubrió las gallinas con el aliño que había
preparado, usando un cepillo para mantener las manos limpias.
—Bueno, es mi jefe. —Me di la vuelta para fingir que comprobaba el
horno aunque las verduras apenas llevaban unos minutos dentro. No quería
ver su expresión.
—¡Amelia Becker! —me regañó juguetonamente, llevándose las manos
a las caderas.
—Compró IP Innovations y me contrató para trabajar en su empresa —
argumenté a la defensiva.
—No tienes que defenderte ante mí, cariño. Sé que eres brillante. Tiene
suerte de tenerte como empleada.
—Está de acuerdo contigo y me trata como si fuera inteligente. Cree en
mis habilidades como programadora. —Creía en mí incluso cuando yo
dudaba de mis propias capacidades.
—Eso está bien. Debería advertirte que no dejes que un hombre con
poder te dé por sentada, pero sé que crié a una chica independiente.
Aprendiste de mis errores. —Su voz estaba cargada de pesar.
—Mamá... Fuiste una gran madre, y no fue culpa tuya que papá muriera.
—Me acerqué a su lado para rodearle los hombros con un brazo.
—Sí, pero no era todo lo independiente que podría haber sido, así que no
estaba preparada para su muerte. Tardé un tiempo en recuperarme.
—Pero mírate ahora. Te mantienes sola y me criaste después de su
muerte. Estoy tan orgullosa de ti, mamá.
—Gracias, cariño. Significa mucho para mí. —Me besó la mejilla—.
Entonces... ¿cuándo voy a conocerlo? —Bebió otro sorbo de vino y se hizo
la tímida.
Sonreí con satisfacción. —No creo que presentarle a mi madre cuando
quiere una relación casual sea la mejor idea.
Se rió. —Puede que no. Pero me encantaría conocerlo, cuando esté listo.
 
*****
 
A pesar de nuestra pequeña comida, conseguimos atiborrarnos hasta que
no pudimos comer más. Pasamos el resto de la tarde viendo viejas películas
en blanco y negro que le encantaban a mamá y hablando hasta que no
pudimos mantener los ojos abiertos.
Acababa de ducharme y de ponerme unos pantalones cortos y una
camiseta de tirantes para prepararme para ir a la cama. Todavía tenía el pelo
mojado de la ducha, así que me lo dejé suelto para que se secara un poco
más antes de dormir.
Me recosté en la cama, apoyada en las almohadas, y hojeé el teléfono
para ponerme al día en las redes sociales.
Mi habitación era como una cápsula del tiempo de mi adolescencia. Las
paredes estaban decoradas con pósters de Star Wars. Todavía tenía estrellas
que brillaban en la oscuridad pegadas al techo. También había tenido una
extraña obsesión con las lámparas de lava, así que las tenía de varios
tamaños y colores en mi escritorio, al fondo de la habitación. De pequeña
me encantaba la ciencia ficción y todo lo que me recordara al espacio
exterior o a los ordenadores.
A lo largo del día había recibido unos cuantos mensajes perdidos de
amigos deseándome Feliz Acción de Gracias. Incluso tenía uno de mi
nuevo amigo, Blake.
Feliz Acción de Gracias, Amelia. Espero que Seattle te esté tratando
bien. Quedemos cuando vuelvas.
Era agradable tener un amigo en el trabajo. Siempre que nos cruzábamos
charlabamos, pero nunca nos habíamos visto fuera del trabajo. Sería
divertido conocerle mejor. Pensé que también se llevaría bien con Nat y con
mis antiguos amigos de IP Innovations.
Les envié un mensaje a todos. No tenía noticias de Shyam, así que
decidí desearle feliz Acción de Gracias a él también. No sabía qué
tradiciones tenían los hermanos Sethi para las fiestas, pero suponía que no
incluían una buena comida en un comedor y discusiones sobre fútbol. No
me imaginaba a Shyam trinchando un pavo ni a Jai repartiendo relleno.
En lugar de enviar un mensaje de texto, pulsé el icono del teléfono en mi
pantalla. El teléfono sonó una vez antes de que contestara.
—Jaan. —Esa sola palabra en su voz familiar hizo que mi vientre se
agitara de emoción.
Los nervios se apoderaron de mí; no sabía cómo responder. —Hola.
—¿Estás bien? —preguntó. Todavía estaba nervioso por Tarun.
—Estoy bien. Solo quería desearte un Feliz Día de Acción de Gracias.
Se rió entre dientes. —Ya no es Acción de Gracias.
De repente me di cuenta de la diferencia horaria. Iba tres horas por
delante, así que allí era más de medianoche. —¡Oh, lo siento! Había
olvidado lo tarde que era allí. ¿Estabas durmiendo?
—No hay descanso para los malvados. —Y él ciertamente era malvado.
—¿Hiciste algo especial... ayer? —pregunté.
—¿Cómo comer pavo? No, estaba trabajando. —No me sorprende.
—¿No te reuniste al menos con Jai?
—¿Por qué iba a hacerlo? Estaba por ahí de putas. Probablemente
todavía lo está. —Me alegré de que fuera solo Jai quien estaba de putas por
la ciudad esta noche.
—¿Tal vez necesitaba un copiloto? —Bromeé.
—Creo que ambos sabemos que no necesita ayuda en ese departamento.
—Cierto.
La línea se quedó en silencio durante algún tiempo.
Él habló primero. —¿Cómo están las cosas en casa?
—Genial. Me encanta estar en casa con mi madre.
—Debe haberte echado mucho de menos. —Parecía realmente
interesado en oír hablar de mi estancia en casa.
—Ella lo hizo. Ojalá viviera más cerca, así podría verla más a menudo.
—No pude ocultar la emoción en mi voz.
—Quizá algún día puedas trasladarla a la ciudad.
—O tal vez yo podría volver a casa. —Había un montón de trabajos
tecnológicos increíbles en Seattle.
La línea estaba llena de tensión silenciosa. —¿Estás considerando
volver?
—No estoy segura. Realmente no me necesitarán después de que... um...
logremos lo que necesitamos. —No quería decir demasiado por teléfono.
Shyam me había enseñado que había oídos escuchando en todas partes,
incluso donde no sospecharías.
—Hay muchos trabajos disponibles en Nueva York para ti,
especialmente con la carta de recomendación que quieres de mí. Sin duda
conseguirás esos trabajos sin mi ayuda, pero la carta será un extra. —
Parecía que quería convencerme de que me quedara.
—No sé si tendría algún propósito quedarme en Nueva York. —Quería
que me rogara que me quedara porque él lo deseaba.
Dio un largo suspiro. —Siempre habrá un propósito para ti, Jaan.
Esperaba que lo dijera en el sentido que yo quería.
Tras otro largo silencio, habló. —Es tarde. Deberías descansar.
—Sí, lo es. Bueno... buenas noches. —Aún no estaba lista para colgar.
Tenía tantas ganas de decirle que le echaba de menos, pero no quería
arriesgarme a que me rechazara otra vez.
—Buenas noches.
—¡Shyam, espera! —Le llamé apresuradamente antes de que pudiera
colgar.
—¿Sí, jaan?
Hice una pausa demasiado larga. —No importa.
Dudó antes de hablar, como si estuviera considerando la mejor manera
de responder. —Yo también.
Sabía exactamente lo que quería decir.
 
 
 
 
 

Capítulo XXV
Amelia

 
 
El resto de mis vacaciones pasaron rápido. Mamá y yo decidimos jugar a
las turistas bajo la lluvia de Seattle y recorrer la ciudad. Fue muy divertido
conocer mi ciudad natal con mi madre. Nos hicimos fotos tontas en la
Aguja Espacial y compramos pirozhkí en el mercado de Pike Place.
Había llegado la hora de volver a Nueva York, y me pesaba dejarla otra
vez.
—Mamá, te voy a extrañar mucho —le dije mientras me despedía de
ella con un abrazo en la fila de seguridad del aeropuerto.
—Cariño, no sabes cuánto te echaré de menos —respondió entre
lágrimas, apretándome fuerte.
Me aparté para poder mirarla a la cara por última vez. —Odio la idea de
dejarte aquí.
—Estaré bien. Iré a visitarte en cuanto tenga algo de tiempo libre en el
trabajo. —Me frotó los hombros para tranquilizarme.
—Me encantaría, mami.
—Cuídate. Sé que no necesito preocuparme demasiado por mi buena
chica.
—Algún día volveremos a vivir juntas para poder estar cerca —prometí.
—Eres una mujer joven y vibrante. ¿Por qué querrías vivir con una vieja
como yo?
—Porque te quiero —le dije, apretándola más fuerte.
—Yo también te quiero. Pero necesitas disfrutar de tus veinte. Necesitas
experimentar la vida por tu cuenta. Todo forma parte de la madurez.
Siempre estaré contigo, estés donde estés —me dice señalándome el
corazón.
Empecé a llorar de nuevo mientras la abrazaba por última vez antes de
dirigirme a la fila.
 
*****
 
Fue un vuelo muy largo. No paré de llorar durante la primera media
hora, antes de dormirme. Dormí el resto del trayecto hasta que llegamos a la
puerta de embarque. Estaba hecha un desastre con mi sudadera extragrande
de la NASA, mis leggings y mis zapatillas.
Tomé mi bolso con ruedas del compartimento superior y bajé del avión.
No tenía equipaje facturado, así que pasé por delante de los carruseles al
pasar por la recogida de equipajes.
Ya estaba oscuro fuera, así que decidí parar y sacar mi teléfono para
comprobar mi Uber antes de salir del aeropuerto. Mi conductor estaba
cerca, así que me dirigí a las puertas para esperar en la acera hasta que
llegara el coche.
Me fijé en un Ferrari negro aparcado junto a la acera con un hombre
conocido apoyado en la puerta del acompañante con las manos en los
bolsillos.
«¿Shyam vino a recogerme al aeropuerto?» No me había dejado salir sin
tener el itinerario de mi vuelo, pero no había dicho nada de venir a
buscarme.
Me quedé con la boca abierta y los ojos desorbitados.
Estaba muy sexy con esos vaqueros oscuros y una camiseta negra.
Parecía que no se había afeitado en todo el día, y la barba incipiente solo le
daba un aspecto más rudo y apuesto.
Las comisuras de sus labios se levantaron en una sonrisa cuando me vio.
Me olvidé del bolso y me lancé a sus brazos. Me abrazó mientras la
gente pasaba a nuestro lado en busca de transporte. Había mucho ruido,
pero en aquel momento no oía nada, salvo el latido de su corazón en su
pecho mientras yo me apretaba contra él. Saboreé su calor y su olor a cuero
y tabaco.
Me dio un beso en la coronilla antes de romper el abrazo. —¿Cuánto
tiempo has estado esperando aquí?
—No mucho. He comprobado el estado de tu vuelo antes de venir. —
Cogió mi equipaje y lo metió en el maletero antes de abrirme la puerta del
acompañante. Entré y me abroché el cinturón mientras él se dirigía al
asiento del conductor.
Se sentó dentro y se volvió hacia mí. Me cogió suavemente la cara con
las manos y me miró como si estuviera memorizando cada detalle. Sus
dedos acariciaron mis ojeras, sabiendo que había estado llorando. Apretó
los labios contra la delicada piel de debajo de cada una de ellas.
Cerré los ojos, disfrutando de la sensación de sus labios tocándome. Sus
besos recorrieron mi mejilla hasta llegar a la comisura de mis labios. Mi
respiración se entrecortaba por la expectación. Ansiaba sus labios en los
míos. Como si compartiera la misma sensación, tomó mi boca.
Nuestro beso empezó despacio, como si quisiera tomarse su tiempo
conmigo. Separé los labios, invitándole a entrar. Aprovechando mi
invitación, su lengua me invadió. Le devolví el beso febrilmente, enredando
mi lengua con la suya. Sentí que nuestras almas se unían y borraban el
tiempo que habíamos estado separados.
Rompió nuestra unión, dejándome jadeando en busca de aire... o quizá
solo en busca de más de él.
—Has estado llorando —dijo, ignorando los coches que tocaban bocina
impacientes a nuestro alrededor.
—Siempre es difícil dejar a mamá —dije.
Cambió de marcha y se apartó de la acera. —Deberías traerla de visita.
—Creo que lo haré. —Sonreí.
Nos adentramos en la noche, con el motor rugiendo. Su mano
descansaba sobre la palanca de cambios mientras conducía. Llevaba una
semana alejada de su contacto y ya no quería estarlo más. Deslicé mi mano
y uní mis dedos con los suyos, con la palma en el dorso de su mano. Él giró
su mano y agarró la mía de modo que nuestras palmas quedaron una frente
a la otra, con los dedos entrelazados.
En lugar de llegar a mi edificio, nos detuvimos en un lujoso edificio de
apartamentos que parecía un hotel de cinco estrellas desde fuera. Shyam me
ayudó a salir del coche y cogió mi bolso. Un aparcacoches tomó las llaves y
se ocupó del coche.
Seguí a Shyam hasta el edificio, y el portero nos saludó con una sonrisa
cortés en la cara. —Buenas noches, Sr. Sethi.
—Buenas noches, Henry —respondió Shyam al hombre calvo de
mediana edad.
El vestíbulo era precioso, con suelos de mármol y enormes arreglos
florales en jarrones de pedestal por todo el espacio.
—¿Dónde estamos? —pregunté.
—Mi casa en la ciudad —me contestó, indiferente a la grandeza que nos
rodeaba, mientras me acompañaba al ascensor. Probablemente estaba
acostumbrado, ya que lo veía a menudo.
Subimos en ascensor hasta la suite del último piso.
El espacio parecía su casa, decorada con muebles elegantes en tonos
masculinos. En la chimenea rugía un fuego. Enormes ventanales daban a la
ciudad, con la más hermosa y suave iluminación de fondo.
Shyam dejó mi bolso junto al sofá y tiró de mi mano con firmeza,
conduciéndome al dormitorio. Las paredes estaban oscuras y solo una
pequeña lámpara de mesa iluminaba la habitación.
En cuanto estuvimos dentro, me agarró la cara con las manos y me atrajo
hacia él para darme un beso abrasador. Masajeó mi lengua con la suya, con
movimientos lentos y significativos. Mis manos se dirigieron a su pecho,
aferrándose a su camisa.
Me desnudó, me levantó la sudadera por encima de la cabeza y me bajó
los leggings para dejar libres mis piernas. Me quité los zapatos para
quitarme los pantalones.
Le levanté la camisa y me ayudó a quitársela. Trabajé en sus vaqueros,
tirándolos al suelo en el creciente montón de ropa. Se quitó los calzoncillos,
mostrando su grueso pene. Mis ojos se dilataron de excitación. Me quité el
sujetador y las bragas, quedando completamente desnuda ante el dios
bronceado que tenía delante.
Shyam me miró con una expresión de hambre que nunca antes había
visto. Me hizo retroceder hasta que la parte trasera de mis rodillas chocó
contra la cama. Empujándonos sobre el colchón, se tumbó sobre mí y apoyó
su dureza en mi vientre. El presemen mojó mi piel al contacto. Nos
besamos hasta que necesitamos recuperar el aliento.
Unos labios húmedos y cálidos me rozaron el cuello. Sentí cómo me
lamía la piel con la lengua mientras bajaban. Me acarició las tetas,
apretándolas, frotándolas. Sus dientes encontraron mi pezón y lo apretaron,
provocando chispas de dolor y placer que irradiaron por mi pecho hasta mi
sexo.
Enganché mis piernas alrededor de su espalda y presioné mi pelvis hacia
arriba, rogándole que entrara en mí. Esta vez, no me hizo esperar.
Separó los labios de mi sexo con los dedos y se introdujo en mí. —
Mierda. Echaba de menos esto —gruñó mientras se introducía hasta el
fondo, golpeando mi cuello uterino. Quería que su pene me tomara entera.
Bombeó dentro de mí, apoyándose con las palmas de las manos en mis
tetas.
Sus caricias eran más lentas de lo habitual, lo que le hacía tener más
contacto con mis paredes que cuando habíamos follado duro y rápido en el
pasado. Esto no era follar. Esto era otra cosa.
Me sentí al borde del abismo. Se inclinó más hacia mí, con la boca justo
encima de mis labios. Nuestros alientos soplaban en la cara del otro. Clavé
los dedos en su pelo y atraje su boca hacia la mía, besándolo mientras
apretaba su pene con mi centro.
Sentí cómo mis músculos presionaban su pene. El orgasmo me golpeó,
provocando gemidos en mi garganta. —Cariño —grité mientras me corría
más fuerte que nunca.
Sus ojos ardían al oír el cariñoso comentario que había soltado. Pensé
que se asustaría, pero en lugar de eso, bombeó con más fuerza dentro de mí.
Su cuerpo se estremeció cuando explotó dentro de mí, derramando su
semen caliente en mi interior. Gimió mientras me llenaba hasta que nuestros
jugos gotearon por mi trasero.
Se colocó encima de mí, con el antebrazo apoyado en el colchón sobre
mi cabeza para no aplastarme bajo su enorme cuerpo. Me acarició el cuello
con la nariz mientras recuperábamos el aliento. Mis dedos se clavaron en su
espalda, estrechándolo contra mí.
Rodó sobre su espalda y miró al techo, dando a su cuerpo la oportunidad
de recuperarse.
Giré la cabeza para mirarle en la oscuridad. —Lo siento. No quería decir
eso.
No parecía molesto ni retraído. —Me gustó.
—¿En serio? —pregunté sorprendida—. Sé que esto no es algo serio
entre nosotros, pero se me escapó.
—Jaan, dije que me gustaba —dijo suavemente para que dejara de
justificarlo. Después de un rato, preguntó: —¿Quieres ir a casa esta noche?
«No quería». —¿Qué quieres, Shyam? —La pelota estaba en su campo
ahora.
—Prefiero que te quedes —dijo sin disculparse.
Acortando la distancia entre nosotros, me acurruqué a su lado. —
Entonces me quedo.
 
 
 
 
 

Capítulo XXVI
Amelia

 
 
La Navidad era mi época favorita del año. El aire estaba cargado de
alegría y las decoraciones siempre me hacían sonreír.
Cuando vivía en casa, mis padres me llevaban a la granja de árboles para
que pudiéramos talar nuestro propio árbol y hacer que la casa oliera a
bosque, como un pinar. Yo siempre elegía el árbol más corpulento y
redondo. Mi madre lo convertía en todo un acontecimiento y nos vestía con
camisas rojas de cuadros y botas de agua. Nos sentábamos cerca de la
hoguera de la granja y tomábamos cacao caliente después de atar el árbol al
techo del coche.
Las fiestas navideñas en la ciudad eran ciertamente diferentes a las del
noroeste del Pacífico. Aquí las decoraciones eran más elaboradas y
extravagantes. Las tiendas se engalanaban como si fueran patios de recreo
navideños para las masas. Para mí eran unas fiestas totalmente nuevas, y me
encantaban.
Nat y yo decidimos invitar a Blake a participar en nuestra celebración
navideña en el encendido del árbol del Rockefeller Center. Era mi segundo
año de asistencia, y este año parecía más lleno que el anterior, pero no nos
importó la multitud. Era un aliciente más.
Estaba abrigada con un jersey rojo de punto grueso y unos vaqueros
combinados con unas cómodas botas por encima de la rodilla mientras
esperaba en la fila para tomar cacao caliente. Me metí las manos en los
bolsillos del abrigo a pesar de llevar guantes, porque hacía mucho frío. Me
alegré de haberme acordado de ponerme el gorro de punto para estar más
abrigada.
Me dirigí hacia mis amigos mientras intentaba equilibrar tres tazas
humeantes de cacao con las dos manos. Blake vino en mi ayuda y tomó dos
tazas.
—Gracias, Amelia —dijo. Estaba muy guapo con su abrigo negro y sus
vaqueros, y una bufanda de color carbón alrededor del cuello. Le pasó una
taza a Nat.
—¡Me encanta el cacao! —dijo mientras se calentaba las manos
alrededor de su taza. En lugar de abrigarse, había optado por ir vestida con
una falda de pana roja oscura, unos leggings debajo y un chaquetón blanco.
Llevaba el pelo naranja brillante recogido en trenzas a ambos lados de la
cabeza. Parecía una elfa malvada.
—¿Saben patinar sobre hielo? —nos preguntó Blake.
—¡Sí! —grité por encima del fuerte ruido de la multitud que nos
rodeaba. Me encantaba patinar sobre hielo. No era increíble, pero podía
mantenerme erguida durante más de un minuto.
—¡Oh, diablos, no! ¡No voy a romperme el culo en ese hielo! —
exclamó Nat dramáticamente.
—Es que tienes miedo de estropear el traje al chocar —bromeé. Blake se
rió entre dientes.
—Da igual. No odies porque no eres genial —dijo, mostrándonos el
dedo corazón, indiferente a cualquier niño que pudiera estar mirando.
—¡Vamos! —Blake cogió mi taza y la dejó junto a la suya. Me cogió de
la mano y tiró de mí hacia la pista. Me volví mientras me arrastraba y
saludé a Nat disculpándome por haberla abandonado.
Después de alquilar nuestros patines, pisamos el hielo. La pista estaba
llena de patinadores de distintos niveles. Los más experimentados nos
pasaban a toda velocidad. Blake parecía más estable que yo.
—¿Patinas mucho? —le pregunté.
—Tomé clases cuando era niño. —Cruzó un pie sobre el otro, siguiendo
el borde más curvo de la pista.
—¿Clases de patinaje en California?
—Hockey —dijo mientras se deslizaba grácilmente a mi lado.
—¿Aun así... en California? —Reiteré.
—Sé que no parece el tipo de lugar para practicar deportes de invierno,
pero teníamos una pista cerca de casa.
—¿No es el hockey un poco... violento? —pregunté, extendiendo los
brazos para mantener el equilibrio.
—No solo un poco. Es muy violento. Pero yo era joven cuando jugaba,
así que aún no intentábamos demostrar nuestra hombría dándonos palizas.
—Me dedicó una sonrisa que iluminó su atractivo rostro.
Su sonrisa era contagiosa y le correspondí. —Pareces muy atlético.
—Sí, estar activo me alivia mucho el estrés, sobre todo porque tengo un
trabajo de nueve a cinco. Me ayuda hacer algo activo después del trabajo
para liberar toda la tensión del día. ¿Y tú? ¿Practicaste algún deporte de
pequeña? —preguntó.
—Ummm, la verdad es que no. Estaba demasiado obsesionada con los
ordenadores para salir de mi habitación. Pero como vivía en el Noroeste,
mis padres me obligaban a salir al aire libre. A veces me obligaban a ir de
excursión con ellos o a navegar en kayak en verano. También les gustaba
mucho acampar. —Aunque sabía manejar un ordenador mejor que la gente
promedio, también sabía pescar, encender fuego con palos y montar una
carpa. No me gustaba hacer esas cosas, pero mis padres me habían hecho
aprender para que pudiera ayudar mientras acampábamos.
—Eso suena pacífico. —Se giró para quedar frente a mí, patinando hacia
atrás.
—Antes lo odiaba, pero ahora lo echo de menos. —Hubiera dado
cualquier cosa por volver a los días en que había vivido en casa y mi padre
aún vivía.
Estaba demasiado absorta en nuestra conversación para darme cuenta de
que había una gran grieta en el hielo delante de mí. La parte delantera de mi
patín se enganchó en el agujero, haciéndome caer al hielo. Blake intentó
agarrarme de la mano, pero yo le arrastré conmigo.
Aterrizó encima de mí y sus firmes brazos me rodearon sobre el hielo.
Sus ojos se clavaron en los míos mientras permanecíamos tumbados entre
los demás patinadores que nos rodeaban. Su expresión se volvió seria
cuando su mirada se desvió hacia mis labios. «Oh, no».
Carraspeé para disolver el silencio que había entre nosotros y aparté la
cara de la suya mientras intentaba incorporarme. Se enderezó rápidamente y
me tendió la mano para ayudarme. Acepté su ayuda y me levanté lo más
rápido que pude.
—Soy tan torpe —dije, riéndome nerviosamente de todo aquello.
Blake siguió mi ejemplo, restando importancia a mi rechazo. —¿Estás
bien?
—Sí, estoy bien. Solo más avergonzada que otra cosa —dije mientras
me pasaba los dedos por el pelo para ocultar cualquier evidencia de mi
caída.
—Al menos tienes una caída elegante. —Su sonrisa no llegó a sus ojos
como lo hacía normalmente. Era solo una sonrisa educada.
Me reí entre dientes. —¡Eres demasiado amable, pero gracias!
Salimos de la pista y fingimos que lo que sea que había pasado en el
hielo nunca había ocurrido. Encontramos a Nat llenándose la boca con un
bollo de canela caliente. Tenía glaseado a los lados de la boca.
—¡Hola! —dijo con la boca llena.
—Hola —respondimos Blake y yo al unísono.
—¿Qué tal la pista?
—Genial —dije, añadiendo un— ¿De dónde lo has sacado? —para que
cambiara de tema.
—La cabina del fondo. Les habría traído uno a ambos, pero no sabía
cuánto tiempo estarían patinando. ¡Sabe tan bien caliente!
—Oooh, voy a buscar uno —dije, esperando poner algo de espacio entre
yo y mi amigo que casi me besa.
—Permíteme que yo vaya —dijo Blake, sonando tan ansioso como yo
por escapar.
—Oh, gracias. —Sonreí.
—No hay problema. A mí también me vendría bien uno—dijo, y luego
salió corriendo en busca de golosinas.
Me senté junto a Nat en el banco para descansar los tobillos.
—¡Tu novio se va a cabrear muchísimo! —cantó mientras movía los
hombros de un lado a otro, bailando al ritmo de su cancioncilla.
—¿Quién? —Pregunté—. ¿Shyam?
—¿Ahora tienes más de uno? Espera, ¡creo que puede que sí! —bromeó.
«Nos vio».
—No tengo ningún novio. —Shyam y yo estábamos mucho más unidos
últimamente, pero seguía sin etiquetarlo como mi novio, sobre todo porque
él había dejado claros sus sentimientos al respecto en el pasado.
—¿Supongo que tu “lencería de venganza” no funcionó? —Le dio otro
mordisco enorme a su bollo.
—Le gustó, y eso es todo lo que voy a compartir contigo al respecto. —
Realmente no quería compartir los detalles de cómo lo había atado y le
había follado los sesos. Aunque, pensar en ello ahora mismo hacía que mis
músculos más íntimos se contrajeran.
—¿Entonces no le importará que salgas con Blake esta noche? Ya
sabes... ya que no es tu novio.
Shyam era posesivo conmigo. Casi le da una paliza a su hermano
cuando nos pilló solos en mi primer día en Sethi Tech. Estaba segura de que
no le haría mucha gracia que saliera sola con Blake.
Pero no estaba sola. Estábamos en un grupo y era algo puramente
platónico, al menos por mi parte. No iba a contarle mi incómodo momento
con Blake en el hielo, sobre todo porque no éramos exclusivos. No le debía
ninguna explicación. Sería demasiado drama por nada.
—No, en absoluto —mentí.
—Es bueno saberlo —dijo, enarcando una ceja mientras una sonrisa
socarrona se dibujaba en sus labios.
 
 
 
 
 

Capítulo XXVII
Shyam

 
 
—¿Cuántas combinaciones posibles de bits hemos recorrido para
desencriptar las coordenadas?
—Casi medio millón. Y aún no hay coincidencias. —Jai se recostó en el
sofá de mi despacho.
Me apoyé en el manto de la chimenea, con una migraña extendiéndose
por mi cráneo.
—Mierda. —Me froté los ojos con frustración. Aún no habíamos tenido
suerte descifrando las coordenadas de la foto de Salena.
—Esto podría tomar semanas más para descifrar. O podría fallar por
completo —dijo Jai.
—Tiene que haber una coincidencia. Tendremos que seguir intentándolo.
—Necesitábamos llegar a Tarun para salvar nuestro negocio y liberar a
Salena. Ella no merecía estar atrapada en nada de esto porque los hombres
en su vida habían decidido vivir de la manera que lo hicieron. Ella era
inocente en todo esto.
Desplacé el teléfono para comprobar si había mensajes de mis hombres
en la India. Vi un mensaje perdido de un número que no reconocí.
Hola, ¡solo quería invitarte a una fiesta para nuestra chica favorita! El
cumpleaños de Amelia es el próximo sábado, así que quedamos en
Giovanni's a las 20.00. Y recuerda, es una sorpresa, ¡así que no le digas
nada! XoXo
—¿Quién carajos es esta? —dije en voz alta. Obviamente, era una de las
amigas de Amelia, pero no sabía mucho de su vida personal, así que no
podía nombrar a ninguna. Había visto a algunos de ellos cuando había
entrevistado a todo el mundo en IP Innovations, y de pasada en Nirvana.
—¿Qué? —Jai preguntó, levantando la vista de su propio teléfono.
—El cumpleaños de Amelia es la semana que viene y una de sus amigas
me ha mandado un mensaje invitándome. No tengo ni idea de quién es.
—Ohhh, sí, yo también recibí ese mensaje. Es una de sus amigas de IP
Innovations, Natalie. La del pelo naranja.
Recordé a la chica de la que hablaba. También había estado en el club
con Amelia la primera vez que la tuve para mí solo. ¿Cómo sabía Jai quién
era? Había interactuado con ella incluso menos que yo.
—¿Cómo conseguiste una invitación? —pregunté.
—Supongo que también soy uno de los amigos de Amelia. —Sonrió con
satisfacción.
Quería estar con ella en su cumpleaños, pero la idea de una fiesta con
montones de chicas parlanchinas empeoraba mi migraña. Prefería quedarme
a solas con ella y hacerle cosas a su cuerpo de veinticuatro años.
Antes creía que no podía saciarme de ella, pero después de estar
separado de ella una semana mientras estaba en Seattle, mi hambre había
aumentado. Había echado de menos su presencia. Había estado de mal
humor toda la semana esperando a que volviera conmigo.
Sabía que podría haber encontrado el camino a casa desde el aeropuerto,
pero no podía esperar ni un minuto más para verla. A lo largo del día pensé
en ella, pero cuando se fué a Seattle, no podía quitármela de la cabeza. Me
preguntaba qué estaría haciendo y si estaría a salvo. Añoraba su dulce olor
en mi cama y su delicado tacto en mi piel.
Era lo mejor que había tenido. Me hacía sentir como un puto rey cada
vez que se corría alrededor de mi pene y gritaba mi nombre. La otra noche,
cuando me llamó cariño, me hizo correrme más fuerte que nunca. Pensé
que mi pecho iba a explotar de lo rápido que mi corazón se aceleró durante
mi liberación.
Cuando me dijo que quería volver a Seattle, me enojé. Sabía que tendría
que dejarla marchar cuando acabáramos nuestra misión, pero se me hizo un
nudo en el estómago solo de pensarlo.
Si estar lejos de ella solo una semana me había vuelto loco, no podía
imaginarme cómo me haría sentir dejarla marchar para siempre. Era
brillante y hermosa y merecía pasar el resto de su vida con un hombre
seguro y que le proporcionara todo lo necesario... y yo seguiría queriendo
destrozar vivo a ese hombre, a pesar de que sería mejor para ella que yo.
Ahora que había vuelto, la quería solo para mí y no quería compartir su
atención. Pero suponía que era egoísta por mi parte esperar que pasara su
cumpleaños solo conmigo.
—Bueno, ¿vas a ir? —Jai preguntó.
—¿Y dejarte pasar su cumpleaños con ella mientras yo hago todo el
trabajo? —Cedí e hice algo desinteresado por una vez—. Sí, iré.
—Genial. Firmaré con tu nombre en la tarjeta. Tú trae el ramo de globos
—se burló mi molesto hermano menor.
 
 
 
 
 

Capítulo XXVIII
Amelia

 
 
Nat me dijo que me iba a invitar a salir por mi cumpleaños. Íbamos a ir a
cenar a mi restaurante italiano favorito y luego a bailar y tomar unas copas.
Supuse que seríamos solo nosotras dos porque no sabía quién más
podría venir a mi cumpleaños durante las vacaciones. Seguramente la gente
estaría ocupada los fines de semana haciendo sus compras navideñas o
haciendo planes para volar a casa a visitar a la familia.
Sabía que Blake seguía en la ciudad, pero no habíamos hablado mucho
desde nuestra incómoda noche en el encendido del árbol. Aun así, me
parecía bien celebrarlo con mi mejor amiga. Siempre lo pasábamos muy
bien juntas.
Veinticuatro años no era una edad especial, pero aun así quería verme
bien para la noche. Nat reservó un estilista para peinarme y maquillarme.
Opté por un look más atrevido de lo que estaba acostumbrada.
El estilista era un hombre fabuloso que estaba encantado de peinar mi
rebelde melena pelirroja. Me lo alisó y me hizo una coleta alta en la parte
superior de la cabeza, un look limpio y elegante. Llevaba los ojos ahumados
con una sombra brillante. Me contorneé las mejillas para resaltar los
pómulos. El brillo rosa chicle hacía que mis labios parecieran carnosos y
rellenos.
Nat y yo también habíamos ido a comprar ropa, y yo me había
enamorado de un vestido de lentejuelas plateadas y tirantes finos. El escote
colgaba bajo sobre mi pecho, mostrando bastante. Además, enseñaba mis
piernas y gran parte de la espalda. Era más escaso de lo que solía llevar,
pero pensé que era mi cumpleaños y debía vivir un poco.
Últimamente me sentía más cómoda con mi cuerpo y no me daba tanto
pudor ponerme cosas más atrevidas. Pero seguía odiando los tacones, a
pesar de que Nat había insistido en que me pusiera unos brillantes de tiras a
juego con el vestido. «Será mejor que me coja de la mano mientras camino
para que no me caiga de cara contra el pavimento.»
Entramos en el restaurante y entregamos nuestros abrigos. Seguimos a la
anfitriona hasta lo que yo creía que sería nuestra mesa, pero ella siguió
caminando hacia la parte trasera del restaurante, a un comedor privado.
Seguí a Nat al interior.
—¡Sorpresa! —Me agarré el corazón y salté hacia atrás sorprendida,
casi cayendo sobre mis talones. Nat cumplió su palabra y me salvó de la
caída. La sala estaba llena de mis amigos, que se alineaban en la pared del
fondo bajo una enorme pancarta de “Feliz cumpleaños”. Mis viejos amigos
de IP Innovations estaban allí. También me alegré de ver a Blake, aunque
aún no habíamos hablado.
Miré al grupo de gente que me sonreía y cantaba y me di cuenta de que
incluso Jai había llegado. Supongo que nos habíamos hecho amigos en las
últimas semanas, y yo disfrutaba sinceramente de su compañía, aunque
técnicamente fuera su empleada.
Siguiendo por la fila, mis ojos encontraron aquellos de color avellana
profundo que había visto tantas veces. Shyam estaba allí. Estaba en el
extremo junto a su hermano, con las manos en los bolsillos. Cuando me fijé
en él, su boca se dibujó en una suave sonrisa. Me emocionó que hubiera
venido a celebrarlo conmigo. Ni siquiera le había dicho que era mi
cumpleaños.
Me olvidé por completo del resto de la gente y solo pude concentrarme
en el hombre endemoniadamente guapo del otro lado de la habitación.
Nat me cogió del brazo y me llevó a la mesa. —Vamos, chica. Vamos a
sentarnos. —Me dirigió al asiento del centro.
—¡Vaya, chicos! ¡No tenía ni idea! Muchas gracias —dije mientras me
sentaba.
—La cara que has puesto es de risa —dijo Blake mientras se sentaba a
mi derecha.
Nat se movió alrededor de la mesa y se sentó frente a mí. —Sí, parecías
muerta de miedo.
Jai tomó asiento a su lado y se rio entre dientes. —Pensaba que tendría
que llevarte al hospital por un infarto o algo así.
Unas manos grandes apartaron la silla que había a mi izquierda. Shyam
se sentó en silencio, su alto cuerpo apenas cabía en la silla. Todos los
comensales charlaban entre sí mientras miraban los menús para ver qué
querían pedir.
—Gracias por venir —dije en voz baja, llena de gratitud. Sabía que este
tipo de ambiente de grupo probablemente no era su idea de pasarlo bien.
Se inclinó más hacia mí, envolviéndome en su aroma oscuro y varonil.
—Feliz cumpleaños, jaan.
Mi sonrisa se amplió.
—No estoy tan emocionado de que estés tan sexy en público, donde
todo el mundo puede ver lo que es mío. —Sus palabras me pusieron la piel
de gallina.
Me sonrojé ante su intención posesiva. —No te preocupes, nadie está
mirando excepto tú —le contesté coqueta.
—¿Qué pensabas pedir? —Blake se volvió hacia mí, ajeno a nuestra
conversación. A Shyam no le gustó la interrupción y miró a Blake como si
estuviera a punto de estrangularlo, pero ya era mayorcito y podía soportar
que yo recibiera la atención de mis amigos en mi propio cumpleaños.
—Hmmm, estoy entre el risotto y los gnocchi. Los dos están taaaan
buenos —respondí mientras examinaba mi menú.
—¿Qué tal si yo pido los gnocchi, tú el risotto y lo compartimos? —me
preguntó, inclinándose hacia mí para mirar mi menú. Estaba guapo con su
chaqueta deportiva, camiseta blanca y vaqueros, como todo un galán
americano. Tenía una personalidad dulce a juego. Algún día haría
afortunada a alguna chica, pero no a esta chica.
Doblé mi menú y lo puse sobre la mesa. —Oh, no podía pedirte que
hicieras eso. —Me alegraba de que las cosas ya no fueran incómodas, pero
tampoco quería darle largas.
—No, de verdad. No me importa —insistió.
Podía sentir a Shyam echando humo a mi lado ante nuestro intercambio.
Tenía la mandíbula tensa y me di cuenta de que probablemente estaba
apretando los puños en su regazo. Nunca le había hablado de Blake porque
no compartíamos conversaciones sobre mis amigos. Él tampoco me había
hablado nunca de ninguno de sus amigos, pero algo me decía que no tenía
muchos.
Levanté la vista y me di cuenta de que Nat estaba observando la escena
que se desarrollaba frente a ella. Tenía una ceja levantada y una sonrisa
divertida en la cara. Le encantaba el drama.
Decidí que probablemente era más fácil ceder ante Blake en lugar de
discutir, ya que no se le daba bien pillar una indirecta. Al menos conseguiría
mis dos platos favoritos. —De acuerdo, suena bien.
El camarero vino a traernos botellas de vino, o de whisky, en el caso de
Shyam y Jai. Tomó nota de nuestros pedidos y tomó los menús antes de
dejarnos con nuestras conversaciones.
—Estás preciosa esta noche— dijo Blake, dirigiendo de nuevo su
atención hacia mí.
Mis mejillas enrojecieron y me acomodé torpemente un mechón de pelo
imaginario detrás de la oreja por costumbre. —Mmm… gracias.
No pude soportar mirar la cara de Shyam porque sabía que estaba lívido.
Miré a Nat, que tenía la palma de la mano apretada contra la boca para
reprimir la risa. Tenía que acordarme de patearle el culo más tarde por
haberme metido en este aprieto en primer lugar.
Aparte de la telenovela que ocurría a mi alrededor, me lo estaba pasando
muy bien en mi fiesta. La conversación y el vino fluían libremente. Jai
parecía muy absorto en su conversación con Nat. ¡¿Quién hubiera pensado
que se llevarían bien?! Todo el mundo parecía llevarse bien, excepto Shyam
y Blake.
Siempre me había sentido sola desde que me mudé a la ciudad, pero fue
maravilloso saber que estas personas habían sacado tiempo de sus agendas
para estar aquí y celebrarlo conmigo.
El camarero volvió con nuestra comida. —Toma, sirvete unos gnocchi
—dijo Blake mientras servía un poco en un plato para mí.
—Gracias —le dije. Hice lo mismo con el risotto y se lo pasé.
Di un mordisco a mi risotto y cerré los ojos, deleitándome con su
riqueza. Dejé escapar un gemido silencioso mientras se deshacía en mi
lengua. Abrí los ojos y me encontré con Blake mirándome la boca. Sabía
que Shyam también me miraba, porque podía sentir el calor de su mirada
sobre mí. «Mierda». Había pensado que estaba callada, pero supongo que
me equivocaba.
—¿Así de bueno? —Preguntó Blake.
—Mmmmhmmm —logré murmurar con la boca llena.
—Aquí tienes un poco de risotto —me señaló el labio.
Intenté limpiarlo con la servilleta, pero Blake se me adelantó y utilizó el
pulgar para quitármelo.
Ahora, incluso Jai estaba mirando el triángulo amoroso incómodo. Le
estaba gustando tanto como a Nat porque sabía lo enojado que estaba su
hermano.
—Gracias —dije, dejando caer la servilleta sobre mi regazo. Eché un
vistazo al melancólico hombre que estaba a mi lado. Sorbía tranquilamente
su whisky e incluso conversaba con mi amigo Dave, de mi antiguo trabajo.
Sin embargo, no podía ocultarme la furia de sus ojos.
Seguí comiendo en silencio, cuando sentí que una mano de la izquierda
se deslizaba bajo la servilleta y se posaba en mi muslo desnudo. Miré hacia
el lugar de donde había salido la mano y vi que Shyam seguía enfrascado en
la conversación. Miré mi plato para no llamar la atención sobre nosotros.
Sus dedos acariciaron mi piel, subiendo por debajo del vestido. Se me
cortó la respiración cuando marcó su territorio. Quería recordarme a quién
pertenecía.
El dorso de sus dedos rozó la parte delantera de mi tanga sobre mi
clítoris. Sabía que ya estaba goteando al sentir mi ropa interior contra mí.
Mi respiración se aceleró y temí que alguien se diera cuenta. Levanté mi
copa de vino y me la llevé a los labios para ocultar el aliento que se me
escapaba por la nariz.
Sus dedos me rozaron con más rapidez. Mi cuerpo se calentaba por la
necesidad y el sudor me cubría la piel. Nadie, ni siquiera Blake, podía ver
su mano acariciándome, ya que la servilleta era grande y ocupaba todo mi
regazo. Si alguien nos miraba, solo pensaría que Shyam estaba sentado muy
cerca de mí, pero eso sería todo. Su brazo estaba quieto, ya que su muñeca
y sus dedos hacían todo el trabajo.
Sentí que me acercaba a mi dulce liberación, justo antes de que aquellos
gruesos dedos se apartaran de entre mis piernas. Se me escapó un chillido
involuntario de frustración mientras apartaba el vaso de vino de mis labios.
—¿Estás bien? —preguntó Blake con preocupación.
Asentí rápidamente y me llené la boca de vino para no contestarle. Sabía
que mi voz delataría el estado del resto de mi cuerpo.
Tragué saliva y miré a Shyam. Ni siquiera había interrumpido su
conversación. «Ese imbécil es demasiado bueno».
 
*****
 
El resto de la velada continuó con buena comida y mucha tarta. A Nat le
pareció gracioso echarme un poco de tarta en la cara cuando la estaba
cortando. Me reí mucho, lamiéndome el glaseado de las manos y la boca.
Los demás también se rieron.
Shyam no volvió a tocarme, pero siguió vigilando a Blake con
frecuentes miradas de reojo. Rezaba para que Blake no hiciera nada más
que provocara a Shyam de nuevo. Mi cuerpo no podía soportar más castigo.
Salimos del restaurante. Mis manos estaban llenas de bolsas de regalo,
flores e incluso un globo que Jai había traído para mí. Nos adentramos en la
fría noche. Era demasiado tarde para ir a la discoteca, y yo estaba lista para
volver a casa y terminar lo que Shyam había empezado cruelmente, con mi
vibrador, sola.
Todos me dieron un beso de despedida y más buenos deseos antes de
seguir su camino.
Jai me abrazó. —Feliz cumpleaños, amor.
—Gracias por venir. —Le devolví el abrazo. Le agradecí mucho que
hubiera venido. Tenía una relación estupenda y fácil con él, como si fuera
un hermano mayor. Era agradable verlo fuera del trabajo.
Nat me abrazó a continuación. —Feliz cumpleaños, zorra —me dijo
mientras me daba una palmada en el culo. «Siempre entrañablemente
inapropiada».
—Muchas gracias por todo, Nat. Ha sido el cumpleaños perfecto.
—No hay problema, nena. Te lo mereces.
—Por cierto, recuérdame que te dé las gracias personalmente por todo.
—Ella sabía lo que quería decir.
—Parece que esta saga no ha hecho más que empezar. —Ladeó la
cabeza en dirección a los dos hombres que permanecían en silencio
esperando mi atención—. Ponme al corriente de lo que ocurre a
continuación.
—¿Adónde vas? —pregunté.
—Voy a llevarla a casa —interrumpió Jai. Tenía una sonrisa
estúpidamente emocionada en la cara.
—Hmmm. —Los miré con desconfianza—. No hagas nada que yo no
haría —le advertí juguetonamente.
—Debería ser yo quien te advierta. Parece que tu noche va a ser el doble
de divertida. —Me guiñó un ojo.
«Dos hombres a la vez no es lo mío». Apenas puedo con uno a la vez.
Jai se acercó a su hermano y le dio unas palmaditas en la espalda,
despidiéndose.
Blake se acercó a mí a continuación. —¿Necesitas ayuda con eso?
—No, estoy bien —dije.
—Te acompaño a casa —se ofreció.
Shyam se acercó a nosotros antes de que pudiera responder. Me quitó los
regalos de las manos y se dirigió al coche que estaba en la acera. Abriendo
la puerta, ordenó: —Vamos.
No podía creer que hubiera sido tan grosero, como un perro marcando su
territorio. Estaba muy avergonzada.
Miré a Blake disculpándome. Parecía decepcionado, y me sentí mal de
que tuviera una idea equivocada sobre nosotros. Sabía que había estado
intentando coquetear conmigo toda la noche y esperaba que hubiera captado
mis indirectas. Pero seguía sintiéndome mal por haberlo rechazado.
—Bueno, disfruta del resto de tu cumpleaños —dijo, resignado.
—Te llamaré...
—Sí, claro —dijo mientras se daba la vuelta y se alejaba solo.
Me volví hacia Shyam, que le había dado al conductor mis regalos para
que los metiera en el maletero. Estaba enfadada con él por haberse portado
como un imbécil con Blake. Aunque el chico no entendía que no me
interesaba, Shyam se había pasado de la raya con su comportamiento. Lo
fulminé con la mirada.
—Entra, Amelia. Hace frío —me ladró.
—No me digas lo que tengo que hacer. Fuiste muy grosero con mi
amigo. —Crucé los brazos sobre el pecho, manteniéndome firme.
—¿Amigo? Quería tirarte sobre la mesa y follarte en mitad de la cena.
—Su voz se hizo más fuerte. Cualquiera que pasara podía oírnos.
—Estás siendo dramático. Solo tiene un flechazo por mí. Es inofensivo.
—Los chicos no son tan inocentes como crees. Sé lo que están
pensando. Y es más retorcido de lo que tu mente inocente puede imaginar.
—No todos los hombres son cavernícolas cachondos como tú —
repliqué, poniéndome las manos en las caderas.
—Jaan, lo son. Ahora, entra en el coche antes de que te meta dentro yo
mismo. —Él seguro que lo haría.
Me dirigí al coche y entré. No me van a avergonzar en público.
—Llévame a casa —le dije mientras se metía en el coche.
—Te llevaré a donde yo quiera. —Realmente era exasperante.
Giré el cuerpo hacia la ventanilla mientras viajábamos en silencio.
Llegamos a su penthouse en la ciudad. Al menos no habíamos ido a su casa
de fin de semana, o habría tenido que quedarme sentada en el coche a su
lado, sumida en mi ira, durante aún más tiempo.
Me apresuré a abrir la puerta y salté antes de que pudiera venir a
ayudarme. Dejé los regalos en el maletero, demasiado enfadada para
recogerlos.
Me tiró del brazo como a una niña y me arrastró por el vestíbulo. Hubo
unas cuantas personas que se quedaron atrás, boquiabiertas en silencio. Esto
contrastaba mucho con la última vez que había visitado este lugar, cuando
él había sido tan amable y cariñoso conmigo. Esta vez, me arrastró hasta los
ascensores.
Se abrieron las puertas a su penthouse. Entré en el salón, aún más
enfadada que antes, y tiré el abrigo al suelo. —No soy una maldita niña. No
puedes tratarme así en público.
—¿Te da vergüenza que haya herido los sentimientos de tu noviecito? —
Se acercó a mí, invadiendo mi espacio personal.
—No tengo novio. Tú te aseguraste de eso. —Mis palabras tenían doble
sentido, refiriéndose no solo a Blake.
Sus cejas se fruncieron de fastidio. Me echó salvajemente por encima
del hombro y subió furioso a su habitación.
Agité los brazos y las piernas para liberarme, golpeando su espalda con
los puños. —Bájame—. Mi vestido se subió por mi trasero, exhibiéndose en
su cara.
Me pegó fuerte en el culo. —Cállate.
Me tiró con fuerza sobre la cama. Intenté zafarme, pero me agarró antes
de que pudiera poner los pies en el suelo y me empujó de nuevo. Se quitó el
cinturón y se lo enrolló en las manos varias veces, como si fuera la viva
imagen de la dominación. Sus pupilas estaban dilatadas por el deseo,
mientras su pene hacía fuerza contra sus pantalones para liberarse. Le
excitaba tenerme a su merced.
Me agarró las muñecas y me las ató, enrollando el extremo del cinturón
alrededor de ellas. Tiró con fuerza del nudo para que el cuero me cortara la
carne, luego me puso boca abajo y ató el otro extremo del cinturón a la base
del cabecero, de modo que quedé tumbada boca abajo.
Tiré de la correa y no pude soltarme. —¡Suéltame! —Grité.
—No hasta que aprendas que eres mía.
Oí cómo la ropa caía al suelo detrás de mí. El colchón se hundió debajo
de mí y sentí el calor de su cuerpo en la parte posterior de mis muslos. Me
tiró de las caderas y levanté el trasero mientras me apoyaba en las rodillas.
Mi culo estaba a la vista de él.
Mis pechos empujaban el colchón, ya que no tenía brazos para
sostenerme. Volví la cara hacia un lado para ver lo que hacía detrás de mí.
Me subió el dobladillo del vestido hasta la cintura y me bajó la tanga por los
muslos. Me estremecí al sentir el aire frío rozar mis pliegues húmedos.
Unas manos fuertes amasaron mis carnosas mejillas. Mi respiración estaba
descontrolada.
—Tan perfecta. —Su cálida lengua lamió mi centro, saboreándome.
Gemí al contacto. Bajó hasta mi clítoris y lo masajeó. Mi cuerpo respondió
al instante, tensándose en busca del clímax. Siguió masajeando,
haciéndome gritar mientras caía al borde del abismo.
Antes de que pudiera recuperarme, me metió su pene de golpe. Todavía
estaba muy sensible por mi liberación, y la sensación era demasiado para
mí. Bombeó con fuerza dentro de mí, golpeando sus huevos contra mi
clítoris.
—No puedo —le supliqué que me diera un respiro.
Se salió.
—Gracias —jadeé, agradecida por su misericordia.
Sentí que los dedos volvían a mi centro. Untó mi excitación hacia arriba,
hacia mi agujero. Masajeó alrededor de mi raja y deslizó un dedo dentro.
Sabía lo que estaba planeando. —No, nunca he hecho eso antes.
—Relájate, jaan. —Me amasó las mejillas para que le obedeciera.
Su pene era tan grande que sabía que no cabía dentro de mí. Mi culo era
virginal. Nunca había hecho sexo anal antes y nunca había tenido el deseo
de hacerlo. Había oído historias sobre lo mucho que dolía.
—Por favor, no —volví a suplicar.
Me besó suavemente las nalgas y me acarició el nódulo con los dedos.
Volví a perderme en el placer, sintiendo que me acercaba al orgasmo una
vez más.
Sin previo aviso, introdujo la punta de su pene en mi culo. Me quemó.
Yo era demasiado pequeña. Él era demasiado grande. Todo era demasiado.
—¿Confías en mí, Amelia? —preguntó.
Siempre confiaría en él, aunque a veces me pareciera un imbécil. Nunca
me había engañado y sabía de corazón que no lo haría ahora.
—Sí —susurré.
Empujó con más fuerza. Estaba tan tensa que pensé que mis músculos lo
empujarían hacia fuera. Permaneció lento y constante, dándome más de su
grueso pene. Gimió cuando por fin me la metió hasta el fondo y se detuvo
para darme un momento para adaptarme a su tamaño.
Empezó a moverse lentamente, meciéndose dentro de mí. Mis músculos
se relajaban un poco más con cada caricia, y el ardor se convertía poco a
poco en algo diferente: un aprendizaje.
Aumentó el ritmo mientras yo me aflojaba a su alrededor. Su mano
serpenteó hasta mi clítoris, frotando en círculos para darme la fricción que
necesitaba desesperadamente.
Estaba perdiendo la cabeza con las sensaciones que sentía.
Se abalanzó sobre mí con fuerza, haciendo que mis caderas se
sacudieran hacia delante por la fuerza. —¿De quién es este culo?
No podía formar palabras; todo lo que podía hacer era sentir.
Me tiró de la coleta y me echó la cabeza hacia atrás. —Dilo. ¿De quién
es este puto culo bonito?
—¡Tuyo! —Grité.
—Recuérdalo a partir de ahora. Este. Culo. Es. Mío. —Bombeó dentro
de mí tan fuerte que pensé que me partiría por la mitad.
—Por favor —volví a suplicar, y no para que se detuviera.
Me metió dos dedos en el sexo mientras seguía asaltándome el culo. Me
sentía tan llena.
—Mierda —grité, sintiendo mi orgasmo al alcance de la mano. Su pene
se endureció dentro de mí.
—Cariño —volví a gritar mientras me empujaba al límite, haciéndome
explotar como fuegos artificiales.
Me siguió, disparando su semilla caliente en mi trasero. Nos
desplomamos juntos en la cama. Me tumbé, con las piernas abiertas y su
pene aún dentro de mí. Podía sentir su corazón golpeando mi espalda.
Cuando recuperamos el aliento, se apartó de mí y me desató las manos.
Mis muñecas tenían marcas rojas del cinturón cortándome la piel. Me las
agarró y me las frotó, besándolas para aliviar el ardor.
Me cogió la cara con las manos y me dio suaves besos en los labios, tan
distintos de cómo acababa de tratarme. —¿Estás bien?
Asentí con la cabeza.
—¿Te dolió?
—Un poco. Pero me sentí mejor de lo que pensé. —No había pensado
que alguna vez disfrutaría del sexo anal, pero lo había hecho.
Se levantó de la cama y entró en el baño, probablemente para asearse.
Regresó minutos después y me tomó de la mano. Me llevó a la bañera,
donde me había preparado un baño de burbujas.
Subió y me ayudó a entrar. Sentí el culo dolorido al sumergirme en el
agua. Me tumbé sobre él con la espalda apoyada en su pecho.
—El baño aliviará el dolor —me dijo mientras me soltaba el pelo de la
goma que llevaba.
Con las manos más suaves, se puso a limpiarme con una toallita. Cuando
era así de considerado y suave conmigo, hacía que mi corazón sintiera
cosas.
—Me gusta cuando eres así de gentil conmigo —admití con los ojos
cerrados, disfrutando de la ternura.
—¿No te gusta que sea duro contigo? —Podía oír la sonrisa en su voz.
—También, pero este lado suave tuyo es diferente y no lo veo a menudo.
Dejó escapar un suspiro. —No soy un hombre gentil, Amelia. Pero tú
me haces pasar de la rabia a la calma sin previo aviso.
—No necesitas preocuparte por Blake. No estoy interesada en él —
Suspiré, relajándome en el agua tibia.
—Sé que no lo haces. Pero no confío en él. Eres mía —dijo con firmeza,
como si quisiera recordarme que era suya.
—No puedes esperar que lo sepa cuando mantenemos nuestra relación
en secreto —dije, con tono serio.
Consideró mis palabras. —Conoces mis razones. Sin embargo, solo te
estoy viendo a ti. Y espero lo mismo de ti.
Comprendí por qué no quería comprometerse. En el fondo seguía
doliendo, pero sus razones eran honradas. Estaba bien con este tipo de
monogamia por el momento. —Lo sé. Hablaré con él.
El agua se enfrió, así que salimos y nos envolvimos en toallas calientes.
Él salió del baño para secarse y cambiarse. Yo me quedé para lavarme la
cara y cepillarme el pelo mojado. Había dejado una de sus camisetas en la
encimera para mí. Me la puse por encima. Me quedaba grande, pero el
tejido era suave y olía a él.
Ya estaba en la cama cuando volví al dormitorio, con las mantas subidas
hasta la cintura. Tenía el pecho desnudo y estaba tumbado mirando el
móvil. Me acerqué al otro lado de la cama.
Sobre la almohada había una cajita roja. Mis ojos cuestionaron a Shyam.
—Feliz cumpleaños —dijo sonriendo mientras dejaba el teléfono en la
mesita auxiliar.
Lo cogí y quité la tapa. Dentro había un gran colgante: una cobra. Era de
oro blanco y parecía que se deslizaba hacia arriba en la caja, igual que la de
su anillo. Los diamantes brillaban a lo largo de su cuerpo. Colgaba de una
delicada cadena de oro blanco. Los ojos eran de diamantes negros. Era una
hermosa obra de arte.
Me quitó la caja de las manos, sacó el collar y abrió el cierre. Me senté
en la cama y me aparté el pelo para que pudiera ponérmelo en el cuello.
—Solo Jai y yo tenemos anillos con el escudo de nuestra familia. Pero
ahora eres una parte importante de nuestro equipo. Eres una de nosotros.
Realmente lo era. Mi venganza contra Tarun era personal. Cualquiera
que lastimara a Shyam, me lastimaba a mí. Y yo también quería venganza.
Me volví hacia él y apreté el colgante en mi mano. —Lo encontraremos.
Te lo prometo.
Se acercó más a mí, el agradecimiento por mi sinceridad brillaba en sus
ojos. —Lo sé.
Me besó suavemente, dándome todo lo que podía necesitar de un
hombre. Nos dimos las gracias con la boca. Yo le di las gracias por estar en
mi vida, y él me dio las gracias por seguir con él.
Pasamos las siguientes horas disfrutando del cuerpo del otro. Se tomó su
tiempo conmigo, ya que estaba dolorida de antes. Lo hizo todo más
despacio, como yo le había dicho que me gustaba, demostrando lo mucho
que me apreciaba, hasta que nos quedamos dormidos abrazados.
Tras unas horas de sueño, los primeros atisbos de luz matutina brillaban
a través de la ventana. Yo estaba acurrucada en el costado de Shyam, con la
pierna colgada sobre su cuerpo. Abrí los ojos perezosamente y observé su
hermoso rostro mientras dormía. Estaba tan relajado y hermoso, en paz.
Tenía el pelo revuelto porque se lo había agarrado con los dedos toda la
noche. Toda la intensidad de su rostro había desaparecido. Su respiración
era lenta y constante.
Mi corazón se sentía lleno cuando estaba con este hombre. No podía
imaginar dejarle nunca. Cuando nos separáramos tras completar esta
misión, le echaría de menos con todo mi corazón. Las cosas habían
cambiado entre nosotros.
Lo sentí por el collar que me había dado. Mi compañero. Mi pareja. Este
regalo sería siempre un recuerdo de lo que una vez habíamos significado el
uno para el otro, mucho después de que hubiéramos terminado.
 
 
 
 
 

Capítulo XXIX
Amelia

 
 
Era la noche de la fiesta anual de Sethi Tech. El vestíbulo del edificio se
había transformado en una magnífica sala de banquetes con mantelería fina
y camareros que recibían a los empleados con bandejas de champán y
aperitivos. En un escenario situado en el centro del espacio sonaba música
jazz en directo. El gigantesco árbol de Navidad que se había erigido para la
temporada brillaba con cientos de luces centelleantes, creando el ambiente
para un evento maravillosamente festivo.
Todos los empleados eran bienvenidos, desde los conserjes hasta los
miembros más veteranos del consejo de administración. Era la forma que
tenían los hermanos Sethi de agradecer a su personal el duro trabajo de todo
el año. Todo el mundo lucía fantástico y más relajado que en horas de
trabajo. Las risas y las charlas llenaban la sala por encima de la música. El
ambiente era despreocupado y alegre.
Me había decidido por un vestido sin mangas que llegaba hasta el suelo.
Parecía sencillo en la percha de la tienda, pero al ponérmelo se ajustaba
perfectamente a mis curvas. El color rojo intenso, casi el tono de la sangre,
resaltaba mis ojos verdes. El escote era un poco bajo. Y al andar, dejaba al
descubierto una profunda abertura que me llegaba hasta el muslo. Los había
combinado con unos tacones negros de tiras, pensando que en esta fiesta no
tendría que andar mucho, así que podría pasar la noche con algo un poco
alto en los pies.
Llevaba el pelo suelto con ondas sobre un hombro. Me sentía sexy.
Shyam no me había quitado las manos de encima durante el viaje. Sabía
que me iría a casa con él esta noche, así que había preparado una bolsa con
ropa para mañana. Pareció alegrarse cuando le entregué al conductor una
bolsa para pasar la noche, en lugar de mostrarse nervioso porque nos
acercáramos demasiado.
Me quedé mirándole al otro lado de la sala, hablando con otros
miembros de la junta. Parecía James Bond con su traje negro de Armani y
su impecable camisa blanca. Era mucho más alto que los demás hombres
del grupo. Incluso en plena conversación, rezumaba sensualidad y
confianza.
Le estudié mientras se llevaba el dedo índice al labio superior, como si
reflexionara profundamente sobre lo que decía uno de los hombres. Su
anillo brillaba desde la distancia. Me toqué el collar que me había regalado;
no me lo había quitado desde entonces. Significaba mucho para mí que me
considerara una compañera en su búsqueda de Tarun.
De repente me acordé de comprobar el progreso de la desencriptación en
mi teléfono. Jai había configurado las coordenadas para que se descifraran
utilizando el método de descifrado más habitual. Supuso que Tarun habría
utilizado el cifrado simétrico para codificar las coordenadas del lugar donde
se había tomado la foto de Salena.
Hoy en día, todo el mundo utiliza el cifrado simétrico. Era más seguro y,
por tanto, más difícil de descifrar. Por eso el software de descifrado tardaba
tanto en ciclar y aún no había dado resultado. Era prácticamente imposible
de descifrar, incluso con los ordenadores más avanzados y potentes. Podrían
pasar meses hasta que descifráramos las coordenadas, si es que lo hacíamos.
Por capricho, decidí probar un antiguo método de descifrado de los años
setenta que ya nadie utilizaba. Había caído en desgracia en la seguridad
tecnológica porque solo podía cifrar pequeñas cantidades de datos. Sin
embargo, las coordenadas eran pequeños fragmentos de datos, así que
merecía la pena intentarlo.
Había configurado el software hacía unos días, y desde entonces había
estado funcionando. No me había molestado en permitir el envío de
notificaciones a Shyam o Jai.
Entré en la aplicación para comprobar el estado. Aún no hay
coincidencias.
—¿Ya te aburres? —Jai se acercó a mí, parecía un modelo con su traje.
Su aspecto solía ser más relajado que el de su hermano, ya que optaba por
vaqueros y camisetas. Aunque esta noche iba más elegante, había
conservado parte de su estilo característico: sin corbata y con los botones de
arriba desabrochados.
—No, solo estaba comprobando el estado del software de
desencriptación —dije, guardando el teléfono en mi bolso.
—Dudo mucho que utilice métodos de encriptación antiguos, pero quizá
sólo esté intentando jodernos —dijo en voz baja para que nadie pudiera
oírnos.
—Puede ser. Pero pensé que prácticamente no nos supondría ningún
esfuerzo intentarlo al menos —dije.
—Estoy de acuerdo. ¿Algún resultado ya?
—Nada. El ciclo tiene seis horas más antes de volver a empezar. —Al
menos pronto sabríamos si había funcionado o no.
—No es mucho tiempo. Bueno, tal vez algo salga a la superficie.
Esperaba que así fuera. —¿Qué estás haciendo aquí, de todos modos?
¿No hay chicas guapas por aquí? —Le di un codazo en el brazo.
—No, no puedo mojarme en la tinta de la empresa —me dijo,
dedicándome una sonrisa socarrona.
—¿Eso te ha detenido alguna vez? —Era el playboy más grande de
todos, y tener su propia empresa era el mayor campo de juego que podía
pedir.
—Cuidado. Ya sabes quién firma tus cheques. —Me guiñó un ojo.
—¿Richard el de Contabilidad? —Bromeé.
Me señaló, mostrando su sonrisa más encantadora. —Eres demasiado
lista para tu propio bien, Becker. Ven a bailar conmigo. —Me tendió la
mano abierta.
Acepté su oferta. —Claro.
Me condujo a través de la multitud hasta la parte delantera del escenario
y me hizo girar al ritmo de una alegre melodía. Fue divertido soltarse con
Jai. Nos habíamos convertido en familia en tan poco tiempo. Era fácil
caerle bien.
La canción terminó y nos quedamos de pie frente a la banda,
aplaudiendo.
—¿Te importa si interrumpo? —me preguntó una voz grave y familiar
desde detrás de mí. Me giré y vi al hombre más guapo de la sala sonriendo
ante nuestro baile.
—Ten cuidado. Esta es una salvaje. —Jai se agachó, fingiendo recuperar
el aliento—. Creo que necesito descansar ahora.
Shyam deslizó su mano alrededor de mi cintura. —Conozco su
salvajismo —le dijo a su hermano.
Nos tomamos de la mano y nos balanceamos al ritmo de la música. La
banda tocaba una canción lenta y romántica que encajaba con la energía que
había entre nosotros. Probablemente toda la compañía nos estaba mirando,
pero ya no me importaba. Me daba igual lo que pensaran los demás. Solo
quería sentir ese momento y recordarlo para siempre.
—Estás hermosa esta noche —dijo con una voz suave como el
terciopelo líquido.
—Lo mismo digo, cariño. —Le guiñé un ojo. Le encantaba que le
llamara por su apodo.
Parecía estupefacto. —Creo que nunca antes me habían llamado
“hermoso”.
—Bueno, ya era hora, porque lo eres. Eres una persona increíble. —Me
acerqué más a él, abrazándolo más fuerte.
Parpadeó un par de veces, como si intentara encontrar una respuesta,
pero guardó silencio. Mi cumplido le había afectado. Estaba segura de que
sabía lo guapo que era por la forma en que las mujeres lo adulaban, pero yo
también pensaba que era hermoso por dentro.
Me hizo girar y me sumergió antes de volver a acercarme a su cuerpo.
—Todo el mundo nos mira —dije, mirando alrededor de la habitación y
notando pares de ojos clavados en nosotros.
—Que se queden mirando. —No le afectó en absoluto nuestro creciente
público.
—¿No te molesta que vean a su jefe intimar con una empleada? —
pregunté sorprendida.
—Para mí no eres solo una empleada.
Se me aceleró el corazón al oír sus palabras. Le miré fijamente a los ojos
y vi más claro que nunca.
—Jaan —continuó— eres más especial para mí que una empleada. Me
distraes durante el día y me dejas con ganas de más durante la noche.
Me dio un beso en los labios. Suspiré y separé los labios para dejarlo
entrar. Profundizó el beso, saboreando mi lengua con la suya. Cuando se
apretó contra mí, sentí cuánto le gustaba nuestro beso a su pene.
—Vámonos de aquí —gruñó.
—Pero si ni siquiera hemos tomado el postre —susurré, manteniendo
mis labios cerca de los suyos.
—Eso es exactamente lo que quiero hacer... en casa —dijo contra mi
boca.
No rechazaría el sexo caliente y húmedo con un hombre guapísimo. —
Guíame —dije con entusiasmo.
—Dame cinco minutos. Primero tengo que despedirme de algunas
personas —me dijo, dándome otro beso rápido en los labios antes de
marcharse.
Me sentí como una adolescente mareada por la excitación que sentía en
el vientre. Mi cuerpo ansiaba sexo todas las noches con este hombre, y
estaba preparado para ello ahora mismo.
Volví a sacar el móvil para comprobar mis mensajes mientras le
esperaba. Mi aplicación de descifrado tenía una notificación. Un resultado
encontrado. Me quedé mirando la pantalla con incredulidad. Lógicamente,
sabía que podía tratarse de un falso positivo, pero no había forma de estar
segura sin comprobar los detalles, a los que no podía acceder desde mi
teléfono.
Miré al otro lado de la habitación. Shyam estaba ocupado hablando con
el jefe de Investigación y Desarrollo. Podía entrar en mi despacho,
comprobar los detalles del resumen y volver antes de que se diera cuenta de
que me había ido.
Dejé caer el teléfono en mi bolso y me apresuré hacia los ascensores.
—Hola. — Era Blake—. ¿Te vas tan pronto? —No había tenido la
oportunidad de hablar con él después de mi fiesta de cumpleaños, así que
las cosas habían quedado sin resolver.
—Hola —le dije— ¿Cómo has estado? —Estaba nerviosa por hablar con
él.
—Bien. —Se metió las manos en los bolsillos. Parecía tan nervioso
como yo. —Ocupado con las vacaciones. Vuelvo a casa este fin de semana
por tres semanas.
—Oh... qué bien. —Permanecimos un rato en silencio, sin saber qué
decirnos a continuación.
«Dios, esto es tan incómodo». —Blake —dije, habiendo decidido
abordar la tensión primero—. Siento mucho lo de la otra noche.
Sus hombros se relajaron por el alivio de que yo hubiera solucionado la
incomodidad. —No te disculpes. Es que no sabía que salías con el Sr. Sethi.
No respondí. ¿Qué podía decir? «Sí, me estoy follando a tu jefe. Siento
haberlo ocultado».
—Parece que se gustan de verdad —continuó—. No habría sido tan
insistente si lo hubiera sabido.
—Siento no haber dicho nada, pero para ser sincera, no sabía qué decir
al ser algo tan reciente.
—Bueno, sea lo que sea parece serio, a juzgar por la forma en que te
mira. Si eres feliz, me alegro por ti. Sin resentimientos. —La suavidad de
sus ojos y la sonrisa de sus labios me hicieron saber que sus sentimientos
eran genuinos.
Le devolví la sonrisa. Me alegré de que hubiéramos aclarado las cosas
para mantener la amistad. Era una persona dulce y sin duda encontraría una
chica estupenda algún día.
—¿Ibas a alguna parte hace un momento? —preguntó.
Nuestra conversación me había distraído de mi misión. —Oh, sí, sólo
quería comprobar algo en mi oficina.
—Siempre la trabajadora más dura de la empresa. Deberían pagarte las
horas extras.
—¡Ojalá! —Me reí—. Oye, ¿quedamos después de que vuelvas de
California?
—Eso suena genial. Felices fiestas, Amelia.
—¡Felices fiestas! —Dije, antes de salir corriendo hacia los ascensores.
Tomé el ascensor sola. A nadie en la fiesta le importaba el trabajo esta
noche. Llevaban demasiadas copas de champán como para preocuparse por
nada relacionado con el trabajo, así que no había nadie en los pisos
superiores.
Corrí a mi despacho, dejando la puerta abierta y las luces apagadas, ya
que solo tardaría un par de minutos en comprobar el informe y la luz del
pasillo me bastaba para ver. Me conecté al ordenador y cargué el programa.
—Vamos —susurré impaciente mientras se cargaban los resultados.
Cuando por fin aparecieron en el monitor, mostraban unas coordenadas
de 26,9124° N, 75,7873° E. Las introduje en Google. Jaipur, India. Miré el
mapa y vi que estaba al suroeste de la capital, Nueva Delhi. Y cerca de la
base de Shyam en Punjab. Salena había estado allí. ¿Pero había estado
Tarun también? Debía de estar, ¿no? Estaría con su prometida, aunque la
obligara a casarse con él.
Otra notificación apareció en mi pantalla. Era del software de
reconocimiento facial. Se había encontrado una coincidencia con una de las
imágenes almacenadas en la nube. Hice clic en la alerta y se abrió el
programa. La foto de Salena con su traje de compromiso se cargó desde
nuestra nube compartida. Había visto la foto antes, pero seguía siendo
difícil ver a una mujer con los ojos tan muertos. Su traje era precioso y sus
joyas impecables, pero parecía un fantasma. Era tan espeluznante que me
dio escalofríos. Se me partió el corazón por ella, aunque fuera la ex novia
de mi Shyam. Ninguna mujer merecía ser tratada como ella.
Unas flechas azules brillantes delineaban un punto en la ventana de
cristal detrás de ella. «¿Por qué? ¿Por qué el cristal activaría una
coincidencia?» El software normalmente era preciso si encontraba una
coincidencia. Estaba confundida.
Acerqué el zoom a la zona resaltada. Parecía una mancha en el cristal.
Amplíe aún más la imagen.
—¡Mierda! —Jadeé. Una cara. Era un hombre. Saqué la foto con la que
la estaba comparando el programa. Era una de las que había alterado del
hermano de Tarun, despojado de sus prótesis. El reflejo en la ventana tenía
una cara como la de Vik, pero era más delgado y tenía las mejillas
hundidas. ¿Era Tarun? Tenía que ser el propio Vik o un pariente para que
coincidiera. Una gran mancha oscura era visible en el cuello de la persona.
Una marca de nacimiento. Saqué la vieja foto de Tarun, donde estaba más
gordito. Su cuello tenía una gran marca de nacimiento marrón. «¡Es él!»
Tenía que decírselo a Shyam. Cogí mi teléfono para enviarle un mensaje.
En ese momento, unas manos grandes me agarraron la cintura por detrás
y me taparon la boca. Agité el cuerpo para liberarme, pero no conseguí
soltarme. Intenté gritar, pero no salía ningún sonido.
—El jefe no me dijo que tendrías un cuerpecito tan prieto —me siseó al
oído una voz áspera. Su dueño tenía un marcado acento indio. Un aliento
caliente me sopló en el cuello—. Quizá no le importaría que probara este
coño antes de entregarte.
El monstruo utilizó la mano que tenía en la cintura para meterme mano
en la vagina a través del vestido. Los ojos se me llenaron de lágrimas.
Intenté apartarme de él, pero era demasiado fuerte para mí.
—Quédate quieta, cariño. Esto te va a gustar. —Podía sentir su erección
presionando mi espalda. Quería vomitar y desmayarme al mismo tiempo.
Esto no podía estar pasándome otra vez. Recordé que cuando me habían
atacado en el Nirvana, Shyam me había defendido con el factor sorpresa.
Mordí con fuerza la mano de mi atacante hasta que fui recompensado con el
sabor metálico de su sangre. Maldijo y me soltó sorprendido.
—¡Maldita zorra!
Grité y corrí alrededor del escritorio, y la parte inferior de mi vestido se
enganchó en su pata metálica. Tropecé hacia la puerta y me topé con un
pecho duro que parecía una pared. Caí de espaldas al suelo.
Otro hombre se cernía sobre mí, apuntándome al pecho con una pistola.
Tenía una sonrisa macabra y el cuello y los brazos cubiertos de tatuajes. Me
resultaba familiar. En el bar. Era uno de los hombres que habían estado
sentados en el bar aquella noche que estuve con Nat, antes de irme a casa
con Shyam por primera vez.
Retrocedí hacia la habitación, alejándome de él.
—Vas a ser un reto, ¿eh? —Se rio como un loco. También tenía acento.
Me agarró del tobillo y tiró con fuerza, acercándome más a él. Volví a
gritar, esperando que alguien pudiera oírme. Me puso boca abajo y me
sujetó la espalda con la rodilla. El terror me recorrió el cuerpo.
Sentí un rápido pellizco en el cuello. La confusión me hizo volver la
cabeza para ver qué lo había provocado. La última imagen que vi fue la de
la bestia gigante inmovilizándome, antes de que todo se volviera negro.
 
 
 
 
 

Capítulo XXX
Shyam

 
 
No encontraba a Amelia. La había dejado unos minutos para desear lo
mejor a algunos de mis empleados antes de que se fueran de vacaciones.
Normalmente odiaba estas formalidades, pero era importante mantener una
buena relación con los miembros de mi junta directiva para asegurarme de
que seguían haciendo un buen trabajo. Si quería que Sethi Tech siguiera
siendo la mejor empresa tecnológica del mundo, tenía que asegurarme de
que mis empleados se sintieran apreciados.
Me había estado esperando junto al árbol de Navidad. Intenté mandarle
mensajes y llamarla varias veces, pero no contestaba. Estaba preocupado.
Ella sabía lo importante que era para mí que respondiera a mis llamadas.
Encontré a Jai rodeado de un grupo de mujeres recién contratadas. Las
mujeres estaban pendientes de cada una de sus palabras y se reían de vez en
cuando de los chistes que contaba, chistes estúpidos en su mayoría. Lo
aparté de su harén y le pregunté si la había visto.
—No la veo desde que bailé con ella —dijo.
—Mierda. —Me agarré el pelo con frustración. ¿Dónde podría estar?
—¿Qué ocurre? —preguntó cada vez más preocupado.
—No contesta al teléfono. —Volví a comprobar mi teléfono para
asegurarme de que no había perdido sus llamadas o mensajes mientras
tanto.
—Bueno, ¿quizás salió a tomar aire? —sugirió.
—Está helando afuera. —Hacía demasiado frío para haber estado
esperando fuera.
—Buen punto. Vamos a llamar a seguridad para ver si pueden
encontrarla. Y vamos a conseguir a Saran para ayudar si ella realmente está
desaparecida. —Jai sacó su teléfono y llamó a Saran para ponerlo al tanto
de la situación y decirle que se mantuviera a la espera.
Iba a hablar con el guardia de seguridad que vigilaba la fiesta cuando me
topé con ese imbécil que había intentado ligar con Amelia en su
cumpleaños. Ni siquiera le había visto.
No pensaba disculparme porque tenía un problema mayor entre manos,
pero me detuvo para hablar. «Mierda»
—Oh, hola, Sr. Sethi. Lo siento por chocar con usted.
Seguí caminando, ignorándolo.
Era muy malo captando indirectas, así que siguió hablando. —¿Está
bien? Parece tener prisa como Amelia. ¿Pasa algo?
Me di la vuelta y me acerqué a él, cerniéndome sobre él. —¿La has
visto? —le pregunté.
Retrocedió, asustado por mi tono. —Sí, estaba subiendo a su oficina.
Algo sobre comprobar cosas del trabajo.
—¿Cuánto hace de eso? —Bajé mi rostro frente al suyo y estudié sus
ojos. Era un hábito que había adquirido interrogando a traidores.
Blake desvió la mirada hacia el suelo para evitar mi mirada. —Hace
unos treinta minutos —contestó rápidamente para que le dejara en paz.
Corrí al ascensor y subí hasta nuestra planta. Corrí a su despacho. Las
luces estaban apagadas y parecía vacío. Apreté el interruptor e iluminé la
habitación. Vi su teléfono en el suelo, detrás de su escritorio. Lo levanté y
vi todos mis mensajes y llamadas en la pantalla de bloqueo. Nunca los
había recibido. Su ordenador estaba bloqueado. ¿Por qué había subido aquí?
Noté algo más junto a mi pie. Me agaché hasta el suelo junto a la pata de
su escritorio. Justo entonces, Jai apareció en la puerta. —¿Qué pasa?
El corazón me latía tan fuerte en el pecho que no podía oír nada. El
tiempo se ralentizó cuando levanté el trozo de tela roja. «Su vestido».
—Tarun la tiene. —Mi voz estaba rota por el pánico.
 
 
 
 
 

Capítulo XXXI
Amelia

 
 
Todo estaba borroso. Parpadeé rápidamente para aclarar mi visión.
Estaba tumbada sobre algo que parecía moverse. Intenté incorporarme, pero
tenía las manos atadas bajo el estómago. Utilicé las manos para presionar el
cojín sobre el que estaba tumbada. La cabeza me latía con fuerza.
Miré a mi alrededor para orientarme. Estaba en el asiento trasero de un
coche. Mi memoria volvió de golpe cuando vi al hombre sentado frente a
mí. Era el que me había atacado en mi despacho. Me miraba fijamente a los
ojos, advirtiéndome que me quedara quieta, con la pistola apuntando en mi
dirección.
—¿Adónde me llevan? —Mi voz estaba ronca. Tenía miedo de decir
algo que pudiera hacer que apretara el gatillo.
—Ya lo verás —dijo bruscamente. Apostaba a que no iba a sacarle nada
más sin fastidiarlo.
Miré por la ventana para ver si podía averiguarlo por mí misma. El cielo
parecía brumoso, como si hubiera toneladas de smog en el aire. La calle
estaba llena de gente caminando o en bicicleta con carruajes. También vi
vacas con cuernos caminando por la calle. Los edificios parecían viejos y
ornamentados. Mujeres con trajes y pulseras de colores compraban en los
puestos de fuera y hombres con camisas y faldas de algodón preparaban
comida en carritos callejeros. Estaba en la India. «Madre mía»
Al cabo de un rato, el coche se detuvo bruscamente. Lo agradecí, porque
los baches de la carretera me habían dado ganas de vomitar y estaba segura
de que a mi captor no le habría gustado.
La puerta del coche se abrió y el hombre me sacó de él por las cadenas
de las manos. El metal me cortó la carne y me hizo gritar.
—Chup. Cállate, perra estúpida. Levántate. —Me levanté como pude.
Apretó el extremo del cañón contra mi espalda—. Camina.
El aire era tan pesado y denso que me asfixiaba. Mi cuerpo empezó a
sudar inmediatamente bajo la tela de mi vestido de noche, pero no sabía si
era por la humedad o por la adrenalina.
Subimos por un camino hasta un gran edificio rosa. Parecía casi un
castillo. Había hombres con rifles en las escaleras que conducían a la puerta
principal. Dudé antes de dar el primer paso. A mi captor no le gustó mucho
y me golpeó con la culata de su pistola en la nuca. Mis ojos lagrimearon en
un acto reflejo.
—Esa no es forma de tratar a nuestra invitada, Motu. —Un hombre bajo,
de ojos y pómulos hundidos, estaba de pie en la puerta al final de la
escalera. Su cuello estaba cubierto por esa familiar marca marrón deforme.
«Tarun».
—Ven adentro. Debes estar cansada de tu viaje. —Me hizo un gesto para
que entrara, como si tuviera elección. Seguí su orden y entré en el vestíbulo
de azulejos de colores. Una fuente en el centro realzaba la grandiosidad de
la estancia.
—Bienvenida a mi casa, Amelia. —Estaba frente a mí, vestido con una
chaqueta india hecha de parches de colores cubiertos de bordados, que le
hacía parecer aquel maníaco de los cómics de Batman. Solo le faltaba el
maquillaje de payaso y el pelo verde.
—¿Cómo sabes mi nombre? —Mi voz salió temblorosa, revelando mi
miedo.
—Lo sé todo sobre ti y lo que haces. Tenemos un amigo en común —
dijo, como si estuviéramos en una cena charlando.
—No sé por qué me necesitarías. No soy nadie de interés. —Las
lágrimas amenazaban con caer por las comisuras de mis ojos.
Se acercó más a mí, inclinó su cara hacia la mía para mirarme a los ojos.
Podía oler su aliento rancio. —Todo lo contrario. Eres valiosa para mi
amigo; por lo tanto, eres increíblemente valiosa para mí.
—Por favor, déjame ir. No le diré a nadie dónde estás ni qué me ha
pasado. —Solo quería irme a casa y acabar con esta pesadilla.
—Mentir a tu anfitrión no es la mejor manera de empezar las
vacaciones, Amelia —dijo levantando las manos con una floritura. Me fijé
en un anillo parecido al que llevaba Shyam, pero con un tigre.
Estudió mi rostro. —Ya veo por qué te ha mantenido en secreto.
Realmente eres una joya rara con ese pelo rojo tan bonito. Como un rubí —
me dijo mientras me frotaba un mechón de pelo entre los dedos. Sus ojos de
lagarto recorrieron mi cuerpo, observando mi revelador atuendo. Cuando
volvió a alzar los ojos, se posaron en mi cuello.
—Es un hermoso collar el que tienes. Se parece a algo que he visto
antes. —Levantó el colgante con los dedos para examinarlo.
«Oh, no».
Me arrancó la cadena del cuello, haciéndome chillar. —Y dices que no
eres nadie interesante. Quizá seas la persona más interesante que he
conocido hasta ahora. —Tendiendome el collar, se volvió hacia Motu y le
dijo: —Envía esto a nuestro amigo Shyam. Confío en que recuerdes dónde
trabaja. Él sabrá lo que significa.
Motu se lo quitó de las manos y se alejó corriendo.
Tarun me dio la espalda y dio una última orden a sus hombres antes de
alejarse. —Lleven a nuestra invitada a su celda.
De repente, dos guardias armados me sacaron del vestíbulo.
 
 
 
 
 

Capítulo XXXII
Shyam

 
 
Me senté en mi suite del Nirvana, un hombre destrozado. Había cerrado
el club para tener intimidad desde que Amelia desapareció. No había ido a
casa ni dormido en cuatro días. Aún llevaba puesto el traje de la fiesta de
vacaciones. Mi estómago estaba vacío excepto por copiosas cantidades de
whisky.
¿Cómo había sucedido? La seguridad había sido tan estricta. Ni siquiera
nuestras cámaras habían captado imágenes de Amelia siendo secuestrada.
No dejaba de pensar en todas las cosas terribles que podrían haberle
hecho y me ponía enfermo.
Esto no podía estar pasando otra vez. Primero mi madre, luego Salena, y
ahora Amelia.
Jai había buscado en su ordenador y había encontrado una coincidencia
con el algoritmo de desencriptación que estaba ejecutando, y un reflejo que
sospechábamos que era de Tarun. Había hecho que mis hombres en la India
rastrearan la ciudad de Jaipur, pero Tarun nos había dado las coordenadas
generales de la ciudad, así que no teníamos una ubicación específica de
dónde podría estar Amelia. Era posible que no estuviera en Jaipur. Podría
estar en cualquier parte.
«Mi brillante Amelia». ¿Por qué la involucré? Me arrepentí de haberla
contratado y obligado a asumir una misión tan peligrosa por mi necesidad
de venganza.
Jai entró en mi despacho. Ni siquiera me molesté en levantar la vista
para saludarle.
—La encontraremos. —Intentó sonar tranquilizador, pero oí la duda en
su voz—. Ella es fuerte e inteligente. Sobrevivirá a esto.
Esperaba por Dios que tuviera razón.
—Los chicos tienen la ciudad cubierta. Zayn dice que a todos los
hombres implicados en la vigilancia les han enseñado fotos de su aspecto.
Destacará fácilmente en la India. Alguien la encontrará —continuó
consolándome.
Un millón de pensamientos pasaron por mi cabeza. Habría dado
cualquier cosa por tenerla conmigo, a salvo. Mi trabajo era protegerla y
había fracasado.
Javed entró en mi oficina. —Esto acaba de llegar. Sospechamos que es
de Tarun. — Sostenía una pequeña caja en su mano.
Me levanté y me acerqué a él lentamente. No quería abrir la caja porque
sabía que nada bueno podía salir de ella. Pero tenía que saber qué había
dentro.
Se la quité. Lentamente, levanté la tapa. «El collar de Amelia».
Los ojos de diamante negro brillaron cuando froté el colgante con los
dedos, como si quisieran hablarme de los peligros que había corrido cuando
ella aún lo llevaba. La cadena estaba rota, como si se la hubieran arrancado
del cuello.
Una vez había hecho lo mismo con el anillo del hermano de Tarun. Me
había enviado un mensaje que solo yo entendería.
Caí de rodillas, dejando caer la caja al suelo. Me tapé los ojos con las
manos y emití un aullido de agonía. El dolor me atravesó el corazón. Sentí
que me desangraba en el suelo.
Me quité las manos de los ojos y me quedé con la mirada perdida, con la
vista nublada mientras la humedad me resbalaba por la cara. Ya nada
importaba. Ella estaba muerta, y ahora yo también.
 
 
 
 
 

Nota de La Autora
 
 
 
¡Muchas gracias por leer PODEROSO! Me lo pasé muy bien creando la
historia de Shyam y Amelia. Fue emocionante para mí presentar a una
heroína que trabajaba en el campo de la tecnología, que está bastante
dominado por los hombres. Me encantó explorar cada personaje y ver cómo
se desarrollaban como amantes y compañeros.
Si te ha gustado la primera parte de su historia, me encantaría leer tu
reseña y conocer tu opinión.
No dejes de leer EMPODERADA para conocer la emocionante
conclusión de la aventura de Shyam y Amelia. Te llevará a un viaje muy
necesario, especialmente en estos tiempos en los que viajar es difícil para
todos nosotros. Me emociona compartirlo con ustedes porque me encanta el
viaje que emprende esta pareja y lo mucho que crecen también como
personas.
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[1]
mongoose: mangosta en inglés.

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