Desde estas preocupaciones y la perspectiva que a veces ofrece el
tiempo, quisiera retomar la institución democrática griega no como un modelo a imitar sino como un germen que puede mostrar floraciones diversas en tiempos distintos, como un estudio político que intente valorar la capacidad que tuvieron para enfrentarse a ciertos problemas, el atender a las soluciones dadas a situaciones políticas que aún nos estremecen a nosotros, así como la reflexión sobre ciertas tendencias a la quiebra o pérdida de las instituciones democráticas. Oriente, primero en esta época y, posteriormente, con el traslado de jonios al Asia Menor, será una fuente y una vía de transmisión de ideas de gran importancia en el pensamiento griego. La entrada de los dorios acabará, hacia 1200 a.C., con el imperio micénico, obligando a un corrimiento de pueblos (eolios y jonios) en la Hélade, del que vino a librarse un pequeño triángulo, en el cual crecerá Atenas. El hundimiento micénico trajo consigo el retraimiento de los griegos, una vez que desaparecen las vías de comercio que habían abierto los micénicos. Sin embargo, tras este período, en el Período Arcaico (XII-IX a. C.) hubo un movimiento de poblaciones que no respondían a la colonización propiamente dicha, sino a desplazamientos hacia tierras que sirvieran para paliar las condiciones deprimidas de zonas enteras. Será, sin embargo, en la Época Arcaica (VIII-V a. C.) cuando se dan las condiciones no de migraciones que responden a momentos y zonas deprimidas, sino a procesos de colonización. Ésta supone la expansión de ciudades con la creación de otras nuevas polis en lugares distantes y de nueva influencia, así como el ejercicio de dominio a costa de otras ciudades que se hará, igualmente, a través de las llamadas klerukías, que eran porciones de tierra detraídas a las ciudades vencidas o en dependencia de otras más fuertes y que se repartían entre los soldados vencedores. Las causas de las grandes colonizaciones de la Época Arcaica y Clásica son varias, ligadas a problemas estructurales de las nuevas sociedades en gestación. En primer lugar, un tema recurrente en la Hélade es el acaparamiento de las escasas tierras cultivables por las diversas aristocracias. En segundo lugar había hecho aumentar proporcionalmente el número de habitantes necesitados de las escasas tierras, al tiempo que había cesado, la distribución de tierras de carácter comunal. En tercer lugar, uno de los males más radicalmente repudiados, era el préstamo necesario que los pobres habían de solicitar a los ricos y que se hacía teniendo como contrapartida la propia esclavitud si no se pagaba lo empeñado en el tiempo ajustado. Esta tensión se va a trasladar a un cuarto problema surgido de la necesidad de la seguridad y de las guerras, así como de la estabilidad económica de cierta clase media. Me refiero al surgimiento de los «hoplitas». Hay un segundo aspecto en esta nueva forma de lucha: la indisoluble unidad que han de conformar los individuos. Lo cual favoreció la compañía obligada y la necesidad imperiosa de la ayuda mutua entre clases sociales que acabarían por formar parte de los hoplitas. Una razón más para la censura y la crítica del poder establecido. A estas causa y razones habría que añadir la formación de dos grandes grupos cada día más importantes en las ciudades en formación: la clase de los artesanos, en su mayoría extranjeros, con una demanda cada día mayor; y el grupo de los comerciantes, especialmente los dedicados al vino y el aceite, quienes pedían la transformación de las formas de gobierno y la apertura de las ciudades a nuevos canales de trabajo, aprovisionamiento y comercio. La conjunción de los factores citados, sin atender ahora a las formas canónicas en que se llevaron a cabo las primeras colonizaciones, entre el siglo VIII hasta mediados del VII, dio lugar a una explosión colonial que va a centrarse, primeramente, en Italia y Sicila, conformando lo que se llamó la Magna Grecia.
1. Elementos del nuevo estatuto del saber y de la reflexión crítico-
racional
En el amplio abanico de interrelaciones culturales que hemos
presentado, así como las raíces alargadas hasta Mecenas, de la historia de los griegos, importa destacar cómo estos, a la postre frente al rey absoluto con sus amplias funciones, abren paso al ágora, donde la isonomía y la isegoría, la igualdad y la libertad de hablar, se oponen frontalmente a las historias de reyes todopoderosos, cuya palabra todo lo determinaba. De igual modo, a partir de la nueva ciencia y de la filosofía, generadoras de un nuevo espíritu laico, se ponen en crisis los mitos de génesis del mundo y su desarrollo, supliendo el secreto de los grupos religiosos privilegiados por el razonamiento, la argumentación y la retórica que domina la discusión abierta en la ciudad en torno a los problemas más importantes de la sociedad misma. Pues bien, los griegos se ofrecen ante su memoria histórica como superiores a aquellos que les precedieron: los poderes religiosos se convierten en funciones sociales a realizar ciudadanos; el poder, la arkhé, no reside en nadie en particular sino que es puesto es to koinon y en to meson. En esta actitud crítico-reactiva de los griegos contra la memoria política y el vocabulario del imperio micénico, como la expresión del poder absoluto y del control mistérico religioso y la postura adoptada de superioridad político-cultural se va a traducir, igualmente, en lo referente a la escritura. Ya no será, escribe Vernant, «la especialidad de una clase de escribas, sino el elemento de una cultura común. Su significación social y psicológica se habrá transformado: la escritura no tendrá ya por objeto la creación de archivos para uso del rey en el secreto de un palacio, sino que responderá en adelante a una función de publicidad; va a permitir divulgar, colocar por igual ante los ojos de todos, los diversos aspectos de la vida social y política». El hecho de que cualquiera pudiera leer y comentar, entrar en contacto con los libros sagrados o con las piezas que servían de medios en los diversos actos cultuales conllevaba un proceso de laicización al poder discutir, comprobar la inanidad de lo secreto o ser refutado por los científicos o filósofos.
2. El proceso hacia la democracia o la voluntad reflexiva
instituyente de sentido
La primera acotación la tomo de Bauman y está ligada a la contra-
posición que establece entre lo político de facto, el orden de lo político tal como se nos ofrece y dentro del cual vivimos, y la posibilidad de traducirlo reflexiva y crítica en realidad de iur, es decir, en organización política legitimada y como tal, obligatoria para todos sus miembros: «La búsqueda de validez de iure exige, por lo tanto, según nuestro autor, una reflexión crítica acerca de todas las cosas y que debe incluirla. Es la única facultad humana que se puede librar con confianza de la carga de 'regresión infinita', el argumento favorito de todos los defensores de los fundamentos últimos y absolutos». La crítica, pues, es una actividad esencial, propia de toda actividad política, que busca establecer la legitimidad real del sistema que nos gobierna, ya que la democracia depende, precisamente, de esa reflexión crítica, que trata de establecer instituciones legitimadas y deseables. Una posición, pues, que no puede ser reducida por nadie, de forma capciosa, a un simple instrumento de intereses particulares. Este será uno de los caminos que habrán de recorrer, no sin consecuencias dramáticas, muchos de los griegos que llegaron a establecer la democracia en Atenas. Según esta invariante, las sociedades que disponen de un consenso moral hegemónico, aunque estén establecidas según organizaciones jerárquicas, permiten un intercambio validado por la moral vigente y disfrutan de un grado de estabilidad suficiente. Estaríamos ante lo que debería denominarse «mutualidad» de las obligaciones (la reciprocidad se cumple en cuanto que se intercambia algo por algo) más propiamente que ante una regla moral sensu stricto, según la entenderíamos desde nuestras concepciones actuales. Cuando la disimetría en el intercambio de «algo por algo» es tal que resulta inaceptable en situaciones determinadas para alguno de los grupos que componen la sociedad, puede producirse una quiebra del consenso moral hegemónico. Si éste es el caso, puede tener lugar por parte del grupo disidente un proceso reflexivo que lleve a tematizar sus reclamaciones en términos de «lo nuestro», «lo que nos corresponde». De este modo se pasaría de la mera reciprocidad, intercambiar «algo por algo», en base a las distinciones sociales establecidas, a la exigencia de justicia, ligada al hecho de la «participación en un orden común». Desde el siglo VIII a.C., en que comienzan a organizarse las polis, estamos asistiendo a un proceso cada vez más radical en orden a un cambio de estructuras que dé paso a democracia plena. La publicación escrita de leyes indica un grado creciente de la presencia organizativa de una sociedad civil, cada poder implica que familias enteras no aristocráticas devengan sujetos políticos. En el proceso de constitución de las polis, a partir del siglo VIII a.C., se están operando cambios radicales que nos permiten hablar de acciones reflexivas en el orden de la institución de la democracia. La propia publicación de leyes que pueden ser discutidas e interpretadas, afectando a todos por igual, significa que se han introducido categorías gnoseológico-políticas que erosionan las formas de dominación tradicionales. El hecho de que ya no sea la palabra del basileus o las formas religiosas tradicionales las que determinen los comportamientos en los asuntos comunes obliga a argumentar los nuevos criterios de legitimación del poder, que nadie puede arbitrariamente arrogarse como prerrogativa personal. Es difícil encontrar en la historia del pensamiento político una ac- tuación tan medida y controlada como imaginativa y auténticamente creadora de nuevas instituciones como la que lleva a cabo Clístenes. Su lema fue más bien ofrecer nuevas instituciones que destruir, de una vez, las anteriores; buscó formas que, sin negar las atribuciones religiosas de algunos génes, pudieran inaugurar un tiempo de signo radicalmente político. Clístenes establece una división temporal: la del año de diez meses de acuerdo con las reformas a realizar que desacoplan los fastos litúrgicos sin prohibirlos ni oponerse a los mismos. Al mismo tiempo aumentó a diez las «tribus», de las cuatro aristocráticas ya existentes. Esta medida tenía por objeto desarticular el control geográfico y clientelar de la clase aristocrática, que vio dispersarse y dividirse sus tierras y sus vasallos. Pero quizás la pieza más fundamental de la nueva organización social de la polis radicó en lo que podemos considerar como la separación de lo que la sangre, la tradición y la naturaleza habían conformado hasta el momento: la Teorganización geográfica de los pueblos y de las instituciones. Dividió el Ática en tres regiones, que correspondían a las tierras del interior, de la costa y de la ciudad. Al haber constituido diez tribus, cada una de ellas había Trogativa de mantener unificado su espacio y su mando, con el control de la población. Al haber constituido diez tribues, cada una de ellas había de disponer de una zona de las tres regiones establecidas: cada tribu, de impedía que se uniesen las cuatro tribus entre sí para defender sus intereses, otra de la ciudad y una tercera de la costa. Esta reorganización reses particulares. Al haber diez tribus, cada habitante, cada número pueblos debían defender sus intereses generales en la nueva Boulé a crear, como nuevas unidades que no tenían nada que ver con los intereses particulares de las antiguas cuatro tribus. Dado que existían diez tribus, con diez distritos, cada uno de ellos enviaba 50 miembros para componer la nueva Boulé, centro neurálgico de la vida publica. Al componerse el año de diez meses, cada una de las diez tribus gobernaba la Boulé, de forma rotatoria, unos 35 o 36 días al año, la décima parte del nuevo año dividido en diez meses. Cada día se sorteará entre los prístanes uno de ellos, el cual ejercerá ese día la función superior de jefe de la polis, que estará encargado de custodiar durante esa jornada el sello de la ciudad y las llaves de los santuarios y de los archivos. Con este nombramiento y las funciones que conlleva se disuelven realmente los poderes que le restaban a la aristocracia. Se instituyó, igualmente, la elección de diez estrategos para el ejército, así como se constituyeron las magistraturas, una compuesta por nueve arcontes y otras de menor rango y número de miembros. En definitiva, el ágora se vio realizada en su función de discusión, argumentación y decisión de las cuestiones generales. El objetivo final no tiene nada que ver con simple inversión de bienes y servicios a favor de los muchos, sino implantar una nueva sociedad con instituciones que conduzcan a la mejor ciudad posible cuyos referentes de sentido remitirán hacia un nuevo imaginario social, que reorganizará santo la vida personal, a través de la paideia, como el orden institucional. Convendría, en primer lugar, atender al hecho de que, efectivamente, los considerados ciudadanos de Atenas podían presentarse voluntariamente a una gran cantidad de cargos. Los ciudadanos que se presentaban eran examinados atendiendo, igualmente, al comportamiento de sus padres; también tenían que estar en posesión de sus derechos cívicos, es decir, no haber sido castigados por una atimía. Una vez presentados y examinados en cuanto a su competencia de carácter general, se sorteaban entre ellos los cargos: no accedían automáticamente todos los presentados. Por contraposición, eran objeto, no de sorteo sino de elección, los diez cargos de estrategos, en razón de las diez tribus, los cargos financieros y los de la alta administración militar. Los cargos electivos, aunque eran elegidos para un año, podían ser reelegidos reiteradamente, como fue el caso de Pericles. La línea cardinal en el desarrollo de la democracia pasaba, pues, por la ciudad; la asamblea o Ekklesia, con seis mil ciudadanos, con un mínimo de cuarenta sesiones; el Consejo de los 500 o Boulé verdadero comité ejecutivo de la asamblea; el Comité de los 50, cuya misión era guiar y hacer propuestas al Consejo y el Presidente del Comité, mandato que duraba un solo día.
3. Democracia: normatividad política y funcionamiento de la
economía
Desde la perspectiva teórica asumida de historiador Pocock de la
teoría social no deja de señalar que «en multitud de sentidos, las gentes premodernas vivían en un mundo mental diferente del nuestro, en el cual lo importante no era establecer límites económicos a la política, o límites políticos a la economía, sino preocupaciones prácticas y teóricas estructuradas de maneras diversas». Un tiempo en que, Política significaba para Aristóteles los problemas y asuntos de la polis o ciudad-estado, cuyo significado no era meramente territorial sino que aludía a una comunidad o república de ciudadanos con una igual moral que tenía su base en la posesión común del poder. y que se encontraban comprometidos a manifestar dicha igualdad y poder en la guerra contra ciudades limítrofes. La reflexión del Estagirita en cuanto a las observaciones económicas se refiere, nos ofrece la clase de relaciones humanas que conforman la justicia perseguida por la política, que está en la base de las consideraciones económicas. La perspectiva es claramente de orden normativo según los principios de la política y abarca todos aquellos grupos humanos que se reúnen para llevar a cabo una acción que compete a la comunidad, grupos humanos y asociaciones, habitantes de las aldeas hasta la forma suprema de la polis. Conjunto de seres humanos que, en ámbitos amplios territoriales y de un número considerable de habitantes, como es el caso de Atenas, han instituido la sociedad y han asentado la democracia: la polis. Se trata de un tipo de organización, de asociación de personas que están ligadas por lazos especiales: los propios que responden a la vida democrática, a los principios de la política que apuntan a la libertad, a la autonomía y a la autarquía. Concretamente, escribe Aristóteles en la Ética «no debemos olvidar que lo que buscamos no es sólo la justicia sin más, sino la justicia política. Esta existe entre personas que participan de una vida común para hacer posible la autarquía, personas libres e iguales, ya proporcional ya aritméticamente». El problema radica en el hecho de que cuando hablamos de «bien común», en nuestros días y especialmente por parte de los liberales, se entiende el concepto de bien común como la suma total de bienes individuales. Estaríamos, pues, ante unos fines o metas, impuestos por el Estado o Partido, el contenido del bien común, que comportaría la negación de la libertad de los individuos atados a los «planes» de instancias superiores y que su capacidad de elegir la forma de vida que consideren más sí mismos. Isaac Berlin, uno de los autores de mayor influencia en la segunda mitad del siglo XX, en uno de sus artículos más leído y «doctrinal», escrito bajo el fantasma del comunismo que se imponía en la extinta Unión Soviética, afirma: Así como la democracia, podría en realidad, privar al ciudadano individual de muchas libertades que podría tener en alguna otra forma de sociedad, es perfectamente concebible que un déspota con mentalidad liberal permitiese a sus súbditos una gran medida de libertad personal. El déspota que deje a sus súbditos una gran zona de libertad puede ser injusto, o alentar las mayores desigualdades, preocuparse poco del orden, la virtud o el conocimiento; pero mientras no restrinja su libertad, o por lo menos la restrinja en menor medida que muchos otros regímenes, satisfará la especificación de Mill. La libertad en este sentido no está concertada, por lo menos lógicamente, con la democracia o el autogobierno. Es lo que se conoce como «libertad negativa». Muy distinta es la posición de Hegel, quien cree encontrar en la vida pública griega el conjunto de instituciones y prácticas más excelentes (la Sittlichkeit) de una comunidad, que fundamenta y sostiene su identidad por la participación en tal conjunto de instituciones y prácticas. Hegel, sin embargo, sitúa el Estado como el referente absoluto de estas prácticas que determinan una sociedad autosuficiente. Para MacIntyre, lo que podemos llamar narrativas del yo, de fuerte raigambre aristotélica en el orden de la virtud, están condicionadas las formas sociales y las prácticas comunes de la polis. Las implicaciones de la postura de MacIntyre afectan, por un lado, a la dimensión política de la responsabilidad y solidaridad, cuya ausencia ha dejado maltrecha a la sociedad moderna, con desorientaciones prácticas, desigualdades y dependencias socio- económicas insoportables. En segundo lugar, su instalación en la filosofía escolástica ocurre como un modo de cerrar la hemorragia que la disparidad de fundamentos de la ética y de legitimación de la política acarrearía en nuestros días. La única razón que puede aducir para que se igualen todos los actores es que todas las cosas que se intercambian deben ser comparables de alguna manera. Ahora bien, lo que consiente y lo que fundamenta que todos los bienes sean, de alguna manera, iguales, es la «necesidad»: La consecuencia de todo ello es que tiene que haber un intermediario, que hasta ahora no habíamos establecido: la moneda. Las condiciones de propietario, ciudadano y guerrero, como el ideal democrático de la época griega, van a sufrir una primera quiebra en el desarrollo del imperio de sus colonizadores: el Imperio romano. En un momento determinado en parte debido a la falta de organización de un mercado interno que permitiera a los individuos no endeudarse hasta la esclavitud, la propia necesidad de extensión de la colonización y de nuevas conquistas por parte del Imperio romano trueca en profesionales de la guerra a los soldados, que apoyan indiscriminadamente a uno u otro general, con pretensiones del mando del Imperio. Convertidos en verdaderos mercenarios, la función de la ciudadanía se eclipsa al final del Imperio. Pero hay un momento más decisivo y esencial para nuestro presente: se trata de la consumación de la economía neoclásica, a finales del XIX, que conduce a un proceso imparable. Puesto que afirma inequívocamente, por implicación, que la «economía no es ya la gestión del oikos o de la casa, sino del Estado, mientras que la «política» ha dejado de ser la conducta de la polis o ciudad, para pasar a referirse a la jurisdicción territorial gestionada que llamamos, el Estado». El soldado no es ya ciudadano ni en el orden de la isegoría ni en el orden de la decisión. Se puede afirmar que la debilidad del Estado premoderno nació y se desarrolló en ausencia de una política moderna. Escribe nuestro autor: en la situación actual, «todo esto sugiere fuertemente que la política y la economía modernas nacieron y florecieron al unísono, que el Estado nacional y el mercado nacional no son idénticos pero sí simbióticos». Nos encontramos en una situación en la que cualquier intelectual que pretenda involucrarse en la vida política o que cualquier ciudadano que deseara ver contrastada su virtud moral en el reconocimiento de su participación activa se encontraría con el hecho de que no le importaría realmente al Estado qué clase de moralidad tuviera. Uno y otro tendrían que «decidir si se sentía liberado o alienado por esta indiferencia, razón por la cual se usa hoy el término 'liberalismo' como reproche, tanto por conservadores, que temen que no sea suficientemente libertario, como por radicales, que temen que no sea suficientemente liberador»