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¿Qué es crear?

Daniel Contreras

Por siglos la Iglesia ha profesado creer en Dios Padre todopoderoso "creador del cielo y de la
tierra"1. La confesión de que Dios ha creado todas las cosas podría quizás parecerle una verdad de
perogrullo al fiel promedio. Y la verdad es que no sin razón: si Dios existe y si es efectivamente un
Dios digno del nombre, entonces es natural pensar que ha de ser omnipotente y que todas las cosas
han sido creadas por Él, que no pueden haber aparecido por simple azar. Sin embargo, la verdad
profunda de la creación, de lo que ella es e implica, es fundamental para la vida cristiana, y en
muchas ocasiones pasa desapercibida o es desatendida precisamente por quienes más se
beneficiarían de ella. Una comprensión adecuada de la creación es, en efecto, todo menos trivial, y
esto no sólo para tener una noción apropiada de lo que el mundo realmente es ya en el solo orden
natural, sino incluso, y más importante aun, para la recta comprensión de las verdades y misterios
más importantes de la fe. Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, "la creación es el
fundamento de 'todos los designios salvíficos de Dios', 'el comienzo de la historia de la salvación'
que culmina en Cristo"2; y un poco más adelante: "<la catequesis sobre la creación> se refiere a los
fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explicita la respuesta de la fe cristiana a la
pregunta básica que los hombres de todos los tiempos se han formulado: '¿De dónde venimos?'
'¿Adónde vamos?' '¿Cuál es nuestro origen?' '¿Cuál es nuestro fin?' '¿De dónde viene y a dónde va
todo lo que existe?' Las dos cuestiones, la del origen y la del fin, son inseparables"3.

(1) ¿Qué supone la creación?


Para poder entender qué es realmente la creación, es necesario abandonar la perspectiva,
espontánea e inmediata a todo hombre, que se pregunta cómo las cosas han llegado a ser de un
cierto modo —cómo han llegado a ser lo que de hecho son— y asumir un enfoque más profundo y
radical, preguntándose más bien cómo las cosas han llegado a ser, sin más. La pregunta por el
origen, en efecto, puede apuntar a dos niveles distintos de comprensión, y dar pie, por consiguiente,
a dos tipos posibles de respuesta. Podemos preguntarnos por el origen de las cosas buscando

1
El texto del Símbolo Niceno-Constatinopolitano añade a la fórmula del Credo apostólico una explicitación o
clarificación de las cosas que son creadas por Dios: "Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador [ποιητήν;
factorem] del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible" (enfásis añadido). Para la versión griega y latina del
Símbolo, cf. G. Alberigo & G. Dossetti & P. Joannou & C. Leonardi & P. Prodi (eds.), Conciliorum oecumenicorum
decreta, Bologna, Istituto per le scienze religiose, 1973, p. 24.
2
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica [ed. Asociación de Editores del Catecismo], n. 280. En la entrevista que en 1985
concedió a Vittorio Messori, el entonces cardenal Ratzinger expresaba la misma convicción: "No es mera casualidad
que el Símbolo apostólico comience confesando: 'Creo en un solo Dios, Padre omnipotente, creador del cielo y de la
tierra'. Esta fe primordial en un Dios creador (un Dios que sea verdaderamente Dios) constituye como la clave de
bóveda de todas las otras verdades cristianas. Si se vacila aquí, el edificio entero se derrumba" (énfasis añadido). Cf.
Joseph Ratzinger & Vittorio Messori, Informe sobre la fe, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1985, p. 87.
3
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica [ed. Asociación de Editores del Catecismo], n. 282. Cf. también Catecismo de
la Iglesia Católica [ed. Asociación de Editores del Catecismo], n. 287: "La verdad de la creación es tan importante
para toda la vida humana que Dios, en su ternura, quiso revelar a su pueblo todo lo que es saludable conocer a este
respecto. Más allá del conocimiento natural que todo hombre puede tener del Creador (cf. Hch. 17, 24-29; Rm. 1, 19-
20), Dios reveló progresivamente a Israel el misterio de la creación. El que eligió a los patriarcas, el que hizo salir a
Israel de Egipto y que, al escoger a Israel, lo creó y formó (Is. 43, 1), se revela como aquel a quien pertenecen todos
los pueblos de la tierra y la tierra entera, como el único Dios que 'hizo el cielo y la tierra' (Sal. 115, 15; 124, 8; 134,
3)".

1
identificar y elucidar las condiciones o los factores que han hecho posible la aparición de un
determinado tipo de cosas, o de todas ellas. Naturalmente, alcanzaremos la respuesta a esta clase
de pregunta por el origen una vez que hayamos identificado todos esos elementos y hayamos
entendido cómo de su interacción y desarrollo han surgido las cosas cuyo origen intentamos
conocer. Pero la pregunta por el origen puede ir más allá —mucho más allá— de la sola
identificación de estos elementos; podemos querer conocer, en efecto, qué explica no ya la
aparición fáctica o de hecho de un determinado tipo de cosas, o de todas ellas, sino qué explica que
las cosas sean, así, sin más: ¿por qué hay cosas? ¿Cómo es que estas cosas en particular, así como
el universo completo de todas ellas, son?

Uno puede preguntarse, por ejemplo, cómo ha llegado a formarse un roble, y la respuesta esperada
supondría, entre otras cosas, identificar y desentrañar la serie de procesos naturales que han
permitido la aparición de los distintos elementos específicos cuya combinación e interacción ha
conducido, en el tiempo, a la formación de un roble maduro. La formación del roble, en cuanto
roble, presupone la existencia de muchas cosas: por de pronto —y es de toda obviedad— la
existencia de una semilla. Pero la propia semilla presuponse, a su vez, la existencia de un roble
maduro que produce como fruto la semilla de roble. Se requiere, además, de muchos otros
elementos y factores: tierra fértil, agua, luz del sol, etc. La pregunta que inmediatemente surge,
entonces, concierne al origen de cada uno de esos distintos elementos: ¿de dónde vino el roble que
produjo la semilla? ¿Cómo se formó la tierra que alimenta al roble? Y el agua y el sol, ¿cómo se
formaron? Todas estas preguntas, así como las respuestas que se les den, presuponen todas, como
su condición implícita de inteligibilidad, el que ya existen cosas, que ya hay cosas desde las cuales
se forman o el roble o los distintos elementos de los que se compone el roble y que son necesarios
para su aparición (v.gr., átomos, fuerzas, energías, etc.).

La pregunta por la creación, sin embargo, va más hondo que este nivel de consideración. Apunta
no ya a lo que explica que algo sea lo que es, que sea de un modo determinado —en el ejemplo
mencionado, lo que explica que el roble sea un roble—, sino que inquiere acerca del ser mismo de
las cosas: ¿cómo es que hay cosas? ¿Cómo se explica que haya un roble (y no solamente su carácter
o índole de roble)? En otras palabras, la pregunta por la creación busca dar razón del ser de las
criaturas, de su misma existencia: ¿por qué hay cosas? ¿Qué explica que las cosas sean? Esta es,
naturalmente, una pregunta distinta a la pregunta por la naturaleza o índole específica de una cosa
cualquiera; nos sitúa, en efecto, en un plano de consideración más elevado, o, visto desde otro punto
de vista, más profundo, más radical. La pregunta por el ser de las cosas, a diferencia de la pregunta
por su modo de ser o naturaleza, es una pregunta cuya respuesta, por principio, no exige hacer
referencia a otros entes distintos de la cosa misma por cuyo ser se inquiere. Lo que se busca, en
efecto, no es explicar tanto cómo una cierta cosa ha sido generada o producida —lo que exige,
irrevocablemente, apelar a otros seres o cosas que den razón de su generación o producción—, sino
explicar cómo y por qué algo es. En último término, la pregunta por el ser de una cosa cualquiera
es, a la vez, la pregunta por el ser de todas las cosas: no se busca, en efecto, explicar la generación
o producción de unas cosas a partir de otras, pues este tipo de indagación por el origen nos
reconduciría, en último término, a un estado primigenio de cosas que, como todas las otras cosas,

2
también es. Lo que se busca es dar razón del ser de todas ellas, tanto de las cosas del estado
primigenio, como de todas las que han existido desde entonces y que existirán hasta el fin de los
tiempos. Si nos contentáramos con responder a la pregunta por el origen de las cosas simplemente
apelando a todo aquello que ha permitido su generación o producción, bastaría entonces con la
reconducción al estado primigenio de cosas —al Big Bang— para satisfacer el deseo de saber. Pero
la pregunta por el ser —la pregunta por la creación— sigue latente aun conociendo ese estado
primigenio de cosas: ¿qué explica que incluso ese primer estado primigenio de cosas haya sido?
¿Qué explica su ser y qué explica el ser de todas las cosas, incluyendo mi ser?

Preguntarse por la creación, entonces, es intentar entender por qué las cosas son y no simplemente
cómo llegaron a ser —cómo fueron generadas o producidas. La pregunta por la creación indaga
por el surgir u originarse radical de todo lo que es, no, nuevamente, en cuanto a su generación o
producción, sino en cuanto a aquello que radicalmente son.

Ahora bien, radicalmente, todas las cosas que son, en cuanto que son, no tienen en sí mismas la
razón de su ser. Todo lo que es —absolutamente todo— podría perfectamente no ser. Nada de lo
que vemos y encontramos en el universo es de modo tal que necesariamente tenga de existir. Pero
como de hecho existen cosas y, muy particularmente, como de hecho existimos nosotros, que
podemos cuestionarnos acerca de esto, la pregunta inevitable que surge desde lo hondo del intelecto
humano es por qué existen cosas y no hay más bien nada. En efecto, puesto que nada de lo que
conocemos en el universo tiene en sí mismo la razón de su ser, tiene que haber algo, o alguien, que
haya creado todas las cosas que de hecho existen o han existido. Y tiene que haberlas creado no a
partir de algo que ellas son —pues, precisamente por haber sido creadas, no hay cosa alguna que
las preexista—, sino que a partir de la nada.

Desde muy temprano, los primeros cristianos confesaron la creencia de que Dios había creado todas
las cosas «ex nihilo», en la expresión latina comúnmente utilizada para expresar esta idea 4. ¿Qué
significa que Dios crea las cosas a partir de la nada? Para comprender adecuadamente la doctrina
de la creación ex nihilo, podemos identificar y abordar por separado las siguientes ideas o aspectos:

(i) Sin nada presupuesto


Que Dios haya creado todas las cosas a partir de la nada no significa que la nada a la que se alude
sea una suerte de sustrato a partir del cual las cosas han sido hechas —así como un carpintero, por
ejemplo, crea o construye una mesa a partir de la madera—, sino que todas las criaturas han
comenzado a existir por un acto radicalmente originario de Dios, que no presupone nada
preexistente a lo creado. La nada a partir de la cual son creadas todas las cosas no es una suerte de
depósito desde el cual Dios extraería a las criaturas de algún modo ya esbozadas o preconfiguradas5.

4
Ver, por ejemplo, Catecismo de la Iglesia Católica [ed. Asociación de Editores del Catecismo], n. 296: "Creemos
que Dios no necesita nada preexistente ni ninguna ayuda para crear (cf. Concilio Vaticano I, Denz. 3022). La creación
tampoco es una emanación necesaria de la sustancia divina (cf. Concilio Vaticano I, Denz. 3023-3024). Dios crea
libremente 'de la nada'".
5
Tomás de Aquino enseña, ya en una de sus obras más tempranas, que "a la razón <o noción> de creación pertenecen
dos cosas. La primera es que <la creación> no presupone nada en la cosa que se dice ser creada [...] La segunda es que

3
No hay ni puede haber criatura alguna que haya, de modo alguno, preexistido a su creación por
parte de Dios, pues todo lo que existe, y todas las partes, elementos o principios de cada una de las
cosas que existen, han sido creadas por Dios6.

Crear consiste, entonces, en producir la totalidad del ser creado. En estricto rigor, sólo las sustancias
o cosas que subsisten por sí mismas son creadas, esto es, sólo las sustancias son propia y
directamente creadas, en el sentido de constituir el 'término total' del acto creador de Dios, aquello
que Dios intenta al crearlas. Las determinaciones formales y accidentales de las sustancias son más
bien 'concreadas', pues el 'término formal' de la creación —i.e., aquello que Dios propia y realmente
crea— es el ser [esse] de las cosas: Dios crea entes, cosas que son.

La expresión ex nihilo aparece ya en la Biblia, en un famoso pasaje en el que la madre de siete


hermanos alienta a sus hijos a perseverar en la fe ante la persecución de Antíoco IV Epífanes (†163
a.C.), exhortando al menor de ellos a no desesperar en la hora de su tormento, pidiéndole, en
cambio, que mire "al cielo y a la tierra, y a todas las cosas que en ellos se contienen", a fin de que
pueda entender "bien que Dios las ha creado todas de la nada [οὐκ ἐξ ὄντων]" [2 Mac. 7,28]. El
griego «οὐκ ἐξ ὄντων» significa literalmente "no a partir de los entes" o "no a partir de las cosas
existentes": lo que se quiere dar a entender es precisamente que Dios, en su absoluta omnipotencia,
ha creado todas las cosas sin presuponer nada a título de sustrato o materia a partir de lo cual ellas
fuesen creadas. Todo lo que es ha sido creado, ha comenzado a existir, y de Él, por tanto, dependen
en lo más íntimo de su ser7.

en la cosa que se dice ser creada, primero es el no ser que el ser, y no ciertamente con una prioridad temporal o de
duración —como si primero no fuese y después fuese—, sino con una prioridad de naturaleza, de modo tal que si la
cosa creada es dejada a sí misma, volvería a la nada [consequatur non esse], puesto que no tiene el ser sino por
influencia de la causa superior". Cf. Tomás de Aquino, In II Sent., d.1, q. 1, a. 2, resp. [ed. Mandonnet, Paris,
Lethielleux, 1929, vol. II, p 18]: "Sciendum est autem quod ad rationem creationis pertinent duo. Primum est ut nihil
praesupponat in re quae creari dicitur, unde in hoc ab aliis mutationibus differt, quia generatio praesupponit materiam
quae non generatur, sed per generationem completur in actum formae transmutata; in reliquis vero mutationibus
praesupponitur subiectum, quod est ens completum [...] Secundum est, ut in re quae creari dicitur, prius sit non esse
quam esse: non quidem prioritate temporis vel durationis, ut prius non fuerit et postmodum sit, sed prioritate naturae,
ita quod res creata si sibi relinquatur, consequatur non esse, cum esse non habeat nisi ex influentia causae superioris".
6
En el mismo texto mencionado en la nota anterior, Tomás de Aquino sostiene que "la causalidad del creador se
extiende a todo lo que hay en las cosas", y que es precisamente por eso por lo que llamamos crear a "producir una cosa
en el ser según toda su sustancia". Cf. Tomás de Aquino, In II Sent., d.1, q. 1, a. 2, resp. [ed. Mandonnet, Paris,
Lethielleux, 1929, vol. II, p 18]: "Hoc autem creare dicimus, scilicet producere rem in esse secundum, totam suam
substantiam. Unde necessarium est a primo principio omnia per creationem procedere [...] sed causalitas creantis se
extendit ad omne id quod est in re, et ideo creatio ex nihilo dicitur esse, quia nihil est quod creationi praexistat, quasi
non creatum".
7
Como bien muestra Gerhard May, si bien la expresión ex nihilo/οὐκ ἐξ ὄντων aparece ya en la Biblia, la elaboración
de la doctrina de la creación a partir de la nada fue más bien el fruto de la confrontación de los primeros cristianos con
la filosofía griega y, particularmente, con el gnosticismo. Ver Gerhard May, Schöpfung aus dem Nichts. Die Entstehung
der Lehre von der «creatio ex nihilo», Berlin, De Gruyter, 1978 [vol. 48 de Arbeiten zur Kirchengeshichte]. Los hitos
más importantes en la maduración filosófica y teológica de esta doctrina corresponden a, como señala G. Emery, el
enfrentamiento al gnosticismo durante los siglos II y III d.C., por una parte, y, por otra, a los debates contra el arrianismo
(Concilio I de Nicea, 325 d.C.) y en torno a la divinidad del Espíritu Santo (Concilio I de Constantinopla, 381 d.C) que
tuvieron lugar durante el siglo IV d.C. Ver Gilles Emery, "La rélation de création", en id., Présence de Dieu et union à
Dieu. Création, inhabitation par grâce, incarnation et vision bienheurese selon Thomas d'Aquin, Paris, Parole et
Silence, 2017, p. 9, nota 4.

4
Para designar el tipo particular de acción mediante la cual Dios "saca" a las criaturas de la nada,
las Sagradas Escrituras utilizan el verbo hebreo 'bara' [‫]בָּ ָּרא‬, que tiene la particularidad de tener por
sujeto activo sólo a Dios. En la Biblia, cada vez que el hombre o las criaturas generan, hacen o
producen algo, se emplea el verbo hebreo 'asah' [‫— ]עָּשָּ ה‬aunque también en ocasiones este verbo
es utilizado respecto de Dios8.

(ii) La creación no es un cambio o una transformación


La madre de los siete hermanos del Segundo libro de los Macabeos exhortaba a su hijo menor a
fijar su mente en la verdad, profundamente consoladora, de que Dios ha creado todas las cosas
"desde la nada" [οὐκ ἐξ ὄντων]. Como acabamos de ver, la idea que el autor sagrado intenta
transmitir con esta expresión consiste precisamente en recalcar la ausencia total de todo posible
sustrato presupuesto, preexistente, a la acción divina, en diferenciar marcadamente, en otras
palabras, la acción creadora propia y exclusiva de Dios —que no presupone ni puede presuponer
nada— de la acción productiva o poiética del hombre (o de cualquier otra criatura).

Ahora bien, el grado de comprensión que somos capaces de adquirir de esta verdad está
inevitablemente condicionado —y no podría ser de otra forma— por nuestro modo humano de
comprender y hablar de la realidad, y muy en particular de la realidad divina. Todo lo que concierne
a Dios en su vida y ser más íntimos escapa, por principio, los límites de lo accesible a la sola razón
natural. No podemos, sin la ayuda de la revelación, llegar a conocer los secretos recónditos del plan
divino —como lo son, ciertamente, sus designios de creación y redención9. Por eso, para poder
referirnos a Dios, de modo real y significativo —i.e., comunicando verdades reales y no meras
sospechas o deseos—, el único camino posible es la analogía. Por analogía somos capaces de
aplicar a Dios las ideas y conceptos que natural y espontáneamente formamos acerca del universo
creado, buscando siempre, claro está, salvaguardar y respetar las diferencias infranqueables que
existen entre la omnímoda perfección de Dios y la limitación y finitud de las criaturas.

Tratándose de la acción propiamente divina de crear, el símil más inmediato que conocemos es el
de los procesos naturales de generación y los procesos artificiales de producción. Sin embargo,
como en todo orden de cosas cuando se trata de Dios, las desemejanzas son siempre insalvables e
irreductibles. En efecto, los cambios o procesos, ya naturales o artificiales, que conocemos en este
mundo, presuponen todos algún tipo de sustrato o materia —entendida en un sentido amplio, no
sólo en un sentido físico— a partir del cual tienen lugar. Ninguna generación, ninguna

8
En el mismo relato del Génesis, Dios también es sujeto activo del verbo 'asah' [‫— ]עָּשָּ ה‬i.e., Dios también hace o
produce cosas, aunque en el sentido particular de crearlas—, pero nunca una criatura, o el hombre en particular, es
sujeto activo del verbo 'bara' [‫]בָּ ָּרא‬. Cf. Filippo Serafini, "In principio Dio creò il cielo e la terra", en Filippo Serafini
& Piero Benvenuti, Genesi e big bang. Parallele convergenti, Assisi, Cittadella Editrice, 2013, pp. 23-90; aquí p. 43.
9
En estricto rigor, como enseña santo Tomás, la verdad de la creación —del hecho de la creación, de que las criaturas
hemos sidos todas creadas por Dios, y únicamente por Él— sí es accesible a la razón natural. Lo que claramente no
podemos conocer sin la ayuda de la revelación es, para llamarlo de algún modo que no induzca a confusión, el plan o
designio de creación, esto es, el fin último que Dios ha intentado al comunicar su Bondad a criaturas que podrían
perfectamente no haber existido. Este es un plan que, como se manifiesta constantemente a lo largo de toda la Biblia,
es parte de un plan de salvación, de redención, que culmina —y, en otro sentido, comienza— con Jesucristo. Cf. Tomás
de Aquino, In II Sent., d.1, q. 1, a. 2, resp. [ed. Mandonnet, Paris, Lethielleux, 1929, vol. II, p 17]: "Respondeo quod
creationem esse non tantum fides tenet, sed etiam ratio demonstrat".

5
transformación y en general ningún cambio de los que tenemos experiencia en este mundo puede
tener lugar sin que haya algo prespuesto, algo ya dado, a partir de lo cual suceden. No hay forma,
en efecto, de dar razón del cambio que constantemente vemos en el mundo, y en nosotros mismos,
si no presuponemos algo que ya esté dado.

Esto nos lleva, naturalmente, a concebir y a hablar de la creación como un cambio o mutación: así
como en todo cambio natural o artifical hay algo ya dado a partir de lo cual surge lo nuevo, así
también en la creación habría una suerte de transición de un estado anterior de cosas —i.e., la
ausencia absoluta de criaturas— al estado posterior de un universo ya creado10. Quizás lo que,
según nuestro modo de conocer, más se asemeja a la creación es la obra de arte: el artífice humano
obra según un modelo preconcebido, en base a conceptos e ideas, no por azar o necesidad. De
hecho, cuando en el uso cotidiano del lenguaje hablamos de crear o de creación —como cuando
decimos, por ejemplo, que alguien es creativo—, lo que en general queremos dar a entender es
justamente la novedad u originalidad del producto en cuestión, el hecho de que lo producido es el
resultado de un deseo consciente e intentado por alguien11. De esta forma, y tal como sucede con
el artífice humano, en la creación Dios aparecería obrando según un modelo o idea preconcebido,
intentando algo específico o determinado, y no por simple azar o casualidad.

Pero las semejanzas se extienden hasta ahí. Como ya lo hemos mencionado, la diferencia
fundamental e ineludible entre ambos 'procesos' o acciones consiste precisamente en que el artífice
divino realiza su obra ex nihilo, sin ningún 'material' preexistente. Y esto hace toda la diferencia:
por más semejanzas que podamos identificar entre los cambios naturales o artificiales y la creación,
la acción divina es, por definición, de otra naturaleza completamente distinta. Sin embargo, como
no tenemos experiencia directa alguna, en todo el universo, de este tipo de acción que es la creación
—precisamente porque todos los cambios que conocemos parten de algo ya dado—,
conceptualizamos y entendemos la creación como si fuese un cambio o mutación, pues es todo lo
que conocemos en este mundo. Y es aquí donde hay que ser particularmente cauteolosos en el
lenguaje: reconociendo, en efecto, que, a pesar de las semejanzas, la creación no puede ser un

10
Como afirma santo Tomás, "la creación no es un cambio sino sólo según <nuestro> modo de entender. Pues es de la
noción <misma> de cambio el que la misma cosa sea distinta antes y después [...] Pero en la creación, mediante la cual
es producida toda la sustancia de las cosas [tota substantia rerum], no puede ser que la misma cosa sea distinta antes y
después, a menos <que consideremos el asunto> únicamente según <nuestro> intelecto, como si pensáramos que una
cosa primero no fue por completo y después fue [...] Pero puesto que el modo de significar sigue al modo de entender,
como ya se dijo [I, q. 13, a. 1], la creación es significada al modo del cambio, y por esta razón se dice que crear es
hacer algo a partir de la nada". Cf. Tomás de Aquino, S.Th., I, q. 45, a. 2, ad 2 [ed. Leo., vol. IV, p. 466]: "Ad secundum
dicendum quod creatio non est mutatio nisi secundum modum intelligendi tantum. Nam de ratione mutationis est, quod
aliquid idem se habeat aliter nunc et prius [...] Sed in creatione, per quam producitur tota substantia rerum, non potest
accipi aliquid idem aliter se habens nunc et prius, nisi secundum intellectum tantum; sicut si intelligatur aliqua res prius
non fuisse totaliter, et postea esse [...] Sed quia modus significandi sequitur modum intelligendi, ut dictum est, creatio
significatur per modum mutationis, et propter hoc dicitur quod creare est ex nihilo aliquid facere. Quamvis facere et
fieri magis in hoc conveniant quam mutare et mutari, quia facere et fieri important habitudinem causae ad effectum et
effectus ad causam, sed mutationem ex consequenti". Cf. también, entre muchos otros textos, Tomás de Aquino, Q.
disp. de potentia, q. 7, a. 2, ad 7.
11
Lo que este uso cotidiano del lenguaje nos permite conocer de la noción más estricta de creación divina es
precisamente lo novedoso de lo que se ha producido: así como nosotros somos capaces de producir objetos o artefactos
previamente inexistentes —aunque siempre, ciertamente, a partir de materiales ya dados—, así también Dios crea todas
las cosas a partir de la nada, en un acto que es genuinamente novedoso en el sentido más profundo y radical del término.

6
cambio al modo como lo son los que conocemos en esta vida, debemos constantemente rectificar
nuestra forma de concebirla, y tomar conciencia, al hablar de ella, de que no es un cambio o
mutación como los de este mundo, sino otro tipo completamente distinto de acción. Es preferible,
por tanto, en vez de cambiar o transformar, hablar de hacer, o de ser hecho, puesto que la relación,
ya en el solo orden natural, entre el agente y lo hecho es también una relación de causalidad, que
pone de relieve mejor o más propiamente lo específico y constitutivo de la relación de creación, y
evita así el riesgo de concebir la creación como una transformación de una realidad ya preexistente.

(iii) Por no ser un cambio o movimiento, la creación es instantánea


Las desemejanzas que existen entre los cambios naturales o artificiales, por una parte, y la creación,
por otra, nos han llevado a afirmar, de manera categórica, que la creación no es ni puede ser un
cambio, sino un acción de una índole completamente peculiar. Ahora bien, parte fundamental de
esta desemejanza radica en el hecho de que, a diferencia de los cambios que experimentamos en el
mundo, la creación de Dios es instantánea. Esto significa que no consta de partes o momentos
sucesivos, no hay en la creación fases o pasos que recorrer. La razón elemental de esta
instantaneidad radica precisamente en el hecho de que en el "tránsito" de la nada al ser no hay, ni
puede haber, algo así como un estadio intermedio que atraversar, algo por lo cual pasar, porque
antes de que hayan cosas, no hay nada. Antes de la creación no hay cosas a partir de las cuales
"sacar" las criaturas: Dios las crea en un único instante, sin más. La única forma de concebir algo
así como fases intermedias es, nuevamente, pensar la creación al modo humano, esto es, como un
cambio o mutación.

Siendo algo quisquillosos en la precisión conceptual, que la creación sea instantánea no significa,
en estricto rigor, que el universo no haya podido existir desde siempre. Grandes pensadores de la
tradición teológica católica —entre ellos, sobre todo, Tomás de Aquino— han sostenido, en efecto,
que «ser creado» y «existir desde siempre» no son ideas incompatibles o mutuamente excluyentes,
como podríamos quizás pensar12. Dios podría, sin perder siquiera un atisbo de su omnipotencia,
haber creado el universo y todo lo que existe en él desde siempre, y seguiría, no obstante, siendo
creado. Santo Tomás piensa que, hablando con propiedad, la única forma de saber con certeza que
el mundo no sólo ha sido creado, sino que además ha tenido un comienzo temporal —i.e., ha
comenzado a existir en el tiempo— es por revelación, porque Dios así nos lo ha enseñado.

(2) La relación de creación


La creación, como hemos visto, es un tipo peculiarísimo de acción, de la cual no tenemos ni
experiencia ni conocimiento directo en esta vida. Podemos conocer aspectos fundamentales de esta
doctrina —que la creación, al ser ex nihilo, no presupone nada, que no es un cambio o mutación, y
que es instantánea— pero no podemos llegar a entender o agotar el misterio total de la creación,

12
El texto clásico donde santo Tomás defiende in extenso la idea de que es imposible determinar, por la sola razón
natural, si el universo ha tenido un origen temporal, es un opúsculo titulado «Acerca de la eternidad del mundo» (De
aeternitate mundi [ed. Leon., vol. XLIII, pp. 83-89]). Es sabido que esta posición de santo Tomás era contraria a lo que
la mayoría de sus contemporáneos sostenían (incluyendo, entre otros, a san Alberto Magno y san Buenaventura). Cf.
Timothy Noone, "The Originality of St. Thomas's Position on the Philosophers and Creation", The Thomist, vol. 60, n.
2, 1996, pp. 275-300.

7
pues no podemos, en último término, entender cabal o totalmente a Dios mismo, que se identifica
realmente con todas sus acciones.

Si el análisis más detenido de la verdad de la creación nos revela la inadecuación y limitación de


nuestros primeros intentos de conceptualizarla, y descubrimos así que, en estricto rigor, la creación
no es ni un cambio ni una mutación, entonces ¿cómo hemos de pensar más apropiadamente la
creación? Tomás de Aquino enseña que, en las criaturas, la creación es un accidente, y en particular,
un accidente de relación, una relación de dependencia en el ser13. Que sea un accidente quiere decir
que la creación —o, para ser más precisos, el hecho de ser creados— no es en las criaturas aquello
que son, no es, en otras palabras, su misma sustancia, sino más bien algo que se les añade y que
forma una unidad con su sustancia. Siendo esto así, una primera consecuencia que se sigue de la
accidentalidad de la creación en las criaturas es que el hecho de ser causado por Dios —algo que
es común a todas las criaturas precisamente en cuanto que son criaturas— no es algo constitutivo
de las cosas, o, dicho de otro modo, no es necesario, para entender la naturaleza de una cosa
cualquiera, tener conciencia explícita de que esa cosa ha sido creada por Dios. Aunque todas las
criaturas, en cuanto creadas, tienen a Dios como causa de su ser, el carácter de "creado" no forma
parte de la definición de ninguna de ellas14.

Ahora bien, que el hecho de que 'ser creado' no sea de la esencia de criatura alguna no supone negar
la realidad o la importancia de la creación, sino simplemente reconocer que, si bien se trata de algo
que es profundamente real en todas las criaturas —y esto por absoluta necesidad—, el 'ser creado'
no forma parte de lo que una cosa es en sí misma, en cuanto que es tal tipo de cosa. Para entender
lo que es un roble —para seguir el ejemplo mencionado más arriba— no es necesario tener
conciencia explícita de que el roble ha sido creado por Dios; uno puede entender lo que es un roble
—o un perro, un gato o un ser humano— sin hacer referencia explícita a Dios15. Es cierto que la
comprensión cabal o completa de lo que una cosa cualquiera es sí requiere hacer referencia
explícita a Dios como su causa primera, pero este nivel de indagación es propio del metafísico o

13
Como sostiene Gilles Emery, "la afirmación de la creación ex nihilo, purificada de nuestras representaciones
'imaginativas', conduce a la teología a concebir la creación en términos de relación". Cf. Gilles Emery, op. cit., p. 14.
14
Como afirma Tomás de Aquino, "aunque la relación a <su> causa no entra en la definición del ente que es causado,
se sigue, no obstante, de aquellas cosas que <sí> son de su noción, puesto que del hecho de que algo sea un ente por
participación, se sigue que sea causado por otro. Por esta razón, no puede haber un ente de esta clase [i.e., por
participación] que no sea causado, así como no puede haber un hombre sin la capacidad de reírse. Pero como ser
causado no es de la razón de ente a secas, <es posible> descubrir un ente que no sea causado". Cf. Tomás de Aquino,
S.Th., I, q. 44, a. 1, ad 1 [ed. Leo., vol. IV, p. 455]: "Licet habitudo ad causam non intret definitionem entis quod est
causatum, tamen sequitur ad ea qua sunt de eius ratione, quia ex hoc quod aliquid per participationem est ens, sequitur
quod sit causatum ab alio. Unde huiusmodi ens non potest esse, quin sit causatum; sicut nec homo, quin sit risibile.
Sed quia esse causatum non est de ratione entis simpliciter, propter hoc invenitur aliquod ens non causatum".
15
En estricto rigor, como advierte santo Tomás, si bien la esencia de las cosas creadas puede ser entendida sin una
referencia explícita a Dios Creador —pues la causa primera, que es Dios, no es parte de la esencia de ninguna de sus
criaturas—, su ser [esse] o existencia no puede ser entendida sino por referencia a Dios. En otras palabras, podemos
comprender la naturaleza o esencia de una cosa creada sin referirla explícitamente a Dios como a su causa, pero la
comprensión real o acabada de ella —y no sólo de su naturaleza o esencia— exige, por necesidad, tomar conciencia
explícita de su relación de dependencia causal con Dios, en cuanto creada por Él. Ver Tomás de Aquino, Q. disp. de
potentia, q. 3, a. 5, ad 1 [ed. Marietti, vol. II, p. 49]: "Licet causa prima, quae Deus est, non intret essentiam rerum
creatarum, tamen esse, quod rebus creatis inest, non potest intelligi nisi ut deductum ab esse divino, sicut nec proprius
effectus potest intelligi nisi ut deductus a causa propria".

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del filósofo, que se plantea estas preguntas y busca una comprensión más radical de las cosas. En
el plano prefilosófico y preteológico de comprensión, no es necesario hacer referencia a Dios para
entender lo que las cosas son.

La relación es, por tanto, un accidente en las criaturas, y, como enseña santo Tomás, es un accidente
de relación16. ¿Qué significa que la creación sea una relación? Como toda relación, la creación
supone dos términos o cosas entre los cuales existe alguna clase de vínculo. Por parte de Dios, la
creación no puede significar ningún cambio o modificación real en Él mismo, no puede tratarse de
algo que "añada" algo a Dios que Él ya no sea: Dios es absolutamente perfecto —es la Suma
Perfección— y no hay nada que pueda añadírsele que implique algo así como un cambio o adición,
ni siquiera la creación y conservación de las criaturas17.

Por parte de las criaturas, en cambio, la creación es ciertamente algo real y profundamente
significativo. Para entender qué significa que, en las criaturas, la creación sea un accidente de
relación, conviene decir unas pocas palabras acerca de los tipos de relación que existe. En filosofía,
se distinguen dos tipos fundamentales de relación: las relaciones reales y las relaciones de razón.
Una relación es real cuando no es el resultado de la actividad de nuestro entendimiento, sino que
se trata de algo real en las cosas relacionadas. No son relaciones, en otras palabras, que nosotros
inventemos o establezcamos entre dos o más cosas que, en la realidad, no están verdaderamente
relacionadas, sino que son relaciones que ya existen entre cosas con independencia de que nosotros
las conozcamos o pensemos18. El ejemplo ya clásico de una relación real es la relación de filiación
(o de paternidad, según cómo se considere): el 'ser hijo' es algo real en el hombre engendrado por
sus padres, con independencia de si alguien sabe o piensa en ese vínculo. Por otra parte, una
relación es de razón cuando es constituida o 'puesta' por el entendimiento humano en las cosas que
son relacionadas. Si dos o más cosas se encuentran vinculadas mediante una relación de razón, el
hecho de que se encuentren relacionadas no les pertenece de suyo, por lo que son, con
independencia de si son conocidas y cómo son conocidas, sino que sólo les pertenece en cuanto
que son pensadas por el entendimiento19. El ejemplo clásico de una relación de razón es la relación

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Así lo afirma santo Tomás: "La creación, en efecto, no es una mutación <o cambio>, sino que <es> la misma
dependencia del ser creado con respecto al principio por el cual es establecido. Y así <la creación es un accidente> del
género de la relación". Cf. Tomás de Aquino, S.c.G.., II, 18, n. 952 [ed. Marietti., vol. II, p. 127]: "Non enim est creatio
mutatio, sed ipsa dependentia esse creati ad principium a quo statuitur. Et sic est de genere relationis".
17
De hecho, como enseña santo Tomás, la acción por la que Dios conserva las criaturas en el ser no es en realidad una
acción nueva, distinta de aquella mediante la cual las crea. No podría ser de otra forma, pues la acción por la cual Dios
crea todas las cosas —y lo mismo vale para cualquier acción o actividad de Dios— no es algo distinto del ser mismo
de Dios. La absoluta simplicidad divina excluye, en efecto, la posibilidad de que en Dios haya composición alguna, ya
sea de principios, partes o de accidentes (como lo son, en el orden creado, todas las operaciones de las criaturas). Ver
Tomás de Aquino, S.Th., I, q. 104, a. 1, ad 4 [ed. Leon., vol. V, p. 464]: "La conservación de las cosas por Dios no tiene
lugar mediante alguna acción nueva, sino <que es> mediante la continuación de la acción por la cual les da el ser, que,
ciertamente, es una acción sin movimiento ni tiempo" ["Conservatio rerum a Deo non est per aliquam novam actionem,
sed per continuationem actionis qua dat esse, quae quidem actio est sine motu et tempore"].
18
La relación, como todo accidente, es algo real en la sustancia, es un accidente de la sustancia. En este caso, la relación
real es algo en ambas cosas que están vinculadas, y el vínculo que existe entre ellas no es simplemente el mero resultado
de nuestra actividad intelectual.
19
Como señala G. Emery, existe una relación de razón "cuando un término no es realmente distinto de su correlativo
(por ejemplo, en el caso de la relación de identidad de una cosa consigo misma), cuando el término correlativo está
privado de realidad (la relación a algo no existente), cuando uno de los términos no pertenece al mismo orden que su

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de conocimiento: al conocer una cosa cualquiera —un perro, por ejemplo— se establece
efectivamente una relación entre la cosa conocida y quien la conoce, pero esta relación no es nada
real en la cosa conocida: el perro sigue siendo un perro con independencia de si alguien lo conoce
o no; el ser conocido no es nada real en el perro (a diferencia de lo que sucede en las relaciones
reales, como la filiación: el ser hijo es algo, y muy real, en el hijo, y no se explica sino por su
relación con sus padres).

De ambos tipos de relaciones, ¿qué clase de relación es la creación? Ya mencionamos que,


precisamente en cuanto son creadas, todas las criaturas se encuentran en una relación de
dependencia causal respecto de Dios; relación que, como también lo vimos, no es parte formal o
constitutiva de lo que ellas son en sí mismas. Esta relación de dependencia causal es
manifiestamente real en la criatura: precisamente por ser criatura, depende necesariamente en su
ser y conservación de Dios como de su creador. Así como un hijo es hijo únicamente en razón de
haber sido engendrado por sus padres, y por estar vinculado a ellos mediante una relación de
filiación, así también las criaturas, todas ellas, son criaturas precisamente en cuanto son creadas
por Dios. Y esto es algo que es real y determinante en ellas mismas, en lo que son —como la
filiación lo es en el hijo.

De parte de Dios, sin embargo, la relación no puede ser real, sino sólo de razón. Esto quiere decir
que, en estricto rigor, el hecho —real, innegable y fundamental— de crear a todas las criaturas no
es algo real en Dios, no es algo que lo haga ser lo que es, en cuanto que es Dios. Sostener que la
relación de Dios a las criaturas es una relación de razón no implica en caso alguno afirmar que Dios
sea indiferente a sus criaturas o que la relación de Dios con ellas sea una ilusión. Al pensar la
relación de Dios con las criaturas como una relación de razón se quiere poner énfasis en el hecho
de que, al crear, Dios no añade nada nuevo a lo que ya es y siempre ha sido. Si la relación de Dios
a sus criaturas fuese también real, al crear, Dios añadiría algo a su ser que lo modificaría o
transformaría. Ser creador le añadiría una modificación real, lo haría ser algo que Él no ya ha sido
desde siempre. Pero Dios, como es sabido, no puede cambiar: es absoluta y perfectamente
inmutable. Si ser creador fuese algo que realmente afectara o concerniese a Dios, como la relación
de filiación es algo realísimo en el hijo, entonces Dios tendría que necesariamente ser creador, pues
todo lo que Dios es, lo es desde siempre, y no puede dejar de serlo. Dicho de otra forma, si la
relación de Dios a sus criaturas fuese real, Dios tendría que necesariamente crear, y la creación,
por tanto, no sería el resultado de un designio divino libre y benevolente, sino que se trataría de una
emanación necesaria, inevitable, mecánica. Pero, como enseña el Catecismo, la Iglesia siempre ha
creído y profesado que "Dios creó el mundo según su sabiduría (cf. Sb. 9, 9). Este no es producto
de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar. Creemos que procede de la voluntad

correlativo (que es lo que observamos en el caso de la relación de Dios a las criaturas), y cuando la relación no tiene
un fundamento que pueda fundar la realidad <de la relación, como sucede> notoriamente en el caso de la relación de
relaciones". Ver Gilles Emery, "La rélation de création", en id., Présence de Dieu et union à Dieu. Création,
inhabitation par grâce, incarnation et vision bienheurese selon Thomas d'Aquin, Paris, Parole et Silence, 2017, pp. 26-
27.

10
libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su
bondad"20.

20
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica [ed. Asociación de Editores del Catecismo], n. 295 (énfasis añadido).

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