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Estaba de muy mal humor esa mañana que iba de camino hacia el trabajo, no
era justo que la empresa se la hubieran vendido a otra persona con la
condición de mantenernos a la plantilla de trabajadores, pero claro, una cosa
era mantenernos y otra, que respetaran nuestros puestos.
A mis veintisiete años iba hacia atrás en vez de hacia adelante, eso me había
causado una rabia impresionante, estaba que mordía al pijo ese que había
causado todo eso. Eduardo Brustelli, el nuevo director, un hombre de
cuarenta y cinco años, eso sí, un pedazo de tío que tenía babeando a toda la
oficina, menos a mí, a mí me tenía con ganas de ponerle una zancadilla y que
se dejara los piños en el suelo por lo que me había hecho.
Fueron apareciendo mis compañeros, unos más contentos que otros, o bien
porque le habían mantenido el puesto, o bien porque le habían dado uno
mejor. Luego estábamos los damnificados, que nos habían colocado en
puestos inferiores a los que teníamos, en fin, sus caras eran el reflejo de la
decepción o de la alegría, según el movimiento de ficha que hubiera hecho el
nuevo jefe.
Y de repente entró él, Eduardo Brustelli, como un modelo italiano, con ese
traje que parecía hecho a medida para él, el causante de todo el revuelo, ese
por el que algunas suspiraban y otras queríamos matarlo.
—Buenos días, como usted quiera me llamo, ayer me cambió de puesto y hoy
puede cambiarme el nombre, sin problemas —solté con ironía, afirmando
con una sonrisa más falsa que todas las cosas.
—Y usted fue ayer injusto y nadie le dijo nada —yo también sabía ponerme
enfadada, a mí su puesto no me iba a ocasionar ningún trauma y mucho menos
lo iba a ver como a Dios.
—No, eres tú —lo señalé a él—, que te crees que puedes llegar a las
oficinas y no pedir ni la más mínima explicación u opinión, lo cambias todo,
me mandas tres puestos más atrás cuando yo no entré en esta empresa con
esa condición y encima quieres que te hagamos una reverencia.
Madre mía, a su terreno, seguro que se quería sentar tan ancho en su sillón y
comenzar a reprocharme cada contestación que le había dado y me quería
poner las cosas claras. En fin, este no me conocía…
—Muy claramente el horario que nos dieron ayer y mi puesto de esta semana
ponía recepción.
—Tú lo has dicho, de esta semana, yo hablé ayer de mis propósitos para
mejorar la empresa, no de mover a nadie hacia atrás, solo que hoy se
incorporan dos nuevos empleados de mi equipo personal que van a
marketing, mientras que el viernes se incorpora otra nueva trabajadora en la
recepción. Pensé que mientras podías ocuparte tú y luego ser mi mano
derecha, con lo cual son cuatro puestos por encima del que regentas, pero
veo que te puede la lengua y que te gusta discutir. Te he traído a mi despacho
para hablar y no para discutir contigo mientras los demás se van
incorporando, Sabrina.
—¿Ya te sabes mi nombre? —reí, fue lo único que me salió después del
shock de mi numerito, cuando resulta que, por un milagro de la vida me
ascendía a un mejor puesto y mucha más remuneración. ¡Para matarme!
—Pues tienes a algunos del equipo mosqueados porque piensan que les
cambiaste de puesto —reí.
—Lo sé, pero a los que no moví se quedan como están, a los que sí,
ascienden, así que ya se les pasará cuando mañana les hagan llegar los
nuevos contratos con el ascenso.
—Por supuesto, además, voy a ser tu sombra, así que mejor que nos
llevemos bien —me encogí de hombros.
—Yo me dije que más bajo que recepcionista ya no me podías poner, así
que, suéltate y quédate a gusto —sonreí con amplitud sacándole una preciosa
sonrisa. ¡Qué guapo era el jodido!
—Por supuesto, pero no se te ocurra tocarme las narices nunca, pues ya ves
cómo me las gasto —reí.
—Efectivamente.
—No, pero vamos, una gran diferencia de edad de casi veinte años tenemos.
—Mis cuadernos tienen que ser cuquis, así como la agenda, mi mesa no
puede parecer la de una cuarentona —le devolví lo de la edad y me quedé
tan campante mientras él sonreía.
—Está bien, diré que no coloquen nada y hacemos algo. Vas esta tarde a una
papelería y compras todo lo que desees y necesites, mañana me pasas la nota
de gasto.
—Me acabas de ganar, he caído rendida a tus pies —hice una inclinación de
cabeza desde la silla y me tomé el café de un trago.
—Pues tienes vía libre, solo quiero que estés a gusto y que seamos un
equipo, sobre todo, que reine la cordialidad, ¿vale?
Menos mal que ella me conocía y sabía cómo era yo en confianza, que tenía
una lengua muy larga y andaba siempre bromeando, de alguien tenía que
sacar el carácter y fue de mi difunto padre que era andaluz.
Salí directa hacia el apartamento que compartía con mi mejor amigo Hugo,
con quien me fui a vivir, tres años atrás cuando mis padres se separaron. Mi
madre, Luisa era profesora y se fue a vivir con su hermana soltera, mi tía
Flor, ella era funcionaria y trabajaba en el ayuntamiento de la ciudad.
Estuve con ellas hasta las ocho que regresé al apartamento y al que llegué a
la vez que Hugo, que al verme con los tuppers de croquetas y puchero se
puso a saltar de la alegría y es que como a mí, nos gustaba esa comida
muchísimo.
Nos fuimos a dormir porque a la mañana siguiente tocaba trabajar, para que
nos dieran las tantas ya teníamos los fines de semana, aunque Hugo, a
diferencia de mí, trabajaba los sábados por la mañana.
Capítulo 2
—¡Ya salió el bruto! Mira que para ser gay tienes un punto muy rudo tú, ¿eh?
—Mi querida niña —dijo, con ese aire de profesor de academia antigua,
como de la época victoriana o algo así—, bien sabes que, en relaciones de
pareja, yo soy el alfa.
Y ahí estallé en una carcajada porque eso que acababa de soltar era bastante
reciente, un par de años básicamente, hasta que se cansó de que los hombres
jugaran con él y le trataran como a una marioneta, un títere al que escoger
cuando se aburrían y pasaban unas horitas.
—Vale, Lobezno —levanté las manos en señal de rendición y fue él, quien se
rio.
—Porque te quiero, condenada, si no ya estabas en casa con tu madre y tu tía
la solterona.
—Pobre Flor, ella eligió ser soltera, así que no te metas con mi tita.
—Mira cómo la defiende, cómo se nota que vas camino de ser Sor Sabrina,
hija mía.
Las mismas caras del día anterior fueron pasando por delante de mi mesa.
Sabía que los que habían sido relegados a puestos inferiores se alegrarían en
cuanto supieran que solo era temporal, y esperaba que las buenas noticias
llegaran enseguida para todos.
Lala entró con las gafas de sol puestas y eso era señal de que no había
pasado buena noche.
—Tranquila, que en cuanto haga mayonesa con el jefe me asciende otra vez.
—Claro, como decía la canción —me puse de pie y empecé a mover brazos
y caderas mientras cantaba—. Ma-yo-ne-sa, ella me bate como haciendo
mayonesa.
—Buenos días —saludó con una sonrisa de medio lado, que podría provocar
desmayos a su paso.
—No sabía que la recepcionista era tan servicial —me contestó el jefe.
—¡Hombre, por favor! Para el jefe, lo que pida. Como si me dice que está
estresado y necesita usted un masaje de esos con final feliz —acompañé mis
palabras de un dulce e inocente pestañeo con una amplia sonrisa, y vi a Lala
tapándose la boca y riendo sin emitir el más mínimo sonido.
—Señorita Ocaña —Eduardo me miró fijamente a los ojos y juro que hasta
me estremecí cuando le vi poner esa leve sonrisa en los labios—. Espero el
café en diez minutos en mi despacho, y lo quiero caliente.
Dio un par de golpecitos con los nudillos en la mesa y se fue. Lala había
dejado de reírse y ahora miraba a nuestro jefe con la boca abierta.
—Morena mía —dijo como si tuviera que saber cuál era la mencionada
canción.
Y eso hice, hasta que la señorita decidió que había escuchado suficiente, me
quitó el casco tirando del cable y volvió a hablar.
—Que nadie como tú me saber hacer, uf, café —cantó la muy jodida—. Ese
quiere que le hagas tú el café, bonita, y no el de máquina precisamente.
Reí porque esa mujer era así, me sacaba la risa con cada cosa que me
soltaba.
Preparé café para el jefe, y eso que él tenía cafetera en su despacho, pero
bueno, fui a llevárselo. Di dos golpecitos en la puerta y esperé a que me
diera paso.
—Gracias.
—Eso es genial.
Y eso hice, firmar el contrato del que sería mi nuevo puesto a partir del día
siguiente.
Regresé a recepción y me dispuse a pasar el resto de la mañana atendiendo y
pasando llamadas hasta que llegara la hora de salir.
—Bien, perfectamente.
La atendí bajo la atenta mirada del jefe, me ponía nerviosa que estuviera
allí, pero bueno, yo hacía mi trabajo lo mejor que sabía y listo.
—Se te da bien esto, creo que podría tenerte un tiempo más aquí, en la
recepción.
—¡Ah, no! Ya firmé antes mi contrato nuevo, no me puedes dejar aquí, no,
no, me niego.
—¿Y por qué no? Ese contrato que has firmado lo puedo romper, no lo sabe
nadie.
—¡Vaya que no! Los de recursos humanos, por ejemplo, que lo han redactado
ellos —me puse de pie con las manos en la cintura.
—Trabajan para mí, si les digo que ese contrato nunca existió…
—Quién sabe… —Se encogió de hombros, hizo un guiño con el ojo y se fue
por donde había venido, silbando y con las manos en los bolsillos del
pantalón.
Y yo, ¿qué hice? Mirarle el culo. Sí, como lo cuento. Le miré el culo a mi
jefe. Y, ¡vaya culo, por favor! Eso debería estar prohibido exhibirlo de esa
manera.
Volví a sentarme y seguí con mi trabajo hasta que llegó la hora de salir.
Pasé por una pastelería, me apetecía algo dulce porque me había quedado
con mal cuerpo desde que Eduardo Brustelli, el cabrito de mi jefe, me había
dicho que se iba a replantear eso de ascenderme.
Vamos que me veía yo en la recepción un tiempo todavía.
Llegué a casa y le conté las buenas noticias a mi Hugo del alma, así como lo
que me había dicho el jefe.
—Mira que me extraña que habiendo visto tus cualidades y quererte a ti para
estar cerquita suya en la oficina, te vaya a dejar cogiendo el teléfono todos
los días. Hija, qué mal pensada eres. Te habrá gastado una broma.
Viernes por la mañana y entré en la oficina con una sonrisa de oreja a oreja.
Me esperaba mi nuevo puesto, el oficial y definitivo.
—Buenos días, Sabrina —ahí estaba él, tan guapo y elegante con ese traje
como siempre, el muy truhan.
¿Cómo era posible que le sentara así de bien la ropa? Porque había algunos
a quienes el traje les quedaba, pero que muy mal.
—¿Cuánta confianza?
—¡Venga ya, hombre! Me vas a comparar el café de la Ristreto esa tuya con
el de la cafetera de la sala. ¡Por favor!
Pasé la mañana contestando e-mails del jefe, organizando la agenda para las
próximas reuniones y antes de darme cuenta, era la hora de salir.
Estaba hablando por teléfono así que tan solo me despedí con un gesto de la
mano y una sonrisa.
Virginia era un año mayor que yo, tenía veintiocho años y vivía de lujo, tenía
su propio piso, un empleo que le permitía conocer el mundo y ninguna otra
responsabilidad, además tenía un buen sueldo. La tía estaba mejor que
quería.
Acepté salir esa noche, además me apetecía mucho y, sobre todo verla,
teníamos mucha complicidad y nos entendíamos a la perfección, así que el
pasarlo bien estaba garantizado.
Por la tarde Hugo se fue a trabajar y yo me quedé descansando, quería
dormir un poco antes de salir y eso hice, echarme una señora siesta.
Hugo regresó y comenzó a echarme piropos antes de irse a duchar para salir
con su nuevo amiguito, seguidamente bajé pues ya estaba Virginia
esperándome en la calle, le había dicho que subiera, pero por no buscar
aparcamiento prefirió esperar en el coche.
Brindamos sentadas en esos taburetes alrededor del barril que, hacia las
veces de mesa. Estábamos de lo más contentas, había sido una grata sorpresa
tener de nuevo en la ciudad a mi viajera favorita.
Salimos de allí muertas de risa y no era para menos, ya que nos habíamos
bebido una botella de Rioja, así que ya íbamos finas filipinas.
—¿Vamos al pub irlandés? Hace mucho que no vamos.
—Pues allá vamos, ¡una de Irlanda para las dos! —dijo tirando de mi mano
para coger hacia la otra calle.
—Hoy tiene que ser una noche brutal, lo vamos a pasar de lujo —dije
notando un deterioro en mi voz por los efectos del vino.
—Ahora nos pedimos dos copas y a mover estos cuerpos serranos, que se
nos van a oxidar.
Entramos al pub irlandés y había aún pocas personas. Pedimos dos copas y
nos pusimos en una pequeña barra que había a un lado de una pared.
—Te juro que me pinchan y no sangro. ¡Qué fuerte! Es más, él tipo se la jugó
aun sabiendo que su amiguita estaba a punto de llegar.
Nos pedimos otra copa más, la primera había volado y encima con chupito
de regalo, esa noche ya sabía como íbamos a acabar, pero había que darlo
todo, ya que no todos los fines de semana podíamos juntarnos.
—¿Y por qué pensaba que serías la última persona que esperaba
encontrarme esta noche? —murmuró una voz conocida en mi oído y
haciéndome girar de un sobresalto.
—Claro que sí, hombre —le tal palmada en el hombro que, menos mal que
estaba fuerte, de lo contrario lo habría desmontado.
—Y eso que tengo unas copas de más, por cierto, a la siguiente me invitas tú
—solté de forma descarada.
—Ahora mismo voy a por dos, ¿me acompañas?
—Por supuesto, a mi jefe no lo dejo solo ni muerta, con todas las lagartas
que hay. ¡Por favor! —se rio y me acerqué a mi amiga que seguía con el
tonto de turno—. Escucha, que me voy a la barra con mi jefe, si no me ves el
pelo, que te las apañes solita —me eché a reír en su hombro.
—¿Qué te imaginas?
—Un fallo de nada —dije con un ataque de risa al ver que me había
manchado con la copa todo el pantalón.
—Limpia, limpia, tienes barra libre —dije dándole un clínex del neceser
que llevaba con mis cosas, yo de cargar con bolso poco.
—¿Segura?
—¿A quién le amarga un dulce, jefe? —solté con descaro causando una risa
enorme en él.
—Me parece que no deberías de beber más por hoy —cogió el clínex
mientras reía y negaba. Se puso a secarme mirándome con esa carcajada que
lo hacía de lo más irresistible.
—¿Segura?
—¿Todo?
—Todo…
—Todo, jefe, todo —verás por dónde le iba a saltar con la que yo tenía
encima.
—No me creo eso —me miraba con esa sonrisilla que me estaba poniendo
taquicárdica.
—Repito, como el colegio, todo en esta vida —por poco me caigo hacia
adelante y me tuvo que volver a aguantar.
—Pues dime cuánto cuesta que te saque de aquí y que te dé el aire —puso
cara de resignación y le dio un buen trago a su copa.
Yo no sabía ni dónde iba, pero me daba igual, con el bombón al que iba
agarrada cualquier sitio era bueno.
—A ver, tenemos dos opciones, yo no te veo a ti para beber otra copa.
—O nos tomamos una copa en una terraza, o nos la tomamos en mi casa por
si te sientes peor, siempre puedes descansar.
—No así, pero puede ser una opción. ¿No tenía todo un precio? —
carraspeo.
—Que me vaya contigo a tu casa puede salir muy caro —dije con ese tono
de llevar tres copas de más que le hacía gracia, pero en el fondo se le veía
preocupado, aunque yo estaba bien, dos copas más me entraban seguro.
—¿Cuánto de caro?
—Pues no lo sé, me lo tengo que pensar —me hice la interesante y abrió con
el mando la puerta de su coche, ni me había dado cuenta que habíamos
llegado a él.
Me abrió la puerta y me monté en el sillón del copiloto, con la gracia de que
me puso el cinturón de seguridad mirándome muy de cerca.
—Jefe, ¿me vas a llevar a ver las estrellas? —pregunté aguantando la risa.
—No, vamos a ir a mi casa, tengo una terraza cerrada y ahí vamos a tomar la
copa.
—¿¿¿A tu casa???
Una cancela eléctrica de lo que se veía que era un chalet de playa se abrió y
metió el coche a un precioso jardín, donde aparcó en una zona habilitada
para ello.
Una preciosa terraza de cristal de entrada con una mesa y unos balancines
grandes a cada lado, eso fue lo que más me llamó la atención y donde tal
como abrió me senté y él sonrió.
Abrió la puerta que daba al interior y me dijo que pasara, le dije que no, que
ahí me quedaba columpiándome, que me trajese una copa.
Me dio un pantalón de pijama que juraría que era nuevo, en tono gris con un
cordón delante y una camiseta blanca de manga larga, entré al baño y salí
con ello puesto, hasta me veía sexy. ¡Qué grande era!, si es que me quería a
mí misma un montón, vamos que no me hacía falta abuela.
—Sí, aquí vivo, pero tengo un apartamento cerca de las oficinas y hay días
que me quedo allí.
—Pero tú sabías hace tiempo que ibas de director entonces, ¿no? —Pues si
tenía un apartamento y no llevaba en su cargo ni una semana…
—Pues yo soy uno de esos dos, así que cuando vendieron su parte los
anteriores directivos, la compramos entre el otro máximo accionista y yo,
quedando para ambos la empresa a partes iguales.
—Sí.
—Y terminar trayéndote a beber una copa a tu mano derecha, qué ojo el tuyo,
jefe —me eché a reír negando.
—De chiste, pero mira, todo pasa por algo —me hizo un guiño que me hizo
mojar hasta las ideas.
—Pues veremos esto por qué —moví mi mano ligera sacando los morros a
modo mono y dejando entrever que le había caído poca conmigo.
—¿A mi parte borracha? Espero que no, es que hoy era una ocasión especial
—advertí.
—Me encanta, de pequeña hasta los dieciséis años, siempre tenía el techo de
la habitación con estrellas brillantes de pegatinas, me encantaba verlo brillar
en la oscuridad y me imaginaba que era el cielo de verdad.
—Soy una que está como una cabra, nada más hay que ver que estoy en casa
de mi jefe al que conocí hace tres días, ¿qué persona cuerda haría esto?
—Vamos, que gracias a estar aquí voy a vivir la vida. ¿Tú has bebido más
que yo?
—No he dicho eso —reía mirándome con esa intensidad que me ponía
nerviosa, a mí, la reina del control…—. Te lo digo por lo que veo en tus
ojos.
—Pues ahora mismo debes de ver en mis ojos un morado de tres pares —me
eché sobre la mesa a reír.
—Algo veo, pero me hace gracia, te lo estabas pasando bien, aunque si no te
llego a encontrar no sé cómo habrías acabado.
—Una cosa, tú no tendrás novia o mujer que pueda aparecer, me coja por los
pelos y me arrastre, ¿verdad?
—Ahhh, que, aunque no estoy haciendo nada, yo, los líos lejos, que ya tengo
bastante con los que yo me busco solita.
—Tranquila — se levantó y vino a sentarse a mi lado, un cosquilleo me
recorrió todo el cuerpo, creo que salió por las pestañas, que hasta me las
podía ver en ese momento de la que tenía encima.
—¿Quieres que me vuelva a dónde estaba? —Arqueó la ceja con esa media
sonrisa y no me tiré encima de él, por no dar el cante, pero madre mía…
—Me puedo poner más —miró hacia el estrecho trozo que nos separaba.
—Estás ruborizada.
—¿Mejor?
Noté su miembro y más con ese movimiento, juro que me dieron ganas de
ponerme a saltar como loca, pero me contuve, me recordé que todo lo que
quisiera, pero que no se me olvidara que era mi jefe.
Todo me daba vueltas, pero yo luchaba por ese momento que estaba
sucediendo y que quería disfrutar, sí, disfrutar de sentir cómo sus manos
comenzaban a entrar por debajo de mi camiseta hasta acariciar mis pechos,
disfrutar de cuando sus manos comenzaron a recorrer todo mi cuerpo
mientras me desnudaba y me dejaba sin nada frente a él.
Me pesaban hasta los párpados, ni fuerzas para abrir los ojos tenía.
Me removí en la cama y en qué hora lo hice, si es que hasta con los ojos
cerrados me estaba mareando todavía. No iba a volver a beber en lo que me
quedaba de vida. Palabrita del Niño Jesús.
Llevé las manos a mi cabeza notando que me pesaban, madre mía, si ella me
viera en este momento. Si hasta me parecía escucharla diciéndome eso de
que el que vale para trasnochar también vale para madrugar.
—¡¡JODER!! —grité.
—Hombre, no sabía que era tan feo como para provocar pesadillas —me
dijo, encima graciosillo y vacilando.
—Señor Brustelli.
—Edu, fuera de la oficina, soy Edu, te lo dije anoche.
—Esto no me está pasando a mí, de verdad que no. Pero, ¡en qué coño
pensabas anoche, idiota! —me grité a mí misma, sentándome en la cama y
envolviéndome con la sábana para levantarme— ¿Cuándo coño me vine yo
con él a…?
Me quedé muerta en ese momento porque esa no era mi habitación, así que
teníamos que estar en un hotel. Genial, me había ido a un hotel con mi jefe.
¡Menuda suerte la mía!
—Por Dios…
Miré por el ventanal y las vistas eran alucinantes, nada más y nada menos
que el mar. Precioso, un auténtico lujo.
Me llevó al cuarto de baño y aquello era una puñetera pasada. Ducha amplia
como para cuatro personas, una bañera en la que se podría dormir y sin
rozarse, suelos en mármol gris y paredes de azulejos negros.
Y allí me dejó, sola, para que me duchara, así que, eso hice, meterme bajo el
chorro de agua más bien templada para que me espabilara un poco.
¿Qué había hecho la noche anterior? ¿Por qué coño estaba desnuda en la
cama de mi jefe? ¡¡Mi maldito jefe!!
Salí y me envolví en una toalla, cogí otra con la que me sequé el pelo y volví
a la habitación.
Bueno, llamar habitación a eso era como llamar jacuzzi a la bañera de mi
piso.
Yo seguía en toalla y él con el bóxer, como para que entrara ahora alguien en
la casa. Su mujer, por ejemplo. Porque… ¿Estaría casado?
—No aparecerá ahora aquí tu mujer y me arrancará los pelos, ¿verdad? Que
yo con mi melena “Pantene” estoy encantada de la vida.
—No —contestó y soltó una carcajada. Había que joderse, encima se reía de
mí el hijo de…
—Era mi mejor amiga desde el colegio, con unos padres de lo más católicos
apostólicos y romanos.
—Sí, que la madre era de misa los domingos y fiestas de guardar, como las
abuelas de toda la vida, vamos.
—Eso es, pero ella era, bueno, lo sigue siendo que está vivita y coleando
por América, lesbiana.
—Yo, ¿qué?
—¿Tienes pareja?
—Pues sí, hijo, sí. No me han durado los novios, qué le vamos a hacer.
Eduardo empezó a reír, y eso que no le conté todo el show, pero vamos que
para mí se quedaba aquello.
—El caso es que después de un año saliendo, una primera vez birriosa y dos
intentos fallidos más, lo dejamos. Bueno, me dejó él porque decía que yo,
era un poquito sosa en la cama. ¿Cómo te quedas? Encima de que el tío no
atinaba a meter aquello ahí abajo, yo era la sosita. ¡Qué valor el suyo!
—Pues nada, dos añitos soltera otra vez, hasta que encontré un chico muy
apañado, que sí sabía enhebrar agujas perfectamente, pero resultó que no
enhebraba solo la mía, para nada, su hilo lo conocía toda la universidad.
—Un imbécil.
—Más bien capullo y gilipollas —contesté quitándole importancia con un
gesto de la mano.
—Dos años, que iba yo rompiendo los marcos de las puertas con la
cornamenta y sin enterarme. Me centré en los estudios y a los veinticuatro
empecé a salir con el primo de un amigo del hermano del mejor amigo de mi
mejor amigo.
—Sí, algo así. Con él solo estuve seis meses, porque me enteré que le iban
lo mismo las agujas que el hilo y yo no soy de compartir, sinceramente…
—Sí, que yo respeto a todo el mundo, de verdad que sí, mi mejor amigo es
gay así que ya ves, pero en cuestión de parejas… yo solita para mi hombre y
él solito para mí.
—No pasa nada —se reía mientras iba al cuarto de baño por una toalla para
limpiar el estropicio. Y menudo estropicio, vamos.
—¿Llevabas…? Quiero decir, ¿en estos años no has tenido ninguna relación
sexual?
—Señor Brustelli…
—¿Puedes llamarme Edu cuando estemos fuera de la oficina, por favor? Que
lo de señor me hace demasiado mayor.
Madre mía, esa zona era prohibida. Me estaba empezando a poner nerviosa y
más aún cuando noté que con la mano me acariciaba el muslo de arriba
abajo.
—Vamos a tu casa, coges ropa y volvemos. Solo dos días, nada más —
susurró metiendo la mano bajo la toalla.
—Tu ropa se está lavando, y no quiero esperar a que recojas tus cosas no
sea que te arrepientas —dijo antes de darme un beso en la frente.
—No, se está muy bien —me dejé llevar por el momento y me recosté en su
hombro.
Cerré los ojos y disfruté de las caricias que me hacía en el brazo con su
mano.
—Edu…
—Tranquila, relájate, preciosa —susurró.
Y eso fue lo que hice, relajarme y dejarle hacer lo que quisiera. Y lo que
quiso fue desnudarme, mirarme mientras me acariciaba cada parte del
cuerpo con ambas manos y, tras desnudarse él, me besó en los labios
llevando una mano a mi entrepierna, donde se dedicó a acariciar mi clítoris
hasta que llegué al orgasmo más increíble de mi vida.
—Muévete, preciosa —me pidió con sus manos en mis caderas, me agarré a
sus hombros y empecé a moverme de delante hacia atrás.
Nos quedamos mirándonos fijamente hasta que llevó una mano a mi nuca y
me atrajo hacia él, para besarme.
—Me alegro, porque este fin de semana te voy a hacer el amor de todas las
maneras posibles.
Y sí, dejé que pasara tantas veces como ambos quisimos. No diré ni dónde
ni cómo, que eso son como los documentos más secretos de cualquier
departamento de policía.
Con la mano en mi nuca, se acercó y me besó. Fue uno de esos besos que te
dicen adiós y que te hacen saber que esa aventura llega a su fin, pero bueno,
no me iba a poner triste, que los orgasmos que me había dado ese hombre no
me los quitaba nadie.
Nos despedimos sin decir nada más, bajé del coche y cuando entré en el
edificio lo vi marcharse.
Había sido un fin de semana, una aventura, nada más. No iba a comerme la
cabeza con eso.
Entré en casa y Hugo no estaba, así que supuse que habría vuelto a salir. El
día anterior cuando vine a por ropa tampoco lo encontré, cosa que me alegró
porque no tuve que contarle que me iba a pasar el fin de semana con mi jefe.
Mi amigo era muy listo y sabría que me acabaría liando con él.
Y me lie, claro que sí, y de qué manera…
Capítulo 5
—Sí hombre, como si nada hubiera pasado, los huevos Kínder, ¡anda qué!
—Pues nada, pero vamos que con lo que tú eres y estar en ese estado…
Llegué a las oficinas una de las primeras, como siempre, no era nada nuevo.
Me temblaba todo el cuerpo y no por el frío que había pasado al salir de mi
casa y que no era poco, pero es que estaba de lo más nerviosa.
Poco después llegó el hombre más guapo del planeta, mi jefe, comenzó a
temblarme todo y no me salían ni las palabras.
Preparó en su cafetera dos cafés y yo me senté en una de las dos sillas que
había frente a su mesa.
—Sabrina, no quiero que lo que pasó el fin de semana nos lleve a mirarnos
de otra manera…
—Parece que se arrepintió, pero vamos que no tiene de qué preocuparse que
yo cierro mi boca y…
—Para, para, no he dicho eso —se acercó y cogió mi mano—. No me he
arrepentido de nada, absolutamente de nada y lo volvería a hacer una y mil
veces, lo digo por ti. Es solo que he llegado y he visto tu cara descompuesta.
—¡Ah no!, es por el frío que he pasado viniendo hacia aquí, pero no se
preocupe jefe, estoy bien y, además, ya ni me acuerdo de lo que pasó.
—Bueno, ¿trabajamos?
—¿A mí?
—Eres mi jefe y te debo mis respetos, gracias a ti cobro todos los meses —
sonreí.
Volví a mi sitio pensando que ahora mismo le pediría otro de esos polvos
que habíamos tenido el fin de semana, pero claro, eso no podía hacerlo, es
más, por muy loca que estuviera no se lo diría en la vida, pero es que me
gustaba bastante y se me pasaban muchas cosas por la cabeza, sobre todo,
tenía ganas de estar entre sus brazos, de sentirlo otra vez, una vez más…
Virginia me mandó un mensaje diciendo que pasara por ella para comer y así
la ponía al día del escaqueo que me había pegado el fin de semana. No podía
ser, aquella cotilla estaba loca porque le contara y lo peor de todo es que yo
me quería desahogar, así que me lo puso en bandeja y acepté.
Seguí trabajando y Lala me hizo llamar para una duda que tenía de su
departamento, ese que yo controlaba tan bien, así que fui y me puse a
explicarle un poco cómo encauzar ese expediente, además de que me dijo
tres veces que mi cara parecía que escondiera un secreto. Hice como si
nada, pero si ella supiera se quedaría a cuadros, vamos como yo, que aún no
había asumido lo que me había pasado con Eduardo, ese hombre que había
llegado pegando fuerte a su puesto y no solo eso, a mi vida.
Pité con el coche lo suficiente como para que se asomaran un par de vecinos
y me miraran mal, pero es que era la única manera de que esa jodida mujer
se enterara.
—Hija, qué manera de avisar. ¿No tienes teléfono para llamar o qué?
—Sí, pero lo ignorarías —contesté poniendo rumbo a uno de los bares cerca
de la playa, que me apetecía a mí comer viendo el mar.
Nada más llegar nos llevaron a una de las mesas y pedimos de todo un poco,
que para el tema de comer éramos las dos de buen estómago. ¿Dónde lo
echábamos después? Pues en las caderas, pero vamos que estábamos
estupendas y a quien no le gustara… que mirase hacia otro lado.
—¿Qué tal te fue el viernes con tu jefe, bonita? —preguntó— Que, por
cierto, ¡vaya jefe! Un jovenzuelo muy aparente.
—¡Qué dices! ¿Ese hombre tiene más de cuarenta? Chica, pues pensé que
tendría treinta y pocos o así.
—Ajá.
—Ajá dice, y se queda tan ancha. Ya estás hablando, quiero detalles, muchos
detalles, no te cortes por favor.
Rompí a reír y le conté el fin de semana que habíamos pasado juntos, ella no
salía del asombro y no se le borraba esa sonrisa de pillina que tenía.
—Joder, Virgi, que tampoco tenía yo eso como si fuera un pozo abandonado.
—No es solo que me guste, es que me hace sentir algo muy fuerte, no sé
cómo explicarlo.
—Sabrina, a veces tan solo bastan unos días para saber que esa persona es
especial y es todo lo que querías tener, no es necesario que pasen meses ni
años para estar completamente segura de que quieres tenerla.
—¿Quién eres tú y qué has hecho con mi amiga? Qué profundo eso, hija.
—Pues un brindis por tu madre, que es muy sabia, además de una santa.
Me reí, porque la loca de mi amiga tenía razón, a veces aguantarla era toda
una experiencia de esas de deportes de riesgo.
Terminamos de comer y fuimos a una de nuestras cafeterías favoritas a
disfrutar de un buen café y un pastel, ya hemos comentado eso de que somos
de buen comer, así que nada de sorprenderse.
Y digo bien, braguita, que no braga, porque a eso le faltaba tela. Y con lo
caro que era el jodido conjunto, madre mía.
Pero nada, que no podía conciliar el sueño, me iba a costar lo que no estaba
escrito por culpa de ese hombre.
El jodido señor Brustelli, había dejado marcado a fuego mi cuerpo con cada
caricia, cada beso, cada gesto…
Martes, “ni te cases ni te embarques”, como dice el refrán, pero yo, que debo
ser masoquista, pues me embarco de nuevo en la aventura de ver a mi jefe,
ese a quien vi más veces desnudo que vestido el fin de semana.
Madre mía, esto es una tortura como cantaran Shakira y Alejandro Sanz.
—Y aquí sale la reina del drama —menudo saludo de buenos días que me
daba mi amigo del alma.
—Pues mira, no te voy a contar mis intimidades ya que tú las tuyas tampoco,
pero…
Cogí el café que tenía en la mesa, me lo tomé de un sorbo y salí de allí por
piernas.
Eso sí, mi queridísimo amigo Hugo, se estaba descojonando de risa que daba
gusto oírle.
Me senté, encendí el ordenador y revisé unos e-mails que había que atender
lo antes posible.
Y así estuve hasta que llegó mi querida Lala con un nuevo tupper, menos mal
que había traído el del día anterior.
—Pues pronto empieza, que aún quedan unos meses —reí y nos cambiamos
los tuppers.
—Esta vez son galletas con coco, aviso que están de muerte.
—Pues con el café de media mañana las pruebo. Gracias, guapísima. Y dale
a tu madre un abrazo de esos de nieta.
Reímos ante mi petición, y es que por la edad que teníamos las tres, su
madre me trataba más como a una nieta que como a una hija, y yo encantada,
que las abuelas siempre han sido de las que cuando vas de visita tienen más
dulces que en una pastelería y su obsesión es que no comes bien a no ser que
sea en su casa.
¿Cómo narices era posible que ese hombre estuviera más guapo cada día que
pasaba? Esto no era bueno para mí, me iba a volver loca.
—Vale, vale —levantó las manos en señal de que no había dicho nada.
—¿Necesita algo?
¡Toma ya! Ahí quedaba eso, claro que sí. Y yo, que no sabía ni dónde
meterme, ¿qué hice? Mirarlo y no contestar.
—Sabrina, ayer te dije que no quiero que nos tratemos de manera diferente
—me cogió la mano por encima de mi mesa y la acarició con el pulgar.
—Vale, vale, que estamos trabajando y aquí hay más gente. Si no necesita
nada, voy a seguir con mis tareas.
—Hola, tía —nos abrazamos y ella enseguida notó que me pasaba algo.
Yo con mi madre me llevaba genial, podía hablar con ella de cualquier cosa,
pero cierto es que había algunas que me las callaba, aunque sí se las contaba
a mi tía.
—Mi niña, a ti te pasa algo —dijo nada más verme la cara— ¿Mal de
amores?
—No preguntes, por favor —contesté, ella chasqueó la lengua y negó con la
cabeza.
—¡Tía!
—Haz caso a tu tía, hija —me dijo mi madre—, que es muy sabia ella.
Después de pasar la tarde con ellas volví a casa, saludé a Hugo y le di las
buenas noches, no tenía ni hambre y eso en mí era raro.
Pues no, no pensaba contestarle porque no sabía qué decirle. ¡Me ponía
nerviosa hasta con los mensajes! Por Dios, que llegara el viernes cuanto
antes…
Capítulo 7
Llegué a las oficinas y me puse a charlar un poco con Lala, también se nos
unió Violeta, del departamento jurídico, esta había estado de baja por
maternidad, una preciosa niña que había tenido y que nació con cuatro kilos,
decía que pensaba que se partiría en dos en el parto, lo que nos reímos
cuando nos recreó la escena.
Entré a mi despacho, ese que estaba separado por un cristal del de mi jefe,
ese que aún no había llegado y lo agradecía porque me ponía de lo más
nerviosa.
Se sentó en la silla que había a mi lado mirando hacia mí y cogió mis manos
con cariño.
—Sabrina, no quiero que me esquives, quiero que seas sincera con lo que
deseas o no.
Me besó, sí, me besó de nuevo causando otra vez un cosquilleo en mí, uno de
esos que no dejan de cesar y que hacen que tu cuerpo reaccione para tener
ganas de más, y es que eso era lo que me ocasionaba Edu.
Me levantó y me abrazó, luego se me quedó mirando con esa media sonrisa y
me comenzó a sacar el jersey, luego la camiseta y me quitó el sujetador, y yo,
bueno yo me dejé llevar. A la mierda el trabajo y a la mierda todo, yo solo
quería sentirlo a él y si era lo que me pedía, yo se lo iba a dar.
Un rato después vino a decirme que se iba a una reunión y que ya no volvería
ese día, cosa que agradecí pues estaba trabajando de lo más nerviosa y es
que me había vuelto a tirar a mi jefe, bueno no, él a mí, pero es que entre los
dos había una tensión que no sabía cómo iba a terminar.
Me fui hacia casa y ya estaba Hugo esperándome con la pasta y los Nuggets
sobre la mesa, me senté resoplando y él comenzó a decirme que soltara,
sabía que algo había pasado.
Esa tarde cuando Hugo se fue a trabajar la pasé limpiando la casa mientras
escuchaba música, no podía sacarme a Edu de la cabeza y, mucho menos, ese
momento vivido en su despacho, es que era para flipar.
Por la noche apareció Hugo con un par de pizzas, los miércoles era el “dos
por uno” de nuestra pizzería favorita y siempre solía aparecer con una de
cuatro quesos con pollo y otra de ternera con chorizo picante, eran nuestros
vicios.
Tras la cena vimos un par de capítulos de nuestra serie favorita y nos fuimos
a la cama, yo quería leer un poco, pero no había forma de concentrarse y es
que mi vida en aquellos momentos estaba siendo mucho más fuerte que
cualquier historia de esas novelas románticas que yo leía.
No le contesté, eso era para hablarlo, cara a cara, pero… ¿Ir dónde? Donde
fuese me iría con los ojos cerrados, aunque no sabía sí estaba bromeando…
Capítulo 8
Despacho que, por cierto, miré de refilón desde mi puesto cuando me senté.
Joder, no volvería a ver aquella mesa de la misma manera, cuando estuviera
delante me iba a poner mala de recordar ese polvazo que me había echado el
jefe.
Sí, sí, polvazo, porque fue rápido, pero intenso. ¡Madre mía cómo me puso
el tío!
—Buenos días, señorita “no contesto a los mensajes” —dijo Eduardo, nada
más aparecer por el despacho.
—El día que sea solo Edu, te juro que te pongo un anillo en el dedo.
Estaba dando un sorbito al café y acabé escupiéndolo todo sobre la mesa.
Menos mal que él estaba de pie y no se había sentado todavía en la silla
porque le habría puesto el traje bonito.
—Anda, ven al despacho que nos tomamos un café como Dios manda —dijo
cogiéndome la mano y llevándome con él.
Reí, porque desde luego que a loca no me ganaba nadie, y menos él. A ver
que yo no estaba loca de esas de internarme en un psiquiátrico en una
habitación acolchada y demás, ¿eh? No pensemos lo que no es, pero cierto
es que si estar loca era reír cuanto podía y disfrutar de las locuras que se
presentaban con mis amigos, pues sí. ¡Bendita mi locura!
—Perfecto —contestó.
Así que le pasé la foto y desde su teléfono hizo lo necesario para organizar
el que iba a ser mi primer viaje con él. A quien se lo contara diría que
estaba loca. Ya aclaramos lo de mi locura, así que no se vuelve a hablar del
tema.
—Listo, el vuelo sale mañana, así que a las diez pasaré por tu casa a
recogerte, ¿de acuerdo?
—Vale.
—Entendido, jefe.
Lo miré frunciendo el ceño y los labios y él, soltó una carcajada. Si es que
era para matarlo. ¡Mi jefe estaba loco!
A media mañana me llegó un mensaje de mi madre preguntándome cómo
estaba, le dije que estaba bien y que la llamaría más tarde, que estaba
trabajando.
Lala vino con un par de cafés y unos donuts que había comprado para
nosotros, hice mi parada para desayunar tranquila y vi por el cristal a
Eduardo mirándonos.
—Vaya, te llevas bien con el jefe por lo que veo. Y qué, ¿ya le hiciste
mayonesa? —preguntó Lala.
—¡Claro! Y café todos los días —contesté haciendo que ella riera—. Hija,
yo no he hecho nada con él, y lo del café porque es mi jefe y de vez en
cuando le llevo uno.
Y es que sí, estaba nerviosa, y mucho, desde que sabía que me iba a conocer
ese lugar del mundo y de la mano de mi jefe, nada menos, aunque me hacía
mucha ilusión, esa era la verdad.
Pensé en contestarle, de verdad que sí, pero estaba tan nerviosa que no me
salía qué palabras escribirle.
—Eso parece, pero vamos, si no lo tienes muy claro, ya me voy yo por ti.
—Calla, calla —puse los dos cafés sobre la mesa y nos sentamos en el sofá.
—Tía, en serio, quítate los miedos, deja de pensar que es tu jefe y disfruta.
—Ya, como si fuera tan fácil, es como si lo viera diez escalones más arriba
que yo.
—Bueno, que tú estás codo con codo trabajando con él, tantos escalones no
habrá. Unos cuantos ceros de más en la cuenta bancaria y poco más.
—Madre mía, te juro qué me da.
—Lo que te va a dar es otra cosa —se puso la mano en la boca riendo.
—Lo estoy, pero te juro que tengo hasta ansiedad, me voy con él, solos, a la
otra parte del mundo, cuando yo no he salido en mi vida de España. Joder,
que me saqué el pasaporte para ir de crucero y al final no nos fuimos.
—Pues ahora te vas a pegar el viaje de tu vida, así que alegra la cara que
parece que vas a un funeral.
—Con Edu…
—Sí, con ese mismo te vas, ¡hija por Dios! Quita esa cara que me llevas que
me vas a espantar al chiquillo.
—Otra vez con lo de chiquillo…
Condujo hasta el aeropuerto que estaba bien cerca, así que llegamos pronto,
hicimos la entrega de maletas, pasamos el cordón policial y fuimos hacia la
puerta de embarque.
Una vez que la ubicamos, nos fuimos a pasear por la terminal, viendo tiendas
e incluso comprando algunas chuches y cosas para el vuelo, que, aunque en
el avión había para comer y todo, era bueno subir algún capricho.
Entramos al avión de los primeros, ya que íbamos por First Class, unos
asientos confortables y una cabina con treinta asientos de los que no fueron
ocupados más de seis.
Nos recibieron con una copa de champán, buena entrada a ese viaje, sí señor.
Edu chocó su copa con la mía y sonrió.
—Por este gran viaje en el que espero que nos lo pasemos genial.
Me comentó que íbamos todo el tiempo en un coche con chofer, que a la vez
sería nuestro guía y seguridad durante todo el viaje, me quedé muerta. Joder,
eso sí que era un viaje a lo grande y lo demás eran tonterías.
Tras la comida reclinamos los asientos y nos pusimos a ver una película, yo
me quedé dormida enseguida tal como terminó y es que para eso tenía una
habilidad increíble.
Edu decía que había cogido un circuito programado por una agencia en el
tema de hoteles que estaban en un enclave privilegiado y muy cuidado en
detalles cada uno de ellos. Me emocionaba con cada cosa que me comentaba
y además lo bueno de eso es que íbamos sin tiempo con los horarios, el
chofer tenía que adaptarse a nosotros, para mí eso era una gozada que luego
ir a toda prisa para levantarte y eso no me hacía gracia.
Entre pelis, charlas, cafés y demás se fue pasando el vuelo, además esos
sillones eran muy amplios y la comodidad era increíble, no sentí agobio ni
un solo momento. Cuando nos quisimos dar cuenta, ya estaban avisando de
que íbamos a aterrizar en Nueva Delhi, así que comencé a aplaudir
emocionada ante la sonrisa de mi jefe, ese que me estaba regalando uno de
los momentos más emocionantes de mi vida.
El señor nos esperaba con un cartel, nos hizo mucha gracia porque se
presentó como Juan y encima hablaba un español casi perfecto, era un hindú
de unos cincuenta años, un señor muy respetuoso y simpático.
Yo iba embobada mirando hacia todas partes hasta que llegamos a lo que
supuse que sería nuestro hotel. Era de lo más exótico, jardines, recepción al
aire libre y todo lleno de bungalós en alto, una preciosidad de lugar, parecía
que estaba en otro sitio y no en la bulliciosa India.
Nos llevaron las maletas mientras seguíamos al chico, el chofer nos dio un
teléfono para toda la estancia donde lo tendríamos localizado y solo había
que ponerle un WhatsApp diciendo que viniera por nosotros y en diez
minutos lo tendríamos, nos hizo gracia eso.
Nuestro bungaló tenía piscina privada, además el interior era una pasada,
todo en diáfano menos el baño y con unos grandes ventanales, se veía todo
iluminado con velas gigantes, aquello era espectacular.
Edu abrió una botella de champán que la habían dejado como detalle de
bienvenida y puso una copa en mis manos.
—Una dulce locura, mi más dulce locura —murmuró sin dejar de besarme.
—Vale —murmuré con esa sonrisa con la que se me estaba cayendo toda la
baba.
Por la mañana despertamos, allí apenas eran las siete, Edu me abrazó
besando mi sien y dándome los buenos días, me hice la remolona y me quedé
un ratito así entre sus brazos, ante ese cuerpo que era la tentación más grande
a la que me podían someter y es que ahí, es donde deseaba pasar infinidad
de horas.
—Me estoy encontrando mal —dije con ese tono tonto que me salía, esos
días que me comenzaba a bajar la regla.
—¿Qué te pasa?
—Me parece que me voy a poner de un momento a otro con la regla —dije
sin levantar la cabeza de su pecho.
—Vale, tranquila ¿Traes todo lo que te hace falta o llamo a Juan y que nos lo
busque?
—Tengo todo en el neceser, pero me deja por los suelos durante dos días y
ya comienzo a notar esa flojera y malestar. Me voy a tomar ya la pastilla.
—Vamos, ahora mismo pido que nos traigan el desayuno a la terraza para
que no te lo tomes con el estómago vacío.
—Te lo agradezco —me levanté ya con esa bajada de tensión que me daba,
pero no dije nada, me ayudó hasta el baño y llamó mientras me quedaba
dentro poniéndome mis cosas.
—¡No! —reí—. Tranquilo, solo que los dos primeros días para mí son
apoteósicos, me siento floja, con ganas de llorar.
—¿Te da tristeza?
—Bueno pues lloramos juntos y listo, pero no quiero que dudes que, si
puedo hacer cualquier cosa porque te sientas mejor, lo hacemos y si no
tienes ganas de salir, nos pasamos los dos días aquí hasta el cambio de
ciudad.
—No, no, nos vamos a verlo todo, no te preocupes por eso, de verdad.
Juan nos recogió en la puerta del hotel con esa sonrisa y amabilidad que
desprendía, nos preguntó si habíamos pasado la noche bien y si nos fiábamos
de él para un primer contacto con la ciudad, le dijimos que sí y ahí comenzó
la aventura de ese día.
La primera sensación que tuve era la de ser todo caótico como ya había visto
en los documentales, luego el ruido mezclado con esos olores y colores que
iban regalándonos esa sensación de todo lo desconocido y nuevo para
nosotros.
Nos llevó a tirarnos unas fotos directamente a “El Fuerte Rojo”, un palacio
antiguo por donde se accede desde la monumental puerta “Lahori Gate”,
nosotros lo vimos desde fuera.
Juan nos hizo un pedazo de foto de espalda mirando a ese palacio, que de
momento se había convertido en mi favorita de toda mi vida, era una pasada
y esto no había hecho más que empezar.
Antes de irnos a comer nos quiso llevar a los “Lodhi Garden”, que era donde
iban a relajarse del caos tanto los turistas como los propios hindúes, un lugar
lleno de árboles con ardillas y antiguos palacios, un sitio que nos dejó un
buen sabor de boca y en el que nos tiramos mogollón de fotos.
Juan nos dejó por allí comiendo y paseando, la verdad es que compré varias
cosas de recuerdo, bueno miento, no me dejaba pagar y no había forma de
convencerlo, hasta disimulé con varias cosas para que él no tuviera que
pagarlas, no me las compré por eso, pero insistía en que pagaba él, eso sí,
me regaló unos vestidos chulísimos que usaría durante el viaje.
Nos recogieron sobre las nueve, ya estaba que me notaba agotada, me dolía
el bajo vientre a pesar de haber tomado las pastillas, pero la maldita regla
siempre me dejaba hecha una mierda.
Desperté con un poco de ansiedad, típico en esos días en los que el periodo
me ponía en uno de mis peores estados de ánimo.
—No, no te vas a tirar por la ventana, vamos a afrontar el día como quieras,
estaré a tu lado para apoyarte en ese estado de ánimo que no es bueno, pero
no quiero que te agobies y hoy si quieres lo pasamos aquí en la piscina, n la
terraza o tirados en la cama, pero no te preocupes.
—Tengo ganas de llorar —dije echándome sobre el con una tristeza de esas
que me mataban, pero que siempre aparecían.
—Pues llora, suelta todo lo que tengas, estoy aquí a tu lado, no te preocupes
que te entiendo.
—No, no me entiendes.
—No te rías.
—Quiero un café.
—Voy al baño.
—¿Me estás diciendo que huelo? —dije girándome desde los pies de la
cama que ya estaba levantada.
Sí, sabía que no debía de comportarme así, pero, ¿qué hacía cuando tenía
todas mis hormonas revolucionadas?
Salí y no estaba, así que bajé las escaleras y me lo encontré ahí con el café
en la mano, se levantó para apartar mi silla.
—¿Mejor?
—Peor, peor —dije con tristeza cogiendo la taza de café—. Para colmo
nunca fumo menos cuando estoy con la regla, no traje un paquete y lo
necesito como el comer —dije a punto de romper a llorar.
Y ahí fue el pobre a toda carrera con su cartera en la mano para traerme un
paquete de tabaco para ver si eso me funcionaba en ese momento y es que mi
jefe era un amor de persona y encima se dejaba la piel por intentar levantar
mi ánimo.
La primera calada me supo a gloría, era como una medicina para mí en esos
días que necesitaba agarrarme a un clavo ardiendo para pasar esos estados
de ánimos que me dejaban por los suelos y que ahora me había tocado junto
a él, ese pobre hombre que era un santo y que se desvivía porque no perdiera
la sonrisa de mi cara.
—En buenas manos —escuché a Edu que me tenía la mano agarrada. Abrí
los ojos ante una luz que me daba de lleno—. Está mirándote un doctor, no te
preocupes por nada.
Escuchaba hablar al doctor y a Edu, menos mal que yo con los idiomas me
llevaba genial, era mi asignatura favorita cuando era estudiante y además fui
a una academia oficial donde me saqué el título.
Le estaba diciendo que había sido una bajada de tensión y que en un ratito
estaría como nueva, pero que debería de evitar durante dos días los fuertes
olores y bullicios ya que ese cambio brutal más el periodo no eran buenas
compañías y si encima me ponía más sensible de lo normal, pues se
agravaba la cosa.
Edu le dijo que no se preocupara, que ya nos iríamos a pasar el día al hotel y
al día siguiente tomaríamos otro rumbo que nos llevaría varias horas a estar
en carretera fuera de todo el caos, así que el doctor dijo que eso era
perfecto.
—Siento haberte estropeado el día y te pido perdón por lo borde que estuve
esta mañana.
Pidió que nos trajeran unas tazas de té y nos lo tomamos un rato antes de la
comida para hacer tiempo, me encendí un cigarrillo y un silencio se hizo
entre nosotros, eso sí, no dejaba de acariciar mi mano y me transmitía un
cariño impresionante.
—¿Qué te pasa?
—Qué me he enamorado —murmuré mientras él sonreía secándome las
lágrimas.
—¿De mí?
—Y ahora, ¿por qué brindas? — Volteé los ojos, volvían mis hormonas a
hablar por mí.
—Una señal del destino —la cantamos a dúo y nos echamos a reír.
Momentazo, eso fue un momentazo, las cosas como son, hasta le dije que
pidiera una botella de vino blanco, ya me estaba sintiendo mucho mejor y si
había que tomar una copita y seguir disfrutando del entorno, la paz que ahí se
respiraba y solos él y yo, me iba a sentar muy bien.
Nos trajeron la comida y la botella de vino, sirvió las copas y como no,
brindó.
—Hemos llegado hasta la India, se dice rápido, hemos visto su esencia, pero
si me tengo que quedar el resto de semana contigo encerrado en una
habitación para que te sientas mejor, lo haré, pero quiero verte sonreír.
Quiero ser la causa de ello, pero si te enfadas con el mundo porque las
hormonas se revolucionaron, quiero ser quien te acompañe en ese momento
hasta lograr sacarte una sonrisa.
—Joder me vas a hacer llorar, eso no es un brindis, eso es lo más bonito que
me han dicho en mi vida.
Luego nos echamos a descansar un rato, más tarde nos levantamos justo para
cenar. Un poco más, y nos despertamos al día siguiente.
Llegamos por la tarde ya que habíamos salido a las doce e hicimos dos
paradas largas, así que casi estaba anocheciendo.
Y así fue como me desperté de lo más nerviosa, ese siempre había sido uno
de mis sueños, conocer aquella maravilla del mundo donde cualquier
persona soñaría con estar ahí.
De allí nos llevó Juan a lo que tan ansiosa estaba por conocer y que fue nada
más verla cuando nos fuimos acercando y lo reconozco, caí rendida a los
pies de aquella maravilla.
Fue entrar a los jardines y verla ante mí como si estuviera flotando, aquella
sensación era la más fuerte que sentí desde que pisé aquel país y había
sentido alguna importante, pero como esa no, esto era de otro nivel.
Eran demasiadas emociones las que estaba viviendo ahí, sentía paz, era algo
especial, te dejaba en una calma que pocas veces podíamos sentir.
Era una de las construcciones más hermosas, que jamás pudieron ver unos
ojos. Resultaba increíble que semejante hermosura hubiera sido construida
por la mano del hombre.
Luego nos dejó en un bazar que estaba detrás de la gran mezquita de Agra, un
lugar digno de recorrer y en el que me compré un montón de cosas, bueno,
rectifico, me las pagaba mi jefe y ya hasta pasaba de discutir con él.
Esa mañana del jueves nos despertamos y como no, terminamos follando
como locos, sé que la palabra es fuerte y no suena bien, pero aquello no era
hacer el amor, aquello era un estallido de fogosidad en la que me volvió una
contorsionista.
Salimos con Juan en dirección a Jaipur después de ese momento tan fogoso y
un buen desayuno con el que recuperamos las fuerzas.
Esa ciudad tenía unos bazares increíbles, aparte del mejor escenario para las
películas de Bollywood, además de Galtaji, un conjunto lleno de templos y
estanques en un entorno natural, ya lo habíamos estado investigando por
Internet en Agra y teníamos claro todo lo que queríamos hacer y ver en esos
últimos días.
Esa tarde salimos a cenar a la calle cerca del hotel, el día había sido largo y
habíamos hecho diferentes paradas, así que cenamos y a dormir, bueno quién
dice dormir, dice un poco de fogosidad y luego a caer rendidos.
Todo al lado de Edu, marchaba como un cuento de hadas y era increíble los
momentos tan bonitos y de tanta conexión que íbamos acumulando a lo largo
de los días.
Esos dos últimos días nos echamos a la calle a comprar, pasear, descubrir
lugares, probar toda clase de comidas y fue una maravilla. Nos reíamos
echándonos mil fotos que quedarían para el recuerdo de ese precioso viaje.
Edu me regaló una pulsera de oro que compró en una joyería artesanal y que
era una preciosidad, toda labrada con piedras de cristal incrustadas, era muy
fina y elegante, para ponérsela en una ocasión especial y no cualquier día,
era una joya para toda la vida, ya no solo por su valor, sino por el recuerdo
de todo lo que durante el viaje nos había envuelto.
La última noche nos emborrachamos de vino, literalmente, nos reímos y
charlamos hasta las tantas, lo hicimos un par de veces entre risas, miradas
cómplices y ese desparpajo que ya le habíamos echado al tema y es que el
sexo se había vuelto el pan nuestro de cada día.
A la mañana siguiente nos tuvimos que tomar una pastilla de la resaca que
teníamos, pero mereció la pena por lo bien que lo habíamos pasado la noche
anterior en una despedida de lo más dulce.
Ese día volábamos de noche, así que no había prisa y salimos a la calle a
desayunar a una terraza que había y desde donde se podía ver el ir y venir de
la gente en ese último día.
Paseamos de la mano, esa que me la había sostenido durante esos diez días,
esta vez se la agarraba yo más fuerte, era como el miedo ese al momento en
el que llegáramos a España y de nuevo separarnos, eso me iba a costar la
vida y es que había tenido una unión con ese hombre durante estos días, que
se había reforzado mis sentimientos por él y multiplicado por mil.
Ese día lo pasamos en la calle de compras hasta la hora que fuimos a por las
maletas y nos montamos en el taxi para ir al aeropuerto, queríamos cansarnos
bastante para luego durante el vuelo dormir todo lo posible.
En el aeropuerto aprovechamos esas dos horas muertas en hacer más
compras por la terminal, todo nos llamaba la atención, además que todo nos
parecía poco, era como si cada cosa fuera a convertirse en uno de los tantos
recuerdos de ese viaje.
Tras la cena me puse con Edu a ver todas las fotos de nuestros móviles y es
que eran una cantidad impresionante, de esas que te sacan una sonrisa porque
te acuerdas de ese momento y muchos de ellos fueron de esos que te ríes un
montón o sucede algo, así que estábamos ahí como dos niños pequeños
viéndolas con total tranquilidad.
Luego nos echamos hacia atrás y conseguimos quedarnos dormidos hasta que
por la mañana el comandante nos despertó diciendo que quedaba hora y
media para llegar a destino.
Me llevó a la mía y me cogió las manos para decirme que había pasado el
viaje más increíble de su vida y que esperaba que fuera el primero de
muchos que hiciéramos juntos.
Nos besamos y me fui hacia arriba, en el ascensor se me saltaron las
lágrimas y cuando me vio entrar Hugo, pensó que me pasaba algo.
Le conté y comenzó a reír abrazándome, ese día era fiesta así que ese lunes
no se trabajaba y lo pasamos juntos, comiendo, charlando y poniéndonos al
día de todo. Yo estaba de lo más sensible y echaba de menos a Edu, de una
forma desmesurada, dolía bastante.
Me tomé un café rápido con mi Hugo del alma y salí para el trabajo con una
sonrisa, que ya quisiera cualquier payaso que se precie, vamos que hoy nada
me la borraba de la cara.
Lala llegó con un nuevo Tupper, esta vez con magdalenas de chocolate,
riquísimas que estaban.
A media mañana me llamó Lala para ver si podía ir a echarle una mano en su
departamento, la pobre se agobiaba ahora que no me tenía por allí y a mí no
me importaba ir a ayudarla en lo que pudiera, así que como el jefe estaba al
teléfono, otra vez, le puse en un folio escrito que volvía en un rato y se lo
planté en el cristal que nos separaba tras unos golpecitos, sonrío y asintió.
Pues no me iba a quedar ahí para mirar, ni mucho menos, quieta tampoco.
—No sé de qué…
—¡Que te calles! —grité dándole una bofetada que no esperaba e hizo que se
le girara la cara— No te atrevas a mentirme —lo señalé con el dedo
mientras él, me miraba frotándose la mejilla con la mano—. Es que ni se te
pase por la cabeza hacerlo.
—Preciosa…
—¡No! No vuelvas a llamarme así en tu puta vida. ¿Me oyes? ¡En tu puta
vida! No voy a comerme las babas de otra, ni mucho menos ser segundo
plato de nadie. Ya he estado en ese lugar y no quiero volver y menos con
alguien como tú. Creí que eras diferente, pero me equivoqué, claramente.
—¡Y no me sigas! —grité con las lágrimas a punto de salir, pero las
controlé.
Martes, primer día después del momento babosa. Sí, así había decidido
bautizar a mi amiga la rubia. Era lo más sutil que se me había ocurrido, de
verdad que sí. Y a mi jefe… Mejor ni digo cómo, porque me podría
despedir, esa sabandija.
—¿Es de trabajo?
—No.
—Entonces aquí me quedo que tengo mucho que hacer, señor Brustelli.
Era media mañana y él, aún no había llegado, así que me dediqué a mi
trabajo, hasta que lo escuché acercarse y se me pasó una locura por la
cabeza.
—Quiero hablar contigo, ahora, en mi despacho —no era una petición, eso
sonó a orden, así que le mandé a la mierda. Mentalmente, por supuesto.
—Ah, ¿no? Yo sé perfectamente lo que vi, así que… —Con la mano le hice
un gesto para que se fuera a su despacho. Me estaba buscando yo solita el
despido, madre mía.
Un viernes que se presentó igual que los días anteriores, él queriendo hablar
y yo pasando de sus excusas, porque sería eso, estaba convencida de ello.
Lo vi en varias ocasiones a través del cristal mirándome, pero le ignoré.
Lala vino con dos cafés, nos los tomamos charlando y cuando se marchaba,
me quedé loca al ver a mi mejor amigo entrar por allí.
—Ni, pero ni nada —dijo pasándome el brazo por los hombros mientras
íbamos hacia mi mesa.
Instintivamente miré hacia el despacho de Edu y ahí estaban sus ojos, fijos
en mí y en el brazo de mi amigo. Tenía la mandíbula apretada y se le veía
cabreado, pero que muy cabreado.
—Sabrina, esto es una empresa seria, no un lugar donde los ligues puedan
venir a hacer lo que les plazca —escuché que me decía Edu desde su puerta.
—¡Vaya! Al ver a la rubia del otro día en su despacho, creí que eso estaba
permitido —contesté y antes de que me dijera nada más, pasé por delante de
él, y me fui al baño.
Estaba que mordía, quería llorar y… Deseaba que hubiese sido Edu quien
me besara de esa manera.
Capítulo 14
Virginia había vuelto de otro de sus vuelos así que quedamos en que nos
veríamos esa noche, vamos que me pensaba dar la fiesta padre con ella.
Hugo quedó con su amigo para pasar el día así que yo me había tirado toda
la mañana de limpieza en casa, que la tenía ya más limpia que ni el calvo de
Don Limpio.
Me hice una ensalada para comer, ya metería grasas al cuerpo por la noche
además de unas cuantas copitas de vino, y de lo que no era vino pues
también, que era sábado y ya descansaría el domingo.
Salimos de mi calle y fuimos a uno de los bares de tapeo donde nos pusimos
moradas a comer y finas de beber, pero me importaba bien poco, esa noche
pensaba olvidarme de todo como hacía la mayoría de la gente, bebiendo.
—No es verdad.
— ¿Qué te morreó Hugo? ¡Toma ya! Madre mía, y yo toda la vida queriendo
que me diera uno a mí, hay que joderse. Qué suerte tienes, tía.
—Claro, que tu jefe se besó con otra. Pues nada, pasando que hay más
hombres en el mundo que chorizos en una charcutería —contestó
encogiéndose de hombros.
Y allí que fuimos las dos, nos quedamos en un rinconcito y las copas y los
chupitos fueron pasando por mis manos como si de vasos de agua se trataran.
Me dejé llevar por la música y me puse a bailar allí en medio del local,
cerrando los ojos y dando vueltas.
Me pegó a él y nos hizo bailar a los dos, despacio, del modo más sensual
que podría llegar a imaginarme. Se movía que daba gusto el muy jodido.
—No voy a ningún sitio, he venido con mi amiga y con ella me voy.
—Sabrina, vámonos.
—¿Y qué te importa? Vete, ¡vete con esa rubia babosa y besucona de
hombres ajenos! No sé qué haces aquí, de verdad que no lo sé.
—Pues aquí no está la rubia, así que, aire, guapetón. Venga, puerta —dije
chasqueando los dedos en dirección a la salida.
—Pues por las malas —escuché a Edu y lo siguiente que noté fue que me
cogía cargándome sobre su hombro como si fuera un saco de patatas.
¡Mandaba narices con el señorito!
Yo gritaba y allí la gente se partía el culo de risa, vamos, como para que me
estuviera llevando por la fuerza un loco psicópata y quisiera violarme y
hacerme cachitos.
—¡¡¡Virgiiiniaaa!!!
Nada, mi amiga no estaba por ningún sitio. ¡Hija de puta, que me había
dejado sola! La mataba, en cuanto pudiera la mataba.
—¡Por favor, socorro, que me quiere hacer cachitos! —grité, pero la pareja
se empezó a reír y es que el cabrito de Edu, les hizo el gesto de que había
bebido llevándose la mano hacia la boca— Esta me la pagas, gilipollas.
—Sí, sí, pero por lo pronto vamos a que se te pase un poquito la borrachera,
preciosa —contestó, acariciándome el culo. La madre que lo parió.
Cerré los ojos durante el viaje porque ni sabía ni quería saber dónde me
llevaba, aunque me hacía una idea.
—Pasa.
Entramos y lo primero que hizo fue llevarme al salón frente a la chimenea
para que entrara en calor y es que estaba congelada de frío, vamos que se me
habían puesto los pezones como el timbre de un castillo.
—Tampoco quiero. Solo me vas a contar mentiras así que, no quiero oírlas.
—No vayas por ahí. Además, dudo mucho que una mujer a la que le gustan
las mujeres, sea capaz de dar semejante beso a un hombre.
—Sabrina, por favor, no dejes que lo que habíamos empezado acabe, por
favor.
—Mentí.
—Mira —me solté, me puse en pie y fui hacia el ventanal—, no quiero saber
nada de ti, ¿vale? Ya te conté mis tres únicas experiencias con los hombres y
no quiero volver a pasar por eso.
—No eres segundo plato para mí, como dijiste el lunes en mi despacho —se
puso en pie y caminó hacía mí.
—No vas a ningún sitio, preciosa —me cogió el rostro con ambas manos,
secándome las mejillas, y me besó.
Y yo dejé que lo hiciera, porque necesitaba sentir sus labios sobre los míos,
aunque fuera una última vez. Se apartó y me abrazó, así que esa fue la gota
que colmó el vaso y rompí a llorar aún más.
—No llores, que me mata verte así y saber que es por mi culpa, por un
malentendido. Tendría que haberte enseñado una foto de mi ex.
Seguía acariciándome, hasta que volvió a hacer que le mirara y me besó otra
vez.
Me penetró y allí, sobre esa mesa, me hizo alcanzar un orgasmo brutal junto
a él. Se dejó caer sobre mí, pegó su frente a la mía y me miró a los ojos.
Cerré los ojos, llorando, y me tapé la cara con las manos mientras él me
abrazaba.
Menuda noche, salí para beber y olvidar, y había acabado en su casa,
llorando y teniendo sexo con él.
Estaba sola en la cama, por lo que imaginé que Edu estaría en la ducha, pero
no escuchaba el agua.
No tardó en entrar en la habitación con una bandeja y desayuno para los dos.
—Gracias.
Estaba más cortada que nunca, vamos que me sentía avergonzada después de
lo que había escuchado la noche anterior.
Su ex, esa era la rubia a la que había visto en el despacho. Si es que, en vez
de entrar preguntando, lo hice arrasando con todo como Atila.
Me tomé el café, las tostadas y el zumo con la pastilla y fui a darme una
ducha. Cuando salí él no estaba en la habitación y tenía el vestido de la
noche anterior sobre la cama, olía a limpio así que se había encargado de
lavarlo para que pudiera vestirme.
—Sí.
—Sé que te parecerá una locura, algo precipitado y cuento con que no
aceptes a la primera, pero…
—¡Ay, Dios! No, no, no —me aparté de él, nerviosa no, lo siguiente, porque
me estaba empezando a asustar.
Soltó una carcajada echando la cabeza hacia atrás y me hizo ponerme aún
más nerviosa.
—Sí, pero…
—Sabrina, que ya tengo una edad para saber lo que quiero —dijo con un
guiño de ojo y haciéndome reír.
Sentir sus brazos rodeándome había sido la mejor sensación que tuve los
días que dormimos juntos.
—Vale —susurré.
—¿Qué has dicho?
—¿A dónde?
—¿Ya? ¿Ahora?
Hugo nos pidió que nos quedáramos a comer, y es que Edu le había caído
bien, además le miraba con ojitos de querer y… bueno, mejor no pensar en
lo que mi mejor amigo querría hacerle a mi novio.
¿Novio? Sí, ¿verdad? Si me mudaba a vivir con él, es porque éramos una
pareja de novios oficialmente.
Uy, cuando le contara esto a mi madre y a mi tía Flor… Les daba un vahído
seguro.
Después de comer preparé café y Hugo sacó unos pasteles que había
comprado esa mañana en la pastelería, los comimos y en cuanto acabamos
nos despedimos de mi mejor amigo y compañero de andanzas.
—Te voy a echar menos, que lo sepas —me dijo dándome un abrazo.
—Y yo a ti, a ver con quién voy a discutir por las mañanas antes de irme a la
oficina.
—Pues con él, pero las reconciliaciones serán mejores, que lo arreglaréis en
la cama, no como conmigo que era todo a base de bollos y café —reí y me
abracé un poco más fuerte a él.
—Claro que sí. Bueno, que tú te vas con tu pedazo de jefe, pero… —me
cogió las mejillas con ambas manos y me plantó un buen beso en los labios
— Mi pico te lo llevas.
Salimos de la que había sido mi casa los últimos años y volvimos a la suya,
dejamos mis cosas en la habitación, de modo que ocupé la mitad del armario
y algunos cajones de la cómoda.
—No sabes lo feliz que me has hecho aceptando venirte aquí conmigo —me
besó el cuello y me estrechó entre sus brazos.
Edu se levantó y fue hacia la cocina donde tenía el teléfono de todos sus
restaurantes favoritos mientras yo me quedaba allí sentada frente al fuego.
Empezaba una nueva etapa en mi vida, una en la que mi jefe, ese que llegó a
mi vida y puso todo patas arriba desde el primer día, sería mi compañero de
viaje.
En casa, dos palabras tan breves y sencillas que significaban y decían tanto.
Estaba en casa, esa en la que empezaba de cero con el hombre al que amaba.
¿Iría todo bien a partir de ahora? Esa, esa era la pregunta que más temía…
Libro 2
Capítulo 1
Eso es lo que había durado mi felicidad, ni un día más ni uno menos, tres
meses desde el día que me vine a casa de Edu a vivir, tres meses en los que
había sido la mujer más feliz de la tierra, pero ahora… ¡lo quería matar!
Era miércoles y Edu, se había ido el día anterior a una reunión de trabajo a
Barcelona, se suponía que regresaba esta noche, pero vamos, yo no iba a
estar en su casa para esperarlo y, mucho menos, quería saber nada de ese
traidor mentiroso sin escrúpulos con cara de niño bueno. ¡Qué lo jodieran!
Recogí mis cosas y las metí en mi coche, que era chico, pero cabía todo, es
más, aún en el apartamento de Hugo tenía cosas.
Llegué a la casa coloqué todo y bajé a por el pan, Hugo no sabía que me
volvía a tener de compañera de piso, así que le preparé una comida
sorpresa.
Lo peor de todo es que no lloraba, tenía tanta rabia que solo se me pasaban
cosas feas por la cabeza, como joderle enterito por la traición y la mentira a
la que me había llevado.
Yo tenía claro que no tenía nada que hablar con él y me daba igual que
pusiera el mundo del revés que, si no era de trabajo en la oficina, no iba a
hablar conmigo.
—Sí, Hugo, uno de esos que hacen como si fuera tu novio y le pagas por
horas.
—Me tengo que ir a trabajar, esta noche lo hablamos, pero no lo veo yo muy
buena idea —resopló levantándose y cogiendo su bandolera para irse.
Ese día era el cambio de estación a verano, buen comienzo el mío, desde
luego lo que pensé que iba a ser el verano de mi vida, se iba a convertir en
la decepción de mi vida. Anda que no cambiaba la cosa.
Me pasé toda la tarde mirando por Internet novios de alquiler, así tal cuál,
que no se pensara ese que me iba a ver hundida, no, ese iba a joderse
viéndome como lo olvidaba con otro hombre, aunque fuese de mentira.
Cuando llegó Hugo me dijo que ya había regresado Edu y se había colado en
la peluquería justo cuando estaba cerrando, que estaba mal, pálido y con los
ojos llorosos, tal cuál lo quería yo ver, así que punto para mí. Que no
hubiera jugado con mis sentimientos.
Hugo le dijo que yo estaba bien, que yo no le había contado que me había
pasado, que me había ido de su casa por algo, pero que aún no le conté y no
sabía si estaba en casa de mi tía o en la de mi amiga Virginia, vamos que se
lo quitó bien de encima.
—¿Pena de ese tío que me engañó la otra vez diciendo que era su ex y ahora
se la folla en Barcelona? Mira cállate que no quiero coger mis cosas e irme,
pero ese lo que se merece es llevarse una hostia de la vida y bien dada.
—No mujer, pero hablar y dejarlo todo aclarado y cada uno por su cuenta.
—No pienso hablar con él, ni mijita, antes me corto la lengua con una tijera.
—Bueno, relájate.
—Tengo ahora mismo un sentimiento tan feo por él, que no te imaginas la
rabia que me hace sentir.
Y eso era lo que tenía, decepción, rabia y mil cosas más feas, así que no
quería ni escuchar hablar de él, no quería saber nada.
Esa noche rompí a llorar en la cama sin que nadie me viera, no quería, no se
lo merecía, pero conmigo lo iba a tener crudo hasta en el trabajo y si los
tenía bien puesto, que me echara.
Capítulo 2
Sabía que iba a ser una mañana movidita, pero también sabía que como se
pusiera tonto, lo que le había hecho en su casa iba a ser poco para la que le
iba a montar en su despacho, así que, no me tocara mucho los ovarios que no
estaba para tonterías.
—¿Me puedes decir qué es lo que está pasando? —fue lo primero que dijo
al entrar por la puerta de mi oficina.
—Escucha, sal de aquí ahora mismo si no tienes nada que decirme que sea
laboral, del resto, te vas a engañar a otra.
—¿Qué hablas de engaño?
—¡Qué te vayas! —Me puse de pie con dos cojones y señalándole la puerta.
—Quiero que hablemos como personas, no puedes irte de mi vida así porque
así y no darme una explicación.
—No me puedo creer que seas esa persona con la que he compartido los
últimos meses.
—Ni yo, créeme que ni yo —señalé a la puerta y esta vez salió y se fue a su
despacho.
Cogí un poster gigante que había liado en una esquina y lo puse con papel
celofán en el cristal justo donde nos veíamos, sabía que me estaba mirando,
negando, pero me importaba una mierda, vamos como si se quería jalar de
los pelos.
—Dime jefe.
—Anda que no, encima poca vergüenza, en fin, dime que quieres que no voy
a perder mi preciado tiempo.
—Quiero que hablemos, por favor.
—Sabrina…
Lo dejé con la palabra en la boca y fui a mi oficina, eso sí, diez minutos
antes de la hora puse un post-it mirando para su despacho y en el cristal
diciendo que me iba antes porque me salía de los ovarios, así tal cuál.
Esa tarde me fui a ver a mi tía y a mi madre, las dos se llevaron tremendo
disgusto cuando les dije que ya no estaba con Edu y es que ambas le habían
cogido mucho cariño.
No les expliqué exactamente el motivo, pero las dejé a las dos con un mal
cuerpo y una tristeza impresionante, eso sí, los tápers de croquetas me los
llevé.
Esa noche Hugo no cenaba en casa porque había quedado con un chico, con
el anterior ya no se veía, pero una nueva ilusión había entrado en su vida y
es que este hombre me había salido de lo más enamoradizo.
—Quiero que pongas ahora mismo algo ahí que nos tape los caretos, que no
quiero ni verte —dije a grito pelado.
—No voy a poner nada hasta que tengas la educación de decirme que pasó
mientras yo estaba en Barcelona, para que todo esto se fuera a la mierda sin
ninguna razón.
Le hice con el dedo una peineta y fui a mi oficina a recogerlo todo, al salir
me encontré a Lala que me miró con tristeza, el día anterior la puse al tanto
de todo y estaba flipando en colores, pero ella se llevaría mi secreto a la
tumba, así que actuaría como si nada pasara.
Viernes por la tarde, desde el día anterior no había vuelto por la oficina ni
tenía noticias de Edu, ya le había avisado de que me pusiera la chica de
recepción un email cuando mi despacho y el suyo estuvieran separados, así
que no había tenido noticias y por lo que veía en la página de la seguridad
social seguía de alta, vamos que no me había echado ni que se atreviera.
Esa noche Hugo salía con su nuevo chico y Virginia estaba trabajando fuera
así que decidí salir sola, sí sola, pero en casa no me iba a quedar aquel
primer fin de semana de verano.
Me decanté por irme a una terraza de las tantas que ya estaban abiertas en la
playa y se ponían a reventar, seguro que me encontraba a alguien conocido o
me la pasaba sola como loca, me daba igual, el caso es que quería que me
diera el aire y no quedarme en el piso viendo cómo se me caía el techo
encima.
—Eres un hipócrita.
—Encima —me callé cuando el camarero vino y le trajo una copa que debió
de pedir antes de acercarse.
—Totalmente…
—No pensé jamás que serías tan injusta conmigo o que fueras capaz de
hacerme sentir culpable por algo que tú hicieras, pero bueno, imagino que
después de recoger tus cosas, hacerme ese numerito en la casa poniendo todo
del revés y tratándome como si fuera una mala persona, es que no queda en ti
ni el más mínimo amor del que pensé que sentías por mi —parecía que iba a
llorar, se tomó la copa de un trago, dejó cincuenta euros sobre la mesa para
las copas y se marchó.
Por la mañana me dieron el alta y nos fuimos para la casa, cuando le conté a
Hugo lo que le había dicho a Edu por poco me mata, pero es que no se
merecía otra cosa.
Esa noche dormí llorando como una niña pequeña, parecía que me habían
arrebatado la vida y estaba soltando todo eso que no había soltado días
atrás, el dolor se hacía más fuerte por momentos.
El domingo no salí de casa, lo pasé tirada en el sofá con una cara que me
llegaba al suelo, Hugo casi no hablaba estaba dolido con toda la situación y
me jodía que en cierto modo juzgara mi forma de actuar, era algo que no
comprendía, es más, no lo quería comprender pues el dolor me lo habían
causado a mí y vale que yo no me hubiera enfrentado a él con la verdad, pero
no estaba dispuesta a que me mintieran en mis narices una vez más.
Esa noche dormí llorando de nuevo, tenía rabia, dolor y no había permitido
que en el hospital me dieran la baja laboral, ya avisé que con un brazo era
auto eficiente, así que estaba dispuesta a partir del día siguiente comenzar
una nueva vida, dejar de lado los odios y centrarme en trabajar. Tenía que
olvidar a ese hombre y lo iba a hacer me costara lo que me costase.
Mi vida tenía que dar un giro y no podía vivir sufriendo por un hombre que
tenía dos caras, pues la tenía y lo peor aún que yo lo había creído todo este
tiempo y me sentí la mujer más especial del mundo, tonta de mí…
Capítulo 4
Comenzaba una nueva semana, un nuevo lunes y vuelta al trabajo. Sin ganas,
porque no quería ver a Edu, pero algo tenía que hacer, porque quedándome
en casa acabaría por volverme loca.
—Sabrina, una persona por nada, como tú dices, no lleva el brazo en ese
estado.
—No te importa.
—Sí, sí me importa, preciosa.
—¿Necesita algo, jefe? Porque tengo mucho trabajo pendiente, por lo que
veo —dije señalando el montón de papeles que había en mi mesa.
Eso sí, me costaba la misma vida tenerlo tan cerca y saber que lo había
perdido. Por dentro estaba hecha una verdadera mierda mientras que, por
fuera, fingía que no pasaba absolutamente nada.
—Ten —escuché que decía un rato después, lo miré y me había traído una
taza de café que dejaba sobre la mesa.
—Gracias.
Después de unos minutos en los que vio que no iba a hacerle ni puñetero
caso, volvió a su despacho.
Yo estaba que me moría, pero no pensaba darle el gusto de verme mal, antes
muerta que sencilla, como cantara aquella niña tan salerosa.
Estaba agotada de hacer todo con un solo brazo y forzar más de lo normal el
que se llevó todo el golpe, pero podía resistir un poquito más.
Y resistí, por supuesto que sí, como una verdadera campeona aguanté el
dolor, y no solo el del brazo sino también el de mi corazón.
—No es necesario.
—No soy tan gilipollas, aunque haya gente que piense lo contrario —
contesté y me fui.
En cuanto llegué a casa me comí una ensalada de pasta que había dejado
Hugo preparada antes de irse. Hoy él no vendría a comer así que me iba a
meter en la cama a descansar, lo necesitaba.
Café y tostadas para desayunar y rumbo a la oficina ese martes, con el mismo
ánimo de mierda que el día anterior, pero la sonrisa en la cara y que nadie
notara nada.
—Buenos días, guapa —me saludó Lala llegando con un táper lleno de
galletas.
—Buenos días.
—Hija, mira que me gusta poco verte con esa carita, de verdad.
—Buenos días.
Ahí estaba él, ese mentiroso que me tomaba por tonta. Cuando lo miré vi que
llevaba una bandeja de la pastelería que había cerca de las oficinas, le salió
una media sonrisa y yo quise que se tragara la puñetera bandeja.
—Buenos días, jefe. Sabrina, cariño, hablamos —me dijo Lala, dejándonos
solos.
Sí, ahí sobre la mesa dejó los dulces que había traído y se fue al despacho.
Necesitaba estar sola en ese momento, hasta que vi que se abría la puerta y
él entró.
—Tú me vuelves loco, preciosa, porque te quiero más que a nada y me mata
verte así. ¿Qué te pasa?
—Nada que te importe. Por favor, déjame sola, Eduardo —le pedí, pero no
me hizo caso.
—Cariño, habla conmigo.
Aquello era una tortura, una auténtica tortura. Me miraba en el espejo y tenía
una cara que me daba pena hasta a mí. ¿Dónde coño estaba mi sonrisa? La de
verdad, esa que salía con solo pensar en él, o escucharle decir mi nombre.
Volví a mi puesto y poco tardó en venir con un café para mí, pero no dijo
nada, tan solo lo dejó en la mesa y se marchó.
—Deja que hoy te lleve a casa, por favor —me dijo antes de que acabara de
recoger mis cosas.
—No.
Pasé por su lado evitando que tan siquiera nos rozáramos y salí de las
oficinas para coger un taxi que me llevara a casa de mi madre.
En cuanto entré ambas me dieron uno de esos abrazos que reconfortan, pero
con los que yo acabé llorando como una niña pequeña.
Habían preparado tortilla para comer, así que aproveché para disfrutar de
esa delicia, porque a mi madre le salían de muerte. Vamos, que tenían un par
más hechas y me dieron una para que cenáramos Hugo y yo.
Con el café y unas galletas nos sentamos a ver un poco la televisión, ellas
estaban enganchadas a una novela y no dudaron en ponerme al día de lo que
ocurría entre sus variopintos personajes.
—¿Tú qué eres ahora, policía? Pensé que lo tuyo era teñir y cortas pelos,
pero veo que no.
Me levanté de la mesa de una mala leche que no podía con ella, lo que tenía
que escuchar, que me dijera que yo era injusta con el hijo de puta que me
había mentido y tomado por tonta.
—Sí que debo parecer una cría a su lado para que no solo él me tome por
idiota, sino que mi mejor amigo encima lo defienda.
—No hay nada que explicar, tengo muy claro que los mensajes y esas fotos
provocativas no son de una ex mujer y menos lesbiana. Buenas noches.
Ahí lo dejé llamándome, pero no iba a aguantar que me dijera una sola
palabra más.
Di un portazo nada más entrar en la habitación y me tumbé en la cama a
llorar.
Perfecto, un mensaje que me hacía llorar aún más, pero no eran sinceras esas
palabras, me había engañado de la peor manera, enterándome por casualidad
de todas esas mentiras.
Capítulo 5
—No empieces, por favor, que bastante mal estoy. Mira —le di el móvil y
dejé que leyera el e-mail que me había enviado Eduardo la noche anterior.
—Joder, Sabrina, este hombre está enamorado hasta las trancas, de verdad.
Cuando entré en mi despacho tenía un café con una rosa roja y una nota de
Eduardo.
«No podía dejar de traerte el café, preciosa. Tengo una reunión fuera,
volveré a media mañana. Te quiero, cariño»
Y otra vez llorando, y con la mierda del cabestrillo que tenía en el brazo. Me
costaba la vida sacar las cosas del bolso, así que acabó en el suelo y todo
desparramado.
Al ver los lagrimones que me caían por las mejillas se arrodilló a mi lado y
me abrazó, menuda estampa para quien pudiera llegar en ese momento, las
dos llorando como idiotas.
—¿Por qué lloramos? —me preguntó secándose las mejillas con un pañuelo.
Menos mal que su maquillaje era de ese waterproof porque si no, tendría las
mejillas bonitas, la pobre.
—No, bueno, sí, el brazo también —dije secando mis lágrimas con el dorso
de la mano—, pero es aquí —me llevé la mano al pecho, señalando mi
corazón—, que duele demasiado. Mira que he tenido malas experiencias
amorosas, pero esta…
Bueno, en el fondo así era, porque como decía la canción “Algo se muere en
el alma, cuando un amigo se va”. Eduardo había sido mi novio, pero
también mi amigo.
A media mañana llegó él, con una bandeja de esos dulces de la pastelería
que tanto me gustaban.
—Buenos días, jefe —enfaticé esa palabra porque no quería que se olvidara
de quién era él y quién era yo.
No había nada entre nosotros, ya no, nunca lo habría porque me había hecho
tanto daño descubrir esa mentira, que no podría perdonar todo el dolor que
sentía en mi corazón.
—Me mata verte así, preciosa. Esta no eres tú. ¿Lo del brazo…?
Lo miré arqueando la ceja al ver que no seguía hablando, hasta que sus
siguientes palabras me dejaron descolocada.
—Nunca, nadie, sentirá por ti un amor tan grande como el que siento yo.
Me tomé un café mientras veía los vídeos en Tik Tok y cuando acabé eché un
vistazo a los escaparates. Entré en una tienda y me compré un vestido
monísimo y de lo más veraniego, ya lo estrenaría alguna noche que saliera
con Virginia, además de unas sandalias con tacón que me encantaron.
Llegué a casa justo para la cena, Hugo estaba preparando una lasaña así que
puse la mesa y disfrutamos de esa deliciosa receta que le había dado su tía.
Vimos una peli y cuando el sueño empezó a hacer estragos en mí, le di las
buenas noches y me fui a la cama.
Nuestra canción, bueno, nuestra no, de Luis Fonsi, pero desde el día que la
cantamos juntos en la India yo la había hecho nuestra.
Ahora me decía aquellas cosas, y volvía a llorar como una niña pequeña
porque, en el fondo, ese hombre se empeñaba en ser el romántico que era y
había sido conmigo.
Pero no podía olvidarme de todo el dolor que sentía desde que vi esas
llamadas y las fotos.
Me acurruqué en la cama y me quedé dormida, solo que en mis sueños todo
seguía siendo como durante esos tres meses que viví con él y fui la mujer
más feliz del mundo.
Era jueves y para mí el último día de trabajo, al día siguiente tenía médico y
no iba a ir a la oficina, todavía tenía que informar de ello a mi querido y
adorado jefe. Nótese la ironía de mis bellas palabras.
—Buenos días —ahí estaba él, con un café para mí, además de una bandeja
de dulces.
—Tengo trabajo.
No dije más, y tampoco hizo falta, se dio por aludido puesto que le iba a
ignorar y se fue a su despacho.
Ese maldito cristal seguía entre nosotros y yo tenía que verlo a diario. Y otra
vez llorando, madre mía me iba a quedar sin lágrimas.
—No, no lo estás, preciosa. Estás mal, lo sé. Por favor, habla conmigo,
necesito que me digas…
—Dime, mi amor.
Me mataba escucharlo hablarme así, con ese cariño y el rostro triste, pero
más triste estaba yo porque me había engañado y me tomaba por tonta.
El resto de la mañana fue una auténtica mierda, estaba rota y hecha polvo, me
sentía mal y no hacía más que llorar. Él, me miraba y, de vez en cuando, salía
para calmarme un poco pasándome la mano por la espalda, pero no hablaba,
no me decía nada, y yo tampoco.
Salí sin tan siquiera despedirme de Eduardo, no iba a verlo hasta el lunes y
no tenía ánimo de decirle adiós.
Entré en casa y me encontré un precioso ramo de rosas rojas en la mesa del
salón y una nota. Llamé a Hugo, pero no me contestó.
«No vengo a comer, cariño, solo vine a traerte esto que llegó a mi trabajo
y es para ti. Lee la tarjeta. Te quiero. (Te juro que yo he llorado, ese
hombre…)»
Y ahí acababa la nota de mi amigo. Cogí la tarjeta que había junto a las
flores y me senté en el sofá para leerla.
«En la India te dije que no me daría por vencido, porque te amo más de lo
que nunca antes amé a nadie. Porque eres todo cuanto puedo pedirle a la
vida para tener a mi lado hasta mi último aliento. Porque, sin ser
consciente de ello, te has hecho imprescindible para mí por tu forma de
ser, por ese aire inocente y sensual a partes iguales que te caracteriza.
Eres la persona más importante que tengo en mi vida y antes de hacerte
daño, preferiría la muerte. No me canso, no me rindo. No»
Pasé la tarde viendo la novela esa a la que mi madre y mi tía estaban tan
enganchadas, me tomé un chocolate y esperé a que llegara Hugo para cenar.
Me dolía el hombro una barbaridad y estaba del cabestrillo hasta las narices,
de paso, también lo estaba de mi vida.
—Pasé por aquí para ver si al final venías acompañada o no, no quería
dejarte sola.
Ya no tenía que regresar más a la clínica, así que me despedí del doctor y
salimos de allí.
—¿Un café?
—Gracias, hasta el lunes —me bajé sin mirar atrás y subí directamente
mientras lloraba como una niña pequeña.
Me tiré en el sofá y me quedé ahí un buen rato, Hugo me había avisado que
no venía a comer, ni siquiera a dormir, que ya volvería el sábado a mediodía
ya que había quedado con su chico, así que me quedaba un día de lloros y
lamento.
Ni me hice de comer, al final con tanto lloro me quedé dormida hasta las seis
de la tarde que sonó el timbre de la puerta, ni siquiera el telefonillo, pensé
que era mi madre y mi tía, pero no, era Edu, de nuevo estaba ahí.
—¿Tanto lo amas?
—Con todas mis fuerzas —la que estaba liando, era para meterme en un
psiquiátrico, pero la rabia de saber su traición me hacía seguir actuando así.
Me puse a preparar dos cafés y el silencio se hizo entre nosotros.
Sabía que le hacía daño, pero el que me hizo daño primero fue él a mí, eso
era algo evidente y si ahora estábamos así era por su comportamiento, ese
que nos llevó a estar de esta manera.
—Ve saliendo, poco a poco, pero por favor sin pausas, que a mí también me
sabe mal estar así contigo y me siento desleal con él —toma ya, ese se
acostó con la rubia, pero yo le iba a dar el día, el polvo le iba a salir caro.
—Los días que estuvimos en la India fueron los más felices de mi vida.
—¿Y en qué cambio cuando nos fuimos a vivir juntos para que ahí no lo
fueras?
—Por mi parte no, fue creciendo ese amor, se fue reconfortando, era muy
feliz, pero reitero que los días más felices de mi vida fueron en la India
porque lo recuerdo como algo que viví tan intensamente que me llenó el
corazón por completo, pero el amor fue aumentando aún más, hubiera dado
la vida por morir de viejito a tu lado —se le comenzaron a caer las lágrimas.
—No me entra en la cabeza que con lo bonita que era nuestra relación y la
complicidad que teníamos, de repente aparezca alguien y me detestes, me
trates como a un desconocido, como si molestara en tu vida, eso no lo
entiendo, pero imagino que lo harás por algo, no sé, de verdad me estoy
volviendo loco —rompió a llorar a lagrima tendida y con un quejido que me
quedé incrédula, intentaba no emitir sonido, pero no podía frenar ese dolor
que estaba sintiendo.
Eran las nueve de la mañana cuando sonó el telefonillo y abrí sin preguntar,
ya me daba igual quién viniera, si mi madre, mi tía, Hugo, el vecino o el
mismísimo…
—Buenos días, pensé que quizás te apetecía pan recién hecho para
desayunar —dijo mientras yo me apartaba para que pasara.
—Hombre si yo fuera una infiel sería facilísimo, pero no, yo no soy de esas,
soy de las que respeta a su pareja por encima de todo, así que lo tengo
difícil, ya que está de misión y no vuelve hasta dentro de un mes.
—Hombre para una masturbación no está, pero ahí va mejorando —soltó una
risa.
—Uy que preguntas hijo, nunca se puede decir “de esta agua no beberé”,
supongo que sí, pero vamos según las ganas de caer que tenga la otra
persona.
—Pues no te veo el mismo brillo que tenías conmigo cuando lo nombras a él.
—La leche, ya te has invitado. Yo es que te soy sincera, con esto del hombro
no tengo muchas ganas de cocinar.
—No, no te iba a hacer cocinar, era pedir que nos trajeran comida de donde
quisieras.
—No sé, de verdad. ¿No crees que es peor para los dos estar más tiempo
juntos?
—¿Te molesto?
—¿Tan mal lo hice para no querer ni siquiera recordar lo que nos amamos un
día?
—No lo sé…
—¿No lo sabes?
—Pienso que no, de lo contrario no estaríamos así, pero si hice algo mal fue
sin querer pues todo lo que hice lo intenté hacer con el corazón.
Me jodía que siguiera mintiendo, ¿tan difícil era decir la verdad por una vez
y luego pedir perdón, aunque eso no solucionara el daño?
Se quedó toda la mañana conmigo, ya cambiamos el tema y estuvimos todo el
tiempo hablando de trabajo, imagino que era la única forma de mantenernos
a los dos sin soltarnos de todo, bueno yo, yo era la bruta, pero es que el no
cantaba y eso me ponía morada, miedo me daba a reventar.
Comimos una paella que le pedimos a un restaurante de esa calle y que nos
la trajo a casa con una bandeja de pescado frito, nos pusimos morados.
Después de comer nos tomamos un café y ya se fue, sin decir nada, solo
dando las gracias por el buen ratito que habíamos echado, encima es que me
daba una pena brutal.
Esa tarde otra vez la pasé de llorera en el sofá, si es que más tonta y no
nacía, debería de haber cortado ya por lo sano, si no lo iba a perdonar al
final iba a conseguir con todo esto hacerme más daño, pero es que no podía
hacerlo de otra manera, lo amaba con toda mi alma y no sabía ni cómo
actuar, ni que hacer, ni dónde meterme.
Llegamos a un sitio muy chulo, era un paseo marítimo con una playa preciosa
llena de chiringuitos, una zona muy cara donde solo había urbanizaciones de
lujo.
Yo estaba ese día muy suave, no tenía ganas de nada que me llevara al mal
rollo, quería un día de paz, aunque cuando me venía ese cruel mensaje a la
mente me daban ganas de cogerlo por el cuello y estrangularlo.
Bebimos una botella de vino blanco con un pescado horneado y una ensalada
de marisco, la verdad es que estaba cocinado muy bien y la presentación era
increíblemente espectacular.
—Bueno, mañana nos toca currar —dijo antes de que me bajara del coche.
—Sí, claro, mañana nos vemos en las oficinas.
—Descansa.
—Igualmente, jefe.
Abrí los tápers y sonreí al ver esa empanada de atún, con huevo y tomate que
tanto nos gustaba, así que se la enseñé a Hugo, que se puso a aplaudir feliz y
vino a por un trozo.
En los demás tápers había bolitas de queso empanadas y listas para freír,
mini empanadillas de jamón york y queso, todo hecho por ellas. La verdad es
que tenían unas benditas manos para la comida y no había plato o postre que
se les resistiera.
Cenamos temprano y nos pusimos a ver una peli, yo no podía quitarme a Edu
de la cabeza y sentía mucha rabia e impotencia pues lo amaba con toda mi
alma y lo echaba muchísimo de menos, sobre todo, esos abrazos que me
daba y me acurrucaba en él, antes de dormir.
Ahora dormía sola, triste y con un dolor que no se me iba, no imaginé jamás
que una traición así pudiera doler tanto.
Eso dolía, leer eso dolía mucho porque te creaba dudas de todo, no entendía
cómo podía amar de esa manera y ser infiel, eso no tenía sentido, a no ser
que fuera de los que quieren una en casa y unas cuantas, en la calle, en fin…
Todo era un quebradero de cabeza impresionante y yo lo único que quería
era arrancar ese dolor de mi corazón, pues dolía mucho, muchísimo,
demasiado.
Para colmo en el trabajo lo tenía frente por frente ¿Quién era la bonita que
podía superar eso en plena guerra mental por olvidar a ese hombre y el dolor
que había causado en mí? En fin, lo tenía muy jodido.
Capítulo 8
¡Lunes qué te quiero lunes! Mentira más grande para empezar la semana y
volver a la rutina, al trabajo en la oficina y a ver a Edu.
Me tomé el café y salí de casa, Hugo no estaba, así que nada de tostadas,
más que nada porque no me apetecía hacérmelas.
—Tu madre me va a provocar una diabetes con tanto azúcar, ya verás —reí y
ella le quitó importancia con un gesto de la mano.
¿Cómo era posible que tuviera esos gestos y detalles conmigo después de lo
mal que se había portado? Porque… no podría haberse arrepentido de
jugármela de esa manera y ahora querer que hiciéramos como si no hubiera
pasado nada.
—¿No tienes otra cosa que hacer? —pregunté mirándolo con la ceja
arqueada.
—Bueno, un mes pasa rápido, mujer —contestó con una sonrisa que no les
llegaba a los ojos.
—Desde luego, me veo buscándote un militar para que se haga pasar por tu
novio cualquier día.
—Sí, sí, peli la que te estás montando tú, con lo que te quiere ese hombre.
Se decía que si se pisa una mierda de perro sin darte cuenta es señal de
buena suerte, pues yo las iba a evitar no sea que con el día que llevaba, fuera
todo lo contrario para mí.
—Buenos días, preciosa —me dijo en cuanto me vio entrar—. Me tenías
preocupado. ¿Estás bien?
—Estoy bien.
Aproveché que estaba sola y lloré como una niña. ¿Por qué tenía que seguir
doliéndome tanto verlo? ¿Por qué seguía enamorada de él?
Porque era idiota, no había otra explicación.
—Hola, cariño —mi tía me abrazó y cuando mi madre nos vio, se unió a
nosotras.
—¿Qué hay de comer? —pregunté para poner un poco de paz entre ambas.
Y allí pasé la tarde, viendo la tele, charlando, tomando café y riendo con
ellas. Me hacía falta eso, olvidarme por un rato de lo mal que lo estaba
pasando y disfrutar con esas dos personas que siempre estarían ahí para mí,
pasara lo que pasara.
Me fui para casa y antes de llegar paré a comprar pizza para cenar. Cuando
Hugo me escuchó entrar y le llegó el olor, se asomó por el pasillo y sonrió al
tiempo que levantaba ambas cejas. Qué loco estaba el jodido.
Puso la mesa en lo que yo me cambiaba de ropa y buscó una peli para ver
mientras cenábamos. Al final se decantó por una comedia, de esas que te
hacen acabar con dolor de barriga por las carcajadas, pero lo prefería,
porque si me hubiese puesto un drama, acababa por secarme las lágrimas
con una sábana.
—Me voy a la cama que estoy muerto —dijo dándome un beso cuando acabó
la película.
—Que descanses, guapo.
—Igualmente, cariño.
Recogí todo y me preparé una taza de té. Estaba agobiada a pesar de haber
tenido una tarde divertida, igual que la noche. Me lo tomé mientras
contemplaba la ciudad por la ventana, el ir y venir de la gente en esa noche
de verano.
Cada uno con sus pensamientos, con sus cosas que hacer y sus vivencias. El
mudo seguía girando, no se había detenido porque Edu me hubiera engañado
y yo lo dejara poniendo su casa patas arriba.
Una pequeña venganza, por haber puesto él la mía del mismo modo meses
atrás.
Tampoco fue tan grave, seguro que hasta le hizo gracia cuando vio aquel
recibimiento al entrar en casa y comprobar que nada estaba en su sitio, ni
siquiera yo estaba allí para esperarlo, y es que no me iba a quedar donde
realmente no se me quería.
Cerré los ojos y fue su rostro, y no otra cosa, lo que se me vino en ese
momento a la mente.
Despertar con el delicioso olor a café recién hecho es una auténtica gozada,
pero encontrar que mi Hugo del alma me había dejado el desayuno
preparado antes de irse, era mejor todavía.
Nada más llegar a mi mesa me encontré con una rosa, una bandeja de dulces
y una nota.
—Buenos días.
—El otro día me dijo que quería comer conmigo, y me negué, hoy… —Le
tendí la nota y ella hizo como que se desmayaba.
—Otra como Hugo, es que de verdad… ¿Os da una comisión ese hombre por
convencerme para que hable con él de ese tema?
—Sí, sí, pero de momento no quiero saber nada de lo que tenga que
contarme.
—Pero a comer sí vas a ir, ¿verdad?
—No.
Sí, al final decidí comer con él, pero ahora me estaba costando la misma
vida entrar en el restaurante.
Yo no sabía qué pedir porque tenía el estómago cerrado, así que me decidí
por el pescado.
—Gracias por venir —me dijo una vez volvimos a quedarnos solos.
Evité su mirada porque si me quedaba un solo minuto más con esos ojos
fijos en los míos, acabaría perdonándole y… no podía, de verdad que por el
momento no podía.
—¿Qué tal las reuniones? —pregunté lo primero que me vino a la cabeza,
cualquier tema valdría siempre que no fuera algo sobre nosotros.
El tiempo que pasamos en ese lugar charlando me hizo revivir los momentos
juntos en aquel primer viaje a la India, o las veces que salimos a comer fuera
durante los tres meses que vivimos juntos.
Tenía que ser sincera, al menos conmigo misma, y reconocer que le echaba
de menos, y mucho.
—Vale.
—Gracias.
Me miró fijamente y vi que él necesitaba esa cena tanto como yo, pero no iba
a aceptar, ya había ido a comer con él.
Ya salió el tema, justo lo que no quería. Ya decía yo que estaba siendo un día
demasiado bonito para que continuara así.
Desde luego que lo había echado de menos cuando tuvo que viajar, hasta ese
maldito día en que aquella babosa rubia apareció en la Tablet.
Llegué a casa, me metí en la cama y lloré, otra vez. Menudos días estaba
pasando, no había llorado tanto en toda mi vida.
«No hay noche que no te eche de menos para poder abrazarte, ni mañana
que al despertar no te recuerde. Dije que me apartaría, poco a poco, pero
no puedo. Te quiero demasiado para que todo acabe así, Sabrina»
—Si supieras cuánto te quiero yo, Edu, y lo mucho que me dolió que me
engañaras —murmuré mientras ponía las rosas en agua.
Llegué a la oficina y Lala vino a dejarme uno de esos tápers con galletas,
pero se marchó corriendo porque tenía que solucionar algunos temas de
trabajo.
—Eso está bien, que no vengas con las manos vacías —me abrazó y fuimos a
la cocina.
—Hola, tía.
—Para el café.
Decían que me veían mala carita y no me extrañaba, porque sí, tenía unas
ojeras que cubría con corrector, pero una madre, y una tía, se dan cuenta de
esos pequeños detalles.
Café, dulces, sofá y novela. Listas las tres para pasar unas horitas ahí
sentadas tan tranquilas, y cómo enganchaba la jodida novela, madre mía. Lo
mío era un dramón, pero esto… Si la viera Hugo, se enganchaba como
nosotras. Qué jaleos se traían en esa historia.
Merendé con ellas y me dieron un táper con croquetas que habían sobrado y
otro con empanadillas, vamos que llevaba la cena para el Hugo de sus
amores.
Llegué a las oficinas y lo primero que recibí fue una llamada de Edu,
diciendo que estaba en una reunión y que encima de la mesa estaba su Tablet,
necesitaba que le reenviara una foto de un plano que había en una carpeta,
me dio la contraseña y fui a enviársela.
En ese momento me entró ganas de ver todo el mensaje completo con aquella
chica rubia, el día que lo vi fue bajando la ventanilla de notificación, no
pude ver más, pero ahora que la tenía en abierto cogí aire y quise ver hasta
donde habían llegado.
La abrí y había infinidad de mensajes, lo llevé hasta aquel día y un poco más
atrás, comencé a leer y sí, me quise morir en aquel momento.
Ese día que le dijo que lo había pasado muy bien la noche anterior con él, no
se refería a él, sino al chico con el que estaba y le enseñaba esas fotos sexys
por la confianza que tenía con Edu.
Le había contado que se había sentido atraída por ese hombre y que estaba
dudando de su orientación, digamos que se sentía bisexual.
Salí de su despacho llorando, lo que había liado no iba a haber Dios que lo
desliara…
—No, hoy tengo ganas de descansar, me iré a casa y me meteré allí el fin de
semana. Gracias de todas formas — se puso a teclear y me giré para volver
a mi puesto derramando las malditas lágrimas, esas que me estaban matando
viva.
Sabía ahora que no era Hugo el que iba a venir, no sabía cómo, pero entendí
que habían hablado.
—No lo eres.
—Yo también lo siento, no sabes el daño que me has causado —me hablaba
de una manera que no era mal en él, no a la que me tenía acostumbrada y es
que sabía que Hugo le había contado todo.
—Me lo contaron ayer, por eso dejé la Tablet sobre la mesa, sabía que
verías los mensajes completos, sabía que te darías cuenta de que lo único
que hice fue amarte con todas mis fuerzas.
—Ni yo, pensé que tenías la suficiente confianza para haber hablado
conmigo —sonaba a reproche, dolor, pero nada de conciliación.
—La he cagado…
Nos trajeron las copas y los chupitos, me lo tomé todo de un trago sin
mirarlo, me quería emborrachar, perder el norte, olvidarme del mundo, de
todo eso que me había cargado.
Me levanté con la copa para irme a la orilla del mar, dejé los zapatos ahí y
me puse a mojar mis pies mientras lloraba mirando al horizonte, sentía un
dolor más fuerte que el que sentí el día que malinterpreté aquel mensaje.
¿Cómo podía haber sido tan estúpida?
—No, no quiero.
—¿Vienes o te llevo?
Me senté en el sillón con las piernas cruzadas, me metí el vestido entre ellas
ya que era holgado, me puse las manos en la cara y comencé a llorar como
una niña pequeña.
—No quiero verte llorar, no quiero verte así, yo no sé qué hacer para
calmarte cuando tengo un dolor extraño y diferente, siento mucha rabia,
mucha tristeza y una decepción muy grande.
Eso de decepción me mataba, como si me clavaran un cuchillo en el pecho,
me dolía mucho escuchar eso de él, pero era lo que sentía y yo lo había
provocado.
—Ya se me pasará.
—No te voy a dejar sola y, ¿sabes por qué? Porque a pesar de lo mal que
estoy y de la decepción y rabia que siento, te sigo queriendo, aunque no vaya
a luchar más por ti, para mí has sido la persona que más he amado en mi
vida.
El camarero apareció con dos, debió entender que otra ronda, pero vamos
que Edu comenzó a beberla, sin moverse ante mí.
—Pues quédate tranquilo de que haré mi trabajo lo mejor que pueda. Ahora
si quieres, puedes marcharte.
—Edu, no te preocupes.
—Bueno, eso lo dirás tú, pero no te voy a dejar sola, ni voy a permitir que
sigas bebiendo —me puso el cinturón de seguridad y se fue a su asiento.
Ni caso, para su casa que fue. Aparcó el coche y vino a abrirme la puerta, le
dije que no me bajaba y metió su cuerpo, me quitó el cinturón de seguridad y
metió una de sus manos por debajo de mis piernas, otra por la espalda y me
sacó del coche y con su pierna cerró la puerta.
—Edu…
—Dime, Sabrina.
—Bueno…
—Te quiero mucho, pese a que no estemos juntos, siempre me tendrás para
lo que necesites —eso me dolió, me daba a entender claramente que no iba a
volver más conmigo.
En esos momentos revivía aquello con lo que tanto disfruté con él, me partía
el alma que no hubiera esas sonrisas cómplices que teníamos cuando lo
hacíamos, me dolía en el alma sentir que todo, todo había sido algo que por
mi culpa se había esfumado, esa era la triste realidad.
Quería gritarle que lo amaba mientras lo notaba con ese dolor que sentía en
su pecho, a la vez que experimentaba el placer del momento, era todo tan
fuerte y extraño, era todo tan doloroso…
No me dijo nada, no nos dijimos nada, solo había hecho lo que le había
pedido, ahí no había ni la más mínima intención de nada por su parte, era
como si él hubiese puesto punto y final a lo nuestro. Dolía mucho esa
sensación.
Me quedé pensativa un buen rato, me comenzaba a sentir mal, tenía ganas de
apretarlo muy fuerte e implorar que me perdonara, no quería perderlo, no
quería dejar de estar entre sus brazos, no quería una vida sin él y eso me
aterraba, me hacía sentir como si se llevaran lo más valioso que tenía en el
mundo.
Lloré en su hombro y las lágrimas caían sobre él, que no decía nada. Nos
manteníamos en silencio, pero es que me dolía tanto sentirme una extraña en
sus brazos, que me desgarraba el alma.
Amanecí desnuda pegada a él, que ya estaba con los ojos abiertos.
—No, no te lo voy a poner más difícil —dije con tristeza e intenté que me
soltara, pero volvió a agarrarme.
—¿No comprendes que nos estamos haciendo daño? Yo por lo que hice y tú
por ponerme a mí las cosas también difíciles.
Me abrazó y se puso a llorar también, con un dolor que lo podía sentir como
mío, ese dolor de rabia de que todo se había ido a la mierda, de que aquello
nos había hecho mucho daño y todo por mi culpa, por mi mierda culpa. Me
iba a maldecir todos los días de mi vida y es que no podía haber sido más
estúpida aquel día.
—No sé cómo actuar contigo, pero créeme que no quiero estar mal, para mí
no eres una persona más, eres alguien a quien quiero mucho, demasiado. Es
verdad que no sé cómo afrontar esto, siento mucha decepción y pocas fuerzas
para todo, pero no quiero que estés mal, porque eso me parte el alma.
Me senté en una hamaca con los pies cruzados, él llegó y se sentó en la otra,
mirándome, sin dejar de hacerlo, pero con un silencio que me ponía más
nerviosa de lo que estaba, hasta que lo rompió.
—Sabrina, es muy difícil digerir todo por lo que he pasado este tiempo, es
muy difícil el peso que llevé encima sin entender nada, pensando que otro
hombre había ocupado mi lugar. No puedo ser el de antes, ahora mismo
tengo muchos demonios dentro. Te deseo y daría lo que fuera por meterte en
mi cama y tenerte abrazada a mí hasta el lunes que vayamos a trabajar, pero
sé que eso me haría mucho daño y a ti también.
—Me estoy volviendo loca, todo esto es una puta mierda —me levanté, me
puse la mano en la frente y comencé a negar mientras daba vuelta en círculos
llorando a mares.
—Prefiero ese daño al vacío tan grande que siento cuando estoy sin ti…
—¿Estás segura?
No estaba hablador, pero estaba y eso quiera o no, me calmaba ese dolor un
poquito, pero me daba mucha tristeza verlo así, no se lo merecía.
Pidió una ración de pescado frito y una ensalada, el silencio era el rey del
momento y eso me mataba, pero imaginaba que, como yo, no sabía que decir.
—Sabrina he tomado una decisión y por eso quería verte, para decírtela —
me dio tanto miedo esa frase que no supe que decir —. Comenzaré a trabajar
desde casa durante una temporada, creo que será lo mejor para ti y para mí,
ir dejando que pase el tiempo y se sanen un poco las heridas.
—Claro —me levanté cogiendo mis cosas y sin decir nada me fui.
Me fui andando todo el paseo marítimo y en la zona de taxis cogí uno que me
llevó hasta casa.
Lloré una hora, pero con el corazón desgarrado. Hugo llegó y lo puse al tanto
de todo, me dijo que ya me lo advirtió, pero me abrazó fuerte y me transmitió
que todo iría bien, pero no, no iba a ir bien, ya todo había terminado y Edu
había puesto tierra de por medio. Ahora dejaría de verlo cada día y eso para
mí era terrible.
Pasé la peor tarde de mi vida, no había consuelo para tanto dolor y lo peor
de todo, es que no quería vivir eso de ir trabajar y ver su despacho vacío sin
él, sin poder mirarnos, aunque no nos dijéramos nada. Aquello iba a ser lo
más duro que me iba a tocar vivir.
Faltaba unas dos semanas para mis vacaciones, eso es lo que tendría que
aguantar, pero por otro lado sabía que luego sería un mes más alejada a todo
lo que me unía a él y que era solo el trabajo.
Ahora, aunque no estuviera, al menos recibiría sus emails con las tareas que
debía realizar y de perderlo todo a tener al menos eso, pues algo era, pero en
vacaciones perdería todo el contacto con él y lo peor de todo es que podía
conocer a otra persona y olvidarse de mí, eso me aterraba, me dolía
demasiado.
Esa noche lloré tanto que pensaba que me secaría. Hugo no dejaba de entrar
a mi cuarto a abrazarme, podía escucharme tras la puerta y estaba fatal, hasta
que decidió quedarse en mi cama abrazado a mí e intentando consolarme en
este momento tan doloroso que estaba pasando.
Me puse a ver las fotos de la India donde la cara de felicidad de ambos era
el reflejo de todo aquello que habíamos sentido y que no fue poco, era
demasiado, pues lo amaba con todas mis fuerzas y lo quería más que a nada
en este mundo por muy fuerte que sonara, pero así lo sentía, daría lo que
fuera por dar marcha atrás y comenzar en ese punto donde lo teníamos y lo
éramos todo.
Capítulo 12
Llegué a las oficinas con una cara que despedía a la gente. Lala vino a mi
oficina preocupada y la puse al día mientras lloraba sin consuelo, la pobre
se quedó de lo más preocupada y se fue a su puesto con la cara
descompuesta.
Ese día lo pasé llorando en la casa, cuando Hugo llegó por la noche me
intentó consolar, pero no había nada que lo consiguiera, estaba demasiado
tocada.
“Hola, Eduardo.
Me pongo en contacto con usted para transmitirle mi firme decisión de
romper mi contrato laboral en los próximos días.
Sin más, espero para ese día que el asesor me haga llegar la renuncia para
firmársela.
Un saludo.
Sabrina Ocaña”
Esa noche estuve charlando con Hugo hasta las tantas, sabíamos que esa era
la mejor decisión ahora mismo, ya que él estaba privado de su puesto por no
estar conmigo. Edu se estaba sacrificando aun siendo el jefe y lo más
honesto era irme y dejarlo que hiciera su vida sin tener que encontrarse
conmigo.
Trabajé toda la mañana y le fui mandando a Edu todo lo que me pedía por
email, triste, pero tenía que hacerme a la idea de que ya lo había perdido por
mucho que doliera.
Esa tarde me fui a casa de mi madre y de mi tía, les comenté que estaba
barajando la posibilidad de irme el lunes y estar una semana de viaje sola,
por algún lugar del mundo, me aconsejaron que fuera a algún lugar seguro
que era peligroso meterme en ciertos sitios si iba a ir sola.
Por la noche se lo conté a Hugo y me dijo que sí, que debería de irme para,
cambiar de aires y encontrarme a mí misma. Tenía razón, así que me lo iba a
replantear muy seriamente.
Esa tarde me puse a buscar desde el portátil destinos en ofertas con salida
inmediata para el lunes y encontré una oferta para el Caribe en un “todo
incluido” una semana en un hotel en primera línea de playa y los billetes de
avión, todo por ochocientos euros, ya que era una oferta de última hora para
llenar el avión.
No sabía qué hacer, estaba en duda, pero al final lo hice, le di a comprar y lo
pagué. En nada de tiempo tenía todo el paquete en mi email, era una locura
sí, pero necesitaba poner tierra de por medio y desconectar en otro lugar del
mundo.
El viernes entré por la mañana a trabajar y dos horas después me fui a tomar
un café a la sala, con tan mala suerte que allí estaba Nico, que al verme sacó
ese hocico y me miró.
—No te digo que no, solo te pido que te tomes ya tu mes de vacaciones y a la
vuelta me lo pidas y yo te lo daré, o de lo contrario tu puesto te estará
esperando.
—Te pido por favor que te tomes las vacaciones y a la vuelta vengas y lo
firmas, te lo dejaré encima de tu mesa para que lo firmes o lo partas.
Cuando miré el reloj apenas eran las seis y media de la mañana, me levanté,
me asomé a la terraza y me quedé boquiabierta. Aquello era una preciosidad
que el día anterior apenas si pude apreciar, ya que el cansancio, la noche y
todo se me vino encima.
Me puse un bikini blanco de un solo tirante y una camiseta larga holgada por
encima, de mangas muy cortas y caída hacia el lado, estaba monísima lástima
que fuera un alma en pena, estaba tocada y hundida.
Hugo: Guapa, guapa, guapa. Me juego mil euros a que hoy follas.
Me tuve que echar a reír.
Bajé a desayunar al restaurante que aquello era gigante, había de todo lo que
se te pudiera ocurrir o desear, aunque yo tenía el estómago más que cerrado,
solo cogí un café y una tostada y me lo llevé a la terraza de fuera.
Estuve desayunando más de una hora, vamos que estaba ahí en mi rinconcito
viendo esas parejas que se notaba que estaban de luna de miel, o esos niños
correteando en sus vacaciones en el Caribe, había de todo, incluso grupos de
amigos pegándose los días de sus vidas.
Sentía paz ahí lejos del mundo, pero también un dolor que no se iba y esa
tristeza por haberlo perdido todo. Mi mundo era él, ese hombre por el que
ahora mismo me cortaría un brazo, lo amaba con toda mi alma con esa misma
que me había cargado todo lo bonito que un día pasó entre nosotros.
Eran casi las diez y media, parecían las doce de la mañana y ya el cuerpo
pedía algo de beber, increíble lo que hacía ese clima.
Me acerqué al chico de la barra que estaba cantando esa bachata que sonaba
en toda la zona y además lo hacía con movimiento de caderas incluido.
—A mi mujer lo que quiera y a mí me pones una cerveza bien fría — esa voz
que me impedía girarme, hizo que cerrara los ojos por un momento.
—Otra —dije sin aún haberme dado la vuelta, luego lo hice lentamente
porque estaba en shock.
—Aquí tienen los señores su cervecita bien fría para la mejor de las lunas de
miel —dijo el camarero.
—Claro — respondí, pero vamos que iba allí o adonde me dijera, yo estaba
en shock y no me podía creer que él estuviese ahí.
Nos sentamos cada uno en una y pusimos las cervezas en medio, un camarero
no tardó en traernos unos frutos secos en un platito.
—Quise venir en el mismo vuelo que tú, pero no quedaban plazas, cogí uno
dos horas después, pero la vuelta la haces conmigo.
—¿Sí? —pregunté como una niña pequeña, ahora mismo lo que me dijera iba
a misa.
—Sí —rompí a llorar del todo y me abracé a él con todas mis fuerzas.
—¿Qué te dijo?
—Nada, nada —me eché a reír recordando su apuesta que ahora entendía.
—Ahora me lo dices.
—Creo que te va a salir más rentable que no duermas conmigo —se río.
—Bueno, siempre lo podemos negar —me secaba las lágrimas con cariño —
¿Me vas a dar un beso?
Me subí a su falda y lo abracé con todas mis fuerzas, había venido hasta aquí
y me había perdonado. ¿No era lo más bonito del mundo?
Cambiamos las cosas y como no, pasó lo que tanto él como yo, llevábamos
un rato deseando y no era otra cosa que perdernos en nuestros cuerpos.
Sí, me pidió que al verano siguiente nos casáramos, me lo pidió con anillo
incluido que había llevado hasta el Caribe y claro que acepté, me hubiera
casado al día siguiente.
Cuando volvimos del viaje me mudé ese mismo día a su casa, eso sí, seguí
mis tres semanas de vacaciones y él conmigo.
Habría pensado que esa mañana el café llevaba un buen chorrito de alguna
bebida poco recomendable para primera hora de la mañana.
Pero ahí estaba yo, empezando el día en que me iría a cenar con mis amigas
Virginia y Lala, mi madre, mi tía y mi Hugo del alma.
Vamos, que aquello sabía yo cómo iba a empezar, pero no cómo acabaría,
que estando la primera y el último juntos me podían liar cualquier cosa.
—Buenos días, preciosa —ahí estaba mi futuro marido, como cada mañana
cuando me despertaba.
—Buenos días.
Volví a su casa, pero me costó que, esa vez, fuera él quien me perdonara por
las mentiras que le dije sobre que tenía novio, y es que lo de la rubia al final
no fue lo que yo pensé en aquel momento.
Había descubierto con esos mensajes que lo que ese hombre me quería era
mucho más de lo que yo suponía.
Era mutuo, porque yo le quería y me enamoré de él, sin apenas darme cuenta
y se lo confesé en la India.
El jugueteo de sus dedos justo en esa zona que tanto le deseaba fue incesante,
empezó despacio, sin prisa, pero sin pausa. Acabó penetrándome con dos
dedos mientras con el pulgar se afanaba en tocar mi más que excitado
clítoris, hasta que alcancé el orgasmo.
Y así, tal como estaba y sin moverse más, me bajó la ropa, hizo lo mismo
con la suya, y me penetró desde atrás. Me besaba el cuello, lo mordía,
jugaba con mi clítoris y me hizo volver a correrme mientras él lo hacía
conmigo.
Desde luego que ese hombre, para tener cuarenta y seis años, era de un
vigoroso en la cama, que ya quisieran muchos con veinte años menos.
—¿Por qué?
—No sé, ¿porque te dan un Pulitzer? —preguntó con ironía— ¿Por qué va a
ser, preciosa? Nos casamos en unos días.
—¡Ah, por eso! —Le quité importancia con un movimiento de mano— No,
hombre, cómo voy a estar nerviosa. Vamos a tener más invitados que en la
boda de unos príncipes, pero estoy de lo más tranquila.
—Para haberlo sabido antes, me cachis —chasqueé los dedos y soltó una
carcajada.
—En este año los hemos recuperado con creces —dije mirándolo fijamente
a los ojos.
—Sí, pero el daño que nos hiciste a los dos, ahí está en el recuerdo.
Cuando acabamos él salió hacia una reunión, era sábado, pero al cliente le
venía mejor quedar en fin de semana ya que entre semana tenía más jaleo de
trabajo.
Aún recordaba aquel e-mail que me envió Edu, con esas frases de la canción
que lo decían todo.
Le confirmé la hora y el sitio, acabé de cocinar y fui a ver qué me ponía esa
noche.
—Esta noche me dejas por otro —dijo Edu, cuando aparecí en el salón.
—Cuando te recoja esta noche y lleguemos a casa, seré padre, pero porque
te voy a hacer un hijo —susurró en mi oído mientras me rodaba con el bazo
derecho por la cintura y la mano izquierda iba subiendo despacio por mi
pierna hasta alcanzar mi clítoris.
—¿Voy guapa?
—Vas preciosa, esta noche ligas.
Nos sentamos y pasamos las dos horas que duró la cena entre risas, charla y
consejos de mi tía y mi madre sobre el matrimonio. Para mearse de risa,
vaya.
—A ver, que una ha tenido sus novios, ¿eh? O qué pensabas, ¿que no sé lo
que es un hombre dentro y fuera de la cama?
—Pues…
De allí nos fuimos al pub irlandés, las copas empezaron a ir y venir de una
manera que ya me veía entrando en casa de rodillas, madre mía cómo íbamos
a acabar.
Lo más sorprendente de la noche fue ver a mi tía Flor, sí, la soltera que como
dijo sus razones tenía para no haberse casado, bailando con un madurito que
quitaba el hipo.
—Me quedo muerta con tu tía —me dijo Virginia, que estaba a mi lado
flipando un poquito en colores también.
—Esa, cata chorizo del bueno esta noche —soltó Hugo, haciéndonos reír.
—Pues bien, que hace la mujer. A ver si os pensáis que no habrá tenido sus
rollitos. Con lo bien que está a sus cincuenta y un años —comentó Lala.
—¡No fastidies, Luisa! Sabrina, que tu tía echa polvillos mágicos de vez en
cuando.
—Normal, pero, ¿tú has visto cómo está el funcionario? —dijo Lala— A ese
le daba un repaso hasta yo.
—Es divorciado, y tu tía lleva viéndose con él unos cinco años, pero nada,
que ninguno da el brazo a torcer para un paso más.
—Joder con mi tía —a cuadros me había dejado la soltera, madre mía, qué
callado lo tenía ella.
Acabamos la noche y resultó que tampoco íbamos tan mal. Hugo me dejó en
casa y en cuanto entré por la puerta vi a Edu en el sofá viendo la televisión.
Me dio un buen orgasmo a base de jugueteos con sus dedos y otro aún más
increíble después de hacerme perder la cabeza entre las sábanas.
Verano, una época del año más que perfecta para celebrar una boda y, si es
en la playa… mucho mejor todavía.
Concretamente, mi boda.
Había llegado el día al fin, estaba atacada de los nervios y me iba a dar un
ataque de ansiedad. ¿El motivo? ¡No había llegado mi ramo!
Si es que, para ser el día más feliz de mi vida, había empezado de una
manera que, como se suele decir, para qué me levanté yo esa mañana.
Veamos… ¿Por dónde podemos empezar a relatar el desastroso día más feliz
de mi vida? Pues…
Nada más llegar a casa de mi madre, tanto ella como mi tía empezaron a
decirme que me tenía que poner más guapa que nunca para el día más
importante que iba a vivir, así que ni cortas ni perezosas me pusieron un
montón de cremas y potingues.
Tuve que darme una ducha rápida de agua fría, pero es que además me
llevaron a urgencias para que me pusieran una mega inyección de yo qué sé
qué antialérgico para que se me pasara la reacción, porque me salieron un
montón de salpullido, que aquello parecía el sarampión, varicela o que me
había atacado un enjambre de abejas.
Mi madre llorando, la tía con un disgusto de órdago y la enfermera… Esa
mujer se quedó loca cuando vio que se me había caído un mechoncito de
pelo.
¿Recordáis aquella película de brujas en las que esas mujeres tan guapas y
bellas empezaban a despelucharse como pollos y se volvían feas, viejas,
narigudas y arrugadas? Pues así, así me veía yo con mi pelo “Pantene”
cayendo por momentos.
El vestido, esa maravilla que nada más verlo dije con este me caso, sí o sí,
vamos.
Cuando la abrí me quedé sin palabras al ver lo que contenía. Eran unos
preciosos pendientes de oro blanco y una perla rosa de los que colgaba una
cadenita fina.
—Gracias, papá.
—Vamos, que sea mi casa y me tenga que ir yo, ¡manda narices! Si es que no
sé qué pinta él aquí.
—No, si al final salimos en las noticias, que lo veo venir. “Ex matrimonio
echa a arder la casa el día de la boda de su única hija” —protesté
sentándome en el sofá— ¡Ponme más nerviosa, mamá! ¡Muchas gracias!
—Mejor nos bajamos, Juan —Elisa lo miró con ojos suplicantes, y yo sabía
que lo hacía más por mí que, por ellos, para que no me pusiera peor.
Cerré los ojos y empecé a contar mentalmente, sonó mi teléfono y vi que era
Edu.
—Dime.
—Tranquila, ¿vale?
—No.
—¿Para ponerte más nerviosa? —soltó una carcajada y yo con él, claro,
como para no hacerlo, si es que no estaba siendo mi día.
—Es que no sabes la alegría que me has dado, Miguel, de verdad. Que los
de la floristería se habían olvidado de traérmelo y ya me veía casándome
con un manojo de margaritas del campo.
—Igual preferías una cerveza o algo, pero es que acabo de hacerlo porque
estaba ya de los nervios.
—Hola, bonita —se saludaron con un beso en los labios y yo me reí como
una niña pequeña. Vaya dos, pero la buena pareja que hacían me gustaba.
—¿Eres tonta, tía? ¿Cómo me iba a importar? Mejor, así tengo a dos pedazos
de hombres para bailar.
—Lo decía por papá y Miguel, no por Edu, aunque también, pero con él será
el primer baile así que luego hago cambio de pareja con vosotros dos.
—No me nombres a tu padre, que malditas las ganas que tengo de verlo.
—Si te digo que, porque fui un tonto, bastante idiota y que metí la pata, ¿te
sirve como respuesta? —contestó mirándome.
—Sí.
—Pues vamos.
—Te veo feliz, cariño, y eso es lo único me importa ahora mismo. Edu es un
buen hombre, se ve que te quiere.
Un nuevo baile y cogí a Miguel por banda, resultó ser un encanto de hombre
y miraba a mi tía con unos ojitos de enamorado que no podía con ellos.
Virginia empezó a tontear con uno de los amigos de Edu, y Lala con un
cliente de la empresa, para alucinar en colores, vaya dos.
Pero, si había algo que nos llamó la atención a todos, fue ver a Elisa, la
novia de mi padre, salir del restaurante llorando.
Fui hacia ella, pero no llegué a tiempo, entre mis tacones y la manera de
correr que había cogido ella, madre mía.
Poco después mis padres compartieron un baile, después otro, y otro, hasta
que…
—Si ya sabía yo que esa loca de mi hermana, mucho soltar pestes de Juan,
pero seguía loca por sus huesos. Sobrina, que me da que tenemos boda a la
vista otra vez.
—Lo que oyes, que esos dos, por mucho que se divorciaran, no dejaron
nunca de quererse como el primer día.
—¿Qué dices?
Empecemos por…
La luna de miel después de nuestra boda fue maravillosa, bueno, los cuatro
primero días, los otros diez, ya que aprovechamos que nos casamos en
verano para coger esos días como vacaciones, fueron terribles para mí.
Al ver a los Reyes empezó a aplaudir y reír, y es que mi niño en cuanto veía
a gente saludando se emocionaba.
Hicimos cola durante horas, pero realmente mereció la pena por ver la cara
de mis niños cuando nos tocó el turno y cada uno se sentó en las piernas de
uno de ellos.
—Y esta niña tan guapa, ¿cómo se llama? —preguntó Melchor que sostenía a
mi hija mayor.
—Vaya, vaya. Pues… yo tengo algo por aquí para una niña que se llama
como tú —dijo él y yo me quedé mirando a Eduardo que sonreía de ese
modo tan suyo cuando escondía algo.
—Pues creo que sí. Vamos a pedirle a mi Paje Real que nos lo traiga.
Y ahí que vino un chiquillo que no tendría más de diecisiete años y se estaba
ganando un sueldecillo navideño con ese trabajo. Le entregó una caja a
Melchor y este se la dio a mi hija que, con esa sonrisa nerviosa que había
heredado de mí, abrió la caja y…
—¡Mami! —Cuando sacó una de las muñecas que ella quería, sonreí al verle
esa carita de felicidad.
—Qué bien guardado tenía usted el secreto, señor Brustelli —le dije a mi
marido.
—Y no ha acabado, preciosa.
Le hicieron una foto a cada uno con el rey que los sostenía y después una a
los todos juntos. Yo bajé de ese escenario llorando como una niña pequeña y
es que, lo que no consiguiera mi marido para sorprendernos, no lo
conseguiría cualquiera.
De ahí nos fuimos a una de las cafeterías a tomar un chocolate caliente con
bizcochos, ya que para merendar y con el frío que hacía en pleno treinta de
diciembre, era lo mejor.
Mis niñas disfrutaban de ese dulce, igual que yo, desde luego a golosas no
nos ganaba nadie, mientras que mi hijo se tomaba un bizcocho con un vaso
de leche caliente.
Eduardo nos llevó después a comprar algunas cosas que faltaban para la
cena del día siguiente, la de Fin de Año, esa en la que mi madre y mi tía
vendrían a invadir nuestra cocina para preparar una gran cena para toda la
familia.
Hablando de mi madre y mi tía… ¿Recordáis eso de que de una boda sale
otra boda? Pues de la nuestra salieron cinco. Si es que nos gusta más
destacar a los Ocaña…
La primera boda, la de mis padres, seis meses después que nosotros, que les
dijimos que era algo precipitado, que esperaran un poco a ver si realmente
era lo que querían, pero ellos, que a tercos no les ganaba nadie, dijeron que
se conocían demasiado bien después de tantos años y que se casaban antes
de arrepentirse.
Hugo, mi Hugo del alma, fue el siguiente. El día de mi boda conoció a uno
de nuestros mejores clientes y Cupido hizo su trabajo, pero que muy bien,
porque ahora son un feliz matrimonio después de tres años casados.
Virginia, mi azafata favorita, acabó casándose con ese oficial de marina que
Edu me dijo que era amigo, dos años y medio casados y una hija de seis
meses que había llegado para alegrarles la vida aún más.
Lala, mi querida Lala, se casó con otro de nuestros clientes, dos años hacía
ya y estaban esperando que les dijeran cuándo podrían llevarse a casa con
ellos a una pareja de hermanos que habían adoptado y de la que se
enamoraron nada más verlos.
Un año hacía que mi tía Flor se había casado, ella que decía que no
necesitaban nada para saber que se querían, puesto que desde que mi madre
volvió con mi padre, se quedaron en el piso de mi tía a vivir y ella se fue
con Miguel. El abuelo Miguel, como le gustaba a él que lo llamaran, porque
decía que era tan abuelo de mis hijos como lo era mi padre.
Mientras Edu y yo organizábamos las cosas en la cocina, los niños veían una
película de dibujos en el salón. Paula, con eso de que era la mayor se
encargada de cuidar de sus hermanos.
Entre copa y copa de vino, tanto mi padre como Miguel, cantaban algún que
otro villancico con mis hijos, que reían felices cuando ellos se equivocaban,
disimuladamente, al cantar.
A falta de cinco minutos para las doce, los nueve estábamos en el salón, al
calor de la chimenea, esperando que en la televisión acabaran de dar las
explicaciones pertinentes de todos los años para que no nos atragantásemos
con las uvas.
Y eso hicieron mis hijas, ir cantando las campanadas como si de los niños
del sorteo de Navidad se trataran, mientras nosotros seis nos íbamos
tomando una a una las conocidas como doce uvas de la suerte.
Mi madre se encargó del príncipe de la casa, como ella le llamaba, igual que
mi tía, que se sentó con su querida hermana para entretener juntas al pequeño
de la familia.
Una hora llevábamos del nuevo año y recibimos la visita de Virginia y
Fernando, su marido, que venían con su pequeña Susana.
Ni cinco minutos llevaban cuando recibí a mi amigo, mi Hugo del alma, que
venía, botella de champán incluida, con su marido Carlos.
Pero la sorpresa de la noche fue cuando aparecieron Lala y Enrique con sus
dos hijos, Saúl y Samuel, unos gemelos de cinco años guapos, simpáticos y
súper cariñosos.
—Desde luego que sí. Pues nada, aquí todos a dormir y mañana hacemos una
buena comida de Año Nuevo —dije.
Estaba feliz, no solo por mí, también por las personas que, durante todos
esos años, habían estado a mi lado riendo y llorando cuando tocaba.
—Nosotros nos vamos ya, hija —me dijo mi madre a las dos de la
madrugada.
—Eso es un programa de radio, pero sin el tonto, claro —me contestó él.
—Desde luego…
—Por Sabrina, la mejor amiga que tengo desde… no sé ni cuántos años hace
ya que te conozco, hija —dijo Virginia, levantando su copa.
—Yo no te conozco desde hace tanto como ellos, pero eres como una hija
para mí, que ya sabes tú que Paca te tiene como a una nieta —sonreí al
escuchar a Lala, y ya notaba yo mis ojitos vidriosos.
—Por ti, preciosa, por llegar a mi vida para quedarte en ella, haciéndome
reír y sonreír cada día, dejando que te quiera como el primer día y por esos
tres hijos que tenemos juntos.
Ahí sí que no pude controlarme y las lágrimas caían solas por mis mejillas.
Edu me abrazó dejándome un beso en la cabeza y cuando estaba un poco más
calmada, levanté mi copa y todos me siguieron.
—Por vosotros, que estuvisteis ahí cuando os necesité —señalé a mis tres
amigos—. Por ti, que no te diste nunca por vencido —miré a Edu y me
sonrió—. Y por vosotros, que aparecisteis en el momento perfecto en la vida
de las tres personas a las que tanto quiero.
Fui hacia el ventanal ya que necesitaba llorar un poco más, tenía un nudo en
la garganta que no me dejaba casi ni hablar.
Necesitaba ese momento para mí sola, aunque las personas que formaban
parte de mi familia estuvieran tan cerca.
—¿Te encuentras bien, preciosa? —Edu me abrazó desde atrás y dejé caer la
cabeza sobre su hombro.
—Sí, solo necesitaba un momento a solas, más o menos —le escuché reír y
me besó el cuello.
—No más que yo, cariño. Te amo, Sabrina, y solo quiero que me dejes
hacerlo el resto de mi vida.
Aquellas fueron las palabras con las que terminaba el primer e-mail que me
envió, cuando lo dejé creyendo que me había engañado.
Me abracé a él, tan fuerte como pude, y respiré hondo para dejar que su
aroma me llegara rápido.