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LA ASISTENTE PERFECTA by YoshieMC

Category: Romance
Genre: 18, asistente, drama, erótica, humor, jefe, latina, millonario,
romance
Language: Español
Status: In-Progress
Published: 2022-02-20
Updated: 2022-04-09
Packaged: 2022-05-25 18:25:53
Chapters: 61
Words: 119,135
Publisher: www.wattpad.com
Summary: ¿Cuál es el trabajo de tu sueños? ¿El qué te paga un
sueldo con el que jamás habías soñado? ¿O en el qué tienes un jefe
ardiente como el infierno? ¿Y si se juntan ambos en uno solo? ¿Qué
estarías dispuesta a hacer para conservar el mejor trabajo del
mundo? ¿Qué estás dispuesta a hacer para convertirte en la
asistente perfecta?
Language: Español
Read Count: 603,767
ANTES DE LEER
Esta es una historia catalogada como madura, para mayores de 21
años, si deseas leerla y no tienes está edad, queda bajo tu
responsabilidad hacerlo.

Puedes encontrar exceso de escenas sexuales altamente explícitas,


maltrato laboral y situaciones que pueden llegar a ser
desencadenantes.

Aclaraciones importantes:

*Es una novela romántica, cómica y erótica.

*No es un Dark Romance, si es lo que estás buscando, aquí no es.

*Encontrarás personajes desesperantes e insoportables, tómate un


té antes de cada actualización para que puedas soportarlos.

*La dinámica de actualizaciones será diaria. Sí, diaria, pero el


formato de los capítulos será corto, para mantener un ritmo
constante y fluido.

*La misma petición de cada historia: yo respeto las opiniones de


cada lectora, por lo que pido respeto para mí obra.

-Si no te gusta la temática, deja de leerla.

-Si no va como tú quieres que vaya, deja de leerla.

-Si los personajes te causan conflicto, deja de leerla.

-Esta es MI HISTORIA y yo, solo yo, decido lo que va a pasar, como


y cuando.

*Me reservo el derecho de silenciar de mi cuenta a cualquier


persona que busque denigrar el trabajo de los demás.
Besitos.

Yoss.
SINOPSIS
¿Cuál es el trabajo de tu sueños?

¿El qué te paga un sueldo con el que jamás habías soñado?

¿O en el qué tienes un jefe ardiente como el infierno?

¿Y si se juntan ambos en uno solo?

¿Qué estarías dispuesta a hacer para conservar el mejor trabajo del


mundo?

¿Qué estás dispuesta a hacer para convertirte en la asistente


perfecta?
PREFACIO
Candy Ruiz es una joven inmigrante mexicana que busca fortuna en
E.U. Necesita desesperadamente encontrar un trabajo que le ayude
a mantenerse para no ser deportada, y además, enviarle sustento a
sus padres enfermos.

Al parecer el destino le sonríe al encontrar en el periódico, un raro y


poco descriptivo anuncio donde solicitan una asistente personal de
tiempo completo, con un maravilloso sueldo que la sacaría de sus
problemas.

Su tarea es fácil, durante quince días de prueba, deberá demostrar


que es la asistente perfecta para quedarse con el puesto, el cuál no
sabe, ha sido abandonado por más de una docena de aspirantes en
los últimos meses, ya que no soportan al exigente Sr. Black.

Que dicho sea de paso, es un completo Adonis. Enigmático, serio y


con un magnetismo sexual que derrite las féminas a su paso. Con
un historial de mujeres tan grande como su fortuna y su fama.

¿Por qué un hombre como él necesita una asistente las veinticuatro


horas del día? ¿A qué se dedica el Sr. Black que es tan influyente?
Y sobre todo ¿Cuál es el trabajo exacto de la asistente perfecta?
1. CANDY RUIZ
—Candy... ¿No tienes hoy la entrevista de trabajo? —interroga
Chema.

—No sé, déjame dormir —rumio, su escándalo anoche me mantuvo


despierta hasta tarde.

—¡Párate, carajo! —exige jalándome la sábana y la almohada, giro


en la cama para echarle la bronca, si estoy desvelada es por su
culpa.

—¡Chemaaaa! —me quejo—, no me jodas cabrón, que estuve


despierta hasta que se largó la amiguita esa tuya, que gemía en
altavoz.

Chema se ríe.

—Estuvo buena la culeada, hubieses venido con nosotros.

—Estás todo pendejo —replico.

Finalmente me levanto cuando noto que no me va a devolver la


sábana y la almohada. Resignada, camino hacia la pequeña cocina
de su departamento. Si se le puede llamar a esto departamento. Es
un minúsculo piso, en un horrible edificio, en una poco agraciada
zona de Nueva York.

Pero no hay nada mejor que esto, así que no me quejo.

Me siento a la mesa para dos personas, mientras él coloca frente a


mí una taza de café. Tomo la cuchara, la agito perezosamente y
bostezo. Tengo mucho pinche sueño. Y Dios sabe que cuando tengo
sueño mi humor no es el mejor.

—Quita esa cara, tomate el café y ve a bañarte, debes ir


presentable a la entrevista para que te quedes el puesto —ordena,
serio—, Candy, nos ayudaría mucho que consiguieras el trabajo,
sabes que te adoro, pero no puedo seguir costeando los gastos de
los dos.

—Lo sé —digo agazapada en la silla—, haré mi mejor esfuerzo para


quedarme con el empleo, lo juro.

Tengo tres meses en Nueva York. Me vine de mi tierra buscando el


sueño americano, ya saben, vienes a Estados Unidos, trabajas en
una de esas fábricas donde te negrean, ganas en dólares, los
mandas para México y en un par de años ya tienes una lana
ahorrada.

Bueno, lamento decirles que no es tan fácil como eso.

Y menos en Nueva York. Pero la pendeja de mí, no sabía que en


Nueva York, no hay tantas oportunidades de trabajo en esas
fábricas negreras. Pero no tengo otro lugar donde quedarme en
Estados Unidos. Solo conozco a Chema y fue muy amable al
recibirme siendo una extraña con la que solo hablaba por Tinder.

Sí, así nos conocimos.

Él nació aquí, sus padres inmigraron hace muchos años, por lo que
puede vivir tranquilamente. Más o menos tranquilamente. Trabaja
como mesero en un restaurante de esos finos, donde nosotros no
podemos ni soñar en pisar, si no es para trabajar lavando platos o
sirviendo mesas. Se suponía que tenía trabajo seguro ahí, pero al
final no me lo dieron.

Y llevo tres meses buscando.

Me da un poco de pena con él, por estar abusando de su


amabilidad. Mientras flirteábamos por Tinder me propuso venirme
para acá con él, yo ni tonta ni perezosa, accedí. Se suponía que
venía en plan romántico con él y a trabajar, pero al final, ni el
trabajo, ni el romance.
Chema es un tipazo, pero es demasiado promiscuo y el muy cabrón
no me dijo que «nuestra relación» sería abierta. Esas cosas no me
van, si tengo un novio es solo mío, no quiero que se coja con otra.
Pero me quedé aquí, con él, porque ya había hecho toda la travesía
de venir. Nos hemos hecho muy buenos amigos y de pronto nos
cogemos cariño. Pero en plan amigos, no más.

—No quiero presionarte, bonita —dice, ya no tan serio—, pero en


verdad nos urge el dinero, tragas como camionero y no me alcanza
con mi sueldo y las propinas para tener la despensa llena.

Quizás debería avergonzarme que me diga eso, pero la verdad es


que no lo hace. Sí, trago como camionero, mi mamá me decía que
comía como pelón de hospicio, pero ¿qué puedo hacer si me da
hambre? Pues comer.

—Juro que me voy a quedar con el empleo, lo prometo —respondo


animada, aunque en verdad tengo mis dudas.

El anuncio no dice mucho, más que solicitan asistente personal de


tiempo completo, con disponibilidad de horario y para viajar. Pone la
dirección y un número de teléfono para contactar. Tengo un cita
programada desde hace ocho días, espero que el puesto siga
vacante, pero sería raro que en ocho días no hayan contratado a
alguien.

Termino el café con unas cuantas galletas y me doy una ducha


rápida, el aguda está helada, pero tampoco puedo quejarme de eso,
hace días se acabó el gas y no tenemos dinero para recargar, todo
lo cocinamos en una parrilla eléctrica. Me pongo lo mejor que tengo,
unos jeans, que son los únicos que no tienen deshilachados y una
camisa rosa pastel junto con mis converse de imitación, también
rosa.

Me encanta el rosa.

Sujeto mi cabello castaño en una coleta alta y me siento lista para la


entrevista. Chema me examina de arriba abajo, considerando si mi
atuendo es adecuado, pero si no lo es, me jodí, porque es lo mejor
que hay. Al final asiente y sonríe.

—Vas a tener que caminar bastante porque no tengo para darte


para un transporte —se disculpa.

—No te preocupes, tanto caminar buscando trabajo me ha ayudado


a conocer la ciudad, me gusta caminar.

En mi pueblo lo hacía todo el tiempo.

Después de desearme suerte, salgo del departamento. Debo


caminar desde Soho hasta la Quinta Avenida, por lo que salgo con
bastante tiempo de anticipación. Nueva York es una ciudad
increíble, a pesar de las carencias que tengo aquí, aún mayores que
en mi pueblo, no me arrepiento de haber venido.

Cuando por fin llego ya me duelen los pies, pero pongo mi mejor
sonrisa y entro en el edificio, que marca Google maps, que es la
dirección del anuncio. Hablo más o menos el inglés, lo básico, he
mejorado desde que llegué, pero aún hay cosas que no entiendo.

—Hola —saludo animadamente a la chica en el mostrador, ella me


mira de reojo, sin voltear la cara del ordenador—, vengo a la
entrevista de trabajo.

Me mira de arriba abajo, viboreándome de seguro. Se pone de pie


dejándome ver lo alta que es, fácilmente unos quince centímetros
más que yo. Su cabello va perfectamente planchado, usa mucho
maquillaje y una minifalda, tan mini, que de milagro no se le ven los
calzones.

Me lleva por un pasillo largo hasta llegar a una puerta negra y


brillante, ahí hay otra chica que parece su clon. Misma ropa,
taconazos que repiquetean en el piso, el cabello rubio teñido y lacio
y kilos de maquillaje. ¿Será parte del uniforme? ¿Tendré que
vestirme así y maquillarme tanto?
—Kennedy —murmura en voz baja—, llegó la postulante a
asistente.

La tal Kennedy me mira exactamente igual que lo hizo la


recepcionista, que en mi mente la he llamado Kennedy #1 y a la que
me escruta, Kennedy #2, aunque ella es la verdadera.

—¿Candy Ruiz? —cuestiona viendo una agenda.

—Yo mera —respondo, al notar que no me entiende, hablo en inglés


—: sí, soy yo.

—Adelante —indica con una sonrisa malévola en los labios,


señalando una silla—, el Sr. Black se desocupará en unos
momentos.

Ambas dejan salir risillas fastidiosas y yo enarco una ceja,


sentándome en la silla que me indica, mientras aguardo por el tal Sr.
Black.
2. LA ENTREVISTA
—Sr. Black la aspirante a asistente ha llegado —indica Kennedy #2
por el teléfono, el murmullo de una voz de hombre sale por el
altavoz, pero es tan suave y baja, que no entiendo lo que dice en
inglés—. El Sr. Black sigue ocupado —informa después de colgar,
me preocupo que haya venido para nada y peor aún, tener que
decirle a Chema que ni siquiera me entrevistaron para el trabajo—,
así que firmarás conmigo el contrato.

¿Firmar? ¿Ya así nada más?

—¿No me va a entrevistar? —cuestiono confundida, a los trabajos a


los que me he presentado me ha preguntado de todo, hasta cuántas
veces voy al baño, eso fue para un mini market, donde al parecer
solo puedes ir una vez al baño en tu turno.

Ella resopla.

—¿Qué edad tienes? —pregunta sin verme, tecleando algo en su


móvil súper fino, con sus larguísimas uñas.

—Veintiuno —respondo de inmediato.

—¿Eres inmigrante?

—Sí, soy de México.

—¿Tienes tus papeles en orden o viniste ilegalmente?

—Tengo una visa provisional.

—¿Hablas bien el inglés?

O sea, me está hablando en inglés y me pregunta si hablo el inglés.

—Yo diría que un sesenta a setenta porciento.


—¿Tienes disponibilidad de horario?

—Sí.

—¿Facilidad para viajar?

—Sí. —Omito decir que no tengo dinero para hacerlo, si me van


hacer viajar, ellos deben pagar todo.

—¿Tienes disponibilidad de horario?

—Eso ya me lo preguntó —le recuerdo.

—Solo quiero asegurarme que entiendes que el trabajo es de


tiempo completo.

¿Cuánto es tiempo completo? ¿Ocho horas? ¿Doce horas?

—Sí tengo —reconfirmo.

—¿Sabes las funciones básicas de una asistente personal?

Hummm.

Frunzo el ceño. En la secundaria y preparatoria hice carrera técnica


de secretariado, supongo que una asistente personal debe ser algo
similar.

—Sí —respondo segura.

—¿Tienes capacidad de trabajar bajo presión?

—Sí. —Nunca he trabajado de asistente en una oficina, pero no


creo que sea tan difícil.

—¿Segura que tienes disponibilidad de horario? —pregunta por


tercera vez.

—Sí, la tengo —rumio comenzando a exasperarme.


—Este es el contrato —dice extendiendo el papel hacia mí, es solo
un par de hojas.

Nunca he firmado un contrato de trabajo, ya que sólo he tenido


trabajos informales, en los que no debo firmar nada pues, así que
supongo que no es raro que tenga apenas algunas líneas en cada
hoja, donde resumido, dice mi sueldo, el cuál no puedo creer.

—¿De verdad me van a pagar tres mil quinientos dólares


semanales?

—Sí, siempre y cuando concluyas el período de prueba de quince


días, si renuncias antes, no se te hace pago alguno por los días
laborados, lo dice ahí.

Termino de leer el documento, corroborando lo que dice. Se remarca


con letras negritas la disponibilidad de horario. Vale, ya entendí que
debo venderle mi alma al diablo en este trabajo, y yo que me
quejaba de no encontrar empleo en una fábrica negrera.

—¿Qué significa esto del apartado de confidencialidad?

La Kennedy #2 rueda los ojos.

—Que no puedes divulgar nada acerca de tu trabajo, lo que hagas,


o lo que el Sr. Black hace.

—¿Qué es lo que el Sr. Black hace?

Vuelve a rodar los ojos.

—Es confidencial —aclara como si fuese algo demasiado obvio y yo


una estúpida por preguntarlo.

—Ok, ya entendí, no decir nada del Sr. Black.

Continúo leyendo.

—¿Cuántas horas al día debo estar en la oficina?


—Las necesarias —contesta sin mirarme.

—Pero ¿cuántas aproximadamente?

—Las que el Sr. Black diga.

Joder con la Kennedy #2 y sus respuestas.

—¿Hay uniforme? El contrato no dice nada de eso.

—Reglamentario no, pero al Sr. Black le gusta que su asistente se


vista adecuadamente —pronuncia dándome otra mirada rápida.

—O sea, con minifalda y tacones —ironizo, el Sr. Black debe ser un


viejo rabo verde, que quiere estarle viendo las piernas y el culo a
sus empleadas.

—Tú misma querrás vestirte a la altura de tu jefe —responde con


desdén.

¿A su altura? ¿Tiene mucha lana o cómo?

—¿Cómo se llama esta empresa? —pregunto, si no me quiere decir


que hace el Sr. Black, que se me hace una estupidez porque
obviamente lo voy a saber, supongo que puede decirme para qué
compañía voy a trabajar.

—La hoja está membretada —resopla, separando los ojos de su


móvil, tal parece que mis preguntas le fastidian, pero es que esta
entrevista no es para nada común.

—Black Productions —murmuro viendo el nombre en la hoja, lo cuál


no me dice mucho aún.

—Es una productora —aclara rodando los ojos.

—¿Productora de qué?
Me mira con cara de póker, después deja salir una risa estridente y
chillona.

—¿Acepta el empleo? Si es así, el período de prueba empieza ya


mismo.

La que debería tener prisa soy yo, realmente necesito el trabajo,


pero tal parece que ella está más interesada en hacer que firme.

—¿Al término del período de prueba me van a pagar los siete mil
dólares correspondientes a la dos semanas?

Quiero estar segura antes de firmar, no vaya a ser de esas


empresas fraude.

—Sí —responde apretando los dientes.

—Y esto que dice aquí que debo tener satisfecho a mi jefe con mi
desempeño... ¿Qué significa?

—Que debes tener satisfecho a tu jefe con tu desempeño.

Si será babosa.

—O sea que debo hacer todo lo que me ordena.

—Es el jefe, aquí se hace lo que él ordena.

Ya pues, tan claro como el agua.

—¿Me presta un bolígrafo? —pido al fin, no puedo dejar pasar esta


oportunidad, son tres mil quinientos dólares por ser una simple
asistente, en mi pueblo no ganas eso en pesos mexicanos ni a la
quincena.

¿Y si el tipo me pide tener una aventura con él? ¿Si quiere que sea
su amante de oficina?

Mejor debería preguntarlo, sólo para estar segura.


—No me va a ordenar tener un amorío clandestino con él... ¿Cierto?

Me repasa de arriba abajo una vez más. Después sonríe como una
bruja maldita.

—Te aseguro que no va a ordenarte eso, el Sr. Black tiene clase.

Il siñir Blick tiini clisi.

Babosa.

Nada más porque no quiero que el viejo rabo verde me pida ser su
amante, pero por puro orgullo femenino y por cerrarle el hocico, me
le insinuaría al jefe, solo para demostrarle a esa monigota que, a
pesar de ser mexicana y de pueblo, claro que puedo llamar la
atención del Sr. Black.

¿Y luego verme como una caza fortunas?

Harta de la Kennedy #2 y de lo hueca que es, aprieto el bolígrafo


entre mis dedos y plasmo mi firma en las hojas del contrato y en el
apartado de confidencialidad. Se lo entrego junto con los
documentos, que previamente me habían pedido por teléfono, e
inmediatamente se pone de pie.

—Por aquí, la guiaré a la oficina del Sr. Black.

Me lleva por una puerta a lado de su pequeña oficina, nos recibe


otro pasillo largo y lustroso, el cuál atravesamos con el sonido de
sus tacones repiqueteando. Hay varias puertas cerradas, de las
cuales salen ruidos amortiguados e incomprensibles, pero no nos
detenemos hasta llegar a la del fondo.

Ella da dos golpecitos y después abre la puerta, asoma apenas


unos centímetros la cabeza y habla en voz muy baja. De nuevo el
murmullo de la voz de un hombre me llega, pero no logro entender
lo que dice. Kennedy #2 me mira y con una cabezada me indica que
entre.
Por algún motivo mi estómago se hace un nudo mientras doy los
tres pasos que me adentran en la oficina. Me quedo sin aliento al
ver al hombre detrás del escritorio, tragando grueso la saliva que se
me ha acumulado en la boca.
3. ESPRESSO
—Cierre la puerta —indica el Sr. Black con esa voz baja, pareciera
que susurra en lugar de hablar, miro a Kennedy #2 para saber si le
habla a ella o a mí—, y siéntense.

Ok, creo que me habla a mí.

La Kennedy #2 sale de la oficina con gesto solemne, cierro la puerta


intentando no hacer ningún ruido, por algún motivo, el silencio y la
voz tan suave de, mi ahora jefe, me hace querer que nada rompa la
armonía y tranquilidad que hay en su oficina.

Camino hasta la cómoda silla frente a su escritorio y me siento, él no


me ha mirado, no ha despegado sus ojos de la pantalla de su
ordenador mientras teclea a toda velocidad.

Lo miro, muda como estoy, parpadeando como tonta. ¿Es acaso un


ángel? Creo que nunca había visto a un hombre tan atractivo. Su
piel es de un blanco pálido, como si nunca hubiera estado al sol del
medio día. ¿Puede ser un vampiro?

Tal vez por eso la confidencialidad.

No quieren que nadie sepa que le chupa la sangre a las demás


personas para mantenerse suculento. Yo me dejaría chupar lo que
sea por él. Lo. Que. Sea.

Sus dedos son muy largos, sus manos finas y estilizadas, cuidadas
mucho más que las mías, pero claro, el es un gringo pudiente. El
cabello negro va pulcramente peinado hacia atrás, sus rostro
anguloso y afilado tiene una expresión seria y concentrada.

De un segundo a otro, separa la vista del ordenador y me mira. Me


atraganto con mi saliva, sus ojos son oscuros y profundos,
inquietantes, bajo dos cejas perfectamente acomodadas y con un
contorno envidiable. Se las depila mejor que yo.
Involuntariamente mis manos se mueven a mis cejas para cepillarlas
y asegurarme que no parecen patas de araña. El Sr. Black me
observa con gesto inescrutable, ni una sola expresión en ese rostro
que parece esculpido por querubines.

—Si está aquí, supongo que tiene disponibilidad de horario para


este trabajo, si no es así, dígalo ahora y evíteme perder mi tiempo.
—Observo hipnotizada el movimiento de sus labios delgados.

¿Cómo puede hablar de esa manera?

Su voz es irreal, casi inaudible, pero se entiende perfecto lo que


dice.

—Lo tengo —susurro, de nuevo no quiero romper la quietud y


silencio que nos aplasta.

—Perfecto —dice poniéndose de pie.

Me quedo impresionada de ver lo alto que es, sus piernas son


larguísimas. Es un hombre delgado y se para completamente
erguido, imponiendo elegancia y sofisticación.

Suspiro.

Camina hacia la puerta en pocos pasos y la abre, sale dejándome


ahí sentada y con mi cara de no saber que hacer ahora. Dos
segundos después aparece de nuevo y me mira, otra vez con ese
rostro etéreo, desprovisto de expresiones.

—¿Piensa quedarse todo el día sentada? ¿O vino a trabajar?

—¿Voy con usted? —pregunto confundida. Él enarca levemente una


ceja.

Ok, creo que sí debo ir con él. Caray, por lo menos podría decirme
lo que tengo que hacer, no voy a adivinarle el pensamiento. Me
pongo de pie rápidamente y le sigo fuera de la habitación.
Camino a su lado, un paso detrás de él. Extiende una mano en mi
dirección con la palma abierta, se la tomo inmediatamente y le doy
un fuerte apretón para presentarme.

—Candy Ruiz —digo animada, él clava la vista en nuestras manos y


después en mis ojos, lo que me hace soltarlo.

—¿Dónde está mi café? —pregunta con educación, sin embargo,


ese gesto serio lo hace ver cómo un reproche.

—Ehhh... —murmuro—, no sabía que quería un café, Sr. Black.

Un ligero tic hace a su labio levantarse casi imperceptible.

—Debe tener siempre a la mano mi café, espresso y muy caliente —


indica, extrae un pañuelo del bolsillo de su saco y se limpia la mano.

Que imbécil.

Podrá ser un papacito, pero es un payaso.

—Entendido Sr. Black —respondo mordiéndome la lengua, para no


decirle que es un grosero por hacer eso.

Sigue avanzando sin decir nada, hasta toparnos con una puerta
marrón, de la cual salen esos sonidos amortiguados e ininteligibles.
Coloca una mano en la puerta y antes de abrir me mira de nuevo.

—¿Dónde está mi café? —pregunta de nuevo, yo parpadeo


perpleja.

—¿Quiere un café ahora?

No responde, solo parpadea.

—¿Dónde lo consigo?

Sigue mudo, pero un movimiento rápido de sus ojos hacia la puerta


de la oficina de Kennedy #2 me da a entender la respuesta.
—En un momento se lo traigo —aseguro, me doy la vuelta para ir a
la oficina y preguntar dónde conseguir el café para mi jefe.

—Kennedy —dice con esa voz de murmullo—, no te tardes.

—Me llamo Candy —corrijo.

No responde de nuevo.

Avanzo rápido hacia la oficina e ingreso en ella, la Kennedy #2


levanta la vista y una ceja, sin que yo diga nada, señala un punto en
la esquina. Una mesita para café. Corro hacia ella buscando el vaso
y la forma de encender el aparato.

—El Sr. Black solo toma espresso.

—Ya me lo dijo. —Muevo el aparato por todos lados, examinándolo,


no sé cómo funciona esta cafetera.

La Kennedy #2 se levanta de su silla y camina hacia mí


contoneando la cadera, toma una cápsula de las que hay en una
rejilla y la coloca en un compartimento, después llena un depósito
de agua y por último deja un vaso pequeñín donde comienza a caer
el café después de unos segundos.

Esta tecnología de ahora.

—¿Entendiste como se usa?

Asiento, soy pendeja, pero no tanto.

—Ya te tardaste más de lo que el Sr. Black tolera —dice viendo su


reloj—, debes tener el café siempre listo y caliente.

—¿Pero cómo voy a saber cuándo quiere café? —cuestiono


incrédula, no pretenderá que haga una taza de café cada diez
minutos.
—Toma uno cada dos horas aproximadamente, debes estar
pendiente. También hay botellas de agua, solo toma agua pura de
manantial y de botellas selladas. —Señala el frigobar debajo de la
mesa del café donde hay varias hileras de botellas azules—. Vete ya
—ordena.

Tomo la taza de café y una servilleta, corro de nuevo al pasillo, pero


el Sr. Black ya no está. Miro las puertas intentando recordar en cuál
fue que nos detuvimos. La marrón. Giro el pomo de la puerta, en
cuanto la abro, los sonidos amortiguados que había percibido antes
se hacen completamente perceptibles.

Gemidos.
4. BLACK PRODUCTIONS
Pero...

¿Qué está pasando?

De la impresión se me cae el vaso de café al piso, pero nadie


parece poner atención en mi accidente, porque todos tienen la vista
fija a lo que se desarrolla en la cama. Dos mujeres y un hombre
follando.

Pero no están follando como lo hacen las personas normales.


Mientras el tipo, que dicho sea de paso, está bien sabroso, embiste
en posición de perrito a una chica morena sin miramientos dando
azotes a sus nalgas, ella le hace sexo oral a otra morena con una
inmensas tetas

¡Madre mía!

Pero eso no es lo peor. Hay cámaras, varias personas con cámaras


grabando lo que sucede, como el tipo saca su enorme erección de
la chica para inclinarse y hacerle sexo oral, después vuelve a
penetrarla, tan fuerte que de puro milagro no le sale el pene del tipo
por la garganta.

Ella gime muy fuerte.

Y yo también lo hago mirando absorta lo que pasa.

—Kennedy —dice el Sr. Black a mi lado, ni siquiera sabía que


estaba ahí parado—, ¿qué pasó con mi café?

Miro hacia el piso sucio, mis mejillas se encienden por haber sido
tan tonta y dejar caer el café de mi jefe, pero mas vergüenza me da
estar aquí, presenciando esa escena.
—¿Qué está pasando? —pregunto ahogándome con mi propia
saliva, un poco más alto de lo que pretendía hablar, lo que provoca
que los demás volteen a verme.

—Guarda silencio —susurra el Sr. Black, es increíble la capacidad


que tiene para hablar tan bajo y aún así hacerse escuchar—,
estamos trabajando.

—¿Qué clase de trabajo estamos haciendo? —cuestiono en otro


susurro, poniéndome de puntillas para acercarme a su oído—,
grabando a tres personas teniendo sexo.

Él me mira fijamente, parpadea dos veces y después devuelve la


vista al frente.

—Ese es nuestro trabajo.

¿Ese es nuestro trabajo?

Miro las cámaras, la gente trabajando en silencio alrededor,


moviendo luces y haciendo señales a las personas cogiendo. Están
grabando una película. Una película pornográfica.

Black Productions.

—¿Es una productora de pornografía?

El Sr. Black permanece a mi lado, serio, con ambas manos


apoyadas en su espalda baja. No me contesta, pero no es
necesario, es más que obvio.

—Quisiera saber si en algún momento del día tendré mi café.

El café.

Ya hasta se me había olvidado que quería un café.

—Ahora mismo se lo traigo, Sr. Black —musito avergonzada.


—Y limpia eso —indica mirando el desastre en el piso.

—Sí, señor.

Me apresuro a salir del lugar, una vez en el pasillo y sin escuchar los
gemidos, me recargo en la pared pensando en lo que acaba de
pasar. ¿En qué mierda me metí? Soy la asistente de un productor
de películas pornográficas.

¿En qué momento pasó esto?

Me trueno los dedos pensando que hacer, no sé si me agrada la


idea de trabajar viendo como otras personas tienen sexo. El sexo es
algo íntimo y no me gusta ser una mirona.

Y menos cuando solo estoy mirando.

Por eso la paga es tan elevada, por eso el puesto sigue vacante
después de una semana y por eso ponen a prueba quince días,
supongo que si toleras ese tiempo y te adaptas, sirves para el
trabajo.

La paga es más que buena.

Me muerdo el labio pensando, necesito el trabajo, por fin conseguí


algo después de tres meses, no puedo permitirme renunciar solo
porque debo ver cómo hay gente cogiendo.

Chema necesita que lo ayude con los gastos, mis padres también
necesitan dinero, son tres mil quinientos dólares, en ningún lado me
van a pagar esa cantidad.

Diablos.

Respiro profundo, sacudo la cabeza de un lado al otro y agito mis


hombros. Yo puedo hacerlo. Puedo ser una buena asistente a pesar
de las circunstancias, necesito el dinero, yo solo voy a trabajar y me
ganaré mi sueldo honestamente.
Camino de vuelta a la oficina de la Kennedy #2, entro y me dirijo a la
mesita de café para preparar otra taza para mi jefe. Mi guapo,
vampiresco y odioso jefe.

—¿El Sr. Black pidió otro café? —inquiere la Kennedy #2—. ¿No le
gustó el que llevaste?

—Se me cayó —admito abochornada—. No sabía qué clase de


productora era, pudiste decírmelo cuando te pregunté —recrimino.

Ahora que lo pienso, ella tiene la culpa. No me contestó cuando le


hice las preguntas porque sabía que, probablemente, rechazaría el
trabajo. Quizás sí lo habría hecho. Pero ahora que firmé no pienso
renunciar, ya superé la primera impresión, puedo con esto.

—Ya te dije que es confidencial, no puedo hablar de ello con


personas que no trabajan en la empresa.

Bueno, tal vez tiene un punto. Aún así, considero que ella es una
perra por no advertirme una vez que había firmado.

—Necesito algo con que limpiar.

—Llama al departamento de limpieza, yo no tengo con que hacerlo.

—¿Ellos pueden entrar mientras están grabando?

—No, las grabaciones son en completa privacidad, ni siquiera yo


puedo entrar, sólo los camarógrafos, el director y el Sr. Black... y su
asistente.

Vaya, que privilegio el mío.

—Hay sanitas en ese cajón, lleva algunas y limpia, al Sr. Black le


molesta mucho la suciedad. —Mira mis converse de imitación, no
están precisamente limpios.

Tomo un paquete de sanitas, el café y regreso otra vez a la estancia,


respiro profundo antes de entrar y abro la puerta. No hago ruido,
siguen grabando aunque ahora ya no están en la cama, el tipo carga
a la morena más pequeña y la folla al mismo tiempo, mientras la
otra, hincada detrás de él, le chupa el culo.

Pero... ¿Qué carajos?

Aprieto el vaso de café, esta vez ya no se me va a caer. Busco a mi


jefe, pero ahora no lo veo. Creo que ya no está aquí. Maldición.
¿Dónde se metió? Me acerco a uno de los hombres y le hablo en
voz baja.

—Disculpa. ¿A dónde fue el Sr. Black?

—Tenía una llamada, debe estar en su oficina —contesta sin


mirarme.

—Gracias.

Saco algunas sanitas del paquete y las echo sobre la mancha de


café, las dejo absorber el tiradero mientras salgo y voy a la oficina
de mi jefe para entregarle el café, debe estar muy molesto por lo
que he demorado.

La puerta está entre abierta y entro sin tocar, él habla por su móvil y
apenas se puede escuchar lo que dice. Me mira y extiende la mano,
en esta ocasión sí coloco el café en ella, le da un sorbo cortito y
luego lo deja en su escritorio.

—Ya dije lo que tenía que decir —responde severo a quien sea que
está del otro lado de la línea—, te veo después.

Termina la llamada y guarda el móvil en el bolsillo de su saco y da


una onda inhalación.

—¿Se le ofrece algo más? —Mi voz es un murmullo.

—Vamos a salir, Kennedy.

—Candy —corrijo de nuevo—, me llamo Candy.


—Prepara lo necesario.

No me mira, simplemente sale de nuevo de la oficina. Ni siquiera sé


lo que es necesario. ¿Qué se supone que debo llevar o hacer? Miro
el café, tanto desmadre para un sorbito, con razón pide uno cada
dos horas, desperdiciado.
5. RESPONSABILIDADES
Salgo detrás de él, corro para alcanzarlo mientras atraviesa la
oficina de la Kennedy #2, que se desvive por él. Lo sigo hasta la
salida donde se detiene en la acera, como esperando algo.

—¿Y mi auto?

—¿Su auto? —Miro en todas direcciones, no sé cuál es su auto.

—¿Pediste mi auto?

¿Qué si pedí su auto? ¿Y yo cómo voy a saber que tenía que


pedirlo? ¿Pedirlo a quién?

—Ya pedí su auto, Sr. Black —dice la Kennedy #1, agitando sus
falsas pestañas—, estará aquí en unos segundos.

Dicho esto, dos segundos después, un lujosísimo auto negro se


estaciona delante de nosotros y desciende un hombre para abrirle la
puerta a mi jefe. El Sr. Black lo aborda sin decir una sola palabra, ni
mirar a la Kennedy #1 que suspira detrás de él.

Me da pena ajena.

La Kennedy #1 da un empujón a mi hombro para que me mueva, el


chofer aguarda con la puerta abierta y con un gesto de impaciencia.
Subo también al vehículo, que por dentro es increíble, el chofer
cierra la puerta y yo me hago pequeña a lado de este hombre sexy y
fastidioso.

¿Y si es un tratante de blancas y me está secuestrando?

¿Por qué me subí al auto de un desconocido?

Ah sí, es mi jefe. Además yo no soy blanca, así que no puede


venderme. ¿Cierto? El estómago se me aprieta cuando da una vista
rápida hacia mí, que lo miro con terror, aquí dentro de este auto todo
negro, parece más un vampiro que nunca.

—¿Me va a chupar la sangre? —pregunto aterrada—. ¿O me va a


secuestrar y venderme como esclava?

Por primera vez, noto un indicio de sonrisa que no pasa de ahí, creo
que no fue una sonrisa, tal vez fue un espasmo por un cólico.

—Subiste al auto por tu propio pie, no es un secuestro.

Entonces sí es un secuestro.

—Sr. Black, soy muy joven y no he cumplido mis fantasías sexuales


aún, por favor no me asesine y descuartice —suplico—, si me va a
chupar la sangre, conviértame en un vampiro sexy como usted, pero
no me mate, nunca he hecho un trío y acabo de descubrir en esa
habitación donde estaban grabando que quiero hacerlo.

Me mira con interés, ladeando la cabeza.

—¿Puede decirle a Roney a dónde debemos dirigirnos para el


almuerzo y dejar de parlotear tonterías?

¿Decirle qué?

—¿De-decirle a dónde vamos? ¿Cómo voy a saber a dónde me


lleva a secuestrar? ¿Acaso puedo elegir?

El Sr. Black cierra los ojos y resopla.

—Descuide señor —habla el tal Roney—, Cheryl acaba de


mandarme la ubicación del restaurante. —Pone el auto en
movimiento, integrándose en el tráfico de la Quinta Avenida.

¿Quién es Cheryl?

—Kennedy se...
—Candy —lo corrijo por tercera o cuarta vez, ya no me acuerdo—,
me llamo Candy Ruiz.

—Se supone que es mi asistente personal y debe de estar al tanto


de todo lo que concierne a mí. ¿De verdad está capacitada para
este trabajo? Nunca he despedido a nadie, pero creo que con usted
voy a saber lo que se siente.

Hijo de puta, cabrón.

¿Me está amenazando?

—Pero si no me dice cuales son mis responsabilidades, ¿cómo


quiere que las sepa? —replico, ofendida de que dude de mis
capacidades.

—Kennedy debió decírselas.

—Pues no lo hizo —refuto cruzándome de brazos. Él exhala.

—Básicamente mi asistente se encarga de organizar mi vida,


facilitarme cualquier cosa que necesite, tener mi café a tiempo,
asegurarse que mis cuentas van al día, que todo está limpio como
me gusta, que la comida no me da alergia, que el sol no me de
directamente, que no hay mujeres histéricas llamando y
acosándome, que llegue a tiempo a mis citas, que no olvide que
debo llamar a mi madre y que no tenga que preocuparme por estarle
recordando cuál es su trabajo —finaliza, etéreo cómo es él, ni
siquiera gesticula mínimamente.

—Ok, entiendo —aseguro, aunque realmente no entiendo, este


hombre no necesita una asistente, necesita una niñera—. ¿Toda esa
información se la pido a Kennedy o usted me dice cuales son sus
alergias?

—La más importante es al sol —aclara, mis comisuras se elevan un


poco sin pretenderlo.
—¿Entonces no es un vampiro? —aprieto los labios para no reírme.

—Si lo fuera, muy seguramente no mordería cuellos, iría por las


arterias pudendas —replica, vacío de expresiones—. Kennedy debe
darle toda la información.

—La pediré cuando regresemos —aseguro, borrando la sonrisa de


mis labios y preguntándome cuales son las arterias pudendas.

El resto del camino va callado, mensajeando con alguien, por lo que


yo también saco mi móvil y le mando un mensaje a Chema, para
contarle la buena noticia y decirle que regreso por la noche.

«Tengo trabajo, mi jefe es un sexy vampiro que va a chuparme las


arterias pudendas. Y a parte me van a pagar tres mil quinientos
dólares por ello, soy una perra afortunadaaaaa»

Finalizo con emojis de la carita con ojitos de signo de dólares y le


doy enviar. No tarda ni tres segundos en estar en línea y responder
a mí mensaje.

«Felicidades señorita asistente personal, no dejes que te chupeteen


mucho, no me preguntes cómo o por qué, pero sé que las arterias
pudendas están en la vagina, si te pagan por ello, entonces no eres
asistente, eres la zorra de tu jefe»

Casi me atraganto con lo de las arterias. Miro de reojo a mi jefe, tan


serio y odioso que se ve y le gusta chupar vaginas. Bueno, repito
que yo me dejaría chupar lo que sea por él. Ojalá lo haga, así eso
me convierta en una zorra como dice Chema.

«Ahora quiero que en verdad me las chupe. Regreso por la noche y


te cuento, besos»

No me espero a ver su respuesta, guardo el móvil cuando el auto se


detiene frente a su restaurante asquerosamente lujoso y la boca se
me hace agua, tengo hambre, desayuné muy poco y ahora que veo
este lugar, las tripas me rugen.
Bajo del auto junto con mi jefe y camino detrás de él para ingresar
en el restaurante, observo boquiabierta la ostentosidad. Lo recibe un
hombre trajeado y algo mayor, se nota que es cliente frecuente
porque lo saluda por su nombre.

—Sr. Black, que gusto tenerlo aquí hoy, su mesa está lista —apunta
el recepcionista.

—¿Ya llegó Minnie?

—Aquí estoy, querido —dice una voz de mujer a nuestra espalda,


giro para ver a la recién llegada que no se puede definir como nada
menos, que una divinidad.

Súper alta, rubia, labios gruesos y ojos atrevidos, unas tetas


increíblemente grandes, cintura pequeña y un culo que debe ser
operado, porque no puede tener esas nalgas teniendo una mini
cintura. Todo eso metido en un entallado vestido rojo y trepada en
unos tacones de aproximadamente diez centímetros.

Automáticamente mi cabeza la nombra como Jessica Rabbit.

—Los guiaremos a su mesa —indica el hombre, mientras mi jefe


recibe besuqueos por parte de la rubia tetona.

Cuando vamos a entrar el sujeto me detiene.

—Su vestuario no es admitido —dice el hombre, no es grosero pero


tampoco amable.

—Soy la asistente del Sr. Black —aclaro—, debo entrar con él.

Tanto mi jefe como Jessica Rabbit voltean a verme, ella me examina


de arriba abajo, con curiosidad mezclada con cierto recelo.

—Lo siento señor, tenemos normas —se disculpa con mi jefe, el


cual asiente para mí sorpresa.
—Aguarda en el auto Kennedy, dile a Roney que te lleve a un
Subway a comer.

Y sin más da la vuelta y camina con la rubia tetona colgada de su


brazo.
6. ESPASMO DE CÓLICO
Después de comer un Subway de treinta centímetros con doble
porción de boneles hot, unas papas crosschips, una galleta y dos
coca cola, me siento satisfecha. Lo mejor de todo es que comí gratis
porque Roney pagó, es lo mínimo que podía hacer por mí, después
del vergonzoso desplante de mi jefe en el restaurante.

Subimos al auto otra vez para regresar por el odioso Sr. Black al
restaurante lujoso, que seguro, ni siquiera tiene una comida tan rica,
la gente que sale de ahí tiene cara de amargada, así que no
debieron comer sabroso, porque una persona con la panza llena, es
una persona feliz. Yo lo soy después de haber ahogado mis penas
en la salsa búfalo hot de los boneles.

—¿Sigues molesta? —pregunta Roney, creo que debió darse


cuenta del grado de mi enojo por todo lo que comí.

Me sorprende que me hable en español, creí que aquí todos


hablarían en inglés, pero es bueno hablar con alguien y no tener mi
cabeza trabajando a todo lo que da para comprender lo que dicen
sin que se me escape algo.

—El Sr. Black me humilló al decirme que esperara en el auto —


refunfuño no queriendo admitir, que me dolió más de lo que debería.

—Vístete adecuadamente para tu trabajo y te aseguro que nunca lo


volverá hacer.

—¿Vestirme adecuadamente es ponerme ropa entallada para


parecer un chorizo como Kennedy o la rubia teto... la tal Minnie? —
cuestiono enarcando una ceja.

—No, no es necesario que parezcas un chorizo, pero puedes usar


ropa formal, de oficina y no parecer que saliste del Bronx y que vas
a asaltar a alguien.
¿Qué qué?

—¡Oye! —replico, ofendida—, no parezco pandillera.

—Sí lo pareces, una pandillera bonita, pero pandillera al fin.

Solo porque me dijo bonita no le doy un golpe.

—No tengo ropa de oficina —admito—, vine a Nueva York con una
mochila donde solo cabían tres cambios de ropa.

Roney suspira.

—Puedo llevarte a comprar algo después de dejar al Sr. Black en su


pent house, pero debe ser rápido y nuestro secreto —indica, le
sonrío porque se me hace un gesto amable ofrecerse, hasta este
momento, nadie ha sido amable conmigo.

—No tengo dinero —susurro—, te lo agradezco, veré qué puedo


hacer para vestirme mejor mañana, aunque pienso que nada tiene
de malo mi ropa.

—Quizá es porque no has comprendido el estatus en el que se


maneja el Sr. Black. Su productora es la más importante en su rama,
a nivel mundial.

—¿Importante? Hace pornografía.

—Y te sorprenderías de ver la cantidad de consumo de sus


películas, y más aún, de modelos y actores que desean trabajar con
él.

Muerdo mi labio, supongo que no sé que tan pudiente es mi jefe,


debe serlo mucho, pero igual eso no le daba derecho a hacer lo que
hizo. Sin embargo, prefiero no discutir más y tampoco es que pueda
hacerlo cuando vemos aparecer al Sr. Black en la puerta, con
Jessica Rabbit aferrada de su brazo.

Que mujer tan intensa.


Ni que se lo fueran a robar.

Si supiera que el jefe quiere chuparme las arterias pudendas.


Bueno, no sé si lo quiere, pero si lo dijo fue por algo, a mí no me
engaña.

—Espero que haya tenido un agradable almuerzo —dice Roney


abriendo la puerta para él, el jefe solo asiente.

—Querido, ¿me llevas a mi hotel? —pregunta demasiado sugerente


la rubia, yo me renuevo en mi lugar, ojalá diga que no, seguro se
van a follar y no quiero esperar más tiempo dentro del auto, hay que
ponernos a trabajar.

—Claro, Minnie —responde el Sr. Black después de revisar la hora


en su reloj.

Aprieto los labios por la molestia.

Ellos suben en la parte trasera del auto, Roney me indica que suba
en la delantera junto con él y eso hago. La rubia es una atrevida
sentándose en las piernas de mi jefe, besuquea su rostro y cuello y
yo no puedo dejar de dar miradas furtivas al retrovisor para ver lo
que hacen. Son unos indecentes, eso no se hace en público.

¿Pero qué puedo esperar de un hombre que produce porno?

Nos detenemos de nuevo en un hotel enorme y opulento, ruedo los


ojos porque el exceso de lujo ya comienza a fastidiarme. La rubia
tetona casi se traga a mi jefe besándolo en la boca mientras él
aprieta una de sus nalgas con su mano, que, a pesar de ser grande,
comparada con el culo de Jessica Rabbit, se ve pequeña.

—¿Quieres subir a mi habitación? Recuerda que me voy mañana a


Los Ángeles y quiero despedirme de ti como debe ser —susurra
sugerente, casi ahogándolo con sus inmensas tetas.

Él no quiere, ofrecida.
—Claro que quiero —responde con voz ronca.

¿Ahora sí tiene voz el señor?

Cabrón, pito regalado.

Roney da un toque a mi rodilla para que lo vea, separo la vista del


retrovisor y veo que pone en su teléfono una nota. Sonrío hacia él y
levanto la vista de nuevo al retrovisor.

—Sr. Black, tiene grabación en una hora —pronuncio con seriedad,


completamente metida en mi papel de asistente—, con Serena y
Vlady.

La rubia aprieta los labios.

—¿Con Serena? —cuestiona con cierto tono de reproche, el Sr.


Black aprieta un poco el rostro, me parece que molesto por el
cuestionamiento, incluso a mí me fastidió.

—Es una de mis mejores actrices —explica tranquilo—, no quiero


comenzar la misma plática de siempre —declara educado, pero
tajante.

Noto las intenciones de la tipa por replicar, me bajo rápidamente del


auto y le abro la puerta trasera, extendiendo mi mano e invitándola a
bajar.

—¿Le acompaño hasta su suite, señorita Minnie? —Sonrío cortés,


haciendo una excelente representación de asistente.

Su mandíbula se tensa.

—Te veo a tu regreso, Minnie —se despide el Sr. Black. Por dentro
siento una inmensa e insana satisfacción, lo peor es que ni siquiera
sé por qué me da tanto gusto que no se quede a coger con ella.

La Jessica Rabbit me empuja la mano y baja del automóvil, camina


hacia el interior del hotel sin despedirse ni decir nada. Me aguanto
las pinches ganas de reírme como una desquiciada y subo de nuevo
al auto, a lado de mi sexy y putañero jefe, hombre tenía que ser.
Extiende una mano hacia mí y se la choco, feliz de deshacernos de
la vieja.

Me mira sin parpadear.

¿No estábamos celebrando?

—¿Dónde está mi café? —dice con un toque exasperado.

Puta madre.

—Le prometo que llegando a la oficina se lo tengo en seguida, jefe.

Regresa la vista al frente, pero no me pasa desapercibido que rueda


los ojos.

—Tienes medio día trabajando conmigo y ya quiero despedirte —


murmura bajo, debería molestarme o asustarme, pero
inexplicablemente me hace sonreír.

—¿Y luego quien le saca de encima las rubias tetonas, ah?

No me mira, saca su teléfono y se pone a teclear en él, sin embargo,


noto otro espasmo de cólico en sus labios, esta vez, estoy segura
que está sonriendo.
7. MUERTO Y TIESO
De regreso en el edificio de la productora, voy directa a poner la
cafetera para preparar el espresso de mi jefe, el cuál pasó de largo
sin atender las insinuaciones de la Kennedy #2.

—Necesito toda la información referente al Sr. Black. —Me planto


frente a su escritorio, ella me mira con indiferencia, como si no le
importara mi petición—, el jefe me dijo que tú debías dármela,
también necesito su agenda si es que tiene.

—¿Él Sr. Black dijo eso?

—Si quieres le pido que venga él mismo a darte la orden —replico,


no escondo que la Kennedy #2 no me agrada, porque es notorio que
tampoco le agrado.

Ella aprieta los labios, pero finalmente abre el cajón de su escritorio


y extrae una tableta electrónica que me entrega a regañadientes.
Inmediatamente la reviso, encontrando su agenda personal de citas,
contactos, muchas notas acerca de personas y actividades, y lo más
importante, su información personal.

No tengo tiempo de revisarla a conciencia, por lo que la meto en mi


bolso, tomo el café, le guiño un ojo a Kennedy y me dirijo al pasillo
que lleva hacia su oficina. Él está en una llamada cuando entro,
extiende la mano a mí sin mirarme y por primera vez tengo el café a
tiempo.

Siento una extraña satisfacción por esa simpleza.

Me siento un momento en el silla acojinada frente a su escritorio y


reviso lo que hay en su agenda el día de hoy, desde ahora y hasta la
seis de la tarde, marca grabación. También programo alarmas
vibratorias cada dos horas para tener presente lo de su café y doy
un vistazo rápido a lo de las alergias.
Tiene muchas. Me sorprendo de notar la cantidad de cosas que no
puede comer. Nueces sobre todo, yo amo las nueces, el chocolate
con almendras es mi favorito. No puede comer piña tampoco, ni
crustáceos. No tolera el sol, el yodo, ni muchos productos
antisépticos y de limpieza, al parecer su piel es muy sensible.
También es alérgico al látex.

Oh diablos.

—Debemos ir al set en unos minutos —indica poniéndose de pie—,


prepara la ducha.

¿La ducha?

Su vista se dirige a la puerta dentro de su oficina, una que ni


siquiera había notado que estaba ahí. Me dirijo a ella con la tableta
en la mano, buscando información específica sobre como toma la
ducha. Tiene geles de baño especiales para piel sensible, me
imagino sus nalguitas como las de un bebé, que deben ser cuidadas
con productos hipoalergénicos.

También sus huevitos.

Preparo la bañera siguiendo estrictamente las indicaciones de


temperatura, dejo ir una cantidad de aceites esenciales y cuando ya
está todo listo, salgo para informarle que ya puede ducharse. Se
adentra en el baño, ni siquiera se toma la molestia de cerrar la
puerta mientras se ducha y yo debo contener las ganas de
asomarme y echarle un vistazo a mi jefe desnudo.

—Kennedy, mi bata —solicita—, no la pusiste en su lugar.

—Candy, señor —lo corrijo de nuevo, desde mi silla en la oficina—,


¿dónde están las toallas?

—En el armario del baño —indica. Trago grueso y me levanto,


yendo hacia el baño.
Entrecierro los ojos para entrar, extraigo una de las batas suaves y
pachoncitas que cuelgan del armario, junto con otros trajes y
camisas y alargo el brazo lo más que puedo a través de la mampara
entre abierta, para no verlo. Aunque en realidad me encantaría
verlo.

Regreso a la oficina y unos segundos después sale del baño


envuelto en la bata y con unas pantuflas blancas también. Creo que
me quedo algunos segundos sin parpadear y sin respirar, realmente
no estoy viendo nada indebido, pero saber que solo trae la bata y
ver su cabello húmedo desordenado pegarse a su frente me hace
agua la boca.

Es delgado y alto, eso ya lo había notado, pero ahora lo detallo


mejor por el lazo que se ajusta a su cintura. Creo que es más
pequeña que la mía. Carraspeo para salir de mi embobamiento, él
se dirige a la puerta y sale, así, sin preocuparse de que lo puedan
ver en bata.

—Trae lo necesario —dice desde afuera y de nuevo no sé que es lo


necesario.

Reviso rápido las notas en la tableta, pone algo acerca de cremas y


lociones para antes de grabar. Me quedo un segundo pensando en
ello, cuando Roney me dijo que tenía grabación, supuse que el jefe
supervisa las escenas que se graban, pero ahora viéndolo dirigirse
hacia el set, en bata y recién duchado comienzo a pensar otras
cosas.

¿Él va a grabar las escenas?

Me atraganto con mi propia saliva y mis pensamientos, tomo lo


necesario del gabinete del baño y corro hacia donde se dirige mi
jefe, para entrar detrás de él al set. Al igual que en el otro, hay
muchas personas y cámaras. Una joven mujer de salvaje melena
negra y brillante, a la cual le aplican cremas en el cuerpo, lleva un
pequeño bikini que no le cubre nada y no ocupa sostén.
Me ruborizo al verle las tetas.

—Buenas tardes —saluda el Sr. Black, todos le devuelven el saludo


con educación.

—¡Monty! —dice la mujer con las tetas al aire—, tanto tiempo sin
grabar juntos, estoy emocionada.

¿Monty?

—Siempre es un placer trabajar contigo, Serena —apunta mi jefe,


en tono halagador.

Con que ella es por quién se puso celosa Jessica Rabbit, bueno, yo
también me pondría celosa si tuviera alguna especie de relación con
mi jefe y supiera que va a grabar con la mujer que tiene en frente.
Es en verdad espectacular. No solo tiene un cuerpo perfecto, es
mucho más bonita de cara que la rubia tetona, que ahora que lo
pienso bien, tiene pinta de ser actriz porno.

—Kennedy, quítame la bata —pide el Sr. Black.

Parpadeo dos veces antes de comprender que me lo dice a mí.

¿Quitarle la bata dijo?

Me acerco un tanto dudosa, él levanta ligeramente los brazos para


permitirme soltar el lazo que mantiene la bata cerrada.

—¿Se-se la qui-quito? —tartamudeo. El jefe asiente.

Mis dedos tiemblan deshaciendo el nudo, cuando la bata se abre


contengo la respiración y evito mirar hacia abajo, aunque mis ojos
no dejan de rebelarse a mí. Tomo la solapas y la retiro por sus
hombros. Me quedo muda y sin respiración al verlo totalmente
desnudo. Su piel es increíblemente blanca, incluso se marcan varias
de sus venas.
La tentación de tocarlo es demasiada, por algún motivo tengo la
idea de que estará frío porque es un vampiro y está muerto. Cuando
termino de admirar su pecho, irremediablemente mis ojos bajan a
dónde no deberían. Ahogo una exclamación, mis ojos se abren de
sobremanera y levanto la vista inmediatamente, asustada de lo que
acabo de ver.

Definitivamente está muerto y muy tieso.


8. EL MEJOR EMPLEO DEL MUNDO
—Kennedy —pronuncia el Sr. Black para sacarme de mi estado de
aturdimiento—, Kennedy, la crema.

Parpadeo un par de veces más sin comprender del todo lo que me


dice. Su vista se fija en la mía, tan cerca como estamos, me pierdo
en la oscuridad de sus ojos que contrasta con su piel en extremo
blanca.

Señor que me has mirado a los ojos y sonriendo has dicho mi


nombre...

Me enamoré.

Juro que por primera vez en mi vida estoy enamorada. Dirían en mi


pueblo, esta si es una riata y no mamadas. Jamás había visto un
pene tan grande, tan bonito, tan gordito, tan lamible y tan besable.
Es que lo amo, lo amo con toda mi cosita palpitante de señorita, mis
pensamientos puercos y mis arterias pudendas.

Quiero tocarlo.

Y apretarlo.

También chuparlo.

Quiero todo con ese pene.

Hasta casarme.

Sería tan hermoso, nosotros dos en la iglesia de mi pueblo,


hincados frente al altar y cuando el padre diga, puede besar a la
novia, me inclino para besar esa cabecita rosada.

—Kennedy —repite mi jefe.


—¿Sí? Sr. Black —suspiro, en mi mentes suenan las campanas de
la iglesia, mientras salimos de la misa, yo sujetando firmemente mi
esposo pene.

—Las cremas.

—Sí, claro. —Me doy una bofetada mental para dejar de suspirar
por el pene de mi jefe y tomo la crema para entregársela.

—Tu asistente es muy divertida. ¿Es nueva? —pregunta otro chico,


uno que también está bien sabroso y comestible porque sus
músculos son impresionantes, a él también le aplican cremas en el
cuerpo, como a la chica tetas al aire.

—Sí —afirma el Sr. Black—, por eso es tan... poco productiva.

¿Poco productiva?

Se lo perdono solo porque aún estoy emocionada con nuestro


matrimonio y ahora andamos de luna de miel en mi cabeza.

—Dale tiempo, no seas tan duro Monty, se ve que es una chica linda
y lista.

Claro que lo soy, muy lista.

Y caliente. Muy caliente.

Le sonrío en agradecimiento al chico musculitos. Él me guiña un ojo


y no puedo evitar ruborizarme de nuevo. Sí, está bien sabroso,
acabo de caer en el paraíso de hombres desnudos y pitudos.
Definitivamente Dios me ama.

—Kennedy, debes aplicarlo sobre mi cuerpo —indica con un


resoplido de exasperación y yo casi me desmayo de la impresión.

¿Aplicarlo en su cuerpo?
¿Ponerlo en mis manitas y esparcirlo por ese cuerpo vampiresco y
sensible como nalguitas de bebé?

Sí a todo, jefe.

—A sus órdenes Sr. Black —digo tratando de parecer profesional y


no desesperadamente deseosa de manosearlo.

Aplico una generosa cantidad de la crema sobre mis manos y las


pongo sobre su pecho. Comienzo a tallarlo por todo su torso
cerrando muy fuerte los labios o comenzaré a babear sobre su
abdomen, que si bien no tiene músculos marcados, sí se siente
firme.

¿Cómo puede existir un espécimen como este?

Es que no sólo es atractivo, elegante y millonario, está vergudo y si


es actor porno, debe coger bien rico y yo necesito que me cojan
rico.

—Ella pone mucha dedicación en aplicar la loción —comenta el


chico musculitos—, Monty, deberías prestármela para que también
me la ponga a mí.

¡Uy sí!, con mucho gusto.

—Tienes tu propia asistente —responde mi jefe, serio—. Kennedy,


debes extenderla por todo mi cuerpo, no solo en el abdomen.

—Como ordene Sr. Black —susurro.

Pongo más de la crema en mis manos y me dirijo a su espalda. Un


ligero cosquilleo comienza en mis dedos mientras bajo y bajo hasta
llegar a sus glúteos. Respiro profundamente y coloco mis manos
sobre ellos, frotando con insistencia para que la crema entre en su
piel.

Sí, son suaves como nalguitas de bebé.


Cuando ya no puedo alargar más el tiempo de manosear su trasero,
me acuclillo y sigo con sus piernas. Las lleno por completo de crema
y después me pongo de pie, feliz como una lombriz de tener el
mejor empleo del mundo.

—Te faltó algo —dice Serena, señalando con la vista al muerto. Miro
al Sr. Black que permanece inexpresivo, abro la crema, vierto otra
cantidad y lo vuelvo a mirar.

No niega ni se aparta, por lo que llevo mis manos a sus genitales y


comienzo a frotarlos.

¡Oh, por Dios! Le estoy tocando los huevos y el pito a mi jefe. Este
es sin duda, el mejor puto trabajo del mundo. Mi mano derecha se
mueve a través de su larga longitud. Muy larga longitud. Y la otra
sostiene sus testículos, frotándolos.

Mantiene la vista al frente, no me mira, no se inmuta mientras sigo


tocándolo y no precisamente de una manera profesional. En algún
momento, que no me he dado cuenta, he comenzado a masturbarlo.
Bueno, sí me di cuenta, pero me hago la que no.

—Creo que es suficiente —interviene la chica tetas al aire—, no


queremos que se corra antes de tiempo —se burla.

Mi jefe enarca una ceja.

—Lo siento —me disculpo, me arde la cara al notar que todos nos
miran con curiosidad.

Solo a mí se me ocurre masturbar a mi jefe antes de iniciar una


grabación.

Y frente al staff.

Mierda.

Cómo no soporto las miradas, me voy a un rinconcito y me hago


pequeña ahí, mientras le ruego a todos los santos que mi mamá
conoce, que el jefe no se haya molestado y me despida. Ahora más
que nunca quiero el empleo. Si mi trabajo es manosear al Sr. Black,
definitivamente este es el trabajo de mis sueños.

El director los llama a escena, primero a Serena y al jefe, el chico


musculitos aguarda por su entrada. Charlan durante varios minutos
y después se dirigen a la cama, en cuanto se oye la orden de
silencio, el lugar enmudece y lo único que se escucha son las
respiraciones de los actores.

No pierden el tiempo en preámbulos, el Sr. Black toma las piernas


de serena y las abre por completo, exponiendo su sexo a la cámara.
Su boca desciende hasta su vagina y comienza a chuparla de una
manera que me obliga a apretar las piernas y a respirar acelerada
cuando ella comienza a gemir escandalosamente.

Por Dios, parece que quiere succionarle el alma.

Es en serio que el jefe es un vampiro succionador de arterias


pudendas. Introduce dos dedos de golpe y la masturba fuerte y
decidido, los gemidos y jadeos de Serena son tan fuertes, que casi
los siento como míos y mi intimidad palpita incontrolable deseando
ser la que está tirada en la cama, recibiendo las atenciones del jefe.

Puedo sentir la humedad en mi ropa interior, me remuevo en mi silla,


inquieta por ver cómo la lengua de mi jefe se mueve rápido sobre el
clítoris de ella, y sus dedos entran y salen hasta que un orgasmo
explosivo le moja el brazo. Inmediatamente le da la vuelta, deja ir un
azote en su glúteo y la penetra sin contemplaciones, hasta el fondo.

Mi futuro esposo desaparece dentro de la vagina de ella, que grita y


gime, no sé si de dolor o de placer de tener tremenda cosa
taladrando su vagina. Esa mujer necesitará incapacidad por algunos
días para recuperarse de la cogida que le está dando el Sr. Black,
que por primera vez no está serio y una expresión pervertida ocupa
su rostro.

—Te puedo prestar mi bóxer para que te limpies la baba.


Respingo al notar a musculitos a mi lado.

—No estoy babeando —me defiendo, paso mi mano por mi boca,


por si acaso.

—No me refería a eso. —Se ríe, me sonrojo al comprender lo que


quiso decirme—. Pareces una chica linda, no cometas el mismo
error de todas.

—¿Cuál error?

—Enamorarte de Monty, si lo que quieres es que te folle, muy


probablemente lo consigas, pero abre las piernas y cierra el
corazón, él no toma en serio a ninguna chica.

Un ligero pinchazo me molesta el estómago.

—Solo soy su asistente —refuto, retomando mi actitud profesional.

—Sí, claro —sonríe—. Es mi turno, debo unirme a la diversión.

Se pone de pie y baja su bóxer, liberando la erección que salta de


arriba abajo, arroja la ropa interior a mi regazo, me da un guiño y
entra en el enfoque de las cámaras.
9. ¿EN SERIO?
Mis piernas tiemblan como las de un venadito recién nacido al
terminar la grabación, casi siento que me han cogido a mí solo de
mirar todo lo que hicieron esos tres en la cama, y en el piso,
recargados sobre la mesita de noche y parados.

Necesito una ducha.

Y un cambio de bragas.

Estoy segura que mi pantalón debe tener una mancha de humedad


enorme, y casi prefiero que crean que me hice pipí, a qué sepan que
ver a mi jefe follar me puso caliente. Aunque no dudo que todos en
el set estén calientes.

¡Qué manera de coger, jesucristo!

Mi débil corazón ya no resiste este tipo de emociones intensas.


Aunque mi vagina si lo haría. Claro que lo haría. Nada más de
pensar en cada uno de los centímetros del jefe traspasando mi
entrada con esa potencia con la que se mueve...

¡Diablos!

—Kennedy, te estoy hablando —dice el Sr. Black, parpadeo varias


veces, un poco abrumada por las escenas que se rehúsan a irse de
mi cabeza.

—A sus órdenes, señor —respondo.

¿Qué me habrá dicho?

—Prepara la ducha —rumia exasperado.

¿Podré ducharme también?


De verdad necesito una ducha que me refresque los pensamientos.

¿Podría ducharme con él?

Él Sr. Black me mira enarcando una ceja.

—No puedes ducharte conmigo —aclara.

¡Oh, mierda! ¿Lo dije en voz alta?

—Estaba pensando en voz alta, lo siento —me excuso, aunque eso


no borra haberme dejado en evidencia.

—La ducha —repite.

Me meto al baño corriendo, repito todo el proceso de hace unas


horas, cuando tengo lista la bañera, le indico que entre. De nuevo
deja la puerta abierta, pienso que ahora que lo he visto desnudo no
hay problema si entro en el baño mientras él está dentro.

Compórtate Candy.

Está bien, no voy a entrar.

Me siento en la silla y reviso la agenda, tiene una cita a las ocho de


la noche, no dice con quién, sólo el nombre del restaurante, que no
conozco, pero que debe ser algo súper elegante como al que fuimos
en el almuerzo.

Desde ya, sé que no me van a dejar entrar.

Miro mis converse rosados de imitación, yo los amo, pero quizás


sea cierto que debería vestirme más adecuado a mi trabajo. Saco mi
teléfono y escribo rápido un mensaje para Chema, espero que
pueda ayudarme con esto.

«Espero no interrumpir en el trabajo, pero necesito que me hagas un


pequeño préstamo, sólo para comprar unos tacones, camisa y falda
adecuada para la oficina, porfis»
«Te lo pago con mi primer sueldo y hasta con intereses»

Doy enviar y aguardo por su respuesta, está trabajando, por lo que


debe tardar algo en poder revisar el móvil, su jefe es bastante
estricto en cuanto a eso. Ojalá pueda hacerlo, así aprovecho
también la ayuda que me ofreció Roney de llevarme de compras.

El Sr. Black sale del baño unos minutos después, su cabello


húmedo desordenado se ve tan sexy, me encantaría meter mis
dedos entre las hebras negras y acomodarlo, o simplemente tirar de
él y besarlo. Pero después de lavarse bien los dientes, le comió el
coño a otra.

—Hazme el nudo de la corbata —ordena, señalando su cuello.

Diablos.

—Ehhh... no sé hacer un nudo de corbata —confieso, avergonzada.

Él me mira inexpresivo.

—Yo tampoco sé —declara—, mi asistente se encarga de eso.

¿También de eso? ¿No quiere que lo vista también?

Bueno, vestirlo no me molestaría y desvestirlo mucho menos.

—No se preocupe, ya mismo lo soluciono.

Saco mi móvil y busco en YouTube un tutorial para hacer nudos de


corbata. Lo miro una vez y después le doy reproducir de nuevo
mientras sujeto los extremos de la corbata de mi jefe y trato de
imitar lo que hacen en el vídeo.

Su respiración serena y profunda se estrella en mi rostro, huele a


pasta dental súper fuerte y mentolada. Mis labios cosquillean por
esas sensaciones que me produce su cercanía, tengo apenas unas
cuantas horas de trabajar con él y ya lo vi desnudo, lo manoseé y
ahora lo ayudo a vestirse.
Es como si estuviésemos casados.

Definitivamente somos el uno para el otro.

Me toma muchos minutos haciendo y deshaciendo el nudo, hasta


que por fin obtengo algo medianamente aceptable. Pero no me
quejo, porque tenerlo cerca y oler el aroma de su gel de ducha
cítrico es delicioso. No usa perfume, supongo que por su alergia, y
no lo necesita, él huele divino.

—Su siguiente cita es en Nova In —informo—, tiene el tiempo justo


para llegar.

Asiente, toma su celular del escritorio y se encamina a la puerta.

—¿Debo acompañarlo o ya me puedo ir a mi casa? —pregunto


antes que salga, falta poco para que sean las ocho de la noche, han
sido ya bastantes horas de oficina.

Me mira de arriba abajo, dándome a entender que debería


acompañarlo, pero que mi ropa no es la adecuada.

—Puedes irte después de la cena —indica—, después de


asegurarte que no necesito nada más.

Suspiro y lo sigo.

Me llevo conmigo la agenda, necesito estudiarla a fondo, mi primer


día ha sido algo desastroso y no quiero que se repita mañana, debo
comenzar a comportarme como un asistente profesional si quiero
quedarme con el puesto.

«Lo siento muñeca, no tengo efectivo por ahora, hasta que me


paguen. ¿La empresa no te da uniforme o algo así?»

Resoplo leyendo la respuesta de Chema, contaba con que pudiera


prestarme dinero para vestirme mejor y darle una buena impresión
al estirado de mi jefe, y también para que las odiosas Kennedys no
me miren como lo hacen.
Supongo que mañana deberé comer de nuevo en Subway.

—¿Sucede algo? —El Sr. Black me mira con curiosidad, y hace que
me sonroje por lo bonitos que son sus ojos.

—Pensaba ir de compras, ya sabe, ropa adecuada para que mi jefe


no me deje fuera del restaurante.

Su espasmo de cólico le eleva una comisura.

—Pero no va a ser posible, así que seguramente vendré desnuda


mañana al trabajo.

—Ya veo —murmura—, hay casting para actrices, podrías


aprovechar.

Me atraganto con mi saliva.

¿Acaba de proponerme ser actriz porno?

—No sé si sentirme halagada u ofendida —comento.

—Eres linda y las latinas gustan mucho.

¿Así que le parezco linda a mi jefe?

—¿Y quién hace los castings de actrices? —pregunto por preguntar,


realmente yo no lo haría, pero me da curiosidad saber.

—Yo, por supuesto.

Interesante.

—¿Y que hay que hacer en el casting?

El jefe me mira irónico.

No me digas que hay que follar.


—¿Dónde me anoto?

—Era una broma, Kennedy —dice de repente, arruinando mi


fantasía donde me montaba sobre mi jefe, en su sillón giratorio en la
oficina.

—Yo también estaba bromeando —replico.

Llegamos al restaurante donde tiene la cita, está vez ni siquiera me


preocupo por bajarme del auto, ya sé que no me van a dejar entrar.
Roney y yo decidimos cenar hot dogs en un puesto ambulante, me
como solo tres porque me da pena con el hombre seguir pidiendo.

Regresamos justo a tiempo, un par de minutos después sale mi jefe


acompañado de una pelirroja de labios muy gruesos y
provocadores, suben al auto sin siquiera mirarme e inmediatamente
la tipa sube en su regazo y comienza a besuquearlo.

—Al hotel Royal Elite —solicita la pelirroja, Roney asiente y pone el


auto en movimiento.

¿Es en serio?

¿El jefe se va a follar otra vez?

¿Cuántas veces coge por día?

Miro a Roney de reojo que solo alza los hombros, seguro él ya sabe
los itinerarios de mi jefe. Me arrellano en el asiento y cruzo los
brazos, increíblemente molesta de que mi jefe sea un promiscuo.
10. POLIISOPROPENO
Voy rumiando mi disgusto todo el camino hasta llegar al hotel de la
pelirroja. Esa mujer no sé si es una persona o un pulpo, va enrollada
en mi jefe, atrapándolo con sus tentáculos y el pobre no se puede
liberar. La odio a ella y a sus labios que parecen querer matarlo de
asfixia.

Se despegan para bajar del auto, el jefe dirige una mirada hacia
nosotros para indicarnos que ya nos podemos ir y entonces Roney
pone el auto en movimiento de nuevo. Me molesto aún más
mientras nos alejamos, quizá debería ir a rescatar a mi jefe de esa
mujer.

—¿En donde vives? —pregunta el conductor con gesto amable, me


agrada el hombre.

—En Soho, está algo retirado de aquí.

—Sí que lo está —dice alzando las cejas, estamos en la zona nice
de Nueva York y yo vivo en la zona que no lo es.

Mientras avanzamos me platica de su trabajo. Hace cuatro años que


comenzó a trabajar para el Sr. Black, por recomendación de su
anterior chofer. Me cuenta que es de Puerto Rico, pero emigró hace
muchos años a Estados Unidos junto con su madre.

Yo le platico a él un poco de mi vida, que mi madre es secretaria en


una institución gubernamental y mi padre trabaja en una bodega de
carga. Realmente no hay mucho que platicar de mi vida, no he
hecho nada interesante ni aventurero fuera de venir a Estados
Unidos.

Estudié la preparatoria, pero no pude estudiar la universidad porque


en mi pueblo no hay universidades y mis padres no se podían
permitir pagarme un hospedaje en otra ciudad, por lo que comencé
a trabajar en empleos informales.

He tenido algunos novios pero nada serio, salvo el último, que fue
con el que perdí mi virginidad hace dos años, pero el muy imbécil
me puso el cuerno con una chica del pueblo contiguo y lo mandé a
volar. Lo cierto es que me dolió, no estaba enamorada, pero según
nuestra relación era formal.

Ya casi para llegar a Soho, escucho mi móvil sonar, lo extraigo y veo


un número que no reconozco, por lo que no sé si tomar la llamada o
no, no tengo amigos en Nueva York a parte de Chema y los
números de los trabajos a los que me he presentado los tengo
registrados.

—Es el Sr. Black —informa Roney mirando de reojo mi teléfono—,


ese es su número.

¿Cómo es que tiene mi número si nunca me lo pidió?

Yo no tengo el suyo, o bueno, no lo tenía.

—Contéstale —indica. Salgo de mi asombro temporal y tomo la


llamada.

—Dígame señor —respondo.

—Kennedy, no trajo lo necesario.

Pero, ¿qué carajos es lo necesario que siempre me lo pide?

—Disculpe Sr. Black, pero no sé que es lo necesario —me excuso.

—No tengo preservativos —explica.

¿De verdad? ¿Eso es lo necesario que siempre me pide?


¿Preservativos para ir a coger?

Maldito hombre sensual y delicioso, pito fácil.


—Señor, usted es alérgico al látex. —No sé si se le olvidó o qué—,
no puede usar preservativos —susurro para que Roney no me
escuche, aunque él ya debe saber lo que está haciendo mi jefe.

—Kennedy, vaya a una farmacia o mini market, pida preservativos


de poliisopropeno y me los trae lo más pronto posible.

—Preservativos de poliisopropeno, entendido, a sus órdenes Sr.


Black.

Cuelga sin dejarme decir nada más.

—¿Podemos ir a una farmacia o mini market? —pido a Roney un


tanto avergonzada, no debería, los preservativos no son para mí, sin
embargo, me da pena que sepa que voy a comprarlos para el jefe.

—Te aconsejo siempre tenerlos en tu bolsa, el Sr. Black, los ocupa


mucho.

Mucho...

Promiscuo.

Roney me lleva al market más cercano, me bajo poniendo cara de


persona seria y entro. Busco casualmente los preservativos en los
pasillos sin encontrarlos, después, me doy cuenta que los tienen
detrás del mostrador y que debo pedírselos al chico que atiende.

Diablos.

Nunca he comprado preservativos en mi vida y ahora estoy aquí, en


un mini market, casi a media noche, a punto de pedírselos a un
chico que tiene aspecto de bad boy.

—Eh, disculpa —digo bajito, para que no me escuchen las demás


personas a mi alrededor, para ser tarde, hay muchas personas
comprando—. ¿Puedes darme unos preservativos de
poliisopropeno? —susurro.
El chico frunce el ceño.

—¿Qué?

—¿Qué si puedes darme preservativos de poliisopropeno? —repito


elevando un poquito la voz.

—¡Ah! ¡Preservativos! —dice en voz alta, llamando la atención de


las personas y haciendo que quiera que me trague la tierra—, tu
inglés es extraño.

Se da la vuelta y comienza a buscar entre los que cuelgan del


exhibidor, busca y busca y después regresa a dónde estoy,
intentando parecer invisible.

—No tengo de poliisopropeno, lo siento. ¿Por qué no usas de látex?


¿Eres alérgica o algo así?

Los chicos que llegan a la caja cargando cajitas de cervezas me


miran con curiosidad, mis mejillas arden de vergüenza y quiero
meter la cabeza en un agujero, como los avestruces.

—Si lo que te preocupan son las enfermedades, yo estoy sano —


dice uno de los muchachos—, conmigo puedes hacerlo sin
preservativo.

Pero...

—Gracias —rumio hacia él y salgo del market.

Corro de vuelta al auto y me meto para alejarme de las miradas


curiosas que me siguen a través del cristal. Me tapo la cara con las
manos gritando mil maldiciones hacia mí jefe, que quedan ahogadas
por mis palmas.

—¿Por qué tiene que ser tan promiscuo? ¿Y por qué no puede
comprar sus propios preservativos? ¿Por qué tengo que ser yo
quien pase la vergüenza?
Escucho la risita de Roney.

—Acostúmbrate, el Sr. Black es experto en pedir las cosas más


bizarras en los momentos menos esperados. ¿Los conseguiste?

—No, no había y acabo de acordarme que no traigo dinero, igual


habría pasado la vergüenza de no tener con que pagar si tuvieran—.
Finalmente me río, este día no podría ser peor, con todo lo que me
ha pasado.

—¿No te han dado la tarjeta de la asistente? Ella debe tener una,


para cualquier cosa que necesite el Sr. Black y debas ir corriendo a
comprar.

—Pues no, Kennedy no me dio nada, pero mañana mismo se la


exijo —gruño, cada vez me agrada menos la rubia hueca.

—Vamos, yo los compro para que no tengas que pasar vergüenza


otra vez, pero debes ser tú quien suba a dejárselos al Sr. Black, se
molesta mucho si alguien más fuera de su asistente se mete en sus
cosas, para él, la asistente, es como una sombra y una confidente
que sabe todas sus cosas.

—Supongo que todas sus cosas son, sus amantes.

—No solo eso, sus asuntos personales no se reducen únicamente a


su vida sexual, también a la familiar, a su salud, a su casa y a todo
lo que no está relacionado con la productora.

—¿Y todo eso está aquí? —Levanto la tableta.

—Sí y cualquier dato importante debes agregarlo en las notas, por


ejemplo, si decide dejar de ver a alguna chica, para recordar en un
futuro, no permitirle tener contacto con él, cualquier persona que
quiera comunicarse con el Sr. Black, debe pasar por ti primero.

—Eso no lo sabía, hoy contestó todas sus llamadas personalmente.


—Porque acabas de llegar, debes pedir también el móvil que está
vinculado al suyo, para que veas las llamadas que recibe y puedas
filtrar las que no le interesan.

—Entendido, es otra cosa que no me dijo Kennedy —rumio.

—Ella quiere el puesto de asistente desde hace mucho, pero el Sr.


Black no confía en ella para hacerse cargo de sus asuntos, así que
te recomiendo hacerlo lo mejor posible, para quedarte con el puesto,
hace tiempo que el señor no tiene una asistente de verdad, todas
vienen y van, pero puedo ver en ti una persona indicada para hacer
el trabajo.

Sus palabras me hacen sonreír, realmente deseo el empleo, fuera


del delicioso hombre que es mi jefe, lo emocionante y pervertido del
trabajo, y el sueldo, creo que es algo que puedo hacer bien... si me
esfuerzo, claro.

Enciendo la tableta y reviso las notas, las que son en relación a su


salud. Noto que mi jefe se realiza continuamente exámenes
médicos, los leo descubriendo que son pruebas para detectar
enfermedades de transmisión sexual, entre otras.

Reviso las fechas, que me indican que esos estudios se los hace
mes con mes, con lo promiscuo que es, debe preocuparse de
contraer una enfermedad, al menos se cuida de ello. Checo la
agenda y veo que hay una cita marcada dentro de tres días, con el
mismo laboratorio que le hace los análisis.

Continúo hojeando los expedientes que hay, también tiene


guardados los análisis de muchas chicas, cada carpeta tiene el
nombre una mujer y son al menos treinta carpetas distintas. Ellas
también tienen exámenes mensuales, por lo visto el jefe le pide a
sus amiguitas realizarse los también.

¿Será un requisito para acostarse con él?

Quizá debería hacerme unos, sólo por si acaso.


Después de comprar los preservativos, nos dirigimos de nuevo al
hotel donde está mi jefe. Me bajo del auto e ingreso a la recepción,
donde solicito ver al Sr. Black.

—No tenemos ningún huésped registrado con ese nombre —


informa la recepcionista.

—Está aquí con una mujer, una pelirroja, exuberante, labios gruesos
—la describí, pero la mujer niega.

Gruño y saco mi móvil para llamar a mi jefe y decirle que estoy en


recepción. Me indica que suba a la habitación de Molly Western,
ninguno está en posibilidades de bajar.

Seguramente está desnudo el muy sucio.

—La habitación de Molly Western —le digo a la recepcionista, que


finalmente me indica el número de habitación.

Subo en el elevador hasta el cuarto piso y tocó la puerta de la suite.


Abre mi jefe, que como ya sospechaba, está completamente
desnudo. Jodido hombre del demonio que no tiene pudor,
seguramente le gusta presumir la riata tan bonita que tiene.

—Sus preservativos —Le entrego la bolsa—. Por favor dígame qué


y me puedo ir a dormir, pasa de la media noche.

—Ve a dormir Kennedy, no vemos mañana en la oficina.

—Candy —siseo, molesta, tantas veces que le he dicho mi nombre


y no se lo graba—, me llamo Candy.

Me cierra la puerta en la cara, aprieto los puños para controlar el


deseo de tumbarle la puerta y decirle que es un maldito cabrón.
Exhalo y me doy la vuelta para salir y por fin irme al departamento.
Mientras bajo en el ascensor sigo revisando la tableta y descubro el
nombre de Molly Western entre los montones de mujeres que hay.
La abro y veo sus estudios, debe tener unos dos años acostándose
con mi jefe por la cantidad de archivos que tiene, sin embargo, llama
mi atención que no hay ninguno con la fecha del mes anterior. Ni del
anterior. Hace dos meses que la mujer no pasa sus análisis.

Por un lado me digo que es algo que no me interesa, pero por otro,
es mi trabajo estar pendiente de los asuntos de mi jefe. Y por otro,
me encantaría joderlo sacándolo de esa habitación. Por lo que
presiono de nuevo el botón del cuarto piso y subo otra vez.

Corro hacia la habitación de Molly y toco. Toco muy fuerte y grito


llamando a mi jefe para que deje de hacer lo que esté haciendo y
me abra.

—Sr. Black, es una urgencia —insisto.

Él abre unos segundos después, visiblemente molesto.

—¿Qué pasa, Candy? —sisea.

¿Ahora sí recuerda mi nombre?

—Señor, la señorita Molly no ha entregado su análisis desde hace


dos meses, no están en el archivo de la tableta —le informo.

Él parpadea confundido y después gira hacia ella que también


aparece en pelotas.

—Lo siento, querido, estaba de viaje y lo olvidé —pone de pretexto.

—Señor, su salud es lo primordial, no puede permitirse descuidos ni


olvidos —digo recalcando olvidos.

La tipa me mira mal.

—Molly, sabes que sin los análisis no accedo a nada, me dijiste que
los habías enviado a Kennedy.

—No es cierto, no están —insisto.


—¡Monty! —expresa ofendida—. ¿Desconfías de mí?

—Yo sí —digo al jefe—, si mintió fue por algo.

La tal Molly me mira como si quisiera asesinarme, pero no me


importa, ahora estoy decidida al llevarme al pito alegre de mi jefe.

—Voy a vestirme —dice al fin, molesto.

Yo sonrío.

La tipa le hace mil reclamos que mi jefe ignora mientras se viste


rápidamente. Aguardo por él para asegurarme que no se deja
envolver por los tentáculos del pulpo y una vez que sale, lo sigo por
el pasillo. Pero no entra en el elevador, sigue hasta las escaleras y
baja por ellas hasta la recepción.

Roney se sorprende de vernos aparecer, abre la puerta al jefe que


sube al auto, se nota que está bastante enojado. Subo a su lado y lo
miro, no sé si hablarle o mejor callar para evitar que me mate.

—Discúlpeme si lo interrumpí —digo bajito, pero bajito.

—Olvídalo Kennedy.

Ruedo los ojos.

—Sé que sabe que me llamo Candy, Sr. Black, pero está bien,
entiendo que está molesto.

El Sr. Black me mira entornando los ojos.

—Cada vez estoy más deseoso de despedirte —rumia.

Yo sonrío.

—Le apuesto lo que quiera que no lo va hacer señor, seré la mejor


asistente del mundo, ya lo verá, la asistente perfecta.
11. TYLENOL
Cuando por fin llego a mi casa después de dejar al jefe en su pent-
house pijo en el edificio pijo donde vive, ya pasa de la una de la
mañana. Al entrar al departamento lo primero que escucho son
gemidos.

Malditos gemidos.

Y yo ya no quiero escuchar gemidos, hoy tuve una sobredosis de


gemidos en el trabajo y ya no quiero más.

Avanzo por la mini estancia y voy recogiendo el tiradero de Chema,


no me gusta ver el desorden y él es como un cochinito en un
chiquero. Doblo adecuadamente su uniforme de mesero y lo dejo
sobre el brazo del mueble y luego recojo el uniforme de una mujer.

Es una minifalda gris, camisa blanca con una pañoleta a manera de


corbatín. La tela es bonita y suavecita, huele a un sutil perfume de
frutas. La doblo también y la coloco sobre la de Chema para que la
dichosa afortunada que está en su cama metida esta noche, no
tenga problema con encontrarla mañana.

Tener que ver a las amiguitas de Chema en pelotas buscando su


ropa por todo el departamento, no es divertido.

Me tiro en mi cama exhausta. Creo que estoy aún más cansada que
cuando hice la travesía de viajar de mi pueblo a la ciudad de México
y de ahí a Nueva York. Quiero dormir, pero también me mata la
curiosidad por saber más de mi jefe.

Decido darle otro vistazo a la tableta, comienzo por su agenda


revisando todas las citas que tiene programadas en los siguientes
quince días. Hay varios con grabación, por lo que desde ya sé, que
tendré oportunidad para volver a tocarlo.

Sonrío por ello.


Lo que me hace rumiar es que todos los días tiene cenas con
mujeres distintas, de verdad que mi jefe tiene problemas de
promiscuidad, no sabe mantener el pito dentro de los pantalones y
quieto. Ni que se le fuera a descomponer por desuso.

Detallo que todas y cada una de sus citas hayan entregado análisis
médicos, buscando la más mínima cosita para cancelarles la cita.
Sin embargo, no encuentro ningún motivo para hacerlo, y eso lo
único que provoca es que me moleste más.

Opto por dejarlo de una vez, para cuándo apago la tableta son casi
las tres de la mañana. Gimoteo dándome cuenta que solo voy a
poder dormir tres horas, debo estar en la oficina a las siete de la
mañana en punto. Y Gimoteo aún más al recordar que no tengo que
ponerme.

Literal, no tengo que ponerme, la poca ropa que tengo no la he


lavado. Con todo el dolor de mi corazón me levanto de nuevo para
encender la lavadora mientras aquellos finalmente dejan la sinfonía
de golpeteos en la pared y gemidos.

Meto toda mi ropa junta, no me interesa por ahora separar las


prendas delicadas, la ropa interior y la de colores oscuros, tengo
sueño y quiero tirarme en la cama. Decido también meter el
uniforme de Chema para aprovechar el ciclo completo y no
desperdiciar detergente, e incluso arrojo también el uniforme de la
amiguita.

Mientras espero que la lavadora termine el ciclo de lavado y


continúe el de secado me recuesto otra vez, pestañeando
pesadamente hasta que mis ojos se cierran por completo.

✤✤✤

Despierto sobresaltada por el incesante sonido de mi móvil, aún es


de noche y me preocupa que sea alguna urgencia de mis padres,
papá no ha estado muy bien de salud últimamente. Lo encuentro
entre el enredadero de sábanas y respondo sin siquiera verificar
quien es.

—Si diga —respondo en español, del otro lado hay un segundo de


silencio—, diga —repito.

—Kennedy —pronuncia la voz de mi jefe, veo en la pantalla su


número, tallando me los ojos con una mano para aclararme la vista
—, ¿por qué no respondía?

—Sr. Black —digo con voz ronca aún por el sueño—, ¿qué sucede?

—Me duele la cabeza, necesito un analgésico.

¿Es en serio?

¿Me llama a las jodidas cinco de la mañana para pedirme un


analgésico?

¿Por qué carajos no va al botiquín y toma uno?

—Señor, puede tomar una aspirina para el dolor —contesto


blanqueando los ojos, me ha pegado un susto de muerte por una
tontería.

—Soy alérgico al ácido acetil salicílico, necesito otra cosa para el


dolor.

Maldita sea.

Putas alergias.

—¿No tiene nada en su casa que pueda tomar?

Por favor, dese un tiro si quiere y déjeme dormir.

—No, necesito que vaya a una farmacia, compre un analgésico y


me lo traiga —solicita imperativo.
¿Qué? ¿A esta hora?

¿Es jodidamente en serio?

—Sr. Black, son las cinco de la mañana —replico, mi horario de


trabajo ni siquiera comienza.

—Esperé desde las tres y media para llamarla, se supone que su


horario es de tiempo completo, ya le di tiempo de descansar —
rebate, ofendido.

No. Me. Joda.

Quiero mandarlo a la mierda, pero seguro eso sería una causa para
que me despida y no me puedo dar ese lujo. Respiro profundamente
y me pongo de pie.

—Mande a Roney a mi casa, estaré en la suya lo más pronto


posible, señor.

No dice nada más. Cuelga y corro al baño para darme la ducha más
rápida con jodida agua fría que me hace despertar. Salgo envuelta
en la toalla y corro por todos lados buscando ropa. Entonces es
cuando recuerdo que no la saqué de la lavadora.

Mierda.

Me voy hecha un rayo hacia el cuartito de lavado y extraigo la ropa,


está parcialmente seca, pero los jeans se sienten todavía húmedos.
Veo en el fondo el uniforme de Chema y también el de su amiga, la
tela es delgada y ya está seca.

¿Podré tomarlo prestado?

Solo será por un día... o días.

Sin mucho tiempo para ponerme a pensar si debo o no debo


hacerlo, tomo el uniforme de la chica y corro de nuevo a mi
habitación. Conecto la plancha y le doy una pasada rápidamente
para alisar las arrugas. No tengo medias por lo que me meto la
camisa y la falda así sobre la ropa interior.

La muchacha debe ser más delgada que yo porque su uniforme me


queda bastante justo y la minifalda, más mini de lo que había
pensado, pero me gusta como se ve porque enmarca mi cadera, soy
una mexicana con buenas curvas.

Cómo no tengo unas zapatillas también tomo prestadas las de ella,


que debe calzar como medio número menos que yo, no me
lastiman, pero me están justos. Le escribo una nota rápida a Chema
explicándole que sucedió y la dejo en la mesa.

Apenas tengo tiempo de cepillar mi cabello antes de escuchar mi


móvil sonar. Arrojo un poco de maquillaje en mi bolsa, el móvil que
suena y suena, las llaves y salgo corriendo para bajar tan rápido
como puedo las escaleras, Roney ya me espera en la calle, vestido
de traje y tan despierto que no parece haber sido levantado hace
unos minutos como yo.

—¿Cómo es que pareces fresco como una lechuga? —cuestiono


ofendida.

—Conozco los horarios del señor, y sé que tiende a pedir cosas en


los momentos menos probables, duermo mis siestas mientras lo
espero, para no dejar que se me acumule el cansancio.

—Dichoso tú, qué no debes andar detrás de él todo el tiempo,


cuidándolo.

—Pero yo no tengo tu sueldo —refuta y no encuentro argumento


alguno para seguir discutiendo.

» Te ves linda hoy —agrega guiñándome un ojo después de varios


minutos de silencio—, seguro al señor le parece mejor esta
vestimenta.

Sonrío y me acomodo el pañuelo en el cuello.


—Gracias, a mi también me gusta, sólo espero que mi jefe no sea
un viejo rabo verde que quiera verme el culo mientras me inclino.

Porque seguramente me verá hasta la garganta.

Paramos en la farmacia, busco rápidamente que puedo llevar para


el dolor de cabeza y decido tomar Tylenol. Roney paga, por
supuesto y me recuerdo a mí misma exigir la tarjeta para los gastos
de mi jefe. El chófer maneja bastante rápido dirigiéndonos al pent-
house del Sr. Black en una zona bastante exclusiva de Nueva York,
entra por el estacionamiento subterráneo y me indica el código del
ascensor para que suba al último piso.

Me pongo nerviosa cuando las puertas se abren, el lugar es puro


lujo inhóspito, la mayoría de la decoración en tonos celestes y
grises, que dan una sensación fría. Asomo la cabeza buscando a mi
jefe que no se ve por ningún lado, por lo que me aclaro la garganta y
lo llamo en voz alta.

—Sr. Black, soy Candy, traje su medicamento.

Lo veo aparecer por una puerta al otro extremo del pasillo, viene
descalzo, despeinado, con cara de dormido y llevando únicamente
un pantalón de pijama que se sujeta precariamente de su estrecha
cadera, dejándome ver el inicio de su pelvis depilada.

Suculento.

Él, talla su rostro algunas veces antes de detenerse frente a mí, le


entrego la caja del Tylenol en la mano y me mira confundido, como
si no supiera que hacer con ella. Ruedo los ojos y me dirijo a la
cocina rápido, taconeando en mi camino hacia la nevera, extraigo
una de las botellas de agua purificada y regreso con él.

La destapo y se la doy, también saco dos tabletas y las llevo a sus


labios, los cuales separa sin réplica para dejarme meter el
medicamento a su boca y después coloco la botella para que tome.
Es como un niño al que hay que hacerle todo.
Un niño caliente y follón.

Yo puedo terminar de criarlo, si eso es lo que necesita.

—Despierte señor, es hora de arreglarse para ir a la oficina, voy a


preparar su ducha —digo profesional a su gesto perplejo—. ¿Cuál
es el baño?

Señala una puerta, que es la misma de dónde salió, me dirijo a ella


y descubro que es su habitación. Entro decidida y pongo a llenar la
bañera, repitiendo la rutina de ayer en la oficina para preparar la
ducha mientras él espera sentado en la cama.

—Listo señor, puede ducharse mientras preparo su traje y el café —


sugiero eficiente, él sigue asombrado. Entra en el baño y de nuevo,
no cierra la puerta, ni se preocupa de que lo estoy viendo bajarse el
pantalón y puedo contemplar su trasero pálido antes de introducirse
en la tina.

Suspiro viendo a ese bombón de chocolate blanco y voy a la cocina


a encender la cafetera. Me llevo la taza de espresso humeante,
extraigo uno de sus trajes de su enorme guarda ropa y también
selecciono unos zapatos, para el momento en que sale del baño
envuelto en la bata, ya tengo todo listo esperando por él.

—Su café. —Le entrego la taza, la cual toma y da un pequeño sorbo


—. Lo dejo vestirse, no demore, tenemos veinticinco minutos para
llegar a la oficina, tiene una video llamada a las siete en punto.

Le doy una sonrisa y me retiro de la habitación contoneando la


cadera, seguro me está viendo el culo, he notado como me mira
desde que me encontró en su sala. Sonrío para mí misma,
satisfecha por ser tan eficiente, se lo dije, seré la mejor asistente
que pueda conseguir en el mundo.
12. JERARQUÍA
Faltando veinte minutos para las siete de la mañana salimos del
pent-house del Sr. Black. Él va tan pulcro y elegante, perfectamente
peinado y vestido, ¿quién diría que detrás de ese hombre de
aspecto impoluto hay un niño que no sabe tomarse un medicamento
para el dolor de cabeza? Pero bien que sabe follar.

Y sí que folla mucho.

Subimos al automóvil, él metido en su móvil y yo revisando la


tableta, estudiando toda la información posible de mi jefe. Leo
absorta un apartado acerca de su familia, sus padres son
divorciados y no tiene buena relación con su papá, con quién no
tiene comunicación hace años y resalta el no comunicarlo cuando
haga llamadas.

Su nombre es Herbert Black.

Por su lado, la madre de mi jefe es una actriz retirada, vive en una


residencia de reposo para personas mayores, pero por la
información que hay, no debe ser tan mayor, al menos para mí,
sesenta y cinco años no es ser una anciana senil. La nota hace
énfasis en recordarle al Sr. Black llamar a su madre cada viernes a
las seis de la tarde.

Me pongo el recordatorio en el móvil para que no se me olvide, así


como me he puesto el recordatorio de su café y el de sus análisis
médicos. Por último veo su información personal, me sorprende ver
qué mi jefe está por cumplir los cuarenta años.

¿Cuarenta años?

Lo miro de reojo, es un hombre delicioso, no parece de cuarenta


años, si acaso yo le había calculado unos treinta, pero se cuida
tanto, que supongo que es normal tener esa piel de bebé, suave y
tersa. También descubro su nombre, ya lo suponía cuando escuché
que lo llamaban Monty, pero debía verificarlo.

Montgomery Black.

En verdad suena a nombre de película, en este caso, de película


porno. Me gusta más su nombre completo que Monty, ese suena a
perro. Aunque Sr. Black es mucho mejor, tiene carácter y es
elegante, como él.

—Recuerda pedirle a Kennedy lo necesario —me dice Roney en voz


baja, después que mi jefe baja del auto para entrar en el edificio—,
tú eres la asistente y eso te da jerarquía sobre ella que es la
secretaria.

Yo soy la asistente, sí.

Le doy una sonrisa a Roney y entro en el edificio también. La


Kennedy #1 me mira de arriba abajo mientras atravieso el lobby, le
guiño un ojo y saludo amablemente dándole los buenos días. Paso
a la oficina de Kennedy #2 y me voy directa a la cafetera para
hacerle otro espresso a mi jefe.

—Dame la tarjeta de la asistente y el móvil vinculado al teléfono del


Sr. Black —solicito amable, pero contundente.

—¿Perdón? —contesta en voz chillona.

Entorno los ojos.

—Dejemos algo claro, Kennedy, la asistente del Sr. Black soy yo,
¿necesitas que él te lo diga personalmente?

Ella aprieta los labios.

—Estás en período de prueba.

—Pero sigo siendo la asistente, así que deja de interferir en mi


trabajo y limítate a hacer el tuyo.
Uff que perra me escuché.

Ni yo me la creo estar siendo tan cabrona.

Me lanza una mirada furiosa que le sostengo pese a que tengo


ganas de retroceder dos pasos, no me voy a dejar intimidar por ella,
yo soy la asistente del Sr. Black, la que le preparara la ducha y la
ropa, la que le cremea su precioso cuerpo y la que se va a casar
con su pene.

Debo defender lo mío.

Saca de su cajón el móvil de la misma marca que la tableta y una


tarjeta sin nombre, ni siquiera me los da en la mano, los deja sobre
su escritorio y voltea el rostro hacia su computadora.

—Gracias, eres muy amable —digo irónica.

Tomo los dos y después voy por el café del jefe para irme a su
oficina. Él está encendiendo su equipo, pero me mira de reojo
entrar.

—Kennedy, necesito que enlace la llamada con...

—Candy —pronuncio firme dejando la taza de café frente a él, me


inclino ligeramente en su dirección, acercando mi rostro al suyo, lo
cuál lo toma por sorpresa y levanta la vista para verme—, me llamo
Candy —susurro.

Él parpadea un par de veces y después desvía la vista.

—Ya mismo hago el enlace.

Desde la tableta entro en la sesión de Google Meet de la productora


y preparo la reunión enviando las invitaciones a los contactos que
me señala la agenda, en tres minutos la reunión da inicio y tomo
lugar en la silla frente al escritorio, dispuesta a hacer las
anotaciones necesarias.
El tema de la conferencia es sobre una expo en la cual participan,
según lo que comprendo, un grupo de empresarios del negocio del
sexo. Desde productoras de pornografía, sex shops, clubes de sexo,
hasta terapeutas sexuales y médicos reconocidos para tratar
problemas de disfunción y otros.

Va a ser un evento enorme.

Y al parecer mi jefe es uno de los patrocinadores y también dará


una ponencia acerca de la rama en la cual se especializa. Es
impresionante escucharlo hablar, tan serio y elocuente, me asombra
como casi no gesticula y lo atractivo que se ve todo el tiempo.

Después de dos horas la conferencia termina, justo a tiempo de


subir a edición, el jefe debe dar el visto bueno a la próxima película
que saldrá en su plataforma. Ni siquiera sabía que tenían también
una página web y una app para tener acceso al contenido de la
productora.

—Subamos —indica poniéndose de pie, de repente se detiene—,


¿ya desayunaste, Candy?

Candy.

Por algún motivo esa pregunta y que haya dicho mi nombre no


estando furioso, hace que mi corazón tonto y ridículo se acelere
como una locomotora.

—No, Sr. Black, desde que desperté no he tenido tiempo de hacerlo.


—Evito decirle que me despertó de madrugada para conseguirle un
analgésico.

—Pide algo para que desayunemos mientras reviso la edición de la


película.

—¿Lo acompaño a la sala de edición?

—Por supuesto, podría necesitar algo.


Claro, como que le corte el desayuno en pedacitos o le saque el aire
después de comer.

Pido un desayuno americano clásico para mí y uno para él,


asegurándome que no tenga nueces, piña, gluten o algo salido del
mar. Le indico a Kennedy #1 que me avise cuando llegue el delivery
y subo con mi jefe a la sala de edición.

Yo creía que sería una oficina llena de pantallas y tableros raros


como los que se ven en las películas, pero lo cierto es que no, es un
mini cine. La pantalla no es tan grande como uno, quizá de la mitad
de tamaño, pero si tiene una hilera de cinco sillones bastante
cómodos.

Mientras el Sr. Black habla con el jefe de edición, yo preparo las


cosas para recibir el desayuno, coloco una mesita plegable frente a
dos sillones, una botella de agua especial para mi jefe y bajo a
recibir el desayuno cuando la odiosa recepcionista me avisa que ha
llegado.

Aprovecho para hacerle otro café, coloco los desayunos en una


charola y subo para encontrarme con el Sr. Black. La película va
comenzando cuando entro, como en un cine todo está oscuro, sólo
iluminado por el resplandor de la pantalla.

Coloco la charola en la mesita y me siento junto a mi jefe, dispuesta


a ver una película pornográfica a lado de este hermoso y vergudo
hombre.

Dios, soy yo de nuevo, no permitas que viole a mi jefe en las


próximas dos horas, te lo suplico.
13. EFICIENTE
La película comienza con una mujer en el jacuzzi, por supuesto, no
puede ser una mujer cualquiera, es una diosa con tetas firmes y
redondas, piernas tonificadas, abdomen plano y duro y un trasero
firme y envidiable.

Y luego estoy yo, aquí sentada, metida en un uniforme que


apuradamente me permite respirar y llenándome de hot cakes con
harta miel de maple, huevos con tocino, salchichas y fruta. ¿Cómo
quiero casarme con mi jefe si nunca en mi vida he hecho una dieta y
menos he levantado una pesa?

Pero es que los condenados hot cakes están deliciosos, la fruta muy
fresca, las salchichas y los huevitos saben riquísimo. Aunque
seguramente la salchicha y los huevitos de mi jefe saben mejor. Lo
imagino lleno de miel de maple y mi lengua recogiendo todo.

Que pecado.

Por estar imaginando cosas cochinas, ni siquiera me doy cuenta que


en la película ha entrado un sujeto a la casa y sube directo al jacuzzi
a encontrarse con la mujer. Es un moreno muy apuesto y fornido
que inmediatamente se desnuda para introducirse en la bañera.

¿Por qué los hombres del porno son pitudos?

Nos engañan a las mujeres haciéndonos creer que todos los


hombres son así de bien dotados y no es cierto. Mi ex tenía una
miseria, Chema tiene un tamaño aceptable, pero nada comparado a
mi jefe, a musculitos o al moreno vergudo de la pantalla.

Vida más hijueputa.

Una quiere probar lo que hay en la pantalla y puras carencias hay


en casa. Por eso debo ponerle un anillo de matrimonio al pene de mi
jefe y vivir mi propia película porno a lado de este promiscuo ser.
¿Venderán anillos del tamaño de un pene?

—Solo si es vibrador —comenta el Sr. Black.

¿Qué?

¿Otra vez pensé en voz alta?

Puta vida.

Un momento, ¿dijo vibrador?

—¿Qué? —susurro, tratando de imaginarme el pene de mi jefe con


un anillo de matrimonio que vibra.

—Venden anillos vibradores para el pene, particularmente no me


gustan, pero a las mujeres sí.

Oh.

—También hay anillos de O para el pene, pero son menos comunes


que los vibradores.

—¿Anillo de O? ¿Qué es eso?

—Es un símbolo adoptado por el BDSM, extraído de una película de


los años setenta. El Amo o Ama se lo pone a su sumisa o sumiso,
en una muestra de dominación.

—¿BDSM? ¿Esa cosa de los azotes mezclado con sexo?

—El BDSM va más allá, particularmente no lo practico, pero


tenemos buenas películas con Amos bastante reconocidos, cuando
quieras puedes verlas para que comprendas el verdadero concepto
de dominación y sumisión.

—¿Y puedo verla aquí? ¿Con usted, señor?


Mi jefe levanta una de sus comisuras, se ve muy lindo cuando tiene
un intento de sonrisa.

—Pero ni siquiera pones atención —dice señalando la pantalla.

Me callo inmediatamente y dirijo la vista hacia la pantalla, donde se


le ve al moreno follarse a la mujer con bastante agresividad, pero
completamente antojable. Aprieto las piernas para controlar el
nerviosismo de mi intimidad, que no es por lo que veo, sino por lo
que imagino con el hombre a mi lado, deseando hacer lo mismo.

Mis manos sudan un poco y mi respiración se acelera, esto es tan


vergonzoso porque no puedo esconder mi excitación, mientras mi
jefe permanece imperturbable, mirando la pantalla. Opto por tomar
un poco de aire fresco o terminaré por violarlo aquí mismo.

Levanto la charola con los restos del desayuno y salgo de la sala,


bajo al área de aseo y dejo ahí la charola para que alguien del
servicio de limpieza se encargue de ello. Voy al baño y me refresco
lavando mi cara con mucha agua fría, se supone que estoy
trabajando y no puedo hacerlo si estoy excitada.

Aprovecho también para refrescar mis partes rebeldes y fogosas.

Cuando me siento controlada, regreso de nuevo a la sala. Me doy


cuenta que debí quedarme en el baño cuando en la escena aparece
mi jefe. Se entiende que es el esposo de la mujer del jacuzzi, que
llega de un viaje inesperadamente y encuentra a su esposa follando
con otro.

Hay una pequeña discusión que en algún momento se vuelve un


trío, debo decir que mi jefe no actúa mal, realmente lo hace bien,
pero folla mejor. La mujer se hinca entre los dos tipos, con una
mano masturba a uno mientras chupa la erección del otro.

Carajo.
Miro de reojo a mi jefe, bastante cómodo mirando la escena, pero lo
que jala mi vista es el bulto que ha comenzado a marcarse contra la
tela de su pantalón.

¡Oh, por Dios, tiene una erección!

Mi cerebro comienza a colapsar deseando hincarme entre sus


piernas, bajar el cierre y sacarle la polla para chupársela. Ver la
pantalla no ayuda en mi estado cuando la tipa se la chupa a él.

Maldita sea.

Yo quiero chupar esa cabecita rosadita.

Quiero que me tome del pelo como a la mona de la película y


empuje la cadera contra mi rostro. Sujeto con fuerza los reposa
brazos del sillón, apretando el cuerpo para controlar el impulso de
saltar sobre mi jefe, no quiero ir a la cárcel por violar a un hombre.

—¿Sucede algo, Kennedy? —murmura sin voltear a verme.

Hijo de la chingada, cabrón.

—Candy, Sr. Black, me llamo Candy —rumio, no estoy de humor


para aguantar sus bromitas de cambiarme el nombre, me siento
violenta por el grado de excitación que tiene mi cuerpo y que él no
me diga que necesita que le haga una mamada me pone aún más
violenta.

—Candy, Candy —canturrea en voz baja y algo ronca, mi garganta


ahoga un jadeo por la forma en que eso repercute en mi entre
pierna—. ¿Pasa algo? Te noto tensa.

Tensa su polla, desde aquí puedo notarlo.

—Nada, señor —jadeo al ver un leve respingo en su bulto.

Dios, de verdad te lo suplico, acaba con este martirio que es verle la


polla dura a mi jefe y no poder chupársela.
—Aunque usted también parece tenso. —Involuntariamente mis ojos
señalan al bulto en sus pantalones.

El jefe sonríe mirando la pantalla. Abiertamente sonríe,


mostrándome una preciosa hilera de dientes perfectos provocando
un infarto en mi vagina.

Listo, me morí.

Necesito que me la entierre.

Digo... necesito que me entierren.

—Una persona normal tiene este tipo de reacciones viendo esas


escenas, eres muy rara Candy, la mayoría de mis asistentes
terminan montadas sobre mí en los primeros minutos.

¿Qué? ¿Se ha follado a sus asistentes?

¿Y por qué a mí no?

Me siento discriminada.

—Discúlpeme por no ser como la mayoría de sus asistentes, señor.


Yo vengo a trabajar —suelto con orgullo, me ofende que se folle a
otras y a mí no y no pienso demostrarle lo mucho que quiero
hincarme delante de él y deslecharlo.

El Sr. Black sonríe de nuevo, esta vez mirándome. Necesito una


ambulancia para mi vagina, es el segundo infarto vaginal que me da
en menos de cinco minutos.

—Me agradas —dice de pronto, deteniendo mi corazón y las


palpitaciones de mi clítoris—, hace mucho que no tengo una
asistente como tú.

—¿Eficiente?

¿Bonita? ¿Cachonda?
—Centrada —responde—, que sabe que viene a trabajar y no a
pretender tener algo conmigo, sigue así —pronuncia, mandando a la
mierda toda mi excitación.
14. WASABI
Si hay algo que tenemos las mujeres de mi pueblo, es el orgullo que
nos llega hasta el cielo. Las palabras del Sr. Black no solo me
bajaron la calentura como si tuviera hielitos en la vagina, también
me hicieron aterrizar en la realidad.

Él nunca se fijaría en alguien como yo.

Una inmigrante de un pueblo desconocido, porque ni siquiera en mi


propio país lo conocen. Que no tiene una carrera, clase y fortuna.
Que no es modelo o actriz porno con un cuerpo perfecto, una
melena de comercial o labios provocadores.

Solo soy Candy, su asistente.

Me acomodo de nuevo en el sillón y continúo viendo la película sin


prestarle realmente atención. Ya no me importa ver cómo la mujer
esa es follada por mi jefe, como chupa sus tetas hasta enrojecerlas
y como la besa queriendo devorarla.

Todo lo que yo deseaba, pero que él me ha dejado claro que, si


sucede, me convertiría en una más del montón. Y yo no quiero ser
una más porque realmente necesito el trabajo, independiente a
tener un jefe por el cual traigo las bragas mojadas desde que lo
conocí, quiero el trabajo.

Termino de ver la película en silencio, cuando termina, me levanto


junto con mi jefe para salir de la sala. Reviso la tableta, tiene dos
horas libres, antes de ir a una cita para el almuerzo, y desde ya me
imagino que será con una de sus amiguitas.

Mi alarma para el café vibra y salgo de la oficina dejándolo solo,


para ir a buscar el espresso, al entrar en la oficina de Kennedy #2
noto que está cuchicheando algo con Kennedy #1 y ambas guardan
silencio al verme aparecer.
—Tranquilas, pueden seguir con el chisme, sólo vengo por el café,
que no se note que estaban hablando de mí —digo molesta, por
ellas, por mi jefe y por ser tan tonta de encandilar me con un hombre
al cuál tengo poco más de un día de conocer.

—Alguien no está de buen humor —se burla la Kennedy #1,


simulando hablar en voz baja con la otra rubia hueca, pero
perfectamente puedo escucharla.

—¿Será porque pasó por la sala de edición y no le hicieron nada?


No traería ese rostro si el Sr. Black le hubiese dado las atenciones
que le da a todas —agrega la Kennedy #2.

—¿Y tú creías que el jefe se iba a fijar en ella? El jefe tiene buen
gusto.

Estúpidas.

Tomo el café fingiendo no haber escuchado sus graciosos


comentarios, no les daré el gusto de verme afectada por ello y por lo
que pasó en el mini cine. Sí, me dolió, no lo niego, mi vanidad
femenina quedó pisoteada por ese apuesto, engreído y estúpido
hombre que es mi jefe.

Ahora solo me queda mantener mi fachada de asistente perfecta,


que viene solo a trabajar y no a suspirar y fantasear con violar al jefe
sobre su sillón reclinable.

Mientras regreso a la oficina el móvil de enlace con el de mi jefe


suena, rápidamente lo levanto y veo el nombre de quién llama, es
una mujer. Resoplo y tomo la llamada, antes que pueda contestar, la
persona del otro lado habla con voz gruesa y demandante.

—Con Monty —dice secamente.

—¿Quién le habla? —pregunto a pesar de haber visto su nombre en


la pantalla.
—Minnie —sisea—, ¿eres la mujercita mal vestida de ayer?

Mal vestida.

—Soy Candy Ruiz —digo con firmeza—, la asistente del Sr. Black y
en este momento está en una reunión y no puede atenderla,
señorita Minnie, puede dejarle un mensaje si gusta.

—Quiero hablar con él —exige.

—Entonces intente más tarde que esté desocupado.

Cuelga sin responder. Me guardo el móvil en la bolsa de la blusa y


entro en la oficina mientras mi jefe lee algo en su computadora. Dejo
el café frente a él y sin decir más, me siento en mi silla y saco la
tableta para seguir leyendo toda la información que hay sobre él.

Al medio día salimos hacia su cita, ambos hemos estado en silencio


casi todo el tiempo, él trabajando y yo leyendo. Roney me da
miradas interrogantes por el retrovisor a las cuales no puedo
responder.

Al llegar al restaurante decido quedarme en el auto, creo que mi jefe


no me necesita en su almuerzo con la tipa con la que irá a follar
después y prefiero quedarme con Roney y comer hot dogs, o seguir
leyendo la tableta que aún tiene muchísima información para mí.

—Candy, acompáñame —indica el Sr. Black.

—Descuide jefe —digo solemne—, no me incomoda comer en


Subway hoy con Roney.

Es una mejor compañía que él, ahora mismo.

—Tu deber es acompañarme, podría necesitar algo —replica serio.

Suspiro.

Roney me da un asentimiento.
Avanzo con él y entro al restaurante finolis. Igual que ayer es
recibido con un despliegue de atenciones y somos llevados a la
mesa reservada, que está un poco apartada de los demás.
Inmediatamente nos ofrecen la carta, los platillos aquí son todos
raros y no sé que significan con los nombres porque no tienen
descripción, pero para no verme como una ignorante, decido pedir
algo que suene bien rimbombante.

—Escargots a la bourguignonne —pido, el jefe me mira con


curiosidad.

—Lo mismo —agrega entregando la carta.

—¿No esperaremos a su cita?

—Ella sabe que no espero a nadie, tengo el tiempo medido y no


puedo desperdiciarlo en esperar —declara mirando su móvil, en el
cuál teclea a toda velocidad.

Uy, pobre de la que viene demorada, seguro se queda sin orgasmo.

Transcurren varios minutos sin que la mujer haga acto de presencia,


incluso nos traen los escargots y mi estómago se revuelve al notar
que son caracoles. No me gustan los caracoles, una vez intenté
comerlos y terminé vomitando.

Diablos.

¿Ahora cómo hago para comerme esto?

Quizá sí le pongo harto chile se me adormece la lengua y puedo


pasármelo sin tener arcadas. Sin embargo, en la mesa no hay
ningún tipo de salsa, por lo que le solicito al mesero que me traiga
chile extra picante. Se queda un segundo pensativo, pero finalmente
asiente y se retira para regresar unos minutos después con un
pequeñísimo platito metálico con algo verde.

Supongo que es salsa verde en polvito.


Tomo la cucharita diminuta y espolvoreo una generosa cantidad
sobre los caracoles, tratando de hacerme a la idea que debo
tragarlo. Justo antes de hacerlo, por fin aparece la cita de mi jefe,
que en lugar de disculparse por la demora, comienza a discutir con
él por no esperarla.

Como no quiero estar metida en ese chisme, me armo de valor y


deslizo el caracol por mi boca. Inmediatamente comienzo a boquear,
no sé que hijueputas es ese chile pero pica de a madre. Toso y tomo
la copa de agua para empinármela, la bebo toda y también la de mi
jefe, porque lo picante no quiere desaparecer.

¿Ahora que hago con esto?

Miro mi plato que aún tiene muchos caracoles, trato de quitar el


polvito verde pero se camufla demasiado con el perejil y tendría que
quitarlo todo. De reojo veo el platillo de mi jefe intacto, mientras él
discute con la morena recién llegada, él debe tolerar mejor el
picante, es un hombre.

Disimuladamente intercambio unos de los caracoles de mi plato con


los del suyo, puedo comerme uno y uno y así terminar, después de
la enchilada, ya no me sabe tan mal lo viscoso, incluso puede que
me ayude.

El jefe regresa a la mesa junto con la tipa que me mira mal y yo no


sé ni qué está pasando, tomo uno de los caracoles sin picante y me
lo llevo a la boca, saben muy distintos así. De pronto escucho a mi
jefe toser disimuladamente, abanicando un poco con sus manos su
rostro que se ha puesto de un rojo intenso.

Toma su copa de agua, pero ahora esta está vacía, llamo


inmediatamente al mesero para que nos traiga más mientras mi jefe
resuella y en su frente aparecen diminutas perlas de sudor.

Ni aguanta nada, yo no hice tanto drama.


—¿Por qué mis escargots tienen wasabi? —pregunta boqueando
por la sensación ardiente.

—No sé, jefe, quizá voló un poco del polvito mientras le ponía a los
míos —invento, no puedo decirle que cambié sus caracoles por los
míos.

El mesero llega con el agua, el Sr. Black la toma toda de jalón y pide
más, la cual le sirven inmediatamente. Cuando por fin logra pasarse
la sensación, está empapado en sudor y el nudo de su traje está
desecho, con varios botones de su camisa abiertos.

—¿Se siente mejor? —Mi voz es apenas un murmullo bajito, creo


que ahora sí me van a despedir.

—Vámonos —ordena arrojando la servilleta de tela sobre el platillo.

—¡Pero Monty! Acabo de llegar —replica la morena.

—Lo siento, Stef, pero debo cambiarme la ropa y darme una ducha,
el sudor me genera irritación.

No da más explicaciones, llama al mesero y pide que carguen la


comida a su cuenta y sale del restaurante conmigo siguiéndole los
pasos, con el alma en un hilo porque de seguro de esta no me
salvo.

Al menos no se va a ir a follar con la morena.

Bueno, algo es algo.

Subimos al auto en silencio, él sigue rojo, pero creo que ahora es de


furia y yo me preparo para ser lanzada del automóvil en movimiento
en plena Quinta Avenida.

—No te despido solo porque aproveché el momento para


desafanarme de Stef, pero estás cada vez más cerca de ser la
primera asistente que despido —rumia.
Trago grueso.

La primera asistente que no se folla, la primera asistente que ha


arruinado tres citas seguidas y la primera que despide.
Definitivamente de alguna manera el Sr. Black se va acordar de mi
para el resto de su vida.
15. CASTING
Preparo la ducha del jefe en silencio, cuando creí que este día sería
mejor que ayer, me equivoqué demasiado. Rocío esencias y sales
de baño que huelen divinamente, una mezcla de frescura, cítricos y
algo que me parece té, al menos así me huele. Después, anuncio al
jefe que ya puede entrar.

—Debes mandar mi ropa a la tintorería —indica entregándome el


saco que acaba de quitarse.

—A sus órdenes, señor —respondo avergonzada, ahora que lo


pienso, fui muy atrevida intercambiando los caracoles de mi jefe.

—También la que tengo en casa, recuerda llevártela por la noche.

Continúa desabrochando su camisa, me quedo como boba viéndolo


desvestirse, sin poder quitar mis ojos de ese cuerpo que me tiene
maravillada. No sé que tiene el Sr. Black que me hipnotiza, no es la
clase de hombre que vuelve locas a las mujeres con su físico
musculoso, para nada, pero tiene un algo.

A parte de su vergota, hay algo, que impide que cualquier mujer que
lo mire, pueda apartar los ojos de él.

Me entrega la camisa, tampoco es que a él le importe que lo esté


mirando, simplemente se quita la ropa como si yo no estuviese. Sus
manos van al botón de su pantalón y lo abren, de manera
inconsciente me relamo los labios, a pesar que me dejó claro que no
me ve con otros ojos que no sea como jefe, yo sí lo veo a él como el
hombre suculento que es.

Espero ansiosa que se baje el pantalón y el bóxer para ver de nuevo


esa polla bonita, pero justo cuando va hacerlo, mi móvil suena
haciéndome respingar. Lo saco y miro en la pantalla el número de
Chema, ya se me hacía extraño que no hubiese llamado antes para
reclamar lo del uniforme de su amiga.

Cómo no quiero que escuche mi graciosa conversación con Chema,


salgo del baño dejándolo solo y tomo la llamada de mi amigo,
preparándome para lo que va a decir.

—¿Estás loca, Candy? —grita apenas he presionado el icono verde.

—Chema —digo bajito—, ahora no puedo hablar, estoy trabajando.

—¡Candy! ¿Cómo se te ocurre llevarte el uniforme de Carol Ann? —


exclama en voz alta, me encojo contra la pared recibiendo la
reprimenda, Chema nunca se había enojado así conmigo.

—Fue una urgencia, entiéndeme, cuando regrese al departamento


hablamos.

—¿Cómo se supone que irá Carol a trabajar? Tenemos que irnos


ya.

—Debió despertar más temprano, para que le diera tiempo ir a su


casa. ¿O pensaba ponerse el uniforme sucio?

—Eso no es asunto tuyo, devuelves el uniforme hoy mismo —exige,


yo resoplo.

—Está bien, en la noche nos vemos. —Termino la llamada con un


gruñido de mi amigo.

Son casi las dos de la tarde y apenas despiertan, se molesta porque


tomé prestado el uniforme, pero si se levantaran más temprano
podría haberlo solucionado. No es solo mi culpa.

—¿Problemas con su novio? —pregunta el Sr. Black desde adentro


del baño, seguro escuchó la conversación por más que hablé bajo.

—No, Chema no es mi novio —respondo entrando de nuevo, tomo


el pantalón y su ropa interior, conteniendo el impulso de llevármela a
la nariz para olerlo.

¿Me veré muy acosadora si hago eso?

Prefiero no averiguarlo. Saco un gancho para ropa y coloco el traje


que se acaba de quitar mi jefe.

—Me pareció entender que vive con él —continúa.

—Sí, vivimos juntos, pero no somos pareja.

—Es algo extraño que un hombre y una mujer vivan juntos y no


sean pareja —opina.

Frunzo el ceño, dejo el gancho con el traje de mi jefe en el armario y


extraigo uno limpio. Lo coloco en el perchero y después me siento
sobre la tapa del escusado.

Más extraño es ser asistente de un productor de pornografía,


prepararle la ducha y llenar su cuerpo de crema.

—Sí, supongo que eso también es extraño. —Se ríe.

¿Qué? ¿De verdad lo dije?

¿Acaso no puedo dejar de pensar en voz alta?

—Somos amigos —regreso la conversación a Chema, me da


vergüenza hablar de mis pensamientos con mi jefe—, ¿o tampoco
cree que un hombre y una mujer puedan ser amigos sin llegar a algo
más?

La verdad es que Chema y yo sí hemos llegado a algo más, pero


han sido pocas las veces, digo, soy una mujer y tengo necesidades
sexuales.

—No lo sé, nunca he tenido una amiga con la que no haya follado.

No me extraña.
El jefe se ríe dejándome en evidencia otra vez, pero ahora no siento
vergüenza, porque la melodía de su risa me emboba.

—Debería intentarlo, tener una amiga sincera, sin ningún tipo de


influencia externa, como el dinero o el sexo alucinante, amistad
verdadera.

De pronto la mampara se abre y aparece mi jefe desnudo y


escurriendo agua. Me pongo de pie como si tuviera un resorte
metido en el culo y alargo el brazo para alcanzar la bata y pasársela,
sin embargo, él niega.

—Debes aplicar las lociones —susurra, yo trago grueso.

¿Otra vez? ¿Tocar su exquisito cuerpo, otra vez?

¿Este hombre quiere matarme a base de infartos?

Asiento, dejo la bata en el perchero y me giro para buscar sus


cremas para piel sensible en la repisa. Deposito una generosa
cantidad en mis manos y comienzo a frotarlos por su cuerpo,
evitando verlo a los ojos.

Trato de hacerlo lo más rápido posible, aunque me encanta estar


manoseándolo, debo comportarme profesional, ya he cometido
muchos errores y no quiero perder el empleo, en verdad me dolería,
no solo por el dinero.

Cuando termino de aplicar la loción, dejo de nuevo todo en la repisa


y salgo para darle privacidad y vestirse. Aunque decir privacidad es
ridículo, lo he visto desnudo tres veces en dos días de trabajo.
Aprovecho el momento para ir a prepararle un café, ya casi es hora
de que pida otro.

Sale ya vestido y luciendo perfecto cómo es él, le ofrezco el café el


cual toma mientras revisa correos electrónicos y yo la agenda, a las
tres tiene casting. Ayer lo comentó, pero creí que era una broma, al
parecer no.
—Debe ir al foro dos, tiene un casting en unos minutos —informo.

El Sr. Black sonríe.

Supongo que le hace feliz saber que va a follar después de que le


he arruinado las citas.

Termina su café y lava sus dientes, salimos faltando tres minutos


para las tres y nos dirigimos al foro. Es como una oficina, sólo que
hay cámaras y muchas personas. Tiene un enorme sofá muy mullido
color gris, en el cuál espera una chica.

Pero una muy chica. Lleva un crop top que deja al descubierto su
abdomen y una mini falda que apenas cubre lo necesario. Su
cabello rubio rojizo va suelto en largas ondas que cae por su
espalda y encima de sus pequeños senos. Es pequeñita y delgada,
su piel luce tersa y sonrosada.

—¿Esa es una niña? —pregunto horrorizada.

El jefe niega.

—No, yo no hago pornografía infantil, es mayor de edad, pero su


físico le hace ver más joven, a ese tipo de actrices se les dice petits
y por lo general interpretan adolescentes en las historias, aunque
muchas de ellas tienen varios años encima.

La miro de nuevo, en verdad parece muy joven y eso me causa


desconcierto.

—Buenas tardes —saluda el jefe, todos devuelven el saludo y la


chica en el sofá inmediatamente se pone de pie, mientras el jefe le
extiende la mano—. Montgomery Black —se presenta.

La chica sonríe pícara.

—Ollie Richards, es un placer conocerlo Sr. Black, me han hablado


mucho de usted y conseguir una audición en su productora es casi
un milagro.
El jefe chasquea la lengua.

—No es tan difícil Ollie, siéntate —indica señalando el sofá.

Ambos toman lugar, inmediatamente el director da la orden de


silencio y las cámaras se encienden. El jefe tiene su actitud seria,
ella sonríe coqueta.

—A partir de este momento las cámaras están encendidas y


grabarán todo lo que sucede. ¿Estás de acuerdo con eso, Ollie?

Ella asiente.

—Entonces platícame algo de ti, preséntate y dinos por qué estás


interesada en ingresar a la plantilla de actrices de la empresa.

—Me llamo Ollie Richards, soy neoyorquina, pero mis padres son
rusos y emigraron hace años, tengo veinticuatro años y me encanta
el sexo —dice riéndose—, y me gustaría ser parte de la compañía
porque juntaría dos cosas que me gustan, el sexo y el dinero —
comenta graciosa haciendo reír brevemente al jefe.

Ellos intercambian algunas palabras más mientras yo reviso el


expediente de Ollie que está respaldado en la web de la productora.
Miro su identificación, el acta de nacimiento, incluso algunos
documentos de sus estudios universitarios y los análisis médicos de
rigor.

Todo en orden y, aunque parece una niña, realmente tiene


veinticuatro años, es incluso mayor que yo. Incluso hay firmados los
consentimientos para ser grabada y un contrato al que le falta la
firma del jefe.

—Entonces, Ollie, comencemos con el casting —propone el jefe,


ella se levanta sonriente—. Quítate la ropa, por favor.

La chica se balancea suavemente al ritmo de una música


imaginaria, primero saca su top, no lleva sujetador, sus senos son
pequeños y están perfectamente en su lugar. Después continúa con
la minifalda, quedándose únicamente en braguitas rosadas.

El jefe la mira de arriba abajo, en verdad es una chica muy bonita,


su piel es preciosa y las pecas que cubren sus hombros y mejillas la
hacen ver adorable. Se planta frente a mi jefe y poco a poco sube a
su regazo.

Mis intestinos se aprietan al verlo colocar las manos sobre los


glúteos de ella y presionarlos levemente, sus dedos se mueven con
delicadeza sobre su piel, mientras ella lo besa y después expone
sus senos a su boca, los cuales el jefe no duda en chupar.

Lo peor de todo es que ella es tan bonita que ni siquiera puedo


reprocharle al Sr. Black el querer follarla, incluso yo tengo la
tentación de tocar su piel para comprobar si es tan suave como se
aprecia.

El jefe la coloca en el sillón, recostada, abre sus piernas y sus


manos acarician la cara interna de sus muslos dirigiéndose a su
sexo. Ella sonríe traviesa, y la odio por lo hermosa y adorable que
se ve, porque tiene a todos hipnotizados, incluso a mí.

El Sr. Black hunde los dedos en el elástico de las bragas y las saca
por sus piernas, dejando así expuesto a la cámara la vagina de
Ollie. Y me da envidia, porque su vagina es muy bonita, rosadita y
sin vello, justo como la de las películas porno. Que vida tan injusta,
crear un ser tan perfecto.

Los dedos de mi jefe juguetean con su intimidad, tocando su clítoris


y abriendo sus labios para mostrar a la cámara la entrada de su
vagina. La masturba por algunos segundos y después introduce dos
dedos dentro de ella, comenzando a follarla con ellos, moviéndolos
a una velocidad increíble que pone a Ollie a gemir.

Cuando lo veo inclinarse para lamer su clítoris decido que he visto


demasiado. Doy la vuelta y salgo, yendo a la oficina de la Kennedy
#2 por una botella de agua para mí y otra para mí jefe, la va a
necesitar cuando termine el casting y de chupar las arterias
pudendas de otra que no soy yo.
16. CITAS
Después del casting el jefe debe supervisar más grabaciones, en
estas si lo puedo acompañar porque no tengo que verlo a él
follando. No es lo mismo ver a desconocidos que a mi jefe con el
cuál paso pegada más de doce horas al día.

Resulta que de las cuatro personas que están en la grabación a uno


ya lo conozco, musculitos está aquí hoy también. Me saluda con un
levantamiento de cejas y yo le correspondo con una sonrisa, una
chica coloca aceite sobre su torso haciendo ver sus músculos
brillantes y apetecibles.

—¿Cómo va tu segundo día de trabajo? —pregunta muy cerca de


mí, es alto, no tanto como mi jefe, pero si lo suficiente para tener
que mirarlo hacia arriba—. ¿Ya te enamoraste de Monty como
todas?

Que me recuerde lo de todas las asistentes me hace rumiar mi


cabreo por ser discriminada.

—Lamento decepcionarte y dejar en mal tu teoría de que me voy a


enamorar de mi jefe, yo vengo a trabajar.

Musculitos sonríe.

—¿Candy, cierto?

Asiento.

—¿Tú te llamas Vlady, verdad?

—Si, es mi nombre artístico.

—Artístico en este medio —agrego—, para no revelar tu identidad,


lo cuál se me hace hilarante si todos pueden ver tu rostro.
—Todos en este medio usamos un seudónimo, nadie utiliza su
nombre real, ni siquiera Monty.

—¿Ah, no? ¿Y cuál es el seudónimo de mi jefe?

—Mmm —murmura—, podría contarte muchas cosas si me aceptas


salir a cenar, esta noche.

¿Qué?

¿Acaba de decir lo que escuché?

—¿Me estás invitando a salir? ¿En una cita? —pregunto para


confirmar, no quiero verme igual de payasa que con mi jefe.

—Sí, eres una chica linda, diferente a las que se ven por aquí.

Mis mejillas se calientan.

Musculitos no es feo. No se compara con mi jefe, pero tiene lo suyo,


sus ojos son verde oscuros, sus músculos llaman demasiado la
atención, no es especialmente atractivo pero está pitudo y eso
compensa.

—Candy —llama el Sr. Black en un tono nada normal en él.

—Espera, ya vuelvo —digo a musculitos y me giro para ir a dónde


mi jefe—. A sus órdenes, señor.

—Tráeme otro café —ordena.

Miro la tacita que hay sobre una de las mesas, apenas ha dado un
sorbo, tiene unos veinte minutos que lo traje para él y no lo ha
tomado.

—Señor, su café está intacto. —Lo levanto y lo coloco en sus


manos.

—Ya está frío, así no me gusta —replica devolviéndolo.


La taza se siente tibia, si bien no está caliente, tampoco es que esté
frío. Mi jefe es un exagerado.

—Ya mismo le traigo otro, señor.

Le hago una señal a musculitos para decirle que regreso en un


momento. Voy a la oficina de Kennedy #2 y enciendo la cafetera
para preparar otro espresso. Ella me mira y voltea el rostro de
manera ridícula y despectiva.

—Te va a dar tortícolis con esos movimientos dramáticos —me


burlo, tomo la taza de café y regreso al foro.

» Su café, señor —indico entregando el recién hecho.

La grabación ya ha comenzado, por lo que ya no puedo seguir


platicando con Vlady. No negaré que su invitación me emocionó, es
la primera vez que alguien me invita a salir en años.

Durante casi dos horas estamos en las grabaciones, mi jefe da


indicaciones en varias tomas, algunas veces interviene y se detiene
todo. Para cuándo terminamos ya son las siete de la noche y debe ir
a su próxima cita.

Lo que me deja disponible para ir con Vlady a cenar.

—¿Entonces? ¿A qué hora termina tu horario? —pregunta mientras


se viste, después de haberse dado una ducha rápida en el baño del
foro.

—Después de asegurarme que el Sr. Black no necesita nada más.

—Monty siempre necesita algo, pero no me importa cenar tarde,


podemos hacerlo en mi casa, tengo una nueva terraza que no he
estrenado.

—Candy —llama el Sr. Black de nuevo, le hago una señal a


musculitos para que me espere un momento.
—Dígame, señor.

—Es hora de irnos.

—Señor... —inicio, no sé cómo decir esto, es mi segundo día y no


debe ser bien visto pedir un permiso para salir temprano, por lo que
opto por recordarle lo que sucedió en sus citas anteriores—. No
quisiera arruinar una más de sus citas, quizás sería mejor que no lo
acompañara —me excuso.

Él arquea una ceja.

—Su trabajo es estar disponible por si se me ofrece algo.

Lo único que se le puede ofrecer son preservativos.

—Necesito volver temprano a mi casa, tengo un problema que


solucionar con Chema —agrego, él escuchó la conversación.

—Y yo necesito que se haga cargo de mandar mi ropa a la


lavandería y revisar mi despensa y surtirla, está vacía.

Diablos.

—Bien, ¿puedo hacerlo mientras usted cena? Así no termino tan


tarde y no lo importuno en su casa a su regreso.

Aprieta los labios en una línea fina.

—De acuerdo.

Sonrío.

—Gracias, señor.

Doy la vuelta y regreso con musculitos que espera por mí a un lado


de la puerta, con una sonrisa cínica y divertida, como si algo le
provocara diversión.
—Dame tu número de teléfono, cuando termine te llamo para que
me mandes la ubicación —susurro, no quiero que mi jefe escuche
que tengo una cita con él.

Intercambiamos números rápidamente, quizás sean imaginaciones


mías pero juro que puedo sentir la mirada de mi jefe clavada en mi
espalda, como si estuviera juzgándome por no quedarme a su
disposición hasta que él quiera.

—Listo, nos vemos más tarde —dice alegremente y sin esperármelo


se inclina hacia mí para depositar un beso en la comisura de mis
labios.

Musculitos sonríe a mi cara de sorpresa, me guiña un ojo y se retira.


Siento que mi cara arde y no soy capaz de darme la vuelta y ver si
mi jefe se dio cuenta de lo que acaba de suceder. Cuando lo veo
pasar a mi lado lo sigo yendo hacia la oficina.

Apago todo los equipos mientras él se prepara para salir, lavando su


rostro, dientes y manos y peinando correctamente su cabello.
Suspiro al verlo salir tan guapo, pero me recuerdo a mí misma, que
sólo soy su asistente.

—Candy —dice con voz baja y seria—, las relaciones entre los
empleados están prohibidas.

Oh.

¿Y acaso no es él quien folla con las actrices?

—No tengo ninguna relación con nadie —me defiendo.

—Vlady es un empleado de esta compañía.

—Lo conocí ayer, Sr. Black, le aseguro que no tengo ninguna


relación con él.

—Bien, porque eso es causal de despido.


—Entiendo, pero eso no prohíbe que seamos amigos.

—No, no lo prohíbe —aclara inexpresivo.

—Entonces no hay nada de que preocuparme —finalizo tranquila.

Lo sigo hasta el auto donde ingresamos los dos, ambos en silencio


hasta llegar al restaurante, donde el Sr. Black baja solo y yo me
dirijo a su pent-house.

—Noté al señor un poco tenso, ¿estaba molesto? —pregunta Roney


con curiosidad.

—No lo sé, no lo creo, al fin tendrá una cita que yo no voy a arruinar.
—Aunque lo diga en modo de broma, realmente me aprieta el
estómago pensar que se va a ir a follar después.

Ya se folló a Ollie hoy, pero creo que una no es suficiente para mi


jefe.

Platicamos en el trayecto al condominio lujoso donde vive el Sr.


Black. Roney me deja aquí y regresa al restaurante para estar
disponible cuando el jefe salga. Subo al último piso y entro. A pesar
que estuve aquí por la mañana, me vuelvo a impresionar de todo el
lujo y la elegancia fría.

Cómo no hay nadie me doy permiso para curiosear. Es enorme,


tiene un estudio amplio donde hay una colección de DVD's de todas
las películas que se han producido en Black Productions.

Muchas.

Tiene un pequeño gimnasio, aunque dudo que el jefe lo use, no


tiene precisamente un cuerpo atlético y además nunca está en casa.
Cada habitación tiene su propio baño, tres en total. La cocina está
como nueva, y me pregunto si realmente alguna vez ha sido usada.

¿Para que quiere el Sr. Black que surta su despensa si come fuera?
No lo sé.

Me pongo en mi labor haciendo una lista de lo que yo considero que


necesita. O sea todo. Porque no tiene absolutamente nada más que
café, tés, agua, vinos y algunos quesos en la nevera. Tardaré mucho
yendo al supermercado a surtir todo esto.

Diablos.

Pero no me desanimo, Vlady dijo que no importaba si cenábamos


tarde, él sabe cómo es mi jefe, que parece, tampoco sabe ir al
market a comprar un pepino. Decido poner música en su equipo de
sonido mientras trabajo haciendo la enorme lista que necesito,
porque ni siquiera hay jabón para el lavaplatos.

También reviso el armario de limpieza, hay algunos productos pero


no muchos y sobre todo no hay nada para el centro de lavado que
tiene. Pero es lógico si todo lo manda a la tintorería. ¿También
mandará sus calzones? No lo sé, ya se lo preguntaré cuando venga.

Candy de Doja Cat comienza a sonar en mi playlist, esa canción me


encanta y no puedo evitar bailar cuando la escucho. Dejo un
momento el trabajo y me planto en la estancia a bailar
desabrochando algunos de los botones de la camisa, y subo la falda
por mis muslos, cubriendo únicamente mis glúteos, imaginando que
le bailo a mi sexy y pito rápido jefe.

—Candy —dice a mi espalda, respingo y doy un grito al sentir su


presencia.

Me giro para verlo detrás de mí, a nos pasos una morena súper
voluptuosa como las viejas que le gustan se ríe en silencio, de mí,
supongo.

—Lo siento, Sr. Black —gimoteo apresurada mientras compongo mi


ropa—, ya casi termino.
Apago el equipo de sonido y corro a la cocina a acomodar todo en
su lugar, lo veo a él dirigirse a la habitación con la morena. Creí que
no traía mujeres a su casa, pero me equivoqué.

De pronto recuerdo que no saqué la ropa que hay que llevar a la


tintorería, me muerdo el labio pensando si ir a la habitación e
interrumpir o mejor me espero a que terminen.

No, Vlady me está esperando.

Ni modo, tendré que interrumpir. Además acaban de entrar, no


pueden estar haciendo mucho. Así que respiro profundo y toco la
puerta.

—Sr. Black, necesito sacar la ropa que se llevará a la tintorería —


pronuncio en voz alta y vuelvo a tocar—. Sr. Black.

Él abre con cara de pocos amigos, solo lleva el bóxer y ese cuerpo
que tanto me gusta exhibe algunos besos manchoneados.

Joder, si es que no pierde el tiempo.

—Candy —gruñe.

—Lo siento, señor, sólo voy a entrar por la ropa y me marcho.

No espero que diga algo más o siga gruñendo, me escabullo por un


lado y me voy directa al armario para sacar todos los trajes usados.
Lo hago tan rápido como puedo, pero son tantos y pesan que no
puedo evitar que se me caigan de las manos mientras intento huir,
atrasándome más y haciendo rumiar a la morena semi desnuda en
la cama.

—Listo, señor. Me voy, regreso pronto con la despensa.

Corro hacia el pasillo para irme, entonces recuerdo que no saqué la


ropa interior y tampoco le pregunté si debía mandarla a la tintorería
o se lava en casa, por algo tiene un centro de lavado.
Mierda, tengo que volver a interrumpir.

Bueno, se lo merece, él me está retrasando con mi cita, yo puedo


joder un poco la suya, ya es tradición. Dejo los trajes en el sofá y
regreso, toco la puerta y le hablo en voz alta.

—Señor, olvidé sacar otra cosa, lamento mucho interrumpir de


nuevo, le juro que es la última vez.

Veo al señor Black abrir la puerta nuevamente, su gesto es de muy


pocos amigos, con la mandíbula tensa y el ceño fruncido. Intento
excusarme una vez más, pero toma mi brazo y me jala a la
habitación contigua.

Me quedo de a seis cuando afianza una esposa en mi muñeca


derecha, rodea el poste de la cama y engancha la otra.

Pero... ¿Qué?

—¿Qué hace, señor? —Agito mis manos intentando liberarme,


mientras él sonríe siniestro.

—Ahora sabrás lo que es que arruinen tus citas —comenta


arrogante, da la vuelta y sale, ignorando mis réplicas.

Hijo de puta, cabrón, maldito, esta me las paga.


17. GRACIAS
Gemidos.

Malditos gemidos de mierda.

Parece que la tipa tiene un jodido alta voz integrado que gime como
una desquiciada. La odio, pero odio aún más a mi jefe imaginando
cómo debe estar follándola para que ella gima así.

Hijo de su chingada madre.

Quiero gritar de frustración.

¿Por qué no hacerlo? Si el jefe me esposó a una cama debe


atenerse a las consecuencias. No es para nada profesional lo que
hizo, por lo que yo no estoy en la obligación de ser profesional con
él.

Hizo enojar a la mexicana equivocada.

Si por algo nos caracterizamos las mujeres de México, es en armar


el pedo grande, grande. Y ahora mi jefe va a conocer a la pueblerina
mal hablada y peleonera que soy.

—¡Aahh! ¡Monty! —grita la tipa y entonces ya no lo soporto.

—¡Por Dios! —grito también—, ¿te están follando o te están


matando? ¿Por qué gritas tanto?

De repente se hace un silencio.

Luego otro gemido sonoro y yo lo imito tan fuerte como puedo.

—¡Oye, esos se escucha tan falso como en las películas porno de


Black Productions!
Escucho un gruñido.

Mi jefe se está cabreando y eso es lo que quiero, que venga a


enfrentarme y arruinar su follada. Si yo no tengo una buena cita, él
tampoco.

—¡Sr. Black, me está decepcionando, si la mona finge los gemidos


es que no lo está disfrutando! —grito tan fuerte como puedo, por
encima de los gemidos de ella y los leves golpeteos en la pared.

» ¡Ahora entiendo por qué las asistentes no le duran! ¡Se van


decepcionadas! —Emito una risa histérica y golpeteo las esposas
contra el poste metálico de la cama.

» ¡El chiste del chocolate es como se bate! ¡De nada sirve un batidor
enorme si no sabe usarlo!

Repentinamente la puerta se abre, veo aparecer a mi jefe con el


rostro encendido y bufando casi como si fuera un toro.

Uy mierda, creo que me pasé.

—¿Decepcionada? Así debe sentirse de saber que me he follado a


todas mis asistentes menos a usted —gruñe acercándose y aunque
se ve enojadísimo, no puedo evitar apretar las piernas de ver su
erección.

El esposo mío.

—Pues no, porque para decepcionarme por eso, primero debería


desearlo y no lo hago —miento cínicamente.

El jefe aprieta la mandíbula.

—Y seguramente por eso babea cada vez que me ve desnudo.


Justo como ahora.

—No estoy babeando —me defiendo.


Al menos no por la boca.

—Y no lo hago cuando lo veo desnudo, me da curiosidad que sea


tan sensible y frágil como escroto de bebé, eso es todo.

Veo su rostro enrojecer.

Creo que ahora sí me pasé, seguro después de esto me despide.


Adiós siete mil dólares, adiós a mi futuro esposo, adiós a besar esa
cabecita rosadita y adiós a que succione mis arterias pudendas.

—No soy sensible y frágil —rumia, puedo ver una de sus venas
saltar en su sien—, y usted es la persona más desesperante e
incompetente que he tenido como asistente.

—Pues usted es el hombre mas promiscuo que he conocido, ¿de


qué le sirve follar tanto si ninguna de esas mujeres lo ama? ¿Alguna
lo abraza después de coger? No lo creo, son tan promiscuas como
usted y por eso tiene que pedirle análisis.

De la nada veo su rojez desaparecer y su rostro toma un aspecto


más pálido que de costumbre. Sus labios se aprietan en una fina
línea y da un asentimiento brusco y mecánico.

Mierda.

Ahora sí la cagué bien cagada.

El Sr. Black da la vuelta y sale de la habitación dejándome de nuevo


esposada, pero ahora no soy capaz de replicar porque estoy
mordiéndome la lengua por ser tan hocicona.

No debí decir eso.

Son cosas de su intimidad en las que no debo meterme. Exhalo el


aire pesadamente, ahora sí jodí mi empleo. Espero escuchar de
nuevo la sinfonía de gemidos, pero en cambio lo que escucho es
silencio.
Me siento en la orilla de la cama a esperar, en algún momento debe
venir a liberarme para sacarme a empujones de su pent-house.
Recargo el rostro sobre mi brazo y suspiro, comenzando a sentir un
nudo en la garganta, yo no quiero que me despida, realmente me
gusta este trabajo y me encanta estar a su lado a pesar de ser un
maldito idiota.

Cierro los ojos un momento, pensando que decir para disculparme,


aunque no creo que eso evite que me corra, pero al menos debo
hacerlo por haber sido tan bocona y decir cosas que no debía.

✤✤✤

—Candy, despierta, Candy. —Un zarandeo en mi brazo me hace


respingar y levantar la cabeza.

Gimo por el dolor de cuello y de espalda.

—Sr. Black —susurro—, ¿qué hora es?

Sus manos se dirigen a las esposas, presiona un pequeño botón y


estas se abren. ¿En serio? ¿Solo había que presionar el botón para
liberarme?

Puta madre.

—Hora de preparar la ducha —responde serio, más de lo normal.

—Señor, mil disculpas por lo que dije anoche, estaba muy molesta
por...

—Candy —me interrumpe—, se nos va hacer tarde, prepare la


ducha.

Parpadeo varias veces, procesando sus palabras. Preparar la


ducha. Eso significa que no me ha despedido, sigo siendo su
asistente. Entonces sonrío. Y no puedo evitar ponerme de pie de un
brinco y darle un abrazo por no correrme como lo merecía.
Su cuerpo se pone tenso, puedo sentirlo a través de la seda de la
bata que lo cubre. Lo suelto inmediatamente y le doy una sonrisilla
nerviosa.

—A sus órdenes, Sr. Black.

Salgo corriendo de la habitación para entrar en la de él, en seguida


abro el grifo para llevar la bañera y rocío los acostumbrados aceites
y sales de baño. A pesar de tener tres días en este trabajo, lo he
hecho las veces suficientes para que ahora mis movimientos sean
automáticos.

Salgo y le anuncio que ya está listo el baño, mientras él entra yo me


doy a la tarea de sacar un nuevo traje del armario y dejar listo todo
lo necesario para que se vista. Me voy a la estancia y acomodo
todos los guardapolvos con sus trajes usados, dejándolos listos para
ser llevados a la tintorería.

Le preparo una taza de café y guardo la lista de la compra que debo


hacer. Regreso a la habitación por la ropa interior del cesto y la meto
toda en una bolsa de viaje que encuentro en el armario para llevarla
también.

—Candy —lo escucho llamarme y asomo la cabeza por la puerta del


baño, encontrándolo majestuosamente desnudo y húmedo.

—Dígame, señor —carraspeo.

—Las lociones, Candy.

Mis manos sueltan automáticamente lo que sostienen y mis pies se


dirigen hacia el baño, adentrándome en él. Tomo lo necesario de la
repisa y comienzo con la rutina, tratando de verme lo más
profesional posible, pero creo que por más que me esfuerce, no
puedo evitar suspirar mientras recorro su cuerpo.

Soy tan tonta.


Él es mi jefe y yo su asistente, la asistente tonta que suspira en
silencio por el hombre guapo y mujeriego.

Candy, Candy, deja de hacerte ilusiones.

—Listo, señor —musito cuando he terminado.

Una ligera sonrisa aparece en una de sus comisuras, levantándola.

—Gracias —murmura bajito, con esa voz casi inaudible.

¿Gracias?

¿El Sr. Black me dijo gracias?

Mi corazoncito bobo late emocionado.

—A sus órdenes, señor —susurro. Me doy la vuelta y salgo del baño


antes de colgarme de su cuello y besuquearlo.
18. LA ASISTENTE QUE TODO HOMBRE QUIERE
—Señor, necesito ir a mi casa a cambiarme —solicito, me da
vergüenza ir a su lado, él tan limpio y oliendo delicioso y yo ni
siquiera me he lavado los dientes.

Mi jefe frunce el ceño.

—¿Qué hay en la agenda hoy?

—Por la mañana tiene varias reuniones virtuales, con proveedores y


con los organizadores de la expo otra vez —expreso leyendo lo que
hay en la tableta—, almuerzo en La Nuit con Maya Green, por la
tarde hay que ir al laboratorio para sus exámenes mensuales,
supervisión de grabación en locación seis y en la noche cena en
Mars.

Piensa durante unos segundos, después levanta el rostro hacia mí.

—Lleva mi ropa a la tintorería, surte la despensa y aprovecha para ir


a cambiarte, necesito que regreses antes del almuerzo... y cancela a
Maya, dile que tuve un contratiempo y agéndala nuevamente el
próximo mes —indica sin emitir algún gesto.

¿Cancelar una de sus citas?

¿De verdad?

—A sus órdenes, Sr. Black. —Aprieto los labios para esconder la


sonrisa que se me ha formado pensando que no se irá a follar esta
tarde.

Además él no tiene grabaciones, así que solo le queda la cita de la


noche. Aunque también me gustaría cancelar esa, pero es un
avance que no tenga un día lleno de sexo.
Salgo con él de su pent-house, en el auto, prefiero sentarme delante
con Roney y no ir atrás con él, en verdad me da vergüenza mi
aspecto, hice lo mejor que pude con mi cabello, pero no me siento
cómoda a su lado.

Una vez que hemos dejado al señor Black en la productora, Roney


emprende el camino a mi casa, le pedí amablemente que primero
me dejara ducharme y después fuéramos a hacer todos los
pendientes y el accedió de buena gana.

Roney me agrada mucho, si no fuera bastantes años mayor que yo,


quizá hasta me atraería, no está de mal ver. Aunque el Sr. Black
también es muchos años mayor que yo, pero creo que el chófer
más.

—¿Vas a platicarme o tengo que sacarte la información? —


cuestiona divertido, extiende hacia mí un paquete de pastillas de
menta, me da pena que lo haga porque insinúa que me huele la
boca y no lo dudo, por lo que tomo varias y me las meto a la boca.

—¿Platicarte qué?

—¿Por qué te quedaste a dormir con el señor?

Sonrío.

Chismosito Roney.

—Pues no me quedé por gusto —aclaro.

—¿Ah, no? ¿Entonces por qué el señor me pidió llevar a la señorita


Monique a su casa tan rápido? Y me dijo que no tenía que regresar
por ti.

Con que eso hizo el jefe...

Aunque me hubiese liberado de las esposas, igual no me habría


podido ir de su casa, a menos que fuera caminando y obviamente
no lo haría, Soho está extremadamente lejos del pent-house finolis
de Sr. Black.

—El jefe no me invitó a quedarme, más bien me obligó —explico, le


tengo confianza a Roney a pesar de haberlo conocido hace unos
días—, me esposó a una cama de las habitaciones por arruinar su
cita una vez más. Creo que le pareció un gracioso castigo.

Roney se ríe bajo, pero de una forma extraña.

—¿Y esa risita que significa?

—Nada —se evade y sigue riendo.

Arqueo una ceja y lo miro inquisitiva.

—Solo pienso que es curioso.

—¿Qué es curioso?

—Hacía mucho tiempo que una de sus asistentes no venía a su


casa y mucho menos alguna se ha quedado a dormir, la última en
venir fue Vianey hace casi dos años, pero creo que es lógico,
ninguna había pasado el período de prueba.

—Yo no he pasado el período de prueba —le recuerdo.

—Eso es lo que lo hace curioso.

—¿Por qué? Deja de darle vueltas y explícame —pido poniéndome


ansiosa, saber que hace tanto que una de sus asistentes no tiene
las responsabilidades que yo tengo, me hace sentir especial.

Mucho más especial que ser follada como el montón.

Aunque eso me confirma una vez más, que sólo soy la asistente.

—Vianey fue su asistente por varios años, casi desde que se fundó
la productora —comenta, un pinchazo se me clava en el estómago,
debió ser realmente eficiente para que conservara su empleo tanto
tiempo—, pero se tuvo que retirar, era una mujer mayor.

Exhalo el aire.

Dudo que el jefe se follara a una mujer mayor, eso sería el colmo.

—¿Y desde entonces no ha tenido una asistente por más de quince


días?

—No, todas son despedidas por meterse con él, están prohibidas
las relaciones entre los empleados.

O sea, ¿se las coge y luego las despide?

Que maldito.

Ya no quiero que me coja.

No es cierto, si quiero, pero no si por ese motivo voy a perder mi


empleo. Sabía que no podía tener todo en la vida, o tengo una
gloriosa follada con mi jefe o tengo empleo.

Perra vida.

—El Sr. Black me dijo que nunca ha despedido a una asistente, es


un mentiroso.

—Él no las despide, lo hace Kennedy —especifíca.

—Cómo si no fuera lo mismo —replico.

—La cuestión es que el señor no había permitido que alguna de sus


asistentes, salvo Vianey, viniera a su casa, hasta la semana pasada,
yo me encargaba de la tintorería.

—¿Y de la despensa?

Roney frunce el ceño.


—El señor nunca hace despensa.

—Pues me pidió que hiciera la despensa.

—Curioso —dice de nuevo, yo ruedo los ojos.

—Deja de decir curioso.

—Solo digo que el jefe, está comportándose raro desde hace unos
días.

—¿Raro es que no folle tres o cuatro veces al día?

—No, raro porque nunca habría permitido que una asistente viniera
de Converse y jeans a trabajar, no le habría tolerado tantas citas
desastrosas y definitivamente, no la habría dejado dormir en su
casa, así sea esposada.

Mis comisuras se levantan un poquito, sin embargo las vuelvo a


bajar.

—Eso sólo significa que necesita una asistente tanto, que está
dispuesto a soportar mi desastrosa presencia.

—Tal vez —comenta, después guarda silencio.

Yo también me quedo callada sopesando toda la plática, sería una


payasada muy grande de mi parte pensar que le agrado al jefe y por
eso no me ha despedido, me ha dejado claro varias veces que
quiere hacerlo, yo creo que es mayor su necesidad por alguien que
se haga cargo de su vida a tener que aguantarme.

Después de todo, soy divertida.

La primera parada no dura mucho tiempo, en cuanto entro en casa


me encuentro el tiradero habitual de Chema, esta vez no lo levanto,
me voy directa a la ducha y me baño en un santiamén. Como no
tengo que más ponerme, vuelvo a meterme en mis jeans, la playera
rosa y los Converse rosa de imitación.
También aprovecho para cargar unos minutos mi teléfono, desde
que lo tomé al despertar está apagado. En cuanto lo enciendo me
llegan varios mensajes y notificaciones de llamadas perdidas de
Vlady, había olvidado nuestra cita con todo el relajo del Sr. Black y
sus esposas. Tecleo una respuesta rápida para disculparme y le
digo que si aún quiere, yo lo invito a cenar en quince días.

Echo el uniforme al centro de lavado y le dejo otra nota a Chema


informándole que lo saque y entregue. Roney enarca una ceja al
verme aparecer por la puerta de salida, alzo los hombros porque no
puedo hacer otra cosa, no tengo más ropa y no puedo ir desnuda a
trabajar.

—Primero vamos a la tintorería —indico—, luego al market.

—Si nos damos prisa, podríamos conseguir tiempo para ir a una


tienda departamental y comprarte ropa adecuada para la oficina.

Frunzo los labios.

—No tengo dinero —le aclaro por segunda vez—, quizá después del
período de prueba puedo comprarme ropa.

—Candy, ¿tienes la tarjeta de la asistente?

Asiento.

—Entonces puedes usarla y comprarte algo adecuado —propone.

Niego inmediatamente.

—No, ¿Cómo crees? Es el dinero del Sr. Black, no quiero darle otro
motivo para que me despida.

—No te va a despedir, ni siquiera se va a dar cuenta, las tarjetas del


señor las paga su asistente.

—Pero puede ver el estado de cuenta.


—¿Tú crees que vas a gastar tanto como para que haya un monto
que llame su atención? ¿Sabes cuánto cuesta una cena en Rossën?
El restaurante donde cenó anoche, con lo que paga en una sola
cena, te podrías vestir toda una semana, Candy.

—No —respondo titubeante—, me da miedo.

—Lo puedes pagar en cuanto te den tu primer salario y listo, si el


jefe pregunta, le decimos que fue un gasto mío imprevisto, él no va
a molestarse, te lo aseguro.

Me muerdo el labio. Miro mi ropa y mis Converse, a lado del Sr.


Black debo parecer una mendiga.

—Ok, está bien, pero solo lo necesario para venir vestida


adecuadamente y lo compramos en el Walmart, no quiero abusar.

Roney sonríe.

—Como elijas.

Hacemos la parada más rápida de la historia en la tintorería, ya


conocen al Sr. Black así que ya saben cómo lavar su ropa y con qué
detergentes. Después nos vamos al market a surtir la despensa,
Roney toma un carrito y la mitad de la lista y yo otro par hacerlo aún
más rápido.

Cuando tenemos todo listo, entonces nos dirigimos al área de ropa.


Roney me ayuda a elegir camisas bonitas, dos blazers, un par de
pantalones y tres faldas. También medias e incluso dos pares de
estiletos con tacones de unos siete centímetros. Todo muy sencillo y
formal, tal como sería una asistente. Finalmente nos dirigimos a
pagar y, aunque estoy nerviosa por mi atrevimiento, también estoy
emocionada.

Aún estamos dentro del tiempo cuando nos dirigimos al pent-house


del Sr. Black. Me ayuda a subir toda la despensa y después baja
para esperarme. Enciendo el centro de lavado y meto toda la ropa
mientras ordeno la cocina, para cuándo termino, la lavadora también
lo hizo. Plancho rápidamente toda la ropa con la plancha de vapor
del señor y tomo uno de sus guardapolvos vacío para meter toda la
ropa nueva ahí.

Me coloco un pantalón, camisa celeste con volados en el área de los


botones y un blazer gris que se amolda muy bien a mi cintura,
enmarcando mi cadera y mi busto. No soy la más voluptuosa, pero
me veo linda y formal con esta ropa. Los estiletos ayudan también a
mis piernas, a lucir más largas y esbeltas de lo que en verdad son.

Cepillo mi cabello dándole un poco de volumen, aplico una capita de


rubor a mis mejillas, máscara a mis pestañas y un lip gloss rosa que
huele a chicle y me dan ganas de chuparlo de mis labios. Ya lista,
bajo con el guardapolvos con mi compra y doy una vuelta frente a
Roney que deja salir un silbido.

—¿Cómo me veo? —pregunto traviesa y emocionada.

—Como la asistente que todo hombre quiere.

Su cumplido me levanta mucho el ánimo.

—Entonces vámonos, estoy lista para ir a comer con mi jefe.


19. WAN TAN
Mis tripas revolotean cuando bajo del auto para entrar en el edificio
de la productora, Roney me guiña un ojo y me armo de valor para
traspasar la puerta. La Kennedy #1 me mira fijamente mientras
camino y le sonrío, saludándola con una mano. Después entro en la
oficina de Kennedy #2, que al notar mi presencia, levanta la vista de
la computadora.

—Llegas tarde —gruñe mirándome de arriba abajo.

—Eso es asunto mío y de mi jefe —respondo sin voltear a verla. Me


detengo en la cafetera para prepararle un espresso al Sr. Black, por
lo general toma uno antes de salir a comer.

—Te crees superior ahora porque traes traje, pero se nota que es
ropa barata del Wal-Mart.

Aprieto los labios.

—Soy una simple empleada que no pretende aparentar más de lo


que soy, como otras —contesto dándole una mirada rápida y
descuidada—. Pero tienes razón en algo, Kennedy, me creo
superior a ti, porque soy tu superior. —Sonrío y tomo el vaso de
café, luego volteo hacia ella y me señalo—. Asistente —afirmo
fuerte—, secretaria —finalizo haciendo un gesto insignificante de mi
mano hacia ella y seguir mi camino.

Quizá es la ropa o tal vez los ánimos que me ha dado el conductor,


que me siento más segura de mi misma. Camino por el pasillo hacia
la oficina al final, escuchando los acostumbrados sonidos ahogados
que provienen de las puertas de los sets.

Respiro y abro la puerta.

Cómo siempre, la imagen de mi apuesto jefe me recibe robándome


un suspiro, no sé que tiene hoy que se ve mucho más hermoso que
los días anteriores. Probablemente sea que no se ha comportado
como un idiota desde que empezó el día y eso lo hace lucir como un
ángel.

—Su café, señor. —Coloco el vaso frente a él, no me mira,


simplemente lo toma para dar un sorbo.

Me quedo de pie unos momentos esperando que me dedique un


vistazo de esos ojos oscuros, pero al parecer está demasiado
concentrado en lo que hace, por lo que un par de minutos después
decido sentarme. Saco la tableta y reviso la agenda por hacer algo,
ya sé lo que hay hoy anotado.

—Ya es hora del almuerzo —comento tratando de parecer casual,


quiero que voltee y me mire—. ¿Cancelo la reservación y pido un
delivery?

Entonces me mira.

Parpadea dos veces y después niega.

—Vámonos —contesta apagando el monitor.

Me pongo de pie y camino por delante de él hacia la salida. Aprieto


los labios frustrada por su falta de reacción hacia mí imagen, él no
suele ser expresivo, pero creí que por lo menos habría algo en su
rostro que me diera un indicio si le gusta o no mi vestuario.

Resoplo.

Sorprender a este hombre es más difícil que aguantarme el hambre.

La Kennedy #2 sisea entre dientes cuando nos ve atravesar su


oficina. La Kennedy #1 sonríe falsamente deseándole buen
provecho al jefe. Roney me hace un gesto interrogante con las cejas
mientras le abre la puerta al Sr. Black, niego informándole que no
hubo ningún comentario y subo.
—Después del almuerzo debemos ir al laboratorio para los análisis
—le informo al chófer, por primera vez siento un silencio incómodo
entre mi jefe y yo y mi seguridad se va evaporando como un charco
de agua bajo el sol de medio día de mi pueblo.

—A sus órdenes, señorita Candy —responde Roney haciéndome


sonreír, me imagina esa frase dicha por mi jefe y eso es suficiente
para que sienta que mis bragas me estorban.

—¿Canceló la cita? —habla por fin, sin mirarme.

—Sí, señor.

No dice más, permanece en silencio hasta que llegamos al


restaurante, el cuál noto, no es el mismo que estaba reservado en la
agenda. El metre nos guía hacia una mesa bastante apartada de las
demás, en cuanto nos sentamos, extiende un pequeño biombo con
motivos orientales en él, quedándonos aislados de los demás
comensales.

—Que bonito —susurro mirando la pintura en la pantalla del biombo,


es un hermoso paisaje oriental, con casitas de esas extrañas,
árboles nevados, un río y una especie de balsa flotando en la
superficie.

—Es la provincia de Zhejiang, en el este de China —informa el jefe.

—¿Ha estado ahí? —pregunto sorprendida.

Él asiente.

—Hace unos años.

—Debió ser mágico —murmuro viendo el paisaje de nuevo, es como


de cuento.

—No lo fue tanto —contradice, frunzo el ceño.


—Es un lugar espectacular, dudo que no sea como un sueño estar
ahí.

—Tal vez si vas con la persona indicada, pero si no, lo único que
encuentras ahí es la soledad.

Lo miro sin comprender, pero por algún motivo, se me arruga el


corazón.

—¿Usted fue con la persona indicada?

Niega. Levanta la carta y desaparece detrás de ella. No sigo


preguntando, es notorio que le afecta el recuerdo, aunque me muero
por saber que pasó ahí, opto por callar y ver el menú.

—¿Conoce la comida china? —pregunta sin bajar el menú.

—Mmm... una vez comí en la ciudad de México sopa wantán y


rollitos primavera, pero solo he probado eso —confieso, no entiendo
nada de los nombres que tiene aquí y no llevan una descripción.

—¿Puedo pedir por usted? —propone, mis mejillas se calientan


absurdamente.

—¿No se va a vengar por lo de ayer, cierto? —cuestiono con una


sonrisilla nerviosa, el jefe resopla.

—Sería lo justo, pero no, no me voy a vengar.

—¿Seguro?

Baja el menú y me dedica una mirada exasperada.

—Está bien, confiaré en usted.

El jefe le pide al camarero la comida, dice varias palabras chinas y


me maravillo escuchándolo pronunciar, no sé si habla chino, pero
los nombres de los platillos suenan orgásmicos viniendo de él.
Cuando nos quedamos solos enfoca su vista en mí y me hago
pequeña en la silla.

—Tiene razón —dice de pronto, dejándome confusa.

—¿Razón en qué?

—En que soy demasiado... promiscuo.

Me encojo aún más.

—Lo siento, señor, yo no debí...

—Pero lo hizo —me corta—, y tiene razón.

Me debato entre seguir con la conversación o ya no entrometerme


en su vida. Pero soy yo y entrometida es mi segundo nombre.

—Si lo sabe ¿por qué lo hace?

—Porque me gusta follar —dice como si nada.

—Sí, bueno, a mi también me gusta, pero no por eso lo hago todos


los días con diferentes personas —suelto sin pensar.

Un momento.

¿Acabo de decir que me gusta follar?

Diablos.

El jefe eleva una comisura.

—No me interesan las relaciones de pareja, y si no tengo una


pareja, puedo follar con quién quiera.

¿Cómo rebatir eso?


—¿Y es muy necesario hacerlo tres veces al día con diferentes
personas?

—Es que me gusta mucho.

Claro, eso lo explica todo.

Suspiro.

—Es su vida, señor, puede hacer lo que quiera —termino por decir,
se nota que nada que lo que argumente le hará cambiar de opinión.

—¿No me vas a preguntar por qué no me interesan las relaciones


de pareja? Esa pregunta me la hacen todas las mujeres que
conozco.

Miro una vez más el biombo, recordando lo que dijo de ir con la


persona indicada.

—Supongo que alguien lo decepcionó y por eso no cree en el amor


ahora —comento la hipótesis que se me acaba de venir a la cabeza.

El jefe suspira.

Y yo también, se ve tan bello suspirando.

—Tanto como no creer en el amor no, pero no me interesa, estoy


bien solo y siendo promiscuo.

Ahogo una risita.

—¿Ahora puedo preguntar qué pasó? ¿O eso ya es pasarse de


entrometida?

Por un momento mira el biombo, me parece notar algo de nostalgia


en sus ojos, lo que me produce cierta incomodidad, creo que mi jefe
aún guarda algo de esa persona en si mismo.
—Solo me he enamorado una vez —inicia, sus ojos se mantienen
en la pintura y yo escucho en silencio, viéndolo a él—, era muy
joven y yo también. Ambos estábamos en el medio de las películas
para adultos, apenas teníamos veintidós años cuando nos
conocimos y fue algo instantáneo, amor a primera follada —dice con
sorna, pero no me río.

» De inicio no fuimos pareja, éramos mas bien amigos, pero yo no


ocultaba mis sentimientos por ella. Después de unos años de actuar
juntos, comenzamos la relación, formal. Mi padre no estaba de
acuerdo en que fuera mi novia, a pesar de que yo también era un
actor, él decía que no debía involucrarme con alguien del mismo
medio.

—¿Su padre sabía que usted era actor? ¿No le dijo nada al
respecto?

Cuando leí en la tableta las notas sobre su familia, supuse que su


padre no estaba de acuerdo en lo que él hacía y por eso no tenían
una buena relación.

—Mi padre era el dueño de la productora, yo trabajaba para él.

Oh.

—¿Y qué pasó?

—Por varios años insistió en que la dejara, pero no accedí, yo la


amaba. —Sonríe con desgana—. Cuando cumplí los treinta y uno,
decidí que ya era hora de formalizar en verdad y pensé en casarnos.
Los dos hacíamos una excelente pareja, ambos sabíamos a lo que
nos dedicamos y nunca tuvimos problema por ello. Entonces le
propuse matrimonio, frente a ese biombo.

—¿Este biombo? —Señalo la pantalla, el jefe asiente.

—A ella le encantaba la cultura china, un de nuestros planes era ir


un día a recorrer China, yo había ahorrado por mucho tiempo para
complacerla, sería nuestra luna de miel.

—¿Y dónde está ella?

Entonces me mira.

—Es obvio que no está aquí.

—¿Lo rechazó? —Abro los ojos sorprendida, no me imagino qué


mujer sería capaz de rechazar al jefe.

Niega.

—Aceptó, comenzamos con los planes pese a que mi padre


insistiera que era una tontería de mi parte, pero mi madre me
apoyaba, ella también fue actriz y sabe de los prejuicios absurdos
que hay contra las mujeres que hacen esto.

» Faltaban dos semanas para la boda, teníamos todo listo, sólo


esperábamos que llegara el día, y entonces todo se arruinó.
Descubrí por qué mi padre se interponía tanto en nuestra relación y
es que ellos tenían una aventura. Los encontré follando en la propia
cama donde dormía con mi madre.

» Él ni siquiera hizo el intento por negarlo, simplemente aceptó que


desde antes que ella y yo fuéramos pareja, ya se acostaban. Nunca
aseguré que le fuera fiel a mi madre, pero al menos no pensé que le
fuera infiel con mi prometida.

—¿Y su mamá lo sabía? —susurro mi pregunta.

—No, mamá también se enteró ese día, pero ella estaba dispuesta a
perdonarlo, cosa que yo no pude. Pero a él no le interesaba su
perdón, ya descubiertos, decidieron hacer pública su relación, se
quedó con mi prometida y mamá y yo tuvimos que irnos de su casa.

» Por ley, a mamá le correspondía la mitad de todo, así que nos


enfrascamos en un pleito legal con mi padre para que le diera lo que
le correspondía, así fue como comencé a tener presencia en la
productora, representando a mi madre.

—¿Y por qué su padre ya no está en la empresa?

Mi jefe sonríe, de manera sexy y oscura.

—Se la quité y lo despedí —dice casual—. Él la estaba llevando a la


quiebra por darle todo lo que quería a Maya y yo saqué la empresa
del hoyo.

—¿Maya? —Respingo—. ¿La Maya que cancelé?

El jefe asiente, su sonrisa cínica me hace casi babear.

—Él se follaba a mi prometida, yo me follo a su mujer.

Mierda.

—Pero es una más, hace mucho tiempo dejé de sentir algo por ella,
sobre todo cuando volvió a buscarme, después de quedarme en la
dirección de la empresa.

Vieja interesada.

—Y supongo que es por eso que no recibe las llamadas de su


padre.

—Sí.

—Vaya, esa historia estuvo muy buena, debería hacerla película —


bromeo por no saber que decir.

El jefe se ríe.

—No lo había pensado, tal vez lo haga.

El camarero aparece con una gran charola llena de platos, los


coloca en la mesa inundando el ambiente de olores curiosos que
hacen a mis tripas gruñir, algo que no le pasa desapercibido a mi
jefe, que sonríe abiertamente por el ruido de mi estómago.

Yo también me río tomando los palillos chinos.

—¿Sabe usarlos? —inquiere cuando me ve pelear con ellos,


tratando de acomodarlos en mis dedos.

—La verdad no —confieso.

El jefe me los quita de la mano, me muestra con sus dedos como


acomodarlos y los lleva a mi tazón de fideos para tomar una bolita
de wantán con algunos fideos y después dirigirlo a mis labios. Abro
la boca para dejarlo entrar, mi corazoncito bobo acelerado por como
sus labios se elevan para regalarme una preciosa sonrisa.

El wantán del amor.


20. ANÁLISIS Y ACCIDENTES
El jefe parece ser cliente consentido del laboratorio porque lo
atienden apenas ha puesto un pie dentro. Supongo que tiene una
tarjeta de puntos donde acumula monedas por cada análisis que se
realiza él y sus amiguitas.

Y son un chingo.

—Disculpe, ¿cuánto tiempo tardan en dar los resultados de las


pruebas para enfermedades de transmisión sexual? ¿Y que costo
tienen? —pregunto a la recepcionista en voz baja, me da pena
preguntar por algo así, pero considerando que he tenido dos parejas
sexuales con las que alguna vez no usé protección, creo que
debería hacérmela.

Solo por si acaso. Creo que mi jefe me pegó la neurosis.

—Depende de cual se refiera, algunas tardan hasta quince días,


según el tipo de prueba.

—Las que se hace mi jefe, el Sr. Black —aclaro.

—¿Es usted empleada del Sr. Black?

Asiento.

—La compañía costea para sus actrices el paquete completo de


pruebas para ETS, incluidos la hepatitis y el VPH. Se le hacen las
pruebas rápidas cuyos resultados son enviados a su correo
electrónico en treinta minutos y las de laboratorio se envían en
conjunto a su correo y al de la empresa, solo debe llenar este
formulario con sus datos —dice tendiéndome una hoja, habló tan
rápido que apenas soy capaz de procesar todo lo que dijo.

Me debato entre aclararle que yo no soy actriz y tomar la


oportunidad de hacerme los exámenes sin costo. Decido
arriesgarme, total, ya compré ropa y en todo caso que me reclamen
por las pruebas, lo pago con el primer salario. Lleno el formulario y
lo entrego, inmediatamente me pasan por una puerta a un pequeño
consultorio.

Me toman muestras de sangre y orina, también me pican el dedo y


dejan gotitas en unos dispositivos similares a los de la pruebas de
embarazo. Finalmente me toman una muestra vaginal, la cual me da
un chingo de pena porque nunca en mi vida había ido a un
ginecólogo y tener que abrirme de piernas para un desconocido que
mira atentamente mi sexo, es muy vergonzoso.

Cuando salgo el Sr. Black ya está en la sala de espera sentado,


enarca una ceja al verme aparecer y yo muero de pena, voy a tener
que explicar que me hice los análisis.

—¿Nos podemos ir ya? —cuestiona aún con la ceja enarcada.

—Sí, señor. —Comenzamos a caminar hacia la salida, yo buscando


las palabras para excusarme—. Disculpe por hacerlo esperar, pero
quise aprovechar la ocasión, nunca me había hecho este tipo de
pruebas, ni siquiera lo había pensado alguna vez y ahora que
trabajo con usted y veo lo importantes que son, quise...

—¿Cuántas parejas sexuales ha tenido? —interroga de repente.

Parpadeo hacia él dilucidando si escuché bien. Me pregunto si será


prudente decir la verdad o inflar un poquito la cantidad a fin de no
verme como una inexperta, aunque sí lo soy, he tenido sexo, pero
para nada se asemeja a lo que he visto en las grabaciones.

Opto por decir la verdad.

—Dos —confieso.

El jefe alza ambas cejas.

—¿Dos?
Asiento.

—¿Cuántos años tiene, Candy?

—Veintiuno.

—A esa edad yo ya había grabado algunas películas y hecho varios


tríos —comenta despreocupado.

—¡Oh, vaya! Ahora me siento casi una virgen —bromeo, pero él no


sonríe.

Subimos al auto y ponemos rumbo a la Reserva de Ward Pound


Ridge, un lugar bastante alejado de Manhattan, llegando casi al
límite con Connecticut, por lo que nos toma bastante tiempo el
trayecto, cuando por fin llegamos, ya tengo hambre de nuevo.

El sitio es un lujosísimo hotel & spa rodeado de vegetación, dando


una preciosa vista de todo lo que rodea. Los camarógrafos ya están
situados en el área de jacuzzis al aire libre, del agua emana un
vapor que rodea el ambiente dando un toque místico al lugar.

Todo está preparado, cámaras, el staff y los actores, esperando la


orden del jefe para empezar. Me siento en una silla alejada de todo,
mi primer día me pareció emocionante ver las grabaciones, pero hoy
ya he perdido el interés, bueno sería practicar lo que hacen y no
sólo observar.

Mientras la tarde da paso a la noche, unas luces difusas salidas de


las paredes de los jacuzzis agregan más misticismo y romance al
ambiente. En esta ocasión no se graba una película como tal, sino
una serie de pequeñas escenas cachondas entre chicas, a lo cuál
mi jefe no pierde detalle.

Cae la noche y con ello desciende la temperatura, los sonidos


silvestres se hacen presentes dando un ambiente único. A pesar de
ser cortos, las escenas son largas y se cortan y repiten varias veces,
buscando un mejor ángulo o una mejor posición para la interacción
de las chicas.

—¡Monty! —llama una rubia que parece gemela de Barbie—, ¿no


quieres unirte a nosotras?

El jefe sonríe yendo hacia donde ellas están descansando, a un lado


del jacuzzi más grande y profundo. Cómo me fastidia verlo
coquetear con todo lo que se mueve, me levanto e ingreso en el
hotel, buscando el restaurante para pedir una botella de agua y ver
si se me pega algo para el hambre que me cargo.

Encuentro una mesita de café con panes diminutos y galletitas que


parecen caseras. Recuerdo que mi jefe no ha tomado café desde
que salimos al almuerzo, estar viendo viejas chupetearse las
vaginas y las tetas lo tiene demasiado entretenido y ni se ha
acordado de pedirlo.

Preparo uno para él y otro para mí, tomo varias galletitas y regreso
al área de jacuzzis. Él está muy entretenido conversando con ellas
que lo rodean casi como si fueran abejas en un panal y eso me
causa un indiscutible fastidio. Camino hacia él decidida de quitarle a
las tipejas de encima.

—Sr. Black, su café. —Empujo levemente a un lado a una de las


chicas para hacerme espacio entre ellas—. Su café, señor —repito.

No me mira, simplemente lo toma y sigue conversando, haciendo


que mis dientes rechinen.

—También le traje unas galletitas, ya debe tener hambre —insisto,


volviendo a empujar a un lado a las viejas montoneras que tratan de
sacarme del círculo—. Son de chocolate amargo y sin gluten, las
puede comer.

Vuelvo a ser empujada por una de las mujeres de manera


intencional, ella me mira fea antes de darme la espalda y excluirme
del círculo que han formado alrededor de mi jefe, casi restregando
sus tetas desnudas en su cuerpo.

Aprieto los puños furiosa y doy un caderazo a la tipa, arrojándola


hacia un lado cerca del filo del jacuzzi. Tomo el brazo de mi jefe para
tirar de él y hacerlo que me mire a mí y entregarle las galletitas. De
pronto siento que algo jala mi blazer dando un tirón fuerte y brusco.
Trastabillo hacia atrás por lo inesperado, perdiendo el equilibrio.

Mi tacón pierde el piso y sin poder evitarlo, caigo hacia atrás, al


jacuzzi, aún sosteniendo el brazo de mi jefe, que se ve arrastrado
por mí hacia el agua caliente. No está caliente que queme, pero si
tiene una temperatura elevada. Me doy un golpe con el fondo del
jacuzzi, no es fuerte, pero mi jefe cae encima de mí, aplastándome.

Emerge primero que yo, que trato de ponerme de pie lo más rápido
posible. Las galletitas flotan en el agua que ahora se mancha
rápidamente del café que se extiende por todos lados. El Sr. Black
me mira con gesto casi asesino y yo quiero volver a hundirme y
ahogarme para no recibir su reprimenda.

—¡Monty! ¡Monty! —gritan las tipejas intentando alcanzarlo—,


¿estás bien?

El jefe sale del jacuzzi sin decir nada, completamente rojo de ira y
también escurriendo agua por su carísimo traje y sus zapatos
italianos. Todo el mundo intenta socorrerlo, pero él no presta
atención a nadie.

Ahora sí me va a correr.

Carajo, Candy ¿no puede pasar un día sin que la cagues?

Salgo también y sigo a mi jefe, si me va a echar del puesto, por lo


menos que me haga el favor de regresarme a Manhattan para poder
llegar al departamento. Entra en el hotel y se dirige a la recepción
donde solicita una habitación para ducharse.
—Señor, lo siento, fue un accidente —comienzo a disculparme
mientras corro detrás de él, rumbo a la habitación—, de hecho fue
culpa de la castaña, ella me empujó.

El Sr. Black entra en la habitación, creí que me cerraría la puerta en


la cara pero no, la deja abierta y avanza hacia el baño sin detenerse
y yo lo sigo hasta ahí. Lo veo sacarse el reloj, la cartera y el celular
empapados y dejarlos sobre las repisas.

—De verdad no era mi intención señor, si me va a correr por favor


no me deje aquí, por lo menos lléveme de regreso a Manhattan, no
sabría cómo regresar —lloriqueo.

—¡Cállate, Candy! —grita, por primera vez lo escucho gritar y eso


me hace respingar—. Eres la peor asistente que he tenido, eres una
calamidad andante —sisea.

Mis ojos se aguadan, no soporto mucho que las personas me


maltraten y menos alguien como él, que se ha vuelto tan importante
en tan solo tres días.

—Lo siento, señor —sollozo, no puedo evitar que se me salgan las


lágrimas por la forma tan despectiva en la que me habló—. Mañana
mismo presento mi renuncia.

Doy la vuelta para salir del baño, pero su voz, de nuevo baja y fría
me detiene.

—Candy, prepara la ducha —ordena, sigue cabreado, pero esa


orden me alborota los latidos.

Me está dando una orden.

Sigo siendo su asistente si me da una orden.

—Y quítame la ropa —agrega.


21. ESTO ES LA MUERTE
Mis dedos tiemblan mientras me deshago de la ropa mojada de mi
jefe. Su piel luce sonrosada, creía que era por la furia de la
vergüenza que lo hice pasar, pero ahora creo que no es así. Está
irritado, la temperatura del agua era mucho mayor a la que maneja
en la ducha, por lo que creo que eso es lo que le da la ligera
coloración roja.

Y me hace sentir terrible.

No sé si le arde o le ocasiona alguna molestia, pero saber que por


mi culpa está así me aprieta el estómago.

Tonta Candy.

Me hinco para quitarle los zapatos, calcetines y retirar su pantalón


junto con su ropa interior. Incluso su miembro está enrojecido y
también sus testículos.

Sus huevitos.

Contengo las ganas de darle un besito a su pene a modo de


disculpa, yo no quería hacerle daño, mi única intención era quitarle a
esas resbalosas de encima. Cuando por fin está completamente
desnudo me pongo de pie y cierro el paso del agua que ya ha
llenado la tina.

—¿Mando su ropa a la lavandería del hotel o le pido a Roney que le


traiga ropa limpia?

En cualquier caso esto demorará, el trayecto de regreso es largo y


le tomará varias horas a Roney ir y venir de nuevo.

—Ambas —responde serio y se introduce en la tina—. Pide en


recepción habitaciones para todos, nos quedaremos aquí y mañana
retomamos las grabaciones, ya es tarde.
—A sus órdenes, señor —contesto de inmediato, levantando su
ropa.

—Y Candy —agrega—, quítese la ropa mojada o se va a enfermar,


está haciendo algo de frío.

Lo cierto es que sí tengo frío.

—Sí, señor.

Tomo todo y bajo a la recepción para dar la orden de colocar a todo


el staff y las actrices en habitaciones y buscar a Roney para darle la
orden del jefe, quién sale de inmediato de regreso a Manhattan.
Aviso también a las personas en el exterior de la decisión del jefe y
todos parecen de acuerdo con la orden, la verdad es que el hotel es
hermoso e incluso a mí me agrada la idea de quedarnos aquí una
noche.

—Señorita Candy —me habla la recepcionista cuando regreso con


todo el personal, esperando que nos de la información de la
distribución de habitaciones.

—Sí, dígame.

—Tenemos un pequeño problema, no teníamos contemplado que


requerirían hospedarse, por lo que no hay tantas habitaciones
disponibles, todo el tercer piso está en remodelación, por lo que solo
está habilitado el segundo.

Mierda.

—¿Cuántas habitaciones tienen disponibles? —gimoteo.

—Cuatro dobles, las demás están ocupadas.

Doblemente mierda.

Cuento a las personas que hay, son seis chicas las actrices,
supongo que ellas pueden usar dos habitaciones. Los chicos del
staff son diez, por lo que sobran dos. Y yo.

Triplemente mierda.

—Busque la forma de acomodarlos a ellos —indico—, como sea, si


hay que revolver hombres y mujeres, ni modo.

La chica asiente, yo me dirijo a ellos para informarles que algunos


tendrán que compartir habitación mixta, cosa que no parece
desagradarles.

—¿Y usted? —me pregunta a mí la recepcionista.

—Supongo que me iré, necesito llamar a Roney para que regrese


por mí.

Extraigo mi móvil del saco de mi blazer, está mojado y apagado y


por más que hago el intento por encenderlo, nada sucede.

Maldita sea.

¿Qué más puede pasarme?

—¿Alguno tiene el número de Roney, el chófer del Sr. Black?—


cuestiono en general, viendo hacia los que esperan en el lobby por
una habitación.

Todos niegan.

Puta madre.

Tendré que pedirle el número a mi jefe.

—Ya regreso, deles una habitación por favor.

La chica asiente y yo me dirijo hacia la habitación de mi jefe, que


sigue en la bañera, frotando con suavidad su piel enrojecida, lo cuál
me hace lamentarme.
—Señor, ¿me puede dar el número de Roney? Ya se fue y necesito
que regrese por mí.

El jefe frunce el ceño.

—¿Por qué? Dije que nos quedaremos aquí esta noche.

—El hotel no tiene la capacidad para hospedarnos a todos, están


haciendo lo posible por colocar a todo el staff y actrices en las
habitaciones disponibles.

—¿No hay una habitación para usted?

Niego.

El jefe frunce aún más el ceño.

—Puede quedarse aquí —dice de pronto, dejándome con la boca


abierta.

—Su habitación es sencilla, sólo tiene una cama —aclaro.

—Bueno, si no quiere dormir conmigo, que alguna de las chicas le


cambie el lugar, no creo que alguna le incomode y así usted estaría
tranquila entre mujeres.

¿Qué mierda?

¿Qué otra duerma con él?

Estoy tentada a decirle que mejor llamo a Roney para que venga por
mí y que no es necesario cambiar la habitación con nadie, pero
entonces si me voy, él se quedaría solo y muy seguramente una de
esas viejas viene y se mete en la cama con él.

Mejor me meto yo.

—No me incomoda dormir aquí, señor —aclaro—, lo digo por usted,


para no entrometerme en su privacidad.
—Creo que ya se ha entrometido mucho —resopla—, no me
molesta compartir la cama, sólo espero que no ronque, porque
entonces la sacaré a media noche al pasillo —advierte.

Sonrío.

—Yo no ronco —replico—. Vale, informaré en la recepción que me


quedaré aquí... con usted —agrego en un susurro.

Contengo el grito de emoción que quiero soltar y salgo de nuevo


yendo a recepción. A mí paso veo que y están acomodando a los
chicos y chicas en sus respectivas habitaciones, lo cuál me quita un
peso de encima.

—Dormiré en la habitación del Sr. Black —digo a la recepcionista


que me da una mirada mordaz que prefiero ignorar—. ¿Tendrán
alguna crema para la irritación o para quemaduras? —solicito, debo
aplicarle algo a la piel de mi jefe para tratar de aliviarlo, no traje sus
lociones.

De ahora en adelante siempre cargaré alguna en mi bolsa.

La chica pide a otra empleada conseguirme la crema, pido también


la cena para mi jefe y para mí, asegurándome que sea vegana y no
contenga nada de lo que le causa alergia, no creo que quiera bajar
al restaurante con el rostro como lo tiene de rojo y regreso a la
habitación.

El jefe ya está fuera, envuelto en una bata blanca y esponjosa y


cepillando con sus dedos su cabello que cae sobre sus ojos dándole
una imagen jodidamente sexy.

—¿Por qué aún tiene la ropa mojada puesta? —pregunta viéndome


por el reflejo.

—Necesitaba primero encargarme de las habitaciones, pero ya me


voy a dar una ducha.
Entro en el baño, empujo la puerta para cerrarla, pero entonces
recuerdo que el jefe siempre se baña con la puerta abierta, lo que
me hace cuestionarme si yo también debería hacerlo. Quizá se
ofende porque no confío en él. Pero también quiero mi privacidad.

Decido entrecerrarla y comienzo a desvestirme rápido, tengo


bastante frío por la temperatura del ambiente. No lleno la tina, me
doy un baño rápido con agua calientita y salgo envuelta en otra bata
de baño, sin embargo, saber que no llevo nada y que mi jefe no
lleva nada, hace que mi cara se sonroje cuando me mira.

No tengo tiempo de morir de vergüenza, los golpes en la puerta me


distraen y voy rápido a abrir para recibir la cena y la crema para la
piel de mi jefe. Entrego también mi ropa para que la lleven a la
lavandería y los zapatos de los dos para ver si pueden hacer algo
por secarlos.

—Me tomé el atrevimiento de pedir la cena. —Coloco la charola con


la cena en la cama y después lo miro.

—Está bien.

Toma asiento del otro lado de la cama y levanta la taza de café para
dar un sorbo. Ambos cenamos en silencio, yo demasiado
avergonzada como para atreverme a decir algo y él aún parece
molesto. También incómodo, quizá la irritación le molesta. Apuro la
comida y después tomo la crema.

—Esto es para la irritación —digo señalando difusamente su cara—,


espero que ayude con la molestia.

Retiro la charola y la coloco en la mesita del pasillo para que se la


lleven. Regreso a la cama y me siento a la orilla, frente a mi jefe.
Abro la crema y coloco una porción en mis dedos índice y anular y
comienzo a aplicarla en su rostro. Mis ojos se clavan en los suyos
que me miran directamente por lo cerca que estamos, haciendo que
varias veces sienta un calor incómodo recorrerme.
—Lo siento mucho, señor —susurro, ver su rostro irritado me enoja
conmigo misma, por ser tan torpe, debí soltarlo—. No era mi
intención que esto pasara.

—Lo hecho, hecho está, Candy —replica inexpresivo.

—¿Le molesta mucho? —Mis dedos esparcen la crema por su


mejilla izquierda con delicadeza, no quiero lastimarlo más de lo que
ya está.

—Algo, pero la crema está siendo de ayuda —responde en voz


baja, ver cómo se mueven sus labios mientras habla me hipnotiza.

Estoy tan cerca que solo debería inclinarme para besarlo.

Muero por besarlo.

Pero eso sería perder mi empleo y no puedo permitirlo, conservar mi


trabajo se ha vuelto algo prioritario, por todo, no solo por el salario.

—Debo aplicarla en el resto de su cuerpo —musito.

El jefe asiente.

Se pone de pie para soltar el nudo de su bata, yo también me


levanto para comenzar a aplicar la crema, sin embargo, él se
acuesta en la cama, boca abajo dejando su espalda y su precioso
trasero de bebé expuesto.

Dios, ¿por qué me pones tentaciones tan grandes?

Miro sus nalguitas coloradas conteniendo el impulso de besarlas, yo


besaría cada milímetro de su piel irritada. Suspiro profundamente,
me siento en la orilla y coloco una generosa cantidad de crema en
mis manos.

Las desplazo por su espalda delicadamente, no es como cuando


aplico las lociones que froto insistente para que penetren en su piel,
esta vez lo hago con cuidado, apenas rozándolo, pero me aseguro
de hacer que su piel la absorba. Me toma mucho tiempo cubrir por
completo su espalda y luego bajo a sus glúteos.

Los trato con cariño, como si realmente fuera el trasero de un bebé,


como cuando visitaba a mis amigas que ya tenían hijos y les
cambiaba los pañales, mientras él permanece inmóvil, sólo
respirando profundamente.

Con la parte posterior de sus piernas es más rápido el asunto, no


están tan irritadas como el resto de su cuerpo, por lo que no me
toma tanto tiempo.

—Listo, ahora dese la vuelta —indico.

El jefe gira con cuidado, tenerlo desnudo en una cama es algo que
ni siquiera había soñado, y ahora lo tengo, aunque no en la
situación que me gustaría. Vuelve a fijar sus ojos en los míos
mientras mis manos se mueven por su pecho, cubriéndolo con la
crema.

—Tienes unas manos muy suaves y delicadas —comenta—, casi


me quedo dormido por lo relajante del masaje.

—No fue un masaje —digo apenada, no sé cómo este hombre hace


para mirarme de la manera en que lo hace, tan directo, y no sentirse
cohibido—, cuando esté mejor puedo darle uno, para que vea la
diferencia.

Sus comisuras se elevan.

—Te lo recordaré en unos días —comenta con cierta jocosidad, al


parecer ya no está molesto conmigo.

—Eso significa que tendré mi empleo dentro de unos días más


todavía.

—Sinceramente no sé que más podrías hacer para lograr que te


despida.
—¿Me está retando? —bromeo, él se ríe alborotando mis latidos.

Bajo a su vientre, llenándolo de crema y después me salto a sus


piernas, decididamente ignorando su bonito pene que me pide a
gritos tomarlo entre mis manos.

—No, me aterra pensar que eres capaz de hacer, temo por mi


integridad.

Suelto una carcajada.

—Yo nunca le haría daño, jefe —susurro, mis manos acarician la


cara interna de sus piernas y me sonrojo por la forma en la que
salieron esas palabras de mi boca—, nadie me pagará esa cantidad
por ser una asistente —trato de corregirlo.

Él parpadea varias veces.

—Yo no te despediría —responde, haciendo que mis manos se


queden quietas un segundo por la impresión de sus palabras—,
nunca he conocido a alguien tan torpe y tu existencia me hace reír
más de lo que lo he hecho en mucho tiempo.

Vaya.

—No sé si tomarlo como un cumplido o una ofensa —replico


frunciendo el ceño—. Listo.

—Te falta una parte —aclara.

Yo suspiro.

Aplico otra cantidad de crema en mi mano, la froto con la otra y


después la llevo a sus testículos y su miembro, el cuál comienza a
endurecer por la acción de mis dedos.

Ya llévame Diosito, por favor, acaba con esta tortura.

Quiero besarlo.
Quiero chuparlo.

Quiero chuparlo tanto que termine irritado por mi boca y no por agua
caliente. Quiero chuparlo tanto que le saque toda la lechita y ponerla
en mi café de las mañanas. Quiero hacerle tantas cosas a este pene
que no puedo evitar morderme los labios mientras lo acaricio.

Calma Candy, recuerda tu empleo.

Suspiro.

Mi empleo es más importante, si hago una tontería voy a ser


despedida como todas y lo que más me dolería sería tener que
alejarme de mi jefe. Así que con todo el dolor de mi corazón, suelto
su pene maravillosamente erecto. El Sr. Black me mira por varios
segundos, en los que no soy capaz de hablar porque si abro la
boca, seguro será para inclinarme y meterme su erección.

—Estoy muy cansada, si no necesita nada más, voy a dormir.

El jefe niega.

Me meto en la cama de mi lado, es incómodo tener la bata puesta,


pero de ninguna manera puedo acostarme desnuda, creo que no
podría evitar violar a mi jefe. Él cubre nuestros cuerpos con las
sábanas y ambos nos quedamos boca arriba, viendo el techo.

—Buenas noches, señor —susurro, cierro los ojos para no verlo.

—Buenas noches, Candy, Candy —canturrea, mi corazón latiendo


muy rápido.

Esto ya no es una tortura, esto es la muerte.


22. CHEMA
Cuando me despierto por la mañana apenas he podido dormir unas
cuantas horas. Me desperté muchas veces en la noche para ver al
hermoso hombre que dormía a mi lado, deseando poder tocarlo, tan
solo poder acariciar su rostro bonito e irritado.

No ha salido el sol pero ya no puedo volver a dormir, por lo que me


meto al baño a darme una ducha, ya debe haber regresado Roney.
No cierro la puerta, para escuchar si el Sr. Black se despierta y me
llama. Me veo terrible, el cabello revuelto y ojeras que cubren la
parte inferior de mis ojos dándome un aspecto de mapache.

Desde que empecé a trabajar para el Sr. Black, no he dormido una


noche bien y eso se está reflejando en mi rostro que tiene tres días
de cansancio acumulado. Me quito la bata y la cuelgo en el perchero
para introducirme en la tina, esta vez sí la dejo llenar para tomar un
baño relajante.

Cierro los ojos porque aún tengo sueño y recargo la cabeza en el


borde de la bañera. En seguida mi mente comienza a fantasear con
el hombre sobre la cama, en lo que sucedió anoche y que tampoco
me dejó dormir porque no sabía que hacer con la humedad entre
mis piernas.

Mis manos descansan sobre mi vientre, una se mueve hacia abajo,


para rozar levemente mi entrepierna, mientras la otra sube a mi
pecho y acaricia mi pezón que ya está erguido solo de recordar la
gloriosa erección de mi jefe entre mis manos.

Me he masturbado algunas veces, cuando he estado muy caliente y


no hay con quién quitarse las ganas, pero hoy no solo es la
calentura, es como una enferma necesidad de satisfacer un poquito
las fantasías que me creo en la cabeza con mi jefe. Soy una cochina
tocándome mientras pienso en él, pero nadie tiene por qué
enterarse.
Aumento el ritmo de mi mano, provocando que una serie de jadeos
casi insonoros salgan de mi boca, mientras en mi cabeza, me veo
hincada entre las piernas del Sr. Black y besando por fin esa
cabecita rosadita. Habría sido mejor pasar la noche despierta
chupándole la polla que solo viéndolo dormir.

Por supuesto me habría prendido de ese pene bonito toda la noche.


Nunca he sido fanática del sexo oral, de hecho me dio bastante
asquito cuando mi ex me hizo darle una mamada por primera vez y
nunca lo repetí. Y después con Chema no fue tan mal, pero
tampoco me encantó.

—Chema —digo de pronto, dándome cuenta que no le avisé que no


llegaría a dormir y ya tengo dos días sin hacerlo.

Abro los ojos para ponerme de pie y ver si mi teléfono ya enciende


cuando lo veo de pie, frente a mí, mirándome con el entrecejo
levemente fruncido.

—¡Sr. Black! —grito, me pongo de pie de un salto tratando de tapar


mi cuerpo desnudo—. ¿Qué hace ahí parado espiándome como un
pervertido? —suelto lo primero que se me viene a la mente, el susto
que me dio no me permite pensar en otra cosa.

El jefe aprieta los labios.

—Disculpe por interrumpir sus fantasías con su novio —dice


inexpresivo, da la vuelta y sale del baño—, y no soy ningún
pervertido que espía mujeres, entré a usar el retrete —agrega desde
el otro lado.

Mierda.

Acabo de llamar pervertido a mi jefe.

Pero eso parecía viéndome en silencio, yo no tengo la culpa. Me


envuelvo en la bata de nuevo y salgo del baño, quizá debo pedirle
una disculpa por ofenderlo, pero me ofende más a mí que me haya
visto.

—Lo siento, señor —comienzo a decir, pero él me corta con un


gesto de su mano alzada.

—Si se siente incómoda trabajando para mí, puede presentar su


renuncia, igual se le pagarán los quince días de prueba, no quiero
un problema por acoso laboral, no era mi intención verla, acababa
de entrar al baño —alega serio, demasiado serio.

Presentar mi renuncia.

¡No!

—Yo no quiero renunciar —respondo de inmediato—, no me siento


incómoda, fue una reacción por el susto, me tomó por sorpresa verlo
ahí.

—No tengo necesidad de espiar a ninguna mujer —continúa—,


puedo tener en mi cama a la que yo quiera.

—Lo sé —respondo en voz baja, un nudo doloroso apretando mi


garganta, no es necesario que me repita que puede follarse a
cualquier mujer porque todas mueren por el.

—Menos necesito espiar a mi asistente, que además tiene pareja —


finaliza inexpresivo.

—Chema no es mi pareja —aclaro, no sé por qué siento la


necesidad de hacerlo, no quiero que él piense que tengo una pareja.

—No da esa impresión si se toca pensando en él. Me voy a duchar.

Pasa por mi lado y se encierra en el baño, se siente raro que cierre


la puerta ya que el siempre se baña con la puerta abierta. Me siento
en la cama tronándome los dedos, parece que siempre hago algo
que hace enojar a mi jefe aunque no me lo proponga.
Hago lo que puedo con mi cabello para acomodarlo un poco, me
pongo unas pantuflas cortesía del hotel y bajo aún en bata a la
recepción para preguntar por el chófer y por nuestra ropa, ya deben
tenerla lista. Me indican que Roney está en el estacionamiento ya
aguardando por nosotros.

—Definitivamente ese no es el vestuario adecuado para una


asistente —se burla, al verme salir al estacionamiento y caminar
hacia el auto de mi jefe.

—Gracioso —refunfuño enseñándole la lengua—, necesito la ropa


del señor.

Roney saca un guardapolvos de la puerta trasera del auto mientras


yo reviso en la cajuela el guardapolvos que dejé ayer ahí con mi
compra. Elijo una camisa, de manga larga y que tiene lazos para
hacer un moño grande en el cuello, una falda y los otros zapatos.

—También traje algunos artículos personales —indica dándome un


neceser—, supuse que los necesitarían.

Mira mi cabello que es un desastre, pero Roney es tan amable que


no se burla de mí. Le doy un gracias silencioso y regreso al interior,
pasando por la recepción otra vez para pedir el desayuno a la
habitación y por último regresar a entregarle la ropa a mi jefe.

Coloco su traje sobre la cama y yo me visto tan rápido como puedo,


para ganarle a que salga del baño. Abro el neceser y encuentro
cepillos dentales y para el cabello, desodorantes, las lociones de mi
jefe y preservativos, muchos preservativos de poliisopropeno.

Frunzo el ceño.

El jefe no los necesita teniéndome a mí para ahuyentar a las hienas.

El Sr. Black sale envuelto con una toalla sobre la cadera y secando
su cabello, no me mira y se va directo a tomar su ropa interior y
comenzar a vestirse.
—Espere, señor, debo aplicar las lociones y la crema para la
irritación.

No me mira, sigue de espaldas mientras sube el bóxer por sus


piernas.

—Solo en el rostro, Candy —ordena.

—¿Solo en el rostro? ¿Pero lo demás de su cuerpo? —pregunto


confundida, el jefe aplica las lociones en todo su cuerpo por lo
menos dos veces al día.

—Dije que sólo en el rostro —repite serio, casi rayando en lo


molesto.

Un temblor mueve mi barbilla.

—Lo que ordene, señor —susurro. Tomo la crema para la irritación,


me ubico frente a él que sigue sin mirarme y aplico un poco en mis
dedos para comenzar a esparcirlo en su rostro.

» Ya pedí el desayuno —informo sólo por decir algo, no me gusta


esta tensión incómoda entre los dos.

—Voy a bajar al restaurante —replica.

—Pero...

—Dese prisa —ordena separando su rostro de mis manos para


comenzar a colocarse la camisa.

Mi barbilla vuelve a temblar.

El en verdad está muy enojado conmigo y eso me hace sentir


terrible. Sujeto la corbata para ponérsela, en estos días aprendí a
hacer el nudo de tantas veces que lo he practicado con él.

—No la voy a usar hoy —dice colocándose el saco, da la vuelta y va


al neceser para sacar un cepillo de dientes y regresar al baño.
Mis ojos quieren humedecerse, por algún motivo me siento como un
estorbo ahora, ya que no me está dejando hacer mi trabajo como lo
venía haciendo los días anteriores. Enrollo la corbata y la meto en el
neceser y termino de acomodar mi cabello y aplicar un poquito de
maquillaje que saco de mi bolsa.

Al menos esto no se mojó, ni el móvil, ni la tableta porque mi bolsa


es de plástico y no dejó pasar el agua. Es un alivio porque ya debo
mucho a la empresa como para deber el móvil y la tableta de última
generación.

Estoy lista para cuándo el jefe sale de nuevo del baño, luciendo
extrañamente sexy porque no se ve como todos los días de
elegante, con corbata y correctamente peinado, pero definitivamente
sigue viéndose delicioso, incluso se ve más joven con este look más
casual.

Sale sin decir nada, suspiro y entro en el baño para lavarme los
dientes. Recojo todo en la habitación y bajo también para guardar
todo en el auto, los zapatos, la ropa de ayer y el neceser. Después
me dirijo al restaurante para encontrar a mi jefe sentado con el six
de Barbies que no hacen más que insinuársele. Rechino los dientes
y me siento en una mesa sola.

—¿Puedo acompañarte? —pregunta uno de los chicos del staff, lo


conozco solo de vista pero nunca he hablado con él.

—Si claro —respondo bajito, él sonríe y toma asiento a mi lado.

—Soy Emet, asistente del director de escena —se presenta


dándome un beso en la mejilla que me toma por sorpresa.

—Candy, la asistente del Sr. Black —respondo.

Él sonríe.

—Todos sabemos quién eres, en primera ya vas por tu cuarto día de


trabajo sin salir huyendo o ser despedida y en segunda, a nadie se
le va a olvidar jamás la caída al jacuzzi —se burla, yo también me
río, porque ahora que lo recuerdo, debió ser súper cómico para
quien lo vio.

—Al menos sé que si me despiden hoy, todos se acordarán de mí.

—Te aseguro, chica, que el mismo Sr. Black se acordará de ti por


siempre.

Probablemente, pero me gustaría que fuera por otra cosa y no por


mis tarugadas.

El móvil de la oficina suena en mi bolsa y lo saco rápido, miro la


pantalla y encuentro un mensaje de mi jefe que abro
inmediatamente.

«Le recuerdo el reglamento de la empresa»

Levanto la vista a él que no me mira, sigue platicando y riéndose


con las copias de Barbie, cosa que me aprieta la panza de enojo.

Jodido cabrón, no me habla pero bien que chinga con lo de las


reglas de la empresa.
23. CANDY CANDY
Básicamente nos pasamos toda la mañana y gran parte de la tarde
en grabaciones, mi jefe decidido a ignorarme y yo solo ocupada en
terminar de leer los archivos de la tableta. También aprovecho para
mandarle mensajes a Chema desde el móvil de la oficina,
explicándole lo sucedido y por qué no he parado dos noches en el
departamento.

«¿Dormiste en la misma cama que tu jefe?»

«Sí, pero no pasó nada, están prohibidas las relaciones entre los
empleados.»

Levanto la vista al Sr. Black que revisa en una pantalla la toma que
se hizo de una pelea entre las chicas dentro de una pequeña piscina
de barro.

«Mi jefe solo se folla a actrices porno con tetas grandes y coños
bonitos y lampiños.»

«Tu coño es bonito.» Responde acompañando sus palabras con un


emoji de la luna con cara de pervertido.

«Pero no es lampiño.» Replico.

«¿Eso significa que quieres que tu jefe te folle? Estoy comenzando


a ponerme celoso.» Agrega un emoji de carita enojada y yo sonrío.

«Obvio no, es solo mi jefe.» Contesto, de ninguna manera voy a


admitir para nadie que me encanta el Sr. Black y que me paso
veintitrés horas y cincuenta y nueve minutos al día fantaseando con
su pene.

«Igual, si eso te cohíbe, puedes depilarte. Yo puedo ayudarte con


eso.»
Casi puedo imaginarme la cara de pervertido de Chema mientras
escribe eso. Mi amigo es bastante guapetón, su tono de piel es un
poco más claro que el mío, tiene ojos verde oliva y un cuerpo, que si
bien no es trabajado en el gimnasio, está de buen ver, de esos que
no engordan con nada.

«Eres un idiota Chema, no me voy a depilar por complacer a ningún


hombre.»

«Te daría mejores mamadas si estuvieras depilada, no sé,


piénsalo.» Manda un emoji guiñando el ojo y yo suelto una breve
carcajada.

—Candy —llama mi jefe, inmediatamente cierro la boca y me pongo


de pie para ir hacia él.

—A sus órdenes, señor.

—Salimos en veinte minutos hacia Manhattan, encárguese de tener


todo listo.

Asiento a su orden y me dirijo a recepción para pedir la cuenta del


hospedaje, comidas y uso de instalaciones para la grabación y
mandarlas por correo al área financiera de la compañía. Mientras lo
hago, noto que en el correo institucional de la compañía, está el mail
con los resultados de mis exámenes de ayer.

Lo abro de prisa, por algún motivo me da nervios lo que puede


haber ahí, aunque yo nunca he considerado tener una enfermedad
de transmisión sexual, lo cierto es que no tengo la certeza y abrir el
correo me genera ansiedad. Exhalo pesadamente al ver qué todo es
negativo e incluso me río conmigo misma por ser tan histérica.

—¿Qué es tan divertido? —cuestiona Emet, quién lleva cargando


los forros con los tripiés de las cámaras.

—Nada, un correo electrónico con buenas noticias.


—Candy —llama de nuevo mi jefe—, ¿ya envió la información al
financiero?

—Sí, señor, estoy esperando que me envíe el comprobante de la


transferencia para reenviarlo al correo del hotel.

Mira la tableta en mis manos, que tiene abierto el correo del


laboratorio. El Sr. Black me la quita para revisar lo que pone, yo no
sé dónde esconder la cara, aunque en verdad no debería darme
vergüenza, son los análisis que dicen que estoy completamente
sana.

—Esto no parece el correo del departamento de finanzas. —Me


entrega la tableta de nuevo.

—Son los resultados de las pruebas rápidas del laboratorio —digo


en voz baja, llamando la atención de Emet.

—Lo sé, lo leí. Termine el trámite para irnos. —Sale del hotel hacia
el estacionamiento, yo le sonrío a Emet que me mira detenidamente.

—Ya oíste al jefe, de prisa que ya nos vamos —indico.

Una vez que ha quedado liquidado el servicio, por fin nos ponemos
en marcha de regreso. Son casi las seis de la tarde y espero que,
para la hora que lleguemos, el jefe me permita ir a casa y me deje
dormir.

—Mi teléfono se quedó sin batería —sisea—, deme el suyo,


necesito hacer una llamada.

Le entrego el móvil de la empresa, lo desbloquea y lo primero que


aparece en la pantalla es la conversación de Chema que dejé a
medias. El corazón me da un vuelco cuando el Sr. Black me dirige
una mirada escrutadora y resopla.

—El teléfono de la empresa es para el trabajo, no para sus


relaciones personales —dice tranquilo, con una voz tan fría que me
da escalofríos.

—Lo siento, señor, mi móvil se dañó cuando caímos al jacuzzi y


necesitaba comunicarme con Chema.

—Su no novio, pero que opina que su coño es muy bonito —replica.

Miro hacia el retrovisor, tratando de adivinar si Roney escuchó eso.

—Es mi amigo, así nos llevamos —explico.

—No me interesa, solo no use el móvil para este tipo de


conversaciones —puntualiza saliendo del chat para dirigirse al
directorio telefónico.

No digo nada para no empeorar el mal humor de mi jefe que parece


ponerse más negro conforme va cayendo la noche. Lo escucho
hablar de una forma tensa y rígida con alguien por teléfono y
finalmente cuelga para entregarme el móvil.

—Dirígete a mi casa, Roney —indica al chófer.

—¿No va asistir a su cita, señor? —pregunto mirando la hora, aún


está a tiempo de llegar, un poco retrasado, pero lo haría.

—Acabo de cancelarla, no estoy de buen humor.

Asiento y guardo silencio, hasta llegar al pent-house de mi jefe.


Debo bajar con él, porque Roney trae todos los trajes que recogió
de la tintorería y hay que acomodarlos en el armario, por lo que lo
sigo tratando de no hacer ruido y no notarme para no empeorar su
mal humor.

En cuanto entra se dirige a la cocina para sacar una botella de vino


de la nevera y tomar una copa, regresa a la estancia y se sienta
para llenarse la copa y encender el equipo de sonido. Me voy a su
habitación cargando los pesados trajes y los coloco de nuevo en el
armario, también doblo su ropa interior y la ordeno por tonos de
blancos, negros y grises en los cajones.
—Listo, señor, ya está su ropa en el armario, si no necesita nada
más, me voy a mi casa.

El Sr. Black no me mira.

—Váyase, Candy.

Suspiro, este día fue terrible, aunque no hice ninguna tontería, más
que llamarlo pervertido. Camino a la puerta, pero me detengo antes
de abrirla.

—Le va hacer daño tomar alcohol sin comer nada, ¿quiere que le
ordene algo para cenar?

—No.

Frunzo los labios.

—Casi no comió por la tarde —insisto.

—No tengo ganas de recibir a nadie en mi casa, ni siquiera al


repartidor.

Suspiro más profundamente, qué hombre tan difícil de tratar.

Camino sin agregar nada y comienzo a buscar en la despensa,


ahora está llena y hay suficientes cosas para hacer una cena que yo
pueda cocinar y que mi jefe pueda comer. Preparo una pasta con
champiñones y soja, filete de pollo asado y ensalada con lechuga,
arúgula y zanahoria rayada. Sirvo una porción en un plato y lo
coloco en la mesa de centro frente a él, que me mira receloso.

—Debe cenar algo, el vino le caerá pesado con el estómago vacío


—digo severa, el Sr. Black se está comportando como un niño
berrinchudo.

—No me gusta comer solo —comenta bajo.


Ladeo una sonrisa, para mí eso fue una invitación para cenar con él,
y si no lo fue, pues ni modo, porque me voy a la cocina de nuevo y
me sirvo también, tomo una copa, para después sentarme en el
piso, a su lado, mientras él me observa con curiosidad.

—¿Qué? ¿Nunca ha comido en el piso?

—No. —Toma el tenedor y enrolla un poco de pasta.

—Debería intentarlo, ya sabe, dejar de ser tan estirado todo el


tiempo, al menos en su casa.

El Sr. Black me mira de reojo.

—No soy estirado. —Se lleva el tenedor a la boca y yo sonrío


satisfactoriamente por verlo comerse mi comida.

—Es usted la persona más odiosa que he conocido, con todo


respeto.

Enarca una ceja.

—Y usted la mujer más exasperante.

Lo miro sorprendida, aunque no me sorprende que piense eso de


mí, ya me lo habían dicho.

—Y usted el hombre mas neurótico, un día le va a dar una embolia


por hacer tanto coraje.

Mi jefe entrecierra los ojos.

—Y usted la mujer más mentirosa que he conocido, dice que no


tiene una relación, pero no deja de pensar y hablar con el hombre
con el que vive.

—Chema es mi amigo —digo por cuarta o quinta vez—, es lo único


que tengo en Nueva York, es como un hermano mayor.
Aprieta el rostro en una mueca de asco, lo que me hace pensar que
la comida no está buena y la pruebo de inmediato.

—Y dice que yo soy el pervertido, yo no le he visto el coño a mi


hermana.

Me atraganto con la comida.

—Usted no tiene una hermana.

—Lo cuál corrobora que nunca le he visto el coño, que considere al


tal Chema como un hermano es enfermo si folla con él.

Bueno, ahí tiene un punto.

—Fue un decir solamente, me refiero a que es mi único apoyo —


aclaro, el jefe se toma muy literal las cosas—, pero no es mi novio,
sólo he tenido uno y se terminó hace un año, a mi también me
engañaron.

Tomo la copa y me sirvo vino para dar un sorbo largo.

—Entiendo.

—Pero no me engañaron con mi padre.

—Ok —dice con cara de póker.

Uy, no debí decir eso.

—Pero igual yo no estaba enamorada —sigo la conversación para


distraerlo—, nunca me he enamorado de verdad, solo amores
platónicos, como con Goku y esas cosas.

—¿Con Goku?

Asiento.
—Fue el primer pilín —digo en español—, que vi en una caricatura,
me enamoré de él.

El jefe aprieta los labios para no reírse.

—Bueno, yo también tuve un amor platónico con una caricatura, a


mi madre le gustaba mucho y la veía aunque ya era adulta.

—¿Cuál? —pregunto con interés, no me imagino a mi jefe


enamorado de un dibujo animado.

—No te voy a decir, te vas a reír.

—¡Vamos! Usted ya se rió de mí.

—Candy, Candy —responde dejándome pasmada, mi corazoncito


bobo se emociona por esta clase de tonterías que no significan
nada.

—A mí me pusieron Candy porque mi mamá también era fan de esa


caricatura —confieso—, aunque no me parezco a ella, es rubia, ojos
azules, blanca y yo...

—Las latinas son lindas —asegura sin inmutarse, mi tonto corazón


se aloca un poco más.

—¿Y qué le gustaba de Candy? ¿Cómo suspiraba por los chicos?


—Tomo aire e imito la voz de Candy, Candy cuando se refería a
Anthony entre suspiros—, Monty —chillo como ella.

El jefe deja salir una carcajada.

—No, era un niño y se me hacía romántico la forma en la que ella


recordaba a Anthony y lo amaba a pesar de su muerte... y después
cuando se enamora de Terry, la lucha por su amor, ella era fiel a sus
sentimientos.

Wow, el jefe sí que era fan de Candy.


—Pero Candy no se queda ni con Anthony, ni con Terry —refuto—,
es una idea muy romántica la lucha por el amor, pero al final uno
muere y el otro se casa con otra.

—Pero ella encuentra al verdadero Príncipe de la Colina. O sea que


al final, después de tantas calamidades que pasan en su corta vida,
ella encuentra el amor.

—Humm —frunzo el ceño—, creí que a usted no le interesaba el


amor.

—Ahora no, pero cuando era niño sí, por eso me gustaba Candy.

—Ya veo —suspiro y miro la hora en el reloj de pared, en algún


momento han pasado casi tres horas, entre acomodar su armario y
cocinar, y son cerca de las once de la noche—. Debo irme, señor —
anuncio poniéndome de pie para levantar los platos vacíos.

—Roney se fue hace rato.

—¿Qué? —me sorprendo y también me preocupo—, ¿cómo


regresaré a mi casa?

El Sr. Black carraspea.

—Tengo tres habitaciones para visitas, puede quedarse en la que


quiera. —Alza los hombros despreocupado, como si la propuesta
fuera cualquier cosa—. Use la que está al lado de la mía.

Bueno, ya dormí una noche esposada a una de sus camas, y otra


en la misma que él.

¿Qué más da?

—Lo que ordene, señor —respondo en un susurro.

El asiente y comienza a caminar hacia su habitación.

—Y Candy... aún me debe un masaje.


24. ERROR
Me siento como una lombriz dando vueltas por toda la cama sin
poder dormir. Es súper cómoda y huele tan rico, a limpio con un
toque de bebé, pero sencillamente no puedo cerrar los ojos. Hasta
me duele la cabeza por el cansancio acumulado, pero no puedo
cerrar los ojos. No cuando a un par de metros está mi jefe.

Me levanto descalza y voy al baño en busca de un botiquín, necesito


algo para el dolor de cabeza o una pastilla que me haga dormir, no
es normal pasar cuatro noches durmiendo un par de horas, voy a
morir de cansancio. Sin embargo, en el jodido botiquín no hay nada,
más que artículos de cuidado personal.

¿Ahora que hago?

Leche caliente.

Mamá me daba un vaso de leche caliente por las noches, cuando no


podía dormir. Amo ver películas de terror, en especial de noche y a
oscuras para agregarle emoción al asunto, el pedo es que después
no puedo dormir porque soy bien pinche miedosa.

El pent-house del Sr. Black está completamente a oscuras, por lo


que voy encendiendo todas las luces a mi paso a la cocina. Sirvo un
poco de leche en una taza y lo meto al microondas para calentarlo,
me cierro la bata de baño que envuelve mi cuerpo en ropa interior y
aguardo que mi leche esté lista.

Debo soplarle porque me pasé de caliente y no la puedo tomar


rápido. La sostengo en mi mano mientras abanico una servilleta de
tela para enfriarla mientras doy diminutos sorbos para ir tanteando
que tan caliente está.

—¿Qué hace despierta, Candy?


Grito por el susto de escuchar su voz tan cerca de mí, doy un brinco
y la taza cae de mi mano estrellándose en el piso. La leche caliente
me cae de lleno en los pies, quemándome casi todo el empeine por
completo.

—¡Puta madre! —grito al sentir el ardor.

Brincoteo intentando esquivar los trozos de porcelana que se


esparcen en el piso, mientras mi jefe intenta sostenerme para no
caer entre el tiradero de leche y pedazos rotos de la taza. Pero soy
yo y mi especialidad es ser patosa.

Resbalo con la leche, enterrándome un pedazo de porcelana en el


pie, caigo hacia atrás trayendo me conmigo, una vez más, el brazo
de mi jefe. En esta ocasión el golpe sí me duele y mucho, más aún
cuando el Sr. Black cae encima de mí, golpeando mi boca con su
frente, y de inmediato percibo el sabor de la sangre en mi lengua.

—¡Ah, mierda! —vuelvo a gritar, o al menos eso intento, porque


tampoco tengo mucho aire al ser aplastada por mi jefe.

—Aunque no hablo español, entendí lo que dijo —comenta el Sr.


Black levantándose, su frente exhibe un círculo rojo, supongo donde
impactó con mi boca—. Deje de decir tantas malas palabras.

Me da la mano para levantarme, sin embargo, hay un dolor ardoroso


en la planta de mi pie que no me permite asentarlo. Miro al piso,
descubriendo varias manchas de sangre que ensucian la brillante
loza blanca.

Joder.

—Esto es un desastre —gruñe viendo el tiradero de leche y


porcelana y las manchas rojas.

—Ya lo limpio —susurro, me chupo el labio roto para que no vaya a


gotear sangre y haga más un cochinero.
—Está herida. —Su ceño fruncido en este momento no denota
molestia, más bien, estrés—. No me gusta la sangre.

Su cara se descompone y la palidez de su rostro se acentúa.

Ay no, lo que me faltaba, que al vampiro le de náuseas la sangre.

—Señor, siéntese —indico señalando el banquillo alto de la barra,


no quiero un desmayado ahora.

—Pero está herida —gimotea, como si no supiera si salir corriendo o


ser valiente y enfrentar a la sangre.

—Sí, pero si se desmaya y se golpea, seremos dos heridos, así que


siéntese —ordeno, no sé de dónde me sale el valor, cuando quiero
llorar por el ardor de la quemada, el corte en la planta del pie y mi
labio roto.

Ok, no soporto el dolor, soy bastante chillona.

El Sr. Black niega.

De la nada lo veo inclinarse y levantarme en brazos, mis latidos son


un completo caos como mis pensamientos y mi respiración,
mientras camina hacia la estancia y me deja en el sofá con algo de
brusquedad.

—Voy por el botiquín —jadea, alejándose hacia su habitación.

Suspiro.

¿Hasta cuándo dejarás de hacer pendejadas, Candy?

Mi jefe regresa con el botiquín y se sienta a mi lado, levanta mi pie


para colocarlo sobre sus piernas, haciendo que la bata de baño se
abra y exhiba mis calzones. Me compongo inmediatamente, él hace
como si no lo hubiese notado, pero claro que lo hizo, pude ver una
ligera ruboración en sus mejillas.
—No sé limpiar heridas, pero intentaré hacer lo mejor.

Asiento.

Abre un frasco de agua oxigenada y empapa un pedazo bastante


grande de algodón, para después presionar sobre el corte. Suspiro
tolerando el dolor, viendo su rostro compungido por lo que está
haciendo.

—¿Tiene aún la crema para la irritación? Debe aplicarse algo sobre


esas quemaduras.

—Sí, está en mi bolso —susurro, él se levanta y va en su búsqueda,


regresando un par de minutos después, para volver a sentarse con
mis piernas sobre su regazo.

—Candy, le voy a cambiar el nombre por Calamidad —se burla,


coloca una cantidad generosa de crema en sus manos y comienza a
frotan mis pies.

Ahogo un gemido de satisfacción, se siente bien el frescor de la


crema, pero lo mejor son sus dedos tallando mi piel. Me alegro de
traer las uñas bien cuidadas, porque a veces las tengo un desastre,
pero no es el caso. Me muerdo el labio superior viendo a mi
hermoso jefe darme un masaje de pies.

Dios, esto es tan erótico.

Nunca me había puesto cachonda porque tocaran mis pies, pero


justo en este momento, siento que podría saltar encima de mi jefe y
violarlo. El que lleve puesto solo un bóxer no ayuda en mis
pensamientos psicópatas y sexuales con él.

—¿Lo está disfrutando? —pregunta con una rodilla, ni siquiera me


había dado cuenta que cerré los ojos para comenzar a fantasear
conmigo arriba del jefe, montándolo.

Carraspeo y abro los ojos.


—Sí, la crema se siente muy bien, ayuda mucho con el ardor —digo
bajito, ya ni me acordaba del ardor de los pies pensando en el ardor
que ahora siento en mi vagina por lo caliente que estoy.

—Sí, solo la crema —ironiza.

—Bueno… también sus manos —jadeo cuando las presiona contra


mis dedos—, también usted debe dar buenos masajes.

El jefe sonríe.

—También se cortó el labio.

—Eso fue con su cabeza. —Señalo el círculo rojo irregular que


colorea su frente.

—Creo que tengo un anestésico tópico bucal por aquí. —Rebusca


en el botiquín y finalmente saca un tubo similar a una pasta dental,
pero diminuto y un hisopo.

Coloca un poquito de esa cosa que huele a menta y después se


acerca a mi rostro para comenzar a tallarlo en mi labio. Me duele y
arde un poco, pero no me quejo viendo sus ojos oscuros fijos en mis
labios.

Está tan cerca de nuevo, mis piernas sobre las suyas y su mano
sostiene mi barbilla para que no me mueva. Inconscientemente
jadeo, es imposible no hacerlo teniendo su boca a sólo unos
centímetros. De pronto, su vista sube a la mía y se queda ahí,
acelerando mi respiración a mil por hora.

—Ya quedó, debería dejar de doler —murmura en un hilo de voz.

—Ajá —musito absorta en sus ojos—, ya no me duele.

Ignoro si es por el anestésico o por la influencia de su mirada, que ni


siquiera soy consciente de mi cuerpo.

—¿Ya no?
Niego.

—Me alegro. —Lo veo pasar saliva de manera ruidosa, ninguno de


los dos hace nada por romper el contacto de nuestros ojos, ni por
alejarse.

—Yo también —digo por decir algo, quiero que siga hablando así,
cerquita de mí.

—Creo que ahora debo limpiar la cocina —declara, sin embargo, no


se aparta, sigo respirando su mismo aire y sintiendo su aliento en
mis labios.

—Pero yo soy la asistente, yo debo limpiar —replico.

—Pero está herida, yo lo hago.

No sé si es él, o yo, o ambos, pero de pronto estamos tan cerca el


uno del otro, que creo que miro sus ojos haciendo bizcos.

—Candy… —musita.

—Sr. Black… —jadeo.

—Yo…

—¿Usted?...

—No sé…

—Yo tampoco.

En este momento, sí sé que es él quien termina de borrar el espacio


entre nosotros. Sus labios tocan los míos suavemente, evitando
lastimarme y yo gimo por sentir los suyos, tan suavecitos y tibios. No
está frío como un vampiro, es ardiente como el infierno.

A la mierda, lo voy a violar.


¡No!

«Me despedirían» me recuerda mi cerebro, lo cuál me hace


separarme abruptamente de él.

—No, no, no. Fue un error, no volverá a pasar —me excuso, no


quiero perder mi trabajo, ya me importa una mierda el salario, no
quiero que el Sr. Black me corra y jamás lo volvería a ver.

Él parpadea aturdido, después frunce el ceño y aprieta los labios.

—Sí, fue un error —puntualiza, deja las cosas sobre la mesita de


noche y se pone de pie—, si se siente mejor, por favor limpie la
cocina —ordena volviendo a ser ese hombre inexpresivo y odioso.
Da la vuelta y desaparece en el pasillo que lleva a su habitación.

—A sus órdenes, señor —susurro.

Me pongo de pie cojeando por no querer reafirmar el pie y voy a la


cocina a recoger el desorden, lamentándome por ser tan estúpida,
seguramente mañana Kennedy #2 tendrá lista mi carta de despido.
25. CHIN*GADA MADRE
Cuatro días sin dormir.

Pero hoy es el peor de todos porque definitivamente no pude cerrar


los ojos en toda la noche. No deja de venir a mi mente la mirada de
mi jefe, sus labios tan cerca de los míos o sobre de ellos. Esto no es
de Dios, una persona normal no se enamora de su jefe en solo unos
días y menos aún si él no ha dado motivos para hacerlo.

Suspiro.

Tonta Candy.

Ni siquiera me siento como una tonta, ahora sé que soy una


completa estúpida.

El teléfono de la oficina vibra en la mesita de noche y alargo la mano


para tomarlo, dudo que sea mi jefe, aún es temprano y no he
escuchado movimiento en su habitación.

«Me pregunto si algún día volverás a casa.»

Sonrío y sin ganas por el mensaje de Chema.

«¿Qué haces despierto tan temprano?»

«Apenas me voy a dormir.» Acompaña su respuesta con un emoji


de diablito morado.

«Ya me imagino que te mantuvo despierto.»

«No me cambies el tema, ¿Cuándo vienes?»

«Tengo un jefe demasiado demandante, te prometo esta noche


llegar a dormir, espero que no tengas visitas.»
«Vale, no las tendré. Llama a tus papás, tu madre me mandó un
mensaje ayer, intentó comunicarse contigo y tu teléfono manda a
buzón.»

Diablos.

Hace casi una semana que no hablo con mis padres. Mamá es de
esas mujeres que llaman cada rato para asegurarse que sigo viva y
se molesta si no la llamo al menos una vez a la semana, pero desde
que empecé a trabajar para mi jefe, no he tenido cabeza para nada.

«Lo haré, gracias.»

Me levanto de la cama y voy a la cocina, necesito un café super


cargado para des aletargar mi cerebro. Pongo la cafetera y espero,
mientras lo hago, marco el número de mamá, ya debe estar
despierta, entra a las siete de la mañana a la oficina.

—¿Sí, diga? —pregunta con recelo. Mamá es de las que cree que
no se deben contestar llamadas de números desconocidos, pero
supongo que al tratarse de un número de Estados Unidos, la tomó.

—Hola mamita, soy Candy.

—¡Hija de tu chingada madre! —exclama molesta—, ¿a dónde


chingados andabas metida que no te entran las llamadas, Candy?

Ruedo los ojos. Miro al piso y veo un pedacito de porcelana que no


levanté anoche, me agachó a recogerlo y me quedo sentada en el
piso, con la espalda recargada en uno de los gabinetes.

—Supongo que Chema ya te dijo que estoy trabajando y tengo un


jefe bastante ogro.

—¿Y qué no tiene por lo menos cinco minutos para llamar a tu


madre? Si me muero, ni te enteras.

Resoplo, mamá es muy dramática, papá dice que es por ver las
novelas mexicanas, que son tan dramáticas que te dan ganas de
cortarte las venas.

—Ya tú te olvidaste que tienes madre —gimotea con un exceso de


drama.

—Deja el drama —pido entre risas—, sabes que te amo y jamás me


olvidaría de ti.

—Ajá —ironiza—, ¿y en qué estás trabajando?

Me quedo un segundo callada, pensando que decir.

—Soy asistente de un empresario.

—Candy Guadalupe Ruiz López, mucho cuidadito, que esos


empresarios gringos son bien raros y pervertidos —advierte, en su
empleo de gobierno le ha tocado tratar con empresas extranjeras y
ha conocido a mucha gente rara, como dice ella.

Si conociera a mi jefe.

Raro y pervertido es poco.

—No te preocupes, es un viejo amargado, neurótico, odioso y


egocéntrico —exagero, si le digo la verdad, mamá es capaz de
llamar cada cinco minutos para asegurarse que no estoy siendo
acosada por mi jefe.

Si supiera que él ni me determina.

—Ha de ser un viejo barrigón y calvo —opina mamá.

—Y feo, muy feo —aseguro—, y mandón, si me quedo con él es


sólo porque paga muy bien, si no, ya me habría largado.

Mamá suspira.

—Así son los trabajos, Candy, mi jefe también es un ojete, pero


necesitamos dinero, tu padre anda malo, no ha podido ir a trabajar,
si sigue así lo van a despedir y a ver qué hacemos con un solo
sueldo.

—No te preocupes, en cuanto me paguen mi primer salario te haré


llegar una parte.

—Mi niña —dice ya más tranquila, siendo la mamá que me gusta


cuando no está en un ataque de histeria—, te extrañamos.

—Yo también —susurro—. Debo colgar, tengo que ir a la oficina y tú


también, te quiero mucho ma', te llamo después.

Cuelgo la llamada después de escuchar sus numerosas bendiciones


y me pongo de pie, llevándome un pinche susto al ver el rostro de mi
jefe del otro lado de la barra. Me mira serio, con una ceja enarcada y
los labios apretados.

Mierda.

¿Escuchó mi conversación?

«No, tranquila», me digo a mí misma, él no habla español, no pudo


haber comprendido lo que dije.

—Buenos días, señor —saludo amablemente.

—Mi café —ordena.

Me dan ganas de decirle unas cuantas cosas para que deje de ser
tan cabrón, sin embargo, prefiero callarme e ir por una taza para
servirle café y también me sirvo una yo. Está bastante cargado y
arrugo un poco el rostro por lo amargo.

—Hoy tengo un evento, es un cocktail por el aniversario de otra


productora del medio, debemos estar a las nueve en la recepción,
tendrá tiempo de ir a arreglarse y Roney la recogerá a las ocho y
media. ¿Entendido?
—¿Un cocktail? No tengo ropa para ir a un evento así —me
lamento.

El Sr. Black deja su taza semi vacía en la barra, después de dar un


largo trago.

—Va a trabajar, no a hacer vida social, con un traje de oficina es


suficiente —responde severo, haciéndome tragar grueso.

Volvió a ser el mismo idiota insoportable.

—A sus órdenes, señor —rumio. Tomo ambas tazas y las llevo al


fregadero para lavarlas.

Voy a su habitación a preparar la ducha, su traje y todo lo que hago


que él no puede hacer por sí mismo, mientras él teclea en su
teléfono mandándose mensajes con no sé quién. Dejo todo listo y
luego me voy a la habitación en la que dormí, para bañarme también
y ponerme la ropa que lavaron en el spa.

—Tiene varias reuniones virtuales hoy —informo viendo la tableta,


mientras el cepilla correctamente su cabello.

—¿Con quién voy a comer hoy?

—Mandy Lenux —pronuncio el nombre que marca la agenda.

El Sr. Black sonríe a su reflejo, una sonrisa cínica y malvada.

—Mandy… hace tiempo que no la veo —declara sonriente, lo que


provoca que mis tripitas se revuelquen.

Aprieto los labios para no decir nada, seguro hoy se empeña en irse
a follar, después de varios días de no hacerlo y prefiero no pensar
en ello.

—Le recuerdo que es viernes, Sr. Black y debe llamar a su madre, a


las cuatro y media de la tarde.
Su gesto se endurece.

—Bien, a esa hora hace la llamada y la enlaza a mi móvil.

—Entendido —puntualizo—. ¿Las cremas…? —dejo la pregunta a


medias, no sé si se va a negar que hoy le aplique las lociones a su
piel.

—Aplíquelas, Mandy es una buena amiga y me gusta verme bien


cuando me reúno con ella.

Mindi is ini biini imigii.

Tomo las cremas y aplico una cantidad suficiente en mis palmas


para después esparcir las por su cuerpo lo más rápido que puedo.
Si tiene ganas de verse hermoso y apetecible para otra, perfecto. Ni
siquiera me detengo a hacerlo con la dedicación de siempre, froto
solo lo necesario para que desaparezca en su piel y después me
lavo las manos.

—Lo espero abajo, con Roney —informo.

No tarda mucho en bajar también y ponernos en movimiento hacia


la oficina. Casi al llegar el móvil de la empresa suena, con la
llamada entrante de una de las mujercitas con las que suele tener
citas mi jefe, reconozco su nombre de los archivos que hay en la
tableta.

—Candy Ruiz, asistente del Sr. Black —respondo profesional,


adelantándome a contestar antes que mi jefe, que ya iba a sacar el
teléfono de su bolsillo.

—Quiero hablar con Monty —exige una mujer con voz bastante
prepotente.

—El Sr. Black está ocupado en este momento, pero en cuanto le


sea posible le devolveré la llamada, que tenga un buen día. —
Cuelgo sin dejarle decir algo.
El jefe me mira serio.

—Tiene una reunión en tres minutos, señor —me defiendo antes


que reclame el no haberlo comunicado—, no puede distraerse.

Realmente no lo hice por eso, simplemente no tengo ganas de


escucharlo hablar con una de sus estúpidas amiguitas.

—Si vuelve a llamar, la comunica —ordena.

Asiento rígida.

Bajamos del auto y entramos en el edificio de la productora, la


Kennedy #1 salud al jefe como siempre, a mí ni me voltea a ver,
pero puedo notar una sonrisa que se me antoja burlona en los
labios. Luego atravesamos por la oficina de Kennedy #2 que aletea
sus pestañas postizas hacia el Sr. Black.

—Candy —dice llamando mi atención, el jefe sigue de largo hacia su


oficina y yo regreso a su escritorio.

—¿Sí?

—Llego correspondencia para el señor —indica dándome algunas


revistas y sobres cerrados.

¿Quién manda correo físico en estos días?

—Gracias.

—¿No tienes más ropa? Es la misma que trajiste hace dos días —
se burla.

Cuento hasta tres para no mandarla a la mierda.

—Por cierto, ya nos contaron tu escenita en el spa, espero que lo


hayas disfrutado, es la única manera en la que tendrías al Sr. Black
en un jacuzzi, contigo.
Cuento hasta cinco.

—Es mi jefe, a diferencia tuya, yo no muero porque me folle, yo


también tengo clase —replico, haciendo que me mire con ojos de
pistola.

Me doy la vuelta para irme, cuando lo veo parado en el marco de la


puerta de la oficina de Kennedy, observándonos con las manos
dentro de los bolsillos de su pantalón y una mirada asesina.

Chingada madre.
26. PROPUESTA
Trágame tierra y escúpeme en medio del océano donde mi jefe no
pueda alcanzarme para despedirme.

El Sr. Black da la vuelta y se pierde por el pasillo, escucho la risa


burlona y despectiva de Kennedy, pero no volteo para mandarla más
que a la mierda. Camino hacia la oficina, procurando no cogear por
la molestia en mi pie, cargando la correspondencia y el café y entro
para verlo sonreír a la pantalla de su móvil.

En cuestión de minutos tengo todo listo para la reunión virtual con


proveedores, seguido tiene una última reunión con los
organizadores de la Expo y finalmente una con otros conferencistas
que también tendrán participación en las ponencias. Tomo mi lugar
habitual y me siento a tomar apuntes como lo hago cada vez que mi
jefe tiene una reunión.

Nunca me cansaré de verlo ser un hombre de negocios, por lo


general guarda silencio y escucha atenta y pacientemente lo que
todos tienen que decir, para al final emitir su opinión, que algunas
veces contrasta con la del resto, pero que da con tanta firmeza y
seguridad que a los demás no les queda más que admitirla como la
verdad absoluta.

Es la viva imagen de los empresarios millonarios de las películas


románticas, esos por los cuales la secretaria suspira
silenciosamente y que al final terminan enamorados, lástima que mi
vida no es una novela, ni mi jefe es el típico empresario, es un
cabrón hijo de la chingada que no se da cuenta que su asistente se
muere por él.

O si lo hace, no le interesa.

Y por ese motivo debo mantener mi dignidad intacta, porque si no


fuera un maldito promiscuo, quizás, solo quizás, me permitiría
dejarle ver lo mucho que me encanta. Pero lo es, tiene un pito tan
social que sólo le falta llevarlo de fuera mientras camina para que
salude a cuánta mujer se le pasa por en frente.

Sr. Pito social le queda mejor que Sr. Black.

Sr. Promiscuo, también.

Sr. Vampiro succionador de arterias pudendas.

Sr. Pendejo que no le chupa las suyas a Candy.

Lo odio.

—Le pedí otro café —dice mi jefe, sacándome de mis


pensamientos.

—Ya se lo traigo —susurro, me levanto y salgo de la oficina.

—¡CANDY! ¡Qué milagro! Comenzaba a pensar que estabas


secuestrada o algo así —expresa musculitos, sonriente.

Sonrío también, me hace falta una inyección de energía como la que


este chico emana.

—Hola Vlady, pues prácticamente sí estaba secuestrada por mi jefe


—bromeo—. Mil disculpas por dejarte plantado el martes, te
prometo compensarlo.

Vlady me guiña un ojo de manera pícara.

—¿Qué te parece si después del cocktail de aniversario de


Summers, nos escapamos a mi casa? Mi terraza sigue esperando
por una inauguración —propone sugerente, es más que obvio cuál
es su intención al proponerlo.

—¿Tú también vas?


—Sí, he hecho algunas escenas para Irina Summers, pero no me
voy del todo con ellos porque Monty es el que mejor paga, aunque
su tonta regla de no permitir relaciones entre los empleados es una
cagada.

Me río.

Supongo que la puso por experiencia propia.

—¿Entonces qué dices? —insiste—, te aseguro que nadie se va a


enterar, si eso te preocupa, ninguno quiere perder su empleo.

Me muerdo el labio.

—Déjame pensarlo, ¿ok? Realmente no quiero que me despidan.


Además le prometí a mi roomie que tendríamos una noche de
amigos.

—¿Roomie? —Enarca una ceja graciosa—. Dos chicas juntitas y


solas, yo puedo acompañarlas y protegerlas.

—Mi roomie es un chico —aclaro con una sonrisilla, imaginando a


Chema en una versión Drag Queen, con peluca y tacones de aguja.

—Eso es aún mejor —agrega Vlady acercándose peligrosamente a


mi—, prefiero los tríos H-M-H.

¿Qué?

Carraspeo al atragantarme con mi propia saliva.

—Uff que oferta tan irresistible —bromeo, realmente no haría un trío


con ellos, aunque creo que Chema no se opondría, pero no, me
asusta vivir esa fantasía—. Déjame pensarlo, ¿Vale?

Musculitos asiente, se inclina hacia mí y deja un beso rápido en mis


labios, es cosa de una fracción de segundo, pero que me deja
completamente petrificada.
—Me voy a trabajar, esperaré tu respuesta. —Guiña un ojo una
segunda vez y entra en el foro tres.

Diablos, de pronto siento calor.

Sacudo la cabeza para dejar de pensar tonterías y avanzo hasta la


oficina de Kennedy #2 y hacer el café de mi jefe. La ignoro del todo
y más aún cuando Kennedy #1 aparece taconeando y se sienta a
chismosear con ella. Regreso rápido y coloco el café delante de mi
jefe que sigue en conferencia, pero que mira la pantalla de su móvil.

—Tardó demasiado, Candy —bufa haciendo la taza a un lado, como


si ya no lo quisiera y eso me hace enfurecer más de lo que ya estoy
con él.

—Lo siento, señor, me entretuve un minuto charlando con Vlady —


suelto por pura molestia, sé que no le agrada que se relacionen sus
empleados.

El jefe levanta la vista del móvil y me mira, desprovisto de


expresiones.

—Prepare todo para el almuerzo con Mandy, no olvide llevar lo


necesario.

Lo necesario.

—¿Se refiere a los preservativos? No se preocupe, los cargo en mi


bolsa todo el tiempo, mujer prevenida vale por dos.

Me siento en la silla decidida a ignorarlo también a él y aguantando


las ganas de estrellar la tableta en su cabeza. Incluso le daría un
tabletazo en el pito para que no pueda usarlo el muy hijo de puta.

No lo miro hasta que la reunión se acaba y ya es hora de salir a


comer. Entra en el baño y se arregla, provocando toda clase de
pensamientos homicidas, donde me veo asesinándolo por asfixia
con un consolador de treinta centímetros metido en su boca.
Lo sigo hacia el auto y debo soportar que vaya metido en el móvil,
mensajeando y sonriendo a la pantalla como un adolescente
estúpido. Nos adentramos en un restaurante aún más lujoso que los
otros que hemos visitado, donde todas las personas que ocupan las
mesas se ven jodidamente pudientes y dueños del mundo.

Mi jefe se sienta en una mesa para dos personas, lo que me hace


fruncir el ceño, porque seremos tres. De pronto el maitre me indica
una pequeña mesa a un lado, donde me abre la silla y me invita a
sentarme. Estoy a punto de decirle a mi jefe que me voy a comer
con Roney a un Subway cuando una mujer es traída a la mesa.

Me quedo sin habla al verla. No solo es muy bonita, también es


elegante, no tiene la pinta de todas las mujeres que rodean al jefe y
que gritan «soy actriz porno», con su vestimenta y actitud, al
contrario, esta mujer emana clase y distinción hasta en la forma que
tiene de parpadear.

Lleva un sencillo vestido negro, nada revelador, una cartera de


mano que grita a kilómetros ser carísima, joyería fina y discreta, y
unos tacones muy altos, pero que no son de mal gusto, no, dan a
sus esbeltas piernas una imagen única por los destellos de la
pedrería.

—¡Monty! —saluda, su voz es suave y cálida—, ¡cuánto tiempo sin


verte!

Mi jefe inmediatamente se pone de pie y besa su mano con


educación, provocando que sienta como un martillazo en mi interior
y todo se resquebraje y caiga como si fuera un cristal.

—Mandy, como siempre es un placer exquisito verte.

Ella sonríe modosita y hace un gesto con su mano para restarle


galantería a sus palabras.

—Tú siempre tan adulador.


De pronto ella repara en mi presencia.

—¡Tienes una asistente por fin! Encontraste reemplazo para


Vianney.

Vianney.

Ella conoce a Vianney, por lo tanto conoce al jefe de hace mucho


tiempo.

—Sí, no es lo mismo, pero sirve de algo —responde el jefe con una


sonrisilla insulsa que me dan ganas de borrársela de un puñetazo.

¿Pero sirve de algo?

Tú chingada madre sirve de algo.

Perdón, ex señora Black, usted no tiene nada que ver aquí.

—Mandy Lenux —se presenta extendiendo su mano a mí, por un


segundo pienso en dejársela extendida, pero reconozco que no es
una lagarta como las otras tipas con las que come mi jefe, esta
mujer se ve educada, incluso amable, así que la tomo y la presiono
un poco.

—Candy Ruiz.

Ella sonríe.

—Mexicana —dice hacia el Sr. Black que asiente rígido—,


interesante. Es un gusto conocerte Candy, me encanta tu acento.

No sé si se está burlando o no, sé que no pronuncio correcto el


inglés, pero apenas he dicho mi nombre.

—El gusto es mío, señorita Lenux —respondo con profesionalismo.

Todos tomamos asiento en nuestros lugares, por supuesto, yo


apartada un poco de ellos que comienzan a platicar en voz baja,
muy cerca el uno del otro. Al final decido no irme con Roney, no
quiero hacer ninguna escena, en cambio saco el móvil de la
empresa y busco el número en la agenda para mandar un mensaje.

«Acepto tu propuesta, nos vemos después del cocktail, a Chema le


encantará conocerte.»

Lo envío y borro la conversación una vez que recibo su respuesta


que me hace sonreír maliciosamente.
27. VIVIAN
Dos horas de tortura de mierda.

Ver a mi jefe conversar con una mujer que no es una fulana


encimosa es aún pero que verlo con una que sí lo es. Él es amable
y atento con ella. Ella es graciosa y tierna con él y de vez en cuando
trata de incluirme en la conversación a pesar de no estar en su
misma mesa, preguntándome qué opino.

Prefiero negar y sonreír para no gritar mil maldiciones. Opto por no


entrometerme, cosa que parece complacer a mi jefe, que sonríe
cada vez que me evado de los intento de Mandy por hacerme
partícipe. Lo peor de todo es que me siento una horrible persona por
odiarla, por ser linda, educada y carismática y no una lagartona
como las demás.

Preferiría verlo encima de él pretendiendo devorarlo como las otras,


porque eso facilitaría mi trabajo de quitársela de encima a mi jefe sin
remordimiento. Pero no, aquí estoy soportando la despedida llena
de sonrisas y miradas cariñosas, besitos tiernos u caricias casuales
de mejillas que me hacen rabiar y odiarla más de lo que he odiado a
una persona, en solo dos horas de conocerla.

—Te veo en la noche, ¿cierto? ¿Me acompañarás al cocktail de


Summers? —pregunta mi jefe en voz suave y educada.

Ella sonríe.

—¿De verdad quieres que te acompañe?

Me parece notar una mirada rápida hacia mí, por parte de ella.

—Por supuesto, Mandy, con nadie más preferiría ir.

Hijo de puta, cuánto te odio.


La sonrisa de Mandy se amplía.

—Está bien, querido. Si no te molesta, te veo ahí, no es necesario


que pases por mí.

Él asiente.

Se despiden con un apretado beso en la mejilla que es aún peor que


los de la pulpo devoradora de hombres del otro día. Ella sube a un
súper lujoso auto, diría que más lujoso aún que el de mi jefe y luego
el Sr. Black regresa al suyo, para subirnos y emprender el camino
de vuelta a la oficina.

—Roney, hagamos una parada en Saks antes de ir a la oficina —


indica el jefe. Roney acata la orden.

Saks también está bien la Quinta Avenida y por supuesto es muy


exclusiva, jamás he entrado, porque sólo de saber que no puedo
pagar ni por el polvo que aspiran, me deprime. Pero justo ahora
estoy caminando un paso detrás de mi jefe hacia el área de
caballeros, donde un asesor rápidamente lo aborda.

Selecciona varios trajes de telas preciosas, pero que son


exactamente iguales a los que tiene en su armario, por lo que no
entiendo para que quiere más de estos. Sin embargo no digo nada,
camino detrás de los hombres mientras reviso la agenda de mi jefe,
debe llamar a su madre en poco tiempo.

—Si es todo cuánto desea ver, pasemos al probador —propone el


asesor.

El probador es casi del tamaño del departamento de Chema, incluso


tiene un sofá muy cómodo donde me siento a esperar que el jefe
termine de probarse los trajes y hagan los ajustes al dobladillo.
Aprovecho para mandarle un mensaje a Chema, e informarle que
tendremos visitas que seguro le agradará conocer, a lo que me
responde con un sticker bastante subido de tono.
—Si terminó de mensajes con su no novio, vayamos a la sección de
damas —comenta mi jefe con gesto glacial.

—¿A la de mujeres?

—Sí, dijo que no tenía ropa adecuada para el cocktail, entonces


vamos.

Mis cejas se alzan con sorpresa.

—Yo… no… no puedo permitirme algo de esta tienda —susurro


hacia mi jefe.

Él resopla.

—Vamos de una vez, no queda mucho tiempo.

Lo sigo de nuevo a través de la inmensa tienda hasta llegar a la


sección de mujeres, donde una asesora me atiende. El jefe pude
algo ejecutivo pero casual y que se pueda usar en una cena de
negocios. La joven mujer inmediato me da diversas opciones y
termino seleccionando algunos vestidos de lino con corte elegante y
profesional y una abrigo largo oscuro, junto con unos tacones
cerrados y hermosos a pesar de ser sencillos.

Soy del tipo de mujer que necesita la opinión de alguien cuando me


pruebo ropa, justo como lo hice con Roney, pero ahora quién me
acompaña es mi jefe y no sé cómo se tome el pedirle que me diga
cómo me veo. Me gusta lo que veo, sin embargo, no sé si es lo que
el jefe quiere, por lo que finalmente me armo de valor y le modelo.

—¿Le parece apropiado para el cocktail?

Levanta la vista del móvil, parpadea unos cuatro veces y luego


asiente, sin decir nada. Como supongo que no obtendré más
respuesta de él decido llevar eso. Nos dirigimos a la caja, el jefe
extrae una tarjeta de crédito y la entrega, mientras curioseo lo que
hay a mi alrededor.
—Gracias por la ropa, pero no entiendo, me dijo que me pusiera lo
que uso en la oficina, que iba a trabajar —digo una vez que salimos
y vamos de regreso al auto.

—Va a trabajar, Candy, pero va conmigo y debo cuidar mi imagen,


en ese cocktail habrá personas dispuestos a criticar la última hebra
de mi cabello —aclara.

Lo hizo por su imagen, ni siquiera con mi ropa que consideraba


profesional me veo como alguien que él apruebe.

—En todo caso, gracias —musito, no sé cómo se tiene al respecto,


si halagada por el regalo u ofendida por que me considere tan poca
cosa.

Llegamos a la oficina justo a tiempo de realizar la llamada a la


mamá del Sr. Black. Marco él número de la residencia de reposo y
aguardo que me contesten para enlazarla al móvil del jefe.

—Residencial La Paz —responde una voz que se me antoja de una


señora madura.

—Buenas tardes, por favor comuníqueme con la señora Vivian


Black. —Frunzo el ceño al ver qué en la agenda marca el apellido
del papá de mi jefe, a pesar que ella ya no es su esposa.

—Lo siento, señorita, la señora Vivian hoy no se encuentra muy


bien, no creo que sea conveniente que tome la llamada.

¿Qué no lo cree conveniente?

—Habla Candy Ruiz, asistente del señor Montgomery Black, hijo de


la señora Vivian —aclaro.

Ella suspira.

—¿Me permite hablar con él? —pide amable

Enlazo la llamada y le indico al jefe que la tome.


—¿Mamá? —saluda con voz tierna. Inmediatamente cambia de
gesto y escucha lo que sea que la mujer le está diciendo y lo hace
fruncir el ceño.

—Voy para allá —contesta—, no me importa, dije que voy para allá
—recalca.

Se pone de pie y sale a paso apresurado. Por un segundo me


quedo pasmada, pero reacciono mandando un mensaje a Roney de
urgencia y lo sigo corriendo y entro al auto detrás de él que luce
tenso. No sé si preguntar o no, no quiero inmiscuirme en asuntos
familiares, pero me da la percepción que él necesita hablarlo.

Así que decido preguntar.

—¿Sucede algo, señor? ¿Le puedo ayudar?

Él niega.

Me muerdo el labio, es notorio que no quiere hablar, por lo que


decido guardar silencio, sin embargo, después de unos minutos,
exhala pesado.

—Mi madre tiene depresión desde que se separó de mi padre. Por


mucho tiempo pretendí que no era algo sería, que seguro lo
superaría, pero al cabo de dos años reconocí que necesitaba ayuda
y la llevé a ese lugar, donde la atienden las veinticuatro horas y
recibe terapia.

—Oh —susurro, no esperaba algo así, creí que mi suegra estaba


senil, a pesar de no ser tan mayor.

—Por lo general está tranquila, le dan sus medicamentos, pero hay


días como hoy en los que no la pasa bien.

—Lo siento —digo en un lamento, su rostro tiene una expresión


bastante afectada, después de todo mi jefe no es tan imbécil como
aparenta, quiere a su mamá y se preocupa por ella.
—No tiene por qué sentirlo, no es algo de su incumbencia.

Cualquier cosa que le afecte a él, es de mi incumbencia.

Pero no soy capaz de decirlo en voz alta.

La residencia está bastante retirada, por lo que nos toma algo de


tiempo en llegar, cuando lo hacemos el jefe baja de inmediato y pide
que le permitan ver a su mamá. No sé si seguirlo o darle privacidad,
pero cuando voltea a verme al notar que no estoy a su lado,
comienzo a caminar.

Vivian es una mujer que parece más joven de lo que es. Alta,
delgada, bonita aunque algo demacrada, cabello negro brillante
como el de mi jefe y casi tan blanca como él, pero en cuestión de
facciones no se parecen. Sus rostros son completamente distintos.

—Hola —le habla bajito acuclillándose a su lado, la enfermera que


la acompañaba sale para darle intimidad.

—Monty —dice ella, acariciando la mejilla de mi jefe, gesto que me


forma un nudo en la garganta al notar la expresión se tortura en el
atractivo rostro del Sr. Black.

—¿Qué sucede, mamá?

Debo parpadear varias veces, e incluso me digo a mi misma que lo


mejor es dejarlos solos, me siento una intrusa presenciando algo tan
privado.

—Tu padre no me ha llamado en mucho tiempo —solloza y mi jefe


aprieta los labios.

—Madre, hemos hablado de esto muchas veces, papá… está muy


ocupado, tiene sus propios asuntos.

Tiene su propia mujer, querrá decir.


No conozco a mi suegro, pero siento que ya lo detesto por todo lo
que me platicó mi jefe y al ver a mi suegra, que es muy notorio,
sigue enamorada de él.

—Pero, yo solo quiero hablar con él, dile que me llame, Monty —
suplica.

Gimoteo.

Ninguna mujer debería vivir algo así, no por un hombre que no supo
valorarla.

—Pendejo —digo por impulso, porque no sé quedarme callada y


tiendo a hacer estupideces en los peores momentos.

Ellos voltean a verme y yo trago grueso.

—Lo siento —me disculpo ante la mirada acusatoria de mi jefe—,


voy a esperar afuera.

—¿Quién es? —cuestiona la mamá de mi jefe, inclinando la cabeza


a un lado en un gesto curioso.

—Es Candy —gruñe en respuesta—, mi asistente impertinente.

—Hola. —Me río nerviosamente—. Candy Ruiz. —Extiendo mi


mano, ella me la toma débilmente, apenas un toque.

—Vivian Black —se presenta, el jefe me hace un gesto para que no


diga nada.

—Es un placer enorme conocerla Sra. Vivian, el jefe me ha hablado


mucho de usted.

Ella alza las cejas.

—¿Ah sí? A mí me parece que poco se acuerda de mí, me llama


una vez a la semana.
Miro con severidad a mi jefe.

Eso es porque se la pasa follando el muy cabrón.

—Es que es algo despistado, le tomó días aprenderse mi nombre a


pesar que se lo repetí muchas veces.

Ella deja salir una risita, luego lo mira divertida.

—Eso lo hace a propósito, cuando no quiere reconocer que le gusta


una chica —suelta mi suegra, provocando que mi corazón se
tropiece mil latidos y caiga en un colapso.

» Cuando era jovencito le cambiaba el nombre a Cony, nuestra


chica del servicio, pero lo hacía porque ella no le hacía caso a sus
intentos de conquista, él tenía quince y ella casi treinta.

Miro a mi jefe, que ahora tiene el rostro encendido y nos mira con
molestia a ambas

—Madre, eso no es cierto, no me gustaba Cony, era vieja para mí —


refunfuña.

—¿Y por eso la espiabas mientras pasaba la aspiradora inclinada


debajo de los muebles?

Reprimo una risa.

El jefe gruñe.

—¿De verdad hacía eso? Porque tengo entendido que un hombre


como él no tiene necesidad de espiar a ninguna mujer —digo con
sorna, recordándole sus propias palabras en el spa, después de
sorprenderlo mirándome.

Vivian sonríe.

—Si yo te contara —canturrea.


—Madre, no es necesario —sisea mi jefe.

—Soy toda oídos —digo sentándome en el piso frente a ella, lo cuál


provoca más gruñidos de mi jefe.

Ella comienza a hablar, habla por mucho tiempo contándome


anécdotas sobre un Montgomery adolescente y calenturiento que
me hacen partirme de risa y a mi jefe bufar. Pero lo mejor de todo es
ver como su rostro se va tornando risueño, mientras recuerda todas
esas vivencias, mientras tenía a su familia.

Casi dos horas después, el jefe me dice que debemos irnos, apenas
tenemos tiempo de llegar a cambiarnos para el cocktail de
aniversario.

—Me encantó muchísimo platicar con usted, Vivian —me despido


dando dos besotes a sus mejillas, cosa que la hacen sonreír.

—Por favor, ven a visitarme pronto —pide y a mí se me arruga el


corazón.

—Claro, me encantaría y también haré que el Sr. Black la llamé más


seguido, lo prometo.

Ella sonríe abiertamente.

—Lo espero en el auto —digo al Sr. Black, dándole tiempo y


privacidad para despedirse de su mamá.

Regreso con Roney que con la mirada pregunta que tan serio fue
esta vez, le platico súper rápido que todo está bien, sólo fue un mal
momento. El Sr. Black sale al cabo de cinco minutos y subimos al
auto para regresar a Manhattan.

—Gracias —dice rígido, como si no quisiera decirlo.

Ladeo una sonrisa.

—No hay de qué, ella en verdad me agradó.


—Hacía tiempo que no la veía tan sonriente, tan como ella era.

Suspira.

Mi corazoncito late despacito por él y por mi suegra, ambos


necesitan cariñito.

—Fue sincero cuando dije que me encantaría visitarla de nuevo, si


usted lo permite, por supuesto.

—¿Y que me siga poniendo en ridículo?

Enarca una ceja.

—Creo que verla sonreír bien vale la pena.

El jefe asiente.

—Gracias —repite y presiona mi mano, haciendo que mi corazón


colapse de nuevo.
28. JAY
Ya no hay tiempo de ir a mi casa a cambiarme, por lo que debo
hacerlo en el pent-house del Sr. Black. Tomo una ducha rápida,
hago lo mejor que puedo con mi cabello, cepillándolo para que se
vea liso y brillante y me meto en la ropa que me compró en Saks.
No tengo mucho maquillaje, por lo que aplico algo ligero y enmarco
mucho mis ojos con el delineador líquido negro. Quizá sea por la
ropa, pero me gusta mucho lo que veo.

Mi corazoncito tonto late emocionado por todo lo que sucedió hoy,


sin contar lo de Mandy, por supuesto. Pero el hecho que me lleve a
un cocktail tan importante, es importante para mí. Que se haya
tomado la molestia de comprarme algo, aunque sea por su imagen,
es importante para mí. Y sobre todo, conocer a su mamá y ese
último agradecimiento en el auto, es lo más importante que me ha
pasado en muchísimo tiempo y provoca una emoción inexplicable
en mi estómago.

Cuando estoy lista salgo de la habitación y lo espero en la estancia


a que se reúna conmigo. Casi me desmayo al verlo aparecer por el
pasillo, colocándose un reloj que a leguas se nota carísimo. Siento
mis piernas de gelatina y casi me es imposible ponerme de pie para
irnos. Verlo en este momento es mejor que apreciarlo desnudo,
porque luce tan elegante, tan sofisticado, tan pulcro, que no parece
real.

—¿Lista, Candy? —Desvía la vista del reloj y me mira a mí.

Cómo es costumbre, no dice nada, solo parpadea un par de veces y


asiente. Ya sé que no me veo como él, tan espectacular, pero es
que dudo que alguien pueda igualarlo. El Sr. Black, simplemente
luce como un ángel bajado del cielo y metido en un fino traje que
pareciera hecho a la medida, por lo perfecto que le entalla a su
esbelto y largo cuerpo. Suspiro como una tonta.
—Lista, señor —susurro conmocionada aún por el impacto de su
imagen.

Al bajar, Roney sonríe y me guiña un ojo, yo le sonrío en


agradecimiento, por darme un poquito de confianza en mí misma, la
cual dejé perdida en la sala de mi jefe, después de verlo a él. El Sr.
Black saca el móvil y llama a Mandy, aunque no pronuncia su
nombre, sé que habla con ella porque acuerdan verse antes de
entrar en el salón del hotel donde se realizará el cocktail.

—Manténgase cerca, Candy, sin llegar a inmiscuirse en la plática,


por favor, por una vez en su vida, quédese con la boca cerrada, sólo
hablará si yo me dirijo a usted.

Asiento tragando el nudo que se me forma en la garganta por su


petición. Me siento tan estúpida por ilusionarme con todo esto de
que me lleve a un cocktail, soy su asistente, es un hombre que
necesita que hagan todo por él y por ese motivo me lleva. No va a
lucirme, no voy como su acompañante ni nada de eso, pero no pude
evitar toda la emoción.

—A sus órdenes, señor —susurro de nuevo.

—Aunque sea el aniversario de otra compañía, es un evento muy


importante, las personas que asistirán son poderosas en el medio y
no quiero pasar un ridículo porque usted tropieza y me arrastra
consigo, o se le ocurre decir una mala palabra en algún momento
inapropiado.

Vuelvo a asentir.

Decido sellar mis labios a partir de ahora, entiendo lo importante que


es el cocktail para mi jefe y no quiero hacer una estupidez como lo
hago todos los días. No llevo mi bolso porque no combina con la
ropa, simplemente guardo la tableta en el bolsillo interno del abrigo y
el celular en el externo. Roney me da una mirada considerada por el
retrovisor, pero le sonrío indicándole que no pasa nada.
Aunque me pasa todo.

Bajamos en la entrada del hotel y Roney se retira para ir al


estacionamiento. Aguardamos apenas un minuto cuando aparece
Mandy. Suspiro al verla, si creí que nadie se podría ver mejor que mi
jefe, me equivoqué. Ella luce hermosa. De nuevo su ropa no es
extravagante ni reveladora. Lleva un vestido color oro rosa, que
brilla con su movimiento, es lo único llamativo.

El corte es sencillo, amoldándose a sus frágiles curvas, no es corto


pero tampoco llega a sus rodillas. Su cabello color caramelo está
acomodado en un elegante moño y sostiene otra cartera de mano
que hace juego con sus tacones color nude. Es bella y elegante, tal
como mi jefe y por eso, cuando le ofrece su brazo, se ven como la
pareja más perfecta del mundo.

Hago lo que me ordenó, camino cerca de él pero sin llegar a


entrometerme en su espacio. El salón donde se efectúa el cocktail
está en la terraza del hotel, por lo que subimos juntos en el elevador.
Noto como el Sr. Black aprieta la cintura de Mandy cuando las
puertas se cierran, y ella lo atrae hacia él, lo abraza y susurra
algunas cosas en su oído, provocando que mis ojos se humedezcan
porque mi jefe cierra los suyos para escucharla y sonríe levemente,
como si escucharla fuera lo mejor del mundo.

Respiro profundo y parpadeo cuando las puertas se abren y ella se


separa de él, toma su brazo de nuevo y salimos al lugar. Es
simplemente espectacular, parece una discoteca pero no tan oscura,
hay una media iluminación que se funde con luces de colores. La
música también es tenue, pero se percibe a la perfección. Hay
muchas salas launge y mesas altas con periqueras, donde grupitos
de personas, igual de elegantes, se aglomeran y charlan.

En cuanto mi jefe pone un pie dentro del lugar todos parecen


guardar silencio y mirarlo. Inmediatamente hay una lluvia de saludos
dirigidos a él y su acompañante. Prácticamente las personas
esperan por su turno para saludarlo, escucho atenta algunos
nombres y trato de recordarlos todos. Una mujer rubia y algo
entrada en años, pero que no deja de verse atractiva, se acerca a él,
sonriente y lo saluda con un efusivo abrazo y dos besos en las
mejillas.

—¡Monty! —saluda—, estaba esperando que llegaras, no podía


comenzar sin ti.

—Irina —se dirige a ella supremamente sofisticado en la forma de


hablar—, un placer verte.

—Mandy, bienvenida querida, que bueno que viniste.

Mandy deja dos besos en las mejillas de Irina Summers, recuerdo


que musculitos me dijo su nombre. Al recordar a Vlady lo busco con
la mirada, al menos saber que él está aquí, hace que no me sienta
como un bicho raro, no creo que él sea como todos estos
empresarios finolis, sin embargo, no lo encuentro.

—Hace tanto tiempo que no estaba en Nueva York, me hace muy


feliz poder verlos a todos.

—Vamos a comenzar con la diversión —comenta Irina con aire


cómplice y sonriente—, tu mesa es la del frente, querido.

Indica una mesa desocupada justo frente al escenario que hay en


un costado de la terraza, hacia donde ella se dirige y nosotros
tomamos asiento. Irina enciende el micrófono y la música baja al
mínimo cuando ella se dispone a hablar.

—Bienvenidos sean todos, pocas veces tenemos oportunidad de


reunirnos a comportarnos con frívola cordialidad —bromea, algunos
dejan salir risillas, pero a mí no me provoca reírme que haya
llamado frívolos a sus «amigos», incluido mi jefe—. El que faltaba
acaba de llegar, por lo que daremos inicio formalmente a nuestra
celebración de aniversario.

Se despliega desde el techo una especie de pantalla blanca, similar


a la de la sala de edición de la productora, en la cual comienza a
proyectarse un vídeo. Comienza con un logo dorado que pone SGP
y después aparecen a su alrededor varios más, entre los cuales
reconozco el de Black Productions. Tiene subtítulos que hablan de
cincuenta años de trabajo en compañía de sus grandes colegas y no
sé que más porque va muy rápido y no puedo leer todo lo que pone
en inglés.

Hay pequeñas escenas de lo que supongo son películas que ha


filmado la productora Summers, sin ningún tipo de censura, por lo
que, por un momento, parece intro de vídeo porno, pero eso no
parece molestar o incomodar a nadie, al fin y al cabo, todos aquí
deben tener relación con el medio.

—Candy, consiga por favor dos copas de vino —solicita el jefe.

Hay meseros, pero mientras se reproduce el vídeo, ninguno se


mueve de su lugar a lado de la barra. Me hago pequeñita y paso
entre las mesas y me dirijo a la barra, donde, a parte de los dos
bármanes, solo hay un hombre de espaldas a mí, que bebe de una
copa mientras mira el vídeo.

—Dos copas de vino, por favor —pido en voz bajita, para no llamar
más la atención de lo que ya lo hice por atravesarme.

—¿Blanco o tinto? —pregunta el camarero.

Me muerdo el labio.

—Mmm, blanco —elijo. Entonces el responde con otra pregunta,


diciendo los nombres de vinos más extraños y rebuscados que ni
siquiera entiendo.

—Mierda —gimoteo, no tengo ni idea de que vino toma mi jefe.

Entonces el sujeto que estaba de espaldas a mí voltea y me mira.

Es joven y atractivo, pero es que aquí todos lo son. Lleva el cabello


castaño correctamente peinado hacia atrás, pero un mechón
rebelde escapa y cae sobre sus ojos, lo lleva algo largo, ya que le
llega casi a la punta de la nariz. No sabría decir si sus ojos son
verdes o grises por efecto de las luces, lo que sí puedo corroborar
es que en verdad está guapo, con una ligera barba cerrada y
perfectamente bien arreglada. Y aunque lleva traje también, no tiene
un aspecto tan formal como los demás, quizá es por lo joven.

—Estás interrumpiendo la introducción.

Aunque no lo dice como reproche, así lo tomo, su tono de voz es un


tanto juguetón y atrevido.

—Lo siento mucho —me disculpo entre susurros—, pero es que mi


jefe me pidió conseguirle dos copas de vino —explico, como si con
eso pudiera conseguir que no me mire de forma inquisitiva.

—¿Quién es tu jefe?

—El Sr. Black —respondo—, Montgomery Black.

El hombre sonríe.

—Monty tiene asistente, por fin —comenta, al parecer todo el mundo


sabe que a mi jefe no le duran las asistentes—. ¿Ya te folló?

Mis ojos se abren de sobremanera con su pregunta.

Niego inmediatamente.

—No, claro que no, es mi jefe.

—Por eso.

Bueno, conociendo el historial del jefe, tiene sentido lo que


argumenta.

—No. —Río nerviosa—. No soy de su tipo.


Ladea la cabeza hacia la derecha, en un gesto que se me hace algo
gracioso y a la vez sexy.

—¿Eres mexicana?

Asiento.

El hombre sonríe aún más.

—Señorita, ¿cuál vino? —interviene el barman, recordándome a qué


vine a la barra.

—Ay, no sé de vinos —confieso avergonzada.

El hombre responde por mí, diciendo uno de esos nombres


rimbombantes.

—Es el favorito de Monty, mamá lo pidió solo por él.

¿Mamá?

—Gracias por ayudarme con esto —comento amable.

—No es nada, es un gusto conocer a la asistente mexicana de


Monty.

Me parece notar que puntualiza el «mexicana».

—¿Cuál es tu nombre?

—Candy Ruiz —respondo dándole la mano, la cual el toma y da un


apretón firme que hace que mi piel se erice.

—Un placer, Candy. —Sonríe cautivador—. Jayden Summers, pero


puedes decirme Jay.

Summers.
—Jay —repito, su nombre se me hace como de galán de película
gringa—. ¿Eres hijo de Irina?

Me guiña un ojo, al tiempo que el barman coloca las dos copas


frente a mí.

—Debo irme, un placer conocerte Jay y de nuevo, gracias por la


ayuda.

Le doy una última sonrisa y regreso a la mesa haciéndome chiquita


de nuevo, para colocar las copas frente a mi jefe y a Mandy.

—Tardó mucho, Candy —reprocha tomando su copa y da un trago


breve.

—Lo siento, señor —susurro y me callo abruptamente, recordando


que prometí sellar mis labios y no hablar, cuando acabo de tener
una breve charla con el hijo de la festejada.

Volteo hacia la barra inconscientemente, para notar que él aún me


mira, mientras se lleva la copa a los labios.

**********
1/3
29. HERBERT
Después de la introducción que demoró cerca de veinte minutos,
Irina regresa al escenario para proponer un brindis por el cincuenta
aniversario de su empresa y por los lazos de amistad que ha forjado
su familia con otras productoras. Después cede el micrófono a quien
quiera decir algunas palabras, a lo que todos parecen estar atentos
a mi jefe.

Obviamente él lo nota, se pone de pie con elegancia y se dirige al


escenario para comenzar a hablar con ese tono de voz suave que
me hipnotiza. No toca el micrófono, solo se para detrás, tan alto
como es él y con las manos en los bolsillos. Saluda a todos con una
broma bastante irónica que provoca risas por su humor ácido y
elocuente.

—Conocí a Irina cuando yo era un chico de dieciocho años, ella ya


era una espectacular mujer y yo solo podía verla pasar a lado de su
padre, Jhon, hacia las juntas que tenían, con el entonces, presidente
de Black Productions…

Cuando dice «el entonces presidente», supongo que se refiere a su


padre.

—A mí no me dejaban formar parte de esas reuniones, sólo era un


joven alocado y con muchas ganas de follar con actrices porno y
que consiguió que le permitieran hacerlo.

Un murmullo de risas cubre el ambiente, incluso yo quiero reírme del


concepto que tiene el Sr. Black de sí mismo siendo un adolescente.

—La primera vez que vi a Irina, en mi cabeza le hice toda clase de


cosas… —El jefe guarda silencio para permitir las risillas de los
demás, incluso las de Irina, el hombre que está a su lado que
supongo es su esposo, algo mayor por cierto y Jay—. Pero ella,
como la mujer imponente que era, no fijó sus ojos verdes en mí… en
ese momento —agrega, para provocar otra explosión de risas y que
yo me atragante con mi saliva.

¿Se folló a Irina?

¿Y tiene el descaro de insinuarlo abiertamente?

—Recuerdo que cuando tomé la dirección de Black Productions, ella


ya tenía algunos años frente a Summers Gold y fue la primera en
brindarme su orientación, porque mi apreciada Irina siempre ha
sabido ser amiga, colega y competencia sana, sin importar factores
externos…

—Jhon y Herbert eran grandes amigos —susurra una vocecita


suave hacia mí, miro a Mandy, que observa a mi jefe con verdadero
orgullo y cariño—. Supongo que sabes quién es Herbert.

—Sí, el padre del Sr. Black.

Ella asiente.

—Cuando Monty se quedó con la empresa, se dedicó sacarla del


hoyo en el que la había metido Herbert, este buscó apoyo de sus
demás colegas para tenerla de vuelta, entre los principales que lo
apoyaban, estaba Jhon. Querían hundir la productora, para así ser
absorbida por Summers, aunque Jhon ya no estaba al frente, sigue
tomando algunas decisiones respecto a la empresa.

Señala a un hombre bastante mayor, con el cabello completamente


blanco, acomodado en una de las salitas launge, junto a otro, que
tiene un aire que se me hace conocido, pero al estar de espaldas a
mí, no puedo verlo, sin embargo su postura, me parece conocida.

—¿Y qué pasó?

—No lo consiguieron, por supuesto. —Sonríe—. Monty no lo ha


tenido fácil, al menos en el inicio, su padre le puso muchas trabas,
rompió relaciones con proveedores, actrices, medios y otras
compañías para dificultar el trabajo de su hijo, si la compañía se iba
a la quiebra, él podía comprarla de nuevo o simplemente permitir
que Jhon la absorbiera, en cualquiera de los dos casos él se
beneficiaría y sacaría a su hijo del medio. Por eso Monty es tan
respetado, porque no solo sacó la empresa prácticamente de la
quiebra, lo hizo contra todo pronóstico y las trabas de Herbert y la
posicionó entre las mejores, junto a SGP

—Pero… es su padre —murmuro conmocionada, un padre no


puede ser tan culero.

—Herbert es un idiota que se deja influenciar por la mujer que tiene


de pareja.

—Maya Green —murmuro, Mandy parece sorprendida de que yo


sepa esa información.

—Sí, es una ambiciosa, no sé cómo Monty no se dio cuenta antes,


yo se lo advertí muchas veces.

—¿Usted tiene muchos años de conocer a mi jefe?

Sonríe.

—Casi toda la vida, su padre y el mío eran amigos también, aunque


nosotros no tenemos que ver en el medio de las películas para
adultos directamente. Antes de tener sus propios foros y equipo de
producción, contrataban los servicios de mi padre, nuestra empresa
se dedica a hacer comerciales para televisión —informa—.
Cualquier comercial que hayas visto, seguro fue producido Lenux
Media Group.

—Vaya, debió ser gracioso para su productora, brindar servicios ha


Black Productions.

—A mi padre le gustaba. —Rueda los ojos—. Hombres al fin. Pero


así fue como Monty y yo nos hicimos amigos, yo lo fastidiaba por ser
tan sensible a todo, no podía jugar en la piscina por el sol, no podía
correr y sudar, no podía comer tarta de nuez o las galletas de mi
abuela por el gluten, era todo un caso.

Me río.

Mi pobre jefe.

—… Y por eso es que admiro a Irina. —Escucho la voz del Sr.


Black, después de haber guardado silencio con Mandy—. Porque ha
sabido dirigir su empresa sin importar el estigma de que una mujer
no puede hacer este tipo de trabajo y ella siempre será mi ejemplo a
seguir. Salud por estos cincuenta años de Summers.

Los presentes prorrumpen en aplausos, no me enteré que fue lo que


dijo durante los últimos tres minutos, pero también le aplaudo con
entusiasmo.

—Y yo te admiro a ti, querido —susurra Mandy y deja un beso en la


mejilla de mi jefe cuando este regresa a la mesa y otro toma el
micrófono.

Saber que ella ha sido su amiga y que lo conoce tan bien y de tanto
tiempo, solo empeora mi nivel de celos. Mandy no es una mala
persona, lo tengo claro, pero no puedo evitar ese sentimiento la ver
cómo mi jefe besa su mano y la acaricia.

Después de las eternas palabras del Jhon Summers, de


agradecimiento a los presentes, por fin la música regresa. Las
personas charlan aquí y allá, saludan a otros, toman copas de vino y
champán de las charolas que portan los meseros y algunos
bocadillos. Tengo hambre, el estómago me ruge, pero estoy segura
que si tomo algo o como un canapé, alguna especie de hoyo negro
aparecerá y me hará pasar una vergüenza descomunal. Por lo que
mejor me aguanto y sigo a mi jefe como si fuera un perrito faldero.

—Te ves preciosa —dice una voz en mi oído, provocando que


respingue.
—Vlady —susurro—, ahora no.

Niego para que no diga nada más, no puedo hablar y ya he abierto


la boca demasiadas veces, aunque confío que con Mandy no hay
problema.

—¿Qué pasa? —pregunta frunciendo el entre cejo.

—Shhh. —Pongo mi dedo sobre sus labios para callarlo y con la


mano le hago un gesto para que se retire.

Cuando volteo el Sr. Black me mira con gesto de molestia.

Carajo.

—¡Monty, hijo mío! Emotivas palabras las que expresaste sobre Irina
—se une el anciano Jhon, es alto, pero no tanto, tal vez por la edad,
que ya no se para completamente erguido.

—Jhon, que gusto verte —saluda cordial.

—¿A mí no te da gusto verme? —Habla un hombre, al cuál nunca


he visto, pero que de inmediato sé quién es.

Es idéntico a mi jefe, las mismas facciones, la barbilla, la forma de


cejas, la nariz afilada, los labios, los ojos oscuros y profundos. Su
cabello es castaño con mucho manchones grises, es la única
diferencia y que no es tan blanco como el Sr. Black, no es para nada
difícil adivinar que se trata de Herbert, con quién Jhon estaba
sentado. Son tan parecidos que incluso tienen las mismas poses y
la sonrisa irónica.

—Por supuesto, padre —responde condescendiente, pero puedo


notar como un tick nervioso levanta ligeramente la comisura de su
labio—. ¿Vienes solo?

—Sí, ya sabes que a Maya no le gusta mucho estar presente donde


tú estás, prefiere no incomodarte con su presencia y hacerte sentir
mal —suelta de una forma desagradable.
Qué cabrón.

Se saludan con un abrazo rígido, seguramente fingido para los


demás y después Herbert me mira a mí, de arriba abajo, logrando
que mi cuerpo se erice como el de un gato, cuando tiene una
sensación desagradable.

—¿Y tú quien eres? —me interroga.

—Candy, mi asistente —contesta por mí, el jefe.

—¿Tu asistente? —Herbert enarca una ceja, extiende una mano


hacia mí que no sé si tomar, pero no puedo dejar en mal al Sr.
Black.

A mi jefe, no al Sr. Black padre.

Mierda, los dos son el Sr. Black.

Debo diferenciarlos en mi mente, uno es el Sr. Black culero, o sea,


mi suegro y el otro es el Sr. Black pendejo, mi jefe.

Listo.

—Candy Ruiz, un gusto conocerlo, Sr. Black.

Culero.

Pero entiendo por qué Vivian sigue enamorada de él, si no fuera


como unos cuarenta y algo de años mayor que yo, no fuera una
mierda de persona, y no me encantara tantísimo su hijo, seguro
sería el Sugar Daddy que me he creado en mis fantasías.

—Definitivamente, el gusto es mío —pronuncia besando mi mano,


cosa que me hace estremecer.

—Candy —habla mi jefe—, tráigame otra copa de vino —ordena de


una forma que se escucha bastante mandona y descortés.
—A sus órdenes, señor —musito, inconforme por la forma en la que
me habló delante de estas personas, como si yo fuera su sirvienta.

Me voy de nuevo a la barra, rumiando por tener un jefe tan idiota y


pido dos copas de lo mismo, una para mí y otra para el Sr. Pendejo.
Mientras espero por ellas, lo observo conversar y sonreír, rodeando
con su brazo la cintura de Mandy pegada a él, como si trataran de
demostrar a todo el mundo que son pareja. Si no fuera porque tanto
él, como ella dijeron que son amigos, yo también lo creería.

De hecho, lo creo.

Tal vez no son una pareja formal, pero se nota que hay algo entre
ellos y eso me hace querer gritar de frustración.

—Pendejo —siseo.

De pronto hay un carraspeo a mi lado.

—No hablo inglés, pero esa grosería la conoce todo el mundo —


comenta Jayden Summers.

Mierda, yo y mi bocota.

—Disculpe —repongo nerviosa.

—¿Por qué estás tan enojada?

No respondo, pero no puedo evitar que mis ojos vayan hacia mí jefe,
que justo ahora deja un beso en la sien de Mandy Lenux.

—Entiendo —dice con una sonrisita burlona bailando en sus labios


sexis—. ¿No estás contenta en tu trabajo? Se sabe de sobra lo
jodido que es trabajar para Monty.

¿Soy feliz con mi trabajo?

Justo ahora no sé responder a esa pregunta.


—Es muy exigente, sí —me evado.

—Si decides renunciar o eres despedida… —Me da una mirada


irónica—. Puedes llamar, yo también necesito asistente, comienzo a
formar parte activa de SGP y debo formarme mi propio equipo de
trabajo.

Me tiende una tarjeta de presentación, la tomo y veo el logo dorado


de Summers, junto con el nombre de Jayden Summers, su número
de teléfono y una línea que dice Director Creativo.

—¿Eres quien aporta las maravillosas ideas para las películas


porno?

—Algo así, tengo pensado hacer algunos cambios.

—Pues a ver si cambias el hecho que las películas están diseñadas


en su mayoría, para la satisfacción masculina, no tanto para la
femenina.

Jayden enarca una ceja.

—El público que consume nuestro contenido es en su mayoría


masculino, por eso se toman en cuenta más los gustos de los
hombres.

—Las mujeres también vemos porno, pero quizá no queremos ver


media hora de como una chica le chupa el pito a un hombre y él solo
le da sexo oral treinta segundos, no es justo y tal vez por eso no
consumimos en la misma demanda.

Entorna los ojos.

—Así que te gusta el sexo oral.

Me sonrojo, pero le sostengo la mirada, Jay es guapo y


condenadamente sexy, pero me he acostumbrado a magnetismo
sexual de mi jefe y ese es inigualable.
—A todas las mujeres nos gusta, prefiero ver porno de lesbianas,
que porno hetero injusto.

—Quizá tienes razón, lo tendré en cuenta. Piensa lo de trabajar


conmigo, me gustaría seguir escuchando tu opinión sobre lo que les
gusta a las mujeres en el contenido adulto.

—Lo pensaré, gracias.

Me guardo la tarjeta en el bolso del saco. Un camarero pasa a


nuestro lado y el barman coloca en la barra las dos copas, tomo una
y me la empino, tengo la garganta seca. Arrugo el rostro por lo
fuerte de la bebida y boqueo.

—Tranquila, no queremos que te emborraches, debes comer algo o


se te va a subir.

Detiene al camarero que sostiene una charola con canapés y elige


varios que me extiende en su palma abierta. Los miro un poco
recelosa, tiene colores extraños, uno es verde, el otro negro y el
más normal como salmón.

—Yo los elegí y créeme que tengo un buen paladar —me anima a
probarlo.

Agarro uno de los que me ofrece, es una galletita con algún especie
de puré encima, algo que supongo es crema y un polvito rojo. Me lo
meto entero a la boca porque es chiquitín, sabe muy rico, pero no
logro diferenciar que son los sabores que estoy probando.

—Rico —admito—. ¿Qué es?

—Mousse de cangrejo con salsa de nuez y un toque de paprika, me


gustan las especias fuertes.

Mientras lo dice veo a mi jefe, que toma de una charola un canapé


exactamente igual al que me acabo de comer.

—¿Dijiste cangrejo y nuez?


Él asiente

¡No!

Ni siquiera me lo pienso antes de correr hacia él, aún sosteniendo


mi copa casi vacía en la mano. Corro tan rápido como puedo, ya
que nos separan algunos metros. El Sr. Black se lo lleva a los labios
y doy un brinco para alcanzarlo y arrebatar el canapé de su mano,
pero no puedo evitar el impacto a su cuerpo y empujarlo, haciendo
que caiga a un lado, yo con él y para colmo, arrastra también a
Mandy que tenía sujeto su brazo.

**********
2/3
30. FANTASÍA
Oh mierda.

Mierda.

Mierda.

Mierda.

Ni siquiera puedo comprender todo lo que exclaman a mi alrededor.


Ni siquiera quiero abrir lo ojos y ver lo que está sucediendo a mi
alrededor. Pero lo hago al sentir un empujón que me manda de
espaldas contra el piso y suelto la copa que termina de romperse.

Hay muchas personas conglomeradas a nuestro alrededor, unas


intentando levantar a Mandy y otras a mi jefe. Un par de manos me
toman por las axilas y me alzan, veo el rostro de Vlady, preocupado,
examinándome.

—¿Estás bien? —cuestiona, voy a responder cuando un gruñido me


enmudece.

—¡Candy!

Aprieto los ojos para no ver la cara de mi jefe.

—Lo siento, señor —me excuso de inmediato—. Señorita Mandy, lo


lamento mucho.

Ella me mira con algo de compasión, pero también con un deje de


molestia y no puedo culparla, la he hecho pasar una vergüenza
horrible.

—¿Y esta es la asistente que te ha durado ya una semana? —se


burla Herbert.
Mi barbilla tiembla.

—Inexplicablemente sí —sisea el jefe.

—Señor, el canapé tenía cangrejo y nuez, solo intentaba evitar que


sufriera una reacción alérgica.

Extiendo mi mano que mantengo apretada en un puño, pero el


canapé ya no está ahí, solo una mancha de lo que era. Entonces
veo el saco del traje de mi jefe, embarrado de mousse de cangrejo y
crema de nuez.

Oh mierda.

Esto no.

Las risas alrededor no mejoran mi la situación.

—¡Oh, jovencita! Por supuesto que yo no permitiría que Monty


ingiriera algo que le provocara una reacción anafiláctica, eran
canapés especialmente elaborados para él —explica Irina, en su
rostro veo también compasión, porque sabe que estoy apunto de ser
fusilada en el paredón.

A la madre, ahora sí la cagué muy, excesivamente, demasiado


cagada y embarrada.

—No se preocupe, ya lo limpio. —Tomo una servilleta de tela de una


de las mesas y me agacho a tratar de quitar los restos del canapé.
Sin embargo, la mano de mi jefe me la arrebata.

—No es necesario —grazna.

Ay, está muy enojado.

—Querido, fue un accidente —opina Mandy—. Ella pensó que te


haría daño, solo intentaba evitarlo.

—¿No pudo simplemente decirme que no lo comiera?


Bueno, podría haberlo hecho, pero se supone que tenía los labios
sellados.

—Usted me prohibió hablar para no avergonzarlo —suelto


desesperada por defenderme, pero las risas que resuenan me
indican que he empeorado la situación y el gesto de mi jefe también.

Ay, no.

El Sr. Black toma mi brazo y me arrastra hacia la salida de la


terraza. Me empuja al interior del elevador y con una expresión
colérica, poco digna de él, me señala con el dedo.

—Es… la peor asistente que he tenido en mi maldita vida, dígale a


Roney que la lleve a su casa y aléjese de mí.

Presiona un botón en la puerta del elevador y este se cierra. Mis


ojos, que ya estaban llenos de lágrimas contenidas, no pueden
seguir reteniéndolas más. Sollozo abrazando mi cuerpo mientras el
elevador desciende, no lo dijo, pero es más que evidente que me
acaban de despedir.

Salgo en la planta baja, esquivando a las personas a mi paso, que


me observan confundidas por ver a una versión moderna de La
Llorona. Una vez que estoy afuera, me doy cuenta que no sé dónde
está Roney, el móvil lo tengo en mi bolsa, pero seguro él me va a
preguntar que me pasa y no tengo ganas de contarle la vergüenza
que hice pasar a mi jefe… ex jefe, frente a tantas personas.

No traigo ni un centavo de dólar, mi bolsa se quedó en el auto, y


aunque la trajera, tampoco es que hubiera algo dentro. Me ajusto
bien el abrigo, hace bastante frío y comienzo a caminar, decidida a
irme a pie hasta Soho, no es tan tarde y si me apresuro
posiblemente llegue poco después de media noche.

—¡Candy! —gritan mi nombre, pero me rehúso a volverme, estoy


demasiado abochornada por todo lo que sucedió—. Detente.
Las manos de Vlady sujetan mis hombros para hacerme parar,
exhalo pesadamente y volteo, encontrando su rostro amigable.

—No te diré que la cagaste porque eso ya lo sabes, pero entiendo


que lo hiciste por Monty y su él es tan pendejo como para no
entenderlo, pues que se vaya a la mierda.

Suspiro.

—Da igual, me acaba de despedir —susurro.

—¿Qué? Es un imbécil —bufa Vlady—. Vamos, te llevo a tu casa,


mi auto está en el estacionamiento del hotel.

Llevarme a mi casa.

Sé que acepté su propuesta de follar esta noche, pero justo ahora


no me siento con ánimos de nada, ni siquiera de la compañía de
alguien, me gusta regodearme en mis penas yo sola.

—Te lo agradezco Vlady, pero prefiero estar sola, tomaré un taxi —


miento.

—Candy, no puedo dejarte ir sola, yo te llevo —insiste.

Niego.

—De verdad, prefiero estar sola.

Me deshago de su agarre y retrocedo dos pasos.

—Seguiremos en contacto, te daré el número de Chema y otro día


los presento.

Él asiente, resignado.

—Bien, ya no llores, Monty es un idiota. —Su mano limpia un


lágrima que baja por mi cachete.
Dejo salir una risilla.

—Lo es —admito—. Nos vemos Vlady.

Doy la vuelta y comienzo a caminar decidida, alejándome lo más


rápido que puedo. Avanzo aproximadamente dos cuadras, cuando
un automóvil negro deportivo con cristales polarizados, reduce la
velocidad y comienza a andar despacio a mi lado. Aprieto el paso y
busco dentro de las bolsas del abrigo algo con que poder
defenderme, pero solo encuentro el móvil de la empresa y la tableta.

Entonces la ventanilla baja, puedo verlo de reojo.

—Candy, sube al auto, te llevo.

Me detengo al notar que es Jayden Summers, pero inmediatamente


comienzo a avanzar de nuevo

Niego.

—Gracias, me voy caminando.

—No seas ridícula, no vas a llegar a ningún lado con esos tacones,
vamos, sube al auto.

Resoplo porque es cierto, ya me duelen los pies por traer puestos


estos zapatos desde hace una horas.

—¿Me quieres secuestrar o algo así? —lo enfrento.

Él se ríe a carcajadas.

—Es cierto lo que dijo Monty, que eres la persona más hilarante que
pueda existir.

Me detengo en el acto.

—¿El Sr. Black dijo eso?


—Sí, cuando le preguntaron por qué habías durado tanto en el
empleo.

—Una semana no es tanto —refuto.

—En los estándares de Monty, sí. Súbete ya, no me gusta que me


hagan esperar —ordena y por alguna razón me recuerda a mi jefe,
igual de odiosos.

Lo miro con recelo, pero al final rodeo el auto y subo en el asiento


del copiloto, dentro de este huele de maravilla, a loción varonil, cosa
que no había podido percibir antes en Jayden. Pone el auto en
movimiento y se pierde entre el tráfico.

—¿Dónde vives?

—En Soho —indico.

—¿Soho? —Arquea una ceja—. No me van a desmantelar el auto


ahí, ¿cierto?

—No, si no te detienes mucho tiempo.

—Pensaba que tendrías la cortesía de invitarme un trago por


llevarte y tener que dejar la fiesta de aniversario de la compañía.

Entrecierro los ojos en su dirección.

—¿Me estás llevando porque piensas que voy a follar contigo?

Él se ríe.

—Si quisiera follarte, te lo habría dicho desde antes que subieras,


no me ando con rodeos. Ahora que si quieres que lo haga, déjate de
rodeos y dímelo tú.

Contengo las ganas de darle un zape.

—No tengo ganas de follar, gracias —replico.


El móvil comienza a sonar, lo saco de la bolsa del abrigo y veo en la
pantalla el nombre de Roney. Supongo que ya sabe que me echaron
y debía llevarme de regreso. Me siento una persona desagradable
por apagar el móvil, pero justo ahora no quiero hablar de mi jefe…
ex jefe y seguro Roney querrá hablar de ello y lo defenderá, como
siempre lo hace.

—¿Tu novio? —pregunta Jayden con interés.

Otro con el cuento del novio.

—No, no tengo novio —aclaro.

—Vale, no quería tener que enfrentarme a un pandillero celoso de


Soho. Podría patearle el culo, pero no quiero ensuciarme.

Me río.

—Eres un engreído.

Se encoge de hombros.

—Las personas que tenemos posibilidades de serlo, lo somos.

Al menos lo reconoce, cuando le dije al Sr. Black que era un


estirado, lo negó. De pronto uno de sus dedos picotea mi mejilla
señalando algo.

—¿Estabas llorando?

Me limpio rápidamente, dejé de llorar después del encuentro con


Vlady, pero supongo que el delineador ha dejado su huella en mi
mejilla.

—De estrés, necesito el trabajo y fui despedida.

Jayden chasquea la lengua.


—La oferta de trabajo conmigo sigue abierta, yo no soy alérgico a
nada, por lo que no tendrás que hacer proezas para intentar salvar
mi vida de morir de una reacción anafiláctica.

—¿Es en serio? —pregunto incrédula.

Él asiente.

—Sí, ¿por qué no habría de serlo? Necesito una asistente y se nota


que haces el trabajo con pasión, solo hubo que ver cómo corriste
hacia Monty, ni Flash te habría alcanzado —se burla.

No puedo evitar darle una palmada en el hombro. Luego me


arrepiento, me está ofreciendo trabajo y yo le pego.

—Disculpa —me excuso, él me mira de forma atrevida.

—¿Eres dominante en la cama o algo así? Podría dejar que me


pegues si va a ser mientras me montas.

Toso al atragantarme con mi saliva.

—No, no soy dominante y no te voy a montar —aseguro.

Chasquea de nuevo la lengua.

—Que mal, porque ahora sí quiero follarte.

Vuelvo a atragantarme con mi saliva.

—¿Me ofreces trabajo y luego me dices que quieres follarme?

—Sí, ¿qué tiene de malo? Siempre he querido una asistente a la


cual follarme sobre mi escritorio, o en el archivero, o que se esconda
debajo del escritorio y me de una mamada mientras atiendo asuntos
importantes de la empresa.

Pero…
—Tu oferta de trabajo es extraña. ¿Sabes? E incomoda, dudo que
alguien la vaya a aceptar si la planteas así.

Jayden alza los hombros.

—Soy sincero, estás en posición de negarte, de rechazar el empleo,


o de tomarlo y decir que no quieres que te folle. Coños para follar
hay de sobra en una productora de pornografía, pero me gustaría
cumplir la fantasía del jefe que se folla a la asistente.

—Y después ser despedida —puntualizo—, prefiero el empleo sin la


follada sobre el escritorio.

—No te despediría por eso, nosotros no tenemos esa regla en


nuestra empresa, si ya se follan en las grabaciones, que se follen en
privado si quieren.

—¿Eso incluye al personal administrativo?

—Todos son lo bastante mayores para saber lo que hacen, mientras


no afecte su trabajo, no hay problema, pero si lo afecta, entonces su
corren el riesgo de ser despedidos, dramas en la empresa no
queremos.

Vaya, me parece bastante razonable su forma de pensar. También


creo que es problema del personal si decide tener una relación con
otro empleado, siempre y cuando no afecte su trabajo.

—¿De verdad me ofreces el puesto de asistente? Sin follar —aclaro.


Jayden es muy sexy, pero no quiero condicionar la oferta a tener
que abrirme de piernas, quiero el empleo, porque de nuevo necesito
un trabajo.

—Sí, sin follar, aunque tú te lo pierdes —dice engreído.

—¿Cuáles son los requisitos?

Jayden me indica presentarme el lunes en las oficinas de SGP


llevando mi documentación de que puedo trabajar en Estados
Unidos. Entre los requerimientos pide una carta de recomendación,
pero yo solo he tenido un empleo en Nueva York.

—Dudo mucho que el Sr. Black quiera recomendarme —gimoteo.

—Inténtalo, para que recursos humanos no se ponga pesado, pero


si no la consigues, no importa, igual mi madre te conoce, no creo
que haya problema.

—Bien, mañana iré a Black Productions a firmar mi despido y el


lunes me presento en SGP. Gracias Jayden, de verdad necesito el
trabajo.

Jay sonríe, esta vez no es tan cínico como las anteriores. Detiene el
auto en un semáforo y me mira juguetón.

—¿Me invitarás ese trago? No voy a follarte a menos que tu quieras,


te pongas en plan dominante, me pegues y te montes encima de mí.

Se me escapa una carcajada.

—Vale, te invito un trago, pero no me hago responsable si


desmantelan tu auto mientras estás en el departamento —advierto.

Él se lo piensa.

—Bueno, mejor te lo invito yo en mi oficina, el lunes, donde mi auto


está seguro.

Sonrío y asiento.

Terminamos de hacer el recorrido hasta Soho, las calles ya están


bastante silenciosas pero aún hay gente caminando. Bajo del auto
de Jayden y él me acompaña hasta las escaleras externas del
edificio.

—Gracias, por todo, por traerme, por el empleo y por hacerme reír,
lo necesitaba.
Me guiña un ojo.

—Fue un gusto conocerte Candy Ruiz, no había tenido un noche tan


divertida cuando se trata de la empresa, desde hace mucho.
Seguramente trabajar contigo será muy refrescante.

No sé que es lo que me mueve, pero sin darme cuenta, tengo las


solapas de su traje entre mis puños, su boca contra la mía y sus
manos apretando mi cintura de una forma poco propia. Su beso es
atrevido, su lengua juega dentro de mi boca y chupetea mi labio
inferior para después separarse, sonriendo y retrocede hacia su
auto.

—Te veo el lunes. —Me guiña una última vez un ojo y sube a su
vehículo.

Oh, mierda. ¿Qué hice?

Acabo de besar a mi futuro jefe.

**********
3/3
31. UNA SEMANA
Hacía seis noches que no podía dormir más que un par de horas,
aunque tampoco es que haya dormido mucho, pero al menos
descansé un poco más. Me levanto arrastrando mi alma por el suelo
y miro mi desastroso rostro en el espejo. Me veo terrible, mis ojos
están inflamados de tanto llorar anoche.

Todo estaba bien hasta que entré al departamento y tuve que


contarle a Chema lo que pasó, entonces todo me cayó encima. Me
despidieron. El Sr. Black me despidió. No solo perdí mi trabajo,
tampoco lo volveré a ver después de hoy, si es que lo veo.

Aunque estoy menos preocupada por lo económico gracias a la


oferta de trabajo de Jayden Summers, lo que verdaderamente me
vuelve a llenar los ojos de lágrimas es él, mi jefe. Ex jefe. No sé
cómo lo hizo, pero en solo una semana de trabajo, el Sr. Black se
volvió demasiado importante para mi vida.

Demasiado.

Y eso me duele mucho cada vez que recuerdo la última mirada que
me dio. Suspiro y me meto a la ducha, debo ir a la oficina a firmar mi
carta de despido, entregar el móvil y la tableta de la empresa y ver si
puedo conseguir la carta de recomendación que me pidió Jay.
Además debo recuperar mi bolso. Me visto sencilla, con mis jeans
desilachados oscuros, una remera negra sin mangas y unas flats
negras. Cómo si estuviera de luto.

La ropa que compré para la oficina está en su mayoría usada,


porque no he lavado de nuevo. Recojo mi largo cabello en una
coleta alta y no me tomo la molestia de maquillarme, si lo hago, solo
me voy a irritar más los ojos y los tengo demasiado rojos. Tomo un
analgésico para el dolor de cabeza y me coloco unos lentes oscuros
de Chema para salir.
Él aún duerme, por lo que no hago ruido, se quedó despierto
conmigo hasta tarde, consolándome y diciendo que no me
preocupe, que esta semana le ha ido muy bien en propinas, pero lo
que él no sabía es que no lloraba por el salario que perdí, sino por el
hombre que perdí, aunque realmente nunca ha sido mío.

Son las ocho de la mañana y el cielo está bastante nublado,


comienzo a caminar con calma, no tengo ninguna prisa por llegar y
terminar del todo la relación con la productora. Sin embargo,
pareciera que el tiempo se detiene mientras camino y llego antes de
darme cuenta. Respiro profundo y empujo los cristales tintados de la
entrada.

Kennedy #1 me mira de arriba abajo y ahoga una risilla. La ignoro


por completo y avanzo hasta la oficina de Kennedy #2 sin quitarme
los lentes. Esta también me mira como si fuera un extraterrestre,
pero lo que más me sorprende es que no diga nada, que ni siquiera
me detenga cuando avanzo hacia la puerta que divide a los pasillos.

Podría entregarle las cosas a ella, pero prefiero entregarlas al Sr.


Black y verlo una última vez. La puerta de su oficina está entre
abierta, puedo escucharlo discutir con alguien por teléfono, con esa
voz baja y fría. Quizá no sea el mejor momento para abordarlo, pero
no quiero seguir alargando la tortura, por lo que empujo la puerta,
entro y cierro.

Él me mira y parpadea dos veces, tiene grandes ojeras que nunca le


había visto antes, su cabello no está tan perfecto cómo todos los
días y no lleva la corbata, es extraño no verlo impoluto, pero por
algún motivo, me agita los latidos su imagen. Cuelga la llamada y
dejar el móvil sobre el escritorio. Avanzo despacio y dejo la tableta y
mi móvil también sobre la superficie y antes que pueda hablar, él se
me adelanta.

—¿Por qué carajos tiene el móvil apagado, Candy? Le he llamado


desde muy temprano.

Parpadeo.
No sé cómo responder a esa pregunta.

—¿Y qué es esta maldita hora de llegar? —sisea, lo que me hace


fruncir el ceño.

Si ya no es mi jefe, no tengo por qué seguir soportando sus malos


tratos, por mucho que me encante, ya no es mi jefe para hablarme
así.

—Disculpe, no sabía que debía venir a primera hora para


entregarme la carta de despido, y si era por los aparatos, ahí están,
no me los iba a robar.

El Sr. Black frunce el ceño.

—¿Carta de despido? ¿De qué está hablando?

¿Cómo que de qué estoy hablando?

—Usted me despidió anoche —le recuerdo rodando los ojos y


tratando de parecer no afectada por ello.

Él frunce aún más el ceño, formando dos arrugas profunda entre


ellos.

—¿De dónde saca eso? Yo no la despedí.

Retrocedo dos pasos.

Sinceramente, no sé que pensar de lo que acaba de decir, no sé


cómo reaccionar a su declaración, cuando anoche me trató de la
peor manera y me echó del evento, pero hoy viene a decir que no
me despidió.

—Me dijo que era la peor asistente que había tenido y que me
alejara de usted —puntualizo, tragándome las lágrimas que se me
quieren acumular por volver a recordar eso.
—Es la peor asistente que he tenido —recalca—, pero no la
despedí, sólo le dije que se fuera.

No me despidió.

Puta madre.

No me despidió.

Ay carajo.

—¿Cómo se supone que debía tomarme esas palabras y la forma


en la que me habló? Para mí fue más que claro que lo había hecho.

—Estaba furioso por la vergüenza que nos hizo pasar a Mandy y a


mí, solo le pedí una cosa y fue justo lo que hizo. Pero en ningún
momento le dije que estaba despedida —repite.

MI. ER. DA.

—Sr. Black —pronuncio sacudiendo la cabeza, no estoy


entendiendo cuál es su juego—, si soy la peor asistente que ha
tenido, entonces no entiendo por qué no me despide. Si quiere que
yo renuncie y así no verse obligado a pagarme una indemnización,
está bien, lo hago. Renuncio.

—¿Qué? —Se pone de pie, apoyando las dos manos en el escritorio


—. No puede renunciar Candy, la Expo es la próxima semana, lo
sabe perfectamente.

Sí, lo sé, yo misma confirmé las reservaciones de los vuelos y las


habitaciones del hotel y que todos los souvenirs que se entregarán a
los asistentes estuvieran a tiempo en el hotel.

—No puedo quedarme sin una asistente justo ahora, viajamos


mañana por la noche a los Ángeles.

¿Qué?
—¿Viajamos? —cuestiono, incrédula—. Usted no me dijo que debía
ir.

—Es mi maldita asistente —rumia—, por supuesto que debe ir


conmigo.

Joder.

—Sr. Black, yo… yo… —tartamudeo, ahora no sé cómo decir que


tengo un empleo nuevo.

—¿Está hablando en serio? ¿Va a renunciar y dejar el trabajo tirado


sabiendo que no voy a poder conseguir otra asistente para mañana
en la noche?

Sus ojos me miran furiosos, pero hay algo más en su expresión,


algo que no se descifrar, pero que me hace retroceder un paso.

—Yo creí que me había despedido —murmuro—, y acepté la


propuesta de trabajo de Jayden Summers.

—¿Qué? ¿Cuál propuesta de trabajo? —Rodea el escritorio en dos


segundos dando zancadas largas, de pronto lo tengo frente a mí,
más furioso que nunca, incluso más que anoche.

—Jay me ofreció trabajo anoche y yo lo acepté porque necesito


trabajar.

—¿Jay? —increpa con una ceja enarcada—. ¿Jay? ¿Tanta


confianza se tomaron anoche? ¿Él fue quien la llevó a su casa?
Porque Roney me dijo que no le tomó la llamada.

—Sí, él me llevó —admito.

—¿Entonces qué? ¿Me va a dejar a mi, para irse con él? Creo que
solo está usando de excusa lo de anoche para botar el trabajo.

Pero…
¿Qué mierda?

¿Ahora yo soy la mala del cuento?

—Usted me humilló anoche, y me echó, no diga que no es cierto —


me defiendo, elevando un poco la voz.

—¡Usted me avergonzó frente a todos mis colegas! ¿Qué


esperaba? ¿Qué le aplaudiera? —Él también alza la voz y se inclina
ligeramente hacia mí, lo cuál me provoca retroceder.

—¡Pero le dije que yo creía que el canapé tenía cangrejo y nuez,


creí que le haría daño, solo intentaba protegerlo! —grito.

—¡Lo sé! —grita también—. Lo sé —repite recuperando la


compostura—, lo entendí minutos después y le llamé a Roney para
pedirle que regresaran pero usted no estaba con él y no le tomó la
llamada, incluso le apagó el teléfono. Y Roney la buscó por horas en
los alrededores, maldita sea, Candy, hizo que nos preocupáramos,
Mandy estaba muy nerviosa.

—Yo… yo… —tartamudeo de nuevo, no sé cómo asimilar lo que


está diciendo.

—Y le marqué mil veces anoche y otras mil veces esta jodida


mañana y usted seguía con el móvil apagado. —Comienza a
caminar de un lado a otro, apretando el puente de su nariz, su voz
subiendo de nuevo de volumen—. ¿Para que mierda son los
móviles si no va a tomar las llamadas, Candy? Hace que la gente
piense cosas, hace que la maldita gente se preocupe.

Me quedo tiesa, sin saber que decir y sin poder creer lo que acaba
de decir. Él me buscó anoche. Me llamó. Y yo estaba con Jayden. Y
acepté su empleo. Y lo besé.

Es que nunca voy a dejar de hacer pendejadas.

—Sr. Black…
—¿De verdad va a dejarme e irse con Jayden?

No respondo. No sé cómo hacerlo. No sé ni siquiera que debo


hacer.

—Perfecto —declara, baja los brazos y rodea de nuevo el escritorio


para sentarse en su sillón giratorio—. Muy bien. Váyase, puedo ir
solo a la Expo.

—Señor… yo…

Respiro, no sé lo que estoy pensando, es que ni siquiera lo hago


claramente, todo lo que dijo gira en mi cabeza, todo lo que pasó en
esta semana, todo lo que este hombre me ha hecho sentir, tanto lo
bueno como lo malo. No sé si seguiré siendo capaz de verlo follarse
a mil mujeres más, o peor aún, de verlo a lado de Mandy, porque
eso definitivamente me hiere.

Pero tampoco puedo ser hipócrita conmigo misma, no quiero


dejarlo, al menos no, si puedo tenerlo unos días más y hacerme a la
idea poco a poco que deberé dejarlo ir. Porque definitivamente debo
dejarlo ir, no puedo seguir trabajando con una persona de se roba
una parte de mi corazón cada día y no le importa herirlo.

—Puedo terminar el contrato de prueba, queda una semana, lo


acompaño a la Expo y después ya no me va a necesitar y puede
buscar otra asistente con calma —digo en voz baja. Realmente lo
que a él le preocupa es el viaje a Los Ángeles.

—Dudo que su nuevo jefe admita eso.

—¿Me presta el móvil para hacer una llamada? —pido, señalando


mi móvil sobre el escritorio.

No espero su respuesta, simplemente lo tomo, lo enciendo y busco


entre los contactos el número de SGP. Me contesta la recepcionista
y pido ser comunicada con el director creativo de parte de Black
Productions, en cuestión de segundos, la voz atrevida y segura de
Jayden responde.

—Hola —saludo animada, el Sr. Black me observa con una ceja


enarcada—. Soy Candy.

—Candy Ruiz —comenta juguetón—, que gusto escucharte, aunque


preferiría tenerte en frente y ver mover esos labios.

Me sonrojo al recordar que anoche lo besé.

—¿Por qué llamas desde Black Productions?

—Pues… vine por la carta de recomendación que me pediste… —El


Sr. Black alza ambas cejas—. Pero hay una cuestión, necesito
terminar mi contrato de prueba y después, el Sr. Black me la dará
sin ningún problema —digo viéndolo a los ojos, retándolo a negarse,
cosa que no sucede.

—Ya veo. ¿Y cuánto tiempo es?

—Una semana —informo.

—Una semana —repite—. Bien, puedo esperar, igual esta debo


viajar a la Expo de Los Ángeles y no tendrías mucho que hacer en la
oficina, no te preocupes, termina tu contrato para Monty y
regresando te presentas en SGP.

Sonrío y bajo el rostro, porque no soporto la mirada del Sr. Black.

—Gracias, te veo en Los Ángeles.

—¿Tú también vas?

—Sí.

—Excelente, te veré ahí, será… interesante.


Termina la llamada y dejo el móvil de nuevo en el escritorio, el Sr.
Black me mira fijo e inexpresivo.

—Jayden accedió —murmuro—, puedo terminar mi contrato de


prueba.

Asiente rígido.

—Bien, a trabajar que hay mucho por hacer antes de tomar el vuelo.
Tráigame un café —ordena serio.

—Ya mismo, señor —respondo amable, después de todo sigue


siendo mi jefe por una semana más y eso hace latir mi corazón de
nuevo. Doy la vuelta y comienzo a caminar a la puerta.

—Y Candy… se ve muy bien hoy, le queda mejor ese estilo que el


de oficina —dice en voz baja y sin mirarme.

Sonrío.

Le gusta el estilo de pandillera de Soho.

—Gracias, señor, lamento no poder decir lo mismo de usted —


repongo y salgo por la puerta.
32. IDEAS
Trabajamos sin parar hasta que llega la hora del almuerzo. No
desayuné y anoche no cené, por lo que a esta hora mis tripas se
comen unas a otras en mi estómago, en una escandalosa pelea de
gruñidos que hacen a mi jefe mirarme por momentos y yo me hago
la occisa.

—Es hora de salir o se le hará tarde para el almuerzo —opino,


después de hacer la última anotación sobre lo que debo revisar
antes de irnos a Los Ángeles.

—Cancelé la cita de hoy —responde con la vista clavada en la


pantalla de la computadora—. Hay mucho que hacer, pida que nos
traigan algo y comeremos aquí.

—¿Aquí en la oficina?

—Sí. —De pronto me mira—. Si lo prefiere puede salir a comer, si


no le agrada la idea de comer conmigo.

Ladeó la cabeza a un lado, me da la impresión que el jefe está un


poco resentido conmigo por haberle dicho que acepté el empleo de
Jay, procura no mirarme y me habla con excesiva cordialidad.

—No me molesta comer con usted, Sr. Black, pero no creo que la
oficina sea un buen lugar para hacerlo, podríamos ensuciar el
escritorio.

—¿Entonces qué propone? No quiero salir, no me siento…


presentable —dice mirando su traje.

A mí me parece que el aire casual, sin corbata le queda bien, pero


es cierto que se ve mucho mejor cuando está impecable.

—¿Podemos comer en la sala de edición? Está muy tenso —señalo


—, quizá si vemos una película, que no sea de la productora —
aclaro—, se relaja un poco, creo que he visto su párpado brincar un
par de veces.

El jefe retira la mirada y pasa una mano por su rostro.

—Bien, pero no me gustan las películas de suspenso o terror.

Enarco una ceja.

—¿Le dan miedo?

—Por supuesto que no —contesta de inmediato—, pero si el fin es


desestresarme, esas películas no van a ayudar.

Tiene un punto.

—Entonces una película romántica —digo animada.

Rueda los ojos.

—Bien, elija la película que quiera y pídame una ensalada.

Asiento y tomo el teléfono para llamar a un restaurante. Elijo comida


griega, nunca la he probado, pero por lo que me dicen en el menú
se me antoja. Nos dirigimos a la sala de edición, donde le digo al
encargado que busque la película que escogí en Netflix. Me siento
extrañamente animada de tener una comida con película incluida
con mi jefe, y hace que mis latidos andén todos alborotados.

Bajo por un café y botellas de agua y me siento a ver el único de la


película mientras espero que traigan la comida. Es una adaptación
de un libro para mayores de edad, supuestamente con la temática
bdsm, pero bastante suave, así que a mí me parece romántica, pero
no tan rosa como otras que también me gusta, y seguro pondrían de
mal humor a mi jefe por tantos corazones.

—¿A las mujeres les gusta esto? —pregunta colocando gesto de


fastidio.
—Definitivamente sí, una chica común, que queda eclipsada por un
empresario misterioso y dominante, definitivamente es la fantasía de
la mayoría de las mujeres.

El Sr. Black me mira.

—Pero las escenas sexuales son terribles —opina.

—A mí me gustan, pero no niego que sería mucho mejor si no


fueran censuradas, el libro es bastante explícito, lo leí en PDF —
confieso—. Sería genial poder ver sin censura todo lo que viene en
el libro.

Me mira con curiosidad.

—¿Algo así con una versión pornográfica del libro?

—El libro es bastante pornográfico, pero sí. ¿Nunca lo ha pensado?


Hacer películas basadas en libros sin ninguna censura, plasmar a la
perfección lo que un autor transmite en sus palabras y volverlas
realidad, yo creo que eso sería algo magnífico, nunca antes visto y
tendría muchísima demanda de público femenino, es bien sabido
que la pornografía la consumen más los hombres.

El jefe parpadea varias veces sin decir nada, mi móvil suena


indicándome que la comida ya llegó y me disculpo un segundo para
ir por ella. Cuando regreso hay una de esas escenas que me
gustan, cachondas claro y el jefe mira atento lo que sucede.
Acomodo los contenedores con la comida y me siento de nuevo a
disfrutar la película.

—Siga hablándome de su idea —pide, yo lo miro confundida.

—¿Qué idea?

—La de los libros hechos películas sin censura, creo que puede ser
una buena categoría en la productora, si llegase a encontrar libros
con autores dispuestos a permitir ese tipo de filmación.
—Yo creo que sí habría quienes lo permitieran, si ellos escribieron
algo tan explícito, dudo que se sientan ofendidos por proponerles
llevarlos a la pantalla en una plataforma exclusiva para este tipo de
películas. Claro habría que cuidar mucho la estética, no hacerlo
como pornografía vulgar.

—Eso representaría una inversión fuerte.

—Pero se vería recompensado con un aumento de público femenino


dispuesto a pagar una suscripción a la plataforma, con tal de ver
uno de sus libros favoritos hecho película sin censura.

—Tal vez… se podría hacer una prueba y ver si realmente es algo


rentable.

—Yo creo que sí, como lectora de literatura erótica bastante fuerte,
le digo que muchas mujeres querríamos ver eso.

—El problema es encontrar la primera historia para filmar.

—Si me permite hacerle recomendaciones, yo he leído muchos


libros y podría contactar al autor.

—La escucho.

Durante hora y media hablo y hablo de los libros que he leído, los
que más me han gustado y los que pienso con más posibilidades de
acceder a darnos los derechos para la filmación. El jefe me escucha
atento mientras come, la película queda en segundo plano, ni
siquiera nos damos cuenta cuando termina, porque seguimos
enfrascados en nuestro intercambio de ideas.

—Realmente es algo que creo que es una opción muy buena, señor.

—Le daremos una oportunidad, regresando de Los Ángeles me


meteré en ese tema, lástima que usted ya no estará aquí para ver el
desarrollo de su idea.

Carraspeo.
Ni siquiera recordaba que después de Los Ángeles ya no estaría
aquí. Ni siquiera recordaba que se suponía que mis ideas y
opiniones debía dárselas a Jayden Summers para el departamento
creativo de SGP, pero no me arrepiento de haberlo comentado con
el Sr. Black, aunque no trabaje más para él, amaría ver qué toma mi
idea y la aplica en la productora.

—Puedo mandar los correos antes de irme, la mayoría de las


historias de las que le hablé son de autores latinos, y puedo
investigar como ponerme en contacto con ellos, hacerles la oferta y
después sería trabajo de usted concretar si están interesados.

—¿Es definitivo que se va, Candy? —preguntan en voz baja, mi


corazoncito de pollo sufre por el tono en el que suenan las palabras.

—Señor… yo…

—Está bien, no la voy a obligar a quedarse aquí si lo que prefiere


está en Summers —declara.

No, lo que prefiero está aquí, frente a mis ojos, el problema es que
yo no soy lo que él prefiere, al menos no fuera del ámbito laboral,
pero yo no puedo separar el trabajo de lo que comienzo a sentir por
él y prefiero irme antes que esto se vuelva insostenible para mí.

—Usted tiene una buena relación con Irina y Jayden, no quisiera


que eso se va afectado por mi culpa.

—Por supuesto que no, mi amistad con Irina va más allá de una
asistente.

Eso, es justo lo que soy para él, una asistente.

El jefe se adelanta al foro a supervisar las grabaciones de hoy


mientras yo me hago cargo de limpiar la sala de edición. Preparo
otro café y se lo llevo al set, donde me encuentro de nuevo con la
chica tetas al aire, Serena, la cual de nuevo tiene las tetas al aire.
—Así que aún tienes a la misma asistente —comenta hacia mí jefe,
él asiente rígido—. Debe ser muy eficiente si aún la conservas.

Vuelve a asentir.

—¿Me haces un favor, Candy? —se dirige a mí.

—Sí claro, a sus órdenes, señorita Serena. —Me siento extraña de


decirle «señorita», siendo ella una actriz porno, pero lo hago por
educación.

—¿Me puedes aplicar aceite en el cuerpo? No sé dónde anda


metida Ruthie, la asistente de maquillaje y no me gusta que ninguno
de los chicos me manosee si no me van a pagar por ello.

Ahogo una risita.

—Por supuesto —accedo. Tomo la botella de aceite con olor a


lavanda y comienzo a frotarlos por su cuerpo.

Se nota que hace mucho ejercicio, todo su cuerpo es muy firme y ni


qué decir de sus tetas. Aunque me da vergüenza tocar sus senos
desnudos, lo hago, manteniendo una actitud profesional. En el foro
hay un silencio aplastante, volteo a ver qué sucede que no hay el
murmullo de voces habitual y descubro que hay muchas personas
observándonos a Serena y a mí.

Me sonrojo aún más con mis manos en sus glúteos.

—Ignóralos —dice Serena—, estamos trabajando, pero no dejan de


ser hombres y la dedicación con la que haces tu trabajo los ha de
poner calientes.

¿La dedicación con la que hago mi trabajo?

—Tienes unas manos maravillosas ¿sabes? Ahora no quiero que


nadie más me vuelva a poner aceite más que tú. Hasta yo me puse
horny.
Suelto una carcajada.

—Quizá por eso el jefe aún la conserva —murmura Emet cerca de


nosotras—. ¿Lista Serena? Vamos a comenzar la grabación.

Terminó rápido de aplicar el aceite y regreso a lado de mi jefe que


permanece serio, observando las indicaciones que da el director de
escena a Serena y al otro chico que no conozco, pero que es el
mismo de la primera vez que entré a un foro y descubrí que clase de
productora era.

—¿También tiene amistad con Emet? —cuestiona el Sr. Black con


los brazos cruzados.

—No, hemos cruzado algunas palabras, pero no diría que es mi


amigo, solo es amable conmigo.

—¿Y Vlady?

—Bueno, a él si puedo considerarlo un amigo, aunque tampoco he


tenido demasiado contacto con él, se portó muy amable anoche
conmigo.

—¿Ah, sí? ¿Muy amable?

—Se ofreció a llevarme a mi casa, pero yo no accedí, así que no


hay motivo para despido —aclaro porque veo en sus ojos un
vestigio de molestia—, entre nosotros no hay nada.

—Pero en una semana ya no trabajará aquí.

—Eso es cierto, pero después igual ya no será un motivo de despido


si llegase a pasar algo, ya que no seré una empleada de Black
Productions.

—¿Ese es su motivo para irse? ¿Poder salir con Vlady?

Resoplo.
¿De verdad me está preguntando eso?

—No, señor —afirmo.

—¿Entonces cuál es Candy? ¿Le ofrecieron un mejor salario?

—La verdad es que ni siquiera sé cuánto me va a pagar Jayden —


confieso, no le pregunté anoche por ese tema.

—¿Entonces por qué se va? —rumia, sus ojos fijos en los míos y
me provoca que mi piel se erice.

—Por usted, señor —susurro—. Me voy por usted, porque no puedo


seguir trabajando a su lado.

Su gesto se descoloca, pero no soy capaz de permanecer frente a


él. Me doy la vuelta y salgo del foro, con el corazón en la garganta
por lo que acabo de decir, pero no podía seguir callándolo más,
ahora lo sabe y seguro estará de acuerdo con que debo irme.

Durante horas él se queda en el foro, no regresa a la oficina y yo


ocupo el tiempo en investigar a las autoras de los libros que más me
gustan para contactarlas, a algunas les dejo mensajes en sus redes
sociales y a otras mando correos electrónicos, a las que puedo
conseguirlos. Espero que alguna de ellas acceda a darnos los
derechos de sus obras.

Cuando el Sr. Black regresa ya es tarde, cerca de las ocho de la


noche y apagó los equipos para salir de la oficina, ya es hora de la
cena y espero que este día si me permita retirarme temprano, debo
preparar equipaje para el viaje a Los Ángeles y lavar ropa porque no
tengo limpia.

—Ya puede retirarse Candy, Roney la llevará a su casa —dice serio.

—¿Ya puedo irme? ¿Tan temprano? ¿No necesita nada más?

Niega.
—Si no quiere ir a la Expo, está bien, puedo hacerlo solo. Pase con
Kennedy el lunes y recibirá su indemnización.

Mi corazoncito se tropieza un latido. Sabía que él estaría de acuerdo


en que me vaya al decirle que todo esto es por él.

—Tenemos un acuerdo, Sr. Black, terminaré mi contrato como es


debido —declaro solemne—. Lo veo en el aeropuerto mañana,
buenas noches.

Me apresuro a salir de la oficina apretando fuerte la tableta contra mi


pecho y una desazón apretándome el estómago. Era lógico que él
no quisiera tenerme a su lado si le daba a entender mis
sentimientos, pero verificar que no le interesan es más doloroso que
la humillación de anoche.
33. EL VIAJE
—¿Estás segura que quieres ir a ese viaje? —cuestiona Chema
ayudándome a cerrar la maleta que me prestó, es pequeña, por lo
que debemos hacer un esfuerzo descomunal.

Anoche lavé toda mi ropa después que Roney me trajera e intentara


disuadirme de irme de Black Productions a SGP. Pero es algo que
ya decidí, es lo mejor para mí a largo plazo, aunque no sea lo mejor
en este preciso instante porque me duele el corazón de alejarme de
mi jefe.

Suspiro.

—Estoy segura, quiero terminar el contrato para que me paguen y


me den la carta de recomendación, así puedo empezar bien en SGP
—miento.

Mi verdadero motivo para ir a Los Ángeles, en primera, estar cerca


del Sr. Black el mayor tiempo posible, y en segunda, porque no sería
capaz de dejarlo solo en esto. Seguro puede sacarlo adelante, como
pudo sacar su empresa, pero me sentiría muy miserable haciéndole
eso, dejándolo solo.

—Bueno, no dejes que ese idiota de tu jefe te haga sentir menos,


recuerda que tienes otra propuesta de trabajo y ninguna necesidad
de soportarlo.

Asiento.

Chema me da unos dólares para no irme en blanco, además


también llama a un taxi del aeropuerto para que me lleve a este. Se
despide de mí dándome un beso en la frente y le doy un abrazo, es
la primera vez que estaré en otro estado de desde que llegué a
Nueva York, y si no fuera porque voy con el Sr. Black, estaría
demasiado asustada de no tener a mi amigo cuidándome.
Abordo el taxi, tarda bastante en llegar al aeropuerto porque él
tráfico está pesado, pero aún así consigo arribar en un tiempo
considerable. Cuando me reúno en la sala de espera indicada con
mi jefe, veo a las personas que irán también. Entre ellos están Emet,
el asistente del director, el propio director de escena, algunos chicos
del staff, dos actrices y Vlady.

Le sonrío al último, que desde lejos me guiña un ojo.

—Creí que no llegaría a tiempo, Candy —comenta el jefe en voz


baja—. Su maleta no es grande, no necesita documentarla, no falta
mucho para abordar.

—Lo siento, señor, había mucho tráfico —me excuso.

Asiente de forma rígida cuando saludo con la mano a Emet que


también me saluda.

No debemos esperar por mucho tiempo cuando anuncian que


debemos abordar el avión. Me siento nerviosa, sólo he viajado una
vez en avión, cuando vine de Ciudad de México hacia acá y no fue
una experiencia agradable, pero como nadie me vio, nadie sabe lo
terrible que fue para mí. Pero ahora estoy con el Sr. Black y me da
vergüenza ponerme igual de ansiosa que ese día.

Por lo que finjo calma mientras hacemos la fila y subimos. Cuando


yo viajé obviamente lo hice en la económica, pero ahora voy en
primera clase. Busco el número de asiento que me corresponde,
mientras el jefe conversar con él director de escena y me peleo con
la maleta para meterla en el compartimiento superior.

—¿Te ayudo? —pregunta Vlady en mi oído, haciéndome sonreír,


sus manos apoyan las mías mientras empujamos la maleta y su
cuerpo se presiona contra el mío, dejándome sentir su bulto en mi
espalda baja

Me sonrojo.
Es un buen bulto. Pero eso ya lo sabía, ya se lo había visto.

—¿Crees que Monty se moleste si me siento contigo? Mi lugar es el


de atrás.

Miro en dirección hacia el Sr. Black.

—Ya sabes cómo es de estricto con las reglas.

—Pero no te voy a besar… —susurra acercándose a mí,


presionándome de nuevo contra el asiento. Miro en todas
direcciones para verificar si alguien nos está viendo, pero todos
parecen ocupados acomodándose en sus lugares—. A menos que
tú quieras, cuando apaguen las luces.

—¡Candy! —Escucho el gruñido y aprieto los ojos.

—Siéntate en tu lugar —respondo a Vlady, le doy un ligero empujón


para deshacerme de su encierro y giro hacia mí jefe—. Dígame,
señor.

—Acomódese de una vez en su asiento, que yo también quiero


hacerlo en el mío —rumia señalando nuestros lugares.

No sabía que nos sentaríamos juntos, hasta donde sabía, el director


y él tenían asientos contiguos. Asiento de inmediato y me meto en
mi sitio, junto a la venta, y él se sienta en el lugar que queda a lado
del pasillo.

—Y después dice que no tiene nada con Vlady —sisea colocándose


el cinturón de seguridad.

—Somos amigos —suspiro—, aunque sí creo que le gusto en


verdad. Es bonito sentir que puedes atraerle a alguien —comento
distraída, me agrada mucho Vlady, está de buen ver y seguro folla
rico rico, pero no es la persona a la que quisiera atraerle.

—¿Entonces admite saber que le atrae a Vlady? Y no solo eso, le


gusta la idea.
—Sí —admito. Saber que le gusto a Vlady me eleva el autoestima y
mi orgullo femenino.

No dice más, se queda callado hasta que anuncian que estamos


próximos a despegar. La azafata da las indicaciones, pero no la
escucho porque mis oídos han comenzado a zumbar y me sudan las
manos. Procuro mantener la calma para no hacer un espectáculo
frente a mi jefe y los demás, pero estoy demasiado ansiosa por el
despegue.

—¿Sucede algo? —cuestiona con una ceja enarcada.

Niego.

—Está muy tensa —puntualiza.

Niego de nuevo, comenzando a sentir algunas gotas de sudor


recorrerme el cuello. Cuando el avión comienza a despegar y esa
sensación horrible de estar dejando el estómago cayendo en un
vacío me embarga, mi respiración se sale de control y se vuelve un
caos. Aprieto el posa brazos tan fuerte como puedo y también los
labios para no gritar.

—Candy —murmura a mi lado la voz suave de mi jefe, volteo a verlo


rígida como estoy y noto en su gesto algo de preocupación. O eso
creo—. Tranquila, respire profundo.

Me mira fijamente a los ojos y me indica el ritmo de la respiración


que debo llevar, toma mi mano y me obliga a soltar el posa brazos,
enreda sus dedos con los míos y vuelvo a cerrarla muy fuerte,
apretando sus dedos. Hace una mueca de dolor pero no la retira,
me permite sujetarla hasta que mi ataque de ansiedad va cediendo
y mi respiración se acompasa a la de él, mientras él avión se
estabiliza en el aire y dejo de sentir esa horrible sensación que
genera el despegue.

—¿Mejor?
Asiento, trago grueso para darle las gracias, pero no encuentro mi
voz.

—No me dijo que le deba miedo volar.

—E-es q-que n-no m-me da m-miedo —tartamudeo con voz


temblorosa—, s-solo es e-l d-despegue.

—Sí, es algo incómodo, pero con el tiempo uno se acostumbra.

Su mano aún sostiene la mía con firmeza, en medio de mi estrés no


había caído en cuenta de lo bien que se siente tenerlo tomado de la
mano, hasta ahora me hago consciente de ello y de cómo la
presiona, lo que me indica que no tiene prisa por soltarme, así que
yo tampoco lo hago. Mantengo mi mano en la suya, disfrutando de
su calor y suavidad y de cómo mis latidos ahora están
descontrolados por algo que no es el despegue.

—Gracias, señor —susurro.

Él sonríe.

—Trate de dormir para relajarse, nos quedan algunas horas de


vuelo.

✤✤✤

El Sr. Black sacude mi hombro para indicarme que ya aterrizamos,


me tomé en serio lo de dormir para relajarme, anoche con toda la
bomba de sentimientos por mi confesión y su falta de interés no
pude hacerlo mucho. Me doy cuenta que aún sostiene mi mano y
que estoy recargada en su hombro, mientras él mantiene una pose
que luce incómoda, dejando su hombro a mi altura, lo que lo obliga
a arquearse hacia un lado.

Carraspeo y me siento correctamente, descubriendo que hay una


ligera mancha de humedad sobre su camisa fina y llevo mi mano
inmediatamente a mi boca para corroborar, con vergüenza, que
babeé sobre su hombro. ¡Mierda! Babeé el hombro de mi jefe.
Avergonzada a más no poder por eso, evito mirarlo y simplemente
me pongo de pie para sacar mi maleta del compartimento, con la
ayuda de Vlady, que le sonríe a mis gesto adormilado y
descendemos del avión.

De verdad que no sé dónde esconder la cabeza durante el trayecto


al hotel, en el auto rentado por mi jefe, en el que va también el
director de escena y Emet. El asistente del director me hace una
señal para que me limpie la mejilla, y me avergüenzo aún más al
descubrir saliva seca en ella. Es bastante tarde, debe pasar la
media noche cuando arribamos al hotel, en el cuál hay un ajetreo
considerable, recibiendo a las personas que llegan a la Expo.

Todos reciben su tarjeta – llave para la habitación que les


corresponde, menos yo, por lo que creo que el jefe debe tener la
mía. Cómo sigo avergonzada para hablarle, decido esperar que él
mismo me la de. Subimos en grupo en el elevador, pero me
sorprende ver qué el Sr. Black opta por subir por las escaleras, por
lo que al salir en nuestro piso, todos se van a sus habitaciones y yo
debo esperar por mi jefe a un lado de las escaleras.

—¿Por qué no subió al elevador, señor? —pregunto al verlo


aparecer, lo sigo mientras camina hacia la suite que le corresponde.

—Había muchas personas dentro —objeta.

Si había personas dentro, pero no tantas, es un elevador grande.

Nos detenemos en la puerta de su suite, desliza la tarjeta y abre. Me


quedo de pie esperando que me de la mía y me indique cuál es mi
habitación. Sin embargo, al verlo dar una cabezada hacia el interior,
indicándome entrar, me quedo petrificada.

—¡Entre, Candy! —dice exasperado y da un empujoncito a mi brazo


para obligarme a moverme—, estoy cansado, adolorido y quiero
darme una ducha para poder dormir.
—¿Dormiremos en la misma habitación, de nuevo?

—La suite tiene dos dormitorios. —Señala las puertas—. Esa es la


suya —aclara, su dedo índice apuntando a la de la izquierda, la que
no tiene vista al mar, pero no me quejo, me voy a quedar en una
suite.

Me voy hacia mi dormitorio y descubro que mi maleta ya está aquí,


el servicio del hotel debió colocarlas en sus respectivos lugares,
pero fueron muy rápidos. Todo es lujoso y bonito, colores claros que
da un ambiente cálido, como el clima del lugar. Reviso el baño, es
pequeño pero lindo y tiene una bañera que voy a disfrutar mucho.

El Sr. Black quería ducharse.

Salgo de inmediato y me dirijo hacia su dormitorio, tiene la maleta


abierta en la cama y parece buscar algo con desesperación.

—Voy a preparar la ducha —informo.

Pongo a llenar la bañera y después me dirijo a la maleta, la suya es


bastante grande, y comienzo a sacar la ropa que ya revolvió y se
empieza a arrugar. Encuentro el neceser con sus artículos
personales y echo sobre la bañera los aceites esenciales y el gel de
ducha que usa. Una vez lista, le indico entrar mientras yo me dedico
a acomodar la ropa en el armario, tratando de alisar la lo más
posible para que no siga arrugándose.

—¿Necesita algo más, señor? —Asomo la cabeza por la puerta—.


¿O me puedo ir a dormir?

Lo cierto es que no tengo sueño, dormí las horas de vuelo que creo
fueron cinco o quizá más, pero ya es tarde y él si debe estar
cansado, no creo que haya podido dormir en esa mala posición.

—Sí, se me ofrece algo más —pronuncia poniéndose de pie, su


glorioso cuerpo desnudo escurriendo agua es hipnótico, pero
reacciono y le alcanzo la bata.
—Dígame —carraspeo.

—Me debe un masaje y lo necesito ahora, me duele el cuello y la


espalda por el viaje.

Me atraganto, más aún cuando no se pone la bata, solo se seca


superficialmente y se dirige desnudo a la cama, donde se acuesta
boca abajo.

—Utilice el aceite de lavanda, ayuda a relajar —ordena en voz


suave.

Respiro profundo y hago lo que me ordenó, tomo el aceite y me


siento en la orilla de la cama, admirando esa espalda de piel
lechosa.

—A sus órdenes, Sr. Black —susurro y lleno mis manos de aceite.


34. ASÍ ES MEJOR
Mis latidos son tan estridentes que no sé cómo es que el Sr. Black
no los escucha. Mis manos recorren su espalda desnuda,
presionando con firmeza a lo largo de su columna y debajo de sus
omóplatos. Está tenso, puedo sentirlo en mis dedos y en como se
queja ligeramente cuando apoyo mis pulgares haciendo
movimientos circulares, intentando relajar sus músculos.

Mi posición es incómoda, sentada a la orilla de la cama y con el


torso girado hacia él y comienza a dolerme el lateral derecho.
Masajeo también su cuello, su gemiditos de satisfacción son
sugestivos, hacen que mi respiración se ponga pesada por lo bien
que suenan y mi mente lo imagina gimiendo por otro motivo que
también involucra el movimiento de mis manos.

—Haga más presión, Candy —solicita en voz ronca, mi piel se eriza


de escucharlo hablar así, porque definitivamente me indica que lo
está disfrutando.

Pero más lo disfruto yo, porque tocar el cuerpo de mi jefe se ha


vuelto como un especie de fijación para mí. Es tan sensible a
muchas cosas, se cuida tanto, pero permite que yo lo toque de una
forma tan íntima y confía en mí para cuidarlo.

—Es complicado hacerlo desde mi posición, señor —contesto—,


además no tengo tanta fuerza.

Gira el rostro a mí y me mira.

—Podría subir sobre mi cadera, así tendría mejor libertad de


movimiento y usaría su peso para ejercer presión.

¿Subir sobre su cadera?

—Solo si quiere —agrega.


Claro que quiero, el problema es que no confío en mi misma, en no
hacer algo indebido.

«Igual es tu última semana» me recuerda mi subconsciente. Es


cierto, si hago algo indebido que es causal de despido, realmente ya
no me preocupa tanto, porque ya sé que de todas formas debo irme.
Pero tampoco quiero ser despedida como el montón de asistentes a
las que el Sr. Black se folló.

Me quito mis converse de imitación quedándome en calcetines y me


hinco a lado de mi jefe, para pasar un pierna sobre su cadera y
plantar la rodilla del otro lado. Me mantengo hincada, sin recargar mi
trasero en el suyo y continúo el masaje, llenado mis manos una vez
más de aceite.

—Dudo que estar así sea más cómodo —opina el Sr. Black, es
obvio que se dio cuenta de mi renuencia a sentarme de lleno sobre
su cadera.

—No se preocupe, señor —susurro, sus palabras no me hacen fácil


esta tortura.

—Acomódese bien, Candy, es una orden —dice en tono mandón.

Resoplo.

Finalmente decido acatar la orden y recargo mi trasero en su


cadera. Cierro los ojos y aprieto los labios para no gritar, mi corazón
late y late acelerado, mi más recurrente fantasía es montarlo de
alguna manera y esto se acerca bastante, aunque preferiría que
estuviera boca arriba.

No, eso sería demasiado, seguramente lo violo.

—Ve como es mejor así —murmura con al rostro medio enterrado


en la almohada.

Sí lo es.
Me recargo sobre mis manos para ejercer más presión sobre su
espalda, algunos de sus huesitos truenan por ello, pero parece
divertirle porque sonríe.

—Estaba muy tenso, señor, sus hombros se sienten terribles.

—Quizá sea porque alguien durmió sobre uno por más de cinco
horas.

Me avergüenzo.

—Lo siento, pero gracias por ser amable y permitirme usarlo de


almohada.

El Sr. Black sonríe, veo como su mejilla se abulta.

—Fue divertido verla dormir y escucharla roncar, Candy.

Ay no.

—Yo no ronco —replico, ofendida.

—En el vuelo de regreso la voy a grabar —se burla—, y también


babea.

Ay, tenía que decirlo, maldito.

—Era por la mala posición —me defiendo—. La almohada no era


tan cómoda.

Suelta una carcajada.

—A mí me pareció que estaba muy cómoda, se durmió tan profundo


que hablaba dormida.

¿Qué?

—¿Qué dije dormida? —me asusto, espero no haberme puesto más


en vergüenza de lo que ya he hecho pensando en voz alta.
—No quiere saberlo.

Ay, mierda.

—¿Qué dije dormida? —repito mi pregunta.

El Sr. Black se ríe.

—Creo que me lo guardaré para mí, para evitarle la vergüenza.

Ay no.

Ay no.

Ay no.

—Dígame que dije —exijo y golpeo su espalda con mis puños.

Inmediatamente me arrepiento.

—Perdón, señor —digo apresurada, pero es demasiado tarde.

El Sr. Black gira en la cama haciendo que me caiga hacia un lado


contra el colchón, e inmediatamente me apresa contra este y su
cuerpo, sujeta mis manos a cada lado de mi cabeza y sonríe
maliciosamente.

—¿Sabe que es la primera mujer que me golpea deliberadamente?


No soy fan de la agresión física y no la tolero.

—Perdón —repito, atragantada por tenerlo encima de mí, siento que


el corazón se me va a salir del pecho por lo fuerte que me golpea—,
fue un impulso, señor, no debí hacerlo.

—Y le he tolerado muchos accidentes, además —puntualiza—. Que


me haya arrastrado consigo al jacuzzi, el golpe en la cocina y lo
peor de todo, la caída en el cocktail de aniversario. Creo que es
hora de cobrarme algo.
Mierda, creo que sí lo he maltratado un poco.

—¿Co-cobrarse? ¿Co-como? —tartamudeo.

Su sonrisa se amplía. Se ve tan sexy y atrevido que mis partes


íntimas de chica sucia comienzan a latir igual de irrefrenables como
mi corazón. El Sr. Black junta mis manos sobre mi cabeza y las
presiona con una de las suyas contra una almohada. Su mano libre
desciende al borde de mi remera rosa y lo levanta, exhibiendo mi
abdomen.

—Poniéndola igual de vulnerable y sin poder hacer nada, como yo


he estado en esas situaciones —declara y sus dedos comienzan a
hacerme cosquillas.

—¡No, por favor! ¡No! —grito y me retuerzo.

—¿Le da ansiedad?

Asiento mientras me río y hago lo posible por escaparme de él.

—¡Pare, por favor! —suplico, mis ojos se llenan de lágrimas de


ansiedad, frustración y risas.

—Así me siento yo cuando anda a mi alrededor, queriendo detener


sus calamidades y sin poder conseguirlo.

Sus dedos se mueven por mis costillas, de pronto en mi cadera y


luego suben a la parte baja de mi axila para seguir provocando mis
gritos y risas histéricas. Sacudo mi cuerpo mientras suplico que se
detenga, pero es un maldito que no lo hace. Mantiene una sonrisa
sádica en el rostro mientras yo suplico por mi vida.

—Sr. Black, por favor! —gimoteo—. Le prometo que nunca jamás


volveré a golpearlo, ni accidental ni deliberadamente.

—Conociéndola, no puedo confiar en su palabra, Candy Calamidad.

—Por favor —lloriqueo.


Logro liberar una de mis manos e intento tomar la suya que sigue
decidida a hacerme cosquillas. Ambos forcejeamos, yo intentando
detenerlo y él queriendo liberarse para seguir torturándome. En
algún momento ha subido completamente encima de mí, sus
piernas separan las mías y logra sujetar de nuevo mis dos manos
sobre mi cabeza.

Nos miramos el uno al otro con la respiración acelerada por el


forcejeo, soy demasiado consciente de su erección presionándose
en mi entrepierna, lo cuál no me permite moverme, porque tenerlo
así es demasiado para mí pobre cerebro al borde del colapso. Mis
piernas quieren cerrarse en su cadera, pero al mismo tiempo mi
cuerpo se niega a moverse, tanto para atraerlo a mí, como para
intentar escapar de esta situación.

—Si vuelve a tener un accidente donde me vea involucrado y


termine en el piso con usted, tenga por seguro que la amarraré a la
cama y le haré cosquillas hasta que llore —amenaza.

Asiento, pero también niego.

—No volverá a pasar, señor —prometo en un susurro.

Se mantiene así mirándome y yo mirándolo, mi corazón a punto de


detenerse por la fatiga de los latidos estrepitosos y desordenados.
Su cadera se presiona con la mía casi de forma imperceptible, pero
puedo sentirlo, por supuesto que puedo sentirlo, absolutamente
cada centímetro de lo que late en su pelvis. Finalmente me libera y
se pone de pie para buscar ropa interior en su maleta.

Me levanto también, mis malditas piernas tiemblan como los


caballitos recién nacidos de mi pueblo, como si hubiese recibido una
follada espectacular, pero lo único que hizo fue torturarme con
cosquillas y dejándome sentir su glorioso pene.

—Me voy a dormir —exhalo, aunque mis piernas se rehúsan a salir


de su habitación, las obligo a moverse—. Buenas noches, señor.
—Buenas noches, Candy —responde en voz baja antes que salga y
cierre la puerta de su dormitorio a mi espalda.

Me voy inmediatamente a mi baño, necesito una ducha urgente para


calmar mis nervios y la excitación que se extiende por mi ropa
interior. Una vez limpia y más calmada, me pongo una pijama y me
meto en la cama, sin embargo, dormir no es una opción, no después
de haber tenido a mi jefe encima de mí y de saber que está a solo
unos metros de distancia llevando únicamente un bóxer.

✤✤✤

Cuando mi alarma suena apenas he podido cerrar los ojos por un


par de horas, pero debo levantarme porque hay que supervisar que
todo esté listo para la inauguración del congreso y los estantes de la
expo. En dos horas hay un desayuno de bienvenida para todos los
colaboradores y mi jefe debe estar ahí, porque es uno de los que
organizan y patrocinan el evento.

Así que me levanto y me arrastro al baño.

Saco un conjunto de los que compré en el Walmart, que me hace


lucir como una asistente eficiente y profesional, pero está un poco
arrugado, por lo que decido pedirle a mi jefe su plancha de vapor de
viaje para alisarlo. Envuelvo mi cabello en una toalla para quitarme
el exceso de humedad y poder cepillarlo para darle un poco de
volumen y voy a su habitación llevando una bata de las del hotel.

Doy dos golpecitos antes de abrir la puerta.

—Sr. Black ¿está despierto?

—Adelante, Candy —responde desde el baño.

Entro y me dirijo hacia el baño, deseando no verlo desnudo, ya he


tenido demasiado de mi jefe y no aguanto más torturas. Gracias a
Dios no lo está del todo, lleva el bóxer puesto, me recargo en el
marco de la puerta y lo admiro, tan alto y delgado, majestuoso a
pesar de acabar de despertarse y tiene el cabello ligeramente
revuelto.

—Buenos días, señor —saludo, él prepara una navaja de afeitar de


acero inoxidable, de pie frente al lavabo, el cuál se encuentra lleno
de agua.

—Buenos días, Candy ¿durmió bien?

Su pregunta suena un poco a burla y no tanto a un saludo de


cortesía.

—Como un bebé, señor —miento.

Él sonríe.

—¿Me presta su plancha? Mi ropa se arrugó un poco.

—Tómela, también revise la mía, por favor.

—A sus órdenes, señor.

Voy a su armario y saco uno de sus trajes, el que para mí, le sienta
mejor y lo hace lucir con un precioso vampiro elegante. Conecto la
plancha y doy una pasada rápida, alisando las pocas arrugas que se
hicieron durante el viaje.

—Listo, señor. Me llevo la plancha, en un momento se la devuelvo


—digo desde la habitación.

—Candy —me llama—, ¿puede hacerme un favor?

Los que quiera, mi jefecito chulo.

—Dígame, señor —pronuncio asomando la cabeza por la puerta del


baño.

—Necesito ayuda para delinear bien la barba, pero mi pulso no es el


mejor —responde extendiendo a mí la navaja de afeitar.
Oh.

Tan lindo, confía tanto en mi, que soy calamidad andante, y me da


una afilada navaja para delinear su barba.

—Claro, Sr. Black, el problema es que es demasiado alto para mí.

Me paro frente a él para demostrar mi punto, en pantuflas, mi


coronilla ni siquiera llega a su cuello.

—Podemos solucionarlo.

Sale del baño y regresa a los pocos segundos, trayendo la silla que
hay frente al tocador. La coloca de espaldas a lavabo, se sienta y
echa ligeramente la cabeza hacia atrás. Mis manos tiemblan porque
nunca he rasurado a nadie y mucho menos con una navaja de
estas.

—No se mueva, señor —susurro colocándome a su lado, buscando


la mejor forma de ubicar mis manos para comenzar la tarea.

—Recuerde mi advertencia de anoche, Candy, no vaya a cortarme.

Trago grueso y asiento.

Aplico un poquito de crema de afeitar, sólo para no irritar su piel,


pero no tanta como para que no me permita ver y deslizo suavecito
la navaja por su patilla, bajando hacia su mentón, siguiendo la línea
de su barba. En todo momento siento sus ojos clavados en mí,
aunque no puedo verlo porque yo miro el filo de la navaja.

—Esto es muy difícil —sonrío nerviosa.

—¿Está cómoda así? ¿O necesita reacomodarse?

—Lo cierto es que sería más fácil si pudiera tenerlo de frente.

Sin esperarlo, sus manos sujetan mi cintura y me arrastra a su


regazo.
—Creo que hay confianza entre nosotros, Candy —murmura con
voz ronca—, si ya anoche subió encima de mí, puede hacerlo ahora.

No soy capaz de responder a eso, simplemente paso una pierna por


encima de las suyas como anoche y me siento en su regazo,
pegando mi cuerpo al suyo mientras él mantiene las manos en mi
cintura.

—Ve como así es mejor —repite sus palabras de anoche y yo


asiento muda, percibiendo como mi entrepierna se roza con la suya
una vez más, pero ahora, solo nos separa la delgada tela de nuestra
ropa interior.

Continúo con la tarea, me tomo todo el tiempo necesario, en


primera, porque no quiero cortarlo y en segunda, porque no quiero
levantarme. Nuestros rostros están tan cerca, pero no más cerca
que nuestras partes privadas que están en íntimo contacto.

—Listo, señor. —Dejo la cuchilla y paso una toalla por su rostro,


para retirar el residuo de crema de afeitar.

—Prepare la ducha Candy —musita, sus ojos clavados una vez más
en mis labios.

No quisiera tener que levantarme de su regazo, pero finalmente lo


hago. Me cierro la bata correctamente y pongo a llenar la tina para
mi jefe, que saca la silla y regresa ya desnudo para introducirse en
el agua.

—Me voy a vestir —informo—, regreso para aplicarle las lociones.

El Sr. Black sonríe y asiente, yo salgo de inmediato del baño, ahora


necesito otra ducha y cambiarme las bragas nuevamente.
CAPÍTULO 35. MI ASISTENTE
La mañana y parte de la tarde se nos va en arreglos para la
inauguración del congreso, checando que las salas de conferencias
estén preparadas, que los estands para la expo estén
completamente instalados y entregándolos a sus respectivos
ocupantes, revisando que todos los colaboradores ya se encuentren
registrados y que los souvenirs de los asistentes estén empacados.
Es un día tan movido que ni siquiera mi jefe se acuerda de pedir su
café.

A la hora del almuerzo comemos algo ligero en uno de los


restaurantes del hotel, en compañía de algunos de los
patrocinadores, todos hombres dedicados al «negocio del sexo»,
como lo llama mi jefe. Un oriental bastante atractivo que dará
conferencias y talleres sobre shibari, un famoso cirujano plástico
que se dedica a crear cuerpos perfectos para hombres y mujeres, y
entre sus peticiones mas frecuentes es el alargamiento del pene y el
blanqueamiento anal.

También un mexicano con ascendencia italiana, para mi gusto, el


mas atractivo de todos, con el club swinger más grande de todo
América. Un hombre mayor, que al parecer es fabricante de
juguetes sexuales y por último, mi jefe. Mi precioso jefe, el productor
de películas para adultos mas famoso del mundo, incluso más que
Irina Summers, que no ocupa el lugar número uno por el simple
hecho de ser mujer.

La misoginia en su máxima expresión.

Sin embrago, ella luce complacida por la atención que recibe por
parte de mi jefe y de otros de los colaboradores, que la integran al
equipo. Al ver a Irina por aquí, me imagino que Jayden también
debe estar ya en Los Ángeles, sin embargo, no me topo con él en
toda la tarde, por estar detrás de mi jefe, corriendo por todos los
espacios asignados para el congreso, pero supongo que en algún
momento me lo encontraré y eso me tiene algo nerviosa.

Por que no sé que esperar de Jayden cuando lo vea y no quiero


arruinar los últimos días que me quedan a lado del Sr. Black. Tanto
ayer como hoy hemos mantenido una relación cordial, inclusión diría
que mi jefe está juguetón y es maravilloso verlo así, sonriente,
carismático y siendo el manda más de este enorme evento que puso
a un conjunto de hoteles a su disposición para celebrar el Expo-
congreso Hidden Desires.

—Es hora de prepararnos para la cena de inauguración —indica el


jefe, hacia los demás patrocinadores que también se despiden para
dirigirse a sus habitaciones.

» ¿Trajo algún vestido Candy? —me pregunta, yo niego.

—Solo el que usé hace dos días en el cocktail.

—Mmm —murmura viendo su reloj—. Tenemos algunos minutos,


podemos ir a una boutique cercana, estamos en Long Beach, no
debe ser difícil encontrar una.

—Señor… pero… —comienzo a balbucear, traigo algunos dólares,


pero seguro no lo necesario para comprar algún vestido.

—Vamos, Candy —dice exasperado—, no tenemos tiempo que


perder.

En la recepción el Sr. Black pude un vehículo con la orden


específica de llevarnos a la boutique más cercana. No tardamos
mucho en llegar a una, la mayoría de la ropa es de playa, pero
tienen algunos vestidos de noche, por supuesto de estilo playero.
Algunos de gasas y telas vaporosas y otros de preciosos tejidos de
hilo.

—Creo que este es el indicado —opino sacando un vestido color


coral pálido del estante donde cuelga, es largo, de tirantes, no muy
revelador y la falda tiene varias capas de gasa.

El Sr. Black frunce los labios, no muy de acuerdo.

—¿Qué le parece este? —Toma uno color arena, de hilo, largo


hasta el piso, con cuello halter y la espalda completamente
descubierta.

Es precioso, pero demasiado revelador, prácticamente llevaría la


espalda desnuda hasta el inicio de la cadera.

—Es hermoso, señor —musito un tanto abochornada—, pero es


muy… atrevido.

—Estamos en un congreso sobre temas sexuales, Candy, le


aseguro que no se verá más atrevida que la temática de la reunión.

Carraspeo.

—Además no creo tener el cuerpo necesario para lucir eso —sonrío


nerviosa.

—Pruébeselo —ordena, e inmediatamente hace señas a una de las


dependientas que se acerca de manera solícita.

—Por aquí, señora —me indica.

Me ruborizo al escucharla llamarme señora, seguramente cree que


soy esposa de mi jefe.

Esposa de mi jefe.

Eso sería un sueño demasiado ridículo incluso para mí, que suelo
fantasear muchas tonterías. La mujer me lleva a un probador, donde
me ayuda a meterme el vestido, en verdad es divino y el tejido se
adhiere a mi cuerpo como si fuera una segunda piel.

—Se le ve muy bien, tiene buenas curvas para sostenerlo en su


lugar —comenta la mujer acomodándolo sobre mi cadera.
—Es… demasiado…

Espectacular.

Esa es la palabra.

—Llévelo, a su esposo le encantará y tengo las sandalias perfectas,


adivino que calza del número siete.

Afirmo.

A mí esposo le encantará.

Sonrío por la imagen que se me viene a la mente, imaginando al


pene de mi jefe muy contento y satisfecho con mi vestido. Me lo
pienso unos segundos, seguramente hay modelos más recatados,
pero no creo que ninguno me guste tanto como este.

Dios.

—Me lo llevo —accedo, será bueno desquitarme del Sr. Black y sus
torturas con este modelo.

Me ayuda a quitármelo de vuelta y después salgo del probador para


encontrar a mi jefe, muy sonriente conversando con unas chicas en
traje de baño.

¿Es en serio?

Maldito promiscuo.

—Estoy lista —digo parándome tan cerca de él, que pareciera que
somos pareja y sonrío amablemente a las chicas.

—¿Lo lleva?

Asiento.
El Sr. Black se despide de las mujeres dándoles un guiño que las
hace soltar risitas, lo sigo a la caja donde paga por el vestido y las
sandalias que no siquiera me probé. No pregunta cuánto es, sólo da
su tarjeta y de inmediato salimos del lugar para abordar el vehículo
del hotel que nos espera.

En el hotel nos dirigimos rápido a la suite, la cena de apertura da


inicio a las siete de la noche y no queda mucho tiempo. Preparo la
ducha de mi jefe y tomo una rápida sin mojarme el cabello, ya no
tengo tiempo de secarlo. Me paro frente al espejo desnuda y miro el
vestido, no tengo ropa interior adecuada para usarlo, lo pedí en un
impulso loco por fastidiar al Sr. Black.

No puedo usar sostén al tener la espalda descubierta y para colmo,


ninguna de mis bragas tiene el diseño correcto, no tengo tangas y
todas se notan a través del tejido por los colores estridentes que me
gustan. Me muerdo las uñas decidiendo qué hacer, ya no tengo
tiempo que perder y nada más que usar.

A la mierda.

Saco de mi maleta unas de las tiras de cera que tengo para


depilarme las piernas y las axilas y me recuesto en la cama. La
caliento frotándola con mis manos, respiro armándome de valor,
separo las piernas, y pego una sobre mi pubis antes de
arrepentirme. Cierro los ojos y muerdo una almohada para dar el
tirón.

—¡Putísima madre! —grito, aunque no se entiende ni se escucha


demasiado por la almohada que aprieto entre mis dientes.

Levanto la tira de cera viendo lo que se ha traído consigo.

No puede ser que todo eso sea mío.

Miro hacia mí pubis, aún quedan algunos vellos y debo usar otra de
las tiras. Repito el procedimiento soltando más y más gritos y
maldiciones. Finalmente, después de cuatro tiras de cera todo se
siente listo y bonito.

Se ve bastante bonito.

Me pongo de pie de inmediato y me meto el vestido. Saco las


sandalias que son muy altas y de varias tiras que se anudan en las
pantorrillas y también me las pongo tan rápido como puedo. Cepillo
mi cabello y lo sostengo con lagunas horquillas de forma
desenfadada, permitiendo que varios mechones caigan por mi
espalda y hombros.

—¿Está lista, Candy? —pregunta el jefe del otro lado de la puerta.

Carajo.

—Cinco minutos, señor —pido a gritos, corriendo con la


cosmetiquera en la mano para maquillarme aunque sea un poco.

—Debemos irnos ya —me apresura.

—Ya voy, ya voy.

Sin tiempo de hacer algo más, simplemente coloco polvo traslúcido


esparciendo lo con mis dedos para no demorar, unos brochazos de
rubor, pintura de labios roja y delineo mis ojos con un crayón,
rezándole a Dios para no parecer que me he peleado con una
crayola asesina que pintorrajeó mi cara.

—Me alcanza en el salón, debo bajar ya.

—Sí, señor, en dos minutos lo veo —grito.

Escucho la puerta cerrarse, ahora que se ha ido me tomo un poco


más de tiempo para aplicar máscara en mis pestañas y tener una
mirada muy dramática a pesar de no usar sombras ni un maquillaje
demasiado elaborado. Me doy un último vistazo al espejo y salgo.
No tengo una cartera que me combine, por lo que solo llevo el móvil
de la empresa en mi mano y dejo la tableta, espero no necesitarla.
Bajo en el ascensor sola, supongo que ya todos están en el salón
porque los pasillos del hotel están desiertos. Desde unos metros
antes de entrar se escucha la música y el parloteo de los invitados.
Me tallo las manos en la tela de hilo para limpiar el sudor nervioso
que me las humedece y entro.

Busco con la vista a mi jefe, hay tantas personas que no es fácil la


tarea. Camino entres las personas sintiendo las miradas clavadas
en mí y provocando que mi rostro arda, sabía que el vestido era
demasiado atrevido para una cena de inauguración. De pronto
siento una mano posarse en mi espalda baja y respingo por la
impresión.

—Candy Ruiz —murmura la voz sugerente de Jayden Summers en


mi oído—, debí traerte como mi asistente, aunque posiblemente no
te habría dejado salir de la habitación llevando ese vestido.

—Hola Jay —susurro, acalorada por lo cerca que está de mí, puedo
sentir su cuerpo pegado a mi espalda—. ¿Has visto al Sr. Black?

—Por ahí anda, tomándose fotos con las actrices, ya sabes cómo es
Monty.

Sonrío con la boca apretada.

Claro que lo sé.

—No te vi en la mañana, ¿acabas de llegar? —pregunto para hacer


plática mientras sigo buscando con la vista a ese promiscuo
individuo con el pito más rápido de Estados Unidos.

—Hace un par de horas. ¿Te sientas conmigo?

Lo miro.
—Debo sentarme con mi aún jefe —aclaro—, todavía estoy
trabajando.

—No creo que te necesite, míralo. —Señala hacia un punto cerca


del estrado, el Sr. Black conversa muy cerca de dos mujeres con
vestidos aún más atrevidos que el mío y ellas juguetean con las
solapas de su traje.

¡Ay es que las odio por encimosas!

Pero más lo odio a él.

—Me necesite o no, debo hacer mi trabajo, pero me encantará bailar


contigo una pieza. —Sonrío—. ¿Me acompañas hasta donde está?

Jay asiente. Su mano en mi espalda baja me guía hacia donde mi


jefe sigue plática y plática con las mujercitas que se restriegan en su
cuerpo y él parece encantado de que lo hagan.

Golfo.

—¡Monty! Buenas noches —saluda Jay, mantiene su mano en mi


espalda, pegándome a su cuerpo.

El Sr. Black parpadea tres veces antes de hablar.

—Jay —dice cortés—, que gusto que hayas llegado.

—El gusto es todo mío, aunque me arrepiento de haberte dejado a


mi asistente una semana —suelta mordaz y me aprieta más hacia él
—. Te prometo darle el mejor de los tratos en SGP.

Mi jefe sonríe de forma mecánica.

—Aún es mi asistente —pronuncia remarcando las palabras mi


asistente—, todavía no termina sus contrato ni ha firmado uno con
SGP.

Las mujercitas que lo acompañan miran con curiosidad la escena.


—Candy, necesito que me acompañe a revisar las listas de los
asistentes, para poder dar inicio a la cena.

—A sus órdenes, señor —respondo, profesional.

—Te veo más tarde —murmura Jayden en mi oído, mi piel se eriza


por su aliento acariciando mi piel y me produce un estremecimiento
que no puedo disimular—. Que sean varios bailes.

Presión su mano contra mi espalda baja y sus labios en mi mejilla


con deliberada lentitud y yo hago lo mismo con él. Le sonrío antes
de apartarme y girar hacia mi jefe que permanece inexpresivo.

—Con su permiso, señoritas —les dice a las mujeres y me indica


que avance por delante de él.

Camino a su lado hacia la entrada, donde están las hostess que se


encargan de recibir a los asistentes y llevarlos a su mesa.

—Le recuerdo que viene a trabajar, Candy —rumia.

—Lo sé, señor.

—No puede perder el tiempo con Jayden, cuando sea su asistente


lo hace si quiere, pero no esta noche… ni en este viaje.

—No se preocupe, sé cuál es mi trabajo —menciono tranquila.

Seguirlo como un maldito perrito faldero mientras él coquetea con


todo el mundo.

—Y no puede bailar con él —recalca.

Arqueo una ceja.

—Dudo que durante el baile me necesite, señor, no creo que se vea


bien que lo siga por la pista mientras baila.

—Usted viene conmigo, Candy —sisea—, es mi asistente.


Sonrío con malicia.

—Entonces usted viene conmigo, señor, es mi jefe.

Me mira, su ojos oscuros mirándome de una forma salvaje.

—No coquetee con Jayden —ordena—, estamos trabajando.

Levanto el mentón.

—Y usted no coquetee con las actrices —repongo—, estamos


trabajando.

A huevo, si yo no puedo, él tampoco.


36. PROVOCADORA
Después de la inauguración oficial, hecha por un animadora
bastante sugerente, comienza la cena. Todo va de maravilla, hasta
que llega el momento de sentarnos en la mesa que nos corresponde
y descubro que también está presente el señor Herbert Black. Mi
jefe lo saluda de manera rígida, mientras su padre hace un explaye
de orgullo paternal, si no conociera la historia entre ellos, me creería
que es un padre amoroso y orgulloso de su hijo.

—Veo que sigues teniendo a tu asistente —comenta Herbert, por


algún motivo, lo percibí de forma desagradable—. Debe ser muy
eficiente para que aún no la hayas despedido después de la
vergüenza que te hizo pasar el viernes.

Frunzo el ceño al notar la forma en la que dijo eficiente.

—Hace bien su trabajo —responde el Sr. Black.

—Me imagino. —Su mirada me recorre de arriba abajo y me hace


sentir tan incómoda, que me arrepiento de haberme puesto este
vestido.

—Tomemos asiento —dice un tercer hombre, el anciano con la


fábrica de juguetes sexuales, Damien.

El jefe toma mi cintura, donde su mano se posa siento un cosquilleo


intenso esparcirse hacia mí vientre y a mis pezones.

—Siéntese aquí, Candy —indica, posicionándome de lado derecho y


se interpone entre su padre y yo, ya que Herbert pretendía sentarse
a mi lado.

—¿Este asiento está desocupado? —pregunta Jayden, toma la silla


y la abre para sentarse también a mi lado.

—Tu mesa es la de allá —señala el jefe con una cabezada.


—Pero creo que esta es más interesante —responde Jay
despreocupado—, además sería un delito dejar a mi asistente en
medio de tanto viejo aburrido.

Carraspeo para ocultar una risa.

Lo cierto es que sí hay muchos viejos en la mesa en la que nos


ubicamos y soy la única mujer.

—Si te parecemos aburridos te contradices a ti mismo al pensar que


es más interesante que la que se te designó —refuta Damien.

—Porque lo interesante está a mi lado, mi nueva asistente.

Bajo el rostro, quisiera esconderme debajo de la mesa después de


lo que dijo.

—Candy no es tu asistente —aclara el jefe.

—Pero lo será a partir del próximo lunes —refuta Jayden y cada


palabra que pronuncia incrementa mis ganas de salir corriendo.

—¿Entonces ya te despidieron? —cuestiona Herbert hacia mí,


enarca una ceja y una sonrisa desagradable toma su rostro.

Entiendo perfecto a lo que se refiere con ese despidieron.

—No —se adelanta mi jefe—, no ha sido despedida y no es


asistente de Jayden.

—Pero va a cambiar de trabajo, por algún motivo debe ser —refuta


Herbert—, y ya nos imaginamos cuál es, conociéndote, Monty.

Que hombre tan odioso.

—Se acaba mi contrato —hablo por primera vez—, esa es la razón


por la que trabajaré en SGP, Sr. Black —puntualizo.
—¿Y por qué no te quedas en Black Productions? Si terminas el
contrato de prueba y eres tan eficiente como dice Monty ¿por qué te
vas?

Trago grueso.

El jefe me mira.

Todos me miran y yo no sé dónde meter la cara.

—Es obvio, Herbert —intercede Jayden—, por mí, porque trabajar


para mí es mejor que trabajar para el histérico de tu hijo y sus mil
alergias.

Noto como mi jefe aprieta la mandíbula.

Herbert suelta una carcajada.

Yo simplemente quiero desaparecer.

—Ya te dije que aún no ha firmado contigo, Jay —habla suave el Sr.
Black, recuperando la compostura de siempre—. Aún puede decidir
quedarse en su empleo.

—Lo dudo, tengo la certeza que Candy quiere trabajar conmigo. —


Su mano toma la mía, la levanta y deja un beso en mis nudillos.

Herbert vuelve a reír.

—Ahora entiendo, sus aspiraciones son más altas que ser una
asistente —se burla.

El Sr. Black permanece rígido, su vista clavada en la mano de


Jayden que aún sostiene la mía. Tengo ganas de levantarme y
abofetear a ese tipo tan imbécil y desagradable, pero prometí no
dejar en vergüenza a mi jefe.

—Mi único interés en SGP es el trabajo —puntualizo levantando el


mentón.
Para mí buena, o mala suerte, los meseros comienzan a servir la
cena y la conversación se desvía de mí a las actividades que
comenzarán mañana, como la conferencia sobre nuevos juguetes
femeninos que dará Damien o el taller de masajes estimulantes que
ofrecerá uno de los médicos colaboradores.

Mientras cenamos, tanto Jayden como el Sr. Black me hacen


comentarios, uno sobre lo bien que me veo y que sospecha que no
llevo ropa interior, y el otro me recuerda constantemente mis
responsabilidades y que no puedo perder mi tiempo coqueteando.
Por tercera vez en la noche quiero largarme, pero me obligo a
permanecer sentada y seguir con mi trabajo de asistente.

Finalizando la cena, reviso junto con el Sr. Black que el show de


entretenimiento antes del baile esté listo para ingresar a escena.
Son un grupo de bailarinas traídas de Las Vegas, que tienen un
espectáculo coreografiado de impresionante precisión y que llevan
atuendos muy sugerentes, simulando un esmoquin. También
supervisamos que el primer paquete de souvenirs se entregue a
todos los asistentes, los de esta noche, consisten en un set de sales
y esencias de baño muy parecidas a las que usa mi jefe en sus
duchas.

Cerca de las once de la noche por fin inicia el baile y puedo


relajarme un poco, ya que lo único que resta es asegurarnos que los
invitados se diviertan. El show de animadores puertorriqueños se
encarga de poner a todos en la pista de baile mezclando música
latina, con música en inglés. Me siento un momento para descansar
mis pies de las sandalias tan altas que traigo y mi jefe conversa en
la mesa contigua con el italiano dueño del club swinger, el cuál dará
una exhibición mañana por la noche, de las actividades que pueden
encontrar en su club, en Los Cabos.

Definitivamente cuando regrese a México debo visitarlo, tengo una


cortesía que me obsequio el señor Andezza para una noche y no
pienso desaprovecharla, ya que tengo entendido que es un lugar
muy exclusivo, sólo para la élite que puede pagar por una
membresía.
—Por fin tengo el gusto de saludarte —dice Vlady—, te he visto toda
la noche dar vueltas por todo el salón.

Sonrío.

—Solo hago mi trabajo.

Lo miro de arriba abajo, es extraño ver a Vlady llevando esmoquin,


ni siquiera a la fiesta de Irina lo llevó. Lo detallo, se ve bien, aunque
su complexión musculosa resulte curiosa con toda esa ropa formal.
O quizá sea que me acostumbré a verlo desnudo en la productora.

—Te ves muy linda. —Toma un mechón de mi cabello y lo coloca


detrás de mi oreja—. ¿Me regalas un baile? —Extiende su mano a
mí y yo la miro indecisa.

Posiblemente el Sr. Black se moleste.

Miro en dirección a mi jefe, que ahora ya no solo está con el Sr.


Andezza, también hay un mujer a su lado que le sonríe de forma
sugerente y juega con el cabello de su nuca.

Jodido hombre nalga alegre.

Miro la mano de Vlady de nuevo, el Sr. Black me prohibió bailar con


Jayden, no con Vlady, y no estoy coqueteando con él, así que la
tomo y me pongo de pie aceptando su invitación. La pista está
bastante llena y los animadores invitan a los asistentes a hacer un
círculo en el centro y que por parejas, pasen a exhibir sus mejores
pasos de baile.

No tarda mucho en pedirnos a Vlady y a mí hacerlo, el chico toma


mi mano y me arrastra al centro pese a mi renuencia a hacerlo. La
música que suena es vieja, pero me gusta mucho, me recuerda a
mis épocas de secundaria y a las tardeadas que hacían en mi
escuela. Si hay algo que me gusta más que comer, eso es bailar,
por lo que no me lo pienso mucho antes de comenzar a brincotear
con mis tacones con Party Rock.
Me sorprende descubrir que Vlady baila super bien el shuffle y me
río tratando de imitar sus pasos, corriendo el riesgo de romperme la
madre si me caigo con estos taconazos. El público aplaude y nos
anima a seguir bailando, incluso algunos se agregan para tratar de
hacerlo como Vlady y los chicos animadores. Sin embargo, mi
ánimo decae cuando veo a mi jefe, de pie en frente de mí, con los
brazos cruzados sobre su pecho y con cara de culo.

Sí, el jefe tiene cara de culo mientras yo bailo shuffle con Vlady. Me
disculpo un momento con mi amigo y voy hacia mi jefe, dispuesta a
recibir el regaño que ya sé me va a tocar, pero no tengo ganas de
quedarme callada. Da la vuelta y sale del círculo, se aleja unos
pasos y yo lo sigo a sabiendas de la que se me viene encima. De
pronto se gira y me enfrenta, desanuda su corbata en un gesto de
irritación y se pasa la mano por la cara.

—¿No le dije que no debía bailar? —empieza.

Me le cuadro colocando las manos en mi cadera, como buena mujer


dispuesta a armarla de a pedo.

—Y usted no debería estar coqueteando —refuto.

—¡Yo no estaba coqueteando!

—Pues yo no estaba bailando, el shuffle puede considerarse


deporte, quemé como mil calorías ahí.

El Sr. Black me mira con ojos de pistola, desabotonar el primer


botón de su camisa y a mí se me hace agua la boca de ver su
corbata colgando a cada lado de su solapa.

—Además… Candy —dice casi gritando—, no trae ropa interior,


todo el mundo la miraba.

¡Oh, por Dios!

—¿Se nota que no traigo ropa interior? —pregunto asustada.


—¡Por supuesto que se nota! Las luces y todo ese brincoteo. —
Hace aspavientos con sus manos, colocándolas a la altura de mi
busto.

¡Oh, Dios, trágame tierra!

—Usted insistió en que trajera este vestido —me defiendo, aunque


no es culpa de él que mis tetas hayan brincoteado conmigo.

—¡Pero le dije que no bailara!

—¡Soy latina! ¡No puede decirme que no baile!

—¡Esa no es música latina! —grita, haciendo escuchar por encima


de la música que inicia, que para mí suerte, es latina.

—Pero esa sí —digo comenzando a mover la cadera al ritmo de


Shakira.

El Sr. Black parpadea viéndome.

—¡Mira nada más ese movimiento de cadera! —exclama Jay,


llegando a unirse al pleito.

Sus manos se posan en mi cadera sin pensárselo y restriega su


pelvis en mi trasero.

—Vamos a bailar —dice en voz alta, comenzando a arrastrarme a la


pista.

Mi jefe toma mi mano para detenerme, puedo ver cómo sus ojos
oscuros chispean de furia y su mandíbula está tan tensa que seguro
debe dolerle.

—Va a bailar conmigo —replica y me jala también a la pista,


adelantándose a Jayden.

¿Es en serio?
¿Va a bailar conmigo?

Se detiene a un lado de la pista, su mano sujeta la mía con firmeza


y la otra me pega a él presionando mi espalda baja a su cuerpo.
Jadeo por la impetuosidad de sus movimientos.

—Esto no se baila así —gimo.

—No sé, nunca lo he bailado.

—¿Entonces cómo pretende bailarlo?

—Siguiéndola.

Diría que es un sueño y que es delicioso bailar con mi jefe, pero la


verdad es que no. Está tieso, demasiado, no sabe bailar y para
colmo me pisa.

—Señor, es un terrible bailarín —confieso tratando de no reírme.

—No conozco esta música —gruñe deteniéndose, por lo que yo


también lo hago.

—Lo mejor es que nos sentemos —solicito, estamos haciendo el


ridículo, el jefe baila muy mal.

Asiente y coloca la mano en mi espalda baja para guiarme a la


mesa, pero justo antes de llegar, la mano de Jayden tira de mi
brazo, para arrastrarme de nuevo a la pista.

—Si ya terminaron, entonces me toca —grita por encima del


Gangam que ha comenzado a escucharse.

No permite que mi jefe diga algo, ni siquiera puedo resistirme con


estos tacones tan altos, me veo arrastrada por Jay a la pista de
nuevo, hacia el montón de personas que bailan Gangam Style
siguiendo a los animadores puertorriqueños. Vlady también se una
colocándose a mi lado, pero la figura del Sr. Black nos corta el rollo
cuando se para frente a nosotros, completamente iracundo.
—¡Monty! ¡Baila! —grita Irina, brincoteando también.

Ehhhhh sexy lady…

El rostro de mi jefe es épico, cuando movemos la cadera siguiendo


los pasos de la canción.

—¡Basta! ¡Candy! Se acabó la fiesta para usted, creo que ha bebido


demasiado —sisea, toma mi brazo una vez más y me jala.

Tanto Vlady, como Jay e Irina replican mientras él troglodita de mi


jefe me arrastra hacia la salida del salón. Jaloneo mi brazo para que
me suelte, yo no me quiero ir, quiero bailar y no es tan tarde, apenas
pasa de la media noche.

—No he tomado nada, señor —replico—, ni siquiera una copa de


vino.

—Pues se comporta como una borracha —repela mientras me


arrastra escaleras arriba.

—Por lo menos déjeme usar el elevador —peleo.

—Camine, Candy.

—Es un bruto —digo en español, tengo ganas de decirle un montón


de cosas por el enojo de la vergüenza que me está haciendo pasar
—, aguafiestas, palurdo, yo no tengo la culpa que no sepa bailar,
tieso.

—No soy aguafiestas —responde en español, uno pésimo, pero que


se entiende aún.

Me quedo fría.

Se supone que no lo habla.

Terminamos de llegar a la suite, ambos entramos furiosos, pero yo


más que él, acaba de portarse como un imbécil sacándome de la
fiesta de inauguración por no querer que baile y disfrute la noche.

—Es un… un… un… —gruño de frustración, ahora no soy capaz de


decirle algo porque no sé si entiende o no el español.

—¿Un qué? —me encara—, ¡dígalo! —exige pegándose a mí.

—¡Un imbécil! —exploto.

—¡Y usted una provocadora, acabe con esta maldita tortura, Candy!

—¿Cuál tortura? Usted es quien se la pasa fastidiándome a mí.

—Y usted anda por ahí, contoneando la cadera todo el tiempo,


provocándome.

¿Provocándolo? ¿Yo?

¿Quién es el que se pasea con su precioso pito de fuera todo el


tiempo?

—¡Discúlpeme por tener una cadera entonces! Y no se crea que la


contoneo para provocarlo, usted no es el centro del universo.

Me enerva que me diga así, que piense que soy como sus otras
asistentes que solo querían meterse con él, si quiero, pero detesto
que me etiquete como las demás, que piense que si camino a su
alrededor es para que mi culo llame su atención.

El Sr. Black aprieta los puños, termina de sacarse la corbata de un


tirón y da la vuelta dirigiéndose a su habitación para cerrar de un
portazo después de entrar. Exhalo con irritación, deseando que este
maldito viaje termine ya, quiero largarme de este trabajo y alejarme
de ese jodido hombre que no deja de verme como una más de sus
asistentes a las que se quiere follar.
37 A SUS ÓRDENES, SEÑOR
No poder dormir es algo común desde que conocí a Montgomery
Black, pero amanecer odiando todo no. Pasé la noche entera dando
vueltas en mi cama, repasando cada suceso de la noche y llegué a
una conclusión. Montgomery Black es un pendejo. Estoy cansada
de esto, que por momentos haga latir mi corazón sin sentido y al
siguiente segundo lo rompa con sus estupideces.

No lo entiendo.

No, realmente sí lo entiendo.

Y eso es lo que más me enfurece, comprender a la perfección lo


que sucede, sus berrinches y provocaciones. Quiere follarme, es tan
obvio. Pero es tan supremamente imbécil que no es capaz de
decirlo claro, pretende que sea yo quien se lo pida y eso jamás va a
suceder, nunca seré como el montón de asistentes que se le lanzan
encima.

Nunca.

Me levanto antes que mi alarma suene y me meto a la ducha, con


agua fría, para despejarme la cabeza y despertar del todo, porque
me siento sumida en una especie de letargo debido a la rotundidad
de mi decisión. Es definitivo que me voy de la productora y de aquí a
que termine el congreso, haré mi trabajo lo más profesional y
alejada de mi jefe.

Me visto con una traje bastante formal, sujeto mi cabello en una


coleta alta y aplico solo un poco de maquillaje para no parecer
muerto viviente. Me dirijo a la habitación de mi jefe para prepararle
la ducha, toco dos veces antes de tomar el pomo de la puerta y
abrir, sin embargo, este no gira, porque la puerta está cerrada desde
adentro.
—¿Sr. Black? ¿Está despierto? —Vuelvo a tocar.

Pero no responde. Debe estar ahí dentro porque yo no he dormido


nada ay no lo escuché salir. Me siento en el sofá con la tableta y el
móvil en la mano y espero. Si no sale en veinte minutos comenzaré
a llamarlo o a llamar a los colaboradores si es que no está aquí. Al
cabo de quince minutos sale de su dormitorio, listo para comenzar a
trabajar, tan impecable como siempre y oliendo divino.

Contengo las ganas de suspirar. No voy a volver a suspirar por este


individuo.

—Buenos días, señor —digo poniéndome de pie para seguirlo, ya


que no se detiene hasta alcanzar la puerta de la suite.

—Buenos días —responde escueto, rígido y con más cara de culo


que nunca.

Camino detrás de él como acostumbro. Bajamos al restaurante y


solo tomamos café en completo silencio, bastante incómodo y tenso,
pero que no hago nada por romper, no pienso hablarle si no es para
algo relacionado al trabajo y él parece decidido a ignorarme por el
resto de la eternidad.

Pues a la chingada, yo también puedo ignorarlo.

—En diez minutos comienza la conferencia de Damien Rube sobre


juguetes —informo, tengo entendido que quiere estar presente.

—Daremos una vuelta rápida por la zona de la expo y luego nos


dirigimos a la sala dos.

Asiento mecánica y me pongo de pie para continuar con mi rutina de


seguirlo cómo perrito. Los stands de la expo son alucinantes. Hay
de todo tipo, con juguetes, ropa, de artículos personales y sexuales,
informativos, y de dating. Los recorremos a fin de verificar que todo
esté desarrollándose correctamente y después entramos en la sala
dos, a la conferencia de Damien.
Nos sentamos en la segunda hilera al frente, mi jefe en la silla a lado
del pasillo y yo junto a él. La charla da inicio con el hombre mayor
hablando de como el mundo evoluciona y con ello deben hacerlo las
industrias dedicadas al negocio del placer. Su empresa tiene como
objetivo proporcionar experiencias más que simples juguetes, cada
uno está diseñado para que su uso sea en extremo satisfactorio.

Muestra la nueva línea de juguetes para hombres y mujeres en los


que trabajó el año pasado y que está de lanzamiento justo ahora, en
este congreso, mientras un par de modelos desnudos hacen la
exhibición de su uso. Es bastante explícito y definitivamente te da
curiosidad por usarlos. Al menos a mí me dan ganas de saber, que
se siente tener un vibrador en el culo mientras el otro extremo del
juguete succiona tu clítoris.

Definitivamente quiero saberlo.

—Estoy pensando en hacer un pedido de toda esa línea de juguetes


—susurra Jayden en mi oído. Respingo por el susto de sentir su
aliento detrás de mi oreja y mi piel se eriza.

Miro a mi jefe, que permanece imperturbable y viendo hacia el


frente. Es seguro que escuchó lo que Jay dijo, porque lo hizo detrás
y en medio de ambos. Giro el rostro para verlo y saludarlo
silenciosamente, él sonríe con cínico y provocativo, que me dan
ganas de aventarle la el móvil para que deje de ser así.

Me agrada.

Me compongo en mi asiento y continúo escuchando la conferencia.

—Tendremos con qué entretenernos en la oficina, Candy —dice en


un murmullo, que me pone el rostro rojo.

Miro al Sr. Black, que sigue sin inmutarme, fingiendo no escuchar lo


que Jay dice, pero estoy completamente segura que sí lo ha hecho.
—Shhh —murmuro hacia él, para que se calle y regreso mi atención
a Damien.

—Aunque no sé si pueda esperar hasta

—Aunque no sé si pueda esperar hasta tenerte en mi oficina, no


puedo olvidar tu cadera moviéndose anoche —replica.

Dios, cállalo, por favor.

Una vez más, el Sr. Black no hace ningún tipo de gesto que indique
que haya escuchado, pero en esta ocasión, puedo ver un pequeño
salto en su párpado.

—Jay, silencio, por favor —pido cortés pero tajante, no puede hacer
esa clase de comentarios, por eso el imbécil de Herbert Black
insinuó anoche que por eso me iba de la productora.

—¿Comemos juntos? —pregunta, ya no en voz baja, lo


suficientemente fuerte para que algunas personas nos volteen a ver,
excepto mi jefe.

Podría negarme, podría decirle que no me hable hasta que termine


el congreso para no empeorar el tic nervioso que está acudiendo al
párpado de mi jefe, pero lo cierto es que Jayden no tiene la culpa de
lo que sucede con el Sr. Black y no tengo por qué ser desagradable
con él cuando va a ser mi nuevo jefe, en todo caso, de quién menos
debe importarme la opinión es de Montgomery Black.

—Hablamos después —contesto y luego le hago una señal para que


se calle de una vez.

—O mejor una cena, así no tienes problemas por distraerte en tus


horas de trabajo, aunque supongo que tienes hora de comida, no
creo que tu aún jefe sea tan tirano para tenerte incluso pegada a él
durante el almuerzo.
Cierro los ojos no queriendo ver si el Sr. Black reacciona de algún
forma, aunque lo dudo, en verdad está decidido a ignorarme.

—Está bien, pero ya cállate —siseo y me compongo en el asiento.

Diez minutos después la conferencia termina después de tres largas


horas de demostraciones y de algunos comentarios más por parte
de Jayden. El Sr. Black se pone pie y yo para seguirlo, pero voltea
hacia mí y me habla con gesto inexpresivo.

—Puede tomarse dos horas para el almuerzo, la veo en el taller de


masajes para registrar la asistencia.

No espera mi respuesta, da la vuelta y camina hacia Damien, que


está acompañado de otras personas y se une a ellos en una charla
amena, incluso sonríe, como si no hubiese pasado toda la mañana
con cara de culo.

En fin. No voy a seguir preocupándome de sus actitudes.

Busco a Jay con la mirada, conversa con Irina y su padre, decido


esperar a que se desocupe y decirle que podemos comer si quiere,
pero principalmente quiero hablar con él y pedirle que deje de hacer
comentarios cerca del Sr. Black, no porque me importe si piensa que
hay algo entre Jayden y yo, pero no quiero que idiotas como Herbert
tengan una imagen errónea mía, incluidos Irina y Jhon.

—¿Es cierto el rumor que ya no trabajarás en Black Productions? —


pregunta Emet, sentándose a mi lado.

Vaya, se corrió rápido el chisme.

—Es cierto, solo estaré hasta que se termine mi contrato de prueba


—confirmo.

Emet sonríe de lado.

—Por un lado me desagrada que ya no te veré por los pasillos de la


productora o en grabaciones, pero por otro lado… me da gusto.
—¿Ah, sí? ¿Te da gusto que me vaya a SGP?

Asiente y sonríe.

—Así podré invitarte a salir —murmura en voz baja—, he preferido


mantener mi distancia, porque las relaciones entre los empleados
están prohibidas, pero ya no serás más una empleada.

Me sonrojo, no creí llamar la atención de Emet, han sido pocas las


veces que hemos cruzado palabra en la productora. Lo miro sin
saber que contestar, no es precisamente del tipo de chico que me
guste, es simpático, pero nada más. Y aunado a eso, Jayden y
Vlady también me hacen insinuaciones, aunque las de ellos son
más del tipo sexual, Emet me quiere invitar a salir.

—Eres muy lindo, por ahora no me interesa tener pareja, pero si me


invitas en plan de amigo, acepto.

Hace una mueca que interpreto como decepción.

—Bueno, para empezar está bien.

—Me parece genial, deja que me instale en mi nuevo trabajo y te


llamo, sacaré tu número de la agenda de la oficina —digo
levantando la tablet.

Emet asiente. Se inclina hacia mí y deja un beso rápido en mi mejilla


para después retirarse hacia donde está mi jefe y hablar con él.
Ambos salen del salón caminando con rapidez y me pongo de pie
para seguirlos, no sé si hay algún problema. Le hago una señal a
Jayden que regreso y este asiente, regresando la atención a su
madre.

Los sigo a otro pasillo del hotel, donde está ubicada la zona de
talleres, mi jefe lo nota, pero no me dice que está sucediendo.
Entramos en una estancia grande, la cual han adaptado para
convertirla en un foro de grabación, similar a los que hay en la
productora. Es como si fuera un departamento sin divisiones, hay
una recámara, una mini cocina y una sala pequeña, con cámaras
ubicadas estratégicamente para captar los espacios.

No hay ningún problema, simplemente el director de escena quería


tratar unos detalles con mi jefe sobre la actividad que tendrá la
productora en el congreso, permitiendo a personas grabar su propia
película. Por una cuota pueden acceder a este lugar y filmarse
teniendo sexo, y por un adicional, la posibilidad de que alguno de los
actores o actrices participen, claro está, previamente comprobada la
salud de los solicitantes. Ahora sé por qué Vlady y otras actrices
vinieron al congreso.

—Su hora de almuerzo está transcurriendo —me dice el jefe y mira


su reloj, han pasado casi treinta minutos desde que me indicó ir a
comer.

—Lo sé, solo quería asegurarme que no necesitaba nada, Sr. Black.

—No necesito nada —asegura.

Salgo de la estancia y emprendo el camino de vuelta a la sala dos.


De pronto soy interceptada por una mano que me jala hacia un
pasillo contiguo. Ahogo un grito de la impresión, pero al ver el rostro
seductor de Jayden blanqueo los ojos.

—¡Me asustaste! —lo regaño.

Jayden pega su cuerpo al mío, apresándome contra la pared y


acelerando mi respiración.

—Desde que te vi ayer no hago más que pensar en besarte y


follarte.

Otro que quiere follarme.

Pero al menos él es sincero y directo. Y siendo realista, yo también


tengo ganas de follar y Jay es muy atractivo y sexy, con esa actitud
que tiene, no dudo que haga cosas deliciosas en la cama.
—¿Y por qué no lo has hecho?

—Monty parece un sabueso detrás de ti —susurra, sus labios rozan


los míos y me hace jadear.

—Ignóralo.

No puedo decir más, la boca de Jayden avasalla la mía, besa tan


rico, es bastante pervertido, su lengua es atrevida y juguetona y sus
manos aún más. Las coloca en mi trasero apretándome a su
erección que se siente muy dura. Una de las mías se mueve a su
cuello, la que no sostiene la tableta, enterrando un poco mus uñas
en su piel. El susurro de unos pasos me hacen separarme de él,
ambos giramos hacia el origen del sonido, pero solo alcanzo a ver
un manchón gris Oxford que se pierde en el pasillo.

—El Sr. Black —digo conmocionada y todavía aturdida por el beso


de Jayden—, era él.

Ay no.

—¿Segura?

—Sí, conozco perfectamente sus trajes. ¡Mierda! Debo explicarle. —


Intento ir detrás de él, pero Jay me detiene.

—¿Explicarle qué?

¿Explicarle qué?

No sé, sólo quiero explicarle.

—Aclararle que no es el motivo por el cual me voy a SGP, no quiero


dejar una mala imagen —respondo, no muy convincente.

Camino hacia el pasillo a toda velocidad, regreso a la sala de la


conferencia, pero ya está casi vacía y no se le ve por ningún lado.
Lo busco en todos los lugares posibles y me desespero de no
encontrarlo por ningún lado. Una opresión en mi pecho molesta, si
bien estoy decidida a marcharme, no quiero que se quede con una
idea errónea de mis motivos para irme.

Se me va la hora de la comida en ello, corro tanto por todos lados


que termino sudada y despeinada y me tengo que ir a cambiar, ya lo
veré en el taller de masajes seguramente. Subo a la suite y justo
cuando quiero abrir recuerdo que no tengo la tarjeta para la puerta,
sin embargo no es necesaria, ya que está entreabierta. Exhalo al
encontrarme con él ahí, sentado en el sofá, sosteniendo un vaso en
la mano.

—Señor —empiezo en voz baja, no sé que decir para explicar por


qué estaba besando a Jayden Summers.

—Descuide, Candy, me queda muy claro por qué quiere irse —


murmura

¡No!

Extiende una mano a mí, con un papel en ella, algo que reconozco
como un cheque.

—Tenga su finiquito por el contrato de prueba, no es necesario que


se quede, puede irse ya mismo a la habitación de Jayden si así lo
desea. —Deja el vaso sobre la mesita de centro y se pone de pie
para tomar mi mano y poner el cheque en ella, ya que yo no me he
movido de mi lugar.

Me está despidiendo.

Miro el cheque en mi mano, con la cantidad acorde a dos semanas


de trabajo.

Me está despidiendo.

—Me está despidiendo —digo con un nudo en la garganta, pero no


es de dolor, es de furia, porque es un jodido imbécil—. ¡Me está
despidiendo por besar a alguien! ¿Es en serio?
—¡De todas formas se larga ¿No?! —grita—. ¡Hágalo de una vez!
¡Váyase con Jayden y se termina su tortura de tener que verlo a
escondidas! ¡Váyase a su habitación!

¿Qué?

—Es un idiota —rumio, mis brazos se mueven involuntarios para


empujarlo—. ¡Es un maldito idiota! Me está despidiendo porque no
me he acostado con usted cómo el montón de asistentes. ¡Entienda
que no soy como esas mujeres que se le lanzan encima todo el
tiempo! ¡No quiero ser una más en su lista de despidos después de
follárselas! —Lo empujo de nuevo.

—¡Jamás he pensado que sea una más de las mujeres que se me


lanzan! —grita hacia mí—. ¡Jamás la habría despedido por eso, ni
siquiera lo hice después de toda su incompetencia, no lo hice
después de faltarme al respeto metiéndose en mi vida privada!

Las lágrimas y palabras se me atoran en la garganta. No solo me


dijo incompetente, también me reprocha haberme metido en su vida
cuando él fue quien me metió.

—¡Váyase a la mierda! —Aviento el cheque hecho bola a su rostro


furioso, pero más furiosa estoy yo y no pienso soportarle una
humillación más.

—¡Y usted váyase con Jayden, corra a sus malditos brazos como lo
hizo el viernes! ¡Yo no soporto a las personas que mienten y usted
es una experta haciéndolo! ¡Hasta dormida miente!

¿Dormida?

—¿En qué se supone que mentí?

—¡Váyase de una vez! —ordena señalando la puerta.

—¿En qué mentí? ¡Dígame qué dije dormida! —exijo.

—¡Váyase ya! —grita.


Camina hacia mi dormitorio y saca la maleta para comenzar a echar
mi ropa dentro de ella, lo que me hace enfurecer aún más porque
ahora pretende echarme como si fuera un perro.

—¡Es un troglodita, idiota, insensible! —rumio y golpeteo sus brazos


con mis puños, estoy tan enojada que quiero patearle los huevos.

Sujeta mis dos manos, su expresión va más allá de la furia, está


completamente rojo de ira.

—¡Y usted una falsa! ¡Oh, Sr. Promiscuo, chupe mis arterias
pudendas! —dice con una voz falsa que pretende sonar como la
mía.

Me quedo petrificada.

—Quiero casarme con su pene —continúa sonando ridículo por la


voz aguda—. Te amo pito social.

No.

No, no, no, no.

—Yo no dije eso —me defiendo.

—Estaba dormida.

—No es cierto. —Me niego a creerlo, aunque lo que dijo no habría


forma que él lo supiera, más que de mi boca.

—Igual no me interesa. —Da la vuelta y cierra mi maleta—. Jayden


la está esperando, se veía muy ansioso de estar a solas con usted.

—No me voy a SGP por Jayden Summers —aclaro, mi voz suena


débil, aún en shock por las confesiones.

El Sr. Black se ríe.

—No me voy por Jayden Summers —repito elevando la voz.


—¿Entonces? ¿Por qué? —pregunta con ironía.

—Por usted, ya se lo había dicho, me voy porque no puedo trabajar


a lado de una persona que se la pasa follándose a cuánta mujer se
le pone en frente, porque eso jodidamente me está volviendo loca.

—¿Por qué? ¿Por qué no es usted? —replica altanero—. Le


molesta que me folle a otras pero si la beso dice que fue un error.

—No quería ser despedida como todas las demás, no quiero ser
una más. —Tomo mi maleta de la cama y la arrastro para salir de la
suite.

—Pues eso será con Jayden, espero que no la despida después de


follarla.

—¡Qué no voy a follar con Jayden! ¡Entiéndalo malita sea! ¡No


quiero ser una más para nadie! ¡Para nadie y eso lo incluye a usted!
—Tomo la manija de la puerta y la abro, esta se cierra de golpe
cuando el Sr. Black estrella su mano en ella.

—No es una más para mí, Candy —susurra pegándose a mi


espalda—. No es como ninguna mujer que haya conocido antes y
eso me está volviendo loco a mí.

Su mano suelta la puerta y se dirige a mi mentón, lo gira hacia su


rostro y no puedo hacer nada para evitarlo, porque a pesar de estar
furiosa con él, sentir la suavidad de su piel tocándome con
delicadeza y su aliento acariciando mi cuello me tiene paralizada.

—Quiero follarla desde que entró a mi oficina con esa ropa horrible,
desentonando por completo con mi mundo. Quise follarla cada una
de las veces que aplicó lociones en mi cuerpo con tanta
vehemencia. Deseé follarla en castigo por cada accidente en el que
terminamos en el piso y justo ahora quiero follarla para sacarme de
la mente la imagen de Jayden besándola.

Trago grueso, no soy capaz de articular palabra.


—Y definitivamente quiero chupar sus arterias pudendas hasta no
que quede una gota de sangre en ellas.

Mierda.

Mis piernas se aprietan involuntariamente.

—Sr. Black, yo… —jadeo, su pelvis se presiona contra mi trasero.

—Puede casarse con mi pene, si eso es posible.

Oh, carajo.

—Si quiero —gimoteo.

—Candy, Candy —canturrea, sus labios rozan los míos y mi mano


suelta la maleta para dirigirse a su cabello y no permitirle separarse
de mí.

—Dígame, señor —jadeo de nuevo, él sonríe y pasa la lengua por


mis labios.

—Quíteme la ropa.

Exhalo, mi cuerpo entero erizado por la forma en la que su voz


suena, tan seductora y sugerente.

A la mierda, voy a violarlo.

—A sus órdenes, Sr. Black.


38. ENVOLVER
Si estoy soñando no quiero que nadie me despierte.

Pero sé que no lo estoy haciendo cuando siento que me quedo sin


aire por el beso demandante del Sr. Black. ¡Dios! Es como un
aspiradora que me roba todo el oxígeno. Quiero detenerlo, porque
me juré a mi misma no ser una más, pero a la vez no quiero porque,
¡joder! Es el mejor maldito beso que me han dado en mi vida.

De pronto estoy enredada en su cuerpo, no sé en qué momento me


levantó y enredé mis piernas en su cintura, pero me importa un coño
mientras soy dirigida a su habitación y sus manos sostienen mi
trasero. Sigo en shock y sin poder creer que está sucediendo
cuando me recuesta en la cama, su peso aplastándome contra el
colchón y su aliento poniéndome más pendeja de lo que ya estoy.

—Candy, aún tengo la ropa puesta —murmura en un tono juguetón


que me hace tener una contracción en la vagina.

—Se ve atractivo de traje —respondo sin pensar, mis manos ni


siquiera quieren soltar su cabello para dirigirse a los botones de su
saco, lo he desnudado tantas veces y justo ahora que debo hacerlo
para tenerlo a mi disposición, mi cuerpo no reacciona.

El Sr. Black sonríe de lado, mis malditas bragas deciden que están
de más y que me estorban demasiado.

—¿Entonces me la dejo puesta?

—No —gimoteo—, se ve mejor desnudo.

Se sienta en la cama y tira de mi brazo para sentirme también, sus


manos toman las mías y las lleva hacia su corbata, para que
deshaga el nudo. Comienzo a desabotonar la camisa blanca, su
nuez de Adán sube y baja cuando pasa saliva y es algo tan
jodidamente sexy que gimo solo por esa acción. Los dedos me
tiembla más aún que la primera vez que tuve que desvestirlo y eso
lo nota.

—Tranquila —susurra, su expresión es compleja y no puedo


descifrarla, por un lado creo que le divierte ver mi grado de nervios y
por otro me parece percibir ternura.

—No sé lo que estoy haciendo —admito, mi cabeza no deja de darle


vueltas a las cosas, a todo lo que ha pasado en tan solo diez días
que tengo de conocerlo.

Su semblante cambia en una fracción de segundo, pasa a ser algo


frío y distante.

—No quiero que se sienta obligada, Candy. —Retira mis manos de


su ropa y las deja sobre mi regazo—. Creí que también quería
hacerlo.

—Sí quiero, pero…

Arquea un ceja, me siento tan tonta por estar de indecisa justo en


este momento.

—Pero…

—¡Mierda! —lloriqueo y me tiro en la cama, él me mira desde su


lugar, sentado a la orilla—. Desde que comencé a trabajar para
usted he fantaseado tantas cosas, unas muy, muy sucias —
confieso, él sonríe—, y me sentí indignada que no quisiera follarme
a mí como a todas sus asistentes, porque eso parecía.

» Pero a la vez no quería hacerlo porque trataba de mantener mi


dignidad intacta, no sería una más en la larga lista de asistentes de
Montgomery Black, y quería que fuera por mi decisión, no por la
suya.

» Pero aún así seguí fantaseando tantas cosas, poniéndome en


conflicto conmigo misma y con usted, porque definitivamente quiero
follarlo hasta que mi nombre se le quede grabado por siempre y por
otro lado quiero irme con mi dignidad íntegra —finalizo y aguardo
por su respuesta, la cual le toma varios segundos.

Carraspea antes de hablar.

—De todo lo que dijo lo de las fantasías sucias fue lo que más me
llamó la atención —comenta haciendo que resople y me ría de su
cinismo—. No quiero que se vaya, Candy, no quiero que sea la
asistente de Jayden.

Suspiro.

—Yo no quiero que usted sea tan promiscuo, pero no se puede todo
en la vida.

El Sr. Black pone cara de póker.

—No la voy a despedir como a las otras asistentes —asegura.

—De hecho, ya lo hizo —le recuerdo.

—Pero no fue por follarla y si eso es lo que le causa conflicto,


entonces fólleme usted a mí —dice divertido, coloca las manos
detrás de su cabeza y se recuesta contra la almohada—, así podrá
decir que Montgomery Black fue uno más en su lista.

Inevitablemente me río, su sugerencia es tan descabellada y


ridícula, pero parece que la propuesta es verdadera.

—¿Lo dice en serio?

Asiente.

Me siento en la cama, interesada. No es una mala idea. Me despidió


antes de hacer esto y por la razón contraria, puedo follarlo y
después dejarlo yo a él, eso sería épico.

—Puede follarme, no la tocaré si no quiere.


Me río, esto es tan surrealista. Tomo la corbata para terminar de
deshacer el nudo y luego la saco del cuello de su camisa.

—Tendré que asegurarme que no lo hará —lo reto, si se rehúsa a


que ate sus manos lo mando a la mierda.

—Primero debe quitarme la ropa, después no podrá sacarla.

Oh, es cierto.

Se nota que nuca he amarrado a nadie. Me pongo de pie y él


también. Comienzo a quitarle la ropa como si fuera uno día de
trabajo normal, comportándome sería y profesional mientras él me
observa con una sonrisa ladina. Cuando retiro la camisa y dejo su
precioso torso pálido desnudo vuelvo a tomar la corbata y se la
enseño. Me ofrece sus muñecas como quien permite que le pongan
esposas para llevarlo detenido y comienzo a amarrarlas.

—Asegúrese que no voy a desatarme, porque de ser así, no


respondo. —Sus ojos me lanzan una sexy y morbosa advertencia
que hace que relama mis labios.

Anudo la corbata tan fuerte como puedo, el Sr. Black se divierte


viéndome asegurarme que no podrá liberar sus manos, cuando lo
compruebo, sonrío. Después voy por su pantalón y ropa interior. Lo
he visto tantas veces desnudo en tan pocos días, pero verlo ahora
se siente como la primera vez y los nervios cosquillean mi
entrepierna al ver su precioso pene semi erecto.

—Ahora va la mejor parte. —Sonríe—. Verla desnuda a usted.

Oh, mierda.

Hasta este momento me hago consciente de ello, que tendré que


desnudarme y me entran ciertos complejos. Mi cuerpo no es como
el de esas actrices con las que folla, soy una persona común y
corriente, que no tiene piernas torneadas ni un abdomen plano con
cuadritos, mis tetas no son redondas y respingonas e incluso se me
hacen rollitos cuando me siento.

—Ehhh, podría también vendarle los ojos —propongo.

—De ninguna manera —reniega—. Necesito ver ese trasero


moverse.

Bueno, si hay algo de lo que puedo sentirme orgullosa, es de mi


trasero, no es tan voluptuoso, pero es bonito. A Chema le gusta. A
mi ex fue lo que le gustó de mi, y por lo visto, al Sr. Black también. Y
si él quiere verlo moverse, puedo darle esa satisfacción.

—Ya regreso —digo y salgo corriendo en busca del móvil ignorando


las réplicas del hombre amarrado que espera a lado de la cama.

Busco música con la que pueda agarrar un poco de confianza para


quitarme la ropa y regreso a la habitación.

—Siéntese —ordeno señalando la cama. El Sr. Black arquea una


ceja, creo que no le gusta que le den órdenes, sin embargo, se
sienta.

Comienzo a balancear la cadera al ritmo de Envolver, me doy la


vuelta para no ver su cara y sacudo el trasero mientras mis manos
van desabotonando mi camisa. Escucho su respiración pesada y me
motiva a ser más atrevida con mis movimientos. Me deshago de la
parte de arriba y voy por el pantalón, bajándolo despacito mientras
la canción dice «lo que pase aquí se va a quedar, yo sé que no me
vas a olvidar, si te hago el amor.»

—Deje de torturarme y quítese la ropa —exige con un resoplido, me


divierte y me da cierta satisfacción notar que así como el me afecta
y me tortura, yo también a él.

Me bajo el pantalón y finalmente giro hacia él, todavía tengo la ropa


interior, pero me siento como si estuviera desnuda por la forma en la
que me mira. Y yo observo su erección, que ahora luce
magníficamente levantada y dura. Por mi.

Mi esposo.

Por fin podré besarlo.

Quiero besarlo todo, todo, quiero recorrer su cuerpo con mis labios
como lo he fantaseado y chuparlo hasta que me duelan las mejillas.
Quería follarla y dejarlo, pero lo cierto es que no soy de ese tipo de
persona y si esta es mi única oportunidad de tenerlo, entonces
quiero asegurarme que nunca va a olvidar mi nombre, aunque se
folle a las mujeres más sexys y hermosas, ninguna de ellas lo quiere
a él, al hombre histérico y con mil alergias, lo quieren por lo tiene.

Coloco mis manos en sus hombros y lo empujo suavemente para


que se recueste en la cama, subo sus manos por encima de su
cabeza y lo miro. Es cuando me doy cuenta que en solo diez días
Montgomery Black se robó mi corazón. Es un idiota, promiscuo y
mandón, pero no puedo evitar los latidos acelerados en mi pecho,
los que me dicen que yo tampoco podré olvidar su nombre nunca,
porque estoy enamorada de él.

—No voy a follarlo —susurro y lo beso.

No es como el beso anterior en el que pretendíamos comernos el


uno al otro, lo beso para disfrutar que, por este momento, es mío. Ni
intenta llevar el beso más allá, permite que se yo quien guíe la
intensidad y nuestros labios. Bajo por su mentón besando cada
centímetro de la piel de su cuello, llenándome de su olor y grabando
mis labios en su cuerpo.

Su piel se eriza en varias ocasiones mientras mi lengua recorre su


pecho y abdomen. Doy algunos mordisquitos que ponen roja su
palidez y él jadea cada vez que beso con reverencia este cuerpo
sensible a tantas cosas. Llegar a su vientre es la mejor parte, puedo
notar como su abdomen sube y baja bruscamente por su respiración
errática y como sus ojos me miran suplicantes para que termine de
bajar.

Tener su pene frente a mis ojos no es nada del otro mundo, pero
poder tocarlo con mis labios sí y no puedo evitar aspirar fuerte el
aroma de su piel. La cabecita rosada que tanto he deseado chupar
ahora está a mi disposición y en lo único que puedo pensar es en
darle besitos y acariciarlo con mi nariz y mejilla. Creo que amo más
al pene que al hombre, pero no puedo evitarlo, fue lo primero que
me enamoró de él.

—Necesito que haga más que besarlo, me van a explotar las bolas
—gimotea el Sr. Black—. Usted es sádica de una manera tierna y
rosa, esta tortura es peor que recibir azotes.

—¿Lo han azotado?

—Una vez, para una grabación y no me gustó, no tolero los golpes.

—¿Y esto es peor que los azotes? —Doy otro beso a la punta de su
erección y deslizo levemente mi lengua por ella, provocando que de
un latido.

—Jodidamente me está poniendo más ansioso que en esa ocasión


y hace que me duelan los huevos de desear que lo meta en su
boca.

—Yo he deseado meterlo a mi boca muchas veces, no creo que


esté más ansioso que yo.

Chupeteo despacio la punta, el Sr. Black cierra los ojos y aprieta los
labios en un claro gesto por tratar de controlarse, aunque puedo
notar como su cadera se eleva un poco tratando de entrar más en
mi boca. Pero no lo meto aún. Todavía no lo he besado lo suficiente,
tampoco he besado sus huevitos.

Y lo hago.
Bajo mis labios a ellos y los beso, los chupo succionando levemente
la piel que los recubre y recorriendo minuciosamente su anatomía.
Tiene un lunar que yo no había visto y es tan bonito porque parece
un corazoncito. Que hermoso.

—Su lunar es bonito —comento dando un beso sobre él.

—Candy, por favor —suplica.

Decido que es hora de acabar con su suplicio. Recorro con mi


lengua toda su longitud, hasta llegar de nuevo a la punta, a la cual le
doy una leve succión y vuelvo a bajar para lamerlo un vez más.
Nunca había desfrutado de chupar un pene, con mi ex fue terrible,
con Chema aceptable pero nada que me encantara, pero el del Sr.
Black no puedo dejar de lamerlo en todas direcciones, se siente tan
bien en mi lengua que bien podría pasarme la tarde entera
lamiéndolo.

Lo bueno es que no te gusta el porno injusto, Candy.

Pero es que lamer el pene del Sr. Black es tan delicioso que sí
podría hacer un película completa solo chupándolo.

—Candy, Candy —canturrea, aunque parece más un gemido—, si


es una especie de venganza ya es suficiente.

Me río, es un dramático.

—¿No le gusta?

—Me está volviendo loco esa boca. —Sus manos cubren su rostro y
lo frota con frustración—. Chúpelo ya y no se detengo hasta que me
corra.

Está bien.

—A sus órdenes, señor.


Abro la boca y lo introduzco tanto como puedo, para sacarlo
mientras succiono con fuerza. El Sr. Black se sienta en la cama y
me mira, fijo mis ojos en los suyos y vuelvo a meterlo. Subo y bajo
por él mientras veo sus gestos de satisfacción. Mis manos acarician
sus piernas y suben a su cadera para volver a bajar. Es mejor que
como lo había imaginado, es mucho mejor que verlo en una película
porno, porque no solo es jodidamente rico chuparle la polla a mi
jefe, verlo y oírlo jadear y gemir es lo mejor de todo.

—No se detenga —jadea, su cadera se mueve despacio para entrar


un poco más en mi boca—. ¡Carajo! Lo hace de maravilla, Candy.

No sé cómo tomarme sus palabras, que me digan que chupo pollas


de maravilla no es el mejor cumplido que me han hecho. Sin
embargo, hago caso de su petición, sigo chupándolo, cada vez más
rápido, obligándolo a cerrar los ojos y morderse el labio.

—¿Dónde había estado toda mi maldita vida Candy? —gime.

Me detengo solo un momento para contestarle.

—Dieciocho años de su vida aún estaba en el huevo de mi papá.

El Sr. Black abre los ojos y me mira con cara de póker.

—Acaba de cortarme una corrida. Y no es por su edad, pero hablar


de los testículos de su padre mientras me hace una mamada no es
muy estimulante.

Suelto una carcajada.

—Perdón, señor, pero usted preguntó. —Mi mano acaricia su


erección, masturbándolo suavemente—. Además, los otros
dieciocho años, aún era menor de edad.

—Candy, por Dios, cierre la boca —rumia, exasperado.

—Si la cierro no puedo seguir chupándolo.


—Entonces métaselo a la boca pero deje de hablar incoherencias —
sisea.

Se tira en la cama y vuelve a tallar su rostro con frustración, por


algún motivo me divierte y me excita verlo así, por lo que dirijo de
nuevo mi boca a su pene para seguir besándolo mientras mi mano
lo masturba. Lo siento tensarse, por lo que incremento la velocidad y
succiono la cabeza hasta sentir su eyaculación en mi boca.

Nunca he tragado semen, pero ahora lo hago mientras me mira y


respira entrecortado por su orgasmo. Sonrío y me levanto, desató el
nudo de la corbata que mantenía sus manos atadas y dejo un beso
suave en sus labios.

—Hubiese preferido la leche en el café de la mañana —susurro—.


Ahora debo irme.

Me doy la vuelta y recojo mi ropa.

—¿Cómo que se va? ¿A dónde?

—Pues usted me despidió, así que ya no tengo nada que hacer


aquí.

—¿Qué carajos?

Se pone de pie y viene a mí, me quita la ropa para arrojarla hacia la


estancia y sus brazos se apoderan de mi cintura para arrastrarme
de nuevo a la cama.

—No puede decirme que se va después de lo que acaba de hacer


—gruñe—. Yo necesito… necesito tenerla en mi cama todo el
maldito día y la noche, Candy, no puede darme la mejor mamada de
mi vida y decir simplemente que se va.

La mejor mamada de su vida.

¿Eso es un cumplido?
—Señor, no quiero ser…

—¡No es una más! —grita—. No es una más, Candy, quédese, me


toca demostrarle lo que yo he deseado hacerle desde el primer
momento en que la vi.

—¿Quedarme en la empresa?

El jefe niega.

—Quédese conmigo.
39. MAESTRO DEL PORNO
—¿Con usted?

—Quédese conmigo —susurra, sus manos atrapan mi rostro y


acerca el suyo para rozar sus labios con los míos.

—¿Y en la productora no?

—También Candy, solo quédese de todas las formas posibles. —


Deja un beso suave en mis labios, el cuál no respondo porque aún
estoy tratando de entender lo que significan sus palabras.

—¿Es de verdad?

El Sr. Black resopla.

—¡Joder, que la quiero en mi cama todo el maldito día! —gruñe.

Vuelve a besarme, pero en esta ocasión ya no es suave y delicado,


de nuevo es ese vampiro que quiere succionarme hasta el alma.
Sube sobre mí, sus piernas separando las mías y sus manos
sujetan mis muñecas sobre las almohadas mientras él baja por mi
cuerpo, mordiendo y chupeteando a su paso hasta llegar a la altura
de mis senos.

Sonríe de manera provocadora antes de dar un mordisco por


encima de la tela del sujetador que provoca que mi vientre se
contraiga con fuerza. Con los dientes aprisiona el borde del
sujetador y lo baja exhibiendo mi pezón el cuál no duda en lamer
para después succionarlo tan maravillosamente que si sigue
haciéndolo va hacerme tener un orgasmo solo chupando mis tetas.

¡Dios!

Quiero gemir escandalosamente, pero a la vez siento pena, no me


gusta ser ruidosa en el sexo, pero es jodidamente difícil no querer
gritar cuando sus dientes mordisquean mi piel y deja pequeñas
marcas en mis senos. Definitivamente es un vampiro. Después pasa
a la otra, se entretiene torturando mis pezones todo el tiempo que
quiere, alternando de uno a otro y poniéndome al borde del
orgasmo.

Mi Sr. Promiscuo sabe lo que hace.

—El día que la vi en la ducha estuve a punto de quitarme la ropa y


meterme a la tina para follarla.

—¿Y por qué no lo hizo? Eso nos habría ahorrado muchos


momentos de tensión.

—Dijo el nombre de su no novio. Eso le baja la erección a


cualquiera —sisea, sus dientes se desquitan con mi pezón por ese
mal entendido.

—Estaba pensando en usted —confieso, levanta la vista y me mira,


sus labios succionando mi pezón son una imagen excitante y
maravillosa.

—¿Pensando en mí y diciendo el nombre de otro?

—Estaba pensando en su pene y en qué me hubiese encantado


pasar la noche chupándolo, esa noche no pude dormir casi nada por
tenerlo en la misma cama. Pero también recordé que no le avisé a
Chema que no llegaría a dormir y por eso dije su nombre.

—Si va a fantasear con chuparme la polla no meta a otros en esas


fantasías, Candy —dice ceñudo—, provoca confusiones y malos
entendidos.

Sonrío.

—Usted es muy celoso, señor, poco propio de un actor de


pornografía.

—No soy celoso —refuta frunciendo aún más el ceño.


—Lo es y mucho, prácticamente no deja que nadie se me acerque
—le recuerdo—, ni Vlady, ni Jayden, ni Emet.

El Sr. Black gruñe, su boca asciende a la mía para volver a besarme


con violencia exquisita.

—No mencione el maldito nombre de Jayden.

Me río.

—Demasiado celoso.

—No soy celoso —bufa.

Suelta mis manos y da la vuelta en la cama jalándome con él para


colocarme encima de su cuerpo. Besa mi cuello y me obliga a
colocar mis tetas sobre su rostro, inmediatamente sus manos se
apoderan de ellas y las estruja, haciéndome jadear ruidosamente sin
poder evitarlo. Vuelve a meter uno de mis pezones a su boca
mientras sus manos se dirigen a broche del sujetador, lo quita con
una facilidad increíble, y lo saca por mis brazos arrojándolo hacia el
piso.

Se toma un momento para mirar mis senos, siento el calor recorrer


mi rostro, me da vergüenza que me vea tan de cerca y
detenidamente. Sus manos de dedos largos los cubren por
completo, los masajes provocando que cierre los ojos y solo me
preocupe por disfrutar de lo que sus hábiles manos hacen.

—Sus tetas son bonitas, ahora quiero confirmar que su coño lo es,
como lo dijo su amigo.

—¡Por Dios, no diga esas cosas! —me quejo, me arde la cara de


vergüenza.

—Ese mensaje me creó una obsesión con ver su coño —replica.

—¡Cállese! —grito—, y luego dice que soy yo la que habla


incoherencias.
Desliza las manos a través de mis costados hasta llegar a la tela de
mis bragas. Mi respiración se sale de control cuando comienza a
bajarlas y tengo que permitir que las saque por mis piernas,
uniéndose a la demás ropa en el piso.

—Es mi turno de cumplir mi fantasía —murmura, sus manos en mi


cadera me impulsan hacia arriba, guiando mi entrepierna a su
rostro.

Jesucristo redentor.

¿De verdad va hacer que ponga mi sexo en su boca?

No me asusta el sexo oral, lo he hecho algunas veces con Chema,


con mi ex nunca, y es delicioso, pero lo he practicado de una forma
muy convencional, jamás he hecho nada de lo que se ve en las
películas porno, soy bastante normalita a pesar de mis fantasías
obscenas.

—Y la suya —agrega—. No creí que comprendiera el comentario de


las arterias pudendas.

—Fue Chema quien me lo explicó —admito.

—Candy, voy a prohibirle decir el nombre de otro de ahora en


adelante. —Jala con brusquedad mi cadera, colocando mi intimidad
sobre su cuello y se desliza entre mis piernas abiertas hacia abajo
para colocarse adecuadamente.

Uno de sus dedos roza mi pubis y ahogo un gemido que urge por
salir de mi garganta cuando lo desliza entre mis labios vaginales. Me
avergüenzo aún más al notar mi humedad, la cual se encarga de
esparcir por la piel de mi sexo y yo cierro los ojos para no ver su
rostro.

—Debo admitir que el tal Chema tenía razón, de verdad es muy


bonito, pero creí que no estaba depilada.
Me sonrojo.

—Y yo creí que no nombraríamos más a Chema.

—Usted no puede decir su nombre, si lo hace tendré que


reprenderla severamente. —Seguido de eso siento su lengua
recorrer la piel de mi pubis.

Lo hace suave y despacio, con demasiada calma que me pone


ansiosa y deseosa de que llegue a mi clítoris.

—Usted me torturó mucho —habla pegado a mi sexo, siento el


movimiento de sus labios contra mi piel—, me toca.

Quisiera replicar, pero en cambio aprieto los labios para no gemir


cuando desliza la lengua entre mis labios y roza mi clítoris
delicadamente. Juega con él, moviendo la lengua de un lado a otro
muy lentamente. Es un maldito vengativo que se burla de mi
ansiedad y de mis piernas temblorosas.

—¿Verdad que no es divertido? —se mofa.

—No —lloriqueo—, señor, por favor —suplico.

Pero es tan jodidamente maldito que se ríe y da leves golpecitos a


mi clítoris con su lengua.

—Candy, Candy —canturrea y gimo cuando succiona con fuerza.

Sujeta mi cadera para que no me mueva cuando comienza a mover


la lengua con rapidez, recorriendo todo mi sexo, desde la entrada de
mi vagina a mi clítoris. Lo chupa a su gusto, lame y mordisquea
como le da la gana y yo no puedo evitar que los gemidos salgan de
mi garganta porque es un jodido experto. Podré no tener mucha
experiencia, pero definitivamente sé que no hay nadie como
Montgomery Black para el sexo oral.

Introduce la lengua en mi vagina y respingo por ello, gritando por la


impresión. Masajea mis glúteos al tiempo que devora por completo
mi sexo, es rudo e implacable y no le toma más que unos minutos
de ese abrumador movimiento de lengua para hacerme tener un
orgasmo. Uno que no puedo callar por más que lo intento porque es
tan malditamente bueno, como linda antes lo había tenido.

No tengo tiempo de recuperarme, vuelve a girar en la cama


llevándome contra las sábanas y me coloca boca abajo. Mi cuerpo
está laxo por el placer remanente y eso le permite moverme a su
gusto. Flexiona mi pierna derecha y apenas soy consciente cuando
se coloca encima de mí y guía su erección a mi vagina.

De lo que sí soy consciente es cuando entra de una certera


embestida. Sus proporciones me hacen gemir en parte de placer y
en parte de dolor, pero no tengo tiempo de quejarme porque el
movimiento imparable de su cadera no me permite hacer otra cosa
más que gemir.

—Ahora sabe que los gemidos no son fingidos —jadea en mi oído.

Asiento completamente perdida y a merced de su posesión. Ser tan


promiscuo le ha dado mucha experiencia, porque esta forma de
follar tan desquiciada no le he visto en ningún vídeo porno.

—Cuando dijo que no deseaba que la follara tuve tantas ganas de


empinarla en la cama, bajarle las bragas y empotrarla en mi polla —
gruñe, su pelvis se estrella con más fuerza en mis glúteos
provocando que mis gemidos suban de volumen.

Es delirante.

Y doloroso.

Pero malditamente alucinante.

Y delicioso.

—Dígame ahora que no quiere que la folle, Candy —sisea, su mano


toma mi mentón para girar mi rostro hacia el suyo—, dígame qué no
desea que la folle toda la jodida noche.

—No lo deseo —jadeo en un esfuerzo sobre humano por hablar.

El Sr. Black empuja con más fuerza, sus movimientos se hacen


lentos pero profundos, llegando a lugares que no sabía que tenía y
que él está descubriendo.

—¿No lo desea?

—No —gimo—, lo necesito.

Su sonrisa es maravillosa, su boca atrapa la mía devorándose mis


gemidos. Sus embestidas vuelven a ser rápidas, poniendo mi
cuerpo tenso por un segundo orgasmo. Un segundo orgasmo.
Nunca habías tenido dos orgasmos en una noche y jamás los había
tenido con penetración sin ser estimulada. Dejo de ser consciente
de lo que sucede a mi alrededor, mi cuerpo está agotado y
satisfecho, pero mi jefe parece no haber terminado aún.

—Tregua —suplico, necesito un momento para descansar de tanta


intensidad.

—Vamos, Candy, sé que puede soportar aún más.

Sale de mi interior y me da la vuelta nuevamente, no puedo poner


resistencia cuando sube mis piernas a sus hombros y vuelve a
introducirse un mi interior con la misma impetuosidad, creo que no
se cansa.

—Sr. Black —gimoteo, estar en esta posición me hace más


consciente aún de su tamaño.

—Necesita ser reprendida por todas las noches que tuve que
dormirme deseando follarla.

Y sí que lo hace, me castiga con sus estocadas severas. Mi cuerpo


se sacude bajo su dominio de maestro del porno y él chupetea mis
senos de vez en cuando, obligándome a gemir de nuevo, mi
garganta está seca por mi respiración descontrolada y ahora
también me duele.

—Quiero que se corra otra vez y quiero sentir en mi polla lo mucho


que le gustó que la follara, Candy, es un orden.

Asiento, no sé por qué lo hago, pero asiento.

—A sus órdenes, Sr. Black.

Sonríe complacido.

Cierro los ojos cuando me acerco de nuevo al orgasmo, en esta


ocasión es un ascenso tortuoso, como si mi cuerpo se rehusara a
cumplir su orden. Sin embargo, la convicción de mi jefe por hacerme
tener otro orgasmo es mayor que la oposición de mi cuerpo, aprieto
los puños sujetando las sábanas cuando vuelvo a sumergirme en su
maestría sexual.

Se retiró unos segundos después de mi interior, su mano sujeta su


miembro y lo sacude un par de veces antes de eyacular sobre mi
vientre. Ver su rostro contraído por el orgasmo es como un sueño y
la forma en que gruñe es sexy de sobremanera. Recarga su
precioso pene que por el momento luce más rosado de lo normal,
sobre mi pubis y talla la punta en mi piel, limpiando la gotita de
semen que había quedado en él.

Después se acomoda a mi lado en la cama, resoplando igual que


yo.

—Necesito diez minutos y después la volveré a follar.

¿Qué?

¡No, me duele la vagina!

El Sr. Black se ríe y gira hacia mí para acariciar uno de mis senos y
besarme.
—Candy, Candy, la voy a follar tantas veces que mañana no solo va
a dolerle la vagina, también la garganta y el trasero.

Lo miro aterrada.

—Voy a comenzar a gritar que me tiene secuestrada un precioso


hombre promiscuo.

—Está secuestrada en mi cama hasta mañana.

—Debemos trabajar, señor —le recuerdo.

—Su único trabajo por hoy es tener tantos orgasmos como le sea
posible.

Dios.

¿Cómo negarse si me dice eso?

—A la mierda el dolor, solo se vive una vez y podré descansar


cuando me muera —declaro y lo beso, él sonríe y envuelve mi
cintura para subirme sobre su cuerpo, creando un desastre
pegajoso entre nosotros.
40. EL CAFÉ DE LA MAÑANA
Suspiro.

Mis dedos recorren el pecho de mi jefe precioso, sentir su


respiración acompasada y notar como su piel se eriza por mi tacto
hace que no puede despegar mis ojos de él. Es tan hermoso
dormido. Suspiro de nuevo, a pesar del dolor de mis partes privadas
y de otras no privadas por su intensa sesión de sexo, mi corazón
late desbocado y no me permite dormir.

¿Con que esto se siente al estar enamorada?

Nunca lo había hecho antes, al menos no de una persona real, me


he enamorado de personajes de libros, películas y de las novelas
mexicanas que tanto le gustan a mi mamá, pero jamás de una
persona que estuviera a mi alcance. Admito que es aterrador,
porque en mi vida no había sentido este deseo de tocar a alguien
todo el tiempo, de no poder separar mi vista de él o de ni siquiera
concebir la idea de separarme un instante de su cuerpo.

Es abrumador y a la vez cálido y agradable, sobre todo cuando gira


hacia mí y me atrapa entre sus brazos y sube la pierna sobre las
mías para acomodarse y seguir durmiendo. Yo no puedo hacerlo,
temo dormir y cuando despierte todo haya sido un sueño. Aspiro
profundo el aroma de su piel y dejo un beso sobre su pecho, yo
también lo abrazo y me acurruco contra su cuerpo, descubriendo lo
increíble que es dormir con alguien, más cuando ese alguien es el
motivo de tu insomnio.

✤✤✤

Cuando despierto en la gran cama de hotel mi primer reacción es


levantarme inmediatamente y cubrir mi cuerpo. Por unos segundos
parpadeo mientras mi cerebro comienza a procesar donde estoy. El
Sr. Black entra en el dormitorio sosteniendo una bandeja con cafés y
croissants que huelen riquísimo, ayer con tanto sexo, sólo pedimos
algo ligero de cena y al oler el café mis tripas gruñen escandalosas
reclamándome por no haberlas alimentado correctamente.

—Buenos días —murmura en esa voz suave y atrapante, deja la


bandeja sobre la cama y deposita un beso en mis labios que me
avergüenza porque no me he lavado los dientes—. Tenía mucha
hambre y pedí algo para desayunar, no pude esperar a que
despertara.

Asiento embobada, viéndolo llevar un pantalón de pijama sin nada


arriba.

—Candy, despierte, hoy sí debemos trabajar, aunque me gustaría


pasarme otro día en la cama, tenemos que bajar.

Asiento de nuevo, muda, viendo el desayuno sobre la cama y mi


corazoncito bobo se emociona. El jefe me trajo el desayuno, por
supuesto lo pidió, pero es algo emocionante tratándose de un
hombre que ni siquiera se pude un analgésico en una farmacia. Me
siento con las piernas cruzadas y aún envuelta en las sábanas, me
da mucha vergüenza que me vea ahora desnuda y mi cara se
incendia al sentir la leve incomodidad de mis partes privadas por
todo lo que hicimos ayer.

Tomo la taza de café para darle un sorbo, pero él me la quita, la deja


de nuevo en la bandeja y se pone de pie, frente a mí. Sonríe de
manera sexy y provocadora y de un tirón baja el pantalón de la
pijama, exhibiendo a mi amado esposo que da pequeños respingo
porque comienza a endurecer. Trago grueso y lo miro, deseando
tocarlo y darle un beso de buenos días.

—Quería leche con el café de la mañana, pero tendrá que servirse


usted misma.

Jadeo.

Yes, yes, yes, claro que yes.


Aprieto los labios para tratar de disimular mi sonrisa y dirijo un mano
a su pene que salta ante mi contacto, irguiéndose más. Me inclino
hacia el frente y doy un beso en la punta y después otro en el
tronco. Y otro más. Muchos besos porque mi esposo se los merece
después del magnífico trabajo que hizo anoche.

Sé que no tenemos mucho tiempo, pero me tomo el necesario para


consentirlo antes de introducirlo en mi boca. Lo chupo con ganas,
porque se me ha hecho una obsesión tenerlo en la boca y disfruto
de sentir como late cuando succiono.

El Sr. Black empuja la cadera levemente contra mi rostro


provocándome arcadas cuando entra demasiado, pero trato de
tolerarlo, no quiero parecer una tonta que no sabe dar una buena
felación a él, que debe estar acostumbrado a que le den las
mejores.

Sus jadeos me motivan y la forma en la que susurra mi nombre me


produce un cosquilleo en partes que tengo muy sensibles y me
recuerdan lo bien que se siente que me folle. Apresuro el ritmo
cuando él sujeta mi cabello y trata de introducirse más, quiero que
se corra y sentirme poderosa por lograrlo.

Se retira justo un par de segundos antes de comenzar a derramarse


y guía su pene hacia la taza de café, llenándolo con su semen. Me
río porque es ridículo verlo hacer eso. Tras una última sacudida,
toma la última gota que quedó en su miembro con un dedo y la
dirige a mis labios. Abro la boca para chuparlo, cosa que le produce
un nuevo jadeo.

—Espero que sea el mejor café que haya tomado —comenta cínico,
toma la cuchara y revuelve el café para mezclar su semen con el
líquido.

Es deliciosamente sucio y pervertido.

—Seguramente sí, señor.


Ambos nos acomodamos en la cama y comenzamos a desayunar,
sujeta la taza de café ante su atenta mirada y deslizo la lengua por
una orilla manchada de semen para después darle un sorbo.

Gimo.

Sí sabe delicioso.

—Definitivamente es el mejor que he probado.

El Sr. Black se ríe y seguimos desayunando. Estar aquí con él y


haciendo esto es como un sueño y no dejo de pensar que en algún
momento despertaré y todo se va a esfumar.

—Señor —susurro—, tengo algunas dudas y debo preguntarlas y


necesito que me de respuestas, por qué no sé en dónde estoy
parada.

Suspira.

—No tenemos mucho tiempo —responde revisando la hora en su


reloj que descansa en el buró a lado de la cama—, hablemos en la
ducha.

—¿En la ducha? ¿Los dos juntos?

—O si lo prefiere, podemos hablar en la noche, si quiere ducharse


sola.

Por supuesto que quiero ducharme con él.

—Voy a preparar la tina.

Me pongo de pie y levanto la charola para colocarla en la mesa de la


estancia. Regreso a la habitación y preparo la ducha habitual de mi
jefe. Mientras se llena la tina busco la ropa que usará hoy y doy una
pasada con la plancha de vapor para alisar las arrugas, mientras él
contesta mensajes en el móvil. Saco mi ropa también, falda, una
camisa sencilla sin mangas y los estiletos.
—Está lista, señor —indico cerrando el paso del agua.

El Sr. Black se levanta de la cama, se quita el pantalón y viene al


baño desnudo. Desde anoche verlo sin ropa ha adquirido otro
significado y no puedo evitar suspirar al tenerlo frente a mí de
nuevo. Sus manos viajan a la sábana que tengo envuelta en el
cuerpo y la sueltan para dejarla caer al piso. Me sonrojo al notar su
vista clavada en mis senos y sus manos se mueven a ellos para
acariciarlos.

Después de hacerme jadear con sus exquisitas caricias, toma mi


mano y me ayuda a entrar en la tina, seguido entra él, se acomoda
entre mis piernas, recargando la espalda en mi pecho e
inmediatamente mis brazos lo envuelven. En mi interior lo siento tan
mío teniéndolo así, pero no sé que es lo que piensa él de nosotros,
o si en verdad hay un nosotros, solo dijo que me quedara con él y yo
necesito respuestas explícitas.

—¿Qué es lo que quiere preguntar, Candy.

Mientras agarro valor para soltar la primer pregunta, tomo la esponja


de baño y la lleno del gel de ducha para comenzar a tallarla por su
cuerpo, es un momento tierno y erótico a la vez, bañar a mi jefe.

—¿Qué se supone que somos? ¿Una pareja? ¿Novios? ¿El jefe


que se folla a su asistente? Necesito una respuesta para saber si
estoy dispuesta a aceptarlo.

Recarga la cabeza en mi hombro y me mira, los nervios me


revolotean el estómago esperando su respuesta.

—Somos nosotros —responde—, no quiero tener que ponerle una


etiqueta a lo que somos, simplemente estamos juntos.

Estamos juntos.

Pero eso no es suficiente para mí.


—¿Eso significa que follamos, pero que no somos una pareja? —
susurro, mi corazón se hace chiquito por esa idea, porque no puedo
evitar sentirme como una más de sus amigas con las que folla.

—¿Cuál es la importancia de eso, Candy? ¿No es suficiente con


pedirle que se quede conmigo? ¿Por qué la necesidad de
encasillarnos en algo? A mi edad no es gracioso ni aceptable
pretender tener una novia —dice casi con desagrado.

No quiere una novia.

—A su edad —puntualizo—, pero a la mía sí y lo necesito porque


necesito saber que soy para usted, ¿una amiga más de las que se
folla? ¿Tendré que anotarme en la agenda y esperar mi turno? —mi
voz tiembla a pesar de que trato sonar segura—. ¿Debo hacerme
análisis de sangre cada mes? No es lo que quiero, señor.

—Ya le he dicho muchas veces que no es una más. —Se levanta un


poco y busca mis labios, su beso es suave y delicado, en cuarta
forma sirve para tranquilizar los latidos dolorosos de mi corazón,
pero no del todo—. Usted y yo estamos juntos, quiero que trabaje
conmigo, quiero que desayune conmigo y duerma en mi cama,
quiero follarla cuando ya no pueda seguir aguantando las ganas de
hacerlo y quiero que esté ahí, siendo usted, una calamidad que me
exaspera y me divierte al mismo tiempo.

—Eso se escucha como una relación, pero se niega a etiquetarlo así


—replico.

—Por que yo no necesito decir que tenemos una relación para saber
que estamos juntos, que es mía. —Vuelve a besarme, mi respiración
tornándose errática por sus palabras y por sus labios que me quitan
el oxígeno—. Solo somos nosotros, una calamidad andante y un
promiscuo, juntos —susurra y sonrío porque me gusta como suena
eso.

—¿Y usted es mío? ¿Dejará de ver a sus amigas? ¿Dejará de follar


con actrices y de grabar películas?
El Sr. Black frunce el ceño.

—Lo de las películas… será algo complicado. Por lo otro, le


recuerdo que usted lleva mi agenda y puede cancelar las citas.

—Pero las películas siguen, no sé si puedo tolerar eso —admito.

—El contenido en el que tomo participación es el que mejor se


distribuye, si dejo de hacerlo posiblemente baje la demanda, eso se
traduce en pérdidas para la empresa.

Suspiro cabizbaja.

—Entiendo.

El Sr. Black levanta mi mentón y deja otro besito en mis labios,


aunque no me gusta nada que deba tener sexo para las
grabaciones, también debo reconocer que este es su negocio y que
lo conocí haciendo esto, tratar de exigir que deje de hacerlo podría
ser un problema entre nosotros, uno que posiblemente me deje a mí
fuera de la ecuación.

—No quiero que eso sea un inconveniente, Candy, pero tampoco


puedo prometer que no lo haré más, intentaré reducir las
grabaciones al mínimo, pero en algún momento deberé hacerlo.

—Siendo así, creo que lo mejor será que no trabaje más en la


productora, no puedo tolerar tener que verlo hacer eso, así puede
grabar tranquilamente y yo conservo mi paz mental al no saber que
lo está haciendo. Lo mejor es que trabaje con Jayden.

—De ninguna manera —gruñe, su mano se apodera posesivamente


de mi cuello para pegarme a sus labios—. Ese hijo de puta querrá
tener algo con usted.

—El puede quererlo, pero si yo no accedo no pasará nada.

—No quiero que se vaya de la empresa.


—Y yo no quiero tener que verlo follar con otra, puedo tolerar que no
le de un nombre a lo que hay entre nosotros, pero esto no.

Me mira fijamente, sus ojos son una batalla entre frustración y furia.

—Candy… —suspira—, deme tiempo, necesito pensar que hacer


respecto a ese tema. Es usted muy celosa y según el celoso soy yo.

—Si no conociera su historial quizá no tendría por qué sentir celos


—murmuro dando un besito a su nariz, que al menos trate de
encontrar una solución a ese inconveniente me dice que en realidad
le importo.

—¿Hay algo más de lo que quiera hablar?

—También quiero saber si dejará que se sepa que hay algo entre
nosotros, ¿o solo hay un nosotros a puerta cerrada?

Frunce el ceño.

—Me gusta mantener mi vida privada, privada. No pretendo


esconderme de nadie pero tampoco gritar públicamente que
estamos juntos, la pregunta aquí es: ¿está dispuesta y preparada
para recibir los comentarios que surgirán? Rumores, habladurías,
incluso el acoso de alguna que otra mujer, no dude que lo habrá.

Carraspeo.

No había pensado en eso y no sé si estoy preparada para que gente


como Herbert Black diga cosas sobre mí, o para que las amiguitas
de mi jefe sean unas arpías acosadoras. Incluso no sé si quiero que
la pesada de Kennedy sea más desagradable de lo que ya es.

—Me agrada lo de mantenerlo privado, aunque tampoco quiero


esconderme, que se sepa a su debido tiempo.

—Al fin estamos de acuerdo en algo —bromea y sonríe, da la vuelta


para quedar frente a mí y tomar mi cintura y subirme a su regazo.
—Es divertido estar en desacuerdo con usted.

—Yo quiero saber si seguirá hablándome de usted todo el tiempo,


aún en la ducha u montada en mi polla —dice esto levantando mi
cadera para guiar su miembro a mi entrada.

Jadeo cuando se introduce, hay un leve ardor en mi sexo,


recordatorio de lo bien que follamos anoche.

—Me gusta hablarle de usted, señor.

—Y a mí me gusta que me diga Sr. Black de la forma en que lo


hace, me la pone dura.

Resoplo, sus manos mueven mi cadera para balancearme sobre su


miembro.

—Le diré, mi Sr. Promiscuo.

El jefe entrecierra los ojos.

—Y yo le diré Srita. Calamidad.

—Mi Sr. Pito social, aunque ahora es solo mío, mi esposo pito.

Se ríe.

—Cierre la boca Candy y mónteme —ordena y yo obedezco.

**********

Holaaa!

Mañana no habrá actualización.

Nos leemos el lunes.


Besitos.

Yoss.
41. JODIDAMENTE ENOJADO
Tardamos poco más de una hora en salir de la suite, a pesar de
saber que tenemos trabajo que hacer, no pudimos resistirnos a un
rapidín con la ropa puesta, es que mi jefecito se ve suculento
cuando viste completamente formal. Esta vez yo me aproveché de
él, porque en cuanto lo vi no pude evitar saltarle encima y montarlo
en el sofá de la estancia subiendo mi falda hasta mi cintura y el
pobre no pudo defenderse y se vio obligado a dejarse hacer. Pero
ahora, vamos caminando por el pasillo hacia las escaleras, ambos
en nuestro papel de jefe y asistente.

—¿Por qué nunca usa el elevador? —interrogo, he tenido esa


curiosidad desde que lo saqué de la habitación de hotel mi primer
día de trabajo.

—No me gustan… —Hace una pausa y reajusta el nudo de la


corbata que tiene que volver a hacerle después de follarlo—. A
veces me dan ataques de ansiedad.

—¿Ataques de ansiedad? ¿Les tiene miedo?

—No es miedo, solo no me gustan.

Oh, que les tiene miedo, dice.

—¿Por qué? ¿Hay algún motivo?

Asiente rígido y comenzamos a bajar las escaleras.

—¿Me va a contar o estoy siendo entrometida?

Resopla.

—Cuando era niño me gustaba mucho jugar en el elevador de la


oficina de mi padre, en ese entonces no teníamos un edificio, solo
era una oficina, con un anexo donde se grababa, en un gran bloque
de oficinas.

» Subía y bajaba en el elevador toda la tarde después del colegio


mientras mis padres trabajaban. Un día hubo un cortocircuito en la
instalación eléctrica y todo el edificio se quedó sin corriente.

—Adivino —interrumpo—, se quedó atrapado dentro del elevador.

El jefe asiente.

—Durante horas —sisea—. Los bomberos intentaban abrir las


puertas sin dañar la cabina, porque el dueño del edificio no quería
que sufrieran daño alguno las instalaciones.

—¡Qué idiota! ¡Había un niño atrapado! —exclamo con indignación,


no me quiero imaginar a mi jefecito precioso siendo un niño
asustado, dentro de un elevador oscuro.

—Dijo que me lo merecía por jugar en el elevador y mi padre estuvo


de acuerdo. Desde ese entonces no los uso, prefiero las escaleras.

—Es comprensible. El día del cocktail de Summers subimos en el


elevador a la terraza —señalo.

—Sí —responde rígido—. Mandy sabe lo que me estresan y cada


vez que nos vemos me obliga a usarlos, dice que debo superarlo.

—¿Por eso lo abrazó mientras subíamos?

—Sí, es su forma de darme confianza, según ella.

—¿Y por qué no va al psicólogo para tomar una terapia y superarlo?

—No necesito una terapia, simplemente uso las escaleras —dice


tajante.

Suspiro, es tan cabezón. Pero no discuto por eso, porque ahora me


ha regresado a la cabeza Mandy y lo cariñosa que es con mi jefe y
él con ella.

—¿Entre Mandy y usted hay algo más que amistad? Me parece que
son muy cercanos.

—Lo somos, nos conocemos desde siempre y si pregunta si hemos


follado, sí, lo hemos hecho, pero no tenemos una relación
sentimental, ella es una buena amiga.

—¿De verdad no tiene una amiga a la que no se haya follado?

—No la tengo —asegura—. ¿Usted tiene amigos con los que no


haya follado?

—Claro, no he follado con ninguno de mis amigos, salvo con


Chema, pero esa es una historia aparte. Mi otro amigo es Vlady y
nunca ha pasado nada entre nosotros.

—Ni pasará —determina.

—y Emet.

—Tampoco.

—Y Jayden.

—Nunca —gruñe.

Es tan celoso.

Y es extraño lo que me hace sentir, porque por un lado me divierte


verlo colorado cuando digo el nombre de Jayden, y por otro, no
quiero que piense que puede darme órdenes sobre con quién puedo
hablar o no, o que amistades tener.

—Son solo amigos —digo condescendiente, pero si pretende


prohibirme hablar con esos, le pondré los puntos sobre las íes.

—Amigos que quieren follarla —refuta.


—Seguimos la plática en la noche. —Le guiño un ojo y abro la
puerta de la sala dos, hoy le toca a mi jefe presentar una
conferencia sobre la creación de contenido para adultos.

Es magnífico verlo de pie en el estrado, hablando con una seguridad


envidiable, su voz controlada y suave, es como si te hablara al oído
aunque resuene por los altavoces del pequeño auditorio.

—Te desapareciste ayer —susurra Jayden a mi espalda, me


remuevo en mi asiento por las cosquillas que me ocasiona su aliento
en al cuello—. Te marqué muchas veces y no tomaste las llamadas.

—Lo sé, disculpa —respondo en voz baja, girando el rostro un poco


hacia él—. Pasé la tarde con mi jefe mientras practicaba la
conferencia y no vi el teléfono hasta hoy en la mañana.

—¿Te dijo algo por lo de ayer? ¿Por el beso?

El beso.

Ni siquiera me acordaba que Jayden me había besado, en algún


punto de la noche, el Sr. Black hizo que me olvidara del beso de
Jayden con los suyos.

—Dijo que vine a trabajar y que no debo perder el tiempo, solo eso y
tiene razón. Lo que hicimos estuvo mal, estaba dentro de mi horario
laboral.

—Estabas en tu hora de comida, Candy.

—Igual pienso que estuvo mal —insisto—. Lo mejor será mantener


una actitud profesional y cuando regresemos a Nueva York,
hablamos.

Jayden me mira ceñudo.

—Monty tiene mucha influencia sobre ti y no te das cuenta.

—Quiero hacer bien mi trabajo —especifico.


—¿Entonces no cenaremos esta noche, para no molestar al
histérico de tu jefe? Tenía planes para nosotros, Candy.

Levanto la vista al Sr. Black que nos mira atentamente mientras


sigue hablando, sin embargo, su tono ya no es como antes, en la
forma en la que habla se nota lo molesto que está que Jayden esté
tan cerca de mí y hablándome al oído.

—Lo siento, Jay —musito mirando mis manos, no me gusta


sentirme así, que debo alejarme de las personas que me agradan
por no tener desacuerdos con el Sr. Black, pero tampoco quiero
discutir con él por otras personas, porque no hay nadie tan
importante como él, para mí.

—Tengo una reservación para esta noche, pensé que podríamos


cenar en la playa, a la luz de la luna. Caminar descalzos por la
arena húmeda mientras bebíamos vino directamente de la botella y
terminar en mi cama, para follar toda la noche.

Ahogo un jadeo, no por él, sino porque todo lo que dijo lo imaginé
con mi jefe y sería una cita perfecta, pero no imagino al Sr. Black
caminando descalzo por la playa de noche mientras bebe de una
botella. Tampoco lo imagino en plan romántico conmigo
públicamente, desde que salimos de la habitación adoptó su
habitual frialdad y seriedad.

—Suena muy seductor —admito—. Lamento tener que declinar la


oferta, mañana debo despertarme temprano.

—Como gustes —dice notoriamente molesto.

De pronto toma mi mentón y me gira hacia él bruscamente y deja un


beso en mi boca para después levantarse y salir de la sala. Me
quedo pasmada por lo que acaba de hacer, sin querer dirigir la vista
hacia mí jefe, que de pronto está en silencio. Cuando lo miro puedo
notar el cabreo en su expresión, no habla, toma una botella de agua
y la bebe casi por completo.
Los cuchicheos a unas cuantas sillas me hace mirar hacia ese lugar,
ahí se encuentra Herbert junto con Damien, una mujer rubia de unos
cuarenta años, Emet y el director, los cuales miran a mi jefe y
comentan algo con su padre. También me miran a mí y es cuando
desvío la vista a otro lado, para que no piensen que los estoy
observando. Después de un minuto en el que el jefe afloja su
corbata un poco y termina la botella de agua, retoma la conferencia.

Sin embargo, ya no es como al inicio, está tenso y ni siquiera mira


en mi dirección. Decido no preocuparme tanto por ello, ya podré
hablar en la suite con él. Al término de la conferencia muchas
personas se le acercan a felicitarlo, entre las cuales hay mujeres
que se le cuelgan del cuello y lo besuquean, como la rubia que
acompañaba a Herbert y Damien. Aunque me molesta que lo hagan,
reconozco que él no corresponde a los montones de besos que le
llueven, sonríe educado sin prestar mayor atención a las mujeres.

El almuerzo lo hacemos en compañía de su padre y otros


colaboradores del congreso, me siento incómoda entre tantos
hombres que no disimulan en mirarme, algunos con curiosidad,
otros de forma desagradable, como Herbert.

—¿En donde estuviste toda la tarde de ayer? Eres uno de los


organizadores, no te puedes ausentar del congreso —reclama
Herbert mirando inquisitivo a mi jefe.

—Repasamos la conferencia muchas veces —respondo por él,


provocando que todos me miren al mismo tiempo.

—Deberías tenerla preparada desde hace días —inquiere Damien.

—Y la tenía, pero siempre se puede mejorar —contesta el Sr. Black,


serio.

—¿Tantas horas para repasar? —interroga Herbert con una ceja


enarcada.
—También estamos trabajando en un nuevo concepto de películas,
algo en lo que estoy teniendo mucho interés —dice dándome una
mirada rápida.

—¿Nuevo concepto? No existen los conceptos de pornografía, una


película para adultos se basa en sexo y en eso no hay conceptos
¿acaso no has aprendido nada en tantos años? —repone altanero,
tratando de dejar en mal al Sr. Black.

—No opino lo mismo, claro que hay distintos conceptos, hay


pornografía vulgar y otra más elegante —intervengo molesta,
conteniendo las ganas de tomar mi ensalada y aventarla a su cara.

Herbert suelta una carcajada.

—¿Y tú qué sabes de nuestro negocio? Tienes una semana


trabajando como asistente, acomodando las citas para follar de mi
hijo, ¿ahora eres experta en el tema? No hables de temas que no
entiendes porque quedas en ridículo.

—Hablo desde mi punto de vista como mujer —replico—. A la


mayoría del público femenino no nos gusta la pornografía vulgar
donde una mujer es abusada y humillada, preferimos algo más
erótico, más sutil y romántico, intenso y apasionado.

—La pornografía es pornografía; y entre más vulgar y humillante


sea, más nos gusta a los hombres, que somos los que creamos el
negocio del sexo y por nosotros permanece y ha crecido. Las
mujeres son solo un elemento más y el público femenino es minoría
que no deja ganancias y no hace crecer la industria.

» Para opinar acerca de esto, instrúyete primero, porque es


vergonzoso que alguien de nuestra empresa diga semejantes
disparates. Ni siquiera Irina Summers puede cambiar eso, SGP se
quedó estancada cuando ella tomó la dirección, mucho menos
importa la opinión de una asistente, cuyo trabajo es hacer el café y
ponerse minifaldas para su jefe y entretenerlo durante el día
mostrando las piernas.
Aprieto los puños. Los ojos me arden, pero de ninguna manera le
daré la satisfacción de verme afectada por lo que dijo, por quitarle
valor a mi opinión, y sobre todo, por cosificarme como un mero
entretenimiento. Y lo peor de todo es el silencio del Sr. Black, que no
hace ningún comentario para refutar las palabras de su padre.

—Mi empresa —habla por fin, en voz baja—. Es mi empresa, padre.


Que te llegue un cheque mensual no te hace dueño de nada, ni
siquiera importa tu opinión para cualquier proyecto que se me ocurra
llevar a cabo.

Se levanta de la mesa y yo detrás de él para abandonar el


restaurante. Fue bueno que se defendiera, pero no lo hizo conmigo,
se defendió a sí mismo y a la compañía. Trato de encontrar una
justificación a su comportamiento, pero lo cierto es que no la tiene,
nada justifica que haya permitido que su padre me tratara de esa
manera.

—¡Candy! —Escucho de pronto, volteo para ver a Vlady dirigirse a


nosotros a paso rápido.

El jefe se detiene abruptamente y yo choco contra su espalda por no


detenerme a tiempo. Del impacto trastabillo hacia atrás dejando caer
la tableta y mi bolso al piso, no caigo también porque los brazos
musculosos de Vlady me sostienen contra su cuerpo.

—Lo siento, ¿estás bien?

—Sí. —Me río nerviosa por como sus brazos me aprietan—. Gracias
por sostenerme, todavía hay caballeros que ayudan a las damas en
apuros —digo irónica dando una mirada de reojo al Sr. Black, que
para variar comienza a enrojecer—. ¿Qué se te ofrece Vlady? —Me
deshago sutilmente de su agarre y ambos nos agachamos a recoger
mis cosas dispersas en el piso.

—Esta noche hay disco temática, se debe ir disfrazado de una


forma muy sensual y sugerente y me preguntaba si quieres ser mi
acompañante.
Me quedo muda. No le importa estarme invitando frente al jefe y su
política de no relaciones entre los empleados.

—Ehhh —murmuro.

—Candy —rumia el Sr. Black—, debo subir por algo que olvidé en la
suite.

Da la vuelta y se marcha, dando largas zancadas por el pasillo y yo


resoplo. ¿Qué más puede pasar hoy?

—¿Qué dices? —insiste Vlady.

—Me gustaría, pero no puedo desvelarme, trataré de darme una


vuelta por la disco, pero en verdad no puedo prometer nada,
además no sé si mi jefe me necesite para algo.

—Escuché que lo invitaron a cenar.

—¿Ah sí? No lo sabía.

—Fue algo que comentó Verónica Rube, la hija de Damien, estuvo


en la conferencia, llegó hoy a Los Ángeles.

—¿La rubia sentada junto a él?

Afirma.

—¿Y el jefe aceptó la propuesta?

—Supongo que sí.

Con que esas tenemos, pito fácil.

—En ese caso, si mi jefe no me necesita, supongo que puedo ir a la


disco, te veo ahí a las ocho. ¿Vale?

—Excelente —expresa Vlady, sonriendo abiertamente—. Ponte


sexy.
—Yo siempre. —Le guiño un ojo y él sonríe coqueto.

Me voy a la suite porque es seguro que un jefe tirano me está


esperando ahí, pero ahora que sé que va a cenar con la rubia no
pienso permitir que me reproche nada, por eso no quiere etiquetar
nuestra relación como una, para poder seguir saliendo con sus
amiguitas. La puerta está abierta y entro en silencio, dejo la bolsa y
la tableta en el sofá y voy directa a encontrarme con el histérico
hombre que da vueltas como león en su dormitorio.

—¿Encontró lo que buscaba, señor? —ironizo.

Él me mira furioso y sin decir nada viene a mí, me toma de la nuca y


estrella su boca con la mía de una manera salvaje y dolorosa que
me hace gemir por el dolor. Y también por la fuerza de su beso.

—¿Por qué besó al maldito Jayden? —gruñe, sus dientes atrapan


mi labio y tiran de él sin contemplaciones.

—Yo no lo besé —gimoteo—, él me besó y no pude hacer nada.

—¿Entonces va a permitir que la bese cada vez que al imbécil le


den ganas de hacerlo?

—Tal vez —le enfrento—, así como usted puede cenar con sus
amiguitas. Me da gusto que lo hayan invitado a cenar, porque me
deja la noche libre para ir a la disco con Vlady —suelto igual de
furiosa que él.

—¿Qué? ¿Aceptó la invitación de Vlady?

—Así como usted aceptó la de Verónica Rube.

—Yo no acepté la invitación de Verónica —bufa.

Oh.

Mierda.
—¿De verdad?

—¿Para qué querría cenar con Verónica pudiendo follarla a usted


durante horas?

Toma las solapas de mi blusa y de un tirón la abre haciendo que


algunos botones salten, sus manos se dirigen rápidas a mis senos y
los estruja furioso.

—De ninguna jodida manera va ir a bailar con Vlady.

De nuevo me jala hacia él, no puedo hacer nada para detener el


avance de sus manos que prácticamente me arrancan la ropa y
después me tumba en la cama, boca abajo. Lo escucho quitarse la
suya, no me muevo, espero expectante a lo que va hacer, es obvio
que va a follarme, pero me emociona a la par que me da nervios lo
enojado que está.

Recorre mis glúteos con su boca y Gimoteo por las mordiditas


salvajes y excitantes que deja en ellos. Muevo las piernas ansiosa
mientras él pasea la punta de su erección por los pliegues de mi
sexo húmedo. Estoy jodidamente excitada por nuestra discusión y
por lo celoso que se ve. Levanta mis piernas y planta mis rodillas en
la orilla de la cama, mi respiración se hace cada vez más pesada
esperando la embestida que no llega.

—Señor —jadeo, no sé que está esperando, si quiere que suplique


o qué pretende, que lo único que hace es jugar con mi humedad y
mis ansias.

—Estoy jodidamente enojado con usted, Candy —sisea en voz baja,


oscura, sexy y demandante.

—Pues yo también estoy enojada con usted —musito, pero de


ninguna manera me escucho como él, lo mío parece un lloriqueo
desesperado.
Envuelve mi cabello en su mano y mis piernas se aprietan cuando
tira de él llevando mi cabeza hacia atrás. Su otra mano abarca mi
cuello y me mira colocando su rostro por encima del mío.

—Jodidamente enojado y merece que la reprenda, porque usted no


termina de comprender que es mía. —Sus labios acarician los míos
en un gesto suave y a la vez amenazante cuando aprieta un poco mi
cuello.

—Repréndame, señor —jadeo.

El sonríe, tan sexy y perturbador que mi vientre se contrae.

Su embestida es dura y me hace soltar una maldición por el dolor.


Su mano tira de mi cabello arqueando mi cuerpo y su cadera se
mueve frenética, provocando que nuestro choque sea ruidoso y
sumamente excitante. Mordisquea mis labios mientras yo gimo
soportando su furia. Es alucinante y aterrador, delicioso y
apabullante, porque de ninguna manera alguna vez pude haber
imaginado que alguien me follaría así, con tanta rabia y a la vez con
posesividad.

Uno no folla cuando está enojado. Al menos yo no lo hacía hasta


hoy. Pero hacerlo con tanta rabia le da un plus a todo, y no puedo
dejar de gemir por lo bien que se siente aunque duela, porque
puedo sentir como mi humedad resbala por mis piernas de lo
jodidamente excitada que estoy por hacer enojar a mi jefe y que su
forma de reprenderme sea de esta manera.

—Debería dejarla sin orgasmo, para que sienta lo frustrante que es


esperar recibir algo y no obtenerlo.

—No —lloriqueo.

—Entienda de una vez que no quiero que nadie la toque, que nadie
la bese y que absolutamente nadie pruebe lo que es mío.
—Ya lo entendí —aseguro, aunque en el fondo, no me molestaría
ponerlo celoso de nuevo y me folle otra vez así de salvaje y
posesivo.

Se separa para darme la vuelta en la cama y subir sobre mi cuerpo,


su beso es igual de ansioso y posesivo como su movimiento que ha
reanudado el ascenso al orgasmo. Envuelvo su cadera con mis
piernas y mis manos aferran su espalda, rasguñando la piel de esta,
que lo hace gruñir y besarme con más dureza.

—Señor —gimo y me tenso por el glorioso orgasmo que me provoca


su erección entrando y saliendo sin control.

—Candy —jadea, empuja la cadera hacia atrás, saliendo de mi


interior, pero siento su eyaculación caer sobre mi piel. Se deja caer
sobre mi cuerpo, aplastándome y esconde la cara en el hueco de mi
cuello.

Resuello.

Dios, que buena follada.

—Creo que voy a ponerlo celoso más seguido —murmuro


parpadeando pesadamente, necesito como tres horas para
reponerme de esta cogida tan buena y brutal.

—No estoy celoso —gruñe—. Me molesta que no haga lo que le


ordeno.

Me río.

—Nunca le he hecho caso a la órdenes de mis padres, dudo que


pueda cumplir las suyas.

—Candy —suspira y gruñe al mismo tiempo.

—Celoso se ve más hermoso, señor. —Sonrío y levanto su mentón


para darle un besito—. Lo quiero —susurro, siento que ya no puedo
seguir callándolo y necesito que él lo sepa, para que entienda la
magnitud de lo que es para mí.

Él parpadea varias veces y después gira en la cama para ponerse


boca arriba, a mi lado, mirando el techo. No me pasa desapercibida
su falta de respuesta, lo que me provoca un nudo en la garganta.

—Voy a tomar una ducha, tenemos que trabajar —murmuro, me


pongo de pie tan rápido como puedo y casi corro a mi habitación
para encerrarme en el baño.

Le dije que lo quiero y él no respondió nada.


42. LO ODIO
El resto del día lo pasamos en un silencio tenso y muy incómodo, no
soy capaz de mirarlo directamente a los ojos, me limito a seguirlo
por todos lados como es habitual y conseguir cualquier cosa que
desee. Él tampoco me mira y eso es aún peor, porque no puedo
dejar de sentirme como si ahora rehuyera de mí, su asistente tonta
que se enamora por follar con él.

Tonta Candy.

Tonta, tonta, tonta.

A la hora de la cena tengo el ánimo por el piso, por lo que decido


irme a la suite y me disculpo con el Sr. Black, que ha aceptado
cenar con el italiano-mexicano, el cuál regresa mañana por la
mañana a México y no se quedará a la clausura del congreso la
noche del viernes. Me tiro en la cama estresada, porque la imagen
de mi jefe mirando al techo después de haberle confesado mis
sentimientos, se repite una y otra vez en mi cabeza.

Gruño cuando el móvil comienza a sonar, deseando que no sea el


Sr. Black, porque de ninguna manera tengo ganas de verlo en lo que
resta de la noche, pretendo encerrarme en mi habitación y
regodearme en mis tribulaciones. Lo saco de la bolsa y miro la
pantalla, exhalo porque no es mi jefe y a la vez me molesta que no
sea él.

¿Quién me entiende?

—Dime, Vlady.

—Candy, te estoy esperando, quedamos a las ocho en la disco.

Mierda.
Me había olvidado por completo de Vlady y de decirle que no iba a ir
a la disco. Exhalo. Tal vez no sea mala idea ir, al menos me
distraería y dejaría de pensar en el hermoso hombre idiota e
insensible que es mi jefe.

—Acabo de subir a la suite, dame treinta minutos y te encuentro ahí.

—Te espero, bonita.

Suspiro.

A la chingada con el Sr. Black.

Me pongo de pie y tomo la ducha más rápida de mi vida, no quiero


que el Sr. Black, alías Sr. Pendejo insensible, llegué y me arruine la
salida, porque no quiere quererme, pero bien que jode con sus
celos. Busco en mi maleta que poder usar para ir a bailar, se supone
que debo disfrazarme de manera sexy.

Tomo una falda gris y una camisa blanca, simulando un uniforme de


colegiala. Doblo la pretina tanto como puedo para que quede muy
mini. La camisa la ato debajo de mis senos sin cerrar los botones,
exhibiendo mi ropa interior. No tengo calcetas, pero si pantimedias
negras y me las meto, junto con los flats negros. Para finalizar me
hago dos coletas desordenadas, aplico un ligero maquillaje y pinto
algunas pecas sobre mi nariz y pómulos.

Soy una colegiala bastante sexy.

Y bastantezorra, porque casi se me ven las bragas por debajo del


dobladillo de la falda. Me gusta, le sonrío a mi reflejo, me encantaría
verle la jeta a mi jefe me tras bailó en la disco, seguro le da un
aneurisma. Pero prefiero que no se pare por ahí, porque no quiero
que me arruine la diversión. Decido no llevar nada, más que la
tarjeta que a re la puerta de la suite, la cual llevo metida dentro de
mi sostén.
Bajo en elevador para no encontrármelo por ahí y prácticamente
corro hacia el bar, donde se celebra la noche disco del congreso.
Hay muchas personas, por lo que tardo algunos minutos en
encontrar a Vlady, sentado en la barra, platicando con una jovencita
con el cabello más rubio que he visto en mi vida, casi blanco,
disfrazada de Burbuja de Las chicas súper poderosas, que debe ser
de mi edad, o tal vez menor.

—¿Interrumpo?

Vlady sonríe.

—Por supuesto que no, Candy. Ella es Lana.

—¡Hola! —saludo animada, aunque ella parece algo cohibida—.


Candy —digo extendiendo mi mano.

—Lana —susurra.

—¿De qué se supone que vienes disfrazado? —pregunto a Vlady.

—¿No me reconoces? —Se pone de pie y da una vuelta.

—¿Estás disfrazado de actor porno? —cuestiono viendo una


especie de taparrabos hecho de hojitas—. Eso no se vale, no es
ningún disfraz.

—Soy Tarzán, Candy —aclara rodando los ojos—. ¿Y tú eres una


colegiala? De haber sabido me disfrazo de profesor pervertido.

Me río.

—No me imagino un disfraz de profesor pervertido. ¿Tú te lo


imaginas Lana?

Ella niega en silencio, luego toma la pajita de su bebida y la mete a


su boca.

O es muy tímida o no le agrado.


—Vamos a bailar, que a eso vine —propongo, toma do la mano de
Vlady y de Lana al mismo tiempo.

Ella se rehúsa, pero Vlady toma su otra mano y entre ambos la


arrastramos a la pista, donde algunas cuantas personas bailan. Ella
se mueve de un lado a otro como si fuera un pingüino, creo que no
sabe bailar o no entiendo su estilo. En cambio Vlady no pierde el
tiempo en mostrarnos sus dotes de bailarín, moviendo la cadera y
provocando que las hojitas se agiten escandalosamente.

—Dime por favor que traes ropa interior —pido entre risas.

Lana abre los ojos de sobremanera cuando él niega.

—¡Eres un cochino Vlady! —expreso en un grito que hace reír a la


chica.

—Es para bailarle mejor a las chicas. —Toma la cintura de Lana y


se pega a su espalda moviendo la cadera de forma ondulatoria.

Lana se ríe nerviosa pero no se aparta de él, coloca sus manos


sobre las de Vlady e intenta imitar sus movimientos, pero no lo hace
bien, es tiesa e inevitablemente me recuerda cierto hombre
paliducho que es igual de pésimo bailarín.

—¡Mueve la cadera, Lana! Así.

Me pego a ella por el frente, balanceando la cadera y coloco mis


manos sobre las suyas. Ella me mira con los ojos muy abiertos a
través de sus pestañas rubias.

—Suave —susurro—, sedúcelo con tu movimiento.

Sonríe y a pesar que hace su mejor esfuerzo, no lo logra. Sin


embargo, es divertido verla intentarlo y ver al atrevido de Vlady,
restregar su pelvis en el trasero de ella. Después de varias
canciones ya tenemos calor y regresamos a la barra para pedir unos
tragos. Lana no bebe alcohol, se pide una naranjada mineral, Vlady
una cerveza y yo un tequila.

—Una chica ruda —opina Vlady, divertido de verme empinarme el


caballito y chupar el limón.

—Te aseguro que te gano en una competencia de caballitos de


tequila.

Vlady arquea una ceja.

Lana se ríe tapando su boca.

—Pero apostemos algo —propone mi amigo—. Si yo gano quiero


que me bailes muy sexy.

Entrecierra los ojos hacia él.

Atrevido.

—Pero si yo gano, le bailaré a Lana lo que resta de la noche —


agrego y le guiño un ojo a la chica que se sonroja por mis palabras
—, y tú no podrás bailar con nosotras.

—Eso es demasiado —refuta Vlady.

—Acepto —susurra Lana, sorprendiéndonos.

Le doy una mirada desafiante a mi amigo.

—Está bien —accede levantando ambas manos.

Pido dos tequilas al camarero y miro a Vlady retadora. Ambos


levantamos los caballitos al mismo tiempo y soy la primera en
dejarlo en la barra para tomar el limón y chuparlo. Vlady boquea por
la sensación y aprieta el rostro. Yo sonrío, sé que le voy a ganar.

—¿Otro o te das por vencido?


—Por supuesto que no, pide otro.

Pedimos otras ronda. Y otra. Y otra. Para el octavo caballito Vlady


ya no enfoca correctamente y Lana se ríe tapando su boca de sus
movimientos torpes.

—Para eso me gustabas —me burlo—, tan grandote y no puedes


contra una mujer de la mitad de tu peso. ¿Otro?

Vlady niega.

—¡Gané! —celebro abrazando a Lana y la arrastro a la pista para


bailar con ella.

Yo también me siento bastante afectada, nunca había tomado tantos


caballitos de tequila uno tras de otro, pero eso no impide que me
pegue a la chica y le baile moviendo la cadera mientras ella coloca
las manos en mi cintura. Las personas a nuestro alrededor nos
miran, dos mujeres con pequeñas ropas tallándose una contra la
otra debe ser algo entretenido.

—Creo que no se siente muy bien —dice en voz baja en mi oído y


señala hacia la barra. Vemos a Vlady tratar de ponerse en pie, pero
se tambalea demasiado.

—Será mejor llevarlo a su habitación —bufo, ahora debo cuidarle la


borrachera a mi amigo y yo quiero seguir bailando.

—Se hospeda en el mismo piso que yo, nos conocimos en un pasillo


ayer.

—¡Cargue la cuenta a la suite de Montgomery Black! —le grito al


barman, que me entrega una nota la cual firmo y le devuelvo.

Entre Lana y yo lo tomamos de los brazos y lo ayudamos a salir de


la disco, tanto Vlady como yo nos tambaleamos, se supone que
debo ayudarlo para que no se caiga, pero yo misma tropiezo con
mis propios pies.
—Será mejor si yo lo llevo, es difícil batallar con los dos —sugiere la
chica rubia.

—¿Crees poder? —La miro de arriba abajo, es bastante alta pero


delgadita.

—Sí puedo —asegura y como no tengo intenciones de irme todavía


a dormir, accedo a qué ella lo guíe y regreso a la disco.

—¡Emet! —saludo al asistente del director, que ahora también está


en la barra.

—Candy, creí que ya te ibas, te vi salir con Vlady, quería invitarte a


bailar, pero estabas muy entretenida con la chica Burbuja.

Me río.

—Vamos a bailar, Emet. —Lo jalo en dirección a la pista.

—Estás muy bebida, Candy, mejor siéntate.

Aburrido.

Por eso no me gustas, chico.

—No quiero sentarme. —Pongo morritos.

—Mmm, se me ocurre algo —dice poniéndose de pie, toma mi mano


y comienza a caminar hacia la salida.

—Espera —pido y regreso a la barra—, deme la botella de tequila —


solicito al barman—, y cárguela a la cuenta de Montgomery Black.

Una vez que he firmado de nuevo y tengo mi botella, regreso con


Emet que sonríe y niega al mismo tiempo. Me lleva hacia la salida
del hotel, a la playa que se ve preciosa con el reflejo de las estrellas
sobre el mar tranquilo.

Es tan romántico.
Quisiera que quien caminara a mi lado fuera mi jefecito, pero el muy
imbécil debe estar follándose a una vieja seguramente al no verme
en la habitación. La sola idea me hace sollozar y abro la botella para
empinármela.

—¿Sucede algo, Candy?

Niego. Me quito los zapatos y las pantimedias, se los entrego a


Emet y arrastro los pies por la arena húmeda. Él Sr. Black debería
estar aquí, caminando conmigo a la luz de la luna, o follando en la
arena, aunque no sé si eso está permitido. No me importa.

—Tal vez soy indiscreto, pero me gustaría preguntarte algo.

—Dilo. —Me empino la botella de nuevo.

—¿Tienes algo con tu jefe? —suelta de pronto, parpadeo sin saber


que contestar y decido beber de nuevo de la botella.

—No —respondo al fin, es cierto, no tenemos nada, simplemente


me folla cuando le da la puñetera gana—. El Sr. Black tiene clase —
imito la voz aguda y odiosa de Kennedy.

Emet se ríe.

—Me da la impresión que le gustas, te mira demasiado, él no suele


mirar mucho a ninguna mujer, ni siquiera cuando están desnudas,
tengo dos años trabajando de asistente y he podido observarlo.

Le gusto.

Eso ya lo sé, pero no es lo que yo quiero. Al jefe le gustan todas las


mujeres, no conoce alguna que no se haya follado, yo era la
excepción, pero ya no.

—Montgomery Black nunca se fijaría en mí —replico, dolida, porque


el recuerdo de su inexpresividad cuando le confesé que lo quiero me
martiriza.
—¿Y es por eso que estás bebiendo?

—¿Qué? ¡No!

—¿Entonces?

—Tenía ganas de celebrar. —Me doy la vuelta mientras camino


hacia el agua y bebo de mi botella de tequila—. ¿Quieres? —le
ofrezco a Emet, soy tan mal educada, no le he invitado un trago.

Él niega.

Mejor, más para mí.

Camina por la arena paralelo a mí que lo hago con el agua hasta las
rodillas mientras sigo tomando de mi botella, ahogando mis penas y
riéndome de mi misma por ser tan ilusa. ¿Qué creía? ¿Qué por
follar el jefe se iba a enamorar de mí? ¡Se folla a mujeres diferentes
todos los días!

Aunque no lo ha hecho desde la primera vez que dormí en su casa.

Tropiezo con mis propios pies y caigo al agua, mi botella queda


flotando, vaciando el poco tequila que quedaba en la playa y
llenándose de agua salada. Lloriqueo y a la vez me río porque no
puedo levantarme, así que Emet tiene que tomarse los zapatos,
subirse los pantalones de cuero a las rodillas y venir a mi rescate.

—Es todo, Candy, te llevaré a tu habitación. —Me arrastra fuera del


agua, es bastante delgado y dudo que pueda cargarme, por lo que
trato de facilitarle las cosas intentando caminar sin caerme.

—¿Alguna vez te has enamorado, Emet? —No sé ni de dónde sale


esa pregunta, pero la hago, ya no pienso adecuadamente con tanto
alcohol.

—No, pero me gusta una chica.


—No lo hagas —aconsejo—, enamorarse está sobrevalorado, no es
tan bonito como lo pintan.

—¿Tú estás enamorada, Candy?

Sollozo. No sé por qué lo hago, pero su pregunta me da ganas de


llorar.

—Sí, pero el tipo es un imbécil y no se da cuenta.

—Entiendo, algo así me pasa a mí.

—¿También estás enamorado de un imbécil arrogante?

Emet ríe.

—No, me gusta una chica loca que no se da cuenta.

—Olvídala, no vale la pena si no se da cuenta lo lindo que eres. —


Doy golpecitos en su mejilla, Emet es tan lindo, la chica que lo tenga
será afortunada.

—Bueno, seguiré tu consejo. Ahora camina.

Cómo podemos llegamos de nuevo al interior del hotel, Emet me


mete a rastras al elevador y yo me cuelgo de su hombro, los
párpados me pesan y ahora quiero dormir durante tres días. De
nuevo me arrastra por el pasillo hasta llegar a la habitación, saco la
tarjeta de mi sostén y se la entrego. Él la mira un segundo antes de
tomarla y deslizarla por la puerta. Lo primero que veo al entrar es a
mi jefe, sentado en el sofá con un vaso en la mano y con cara de
perro. Ahogo una risita.

—Gracias, Emet, nos vemos mañana. —Dejo un beso en su mejilla


colgándome de su largo cuello.

—Hasta mañana, Candy, con permiso, Sr. Black —susurra y sale


dejando la tarjeta en la mesita a lado de la puerta.
Me giro hacia el energúmeno que bufa como un toro.

—Usted no me hable, estoy enojada.

Comienzo a quitarme la ropa mojada de agua salada. El Sr. Black se


pone de pie, deja el vaso en la mesa de centro y me toma de la
mano para arrastrarme a su habitación. Golpeteo su mano con la
que tengo libre, exigiéndole que me suelte, pero es un idiota que
hace lo que quiere y solo se detiene hasta estar en el baño.
Comienza a quitarme la ropa, su gesto enfurecido me hace reír, es
tan divertido verlo todo bravo que me dan ganas de besarlo, pero no
lo voy hacer, porque estoy enojada con él.

—A la ducha —ordena.

—Suélteme. —Jaloneo mi brazo—. Ya le dije que no me hable,


estoy muy enojada con usted.

Sr. Pendejo.

Pendejo por no quererme como yo lo quiero a él.

—Candy —sisea. Me doy la vuelta y me meto a la ducha.

Grito porque el agua está fría y no consigo regular la temperatura. El


Sr. Black intenta tomar la esponja, pero le doy manotazos a sus
manos para que no me toque, este solo piensa en follar y yo no voy
a follar con él nunca más.

—Déjeme, Sr. Promiscuo, vaya a follarse a otra por qué a mí no


volverá a tocarme jamás —digo en español, no pienso hablar con él
en inglés, no quiero hablarle.

—No le respondo porque está alcoholizada —gruñe.

—Ni li rispindi pirqii isti ilcihilizidi.

Lo odio.
—Termine de ducharse para que se duerma, son las dos de la
mañana, Candy.

Sale del baño y yo le muestro mi dedo medio a su espalda.

—Lo odio Sr. Promiscuo, pito social, pendejo.

Triple P.

Ahora le diré así, Sr. Triple P.

Me río.

Ni siquiera hago caso de su orden, cierro el grifo del agua y me


salgo de la ducha sin secarme, quiero irme a mi habitación. Pero
verlo en bóxer acomodando la cama me detiene en mi huida.

Está tan sabroso el maldito.

—Venga a acostarse —demanda.

—No quiero dormir con usted.

El Sr. Black resopla.

—Como guste. —Se mete a la cama y yo gruño.

¿Cómo guste?

¿No piensa insistir?

¡Debe insistir!

Pisoteo fuerte y me meto en la cama con él, rumiando mi cabreo. Le


doy la espalda porque no quiero verlo, es un idiota. Me doy la vuelta
de nuevo, él me mira inexpresivo y eso me enfurece más.

—¡Es un idiota! —exploto.


—Candy, duérmase ya —bufa.

—No quiero, lo odio. —Tomo la almohada y le pego con ella. Quiero


golpearlo tanto hasta sacar la frustración que llevo. El Sr. Black me
la quita y toma mis brazos para recostarme en la cama.

—Cálmese y duérmase.

—Suélteme —replico manoteando—. Ya le dije que no me volverá a


tocar, meta su pito en otro lado.

—No tomaré en serio las palabras de una borracha —Suelta mis


brazos y se deja caer en la cama, furioso. Su respiración lo delata.

—Ni timiri in sirii lis pilibris di ini birrichi.

Me doy la vuelta de nuevo.

—No estaría borracha si no fuera un pendejo —rumio para mí—, no


sé ni por qué lo amo, es un idiota. Solo lo amo por mi esposo, es lo
único bueno que tiene.

Mi esposo.

Lo extraño.

Sollozo. Es tan injusto que mi esposo esté del lado del Sr. Black. Me
doy la vuelta de nuevo y bajo en búsqueda de mi verdadero amor,
tirando de su bóxer.

—Creí que no quería que la follara nunca más.

Lo ignoro.

Doy un besito a mi esposo.

—Yo te amo a ti —susurro hacia la cabecita rosadita que tanto amo


—, el Sr. Black es un pendejo, pero tú eres el amor de mi vida.
—Candy, estoy escuchando todo lo que dice.

—Ese hombre no nos va a separar, mi amor. —Doy besitos a mi


esposito, el cuál comienza a despertar tan coqueto como es él.

—Duérmase ya, no voy a follarla.

—Ni siquiera quiero follar con él —le hablo bajito a mi pene—, yo


solo quiero estar contigo.

Lo acaricio con mi nariz y doy muchos besitos a toda su longitud. El


Sr. Black resopla, pero sigo ignorándolo.

—Estoy enojada con el Sr. Pendejo, pero no contigo mi vida, yo a ti


te amo.

Paso la lengua por su cabecita y luego lo chupo ligeramente,


quisiera poder llevarme el pene a mi cama y dejar al Sr. Black solo,
no se merece tener a mi esposo.

—¡Candy, basta! —exige el jefe, se sienta en la cama y toma mis


brazos para recostarme de nuevo—. Duérmase ya.

—¡Lo odio!

—¡Sí, pero da la casualidad que el pito es mío, así que o nos ama a
los dos o nos odia a los dos!

Sollozo de nuevo, no quiero odiar a mi esposo.

—¡Yo los amo a los dos pero usted es tan idiota que no le importa!

—Candy —suspira, su brazo me atrae a su pecho y me acurruca


contra él—. Duérmase, mañana decide si me odia o no.
43. DESPERTAR
Hay una música de fondo que llega a mis oídos como un murmullo,
es suave y lenta y la estoy bailando en un gran salón con un piso
pulido, de la mano de mi jefe precioso mientras él toma mi cintura y
me pega a su cuerpo. Su sonrisa es plena cuando lo miro a los ojos
y me hace sonreír a mí, al compás de la música y de mis latidos
emocionados.

—Candy Candy —canturrea, observo como sus labios pronuncian


mi nombre y relamo los míos deseando besarlo.

—Mi Sr. Black —susurro, su boca se acerca a la mía, tentadora y


deliciosa.

—Yo… quisiera poder decirle algunas cosas… pero… yo —


balbucea, sus mejillas se tornan de un rosa intenso, dándole una
imagen adorable que me dan ganas de morderlo—. No es fácil para
mí… yo…

Espero ansiosa su confesión, quiero que lo diga, que diga que por lo
menos siente algo dentro de sí, por mi, aunque sea algo pequeño e
incipiente, pero que me indique si hay una posibilidad de ser algo
más que el jefe que se folla a su asistente. Los nervios me
revolotean el estómago revolviéndomelo, trago grueso para
pasarme las náuseas que la ansiedad e impaciencia me genera.

—Siento algo… no sé definirlo, pero… me siento bien a su lado.

Mi corazón salta de emoción en mi pecho y mi estómago también,


revolviéndose aún más. El Sr. Black toma mi mentón y guía sus
labios a través de los pocos centímetros que nos separan. Una
arcada se genera en mi estómago, tanta emoción no me hace bien,
cuando sus labios tocan los míos, siento que mi estómago se quiere
salir por mi boca.
—Candy…

Quiero responder, pero lo único que consigo al abrir la boca es que


un manantial de líquido salga por ella.

—¡CANDY! —grita el jefe y me zarandea—. ¡Despierte, maldita sea!

Otra arcada se genera desde el fondo de mi estómago, abro los ojos


al mismo tiempo que otra explosión sale por mi boca. El Sr. Black
salta de la cama, pero no lo suficientemente rápido para evitar que
su costado reciba mi cena de anoche, que consistió en una botella
de tequila y ocho caballitos con sal y limón.

—Sr. Black —pronuncio como puedo, extendiendo mi mano hacia él


por ayuda—, necesito ir al baño.

—¿Y ya para qué? —pregunta en voz alta, tomando una toalla para
limpiar su torso.

—Necesito… —intento hablar, pero otra arcada me calla.

—¡Mierda! —gruñe el jefe.

Viene corriendo a mí y me toma por las axilas para arrastrarme


fuera de la cama. Cómo puedo camino ayudada por él hacia el baño
y llegó justo a tiempo de volver a vaciar el estómago en el retrete
mientras el jefe sostiene mi cabello enmarañado.

—¡Qué asco! —gimoteo abrazando el escusado.

—Quizá así aprende a no tomar alcohol sin medida.

—No me regañe, ya me siento lo suficientemente mal —replico


ofendida, no es momento para sus cosas.

—Llamaré al servicio para que vengan a limpiar ese desastre. Entre


a la ducha —ordena.
—No quiero —lloriqueo—, quiero acostarme de nuevo y dormir
durante un año.

—No se puede acostar cubierta de vómito —bufa y abre el grifo del


agua para poner a llenar la bañera.

Sale del baño y yo me quedo ahí, recargada en la pared, intentando


que mi cabeza no explote y mi estómago se quede tranquilo de una
vez. El Sr. Black regresa al cabo de varios minutos, desnudo, vierte
los aceites y el gel de ducha en la tina y me levanta para ayudarme
a entrar en la ducha.

Se acomoda a mi espalda y me atrae a su pecho, sus mano echan


agua sobre mi cabello y hombros mientras yo cierro los ojos y me
recargo en él. Mi estómago todavía sigue sensible, respiro profundo
para controlarlo, no quiero hacer otro espectáculo en la bañera,
suficiente es el oso que pasé vomitando en la cama, aunque el
malestar no me permite sentirme tan avergonzada.

—Lo siento, señor —, susurro, negándome a abrir los ojos, me da


pena mirarlo a la cara.

—Estoy muy molesto con usted, Candy —declara, sin embargo, no


lo hace con furia, como ayer, su tono es suave, como si regañara a
un niño pequeño.

—No fue mi culpa vomitar en la cama, no pude evitarlo.

—Pero emborracharse sí —rebate—. Le di un orden y la


desobedeció yendo a la disco.

Frunzo el ceño. Puede darme órdenes en el trabajo, incluso en la


cama, pero de ninguna manera voy a aceptar que me diga con
quién puedo o no puedo salir o que no puedo tener amigos.

—No puede darme ese tipo de órdenes, señor, si quiero salir con
mis amigos lo haré —especifico.
El Sr. Black resopla.

—Si le digo que no haga algo, es por que tengo algún motivo para
no querer que lo haga, no solo por pretender mandar en su vida.

—¿Y cuál es el motivo para no querer que fuera a la disco?

—Mantenerla alejada de rumores y habladurías, usted no conoce


nuestro medio, no sabe lo que puede provocar estar en el lugar
inadecuado en el momento incorrecto.

—Fui a bailar. ¿Qué tiene de malo eso?

—Espero que nada, realmente espero que el espectáculo haya sido


en la cama y no en la disco.

¿Espectáculo en la cama?

—¿Cuál espectáculo?

—El que hizo cuando regresó

Ay no

¿Qué hice?

Ni siquiera quiero tratar de recordarlo, porque conociéndome,


seguro hice una pendejada.

—¿Qué hice? —pregunto a pesar de no querer saberlo.

—Olvídelo, mejor si no lo recuerda.

Ay no.

¿Tan mal estuvo?

No sé, y por primera vez le voy hacer caso al Sr. Black y no voy a
insistir en el tema. Quizá deba fingir mi muerte como una zarigüeya.
O mejor hago caso a la canción que dice: «Pero no me acuerdo, no
me acuerdo. Y si no me acuerdo, no pasó.»

Escuchamos el servicio a la habitación entrar y comenzar a limpiar,


la mujer murmura algunas cosas que prefiero ignorar para no volver
a sentir vergüenza por mi chistecito. El Sr. Black continúa con la
ducha, pasando la esponja por mi cuerpo y yo me dejo consentir.
Jadeo al sentirla por mis senos, los cuales se ponen sensibles por el
sutil toque que me proporciona.

Pero no hace más, no los toma entre sus manos y los amasa como
estoy deseando que lo haga. Sus dedos no juegan con mis pezones
que se yerguen en busca de atención. Simplemente me ducha y yo
quiero que me toque.

—Señor —gimoteo, balanceo al cadera de un lado a otro, frotándola


contra su miembro aprisionado entre mis glúteos y su pelvis.

—No voy a follarla, Candy —dice en mi oído.

Abro los ojos inmediatamente.

—¿Por qué? —expreso, ceñuda, dolida y frustrada.

¡Quiero que me folle!

—En primer lugar porque temo que me vomité de nuevo y en


segundo, porque pienso que lo mejor es que descanse para que se
recupere del malestar.

Niego.

—Debemos trabajar.

—No quiero tener a una asistente que se vuelva una regadera de


alcohol inesperadamente y verme bañado en vómito por segunda
vez en el día.
—Ya no lo mencione —me quejo tapándome la cara con las manos
—. Le prometo que no se repetirá, no voy a vomitar mientras
trabajamos.

Me mira dudoso.

Incluso yo dudo de mis palabras.

—Me voy a tomar un remedio mexicano para la resaca, agua


mineral, limón y sal junto con un desayuno bien picante.

Él sigue dudoso.

—No voy a vomitar —reafirmo y me impulso para dar un besito


fugaz a sus labios.

El jefe aprieta el rostro.

—¡Por favor, no vuelva a besarme sin antes lavarse los dientes!

Upss.

Cierto.

Me río.

—Lo siento, señor.

—Candy —resopla, pero también suspira—, sus calamidades me


sobrepasan. —Deja un beso en mi sien que hace a mi corazoncito
latir alocado y brincotear en mi pecho—. No quise hacerla sentir mal
ayer, pero no supe que responder a su declaración.

Mi corazón se detiene. Después reinicia lento, había olvidado el


motivo por el cual anoche me fui a bailar y terminé caminando por la
playa con Emet.

—Normalmente uno espera que respondan con algo similar, pero


tampoco quiero que se sienta obligado a decir nada que no sienta —
susurro—. Aunque eso sea doloroso.

El Sr. Black suspira. Quisiera saber si es así comúnmente, los


primeros días de trabajo no pasaba el día suspirando.

—No supe que responder porque no sé lo que siento y no quiero


mentirle. La única verdad es que me gusta tenerla a mi lado.

Duele.

Pero a la vez sonrío. Está siendo sincero conmigo; y ese «no sé lo


que siento» absurdamente me da esperanza. No sabe lo que siente,
pero al menos siente algo. Es pronto, lo sé, incluso para mí lo es, ha
sido algo incomprensible e increíble que este hombre me haya
hecho tener sentimientos que nunca había conocido sin
proponérselo. Tuve un novio durante casi dos años y nunca me
enamoré. He convivido con Chema poco más de tres meses y lo
aprecio, como a un amigo, pero nada más.

Y de repente aparece este hombre, exasperante, promiscuo, idiota y


algo insensible a poner mi mundo de cabeza.

Suspiro.

Yo también me paso la mitad del día suspirando.

—Lo entiendo y tampoco quiero que me mienta porque lo que yo


dije es cierto —confieso, mirándolo a los ojos—. Nunca había
sentido algo así por otra persona y tengo miedo de terminar herida.

El Sr. Black parpadea.

Después suspira. Es lindo verlo suspirar.

—Candy, lávese lo dientes de una maldita vez, necesito besarla.

Me río y aunque no lo quiera, dejo un besito rápido en su boca y me


pongo de pie para ir al lavabo y cepillarme los dientes a consciencia.
Cuando voy a regresar él ya está fuera de la bañera, toma mi
cabello y se lanza por mis labios acorralándome contra la puerta del
baño. Nuestra diferencia de tamaños se siente abismal así, ya que
tiene que inclinarse mucho para poder alcanzar mi boca.

Abro la puerta y lo arrastro a la cama que está recién hecha. Lo


tumbo en ella y subo sobre él, colocando mis tetas en su cara, las
cuales no tarda en tomarlas en sus manos y dirigirlas a su boca.
Amo como sus dientes torturan mis pezones y me provoca gemir,
algo que ya no intento contener porque con mi jefe no se puede
pretender ser silenciosa, no cuando exhibe toda esa maestría
pornográfica que domina.

—Ser actor porno le ha dado mucha experiencia —gimoteo, él


sonríe apresando uno de mis pezones con los dientes.

—Un poco, sí —dice con falsa modestia.

—Me gustaría que me follara como en una de esas películas —


sugiero—, es una fantasía.

—Tendría que follarle el culo también, Candy —jadea, atrapando


una vez más mi cuello para besarme.

¿Mi culo?

¡No!

—No, el culo no —lloriqueo—, nunca he tenido sexo anal y me da


miedo.

—¿Confía en mí? —susurra, su aliento me embruja y no me deja


pensar bien.

¿Confío en él?

Para follar sí, él sabe lo que hace.

—Sí, señor, pero el culo por favor —suplico.


Se ríe.

—Bien, por ahora no, pero definitivamente la follaré después, ahora


que dijo que nunca ha tenido sexo anal, exijo ser el primero y el
único que se folle su trasero.

El Sr. Black se pone de pie dejándome en la cama. Quita un espejo


de cuerpo entero que hay en la pared y lo coloca frente al ventanal
con vista al mar, a un lado de la cama. Regresa a mí, me besa y
después acomoda las almohadas frente al espejo y se recuesta
sobre ellas quedando semi sentado.

—Suba arriba de mí, dándome la espalda.

Un escalofrío recorre mi columna, erizándome la piel y poniendo mis


pezones aún más duros. Hago lo que me ordenó, paso una pierna
por encima de si pelvis y me acomodo sobre ella, guiando su
erección a mi entrada. Jadeo al tenerlo por completo dentro.

—Ahora recuéstese en mi pecho y mire el espejo.

Lo hago. Sus manos toman la parte trasera de mis rodillas y me


abren por completo, exhibiendo mi sexo al espejo, el cuál tiene
dentro su miembro. Separa las suyas también y las flexiona en la
cama. Puedo ver sus testículos y su trasero de bebé en el reflejo,
pero lo mejor es ver cuándo comienza a elevar la cadera y su
erección entra y sale.

Dios, estoy viendo como me folla en el reflejo.

Sus manos van a mis glúteos y los levanta para darse mejor
movimiento, su cadera se agita con una rapidez alucinante. No sé a
qué prestarle atención, si a lo delicioso de su posesión o a lo erótico
que es mirar como entra, como mi cuerpo se sacude y mis tetas
bailan al compás de sus embestidas.

—Ahora imagine que hago esto en su culo, Candy —musita en mi


oído, su voz exquisitamente ronca me hace gemir—. Estaría
gimiendo como loca, suplicándome parar y a la vez por más.

Gimo.

Quiero, pero tengo miedo.

—Y le prometo que se correría como nunca —continúa, sus labios


acarician mi oído—. Me encantaría verla correrse a chorros y
gritando mi nombre y lo mucho que ama tener ensartado mi pene en
su culo.

—Señor —lloriqueo—, no es justo que me diga estas cosas


mientras me folla de una manera tan sublime, es coacción.

—Nunca he sido justo.

Giro mi rostro a él y lo atraigo a mi boca. Su movimiento imparable


me hace retorcerme con el orgasmo, pero no se detiene, sigue
siendo rápido y certero, hasta que de pronto me deja a un lado, se
arrodilla en la cama y lleva su miembro a mi rostro, a mi boca. No
dudo en abrirla a pesar de que acaba de estar en mi interior, el Sr.
Black se mueve como si me follara, pero en mi boca, gruñendo
mientras se corre en ella. La mezcla de nuestros sabores es
extraña, sin embargo no me da náuseas.

—No había café, pero ojalá haya disfrutado la leche tibia —murmura
dejando un beso en mis labios.

—Tanto como para querer más, señor.

Se ríe y vuelve a besarme, es un loco, no quiso hacerlo cuando no


me había lavado los dientes, pero bien que lo hace cuando acabo
de tragarme su eyaculación.

—Ahora vamos a bañarnos de nuevo, es el último día conferencias


del congreso y debemos trabajar, más tarde, cuando regresemos,
quizá le enseño otra posición de película porno.

Sonrío.
—Si sigue así, voy a querer que grabemos la nuestra.

—Créame que eso me encantaría, Candy.


44. CORREOS, ALTERCADOS Y CASTIGOS
Las conferencias de hoy son muy aburridas, al menos para mí, pero
estar a lado de mi precioso jefe hace el día menos tedioso. Muy
seguramente a él también le parecen de lo más letárgicas, sin
embargo, como buen organizador, escucha atento la charla sobre
sexualidad de un psicólogo que habla de una teoría sobre un
porcentaje homosexual en cada persona. No sé si sea acertada o
no, yo no me considero tener una parte homosexual escondida, a mí
me gustan mucho los penes, o mejor dicho a mi me gusta el pene
de mi jefe.

Que digo me gusta, me encanta.

Aunque bailar con Lana fue excitante. También ponerle crema a


Serena. Pero no lo fue tanto como para pensar en tener interacción
sexual con ellas, fue un mero juego. Quizá sí el conferencista fuera
más dinámico, el tema me interesaría más, pero es como escuchar
a mi abuelo hablar de política o a mi mamá de lo que pasó en la
novela. Suspiro porque aún queda más de una hora y eso me hace
querer suicidarme.

—Voy a morir de aburrimiento —susurro hacia el Sr. Black que


sonríe de lado.

—¿Necesita algo para distraerse?

—Preferiría irme —confieso. Volteo a ver a nuestro alrededor, la


mayoría de las personas que entraron se han retirado, quedamos
algunos pocos esparcidos por el auditorio.

—Eso sería descortés de nuestra parte, no podemos irnos a media


conferencia.

Lloriqueo.

—Esto es muy aburrido, señor.


—A mí me parece interesante, me gustaría comprobar si es cierto
que hay un porcentaje lésbico en usted.

Ahogo una risita.

—Eso quiere decir que probablemente también hay un porcentaje


gay en usted.

—Yo no tengo ningún problema con tener interacción sexual con


otro hombre, no me atraen, pero tampoco me dan repulsión, es
simple sexo.

¿Qué?

—¿Ha tenido sexo con otros hombres? —cuestiono impactada por


su declaración, no me imagino a mi precioso jefe con un hombre,
por Dios, que es un pito social, pero eso es algo extremo.

—En algunas grabaciones sí, me han masturbado y me han hecho


sexo oral, nada más.

—¿Y usted? ¿Le ha hecho sexo oral a un hombre?

—No, pero sí los he tocado y besado.

Dios.

—Estoy en shock —admito.

—Estoy muy seguro de mi sexualidad, tocar un pene no ha hecho


que dejen de gustarme las mujeres.

—¿Y le gustó? ¿Qué lo tocara un hombre?

Alza los hombros.

—Fue satisfactorio, pero la mejor mamada que he recibido me la dio


usted.
Me sonrojo.

—Dudo que no haya recibido mejores antes, seguro se la han


chupado cientos de veces.

Él Sr. Black me mira, una mirada intensa que me hace erizar.

—Sí, lo han hecho, y han sido muy buenas, pero siempre es lo


mismo, en cambio usted… —Hace una pausa, por su gesto creo
que está buscando la expresión correcta—, nadie había besado mi
pene con tanta adoración. Me la han chupado para hacerme correr o
para ponerme lo duro, pero usted no, parecía decidida a venerarlo
sin importar lo demás.

Me sonrojo aún más, no pensé haber sido tan intensa en mi sesión


de besos al pene de mi jefe, pero tiene razón al decir que lo besé
con adoración, es que yo lo amo desde el día que lo vi y fantaseé
por primera vez en besarlo.

—Yo en verdad amo su pito —afirmo—, aunque a veces tengo


ganas de patearlo por ser tan fácil.

—No sea agresiva, Candy. Y no soy tan fácil, aunque no lo crea, no


me he follado a todas las mujeres que se me han insinuado.

Enarco una ceja, escéptica.

—Tiene razón, no le creo.

El jefe rueda los ojos.

El sonido de una notificación en mi móvil me distrae de la plática con


mi jefe, que de nuevo concentra su atención en el conferencista.
Extraigo el teléfono y reviso la notificación, es un correo electrónico
y me emociono al ver el remitente. Inmediatamente lo abro y leo en
silencio el contenido.

Hola Candy!
Recibir tu correo electrónico me ha puesto loca, en verdad loca!
Dime por favor que no se trata de una broma y que en verdad me
estás proponiendo hacer una película de mi historia.

¿Qué si me interesa?

Claro que me interesa! Por mi mente jamás había pasado la


posibilidad de que mi libro fuese llevado a la pantalla.

¿Cuándo dices película explícita y sin censura te refieres a que


podré ver cómo mi precioso árabe se folla a Nath? ¿Qué veré como
su shaytan entra y sale con todo lujo de detalles? Aclaro de una vez
que el pene debe tener un tatuaje, aunque sea pintado, pero debe
tenerlo, es necesario!

Por Dios, no lo puedo creer!

Penumbra es un historia muy intensa y claro que me gustaría que


eso se viera reflejado en la pantalla, tal cual como yo lo vi en mi
mente. Con absolutos detalles explícitos.

Y los azotes! Dios, los azotes! Tienen que ser sumamente realistas,
que el espectador pueda casi sentirlos, así como en la película La
pasión de Cristo.

Diablos, ya me hice completa la película en la cabeza.

Pero primero lo primero. Estoy muy interesada en ver su propuesta,


házmela llegar cuanto antes para analizarla con mi editorial y
negociamos. En verdad estoy muy emocionada!

Gracias por pensar en Penumbra para iniciar con este nuevo


proyecto en su productora, dile a tu jefe que no se va arrepentir. Le
mandaré a todo mi fandom a suscribirse, esas locas darían lo que
fuera por ver a Ömar, Amún y Nath hacer el trío.

Quedo muy pendiente de tu correo. Te adjunto los datos que me


solicitaste.
Besos desde México.

Pd. Amo que seas mexicana también, nunca había recibido un


correo tan original como el tuyo para una propuesta.

Pd.2 Me hace feliz saber que te masturbaste leyendo Penumbra.

Pd.3 Manda foto del pene de tu jefe.

Ahora sí me despido.

Yoss.

Ahogo un grito de emoción.

¡No lo puedo creer!

—Señor —grito bajito—, acabo de recibir la respuesta de una de las


autoras que contacté, ¡está interesada en la propuesta!

—Es una muy buena noticia. —Sonríe—. ¿Cuál de las historias de


las que me habló?

—La de los árabes sádicos y la esclava sexual.

El Sr. Black da un silbido suave.

—Una historia fuerte, me gusta para iniciar con esto, seguro atrae a
los usuarios de la plataforma, el sadismo es algo que se consume
mucho. Buen trabajo, Candy —me felicita.

No puedo hacer otra cosa más que sonreír como una estúpida, en
primera, por haber logrado que al menos un autora se interesara en
la propuesta, demostrando que mi idea no es mala, yo confío en
ello. Y en segunda, porque la forma en la que me mira el Sr. Black
alborota mis latidos.

—En cuanto termine la conferencia contactaré al departamento legal


para que elaboren el contrato y mandarlo lo antes posible.
Con esta nueva noticia y haciéndome en la mente mi propia película
el tiempo se me va volando. Ni siquiera noto cuando termina la
conferencia por estar viendo en la página web de Black Productions
el catálogo de actores, viendo cuál sería el mejor prospecto para
interpretar a los árabes y a Nath.

Comemos en compañía de los demás organizadores y otras


personas más, esta vez me mantengo en silencio e ignoro cualquier
comentario en el cuál hagan referencia a mí, no quiero volver a
tener una diferencia con estas personas y mucho menos con
Herbert, que no deja de mirarme de esa manera desagradable que
tiene de hacerlo.

—Mañana es la clausura —comenta Irina—, ha sido un excelente


congreso, muchas felicidades a todos.

—¿Te quedarás a la clausura? —le pregunta el Sr. Black.

—Por supuesto, me mandé a hacer un vestido precioso. ¿Tú ya


tienes el tuyo, Candy?

Parpadeo.

No había pensado en la cena de clausura, que hasta donde sé, es


formal. El Sr. Black presiona mi muslo por debajo de la mesa, no sé
que quiere darme a entender, pero lo interpreto como un «diga que
sí».

—Sí. —Sonrío.

—Esperemos que esta vez si sepas vestirte adecuadamente —


interviene Herbert.

Aprieto los labios para no mandarlo a la mierda, ni siquiera lo volteo


a ver y no le contesto.

—Cada quién se puede vestir como más le guste —agrega Irina y


me da una sonrisa a mí—, si yo tuviera tu edad, me pondría lo más
pequeño y escotado de mi guardarropa.

—Y así quedaría demostrado que solo le interesa atrapar a su jefe


—declara Herbert—. Asiste desnuda, niña, quizá llames la atención
de alguien más, a Monty no le gustan las mexicanas ya.

No controlo el impulso de tomar mi vaso de naranjada y arrojarlo a


su cara despreciable, dejando a todos con la boca abierta, incluido
el Sr. Black, pero no estoy dispuesta a seguir tolerando las
humillaciones de ese viejo desgraciado.

—¡Váyase a la mierda, viejo imbécil! —digo en español—, ¡deje de


preocuparse por mí y atienda a su mujer que debe estar muy
insatisfecha para buscar con otro lo que usted no le da. Impotente!

Me doy la vuelta y salgo a paso veloz del restaurante, puedo


escuchar como Herbert gruñe algo y maldice, pero no me detengo.
Subo por el ascensor hacia la suite, pero cuando quiero abrir, me
doy cuenta que dejé el bolso en el restaurante. Golpeteo mi frente
suavemente con la puerta y maldigo, no pienso regresar a buscar la
tarjeta.

No es necesario que lo haga, veo aparecer al Sr. Black con mi bolsa


en la mano y con cara de pocos amigos. Se detiene frente a mí, sin
decir nada y yo aguardo a que comience a regañarme por mi
comportamiento. Pero no sucede. En cambio veo una sonrisa
maliciosa curvar sus labios hacia arriba.

—Lo siento, no debí hacerlo —me excuso.

El Sr. Black niega.

—No, no debió, pero lo hizo y me alegra, créame que yo he querido


mil veces gritarle muchas cosas a mi padre, pero no lo hago, en
nuestro medio, mantener las apariencias es muy importante.

Resoplo.
—Su padre es un idiota cretino y usted heredó algo de eso.

Arquea una ceja.

—Lo siento, pero es verdad, a veces usted también es muy idiota,


pero al menos no es misógino.

—Me siento halagado —ironiza.

—¿Entonces no está molesto? ¿No va a reprenderme?

—Por supuesto que lo haré, debe aprender a comportarse, Candy,


no puede hacer esos espectáculos en lugares públicos, mi nombre
está de por medio.

—Lo sé —susurro—. ¿Cómo me va a castigar?

—Póngase de rodillas —ordena.

Parpadeo varias veces. Después miro hacia todos lados del pasillo,
está desierto, pero alguien podría aparecer.

—Señor, estamos en el pasillo.

—Sí y quiero que me de una mamada aquí y debe ser buena y


rápida, porque si alguien aparece y nos ve, el castigo será aún peor.

Trago grueso.

—Si fuera usted me daría prisa —sugiere.

Vuelvo a mirar a ambos lados, es la hora del almuerzo y después


hay un taller de comestibles para usar durante el sexo, espero que
eso mantenga ocupados a los huéspedes. Me arrodillo frente al jefe
pegada a la pared y dirijo mis manos hacia el cierre de su pantalón
para liberar su miembro que ya está irresistiblemente erecto.

—De prisa —insiste.


Acato su orden. Lo meto a mi boca sin preámbulos y comienzo a
chuparlo con dedicación. Es una locura, cualquier persona podría
vernos, pero es jodidamente excitante estar haciendo esto aquí y
eso me impulsa a hacerlo más rápido. También los jadeos de mi
jefe, que sujeta mi coleta para mover mi cabeza a su antojo y
enterrarse más en mi boca.

—Joder, Candy, me encanta como me la chupa —sisea.

Mi vientre se contrae por sus palabras, incremento la velocidad y la


fuerza con la que succiono, mis mejillas arden, pero los leves
gemidos de mi jefe me motivan a seguir a pesar de la incomodidad.

—Ábrase la camisa, quiero ver sus tetas —ordena.

Suelto su pene unos segundos para desabrochar los botones de mi


camisa y exhibir mis senos en el sujetador. Bajo el borde de este,
dejando libres mis pezones los cuales me reclaman por algún roce
de ese pene que tanto me gusta.

—Quiero correrme en sus tetas, Candy.

Asiento, yo también quiero que lo haga. Regreso mi mano a su


miembro y lo masturbo mientras chupo el glande. Su pene late,
anunciándome que está cerca de eyacular. Lo saco de mi boca y lo
sacudo con fuerza y rapidez, hasta que su corrida me golpea el
pecho y comienza a descender entre mis senos.

El Sr. Black jadea cuando paso de nuevo la lengua por la punta de


su miembro, pero un ruido en una de las puertas cercanas lo hace
separarse de mí. Se acomoda la ropa y yo me pongo de pie
inmediatamente, cerrando los botones tan rápido como puedo y él
abre la puerta de la suite, justo a tiempo que dos chicas salen de la
habitación contigua.

Aprieto los labios para no reírme y entro en la habitación. En cuanto


el Sr. Black cierra la puerta se abalanza sobre mí para besarme, sus
manos van directas a mis glúteos y los estruja, levantándome del
piso y apretándome contra él. Su miembro da un latido, lo cuál me
provoca una risita y arquear una ceja.

—Se acaba de correr ¿de nuevo va a tener una erección?

Alza los hombros con indiferencia.

—Me paso veintitrés de las veinticuatro horas del día empalmado y


deseando follarla, Candy.

Me río, bajo mi mano hacia el bulto que comienza a formarse en su


pantalón.

—Yo creo que podemos saltarnos la última conferencia, señor. De


aquí a la cena de clausura hay aproximadamente veintiocho horas,
quiero que me folle durante veintitrés.

El jefe se ríe.

—Que conste que usted lo pidió.


45. ERES MÍA
No se puede follar veintitrés horas seguidas, lo acabo de descubrir.
Aunque sí follamos mucho, durante mucho tiempo, tomando los
descansos necesarios para respirar, tomar agua y comer alguna
cosita. Pero después de ocho horas debo decir que ya no quiero ver
el pito de mi jefe, o sea, lo amo, pero por el momento ya no quiero
verlo.

Hasta mañana.

Mañana querré verlo, tocarlo, besarlo, chuparlo y sentirlo dentro de


nuevo. Por el momento no. No solo me duele la vagina, la tengo
inflamada e irritada. Creo que mi jefe se siente igual, está tirado en
la cama, viendo al techo, no sé que pase por su cabeza, quizá trata
de dilucidar sobre la dicotomía del cielo y el infierno, por qué los
cangrejos caminan de lado o si es cierto que las gallinas descienden
de los velocirraptores. O quizá está en coma. El pobre quedó seco.

Literal, seco.

Su última eyaculación fueran apenas unas gotitas. Me río


mirándome en el espejo, estoy desgreñada y no llevo nada de
maquillaje, dejando ver mis ojeras incipientes, sin embargo, me veo
felizmente bien follada. Claro que lo estoy, demasiado bien follada,
tanto, que incluso estoy un poco afónica.

Pero no me arrepiento de nada.

Regreso a la cama llevando solo bragas, de alguna manera necesito


algo de protección en mi vagina, aunque dudo que una simples
bragas vayan detener el avance del pito de mi jefe, si es que
encuentra la energía para volver a tener una erección. Lo cierto es
que yo tampoco lo detendría. El Sr. Black permanece ido, mira do un
punto indefinido, como si no estuviera dentro de su cuerpo.
—¿Le dio la garrotera? —pregunto en español, no tengo ni idea de
cómo se dice esa palabra en inglés o si en verdad existe.

Gira casi de manera imperceptible el rostro hacia mí y frunce el


ceño.

—¿La qué?

—La garrotera —repito despacio.

En su expresión se nota que no entiende la palabra.

—Había un programa de televisión en México, muy viejo, yo todavía


no nacía cuando lo pasaban en la televisión… pero usted sí —me
burló tapando mi boca para amortiguar mi risa.

El Sr. Black enarca una ceja.

—¿Insinúa que soy viejo? —refunfuña—, tengo treinta y nueve


años, no soy viejo, estoy en mi mejor etapa.

Vuelvo a tapar mi boca para no reírme.

—Sí, la mejor, ahora es un delicioso Sugar Daddy.

Su gesto se endurece, quiero reírme de él, pero estoy segura que lo


molestaría aún más.

—Le decía que había un programa de televisión, a mí mamá le


gustaba mucho y mi papá se reía como matraca cuando lo veía,
aunque cuando yo lo vi en las miles de repeticiones que le han
hecho no me causó gracia.

» En ese programa, al protagonista, que supuestamente era un niño,


pero que era interpretado por un viejo más viejo que usted, le daba
la garrotera.

El Sr. Black permanece inexpresivo, no le hizo gracia mi chistecito,


pero tampoco dice algo al respecto.
—¿Y qué se supone que es?

—Cuando el chavo se asustaba, le daba la garrotera. Se quedaba


petrificado, mirando a la nada y no lograban hacerlo reaccionar,
hasta que le echaban un balde de agua fría, entonces se le quitaba.
Así se ve usted, como si le hubiese dado la garrotera.

Finalmente hay un vestigio de sonrisa, de esas que parecen el


espasmo de un cólico.

—¿Pasa algo? —me aventuro a preguntar.

—Estoy cansado —responde—, y trataba de recordar cuando fue la


última vez que folle tanto.

—Seguro un día antes de conocernos, usted folla mucho, o lo hacía


hasta que me empeñé en arruinarle las citas.

Ups, me eché de cabeza.

El Sr. Black ladea una sonrisa.

—Era muy notorio que lo hacía por celos, pero se rehusaba a


aceptar que quería que la follara y eso me desesperó muchas
veces.

—A mí me desesperaba su promiscuidad.

—Regresando a lo de cuando fue la última vez que follé tantas


veces consecutivas… Nunca había tenido sexo durante tanto
tiempo, lo más que había follado fueron seis veces en una noche.

Lo miro incrédula.

—Es cierto, Candy —asegura—. Lo más que llegué a follar con


Maya fueron seis veces en una noche.

Maya.
Ese nombre me aprieta las tripas.

—Me da gusto haber impuesto un nuevo récord. Uno que seguro


ninguna otra podrá romper.

Sonríe y se gira completo hacia mí, su mano va a mi vientre y lo


acaricia con las yemas de los dedos, haciendo círculos sobre mi
ombligo.

—Tiene varios récords, la primera mujer que se ha atrevido a


golpearme y que yo lo he permitido, la única en dormir conmigo en
muchos años y sobre todo, la única en preocuparse tanto por mí.

Mi corazoncito tonto se emociona por la forma en que me mira.

» Cada vez que estoy perdiendo la paciencia con usted, recuerdo la


vez que corrió para impedir que comiera el canapé, o el esmero y
cuidado con el que aplicó la crema para las quemaduras, claro que
usted misma las provocó. Pero a lo que me refiero es que en cierta
forma me cuida. Ahora necesito a alguien que me cuide de usted.

Suelto una carcajada. Después me inclino hacia él y lo beso,


despacito, saboreando sus labios y el aroma que desprende su piel
después de tanto sexo.

—Lo cuido porque lo amo. Mucho —confieso en mi idioma, según


yo, para que no me entienda, pero creo que comprende el español
un poco, a pesar de no hablarlo.

—Me gusta oírla hablar español, la forma en la que pronuncia el


inglés es divertida, pero escucharla en español es mucho mejor.

Lo miro coqueta.

—¿Entiende lo que le digo?

—Algunas cosas.

—Mmm, a ver si entiende esto.


Carraspeo.

—Allá en la fuente había un chorrito, se hacía grandote, se hacía


chiquito —canto.

El Sr. Black pone cara de póker y yo me río.

—¿Entendió?

—Solo chiquito —dice en español también. Su forma de


pronunciarlo es pésima, pero me encanta, se escucha adorable.

—Bueno, a ver ahora.

Me aclaro la garganta de nuevo y lo miro a los ojos, si no fuera


porque no entiende del todo, no me atrevería a hacerlo.

—Te prometo discreción ante la gente, soy capaz hasta de actuar


indiferente, si me hablan de ti, oh sí —canto en un susurro.

El Sr. Black me observa en silencio y atento, ni siquiera parpadea.

—Te prometo no mancharte la camisa, no pedirte más amor si estás


de prisa, te comprenderé, pero ámame…

Su respiración se hace pesada con firme avanzo en la canción, sus


ojos van de los míos a mis labios, que se mueven cerca de los
suyos.

—Aunque sea de contrabando, aunque sea de vez en cuando, pero


ámame…

—Nunca había escuchado esa canción —expresa, serio.

—Es banda, un género musical popular en México, sobre todo en el


norte. —Me muerdo el labio inferior—. ¿Comprendió la letra?

—Sí.
Mi corazón late rápido.

—Cante otra canción —solicita, no hace comentarios acerca de la


letra y eso me desanima un poco, pero a la vez, pienso que es
mejor.

—¿Alguna petición?

—Una que le guste a usted.

Pienso. Luego sonrío.

—Mejor la escuchamos y bailamos.

Me pongo de pie sin darle tiempo a decir algo y busco mi móvil,


tengo varias llamada perdidas de Vlady, Jay, Chema e incluso de
mamá. Paso de ellas y busco en YouTube una canción para
reproducir. Tomo la mano del Sr. Black y tiro de ella para sacarlo de
la cama. Se rehúsa al principio, pero termina accediendo cuando la
música inicia.

Ya me han informado que tu novio


Es un insípido, aburrido…

—Debe poner ambas manos en mi cadera —murmuro—, es una


bachata, me gusta bailarla pegadito y suave.

—Candy, sabe que no bailo estas cosas.

—Solo sígame.

Me doy la vuelta entre sus brazos y coloco sus manos en mi


abdomen y comienzo a mover la cadera sensualmente. Es más alto
que yo por muchos centímetros, por lo que mis glúteos se frotan en
sus muslos y mi espalda baja en su pelvis.

No te asombres, si una noche


Entro a tu cuarto y nuevamente
Te hago mía.
Bien conoces, mis errores
El egoísmo de ser
Dueño de tu vida.

Eres mía, mía, mía


No te hagas la loca,
Eso muy bien ya lo sabías…

Siento su erección apresada entre mi espalda y su cuerpo, sus


manos suben por mi torso hasta llegar a mis senos y los cubre con
ellas. Jadeo por como los magrea con sensualidad, la misma de mis
movimientos. Elevo mis manos a su cuello, giro mi rostro a él y lo
atraigo a mí para besarlo. Creí que ninguno de los dos querría
volver a tener sexo, pero estaba muy equivocada. Ahora mismo lo
deseo. Y él también por la forma en que presiona la pelvis contra mí
y sus dedos juegan con mis pezones, endureciéndolos.

—Me gusta verla bailar, me pone loco ese movimiento de cadera.

Me lleva contra el tocador, pone mis manos sobre la superficie y


sigo balanceando la cadera mientras las suyas bajan por mi espalda
hasta posarse en mis glúteos y apretarlos. Me miró en el espejo, mis
mejillas están encendidas por la excitación, pero lo mejor es verlo a
él, como mira mi culo que sigue moviéndose con la música de
Romeo.

Eres mía, mía, mía


No te hagas la loca,
Eso muy bien ya lo sabías.

Si tú te casas el día de tu boda


Le digo a tu esposo con risas
Que solo es prestada la mujer que ama
Por qué sigue siendo mía

Elegí la canción como una burla hacia el asunto de Maya, Herbert y


el Sr. Black, creo que el no lo notó y ahora ha dejado de ser algo de
ellos para convertirse en algo de nosotros, en un baile sensual y
erótico, donde él recorre mi cuerpo, tocándolo sin ningún pudor y yo
lo provoco a seguir haciéndolo.

De pronto lo veo ponerse de rodillas, su cara deja de verse en el


reflejo para perderse detrás de mi trasero. Si lengua se escabulle
entre mis piernas para alcanzar mi clítoris. Me miro en el reflejo una
vez más, como mi rostro se contrae por el exquisito movimiento de
lengua de mi jefe, la cual alivia el leve ardor en mi vagina por tanto
sexo. Mis piernas tiemblan cuando me acerco al orgasmo, los dedos
del Sr. Black se abren paso entre mis pliegues y se introducen en mi
sexo.

Jadeo fuerte. Su movimiento es rápido y agresivo, decidido a hacer


que me corra. Mis piernas tiemblan muchísimo y aprieto los dedos
de las manos y los pies soportando la avalancha de sensaciones
que desata el orgasmo húmedo que desciende por mis piernas.
Grito porque es imposible no hacerlo, incluso mi garganta arde por
lo reseca que está de la respiración irregular.

Diablos. Eso fue intenso.

—Comenzaba a frustrarme no conseguir que se corriera de esta


manera, Candy. —Deja un beso en mi glúteo y se pone de pie,
lamiéndose los labios—. Pero me encantan los retos y más cuando
soy el ganador.

Sujeta su miembro para presionarlo contra mi sexo, sin embargo, no


se introduce, se dedica a pasear la punta de su erección por toda mi
intimidad y después lo dirige peligrosamente a mi culo. Me tenso de
inmediato.

—Tranquila, no haré nada que le haga daño.

Presiona un poco, jadeo por la sensación, es extraña, pero no duele.


Vuelve a deslizar su pene entre mis labios vaginales, acaricia mi
clítoris y respingo porque estoy demasiado sensible. Se introduce
apenas un poco en mi vagina y vuelve a retirarse para presionar de
nuevo contra mi trasero.
—Señor… —jadeo, puedo sentir como avanza un poco y vuelve a
retirarse.

—Confíe en mí, Candy —susurra.

Se introduce de un empujón en mi vagina, gimoteo por el ardor y por


lo bien que se siente tenerlo dentro, a pesar de la incomodidad de
mi sexo inflamado. Se mueve despacio y profundo, sus dedos
estimulan mi clítoris para hacer que me humedezca aún más.

Siento su dedo pulgar empujar contra mi culo como antes los hizo
su pene, este se abre paso con mayor facilidad, robándome un
gemido estridente cuando lo siento entrar unos centímetros. Sus
movimientos son coordinados, suaves, su pene sale y su dedo se
presiona para entrar otro poco y viceversa.

Miro su rostro por el reflejo, concentrado mirando como me folla y


como su dedo está cada vez más dentro de mi culo. Con un último
empujón entra del todo y se detiene. Me mira por el espejo, yo
respiro de manera dificultosa por sentirme extrañamente llena por
ambos lados. Fija sus ojos en los míos y sonríe. Su cadera se echa
hacia atrás y luego adelante, mientras su dedo hace lo mismo.

—No sé cuál vista es mejor, si la de su rostro ruborizado y jadeante


o la de su culo y su coño llenos de mí.

Rayos. Yo también quisiera ver.

—Y yo no sé que es mejor, su pene dentro de mi vagina o su dedo


en mi culo —gimo.

Él sonríe, una sonrisa que bien podría hacerme llegar al orgasmo.

—Le dije que le gustaría. —Gira el dedo a un lado y hacia el otro,


ejerciendo presión—. Y será mucho mejor cuando logre hacer que
mi polla entre en este culo virgen, aunque ahora ya no lo es. —La
expresión de satisfacción de su rostro me acalora más de lo que ya
estoy—. Ahora voy a follarla como se debe, necesito correrme de
una vez.

Su cadera cobra vida como normalmente lo hace, rápido, certero en


implacable. Su dedo continúa ejerciendo presión y haciéndome
soltar leves gritos por los espasmos que eso me genera. Mi vientre
se tensa por décima vez en la noche y mis piernas se debilitan con
el orgasmo, igual de bueno y profundo que el anterior.

En un movimiento rápido del cual apenas soy consciente, el Sr.


Black saca su miembro y su dedo de mi interior y dirige su pene a mi
culo una vez más, empujando sin miramientos. Gruñe algo entre
dientes e inmediatamente después lo siento ensancharse y
comenzar a eyacular en mi trasero, el cuál aún se queja por su
intromisión, a pesar de ser solo la punta.

—Sí me dolió —me quejo, cuando pude ser consciente de lo que


hizo, comencé a sentir del dolor en el culo.

El muy maldito sonríe.

—Necesita adaptarse, podemos entrenar su trasero todos los días,


hasta que me acepte gustoso.

Quiero golpearlo.

El Sr. Black se separa de mi cuerpo y un estremecimiento me


recorre al sentir como sale la cabeza de su pene de mi trasero.

—Lo acepto si también puedo entrenar yo al suyo —propongo, sé


que no lo va aceptar, es un hombre.

Arquea una ceja.

—El día que le folle satisfactoriamente el culo, puede intentar hacer


lo mismo, pero eso sí, debe hacerme tener un orgasmo, porque yo
le aseguro que usted tendrá el mejor de su vida. Si no lo logra el
castigo será de verdad ejemplar.
Trago.

Eso es una trampa.

—Bien —acepto—, pero si a mí me duele, a usted también.

—Entonces no le ama tanto, si quiere hacerme daño —refuta.

Frunzo el celo, molesta.

—Es un sucio tramposo.

Me doy la vuelta para meterme al baño, pero su mano tirando de mi


brazo me hace volver y estrellarme en su pecho. Sujeta mis mejillas
con amabas manos y me besa.

—Eres mía, mía, mía, no te hagas la loca nanananananana —


canturrea en español, pésimamente pronunciado, además canta
fatal, pero que como baila, pero eso no evita que mi corazón caiga
en un colapso y me cuelgue de su cuello para besarlo.

—Te amo —susurro.

Él sonríe.

**********

Hola!

Sorry por la demora, hoy no me he sentido bien del estómago y me


dormí para que se me pasara el malestar.

Este fin de semana no habrá actualización, tengo muchas cosas que


hacer y me será imposible escribir.

Nos leemos el lunes.

Besitos.
Yoss.
46. PAPI
Flotando entre nubes de felicidad y un enamoramiento irremediable
es como me siento. Después de ducharnos juntos y de aplicar las
lociones en el precioso cuerpo de mi jefe, pasamos horas en la
cama conversando. Platicamos cosas tan bizarras de ambos, como
cuando, en un festival del día de las madres en la primaria en la que
estudié, debía declamar un poema a las mamás y terminé
vomitando de los nervios en el estrado.

O él me plática de lo que fue crecer teniendo como padres actores


de pornografía, no podía revelarles esa información a sus
compañeros de colegio, por lo que inventaba trabajos extraños y
extravagantes para ellos, los cuales pudieran justificar los ingresos
que les permitían darse una vida demasiado holgada sin formar
parte de algún gremio como lo eran sus amiguitos de la escuela.

Su padre fue asistente de un famoso cazador de cocodrilos en una


ocasión. En otra, fue un osado paleontólogo que descubrió los
restos de uno de los esqueletos de dinosaurios que se exhiben en el
Smithsonian. Su mamá fungió como bailarina de un exótico show en
Las Vegas donde danzaban con serpientes enredadas en sus
cuerpos y en otro momento, fue una doble de riesgo de en las
películas de acción.

Era un niño con mucha imaginación que le gustaba inventarse otras


vidas, como que vivía en una casa rodante mientras acompañaba a
su padre paleontólogo a sus expediciones. O que crecía viendo a
las bailarinas ensayar su espectáculo tras bastidores, mientras
cuidaba de las serpientes y hablaba con ellas, en su cabeza, él que
entendía el estado de ánimo de los animales danzarines.

Él imaginaba tener una infancia emocionante, feliz y envidiable para


los demás niños, pero eso estaba muy lejos de la realidad. Antes
que su padre comenzara a ganar dinero con la productora, tuvieron
una época difícil al invertir absolutamente todo lo que tenían en ese
proyecto. Comían lo que podían, a pesar de no ser precisamente de
clase baja, porque la inversión fue tan grande que hasta hipotecaron
su casa.

Sus alergias no ayudaban tampoco. Era difícil vivir con apuros


económicos y tendiendo que cuidarse de todo. Cuando su padre
recuperó su inversión y la duplicó las cosas mejoraron, pero las
alergias seguían ahí, haciendo de su infancia y adolescencia algo
difícil y lo ponían como el objeto de burlas de sus compañeros. No
asistía a la clase de deportes porque no podía correr en el sol, ni
sudar. Tampoco hacía otros ejercicios o deportes bajo techo, ni de
contacto, porque dejaban grandes cardenales en su piel.

—Las chicas no querían salir conmigo —continúa con su charla, mis


ojos parpadean pesado, son aproximadamente las seis de la
mañana y no hemos dormido, tengo sueño, pero también quiero a
seguir escuchando de su vida—. Ellas preferían a los deportistas,
como Stacy, la capitana de porristas que me tenía loco en el high
school y era novia del mariscal de campo que tenía fiestas cada fin
de semana en su casa, donde tomaban cerveza hasta la
inconsciencia.

» Su mejor amiga también me gustaba mucho, Shelly, ella salía con


el capitán del equipo de baloncesto, que era amigo del mariscal y
cuando las fiestas no eran en casa de alguno de ellos, iban al lago y
hacían una fogata. Yo no podía ir por los mosquitos, los piquetes se
me infectaba y la mayoría de los repelentes me causaban irritación,
tampoco es que me invitaran a sus fiestas.

» Incluso el chico nerds, con gafas y algo de acné tenía más citas
que yo que era un adolescente flacucho por una dieta limitada y sin
poder hacer ejercicio, que además era demasiado pálido. Las chicas
aceptaban sus invitaciones a cambio de tutorías o que las ayudara
con sus tareas, era algo bajo, pero al menos salía con ellas y las
besuqueaba.

—¿Entonces no tuvo citas siendo adolescente?


—La primera vez que una de mis compañeras accedió a salir
conmigo, tenía diecisiete años, la invité al cine e intenté besarla,
pero ella no quiso y se fue a mitad de la película. Me sentí frustrado,
mucho.

Arruga la frente por su recuerdo, su gesto luce adorable y me


provoca querer llenarlo de besitos para que deje eso atrás, ahora es
un hombre apuesto, sexy, exitoso y al cuál las mujeres acosan. Algo
que tengo que impedir de ahora en adelante.

—Crecí viendo a mis padres besarse y tocarse abiertamente


mientras desayunábamos o cuando veíamos una película en el sofá
y ellos se comían a mi lado, para mí, el contacto físico íntimo era
algo muy normal, ni siquiera lo veía con morbosidad, hasta que
comencé a querer a hacerlo con alguna chica, el problema es que
ninguna quería hacerlo conmigo.

—Deben estarse arrepintiendo mucho. —Suelto una risilla—.


Seguro el mariscal de campo del high school no llegó a ser mariscal
de campo en la NFL y no es un millonario exitoso, como usted,
señor. Debe ser un viejo cuarentón, con una calva incipiente y
barrigón por tanto tomar cerveza.

El Sr. Black se ríe.

—Es maestro de deportes en la misma escuela en la que


estudiamos, y sí, tiene unos kilos de más, pero conserva el cabello.

Enarco una ceja.

—¿Cómo lo sabe? ¿Tiene contacto con sus antiguos compañeros?

—No, pero en una reunión de exalumnos los volví a ver. Fui invitado
por casualidad, no por estar en sus listas. En un restaurante me
encontré con el chico nerd que le mencioné, Edward, es jefe de
informática para una cadena de mini markets muy famosa. Él me
comentó de la reunión y que podría mi nombre en la lista,
intercambiamos números y a los pocos días recibí la llamada de la
organizadora. Stacy.

» En un principio no quería asistir, pero acepté la invitación. Ninguno


de ellos había sido mi amigo, creo que hasta Edward me hizo
bullying en algún momento, sin embargo, mi ego me pedía
presentarme y llevar conmigo a la más hermosa de mis amigas.

—¿Y quién lo acompañó? —cuestiono repasando los rostros de los


archivos en la tableta, todas son mujeres muy atractivas y no adivino
cuál pudo ser la elegida.

—Mandy —confiesa—, pero solo como amiga, en ese entonces ella


había enviudado recientemente y aún estaba afectada, accedió
después que le insistí mucho, necesitaba sacarla de su encierro
para levantarle el ánimo.

—¿Qué? ¿Mandy es viuda? —respingo.

El Sr. Black asiente.

—Su esposo murió en un accidente apenas dos años después de


haberse casado, ella tenía treinta y cuatro y el cuarenta y dos, fue
hace tres años.

—No lo puedo creer, ella es tan joven y hermosa para ser viuda —
digo impactada.

—Para enviudar lo único que se necesita es estar casado, la edad


no es un requisito.

—Obvio, pero es difícil creer que ella es viuda, simplemente pensé


que era soltera y como dijo que han follado, no me imaginé que
estuviera casada.

—Follamos antes que ella se comprometiera, y lo hicimos alguna


vez después del accidente, la ayudó a sobrellevar el luto, ahora lo
tiene casi superado.
—Qué buen amigo es usted —ironizo—, follando con su amiga para
ayudarle a sobrellevar la muerte de su esposo.

—Aunque no le parezca, así es —puntualiza—. Después de


acompañarme a la reunión, Mandy comenzó a recuperar su vida.

Cómo no quiero seguir con el tema de Mandy, opto por retomar la


conversación de su adolescencia. La amiga de mi jefe sigue
causándome un conflicto y saber el grado al que llega su amistad no
ayuda.

—¿Y cómo pasó de ser un chico que no tenía citas a un actor


porno?

El Sr. Black se descoloca un poco por el cambio repentino de tema,


sin embargo, sonríe y acaricia la curva que hay de mi cintura a mi
cadera.

—Precisamente por eso, sabía a lo que mi padre se dedicaba,


incluso ya me habían permitido estar presente en alguna grabación
cuando mi madre no lo estaba. Era un adolescente con las
hormonas alborotadas y quería follar. Follar mucho, como en las
películas que tenía mi padre en su estudio, posee una colección de
todas sus folladas y las cuales yo había visto a hurtadillas.

» Le dije que quería hacerlo, por principio se burló de mí y se negó,


pero no desistí. Convencí a una de las actrices de follar conmigo y
dejarme grabarlo. Una mujer madura y con tetas muy grandes que
solía mirarme mucho, a ella le gustaban los jóvenes. Por supuesto
no le dije que era mi primera vez, le hice creer que tenía un amplio
trayecto con mis compañeras de colegio.

» Entonces un día fuimos a un motel, estaba muy nervioso, pero


también decidido a deshacerme de la imagen de adolescente tonto
que no conseguía citas. Ella me dio una mamada, la primera de mi
vida y me corrí en cuestión de un par de minutos a pesar de haber
practicado retener la eyaculación.
—¿Practicado? ¿Cómo practicó eso?

—Masturbándome —responde con un giro de ojos—. Mientras veía


las grabaciones de mi padre y trataba de tardar lo mismo que él en
correrse. Practiqué mucho, tanto que a veces terminaba con la polla
irritada de tanto jalármela.

Ahogo una risita, en mi mente se forma la imagen de mi jefe siendo


un adolescente flacucho, agazapado en un sillón giratorio detrás de
un escritorio, viendo a escondidas películas porno mientras se
masturba.

—Al menos tenía un pene bonito —digo condescendiente. Mi mano


se mueve hacia su miembro para acariciarlo—. Podía estar
orgulloso de eso.

—Lo estaba —afirma—, me había comparado con mi padre y con


los otros actores que había visto. Y sabía que podía hacerlo mejor
que ellos, con práctica podía lograrlo. Tuvimos una larga sesión de
sexo, había estudiado con detenimiento las grabaciones de papá y
como lograba alargar el tiempo antes de terminar.

» Cada vez que sentía que podía correrme me detenía y jugaba con
su cuerpo, sobre todo con sus tetas, así pude retrasarlo por un
tiempo, hasta que volvió a chupármela y ya no pude contenerme. La
grabación fue buena y se la mostré a mi padre para que viera que
podía hacerlo y daría un buen espectáculo.

—¿Su padre no se molestó por follar con una de las actrices? Usted
tenía dieciocho años y entiendo que ella era una mujer madura.

—No, él también se las follaba —dice con cierto desagrado, intuyo


que es por su madre.

—¿Y qué pasó?

—Accedió a dejarme grabar una escena corta, con la misma actriz.


Se suponía que ella era mi madre y yo su hijo virgen al que ella le
enseñaba a follar.

—Típico del porno —resoplo, no me agrada la idea de mi jefecito tan


joven y follando con una mujer que podría ser su madre, sus
primeras experiencias no fueron con una chica de su edad como
solemos tenerlas la mayoría de las personas.

—Ella me enseñó mucho, la considero mi amiga, aunque claro, hace


mucho que no follamos, debe tener casi setenta años.

Un escalofrío me recorre, no quiero ni pensarlo.

—¿Y desde entonces es actor de películas? ¿Desde los dieciocho?

Asiente.

—¡Vaya! Ha tenido mucho sexo.

—Algo.

—¿No se aburre?

—No, por eso no follo con la misma, la variedad lo hace interesante.

Frunzo el ceño.

—Eso significa que se aburrirá pronto de mí, por su necesidad de


tener variedad. —Retiro mi mano de su pene, la había mantenido
ahí, acariciándolo y jugando con sus huevitos.

El Sr. Black sonríe, cosa que me molesta, para mí no es divertido


darme cuenta que solo soy el entretenimiento del momento.

—Follar con usted no es aburrido, Candy, a parte de excitante, es


intenso, a la vez divertido, nunca me había parecido divertido follar,
ni me había reído mientras lo hacía, hasta que lo hice con usted.

—¿Se ríe de mí? —gruño.


—No, me río con usted, porque es la persona más hilarante,
interesante y refrescante que he conocido.

Quiero seguir molesta, pero cuando dice ese tipo de cosas, mi


corazón de pollo se derrite.

—Y usted es el viejito más guapo, vergudo y adorable que he


conocido.

El Sr. Black pone cara de póker, me divierte verlo hacer esa


expresión.

—No soy viejo —refunfuña.

—Podría ser mi padre —rebato sonriendo—, el mío tiene cuarenta y


dos años, solo tres más que usted.

—Su padre. —Enarca una ceja divertido—. Ese es un buen tema


para una película. Un padre que reprende a su hija por ser tan
provocadora —murmura, su voz va enronqueciendo a cada palabra.

—¿Y cómo la reprende? —pregunto mimosa, comenzando a reír


porque su mano me hace cosquillas en el hueso de la cadera.

—Primero baja sus bragas y la tumba sobre sus piernas, levantando


su pequeña falda. —El Sr. Black se sienta en la cama y tira de mi
brazo para colocarme sobre su regazo, dejando mi trasero expuesto
a él, mientras me río imaginando que es lo que va hacer—. Después
le daría nalgadas, así.

Deja ir un azote a mi glúteo, no es fuerte, pero pica un poco y me


hace dar un gritito y brincar. Luego otro y otro, son apenas
palmaditas, pero que me ponen ansiosa y caliente por la frecuencia
de los impactos de su mano.

—Y cuando ya tenga el culo muy rojo y lleno de marcas de manos,


lo acariciaría. —Sus dos manos estrujan mis nalgas, lo hace con
fuerza, provocando que me remueva y jadee de expectación.
—¿Y después? —gimo.

—Notaría que su hija es una pequeña putita que está excitada y


mojada porque papi acaba de reprenderla. Separaría sus piernas
así, para descubrir que su coñito está mojado. —Mientras habla sus
mano se mueven haciendo realidad sus palabras, expone mi sexo
que, efectivamente, está muy mojado por todo lo que hace y dice.

—¿Y volvería a reprenderla por ser una putita? —Lo provoco


moviendo el trasero de un lado a otro.

—Sí. —Su mano golpea mi intimidad y gimo, fue inesperado pero a


la vez satisfactorio—. Y mientras papi la reprende de nuevo, la
pequeña zorra se moja más, por lo que hay que ser más rudo con
ella, de alguna forma debe entender que no debe provocar a los
mayores, porque recibirá un castigo ejemplar.

Su mano no deja de golpear mi entrepierna, algunas veces gimo,


otras respingo cuando sus dedos chocan con mi clítoris. Su mano
libre atrapa parte de mi cabello y tira de él, mandando mi cabeza
hacia atrás. Él se acerca, sus labios rosados me matan de ganas de
querer besarlos.

—Y al final, papi le daría a su pequeña lo que quiere. —Introduce


dos dedos repentinamente en mi vagina, un gemido sonoro sale de
mi garganta cuando los mueve con rapidez, masturbándome con
una maestría que me deja estúpida y jadeante, mientras él me mira
y sonríe.

—Pero lo que su pequeña quiere es su polla —lloriqueo, metida en


mi papel, me encanta la idea para nuestra película, que
originalmente solo era una broma, pero al parecer el Sr. Black se lo
tomó en serio—. Papi —sollozo jadeante y excitada—, ¿vas a
darme tu polla?

El Sr. Black gime, su mano apresura el movimiento y mi cuerpo


empieza a temblar sobre su regazo, gritando por lo fuerte que
golpea mi punto g.
—Lo que mi pequeña quiera le daré —sisea, siento su miembro
duro contra mi vientre.

Aprieto las piernas apresando su manos cuando el orgasmo explota


mojando la cama y haciéndome ver pequeña estrellas luminosas
tras mis párpados cerrados con fuerza. El Sr. Black me da la vuelta
colocándome boca arriba en la cama y sube sobre mi pecho, para
colocar su erección frente a mi cara. En esta posición se me antoja
en exceso dominante y me siento nada debajo de él, completamente
reducida a su posesión, extrañamente eso me gusta.

—Abre la boca, si tanto quieres mi polla te la daré toda.

La abro. La mete de una sola estocada casi por completo, una


arcada me sacude el cuerpo, pero eso no parece importarle. Entra y
sale de mi boca a su gusto y yo intento controlarme para permitirle
entrar cuánto desee.

—Espero que te guste mucho la polla de papi, porque de ahora en


adelante es lo único que desayunarás, polla y leche tibia, mucha
leche porque eres insaciable y te gusta ordeñarme hasta la última
gota.

Dios.

Mi jefe en su papel de actor porno es la maldita cosa más caliente


del planeta.

Asiento como puedo. El Sr. Black se retira a tiempo, sujeta su


erección y se masturba para dejar caer su eyaculación en mi boca
abierta. Gruñe y jadea sacando todo, una pequeña gota queda
atrapada en su punta y lo acerco a mí para pasar mi lengua y
recogerla.

—Hasta la última gota, señor —susurro.

El jefe gime y se recuesta sobre mi, besándome con vehemencia


exquisita.
—¿Cómo sería posible que me aburra de usted, Candy? Si es la
mujer más jodidamente excitante que he conocido en mi vida.
Quiero follarla hoy, mañana, el siguiente día y el siguiente, y todos
los malditos días de mi vida.
47. LENTEJUELAS Y ENCAJE
Aunque la idea de vivir metidos en la cama y follando cada vez que
nos dan ganas es muy seductora, debemos salir de nuestra burbuja
sexosa y volver al mundo real, ese en el cuál el Sr. Black es mi je y
yo su asistente. La cena de clausura del congreso es unas cuantas
horas y aún no tengo un vestido acorde a la ocasión, por lo que,
después de dormir apenas cuatro horas, nos preparamos para salir.

—¡Monty! —saluda Verónica Rube, acercándose hacia nosotros


mientras cruzamos el lobby del hotel—, ayer no te vi en todo el día.

—Verónica —responde mi jefe, cordial, pero sin mostrar mayor


emoción por la rubia que se le cuelga del cuello para besuquearlo—.
Tuve algunos asuntos que tratar de mi empresa que me tomaron
toda la tarde.

Sonrío.

Yo sé que asuntos le tomaron toda la tarde, parte de la noche, la


madrugada y todavía al amanecer.

—Lo espero en el auto, señor —digo en voz baja, dentro de mi


papel de asistente profesional, sin dejar ver lo que me caga la
existencia que esa mujer esté de encimosa.

El jefe asiente y ella me da una mirada rápida y airosa. Salgo del


hotel y abordo el vehículo que tiene rentado el Sr. Black, aprovecho
el tiempo para revisar mi móvil, hace rato noté que tenía llamadas
perdidas de nuevo. Inicio con Chema, que es quien me ha llamado
más que los demás.

—¡Apareció la señorita! —exclama en voz alta y dramática—, estuve


a punto de ir a la policía y decir que tu jefe te tenía secuestrada.

El realidad sí, me secuestró un día en la habitación.


—Eres un exagerado, Chema. —Me río—. He tenido mucho trabajo,
el congreso es muy… absorbente de tiempo.

El congreso y el organizador.

—Hoy termina ¿Cierto? Entonces mañana regresas.

—Sí, esta noche es la clausura, mañana viajamos a Nueva York por


la mañana.

—¿Quieres que vaya a buscarte al aeropuerto? Puedo hacer un


esfuerzo y levantarme temprano.

Ir a buscarme.

No creo que sea una buena idea con el Sr. Posesivo. Tengo que
agregar una P más a su apodo.

—No te preocupes por eso, aún no sé cuál será la orden de mi jefe y


si me dará el día libre.

—Pero, se supone que termina tu contrato después del congreso.

—Sí, en teoría. Pero el sábado también debo trabajar, a menos que


mi jefe se compadezca de mí y me lo de libre.

—Ese tipo es un tirano.

Me río tapando mi boca. Lo cierto es que sí es medio tirano, pero


también es cierto que no quiero que me de el día libre, quiero que
me haga trabajar, en su cama.

—Lo bueno es que ya el lunes te presentas en SGP.

Carraspeo. Aún no he decidido si me voy con Jayden o me quedo


con mi jefecito precioso. En verdad no tengo nada que pensar, yo
quiero estar con él, pero no sé que hacer con el tema de Jay y
tampoco he pensado si voy a tolerar que él tenga que grabar.
Él no quiere que me vaya, me lo ha dicho muchas veces y con su
declaración de la mañana, de querer follarme todos los días de su
vida, hizo que mi corazón colapsara una vez más. Pero no quiero
emocionarme demasiado con eso, pudo haber sido algo dicho por la
descarga de hormonas sexosas después de un orgasmo.

Cuando me pida que no me vaya sin que estemos desnudos,


follando o en una dicha post coital, tomaré sus palabras como
reales, mientras no.

—Hablamos cuando llegue al departamento, ahora debo trabajar —


invento para terminar la llamada, no quiero hablar de esto por ahora.

—Te he extrañado, Candy, la despensa también, se siente llena


pero a la vez solitaria —se burla.

Si supiera que en estos días, en lo que menos he pensado es en la


comida.

—Bobo. Nos vemos después.

Una vez que termino la llamada con Chema me paso con mamá, ya
me imagino que debe estar histérica porque no le he contestado.

—¡Pinche chamaca hija de tu chingada madre! ¿Qué te crees para


no tomarme las llamadas?

Ruedo los ojos. Extrañaba los saludos de mi mamá.

—Estaba trabajando ma’ —me excuso—. Estoy en Los Ángeles, en


un congreso.

—¿Con tu jefe? ¿Te fuiste con tu jefe, Candy Guadalupe?

—Pues sí, mamá ¿con quién más?

—¡Mucho cuidadito Candy! ¡Mucho cuidadito que ese tipo


seguramente lo que quiere es aprovecharse de ti!
De hecho, ya lo hizo.

—¿Cómo crees mamá? Mi jefe apuradamente me habla para exigir


su café y ordenar su agenda —miento, hasta mi jefe se ha olvidado
de sus veinte tazas de café diarias y solo lo toma en el desayuno y
después del almuerzo.

—Eso es lo que te quiere hacer creer, tú eres muy inocente y no


conoces a los hombres como yo los conozco, ese sujeto te quiere
meter a su cama.

Resoplo.

—Te prometo que no me meteré a la cama de mi jefe y si se me


insinúa, renunciaré —miento de nuevo, soy una hija de la chingada,
como dice mi madre, pero no puedo confesarle lo que pasa con mi
jefe, mamá pondría el grito en el cielo y es capaz de venir por mí y
llevarme de vuelta a México.

Lejos de mi precioso jefe.

Solo de pensarlo me angustio y decido cambiar de tema.

—El lunes me dan mi primer sueldo, te haré un giro, en cuanto


tenga los datos, te los doy para que vayas a cobrarlo.

—Que bueno, mija, nos está haciendo mucha falta el dinerito, tú


papá necesita unas benditas inyecciones para ayudarlo con lo de la
lumbalgia, cada una cuesta como ochocientos pesos y hay que
ponerle una semanal.

Diablos.

Eso es una cuarta parte de lo que gana mamá en una quincena, y


por dos, se le va ir la mitad del sueldo.

—No te preocupes mamá, en cuanto me paguen pediré permiso


para ir a hacerte el envío. Ahora debo ir a trabajar, dele un beso a mi
papá de mi parte.
—Ándale pues, y cuidadito chamaquita, cuidadito.

—Bye, ma’.

Suspiro.

Necesito que el lunes llegue rápido.

A Vlady, Emet y Jayden les mando mensajes, el Sr. Black no debe


tardar en salir.

«Ayer no te encontré en ninguna de las actividades ¿Dónde estás?»


responde Jayden.

«Dime que tu jefe no te despidió, se veía muy molesto cuando te


dejé en la habitación y ayer no te vi, ¿sigues en el hotel? envía
Emet.

«Me siento como en ¿Qué pasó ayer? No recuerdo mucho después


de los shots de tequila, amanecí en mi habitación con Lana a mi
lado y no tengo una jodida idea de lo que pasó» contesta Vlady.

Me río con el último.

¿Será que Lana se aprovechó de él?

No lo creo, se veía muy tímida y tranquila.

«En el almuerzo de ayer nos acompañó Irina, el perdido fuiste tú. Te


veo en la cena» respondo a Jayden, trato de sonar cordial, pero sin
dar demasiadas explicaciones.

«Ya sabes cómo es el Sr. Black, pero no pasa nada, te veo en la


clausura» envío a Emet.

Con Vlady sí me extiendo.

«Pues te pusiste una borrachera memorable por querer ganarme


con los caballitos de tequila. Lo que pasó con Lana no te lo puedo
decir porque ella se encargó de llevarte a tu habitación. ¿Te sentiste
que se aprovechó de ti? Ella me pareció muy tímida, pero tampoco
la conozco más que de una noche como para decir que no te hizo
algo de lo que no te enteraste. ¿Se lo preguntaste directamente? Si
no fue así, hazlo y sales de la duda. Cualquier cosa me dices. Te
veo en la cena.

Cuando levanto la mirada de la pantalla, veo a mi jefe


observándome.

—Eso parece una carta —murmura antes de ingresar en el auto—.


¿Hay algún problema?

—No, Vlady que no recuerda lo que pasó el día de la disco por tanto
tequila.

El Sr. Black enarca una ceja.

—¿Pasó algo?

Celoso.

—Nada por lo que deba ponerse celoso. A menos que le den celos
de una chica.

—¿Una chica?

—Sí, bailé con Burbuja la mayor parte del tiempo y fue algo muy
erótico.

—Erótico —susurra—, sé cómo baila usted, Candy, debió ser un


espectáculo verla con una chica.

Le guiño un ojo.

Emprendemos el camino a la boutique en la que adquirimos el


vestido para la inauguración. De nuevo el Sr. Black me da su opinión
sobre el vestido que más le gusta, elige uno negro cubierto en su
totalidad de lentejuelas, se parece al anterior, con la espalda
desnuda, pero este tiene un escote recto que cubre todo mi pecho
hasta mis clavículas. Se ajusta a la perfección a mi cadera y posee
una abertura bastante atrevida mostrando casi toda mi pierna.

Me encanta.

Seguro Herbert Black tendrá mucho para hablar, pero no voy a


limitarme a usar algo que a mi jefe y a mí nos gusta, por lo que
pueda decir ese viejo patán.

—¿Le gusta, señor? —Doy una vuelta lenta, balanceando la cadera


y recojo mi cabello para lucir mi espalda.

El Sr. Black parpadea tres veces, después carraspea.

—Se le ve muy bien, Candy —dice solemne, la dependienta nos


observa a ambos, es la misma que creía que éramos esposos.

—Hay que ajustar el largo, si me dan veinte minutos, lo tendré listo


—opina la mujer.

Accedemos a esperar, sí necesita que le quiten algunos centímetros


de largo para que no me arrastre aún con los tacones. La mujer me
ayuda a quitarme el vestido y sale del cambiador para ir a ajustarlo,
yo me quedo dentro vistiéndome de nuevo. Doy un respingo al ver
entrar al Sr. Black en el cambiador y arrinconarme contra el espejo,
sus manos no pierden el tiempo en posarse en mi cadera y pegarme
a su pelvis.

—Voy a tener una erección toda la noche y querré follarla cada


maldito minuto.

Jadeo. Doy la vuelta para restregar mi trasero sobre el bulto duro de


sus pantalones. Mis senos se aprietan contra el espejo y las manos
de mi jefe estrujan mis glúteos.

—Señor, no podemos follar aquí —declaro, pero mi trasero se


restriega con más fuerza contra su erección, provocándolo—. Nos
van a echar por actos inmorales.

—No voy a follarla, Candy, solo quiero ponerla igual de ansiosa que
yo —confiesa, su mano se escabulle entre mis piernas, para
tocarme—. Si yo tendré una erección toda la noche, usted andará
húmeda y excitada.

—Es un sucio tramposo —gruño, su dedo entra en mi vagina,


robándome otro gruñido.

—Ya está mojada —susurra en mi oído, sujeta mi cuello para


despegarme del espejo y después baja la mano a mis senos para
pellizcar mis pezones—. Candy, Candy, es usted insaciable, cada
vez que meto mi mano aquí, me la empapa.

Gimo.

—Pues no la meta —refuto.

—Disfruto mucho metiendo mis dedos, mi polla o mi lengua entre


sus piernas.

Joder.

Maldito hombre que dice esas cosas deliciosas solo para


calentarme.

—Señor —sollozo, sus dedos se mueven sobre mi clítoris poniendo


mis piernas temblorosas por el orgasmo que evoluciona rápido en
mi vientre.

—¿Va a correrse?

Asiento jadeando.

Entonces se detiene.

—Vístase, Candy.
El muy cabrón sale del cambiador dejándome al borde, con las
putas piernas temblorosas, la respiración agitada y la vagina
empapada.

Lo odio.

Mentira, lo amo demasiado, pero es un hijo de puta.

Cuando me siento lista para verlo a la cara y no mandarlo a la


chingada, salgo del cambiador. Él sonríe cínico, mientras se pasea
entre los exhibidores viendo lencería.

—Me encantaría que no llevara ropa interior, pero no quiero perder


la oportunidad de arrancarle estas bragas con los dientes.

Mi vientre se contrae. Yo también quiero que me arranque las


bragas con los dientes. Miro la delicada prenda, es una tanga de
hilo, con un pequeño triángulo de encaje negro. Eso ni siquiera
alcanza a cubrirme por completo de seguro.

—Pero debe quitármelas solo con los dientes, le amarraré las


manos para que no las use.

—Acepto el reto.

La mujer regresa con el vestido dentro de un guardapolvo, el Sr.


Black pide la tanga también y después paga por sus elecciones.
Regresamos al hotel con tiempo suficiente para tomar un café y
comer un postre en el restaurante antes de tener que ir a
arreglarnos. Me sorprendo al recibir en la habitación a una estilista
que mi jefe solicitó en la recepción sin que me diera cuenta. Nos
deja la habitación principal para que me arregle, lo cuál me parece
un detalle lindo.

Me hacen un maquillaje espectacular, enmarcando mis ojos y


haciéndolos lucir más grandes de lo que son. El cabello lo llevo
recogido para lucir el escote de la espalda, algunos mechones
delgados cuelgan a los costados de mi rostro. No tengo joyas más
que los aretes que siempre llevo, pero creo que no me hacen falta,
el vestido ya es bastante brilloso y llamativo. Le doy las gracias a la
estilista por su gran trabajo y me tomo un minuto para ver al espejo.

No parezco yo.

Bueno sí, pero una versión súper refinada de la chica de pueblo y


eso me hace sentirme nerviosa, porque no sé si sabré ser como
este vestido, maquillaje y peinado lo requieren. Cómo mi jefe lo
requiere de su acompañante. Respiro profundo y salgo de la
habitación para reunirme con el hombre que me espera en la
estancia. Él luce como siempre, impoluto, sofisticado, radiante y
jodidamente hermoso.

El Sr. Black parpadea varias veces antes de acercarse y tomar mi


cintura para pegarme a su pecho, aspiro fuerte el aroma que
desprende y su aliento fresco y recién cepillado. Él me observa unos
segundos sosteniendo mi mentón en alto y luego acerca sus labios
lentamente, para depositar un beso suave que me corta la
respiración por lo que me hace sentir.

—Se ve hermosa, Candy —dice en voz baja, acariciando mis labios


con los suyos—. Ya quiero follarla.

Suelto una risita.

—Usted luce como el mejor de mis sueños hecho realidad —


susurro, acaricio su rostro con delicadeza, mi corazón latiendo tan
rápido que duele.

Lo beso de nuevo, aferrada a su cuello y el sujetando posesivo mi


cintura, en un abrazo realmente intenso, pero no tanto como el beso
que nos damos.

—Mejor nos vamos o terminaré por regresarla a la habitación y


arrancarle las bragas de una vez.
No llevo bolso, no llevo nada, solo al hombre que me lleva de su
brazo. El salón donde se llevará a cabo la cena ya está casi en su
totalidad cuando entramos, mis piernas tiemblan por las miradas de
las personas, a las cuales no les pasa desapercibido mi agarre del
brazo de mi jefe.

—¡Monty! —saluda Irina, dejando dos besos en sus mejillas,


después me mira a mí—. Te ves preciosa, Candy, ahora sé por qué
Jayden no puede esperar a que te unas a nuestro equipo de trabajo.

Siento el cuerpo de mi jefe tensarse.

Sonrío sin poder decir nada.

—Buenas noches. —Escucho la voz de Herbert y respiro profundo


antes de voltear mi vista hacia él, para descubrir que lleva a una
mujer de su brazo.

Es alta, delgada y muy atractiva. Su cuerpo es envidiable, a pesar


que se nota que debe estar cerca de los cuarenta por sus facciones
adultas. La melena castaña se parece a la mía, el tono de su piel, e
incluso sus ojos son del mismo color que los míos. Mi corazón late
desquiciado cuando mi cerebro comienza a procesar su imagen y
como sujeta el brazo de Herbert.

—¡Monty! —pronuncia con una voz atrevida y demandante, segura


de si misma—. ¡Es un placer verte, querido!

La mano de la mujer va al hombro de mi jefe y lo jala hacia ella para


dejar un beso en su mejilla.

—María —dice mi jefe, serio y tenso.

¿María?

—¿No me presentas a tu acompañante? —Me mira


deliberadamente a mí, escaneando minuciosamente toda mi
persona.
—Ella es la asistente de Monty —interviene Herbert—, mexicana.

La mujer sonríe de una forma que se me antoja burlona.

—Candy Ruiz —me presento extendiendo mi mano, ella me da la


suya llena de anillos.

—María Black —declara fuerte e imponente y aprieta mi mano más


de lo necesario, lastimándome con sus anillos.
48. SHOCK
—María, al fin decidiste dejar de usar tu nombre artístico —comenta
Irina, deja un beso superficial en la mejilla de la mujer que no le
quita los ojos de encima al Sr. Black.

—Esas épocas quedaron atrás —dice con una media sonrisa falsa
—, ahora soy una mujer casada.

Exhibe su mano con llena de anillos, pero do resaltan en su anular,


uno de compromiso y otro de matrimonio. El Sr. Black permanece
tenso y con gesto serio y por alguna razón su actitud me causa que
mi estómago se apriete.

Él está afectado por la presencia de ella.

Aunque nadie ha dicho su nombre artístico estoy segura que se


trata de la tal Maya Green.

—Vamos a sentarnos, no deben tardar en comenzar a servir la cena


—propone Irina, cortando la tensión del ambiente. La mujer esa no
deja de mirar al Sr. Black, Herbert a mí, el jefe a su padre y yo
tratando de no mirar a nadie en especial.

—Necesito ir al baño —susurro, debo poner en orden mis


pensamientos y controlar las ganas que tengo de correr lejos de
aquí.

—La acompaño, Candy —se ofrece el jefe, sin embargo, niego.

—Gracias, señor, pero no es necesario, solo será un minuto.

Me deshago de su brazo y comienzo a caminar hacia el baño,


procurando que no se note mi necesidad de alejarme de todo. Una
vez que estoy dentro corro a meterme a uno de los cubículos y
encerrarme ahí, sosteniendo mi cabeza con ambas manos.
Esa es la tal Maya.

La tipa que estuvo comprometida con mi jefe. Es hermosa a pesar


de ya no ser tan joven, pero lo que más me afecta son las
similitudes entre nosotras. No es que nos parezcamos, nuestras
facciones y complexión son totalmente distintas, pero no puedo
pasar por alto el detalle de nuestro cabello y el color de ojos.

Se llama María, es latina, se nota en su acento.

«Mexicana, interesante».

«¿Eres mexicana?»

«Es un gusto conocer a la asistente mexicana de Monty».

Mexicana, mexicana, mexicana. Todo el mundo hacía referencia a


que era mexicana. Maya es mexicana también, lo sé. Mis manos
tiemblan por todos los pensamientos que se me acumulan en la
cabeza.

No puede ser tan desgraciado de haberse fijado en mí por ese


motivo.

Sollozo.

También niego.

Parpadeo repetidas veces para deshacerme de las lágrimas y no


arruinar mi maquillaje. Respiro profundo una y otra vez, buscando
calma para pensar que hacer, como comportarme frente a estas
personas, pero no puedo dejar de sentir un dolor clavado en mi
corazón.

Él no se fijó en mí por parecerme a ella.

Lo repito como un mantra, necesito creérmelo, porque de otra


forma, no sé cómo voy a regresar al salón y mirarlo a los ojos. No sé
cómo voy a dormir en la misma habitación que él.
Quizá pueda pedirle asilo a Vlady.

O a Emet, o a Jayden.

Seguramente alguno accederá a dejarme dormir en su habitación


para no tener que enfrentar al Sr. Black, porque no voy a poder
mantener la boca cerrada y no quiero que me confirme mis
sospechas, que si le gusto es porque le recuerdo a Maya, porque
eso sería devastador para mí.

Sollozo de nuevo. Tapo mi boca para ahogar el sonido, hay pasos


fuera del cubículo, por lo que debe haber alguien más en el baño.
Siento mis ojos volver a humedecerse y debo parpadear de nuevo
para evitar que las lágrimas salgan.

¡Basta Candy! ¡Contrólate!

Respiro profundo.

Yo puedo. Pude soportar a lado de ese hombre los quince días que
ninguna otra asistente pudo, independiente a haberme metido en la
cama con él, hice mi trabajo y él no me despidió.

Porque le recordaba a Maya.

¡Basta! Eso no es cierto.

—No es cierto —susurro.

Exhalo el aire pesadamente y abro la puerta del cubículo para salir.


Me miró en el espejo para corroborar que estoy presentable. Mis
ojos están ligeramente rojos, pero nada que no pueda deberse al
maquillaje. Respiro varias veces y finalmente salgo.

—Tardó mucho, Candy —murmura el Sr. Black, recargado en la


pared a un lado de la puerta del servicio de mujeres—. ¿Se siente
bien?

Asiento en silencio, no encuentro mi voz para hablar.


—No sabía que ella vendría hoy, mi padre debe ser responsable de
esto.

—¿Es Maya, cierto? —hablo por fin, en un hilo de voz temblorosa.

El jefe afirma.

—Lo mejor será que regrese a la suite, no me siento cómoda con


esta situación.

—Candy, yo la quiero a mi lado. —Se separa de la pared y da el


paso que nos separaba, toma mi cuello con sus dos manos y me
acerca a su rostro. Sus labios acarician los míos y ese dolor
atravesado en mi pecho comienza a difuminarse—. Le dije que
habría habladurías, que no sería fácil, no me diga ahora que no está
dispuesta a enfrentarlo.

—No es por lo que puedan pensar o decir los demás, señor —


susurro, mi voz suena ahogada y titubeante—. Pero no puedo dejar
de notar que hay cierto parecido entre nosotras, el cabello, la piel,
los ojos, ella es mexicana —musito, al final mi voz se quiebra—. No
quiero pensar que es ese el motivo por el cual se fijó en mí.

El Sr. Black suspira y cierra los ojos, lo que provoca que mi corazón
se detenga y comience a agrietarse.

—En un principio, sí —admite, inevitablemente un sollozo escapa de


mi boca—. Pero no lo es ahora, Candy. Ni siquiera me acuerdo de
ella cuando estoy con usted, no me acuerdo de ninguna mujer
mientras usted me mira, mientras me besa o mientras me toca,
porque ninguna lo ha hecho como usted y ninguna me hace reír
como usted, ni suspirar, ni exasperarme, ninguna mujer es como
usted.

Sollozo de nuevo.

Es lindo lo que dice, pero saber que en algún momento me puso


atención por ella, sigue siendo doloroso.
—No piense en eso, por favor. —Da un beso casto a mis labios,
pero no soy capaz de devolvérselo, y no es porque no quiera, pero
aún no termino de asimilar su confesión.

—¿Usted sigue enamorado de ella?

Niega.

—¿Entonces por qué folla con ella?

—Supongo que por mi ego, que ella me buscara, que pidiera verme,
que hiciera lo posible por complacerme, me daba satisfacción y
saber que le estaba pagando con la misma moneda a mi padre,
también. Me hacía sentirme superior a ellos.

Tiene sentido, pero es difícil creer que ya no siento nada por ella. En
todos estos días no lo había pensado, incluso cuando me lo platicó
en el restaurante, le creí, sin embargo, ahora no estoy segura.

—Quite esa cara, Candy, quiero que sea la misma mujer que le
arrojó a la cara una naranjada a mi padre, la que defiende su punto
de vista y no permite que otras personas la hagan sentir inferior.
Párese ahí y enfréntelos como lo hace conmigo todo el tiempo, sea
esa mujer que me saca de quicio con su boca impertinente, pero
que me vuelve loco de las ganas de follarla. Si es necesario, arroje
la boleta de vino entera a mi padre y a Maya.

Suelto una risita.

—Ríase Candy, que sus risitas me hacen sonreír a mí me la ponen


dura.

Sonrío. Coloco mis manos en su cuello y lo atraigo a mí para


besarlo sin importarme quien puede vernos y parece que a él
tampoco le importa porque me devuelve el beso con tanta
intensidad que me quita el aliento.
—Solo cenaremos con ellos en la misma mesa, después nos
perdemos entre los asistentes, no tendrá que soportarlos por mucho
tiempo. ¿De acuerdo? —me mira suplicante.

—Está bien —accedo.

Vuelvo a tomar el brazo de mi jefe como antes de entrar en el salón.


Aunque por dentro soy un manojo de nervios, camino sin
detenerme, el hombre que va a mi lado me da seguridad y me
impide retractarme. Maya nos mira con una ceja muy en alto cuando
llegamos a la mesa, le doy una sonrisa breve y tomo asiento en la
silla que mi jefe abre para mí.

—¡Qué caballeroso, Monty! —dice con sorna—, pero ella te la


debería abrir a ti, ella es la empleada.

El jefe deja salir una sonrisa mezclada con un resoplido.

—Es mi acompañante, no mi empleada.

Mi corazoncito bobo brincotea en mi pecho. El Sr. Black coloca su


mano sobre mi pierna desnuda por la abertura del vestido y acaricia
mi muslo con las yemas de sus dedos, me eriza la piel, pero a la vez
me da tranquilidad saber que está conmigo. Él está aquí conmigo,
no con ella.

—¿Desde cuando sales con tus empleados? Tienes una regla en la


empresa y te la saltas —apunta Herbert.

—Candy ya no va a trabajar para Black Productions —interviene


Irina—, a partir de la próxima semana será la asistente de Jayden.
Así que no hay ningún problema en que salga con Monty.

El Sr. Black presiona mi pierna.

Maya sonríe como una arpía.

—Quizá tu hijo debería tener cuidado, puede ser el próximo.


Cuento hasta tres, después sonrío también.

—Cuidado debería tener Irina si fueras tú la empleada, yo nunca me


he metido con un hombre casado, pero tú…

—¿Cómo te atreves? —gruñe Herbert levantando la voz.

—Tranquilo, mi amor, ¿qué más se puede esperar de alguien que


no tiene nuestra clase?

—Espero nunca tener tu clase —puntualizo. El Sr. Black disimula


una sonrisa llevándose la copa de agua a la boca.

—Buenas noches —saluda Jayden, llegando a poner las cosas más


tensas de lo que ya están, los dedos de mi jefe se mueven por mi
muslo ejerciendo más presión, notoriamente molesto por la
presencia del hijo de Irina—. Esta mesa siempre es la más
entretenida, tendré que juntarme más con los viejos —dice
palmeando el hombro del Sr. Black.

—Tu siempre tan gracioso, Jay —lo reprende Irina.

Jayden se sienta a lado de su madre ya que no hay asiento


disponible a mi lado, lo cuál me da cierta paz, él no perdería el
tiempo en fastidiar a mi jefecito.

—¿Ya te despediste de Candy, Monty? Es su último día contigo, ya


te la dejé por mucho tiempo.

El Sr. Black tuerce el gesto.

—¡Qué mujer tan solicitada! —agrega Maya—. ¿Cuál será el


motivo?

—Es obvio, lindura, es una asistente muy eficiente —responde Jay.

La llegada de los meseros con la cena no permite que siga hablando


la arpía, se limita a hablar en susurros con Herbert y a darle besos
en el cuello, lo que se me hace muy desagradable para una cena
formal. Por su lado Jay hace alguna bromas mientras cenamos,
provocando risas y que el ambiente se aligere un poco. Terminando
la cena un animador sube al escenario y da unas palabras para
cerrar con el congreso.

Seguido de esto, mi jefe se levanta para despedir a los asistentes y


agradecerles el haber participado en las conferencias, talleres y la
expo. La ausencia del Sr. Black en la mesa le da la oportunidad a
Jay para tomar su lugar a mi lado y acercarse a mi oído para
susurrar cosas a las cuales no presto atención por observar a mi
jefe.

—Es tu último día con Monty, por fin dejarás de rendirle cuentas y
podrás bailar conmigo.

Volteo a verlo.

—Mi contrato termina mañana, así que no me hagas las cosas más
complicadas, si quiero que me den la carta de recomendación, debo
terminar con mi trabajo correctamente.

Sigo sin decidir si me voy o me quedo, cada día las cosas se


complican más con todo lo que representa estar con Montgomery
Black.

—Eso significa que tampoco hoy podremos pasar la noche juntos —


bufa—, tienes demasiadas consideraciones con Monty.

—Es mi jefe, Jayden —puntualizo.

—Y ahora lo seré yo.

—Y cuando eso suceda tendré las consideraciones contigo,


mientras tanto, no.

Sé que estoy siendo algo tosca con él, pero me siento presionada
por su insistencia, de la cual tengo parte de culpa. Acepté su empleo
y no le he hablado sobre mis dudas, además nos hemos besado dos
veces.

—¿Estás de mal humor?

—No, pero tú insistencia me abruma, Jay —suavizo mi tono de voz


—, y solo de pensar que será así cuando trabaje contigo, me hace
sentir estresada. No quiero sentirme acosada.

—No te estoy acosando, Candy —dice molesto—, creí que querías


esto como yo, discúlpame si te he hecho sentir incómoda.

No me permite responder, se levanta de la silla y se retira de la


mesa, noto las miradas de Herbert y Maya clavadas en mí, pero no
los miro a ellos. El Sr. Black regresa dos minutos después y se
inclina para hablarme al oído también.

—En un momento regreso, le prometo que intentaré bailar con


usted.

Sonrío por eso. Me gusta que intente bailar conmigo, pero a la vez
no quiero pasar vergüenzas con el tieso de mi jefe.

Tieso.

Con ese tieso sí.

—Necesito ir al tocador —comenta Maya y se levanta también.

Mi instinto me dice que debo tener mala espina de su abrupta salida


del salón, trato de mantenerme sentada en la mesa, escuchando las
palabras de despedida de Damien o respondiendo a los parloteos
de Irina, pero pasados algunos minutos ya no puedo seguir
esperando que el jefe regrese y me levanto también.

Camino hacia los sanitarios, el pasillo que lleva a ellos está desierto
y solo hay un par de personas. Si no conociera perfectamente bien
al hombre contra la pared, me parecería romántica las escena que
observo. Maya sujeta las solapas de su traje y recorre con sus
labios el cuello del Sr. Black. Él permanece inexpresivo, con las
manos dentro de los bolsillos de su pantalón, pero no hace nada por
apartarla y eso me provoca un pinchazo doloroso de decepción.

¿Qué esperaba? ¿Qué jamás permitiera que ninguna mujer se le


acercara?

¡Por Dios!

Es Montgomery Black, el hombre mas promiscuo del jodido mundo.

Una de las manos de ella desciende por su torso hasta llegar a su


bulto y lo presiona. Me doy la vuelta inmediatamente y regreso al
salón, un huracán de emociones, pensamientos y sentimientos se
arremolinan en mi interior. Dolor y decepción por ese estúpido
hombre. Furia conmigo misma, por ser tan estúpida y creer en su
palabrería, es obvio que quería que me quedara para poner celosa a
Maya, no porque me quisiera a su lado.

Todo este tiempo se ha tratado de ella.

Me siento en otra mesa, a lado de Vlady que me mira impresionado


por mi repentina aparición, pero inmediatamente sonríe y deja un
beso en mi mejilla. Trato de sonreír y platicar con él como si nada
sucediera, como si no tuviera ganas de gritar y llorar por el imbécil
hombre del que me enamoré. Me quedo sentada ahí, escuchándolo
explicarme lo de Lana, sin voltear a ver si ellos y regresaron al salón

Si el jefe quiere estar con esa arpía, que lo haga.

Y yo que fui desagradable con Jay por no molestar al Sr. Pendejo.


En cuanto suba a la suite le mandaré un mensaje de disculpa,
definitivamente el será mi nuevo jefe, porque no quiero tener cerca a
Montgomery Black ni un minuto más.

—Candy —murmura a mi espalda, cierro los ojos porque sé que es


él, su voz es inconfundible.
—Monty, buenas noches —saluda Vlady, el Sr. Promiscuo y pendejo
le devuelve el saludo escueto.

—Necesito que me acompañe, Candy.

Le doy una sonrisa a Vlady y me pongo de pie.

—Ya regreso, voy a ver qué quiere el Sr. Black —digo en voz lo
suficientemente alta para que me escuche.

—¿Se puede saber que fue eso? —pregunta tomando mi brazo


mientras caminamos.

—¿Qué es lo que necesita, señor? ¿Qué anote a Maya en su


agenda? No sé preocupe, ya está reprogramada para dentro de dos
semanas, yo misma lo hice.

—¿Qué está diciendo? —Su ceño se frunce profundamente.

—¿Qué es lo que necesita? —repito apretando los dientes.

—No sé que es lo que la tiene tan molesta y siendo desagradable,


dígame para que pueda entender que es lo que le pasa.

—¿Qué me pasa? —Me río—. Solo me di cuenta que usted es un


idiota que le gusta regodearse en su idiotez, como dicen en mi
pueblo, perro que come mierda, ni aunque le quemen el hocico lo
deja —suelto en español.

Me deshago de su agarre y regreso con Vlady, tiro de la mano de mi


amigo y lo arrastro a la pista de baile ante el rostro estupefacto del
Sr. Black. Bailo con Vlady varias canciones, aunque estoy aquí con
él, mi corazón y mi mente andan por otro lado, lloriqueando en un
rincón por el idiota pito social, pero ni de chiste le dejaré verme
afectada, ni siquiera voy a tomarme un tequila, ya hice una vez la
estupidez de emborracharme por él, no más.

—Voy al baño y regreso —grito cerca de su oído para hacerme


escuchar por sobre la música.
Me voy rápido al baño sin mirar hacia la mesa del jefe, a partir de
mañana ya no lo será más, el congreso ya terminó y ese fue el
acuerdo al que llegamos, así que ya puedo declararme libre de él.
Entro en el servicio, batallando con mi vestido para poder usar el
retrete, pero finalmente lo consigo. Cuando salgo me quedo
petrificada un segundo al ver a la arpía de maya retocando su labial
frente a los lavamanos, pero inmediatamente me compongo y me
paro junto a ella para lavarme las manos.

—Esta vez Monty sí que me hizo reír con su elección. —La ignoro,
no levanto la vista, pero la estúpida sigue hablando—: mira que
buscarse una monita que se parece a mí para darme celos.

Levanto la cara y miro mi reflejo.

—No te sientes especial, querida, este es un juego que nos tenemos


desde hace mucho tiempo, desde que me casé con su padre. Él
hace todo lo posible por ponerme celosa para hacer que deje a
Herbert, pero no lo consigue.

Se acerca a mí cuando nota que no le pongo atención.

—Me folló en el baño. —Mi corazón da un vuelco—. Desesperado


porque hacía días que no me veía y no hay nadie que pueda hacerlo
sentir como yo.

—Lo sé, yo misma cancelé la cita y no se veía desesperado por


verla —respondo por fin.

Ella sonríe.

—Déjame adivinar, ya te enamoraste de él. —Suelta una carcajada


—. Te llevó de compras, este vestido no te lo puedes pagar tú
misma, te folló durante toda la noche, te mostró su maestría en el
sexo y tú caíste —se burla—. Es su modo de operar con sus
amantes, las que usa para ponerme celosa, pero esta vez le falló,
cayó muy bajo contigo.
Aprieto los puños enterrando mis uñas en mi palma, mi corazón
golpetea agresivo en mi pecho y mis ojos arden, pero no voy a llorar
frente a esa.

—Es más, hasta te puedo decir lo que le dice a todas, algo como…
—carraspea—: quiero follarte hoy, mañana, y el día siguiente y
todos los días de mi vida.

Me quedo en shock, sin poder creer lo que acaba de salir por su


boca viperina, mi corazón resquebrajándose a toda velocidad.

—Ya te lo dijo ¿verdad? Ese Monty no cambia —dice riendo—. Pero


no te sientas mal, todas caen, no es tu culpa, es que él tiene
demasiada experiencia, te voy a dar un consejo, porque aunque no
lo creas, me agradaste. Aléjate de él, no dejes que te use de esta
manera, ve con Jayden, es igual de promiscuo, pero al menos no
está enamorado de la esposa de su padre.

Dicho esto se da la vuelta, toma su cartera y sale del baño. Yo me


quedo ahí, parada, con las lágrimas a punto de salir de mis ojos y
mis manos doliendo por mis uñas clavadas. Me limpio las mejillas
con furia y salgo también, dirigiéndome a la suite en busca de mi
maleta.

A la mierda Montgomery Black.


49. CORAZÓN ROTO
No voy a llorar.

No voy a llorar.

No voy a llorar.

Lo repito insistentemente en mi cabeza. Él no se lo merece. Es la


primera persona que me ha hecho llorar en tan pocos días, pero yo
tengo la culpa por darle ese poder de hacerme daño, si tan solo
hubiese mantenido la cabeza fría y realizado mi trabajo sin hacerme
mil fantasías en la cabeza.

Vlady me lo dijo.

Mamá me lo dijo.

Incluso la odiosa de Kennedy me lo dijo.

«El Sr. Black tiene clase»

Sí, tiene la misma clases que la arpía de Maya y por eso son el uno
para el otro. Al llegar a la habitación me doy cuenta que no tengo mi
tarjeta para entrar porque no llevé nada conmigo. Recargo la frente
en la puerta, frustrada de ni siquiera poder sacar mis cosas sin tener
que verle la maldita cara a Montgomery Black.

Mierda.

Sollozo, soy un maldito caos de nervios temblorosos que no dejan


que mis manos se estén quietas. Dos lágrimas rebeldes y traidoras
se escapan de mis ojos, pero las limpio inmediatamente.

No voy a llorar.
Nunca le he llorado a un hombre en mi vida, nunca le había dado el
poder a ninguno para afectarme de esa manera. Ni siquiera lloré
cuando me enteré de la infidelidad de mi ex, me dolió en el orgullo,
pero no en el corazón. No como ahora que siento como si se clavara
ese pinchazo una y otra vez.

—¿Va a decirme que le pasa o seguirá con su arranque?

Me tenso al escuchar su voz, separó la frente de la madera y lo


miro.

—Abra la puerta —exijo, mis latidos son violentos al verlo, tan


tranquilo, sin importarle toda la mierda que ha provocado.

—Deje de comportarse como una niña y hablé conmigo, Candy.


¿Qué pasa? —Se nota la molestia en su tono de voz, sin embargo
lo mantiene bajo, con su habitual forma de hablar.

—¡Abra la maldita puerta ahora! —grito, lo que lo hace endurecer el


gesto.

Saca la tarjeta en un movimiento rígido y la desliza por el dispositivo


que la abre. Entro rápidamente empujando la puerta y me dirijo a mi
habitación sin mirarlo, no quiero verle la cara ni un segundo más.

—¡Dígame que tiene, carajo! —gruñe. Toma mi brazo y tira de él


obligándome a regresar a su lado y mi cara se estrella con su
pecho.

Lo empujo.

Y lo abofeteo.

Él me mira tan impresionado como lo estoy yo por haberlo golpeado,


mi mano rápidamente se tiñe de un rojo intenso en su mejilla pálida,
haciendo que un pinchazo de remordimiento me atraviese el
estómago. Lo desecho de inmediato, él se lo merece, debería darle
otra.
—No vuelva a tocarme —siseo.

Me doy la vuelta para irme a la habitación y sacar mis cosas de una


maldita vez, pero de nuevo soy tomada de un brazo y llevada contra
la pared.

—Me va a decir en este instante qué mierda le pasa y por qué me


golpeó. Le he dicho muchas veces que no tolero la agresión física y
le exijo una explicación —bufa, su respiración es tan furiosa como la
mía, pero aquí la ofendida soy yo, no él.

—¿Necesita qué se lo diga de nuevo? —Lo empujo, no obstante, no


logro moverlo, sigue acorralándome contra la pared—. ¡Es un
imbécil, patán, promiscuo, culero!... —Golpeo su pecho con cada
palabra que digo, me vale madres si no tolera la agresión física, yo
no tolero a las personas como él, que usan a las personas sin
importarles lastimarlas—. ¡Es una basura, Montgomery Black,
suélteme y déjeme en paz de una maldita vez, no voy a seguir más
en su juego de poner celosa a la arpía esa!

—¿Pero de qué está hablando? —sisea y sujeta mis manos para


impedir que siga golpeándolo.

—¡Deje de hacerse pendejo! —grito—. ¡Todo este tiempo se trató de


la golfa esa que lo dejó y se casó con su padre, me utilizó para darle
celos, es más idiota de lo que creí, cretino, asqueroso y embustero!

Parpadea. Después bufa.

—Ahora dígalo en inglés o hable más despacio.

Me río.

—Me importa un carajo si entendió o no, ¡váyase a la mierda!

Levanto una rodilla y golpeo su entrepierna. Eso lo hace soltarme


inmediatamente para llevar sus manos hacia su bulto, mientras
gruñe y dice mil maldiciones. De nuevo siento el remordimiento de
haberlo golpeado y peor aún, en un lugar tan sensible que debe
estar doliéndole hasta el alma, pero sigo pensando que se lo
merece.

Aprovecho estar libre para entrar en la habitación, saco mi maleta


del armario y comienzo a arrancar toda mi ropa de los gancho que
cuelgan dentro para arrojarla sin detenerme a acomodarla
debidamente. Tomo también todo lo que hay sobre el tocador.
Reviso los cajones a fin de asegurarme que no dejo nada y después
salgo hacia el dormitorio del ser inmundo que es mi jefe.

Ex jefe. No quiero tener nada que ver con él.

Está sentado en el sofá de la estancia tallándose las bolas cuando


atravieso, no me detengo ni siquiera por sentir ese remordimiento al
ver su rostro rojo y contraído, y su frente con diminutas perlas de
sudor. Busco mi ropa interior y todo lo que dejé aquí y regreso
rápido para terminar de cerrar la maleta como puedo.

—Si sale por esa puerta sin darme una explicación no espere que la
escuché después, cuando quiera darme la —pronuncia con voz fría
y baja.

Resoplo.

—¿Yo tengo que darle una explicación a usted? ¡Deje de ser tan
cínico, cabrón!

—Si va a insultarme al menos hágalo en inglés, tenga el valor de


decirme las cosas de frente y que yo pueda entenderlas. Pero no,
no tiene que explicarme nada, porque ya no me importa.

Se pone de pie, sus manos deshacen el nudo de la corbata mientras


camina hacia su dormitorio.

¿Qué tenga el valor?

Idiota.
—¡Usted es quien no tuvo los huevos para decirme desde el inicio
como eran las cosas! —exploto—. ¡Es un maldito mentiroso! ¡Jamás
había conocido a un hombre tan miserable como usted, Sr. Black!

Me ignora, sigue caminando hacia el baño donde comienza a


quitarse la ropa con furia.

—Es un ser despreciable —continúo, conteniendo mi voz


temblorosa y las ganas que tengo de llorar otra vez—, ahora
entiendo el porqué de si renuencia a ponerle un nombre a lo que
teníamos. ¡Es que no teníamos nada! ¡Yo era un jodido juego para
usted! ¡Estúpido!

—¿Ya terminó? ¿O seguirá insultándome sin decirme el motivo?

—¿El motivo? ¿De verdad es tan cínico? ¿Quiere que le diga que lo
vi besuqueándose con Maya en el corredor de los servicios? ¿Qué
la folló en el baño mientras yo lo esperaba en la mesa? ¿Qué toda
su maldita palabrería de enfrentarlos era solo para poner celosa a la
mujer que ama? ¿Qué se metió conmigo solo porque le recuerdo a
esa arpía? ¿Es tan imbécil que necesita que le diga eso? ¡Pues ya
lo dije!

Me mira, su respiración irregular y profunda eleva su pecho de una


forma dramática.

—¿Me vio besando a Maya?

Asiento.

—¿Está segura que yo la estaba besando?

Asiento, no muy convencida, ella besaba su cuello, pero no dudo


que se hayan besuqueado si permitió que lo tocara.

—Estaban juntos en el pasillo, como dos enamorados


manoseándose en un rincón.
—Tal vez necesita gafas, porque en ningún momento la besé, ella
me besó a mí y ni siquiera permití que lo hiciera en la boca.

Suelto una carcajada.

—¡No permitió que lo besara en la boca! ¡Pero sí que lo tocara!


¿Cuál es la diferencia?

—Mucha. —Sale del baño y debo hacerme a un lado para dejarlo


pasar, vistiendo el pantalón, sin camisa y puedo ver cómo los golpes
que le di están coloreados en su cuerpo—. No la besé porque no lo
deseaba, y si me besó el cuello es porque ella aseguraba que solo
estaba fingiendo para ponerla celosa.

» Si, permití que me tocará para que se convenciera que no tenga


ya ningún deseo por ella, que por más que lo intentó no consiguió
hacerme tener una erección —declara.

Parpadeo procesando sus palabras.

—¿Y era necesario que lo tocara? ¿No podía simplemente decirle


que ya no quiere nada con ella?

—¿Cree que no lo hice? ¡Claro que se lo dije, Candy! Cuando entró


al servicio de caballeros porque quería que la follara, y no, no la
follé, como tampoco dije toda mi maldita palabrería de
enfrentarlospara poner celosa a Maya, como tampoco me metí con
usted porque me recordara a ella.

—¡Usted mismo admitió que se interesó en mí por nuestra


similitudes!

—¡Si, lo admití! ¡Pero también le dije que ya no era así y no le


mentí, jamás le je mentido, Candy! He sido sincero con usted, así la
verdad sea algo que no le guste, pero nunca le he hablado con
mentiras —sentencia.

Sus ojos me miran con fiereza, haciendo que retroceda un paso.


No, no voy a retroceder, él es un jodido mentiroso.

—¿Le ha comprado vestidos a sus otras amantes?

—¿Qué?

—¿Lo ha hecho? —insisto.

—No.

Mierda.

Puede estar mintiendo.

Pero aún queda lo peor, algo que Maya no podría saber si no fuera
cierto.

—¿A cuántas les ha dicho que quiere follarlas hoy, mañana y el día
siguiente y todos los malditos días de su vida? —interrogo
cruzándome de brazos, esto no puede negarlo.

—A ninguna.

Me río.

—Mentiroso —siseo—. ¿Cómo sabría eso Maya si no se lo dijo


también a ella por lo menos?

Bufa.

—Por que yo se lo dije, pero no se lo dije a ella, le dije que eso


quería con usted.

Dejo de respirar un segundo. El Sr. Black se da la vuelta y sale de la


habitación soltando el cinturón.

Puede estar mintiendo.

Es obvio que está mintiendo ahora que se vio descubierto.


—No le creo —repongo, firme.

Él me mira mientras se sirve whisky en un vaso.

—Bien, está en su derecho de no hacerlo.

¿Bien?

¿Eso es todo?

—Si se quiere ir, hágalo, Candy, no voy a volver a pedirle que se


quede conmigo porque yo he sido claro y sincero con usted.

Claro que no lo hará, porque no le importa.

—Y aunque me lo pidiera no me quedaría, porque no voy a estar


junto a un hombre en el que no puedo confiar, que siempre temeré
que si me doy la vuelta ya estará follando con otra. Que no conoce
el compromiso y el respeto a su pareja, yo no tengo la culpa de lo
que le pasó con Maya para tener que aceptar que no le ponga un
nombre a la supuesta relación que teníamos. Que no es capaz de
decirme de frente si me quiere o no, pero que hace el ridículo
queriendo prohibirme salir o hablar con otro hombre.

Da un trago y asiente.

—Perfecto. Yo tampoco puedo estar con un mujer inmadura que me


insulta y golpea sin siquiera explicarme el motivo y dejarme hablar
primero. Que no cree en mi palabra, pero sí en la de una
desconocida que solo vino a fastidiarme y lo logró. Que no entiende
que si no le pongo una etiqueta a nuestra supuesta relación es
porque no quiero apresurar las cosas, porque quiero que salgan
bien. Que no se ha dado cuenta que lo único que trato de hacer es
protegerla de nuestro medio, solo se necesitó la sospecha que entre
usted y yo hay algo, para que mi padre trajera a Maya y joderme la
vida.
» Y definitivamente no puedo estar con un mujer que un día dice
amarme y al otro tiene una maleta en la mano. No tengo veinte
años, Candy, no necesito una relación inestable, en la que no sé
que esperar de la persona que está conmigo porque es tan voluble e
impulsiva, que decide irse de un segundo a otro. El problema aquí
no es Maya o mi pasado, es usted y su inseguridad, me acaba de
demostrar que no está preparada para enfrentar lo que representa
ser mi pareja, las habladurías, el acoso, porque lamentablemente
viene todo el paquete conmigo y por esa sencilla razón no tengo
novia.

Lo miro, mi corazón latiendo cada vez más lento, ahora resulta que
soy yo la que no está a su altura.

—Es un idiota —susurro.

—Nunca he dicho que no lo soy. Deje la tarjeta sobre la mesita y


cierre la puerta, por favor.

Dicho esto entra en su dormitorio y cierra la puerta, dejándome


parada en la estancia con mi maleta en la mano y el corazón roto.
50. LO TOMAS O LO DEJAS
Por un instante contemplo la posibilidad de quedarme y seguir
discutiendo con él, pero lo que acaba de decir fue devastador y no
encuentro argumentos en mi interior que me motiven a intentar
arreglar esto. No tiene arreglo, ni yo confío en él, ni el confía en mí
para decirme las cosas como son.

Me dijo inmadura.

Puso en entredicho mis sentimientos hacia él.

Dijo que no estoy preparada para ser su pareja.

Quizás soy inmadura, pero tengo malditos veintiún años, él tiene


treinta y nueve y se comporta como un niño de cinco a veces. No
tiene la autoridad moral para llamarme inmadura. Sujeto mi maleta
con fuerza y avanzo hacia la puerta. Mi corazón late desbocado
mientras atravieso la puerta, pero no me detengo.

Me dirijo al piso donde se hospeda Vlady, de mis tres amigos, a él


es a quien le tengo mayor confianza. Toco la puerta de su habitación
y espero a que abra, se escuchan ruidos dentro y tarda poco más de
un minuto en abrir.

—¿Candy? —Su expresión de sorpresa me divierte y no me pasa


desapercibido que tiene la ropa mal puesta—. ¿Sucede algo? —
pregunta viendo la maleta que llevo en la mano.

—¿Puedo quedarme esta noche contigo?

Da un vistazo hacia dentro de su dormitorio y luego asiente.

—Por supuesto, pasa. —Se hace a un lado dándome espacio para


entrar, en cuando pongo un pie en el interior, veo a Lana sentada en
el sofá de la estancia, llevando una camisa enorme, que seguro es
de Vlady.
—¡Oh! —murmuro—. No quise interrumpir, mejor me voy. —Doy un
paso atrás, pero su mano en mi brazo me detiene.

—Nada de eso, no interrumpes.

—Hola, Candy —saluda la chica rubia con timidez, hoy, sin el disfraz
y sin el maquillaje se ve aún más blanca y me doy cuenta que es
albina.

—Hola Lana. —Me acerco a ella y doy dos besos a sus mejillas, lo
cuál la hace sonrojar, sin embargo, sonríe.

—Siéntate. —Vlady señala el lugar junto a Lana y él se sienta detrás


de ella, sobre el brazo del sofá, acomodándola entre sus piernas.

Me incomodo al sentirme una intrusa entre ellos dos, es obvio que


estaban teniendo una despedida y yo vine a interrumpir.

—Dime que pasó, Candy.

Sin poder evitarlo, sollozo.

—Es Monty, ¿cierto?

Asiento.

—¿Te despidió? ¿Qué pasó? Hace media hora estabas en la cena


de clausura y estabas bien.

—No estaba bien —confieso—, fingía estar bien.

Vlady suspira.

—Dime que no es lo que estoy pensando.

—Seguramente sí —sollozo de nuevo.

—¿Te metiste a la cama con él, Candy?


Afirmo, cubro mi rostro con las dos manos para que no me vean
sollozar una tercera vez. Siento una mano presionar mi pierna
desnuda y después la frota con delicadeza, debe ser la de lana
porque es pequeña y suave.

—¿Qué fue lo que te dije? Abre las piernas y cierra el corazón,


Monty no es un hombre de comprometerse.

—Lo sé. Sé que me lo advertiste, pero soy estúpida, ¿ok? —


Destapo mi cara, las lágrimas fluyen ya sin remedio. Lana se
arrodilla a mi lado y me envuelve en un abrazo, pegando mi rostro a
su pecho, no puedo evitar notar que no trae nada debajo, porque
siento la suavidad de sus senos contra mi mejilla.

—Cuéntame que fue lo que pasó, mientras voy a pedir café y té al


servicio a la habitación.

Le platico a Vlady todo, absolutamente todo. No me quedo con


nada. Desde el Sr. Black con todas las responsabilidades que me
puso encima, su recordatorio de las reglas, las veces que interrumpí
sus citas, cuando me esposó a la cama para impedirme llegar a la
cita que tenía con él, los accidentes, que dormimos en la misma
cama en el hotel spa y la pelea cuando le dije que era un pervertido
por espiarme, la visita a su madre y las veces que me compró ropa.

Le doy mi versión del cocktail de Summers y lo que pasó después


con Jayden, el por qué me quedé una semana más, el viaje, el
masaje, la afeitada, el cambio de actitud del Sr. Black conmigo
después de lo que dije dormida. Le digo también que me vio
besándome con Jayden y la discusión que terminó con nosotros en
la cama. No doy detalles de nuestra intimidad, pero sí le digo
algunas cosas que para mí fueron importantes, que sentí que eran
reales, pero que al final eran una mentira. Su renuencia a ponerle
etiqueta a nuestra relación y que nunca me dijo si me quiere o no.

Por último le cuento todo lo que sucedió hoy, desde el amanecer


platicándonos nuestra infancia y adolescencia, la ida a la boutique,
el detalle de pedir una estilista para mí, lo especial que fue antes de
salir de la habitación y por mi reacción al enterarme que Maya
estaba en la cena, pero que todo era una farsa para poner celosa a
esa mujer, y finalmente la discusión en la habitación y que
prácticamente me echó sin contemplaciones.

Todo el tiempo Lana permanece a mi lado, acariciando mi pierna o


cepillando mi cabello con sus dedos. De vez en cuando limpia
alguna lágrima que se me escapa y vuelve a abrazarme en los
momentos que se me hace difícil hablar, ofreciéndome beber de la
taza de té que Vlady pidió para mí.

—¿Todo eso pasó en dos semanas? Por todo lo que cuentas


pareciera que pasaron meses.

—De hecho, fueron doce días —especifico.

—Yo entiendo por qué te enamoraste —susurra Lana, su voz es


muy bajita, más aún que la del Sr. Black, que apenas logro
escucharla—. Es un hombre muy intenso, en tan poco tiempo te
hizo sentir muchas cosas, has pasado prácticamente los últimos
días viviendo con él, pero en una burbuja de sexo, orgasmos y
confesiones.

» Mientras estuviste en la burbuja todo fue bien, el problema estuvo


al salir al mundo real. Pienso que él tiene parte de razón en lo que te
dijo de no estar preparada para enfrentar ser su pareja, te advirtió
que habría rumores, habladurías, acoso, sabías su historial y en la
primera que tuviste que enfrentar, desconfiaste de él y le creíste a
esa mujer, que tú misma dices, es una arpía.

» Y eso que ni siquiera habían hecho pública su relación, ahora


imagínate el panorama completo, teniendo una relación a los ojos
de todos, lo que hablarían, lo que te molestarían las mujeres que
quieren atraparlo, lo que intentarían hacer para separarlos.
¿Realmente estás preparada? ¿Lo amas de verdad para enfrentar
todo eso? Yo creo que no, Candy, ni estás preparada, ni lo amas
como crees que lo haces.
Parpadeo viendo a Lana, sus palabras me duelen, por viéndolo
como ella lo dice, siento que tiene razón y por ende, el Sr. Black
también. Ella nunca habla y lo hizo ahora para aniquilarme.

—Lo cierto es que sí había rumores acerca de que algo pasaba


entre Monty y tú —comenta Vlady—, sobre todo porque no te había
despedido, lo lógico era suponer que te había follado, lo extraño es
que siguieras en tu puesto.

» Voy a dar mi opinión como alguien que conoce a Monty desde


hace más de ocho años. Desde tu primer día de trabajo supe que
había algo en ti que llamaba su atención, independiente a que
fueras mexicana y las pequeñas similitudes que hay con Maya, lo
noté cuando le pedí prestada su asistente y respondió que yo tenía
la mía.

» Monty nunca ha celado a una mujer. Ni siquiera lo hacía con su


prometida, ambos comprendían el medio en el que estaban y no
tenían problema con ello. Puedo asegurar incluso, que jamás le dijo
a una de sus asistentes lo de la regla de las relaciones entre los
empleados, tú has sido la primera.

Mi barbilla tiembla, Vlady no ayuda a mi corazón torturado con lo


que dice.

—Y también me llama la atención la cantidad de responsabilidades


que puso sobre ti, hasta donde yo sabía, su asistente se encargaba
de llevar la agenda, sobre todo de no permitir que ninguna mujer lo
acosara, de tenerle los preservativos y el café listos y, si acaso, de
conseguirle algo que el no quiera perder el tiempo en adquirir por sí
mismo, como el Tylenol.

» Pero jamás una asistente le preparó la ducha, mucho menos


alguna de sus asistentes iba a su pent-house, ni siquiera yo lo
conozco. Nadie ha dormido con él en muchos años, le ha dejado
claro a todas las mujeres que solo follan y adiós, no hay abrazos ni
arrumacos después del sexo, ni nada de dormir abrazados. Lo sé
por Serena y algunas otras de las actrices que han pasado por su
cama fuera de las grabaciones. Él de verdad no estaba interesado
en una relación.

» Mucho menos había permitido que una mujer lo golpeara, si no


pueden hacerle escenas de celos, menos atreverse a agredirlo, tú
debes saber muy bien lo sensible que es su piel y los cardenales le
quedan por muchos días. Monty no tolera el drama, la histeria, los
celos y las discusiones, mucho menos los golpes y tú no solo tuviste
varios accidentes donde terminaron en el piso, le pegaste
deliberadamente.

—Vlady… —sollozo—, ya no sigas.

Lo que dice me hace sentir aún peor, notando todas las concesiones
que ha tenido el Sr. Black conmigo, pero no puedo dejar de pensar
que es porque le recuerdo a ella, aunque él asegure que no es así.

—Lo siento, Candy, te estoy hablando como el amigo que me


considero que soy para ti. Es cierto que Monty es un idiota, un
patán, un mujeriego, no lo niego, ni él lo hace. Pero al menos es uno
que habla de frente, que no se anda con mentiras y engaños para
conseguir meter a una mujer a su cama, no lo necesita. Y quizás
para ti, que alguien lo toque es inadmisible, pero para nosotros no
es nada del otro mundo.

» Mi consejo como amigo es, aléjate de él. Pienso igual que Lana,
no eres un mujer para estar involucrada en nuestro medio. Hace dos
semanas que lo conoces y ya quieres que cambie su vida por ti, y lo
entiendo, no soportas la idea que tenga que follar con otra mujer en
una grabación, pero así lo conociste y así decidiste meterte con él.

» Yo tampoco tengo un relación, ni Serena, ni muchos de los que


nos dedicamos a esto, porque no es fácil, ni para nosotros, ni para
nuestra pareja, pero hay algo que yo tengo muy claro y estoy seguro
que Monty también, y es que la mujer que quiera estar conmigo,
deberá aceptar que esto es a lo que me dedico, lo que me da
dinero, lo que paga mis cuentas, mi departamento y mi auto.
—Claro, tú piensas lo mismo porque eres hombre —refuto—, qué
fácil es para ustedes decir, tengo que follar con otras porque es mi
trabajo, lo tomas o lo dejas.

—No, no es fácil, porque ha habido mujeres que de verdad me han


gustado mucho y he querido tener algo con ellas y no es posible. No
solo tú tienes que tomar la decisión, también él y por lo que me
dijiste y lo que pude observar por mí mismo, Monty había decidido
intentarlo contigo, después de muchos años de estar solo y tener un
vida cómoda, follando mujeres sin ningún compromiso. Pero eso es
algo que no entiendes o que no quieres hacerlo, porque crees que
tu verdad es la absoluta y no es así linda, la verdad de él también es
válida.

—¿Entonces tú también crees que soy inmadura? ¿Qué no estoy a


la altura de Montgomery Black? —digo con furia, pero era obvio que
él se pondría de lado de su jefe y amigo, no del mío.

—No, Candy, no mal entiendas mis palabras, lo que digo es que no


eres una persona para estar involucrada con alguien de nuestro
medio. Lo que tú quieres choca con lo que Monty es y como no
estás dispuesta a tolerarlo, lo mejor es que te alejes, por tu bien.

Si, claro, por mi bien.

Hombre tenía que ser.

—Candy —interviene Lana—, sé que quieres escuchar que tú tienes


la razón y la tienes en parte, es válido lo que sientes y lo que
quieres, pero en este caso, el Sr. Black no es la mejor opción. Él
también tiene la razón, sabe lo que quiere y demostraste que no
eres tú, no porque no estés a su altura, es porque quieres otra cosa.

¿Es en serio?

¿Hasta Lana está del lado del Sr. Black?

—¡Ustedes no me entienden! —exploto.


—No. Si te entendemos, la que no entiendes eres tú —argumenta
Vlady—. En todo caso, si no confías en él, si no crees en su palabra
y no puedes estar con alguien como él, ¿por qué sigues
discutiendo? Solo suéltalo, déjalo ir.

Solo suéltalo.

—¡Porque yo lo amo! —grito—, ¡y me duele lo que está pasando y


no quiero soltarlo, ni dejarlo ir porque lo quiero!

—Entonces confía en él y en lo que dice. Tienes dos opciones, lo


tomas o lo dejas.

Lo tomas o lo dejas.

—Qué fácil, Vlady ¿no?

Rueda los ojos.

—Veo que no voy hacerte entrar en razón, ni que comprendas mis


palabras, así que mejor vamos a dormir, debemos madrugar para
tomar el vuelo. —Señala la habitación, indicando que vayamos allá.

Dormir, yo no puedo dormir.

—Vayan ustedes, yo me quedo aquí —propongo—, no quiero ser un


mal tercio en su cama.

—No eres un mal tercio —susurra Lana—, vente, te hacemos


sandwich y te damos cariñito.

Arqueo una ceja.

¿Sandwich?

—Gracias, suena muy interesante dormir los tres juntos, pero iré a
caminar un rato por la playa, necesito pensar.

—Bueno, cuando regreses seguiremos esperándote.


Asiento y me levanto. Me quito los tacones y salgo descalza de la
habitación dirigiéndome a la puerta del hotel que da a la playa. Claro
que entiendo lo que Vlady dice, lo que ellos no entienden es que no
es fácil para mí lo que sucedió hoy, enterarme de tantas cosas, y
sobre todo, yo no veo con tanta ligereza que alguien toque mi
cuerpo o el de mi pareja, como ellos que están acostumbrados, no
pueden pretender decirme, lo tomas o lo dejas y yo decidiré de una.

Camino por varios minutos, hasta que una figura a lo lejos me


detiene. Tiene las manos en los bolsillos y mira hacia el mar, desde
donde estoy se ve tan tranquilo y hermoso con la brisa revoloteando
su cabello. Es raro verlo en pantalón deportivo y playera, sin
embargo, sigue viéndose como alguien que no es de este mundo.
Mis latidos se alborotan con su sola imagen, Lana dice que no lo
amo como creo, pero mi corazón me dice que sí, que lo amo tanto
que creo que nunca podré amar a alguien más de esta manera, no
lo creo posible.

¿Lo tomas o lo dejas?

No quiero dejarlo.

Pero tampoco puedo tomarlo así como así. Me doy la vuelta para
irme, no creo que sea prudente hablar con él ahora, es más, me dio
a entender que ya no le importo, así que no tiene caso.

Entonces lo dejas.

No, yo lo quiero.

Me detengo de nuevo y giro en su dirección, él comienza a caminar


en sentido contrario a mí, arrastrando los pies en la arena sin llegar
a tocar el agua. Los míos se mueven sin ordenarles hacerlo,
siguiéndolo en silencio. No soy la única que debe decidir si lo tomo o
lo dejo, él también, soy lo que soy y si yo estoy dispuesta a
aceptarlo tal cual es, él también deberá hacerlo conmigo.

**********
Hola!!!

Tengo una maldición y se llama los viernes.

Me pasa de todo en los viernes.

Pero en fin, aquí estamos.

Próxima semana últimos capítulos de LAP!!!

Así que disfruten, porque se nos acaba esta aventura.

Nos leemos el lunes.

Besitos.

Yoss.
51. SR. CELOSO
El borde inferior de mi vestido arrastra por la arena mientras lo sigo
silenciosamente, él parece ir demasiado sumido en sus
pensamientos porque no nota mi presencia, hasta que estamos a
unos metros de un chiringuito, en el cuál ofrecen bebidas a un grupo
de jóvenes bastante afectados por el alcohol, que bailan con la
música del caribe que pone un ambiente festivo.

Uno de los chicos me nota, sonríe de lado con una mirada velada
por su embriaguez y chifla hacia mi, haciendo un movimiento con la
cabeza para que me acerque, a lo que niego. Sin embargo, él no
desiste, se pone de pie y avanza a trompicones en mi dirección,
chocando con el hombro del Sr. Black que levanta la vista al fin y
mira al chico y por lo consiguiente a mí, al terminar el trayecto de su
mirada.

—Hola, ¿quieres bailar? —dice arrastrando las palabras y se acerca


demasiado, invadiendo mi espacio personal.

—No, gracias. —Retrocedo dos pasos y miro al Sr. Black que


camina a nosotros lentamente.

—¡Vamos! Te invito un trago —insiste, toma mi brazo y tira de él,


intentando llevarme consigo hacia el chiringuito.

—Suéltala —pronuncia en ese tono frío y bajo, sin dejar de ser


educado, mirando fijo al muchacho, su expresión rígida delata que
no está contento de verme.

—Vamos, viejo, solo quiero bailar con ella —replica el chico, sacude
la mano en la cual lleva la bebida, derramando un poco sobre la
playera blanca del Sr. Black.

Resopla y rueda los ojos, aún en la oscuridad de la noche, puedo


notar el cambio de color en su rostro que comienza a tornarse rojo.
—Ella viene conmigo —especifica, el chico se detiene y me mira.

—¿Con quién quieres bailar, lindura? ¿Con el viejo o conmigo?

Tiro de mi brazo liberándome de su mano.

—Gracias por la invitación, pero ya escuchaste que vengo con él —


respondo firme.

El joven bufa como si se sintiera desairado, alza los hombros y


comienza a caminar tambaleante de vuelta a la silla de la cual se
levantó.

Respiro profundo.

—¿Qué hace aquí? —cuestiona el Sr. Black, sacude su playera para


evitar que se pegue a su cuerpo—. Debe regresar al hotel, no puede
caminar por la playa tan tarde y vistiendo así.

Supongo que tiene algo de razón, aunque debería poder vestir como
yo quiera sin temor a ser acosada, entiendo el punto al que se
refiere.

—Tenemos que hablar —musito.

—Creo que ya nos dijimos lo que pensábamos, Candy, no hay nada


más que hablar.

Respiro, imaginé que quizás se negaba, pero no voy a desistir.

—Y yo creo que aún no lo hemos dicho todo.

El Sr. Black enarca una ceja y me mira de reojo.

—¿Le quedó algún insulto guardado? Si es así no quiero saberlo.

—Solo escúchame y deje de comportarse como un idiota.

Me mira apretando los labios.


—Veo que sí seguirá insultándome. Así no podemos hablar.

Suspiro.

—Bien, no voy a insultarlo, pero no sea un insensible y escucharme.

—Está bien, la escucho. —Cruza los brazos sobre su pecho y me


observa fijamente. Mis manos sudan, mientras caminaba detrás de
él miles de pensamientos se agolparon en mi cabeza, tenía tantas
cosas para decirle y ahora no me viene nada a la mente.

—¿Podemos bailar? Me pone nerviosa que me mire así,


escrutándome

—¿Bailar? Sabe que no bailo esa música.

—Pediré que pongan algo más tranquilo. —Corro hacia el chiringuito


y le hablo a una de las chicas que atiende, pidiéndole varias
canciones para reproducir.

» Por favor —suplico, no la noto muy convencida de querer


complacerme—. Ese hombre de ahí, es mi novio, pero estamos
peleados y quiero reconciliarme con él —confieso y miro hacia el Sr.
Black que espera por mí, aún con los brazos cruzados.

—Es muy guapo —expresa la chica y le hace sonrisitas a mi jefe…


ex jefe—. De acuerdo, te pondré la música pero deben consumir
algo.

—Ok, te prometo que si no reconciliamos brindaremos aquí… y si


no, igual me emborracharé.

Suelta una risita y asiente. Regreso con el Sr. Black, mientras lo


hago, la muchacha cambia la música, aprovechando que la última
canción terminó. Me paro frente a él y tomo su mano, pego nuestros
cuerpos, coloco mi otra mano sobre su hombro y la suya va a mi
cintura.

He perdido el balance por tu amor


En tus manos yo caí, tienes control sobre mí

Tu cuerpo es la cárcel y yo un prisionero

Y jamás quiero salir, condenado y soy feliz.

—¿Y bien? —cuestiona, se balancea de un lado al otro


siguiéndome, está tieso, pero al ser un movimiento lento y corto, no
se nota tanto, es aceptable.

Respiro profundo, debo hablar con él, sacarlo todo de una mejor
manera.

—Reconozco que soy impulsiva —empiezo bajito, no lo miro, me da


vergüenza, por lo que decido recargar la mejilla en su pecho—, y
también que soy algo inmadura, pero tengo veintiún años.

—Lo sé, Candy, soy muy consciente de su edad —dice con pesar,
como si la diferencia entre nosotros fuera algo irremediable.

—Para mí no es fácil, todo esto de su trabajo, sus amigas, Maya, su


padre, me abruman. Nunca me he enamorado y hacerlo por primera
vez de un hombre como usted, es una locura.

—También sé que no soy el mejor prospecto para tener una


relación.

—No, no lo es. —Levanto el rostro, lo que voy a decir tengo que


hacerlo mirándolo a los ojos—. Es insensible, arrogante, mandón,
promiscuo y a veces se comporta como un idiota, pero aún así lo
quiero —admito.

—Y sé que desconozco mucho de su mundo, que tal vez no encajo


del todo en la imagen de la mujer que debería ser su pareja, que es
dieciocho años mayor que yo, y que probablemente habrá días en
los que esté tan furiosa con usted por ser como es que querré
gritarle, insultarlo y golpearlo, pero prometo que intentaré
controlarme, entienda que soy mexicana y nos gusta armar pelea
por todo.

—No se trata solo de eso, Candy, también está el hecho que no


tengo el deseo de mantener un relación incierta, en la que no sabré
nunca que esperar de quién está conmigo. No tengo su edad, no es
sencillo abrirme a tener sentimientos por alguien y por lo general no
tengo la paciencia para tolerar rabietas y arranques de celos.

Trago grueso, un nudo se instala en mi garganta.

Temo que me dejes en el abandono

Y tú eres mi oxígeno y mi todo

But I realize that it's worth running the race

When the finish line is you.

—Entonces… eso significa que no… no…

Exhalo.

Lo hago tres veces seguidas para controlar mi voz a punto de


romperse.

—Usted me encanta, es hermosa, joven y llena de energía, divertida


y exasperante, hacía mucho tiempo que no me sentía tan vivo y
cargado de sensaciones por otra persona, pero…

—¿Pero? Dígalo —susurro.

Quiero ser tuyo, enterito, pero tengo miedo

Prométeme que no me vas a dejar sin tu amor.

—Estoy seguro que en algún momento se marchará, lo presiento y


no quiero exponerme a eso.
—No lo haré —aseguro—, no lo haré, señor. Solo tiene que pedirme
que me quede y lo haré, porque no quiero marcharme, no quiero
dejarlo.

El Sr. Black me mira, pero no dice nada, ni una palabra sale por su
boca y yo debo apretar la mía para no sollozar.

—Entiendo. —Suelto su mano y hombro y me separo de él—. Estoy


dispuesta a aceptarlo tal cual es, a arriesgarme a salir herida, pero
es notorio que usted no, lo entiendo y no voy a suplicarle. Dije lo que
tenía que decir, gracias por escucharme.

Me doy la vuelta y comienzo a caminar. Me merezco su rechazo por


ser tan estúpida e intentarlo de nuevo cuando él ya me había dejado
claro que todo se acabó. Prácticamente corro el último tramo hacia
la entrada del hotel, cuando voy a poner un pie en la puerta, dos
brazos se apoderan de mi cintura y me arrastran de nuevo hacia la
arena.

—Quiero que se quede conmigo —habla en mi oído, su voz suena


jadeante y entrecortada, me da la vuelta y sujeta mi rostro con
ambas manos—. Y quiero que me jure que pase lo que pase,
primero hablará conmigo y no se irá sin darme una explicación.

Sollozo.

Y asiento.

—Lo juro.

Entonces me besa, sujeto su nuca para no permitirle separarse de


mí aunque tenga que inclinarse hasta mi altura.

—Lo juro —repito.

—¡Mierda! Tuve que correr para alcanzarla y ahora estoy sudando


—dice limpiando su frente, lo cuál me provoca una risa compulsiva.

—¿El Sr. Black corrió por mí? —lo molesto.


—No es gracioso, Candy, ahora debo bañarme —refunfuña.

—Vamos, le prepararé la ducha.

Caminamos a las escaleras, mi vestido es un desastre de arena y


agua salada que mojo parte de la falda, además estoy descalza y
despeinada, el Sr. Black también y su playera manchada de rosa de
la bebida del chico, pero estoy tan feliz y emocionada que no me
importa detenerme cada tres escalones a besuquearlo.

Llegamos a la habitación sin poder despegarnos el uno del otro y


nos metemos a la ducha sin siquiera quitarnos la ropa. El agua está
fría, pero eso no nos impide seguir besándonos mientras nos vamos
deshaciendo de las prendas que quedan en un rincón del baño
completamente empapadas.

—Candy, Candy —jadea, su boca ataca mi cuello con besos y


chupetones que espero no dejen marcas.

—A sus órdenes, Sr. Black —gimoteo.

—Merece que la reprenda por su comportamiento y por haberme


golpeado.

Mi vientre se contrae.

—¿Cómo va a reprenderme, señor?

No me responde, me da la vuelta bruscamente para apresarme


contra el cristal de la mampara. Sus dos manos se posan en mis
glúteos y los estrujan para después separarlos. Respingo al sentir
su erección resbalar entre mis nalgas, indicándome cuál será mi
castigo.

—¡No! —lloriqueo—, eso no.

—Merece ser severamente reprendida, esa actitud no se puede


repetir —susurra en mi oído, erizándome la piel.
—Señor —gimo, uno de sus dedos hace presión contra mi trasero.

—Vamos a jugar a una trivia, le haré preguntas y por cada respuesta


que no me guste introduciré mi polla en su culo unos centímetros,
mas le vale no mentirme o el castigo será peor.

Trago.

Desde ya sé que estoy jodida.

—¿Dónde está su maleta?

Mierda.

Su dedo de mueve impidiéndome pensar correctamente.

—En la habitación de Vlady —confieso.

Gruñe.

—Mala respuesta.

Su dedo abandona mi trasero y siento la punta de su glande


colocarse contra mi culo, ejerciendo presión.

—Señor —lloriqueo—, no quiero que me duela.

—Entonces relájese, así será más fácil.

Continúa empujando hasta que siento que entra un poco,


haciéndome soltar un gemido entre los satisfactorio y lo incómodo.

—¿Alguna vez ha besado a Vlady? ¿O hecho algo más allá que


conversar?

Joder.

—Él me dio dos besos, pero fueron algo rápido, dos besitos
robados.
Gruñe de nuevo. Empuja la cadera contra mis glúteos y dejo salir un
grito al sentir como se desplaza hacia dentro, es incómodo y duele
un poco.

—Sr. Black, por favor.

—¿Por favor, qué? ¿Lo saco? —Retira su erección despacio, sentir


como sale me hace jadear, es extraño lo que estoy sintiendo, no sé
si me gusta—. ¿O lo meto más? —Empuja de nuevo, entrando de
golpe, robándome un gemido porque eso fue mas fácil, pero igual de
confuso—. ¿Lo saco o lo meto, Candy? —repite.

—No se —admito, no sé que se siente mejor.

—Siguiente pregunta. ¿Besó a Jayden en alguna otra ocasión?

Maldita sea.

—Sí —susurro—, la noche del cocktail.

—Jodida mierda —sisea. Su cadera se mueve bruscamente,


estrellándose contra mis nalgas. Grito por la impresión y también por
el dolorcillo en mi trasero.

—¿Le gusta Jayden? —gruñe.

—No —gimoteo—, no como usted.

Al parecer mi respuesta no es de su total agrado, sus manos me


jalan hacia él, estrellándome en su pecho y luego las coloca sobre
mis senos, apretándolas.

—No se ponga celoso, señor, las veces que lo besé estaba muy
enojada con usted, por eso lo hice.

—No estoy celoso —bufa, su cadera retrocede y vuelve a avanzar


sacándome otro grito, pero esta vez ya no sé si es por lo incómodo
o por la contracción que se generó en mi sexo al presionar mis
pezones con los dedos.
—Última pregunta. ¿Qué siente por mí?

—Lo amo, señor, lo amo tanto que cuando no está cerca de mí,
siento que me falta el oxígeno.

—Candy —jadea. Su mano gira mi mentón hacia su rostro para


besarme mientras su cadera se mueve despacio, poniéndome a
gemir contra sus labios.

—¿Y usted? ¿Qué siente por mí?

—No lo sé —susurra en mi boca—, no sé, pero jamás había


deseado tanto a una mujer. Nunca había querido pasar horas
conversando con ninguna. No sentía la necesidad de ver
constantemente a nadie, de escucharla hablar y reír, no conocía
esas sensaciones.

—Eso suena a declaración de amor, señor, solo debe admitirlo.

—No lo sé, Candy, y eso me estresa. No quiero apresurarme, no


quiero equivocarme, no con usted.

Mis labios no le permiten seguir hablando, se rehúsa a admitirlo,


pero puedo notarlo en la forma en que habla, en el tono de su voz,
en como acaricia mis senos y su brazo me envuelve posesivo para
pegarme a su cuerpo, incluso lo siento en el movimiento suave y
profundo de su cadera.

—Yo tampoco tengo prisa, esperaré a que se sienta listo para


decirlo.

Continúa con su posesión, ni siquiera me he dado cuenta cuando


dejó de ser doloroso y ahora solo puedo sentir los espasmos que se
generan en mi intimidad cuando sus dedos rozan mi clítoris,
empujándome al orgasmo.

La ducha es larga, nos negamos a salir de ella mientras seguimos


lavándonos, besándonos y tocándonos. Menos aún cuando hace
que envuelva mis piernas en su cintura para volver a poseerme
contra la pared o cuando se hinca y coloca el rostro sobre mi pubis
para que su lengua experta ponga mis piernas temblorosas por el
tercer orgasmo de la noche.

—¿Cómo supo que estaba en playa? —cuestiona ya botados en la


cama, su mano acaricia mi trasero y la mía su cuello.

—No lo sabía, salí a caminar para pensar y lo encontré, fue el


destino, teníamos que hablar.

—Es difícil hablar con usted, Candy, todo el tiempo grita.

—Eso no es cierto —refunfuño—, usted que me pone irracional con


sus actitudes.

—Y usted me exaspera al grado de querer amordazarla.

—Y usted me hace enojar tanto que tengo deseos correr lejos.

—Juró que no lo haría, que no se iría sin hablar primero conmigo.

—Y no lo haré, pero procure no ser tan odioso.

—Y usted procure no ser tan grosera.

—Y usted no ser tan mandón.

—Y usted no ser tan agresiva.

—Y usted no ser tan fácil.

—Y usted no ser tan celosa.

Me río.

—No hable de celos, que usted parece un gorila cuando está


celoso.
—No soy celoso —argumenta ofendido.

—¿Le recuerdo cómo reaccionó cuando me vio besar a Jayden?


¡Me despidió por besar a otro hombre! ¡Y ni siquiera teníamos nada!

—Pero usted ya me había dicho que me amaba, dormida, pero lo


hizo, tenía derecho a reaccionar así.

—Entonces admite que se puso celoso —refuto.

Frunce el ceño.

—Pero usted se puso más celosa cuando vio a Maya besar mi


cuello, al menos yo no la abofeteé.

Sonrío, a pesar que odio la mención de Maya, sonrío por lo que sus
palabras significan.

—Sr. Black, estaba celoso.

Resopla.

Sonrío ampliamente y lo beso.

—Celoso —lo molesto.

—¡Joder, sí! Estaba celoso —sisea y mi corazón late desbocado.

—Mi Sr. Celoso, así le diré de ahora en adelante.

—No lo hará —repela.

—Sí lo haré.

—No, no lo hará.

—Sí lo haré.

—No, Candy, no.


—Míreme señor. —Tomo su mentón y lo obligo a verme a los ojos—.
Sí, lo haré.

—Dígame como quiera, maldita sea.

Y me besa.
52. GRINGO Y MEXICANA
Lo amo.

Lo amo.

Lo amo.

Lo amo a todas horas del día. Lo amo cuando me folla y me dice


cosas sucias. Lo amo cuando me acaricia y me abraza para dormir.
Lo amo incluso cuando es un amargado, insensible y mandón. Amo
sus espasmos de cólico y sus sonrisas genuinas. Amo sus miradas
lascivas y si manos juguetonas y atrevidas. Y también lo amo
cuando baila descoordinado y tieso.

Pero lo amo más cuando intenta hablar español, como ahora.

—No, señor, pronuncie la erre fuerte —lo corrijo por décima vez—.
Ruiz —digo haciendo mucho énfasis en la erre.

—Rouis —repite con ere, y yo palmeo mi frente.

—Viejito terco —pronuncio en español.

El Sr. Black enarca una ceja.

—No soy viejo —refuta.

—Pero si terco como una mula.

—Hábleme en inglés —exige, su mano impacta mi glúteo y luego lo


apretuja—, no confío en lo que pueda decir en español.

Me río.

—¿No entiende si le digo que me encanta su verga?


Sus comisuras se elevan.

—Esa palabra sí la entiendo.

—Me encanta chupársela después de haberme dado una buena


cogida.

Parpadea. Creo que no entendió.

—Repítalo.

—Perdió su oportunidad, señor. —Me río—. Pero ahora le haré un


piropo.

Carraspeo.

—Carajo, dichosos los ojos papito chulo, si ando estirando la mano,


encojo el codo y me lo chingo todo, sin pedos príncipe.

—¿Qué?

Suelto una carcajada, debería aclararle lo que dije, pero en lugar de


eso, continúo:

—¿Sabía que soy maga? Présteme su manguera y se la convierto


en espada.

—Candy, pare. Dígame qué dijo —exige.

—Le pedí a la vida que me pasaran cosas bonitas, ¿Y qué más


bonito que me pases tus huevos por la cara?

—¿Mis huevos? —pregunta en su español ridículo.

—Quisiera ser vampira, para que me entierres tu estaca hasta el


fondo. —Mi mano se posa en su miembro y lo acaricio—. O mejor
tazón de cereal, para que me llenes de leche.
—¡Basta! —gruñe—, dígame ahora mismo que dijo, habla muy
rápido.

Sigo riéndome.

—Le dije puras cositas románticas, que lo quiero. —Jugueteo con su


nariz y le doy un besito—. Debemos levantarnos o perderemos el
vuelo.

Me deshago de su agarre y trato de levantarme, pero atrapa mi


brazo y me jala de nuevo a la cama, para subir encima de mí e
impedirme ponerme de pie

—Candy, si no me dice que dijo, le haré cosquillas —amenaza, sus


dedos comienza a acariciar mis costillas y yo respingo.

—No, cosquillas no —replico y me remuevo, intentando huir de su


mano.

—Entonces dígame.

—Dije que quiero ser veterinaria para cuidarle el pajarito. —Me río
nerviosa, sus dedos no se detienen.

—¿Y qué más?

—Que en sus ojos puedo ver las estrellas, pero si me presta su


telescopio puedo hacer que las vea usted, señor.

El Sr. Black se ríe.

—Usted también pronuncia mal a veces y yo no la corrijo.

—Pero yo me escucho linda hablando inglés con mi acento


mexicano, usted se escucha ridículo hablando español con acento
gringo.

—¿Ridículo?
—Me cago de risa de escucharlo.

—¡Candy! —me reprende.

—Dije que es muy hilarante, señor. Debe aprender a pronunciar bien


Ruiz, para que cuando nos casemos, pueda decir, Montgomery de
Ruiz.

El Sr. Black pone cara de póker.

—¿Montgomery de Rouis? ¿Casarnos?

Ups, la cagué. Pero no pienso retractarme.

—Usted me pedirá matrimonio, señor, en un año máximo —asevero


—. Se va a hincar a mis pies, en un atardecer romántico, de
preferencia en un país extranjero, me dará el anillo más costoso que
encuentre en una joyería fina y dirá algo así —carraspeo—: Señorita
Candy, sé que soy el idiota más grande del mundo, un arrogante,
insensible y tieso, pero sin usted soy más idiota aún, por favor,
acepte ser mi esposa.

El Sr. Black parpadea, luego emite una carcajada sonora.

—En sus sueños.

Frunzo el ceño.

¿Cómo que en mis sueños?

—Y yo le diré que no —agrego—, y usted suplicará: por favor,


señorita Candy, por favor, por favor, por favor, se lo suplico.

Se ríe aún más fuerte.

—Es más probable que un día amanezca con un grillete en el pie,


encadenado en una cama, en un sótano donde usted me tendrá
secuestrado.
—Posiblemente eso sí pase, pero primero usted va a suplicar.

—Yo no suplico, nunca lo he hecho y nunca lo haré.

Lo reto con la mirada.

—Nunca, Candy —recalca.

—Suplicará, señor y no será una vez, lo hará montones de veces,


que hasta perderé la cuenta.

Sonríe cínico.

—Mejor vamos a vestirnos, o terminará enojada cómo es su


costumbre y con lo de ayer fue suficiente.

Finalmente me libera, deja un beso rápido y brusco en mis labios y


se levanta. Nos duchamos rápido, nos queda poco tiempo antes de
salir hacia el aeropuerto y todavía tengo que revisar las maletas. Me
visto sencilla con vaqueros cortos, una remera y mis converse. Hago
el equipaje a la velocidad de la luz y reviso que no se nos quede
nada.

A pesar que tenemos prisa, me tomo mi tiempo para aplicar las


lociones en el cuerpo de mi jefe, manosearlo un poquito y darle
besitos a mi esposo. Abandonamos la suite casi a las siete de la
mañana, con el jefe regañándome por el retraso, tenemos que llegar
al aeropuerto en menos de quince minutos.

El tráfico no es pesado y logramos convencer al conductor que se


apresure, por lo que no toma poco más de veinte minutos en llegar.
Mi maleta es pequeña y puedo subir con ella, pero la del Sr. Black
no, por lo que debe pelearse con el personal para documentarla a
pesar de haber llegado tarde.

Falta poco menos de una hora para abordar el avión, mientras mi


jefe ve lo de su maleta, yo paseo por los locales que hay en el
aeropuerto, no desayunamos por la demora, así que busco café y
algo para comer. Mientras camino encuentro una tienda de
souvenirs, al ver los que exhiben en la vitrina, se me ocurre una idea
para regalarle algo al Sr. Black, su cumpleaños será pronto.

Me emociono de saber que se pueden personalizar y elijo las frases


que quiero que lleven, una para él y otra para mí. En menos de
quince minutos tengo el regalo listo y envuelto. Me peleo con mi
maleta para poder meterlo, el jefe no debe verlo hasta llegar a
Nueva York. Compro también dos cafés, dos croissants y regreso
con el Sr. Black que sí pudo documentar su equipaje.

Como era de esperarse, nos encontramos con muchas de las


personas que asistieron al congreso, Emet, el director de escena,
las actrices, Irina con Jayden que me mira con el ceño fruncido,
Vlady que se despide de Lana en un rincón y por último con Herbert
y Maya.

Maldita sea.

Procuro no ver hacia ellos, pero son ellos los que vienen hacia
nosotros a saludarnos.

—Conserve la calma, Candy —susurra el Sr. Black y toma mi mano,


cosa que me hace sonreír y emociona a mi corazoncito atolondrado.

—Monty, querido, te fuiste muy temprano anoche de la clausura —


comenta Maya con voz odiosa y deja un beso sonoro en la mejilla
del jefe.

Aprieto su mano en señal de protesta.

—Estaba cansado —responde el Sr. Black.

—Pero era la clausura de tu evento, debías estar presente —replica


severamente Herbert—, no puedes desentenderte así nada más de
tus obligaciones.

—Estuve presente en la clausura, me retiré en el baile —aclara.


—¿No era tu último día? —inquiere Maya hacia mí, sus ojos
chispean furia al ver nuestras manos entrelazadas.

—No —respondo sonriente.

—Candy se queda conmigo —especifica el jefe.

—¿En qué sentido? Porque en la empresa hay reglas —interviene


Herbert.

—En todos los sentidos, padre, yo soy quien pone las reglas y
también puedo quitarlas.

Herbert pone cara de perro, Maya lanza miradas fúricas de mí al Sr.


Black. Yo miro a todos consecutivamente, la plática es tensa y
emocionante.

—¿Y qué pasó con Jayden? No puedes jugar así con el trabajo de
nadie, vas a causar un conflicto entre SGP y Black Productions por
tus jueguitos de meterte con uno y con otro —sisea el padre el Sr.
Black—, tantos años de amistad para que una mujer venga a
arruinarlo.

—Mi amistad con Irina no tiene nada que ver —bufa el jefe—, y con
Jayden hablaré cuando estemos en Nueva York, Candy nunca ha
dejado de ser mi asistente, por lo que no debe haber ningún
problema. Deja de molestar a Candy con tus comentarios, porque
no seguiré permitiéndolo.

—Monty, Herbert solo se preocupa por ti, estás comportándote


extraño, no eres la persona que conocemos —comenta Maya con
supuesto tono de afectación—. Tú nunca habrías abandonado un
evento organizado por ti, por muy cansado que estés.

Había preferido permanecer callada, pero con su último comentario


necesito decir algo o voy a explotar.
—Si te refieres a que nunca había abandonado un evento por ir a
buscar a su pareja, sí, no lo había hecho, pero lo hizo por mí. —
Sonrío burlona—. Espero que eso les sirva de aclaración, Monty y
yo estamos juntos —declaro con firmeza.

Suelto la mano del Sr. Black y rodeo su cintura con mis brazos, lo
siento tensarse un poco, pero dos segundos después, coloca el
brazo sobre mis hombros.

—A ver por cuánto tiempo, hasta que Montgomery se aburra de ti,


como lo hace con todas —expresa Herbert. Maya nos da una última
mirada asesina y se retira de la mano de su esposo.

Uff, que intenso.

Miro al jefe que aún los observa alejarse, sigue tengo y con
expresión rígida.

—¿Me dijo Monty? —pregunta, parpadea varias veces y luego baja


la vista hacia mí—. ¿Usted me dijo Monty?

—Iba a sonar raro que dijera que tenemos una relación y lo llamara
Sr. Black —argumento.

—No vuelva a hacerlo, Candy —rumia.

—¿Por qué? Todos lo llaman así.

—Pero usted no, dígame Sr. Black, si me llama Monty, no me la


pone dura.

Sonrío.

—Lo que ordene, señor —susurro y lo atraigo a mí para besarlo. Se


siente tenso todavía, lo cuál provoca que lo suelte—. ¿Pasa algo?

—No estoy acostumbrado a las demostraciones públicas de afecto.

—¡Oh! —murmuro—, ¿no puedo besarlo en público?


—Sí puede, Candy, solo debo acostumbrarme, hace mucho que una
mujer no lo hace, además nos han visto los empleados. —Da una
mirada rápida hacia el director, Emet y el grupo de actrices que
vinieron también—. El lunes habrá montones de rumores en la
oficina.

Suspiro.

—Me imagino. Al menos tenemos este fin de semana de paz


todavía, el lunes me pondré una armadura para enfrentarme a las
habladurías y a sus amiguitas.

El Sr. Black también suspira, rodea mis hombros con los brazos y
sin importarle que todos nos están viendo desde que lo besé, me
abraza y deposita un beso en mi frente.

—Será difícil, recuérdelo.

Asiento.

—Lo sé, señor.

Lo rodeo con mis brazos, si él se atreve a abrazarme frente a todo el


mundo, yo también lo haré. Cuando me separo de él noto a Jayden
mirándonos fijamente, respiro profundo armándome de valor para ir
hablar con él.

—Aunque ya debe suponerlo, tengo que aclararle a Jay que no


tomaré el empleo que me ofreció.

El Sr. Black aprieta los labios, pero accede.

—Bien, vaya y no demore, ya no tardan en anunciar el abordaje —


dice mirando su reloj.

Dejo un besito rápido en sus labios y camino hacia donde están Irina
y Jayden. Ella me sonríe de manera cómplice, él permanece serio.

—¿Podemos hablar, Jay?


Afirma con la cabeza y se pone de pie para seguirme a un rincón de
la sala de espera. El Sr. Black nos observa desde su lugar, está aún
más serio que Jay, casi puedo sentir hasta acá su cabreo cuando
Jayden se detiene frente a mí, muy cerca.

—Creo que te has dado cuenta que entre el Sr. Black y yo hay algo
—empiezo bajo—, y ya debes suponer que he decidido quedarme
en Black Productions, pero de igual manera debo decírtelo. No
puedo aceptar tu empleo.

Jay me mira fijo, me pone algo nerviosa la forma intensa en que lo


hace.

—¿Estás segura, Candy?

—Sí, quiero quedarme en la productora.

—No, no me refiero al trabajo, lo digo por Monty. ¿Estás segura de


lo que haces? No es un sujeto con el que se pueda tener una
relación duradera, sólo una mujer la ha tenido y es porque ella se
desenvolvía en el mismo medio.

—Jay —susurro—, yo lo quiero y sé que él también me quiere a mí.

Jayden sonríe.

—¿Te ha dicho que te quiere?

No, pero yo lo siento.

—No quiero hablar de eso, es privado.

Vuelve a sonreír.

—Ya me has respondido. Respeto tu decisión, Candy, suerte, vas a


necesitarla.

¿Suerte?
—Gracias y disculpa.

—No te preocupes. Nos veremos por ahí. —Se da la vuelta y


regresa al asiento a lado de su madre.

Exhalo pesado, no fue tan malo, pero tampoco me gustó lo que dijo.
Regreso también al lado de mi jefe y me siento, tomando su mano.
Algunos minutos después anuncian que debemos abordar, nos
ponemos de pie y aún tomados de la mano, hacemos la fila. Suspiro
viendo por los ventanales del aeropuerto, estar en Los Ángeles fue
un sueño, es hora de despertar y regresar a la realidad en Nueva
York.
53. REGRESO
Despegar volvió a ser traumático, pero teniendo a mi Sr. Celoso a mi
lado, no hay nada que no pueda soportar mientras sostiene mi mano
y me mira a los ojos, ayudándome a mantener la calma. Ninguno de
los dos ha dormido, sin embargo, no puedo dormir, porque el café
que tomamos antes de abordar no me lo permite, cosa que no
sucede con el Sr. Black, que parpadea pesadamente y bosteza.

—Descanse, señor, no ha dormido nada.

—Usted también debe descansar, Candy.

—El café me espantó un poco el sueño, pero seguro en un par de


horas me duermo.

—¿No será que no quiere dormir para no seguir confesando sus


secretos? —dice con ironía, ladeando una sonrisa que me acelera el
corazón.

—Ya sabe mi secreto, no hay nada que pueda decir dormida que no
sepa usted. Pero usted sí podría decir lo que no se atreve a
reconocer despierto.

—No hablo dormido —asegura.

—¿Cómo lo sabe si no hay nadie que lo escuche?

—¿Me ha escuchado hablar en los días anteriores?

Diablos, tiene un punto.

—No, pero tampoco es que hayamos dormido mucho.

—No hablo dormido, Candy —repite.


—Entonces no hay ningún problema con dormirse mientras yo velo
sus sueños. —Sonrío—, es más, le cantaré una canción de cuna
para arrullarlo.

El Sr. Black rueda los ojos.

—Venga aquí y no sea testarudo, si quiero hacerle mimitos a mi


novio, lo voy hacer. —Lo jalo hacia mí, obligándolo a recargarse en
mi hombro.

No lo dejo replicar, sé que le dije mi novio, pero, aunque él no quiera


ponerle nombre a nuestra relación, eso es lo que somos, una pareja,
por lo tanto es mi novio. Le hago piojito y comienzo a tararear una
canción que pronto se va convirtiendo en un canto entre susurros.

Cuando tus piernas no den más, aquí estoy

Y aunque no te enamores de mí,

Tú boca seguirá recordando mi amor,

Sonreirán tus ojos por mí.

Te amaré, sí

Sin importar, los años que tendré

Te amaré, y lo hago igual

Cómo lo hacía a los veintitrés…

Siento como la respiración de mi jefe se va volviendo profunda y


rítmica, no pelea conmigo, permite que lo consienta aquí en el avión,
con los empleados en los asientos contiguos, pero eso no me
importa, a mí no me preocupa demostrarle al mundo como amo a
este hombre.

Misteriosamente el amor encontré,


Nuestras manos juntas están,

Sigo enamorándome de ti cada vez

Y mi corazón te dirá, una vez más…

Tómame entre tus brazos ya,

Bésame bajo cada estrella,

De repente me puse a pensar, en voz alta,

Que el amor pudimos encontrar.

Para cuándo termino la canción el Sr. Black está profundamente


dormido, conteniendo mi mano. Dejo un besito en su coronilla y me
acomodo intentando dormir también, son varias horas de vuelo y no
quiero estar despierta y viendo a las personas a nuestro alrededor.
Dormito durante largo rato sin llegar a hacerlo por completo, hasta
que una mano se posa en mi hombro y abro los ojos.

—Disculpa si te asusté —se excusa Vlady—. ¿Podemos hablar,


Candy? —Da una cabezada hacia su asiento, el cuál está a dos
lugares atrás del nuestro.

Me imagino de que quiere hablar conmigo y me gustaría poder


decirle que no quiero seguir hablando de mi relación con el jefe,
pero él es mi amigo, me escuchó cuando lo necesitaba, y, aunque
no estuvo del todo de mi lado, sus palabras me ayudaron a pensar
con mayor claridad y no sólo llevada por la furia.

—Bien, ya voy —susurro.

Vlady regresa a su asiento, suavemente suelto la mano del Sr. Black


y lo acomodo en su asiento para poder levantarme sin despertarlo.
Me quito el cinturón de seguridad y voy a dónde mi amigo. El
asiento contiguo al suyo está desocupado, de hecho, en primera
clase, sólo vamos los empleados de la productora, junto con Irina,
Jayden y una pareja más, que no son parte de ninguna de las dos
empresas.

—Dime. —Me siento a su lado y me preparo para lo que tenga


hablar conmigo.

—No quisiera entrometerme en tu vida sin que me hayas pedido mi


opinión, Candy, pero no puedo evitarlo, me preocupa que expresen
abiertamente que son una pareja, creí que Monty prefería mantener
su vida privada.

—¿Qué tiene de malo que haga público que tiene una relación
conmigo? —cuestiono, yo no le veo lo malo, tarde o temprano se
sabría, yo no pienso actuar indiferente a él cuando estemos frente a
otras personas.

—Debes saber cuántas mujeres lo frecuentan y a más de dos no les


va a gustar saber que él tiene una relación, a pesar que Monty ha
dejado claro no estar interesado en ninguna mujer, ellas no desistían
en querer atraparlo.

» Ahora que sepan que tiene una pareja, y no solo eso, sino que la
abraza y besa en público, cosa que no ha hecho con ninguna, habrá
quienes reclamarán, a él, a ti, que te atacarán, lo sé, porque Serena
ha tenido que soportar algunas veces algo similar, tan solo por
trabajar en la empresa y estar más cerca de Monty que muchas
otras.

—Sé que va a ser complicado, el Sr. Black me lo ha dicho en


diversas ocasiones, pero no voy a esconderme, Vlady, no soy su
amante ocasional como ellas, no soy una amiguita de su agenda, él
y yo estamos juntos y todas esas mujeres deben saberlo.

Suspira.

—Me preocupa que sean demasiado crueles contigo, tú no sabes de


lo que una mujer es capaz por ambición, porque ninguna ama a
Monty, quiere atraparlo por lo que tiene y no lo dejarán así como así,
por alguien que apareció de la nada y de pronto se lo robó.

Resoplo.

—¿Qué pueden hacerme? Me paso alrededor de dieciocho horas


del día a lado de mi jefe, a veces más, apenas tengo tiempo de
dormir, ¿en qué momento se me van acercar a molestarme?

—Te falta malicia, Candy.

—Descuida, Vlady. El Sr. Black tampoco va permitir que se metan


con nosotros, con él, como bien dijiste, no tolera reclamos de celos,
ni mujeres histéricas.

Excepto a mí.

—Solo no dejes que nada de lo que hagan o digan te afecte, si es


necesario, ven t me lo cuentas antes de reaccionar de cualquier
manera.

Me río. Creo que ya todos saben lo impulsiva que soy.

—Está bien, te lo prometo.

Platicamos por un rato, acerca de Lana, de su despedida, le cuento


lo que pasó en la playa, lo de la ducha me lo salto y termino con el
intercambio de palabras con Herbert y Maya en el aeropuerto.

—Herbert es un imbécil, no entiendo por qué siempre busca fastidiar


a su hijo, esto no parece tener nada que ver con la productora,
genuinamente él quiere joder a Monty.

—Lo mismo pienso, no creo que su resentimiento por haberle


quitado la empresa llegue al grado de inmiscuirse en sus relaciones.

—Ese es otro del que debes mantenerte alejada, posiblemente las


amigas de Monty no puedan tocarte, pero él, no estoy seguro.
—Lo haré, no quiero tener contacto con ninguno de los dos.

Mientras hablo con Vlady de Herbert, se me viene a la cabeza que


ayer fue viernes y el Sr. Black debía llamar a su madre, esa es una
de mis responsabilidades, recordarle llamarla y lo olvidé por estar
metidos en la cama o arreglándonos para la clausura. En cuanto
lleguemos a Nueva York haré la llamada y la conectaré al móvil de
mi jefe, ya no puedo olvidarlo.

Regreso a mi asiento después de no sé cuánto tiempo, la plática


con Vlady se extendió mucho, es muy sencillo hablar con él y
reírme, casi tanto como con Chema. El Sr. Black está despierto
cuando lo hago, me da una mirada inexpresiva que ya sé, significa
que está molesto. Doy un besito a su mejilla para borrarle la
expresión, pero sigue manteniendo un semblante inescrutable.

—Tengo algo para usted —digo en un intento por quitarle esa


expresión—, es un regalo adelantado de cumpleaños.

Enarca una ceja, no obstante, no dice nada.

—Espero que le guste, se lo daré antes porque quiero que la use lo


más pronto posible.

Me mira con curiosidad, pero sigue sin hablar, es terco como un


pinche mula.

—Tengo algo igual, así que ambos podremos usarlas al mismo


tiempo, sólo deberá decidir si en su pent-house o en la oficina.

Gira el rostro a mí, puedo notar sus ganas de querer preguntar a


pesar de mantenerse callado.

—Yo preferiría que fuera en la oficina, así les daríamos más uso,
pero usted decide.

—Si se trata de algún tipo de juguete sexual, no lo llevará a la


oficina, aunque no lo crea, nunca he hecho cosas indebidas en mi
oficina, ahí solo trabajo.

¿Juguete sexual?

—No había pensado en juguetes sexuales, señor, pero si quiere


también puedo regalarle uno de esos en su cumpleaños, el anillo
vibrador para desposar a su pene —susurro en su oído.

Sus mejillas se colorean ligeramente de rosa. El Sr. Black se sonrojó


y se ve tan adorable que no puedo evitar besarlo.

—No diga tonterías en el avión, Candy —sisea, sus dientes atrapan


mi labio inferior, tirando de él con suavidad y sensualidad—. Está
haciendo que tenga una erección.

—¿Aquí? ¿Se le está poniendo dura?

—Sí, maldita sea —bufa.

Miro hacia su entrepierna, efectivamente comienza a notarse cierta


tensión en su pantalón de vestir.

—¿Cómo puedo ayudarlo a deshacerse del problema, señor? —Me


relamo los labios—. A mí se me ocurre una forma muy efectiva de
bajarle la erección.

—Candy, no haga eso.

—¿Hacer qué, señor? —Me muerdo el labio inferior y jadeo


provocativamente, lo culpa logra que sus pupilas se dilatan tornando
sus ojos más oscuros de lo que ya son.

—Deje de hacer eso con sus labios, joder.

—¿Esto? —Me los relamo de nuevo y doy otro pequeño tirón a mi


labio inferior con los dientes—. Lo siento, señor, es que lo que
pienso me hace agua la boca.

—No me diga lo que está pensando.


—Es algo muy caliente y húmedo. —Jadeo y me relamo los labios
por tercera vez.

—¡Candy! —sisea con los dientes apretados—, deténgase, no me la


va a chupar en el avión.

—¿Chupársela en el avión, señor? —Parpadeo perpleja—. Yo


pensaba en pedirle a la azafata un té que lo relaje. ¿Qué clase de
cosas sucias se estaba imaginado?

El Sr. Black entorna los ojos, yo trato por todos los medios no reírme
en su cara.

—Merece ser reprendida —susurra amenazante—, ya verá cuando


lleguemos a mi casa.

¡Uy sí, por favor!

—¿Papi va a castigar a su niña por ser mala y provocadora?

—Si vuelve a abrir la boca, la amarraré a la cama y será


severamente castigada, se lo advierto.

Sonrío. Después me relamo los labios por última vez.

—A sus órdenes, Sr. Black —musito inocente, poniéndole mi mejor


mirada de niña regañada. Él aprieta la mandíbula y traga grueso.

—Se lo advertí —gruñe.

Se acomoda en su asiento y enciende la pantalla que hay frente a


él, se coloca unos audífonos y me ignora deliberadamente. Me río
de su rabieta y aunque no me volteo a ver, me recargo en su
hombro, acomodándose para dormir, de pronto ya tengo sueño.
Tomo su mano y entrelazó nuestros dedos, no me la sujeta, pero
tampoco la retira, es un dramático. Miro la pantalla sin escuchar lo
que dicen las personas que actúan ahí y poco a poco voy cerrando
los ojos.
✤✤✤

Despierto por el anuncio de que estamos a punto de aterrizar, me


acomodo correctamente en el asiento y verifico que está vez no
babeé el hombro de mi jefe. No lo hice. Me felicito mentalmente por
haberme comportado correctamente mientras dormía y me preparo
para el aterrizaje. Es horrible igual que el despegue, pero como ya
se acaba el vuelo, me es más fácil soportarlo.

Una vez desembarcados y con nuestras maletas, salimos al


estacionamiento donde ya no es espera Roney. Me despido con la
mano de Vlady que camina hacia su auto y de Emet que va con él,
el último solo me da una media sonrisa y no me dice adiós como mi
amigo. No tengo tiempo de pensar en ello, porque volver a ver a
Roney después de una semana me emociona y no puedo evitar
darle un abrazo y un beso en la mejilla, a lo cuál él corresponde con
otro abrazo y una sonrisa genuina.

—Te extrañé, Candy, los días no son iguales sin ti.

—No seas mentiroso, Roney, tuviste vacaciones, dudo que haya


tenido tiempo de extrañarme.

Se ríe.

—Quien conoce a Candy Ruiz, la extraña, así solo la haya tratado


durante cinco minutos.

Sonrío y doy una palmadita a su brazo.

—¿Nos vamos, Candy? —pregunta el jefe, tan rígido como es él—.


¿O no han terminado de reencontrarse, Roney?

—Disculpe, señor —dice el chófer y le abre la puerta para que


ingrese.

Entro también y lo miro de mala manera, no es necesario ser un


grosero con Roney, el hombre hace su trabajo perfectamente, por
un minuto que se detuvo a saludarme no va a envejecer más de lo
que ya está. Cómo no quiero discutir, saco el móvil y hago la
llamada al la Residencial donde está ingresada Vivian y enlazo la
llamada al móvil del jefe.

Mientras el Sr. Black habla con su mamá, yo le mando mensaje a


Chema para informarle que ya estoy en Nueva York y que
efectivamente debo seguir trabajando hasta finalizar el día, cosa que
es mentira, el jefe ni siquiera me ha dicho que vamos a hacer o a
dónde vamos, pero no quiero irme todavía al departamento, quiero
aprovechar cada minuto restante del fin de semana.

«¿Es enserio que ese tirano te va hacer trabajar hoy? ¡Acaban de


llegar de un viaje, Candy!»

«Tranquilo, todo está bien. No es ningún tirano, estamos


trabajando.»

«Espero que no vengas tarde, no me hagas ir a buscarte a la


empresa, ese sujeto te está explotando.»

«Deja la histeria, no puedes hacer eso, estarás trabajando.


Descuida, llego más tarde.»

Guardo el teléfono para no ver si me contesta, es mi amigo y lo


quiero mucho, pero no puede decirme cómo manejar mi empleo.

—¿Iremos a la oficina, señor?

—No, Candy, nos merecemos un descanso, fue una semana


estresante.

Sí, bueno, fue mucho trabajo en el congreso, pero lo estresante fue


lo que pasaba entre nosotros, no el trabajo.

—¿Vamos a su pent-house?

—Sí, le recuerdo que le espera un castigo.


Trago, miro a Roney por el retrovisor que finge no haber escuchado
eso. No digo nada para que el chófer no se entere de nuestras
conversaciones, aunque seguro se enterará de nuestra relación, es
el conductor del Sr. Black. Tomo la mano de mi jefe, y, aunque
según él, sigue molesto, esta vez si entrelaza sus dedos son los
míos.

Al llegar al pent-house, Roney sube nuestras maletas, cosa que me


da algo de pena, porque no le pedí que lo hiciera, pero lo hizo,
dando a entender que sabe lo que sucede entre el jefe y yo. A pesar
que son muchos pisos, los subo por las escaleras junto con el Sr.
Black, debo convencerlo de usar el elevador de alguna manera. Lo
despide indicándole que regrese hasta mañana, a lo que me sonrojo
de nuevo por la sonrisa que me dedica el chófer antes de salir.

—Señor, debo irme a mi departamento, Chema está preocupado por


mí.

Frunce el ceño.

—Dígale que se quedará conmigo —ordena.

—Humm —murmuro—, él no sabe lo que pasa entre nosotros y lo


mejor será decírselo personalmente cuando vaya al departamento.

—Igual puede decirle que se quedará aquí, conmigo —insiste, se


acerca y coloca las manos en mi cintura, pegándome a su cuerpo.

Suspiro.

Terco como una mula.

—Está bien, señor. Voy a deshacer las maletas —indico.

—Déjelo para después, Candy. Prepare la ducha, tiene un castigo


que cumplir.

Trago.
—Primero le doy su regalo, tal vez le gusta y decide no ser tan
severo conmigo.

Se ríe.

—Lo dudo, quiero ser muy severo con usted. Pero tengo curiosidad
por ver qué tiene para mí.

Levanto mi maleta y la apoyo en la mesita de noche, saco la bolsa


de regalo de la tienda de souvenirs y se la entrego.

—Es una para usted y otra para mí, nuestro primero algo de pareja.

Su expresión de curiosidad me hace sonreír, abre la bolsa y saca la


primer taza, la que es para mí. Lee lo que plasmaron en ella y
sonríe.

—Deposite aquí la leche para el café —lee y se ríe sonoramente.

—Esa es mía —explico—, la otra es de usted.

Extrae la que queda dentro de la bolsa y vuelve a reír al mirarla.

«I ♥ porn»

—Esa es la de usted. ¿Le gusta?

Mira ambas tazas, después a mí de reojo y de nuevo a las tazas.

—Me encantan —admite, las pondré de nuevo en la bolsa, la deja


en la mesita y me toma de la cintura para levantarme y hacerme
enredar las piernas en su cadera y los brazos en su cuello—. Me
encantan como todo lo que tiene que ver con usted.

Sonrío, mis ojos se aguadan.

—Lo amo, señor. —Lo beso, apretándolo muy fuerte, tan fuerte
como late mi corazón.
—Gracias, Candy. Es el primer regalo de cumpleaños en muchos
años, que realmente me gusta.

—Entonces no va a ser tan severo conmigo, ¿cierto?

Ladea una sonrisa.

—Lo seré, mucho. Lo merece por hacerme sonreír como un


estúpido.
54. LA ASISTENTE PERFECTA (parte 1)
—Tengo que irme al departamento —digo por décima vez, mientras
intento deshacerme de las manos del Sr. Black que sujetan
posesivamente mi cintura.

—No necesita ir, aquí tiene la maleta con su ropa.

—Sí, pero tengo cosas que hacer, hablar con Chema y también
llamar a mis padres.

Resopla. Doy un besito a sus labios de jefecito amargado.

—Llamaré a Roney —rumia rodando los ojos.

Buen chico.

Saca su teléfono y manda un manda al chofer para que venga a


buscarme, en tanto yo preparo la maleta y mi bolsa, tengo que
llevarme toda la ropa para lavar. Lo único que dejo son los vestidos
que me compró en Los Ángeles, esos los mandaré a la tintorería
junto con sus trajes mañana.

—Me mandaron el contrato para la película, lo voy a revisar y


necesito que lo envíe a la autora con copia a la editorial. También
hay que programar una reunión virtual con ellos, para responder
dudas y hacer algún ajuste a las clausulas en caso que lo requiera
antes de firmarlo.

—Entendido, señor.

Lo lee en cuestión de minutos y después me lo reenvía. Está tanto


en inglés como en español, le doy una leída rápida y me siento a
escribir el correo antes que llegue Roney.

Querida Yoss:
Estoy saltando de emoción también, tú no te preocupes, que yo me
voy asegurar que todos los detalles importantes de la historia se
cumplan al pie de la letra. No puedo esperar para comenzar con
esto, tengo mucha fé en que tu historia será un éxito en esta
productora.

Te adjunto el contrato, por favor revísalo minuciosamente con tus


abogados, cualquier cosa que no te guste, me la haces saber. Aquí
las cosas se van hacer a tu gusto, de eso me encargo yo, te lo debo
por confiarnos tu historia.

En cuanto lo hayas leído y tengas tus observaciones, me avisas,


programaré una reunión virtual con mi jefe y el departamento legal,
te aconsejo que esté presente el representante de la editorial y tu
abogado para ajustar los detalles.

No dejes pasar nada por alto, tú exige, mi jefe tiene mucho dinero
para invertir en este proyecto. Es más, si quieres venir a las
grabaciones para que se hagan a tu gusto, ponlo como cláusula en
el contrato, pide todo lo que quieras, amaría conocerte en persona y
tener tu libro autografiado.

Pero no le digas a nadie que yo te dije que te pongas exigente jaja,


no creo que me despidan, pero seguro mi jefe tirano me reprende.

Te debo la foto de mi esposo pene, pero en cuanto pueda tomarla te


la envío, ya verás que te vas a enamorar de él, lástima que no
pueda ser el shaytan de los árabes, mi jefe no encaja en la
descripción de ellos.

Podría ser Nath, por lo pálido jaja. Ya lo conocerás en la reunión. Me


despido y quedo pendiente de tu respuesta.

Un beso enorme.

Candy Ruiz.
Asistente personal de Montgomery Black, Director General de Black
Productions.

—Llegó Roney —anuncia el Sr. Black, presiono el ícono de enviar y


me pongo de pie.

—Nos vemos mañana. —Rodeo su cintura con mis brazos y me


pongo de puntitas para darle un besito.

—Roney pasará por usted temprano, tiene que venir a preparar mi


ducha, Candy.

—A sus órdenes, señor.

Sonrío.

—Dormiría más si se queda aquí, pero insiste en irse —refunfuña.

—Debo ir a mi casa, deje de ser un jefe explotador, no puede


tenerme las veinticuatro horas del día.

Da un azote en mi trasero.

—Sí puedo.

—No, no puede.

—Por supuesto que sí.

—No, señor, no puede.

—El contrato dice que es mi asistente de tiempo completo —


argumenta.

—Le recuerdo que mi contrato terminó ayer.

—Mañana, en cuanto lleguemos a la oficina, firmará el nuevo —


advierte.
—Es un jefe tirano y explotador.

—Lo soy —admite alzando los hombros despreocupado.

Sonrío y le doy un último besito.

—Nos vemos mañana, señor.

Me deshago de sus manos que de nuevo se rehúsan a dejarme ir,


tomo mi maleta, la bolsa y salgo del pent-house. Roney me sonríe
en cuanto me ve aparecer en el estacionamiento, coloca mi maleta
en la cajuela y subimos al auto. De entrada no dice nada, pero la
sonrisa que baila en sus labios me pondré de los nervios.

—Ya dilo, Roney.

—¿Decir qué, Candy?

—Sé que quieres hacer un comentario acerca del Sr. Black y yo. —
Lo miro irónica.

—Hacen una linda pareja, me da mucho gusto verlos juntos.

—¿Tú no me vas a advertir acerca de él o de lo que me espera?

Niega.

—Eso ya lo sabes, lo que sí te voy a pedir es que tengas paciencia,


con él, entiende que hace mucho tiempo no tiene una relación,
además es bastante mayor que tú y algunas cosas las piensa
diferente a ti.

—Lo se, descuida, entiendo eso.

Conversamos acerca de lo que pasó en Los Ángeles, y él me dice


que ya sabía que el jefe se sentía atraído hacia mí, sus actitudes lo
delataban, al parecer todo el mundo que se dio cuenta, menos yo.
Me deja en mi departamento, quedando de pasar por mí a las seis y
media de la mañana. Me lamento porque tendré que despertarme a
las cinco y media, pero tengo un jefe explotador y no puedo hacer
nada al respecto.

—Estaba a punto de llamar a la policía —exclama Chema al verme


aparecer por la puerta—. ¿Dónde dormiste anoche, Candy?

Suspiro.

Tengo que contarle acerca del Sr. Black.

—Siéntate, tenemos que hablar.

Chema frunce el ceño, le hago una señal para que se siente a mi


lado en el viejo sofá de la diminuta sala de estar, resopla, pero
accede a tomar asiento.

—¿Qué me vas a decir?

—Dormí en casa del Sr. Black. —Respiro profundo—. Él y yo


tenemos una relación.

Parpadea, sacude levemente la cabeza, como si tratara de


acomodar sus ideas.

—¿Cómo una relación?

—Pues una relación… de pareja. Somos novios.

—¿Qué? —pregunta poniéndose de pie—. Candy, no puedes tener


una relación con tu jefe.

—¿Por qué?

—Pues, porque no, en primera… tú y yo… vivimos juntos… creí que


teníamos una especie de relación abierta.

¿Qué?
—Chema, te dije que yo no quería eso, eres mi amigo y te adoro,
pero no podemos tener una relación abierta, menos ahora, yo quiero
al Sr. Black —susurro, de todas las reacciones posibles que creí que
tendría, nunca se me pasó por la cabeza que dijera algo como esto.

—Pero… Candy… —Tira de su cabello con una mano,


alborotándolo en la coronilla—. Bien, entiendo que no quieres una
relación abierta, pero igual pienso que no está bien que te involucres
con tu jefe.

—¿Por qué?

—¡Porque los hombres de su estrato no se fijan en personas del


nuestro, Candy! No para tener relaciones serias, ese sujeto debe
verte como su amante de oficina o qué se yo. ¿De verdad crees que
teniendo una empresa millonaria se va a fijar en ti?

—Chema —musito dolida por sus palabras. Que los demás piensen
que soy poca cosa para mi jefe o que no tengo su clase me importa
muy poco, pero que lo diga mi mejor amigo, duele de sobremanera
—. ¿Tú crees que un hombre como él no puede fijarse en alguien
como yo? —sollozo.

—Candy —exclama, trata de abrazarme, pero retrocedo dos pasos


rehuyendo a su toque—. No lo dije por ti, tú eres un hermosa
persona en todos los sentidos. Lo digo por él, conozco a la gente de
su estatus, los atiendo en el restaurante, se creen dueños del
mundo, creen que por tener dinero pueden humillar a los demás,
que son seres superiores.

» Son prepotentes, arrogantes e inhumanos con personas como


nosotros. Pero más con personas como tú, dulces e inocentes, a la
que en un abrir y cerrar de ojos le pueden romper el corazón en mil
pedazos.

—El Sr. Black no es como dices —replico.


Es cierto que es un poco arrogante, insensible y algo idiota, pero no
es una mala persona.

—Candy, sólo quiero protegerte, ese sujeto te va hacer daño.

—No lo conoces, Chema —le discuto, me ofende todo lo que está


diciendo.

—¿Cuántos años tiene?

—Está por cumplir los cuarenta.

Rueda los ojos, coloca las manos en su cadera y niega.

—Te dobla la edad.

—Son dieciocho años, pronto cumpliré los veintidós.

—¡Dieciocho años, Candy! —eleva la voz—. ¿Cómo puedes pensar


si quiera que va en serio contigo?

Sollozo de nuevo.

—De todas las personas que conozco, en la que menos pensé que
diría esto, eres tú.

—Lo único que intento es que entres en razón, el jefe que se


enamora de su asistente solo pasa en las novelas que a tu mamá le
gustan, seamos realistas.

—Lamento que pienses así —murmuro en voz baja—. Lo mejor será


que busque un departamento para mudarme sola, no puedo vivir
con alguien que se dice ser mi amigo y me menosprecia de tal
forma.

—Candy, es no…

—No quiero discutir más contigo —lo corto, tomo la maleta y mi


bolsa, me dirijo a mi habitación y me encierro ahí, conteniendo las
lágrimas que se me quieren salir.

Jamás pensé que Chema podría decirme tales cosas tan


humillantes. Me recuesto en la cama y saco el móvil, busco el
contacto del Sr. Black y lo llamo, apenas hace media hora que me
fui de su casa y ya lo extraño.

Debí quedarme con él, como quería.

Su línea da tono de ocupado, suspiro y dejo el móvil a un lado,


esperando que en algún momento me devuelva la llamada. Pasan
varios minutos, decido enviarle un mensaje, quizá no notó mi
llamada entrante.

«No ha pasado ni una hora y ya lo extraño, debí quedarme con


usted.»

Ahora que lo pienso mejor, si debí hacerlo. Pude lavar mi ropa en su


lujoso centro de lavado, también su ropa interior.

Tonta Candy.

Mientras espero por su respuesta, inicio con la tarea de deshacer la


maleta, tengo que regresarla a Chema, pero no quiero verlo en este
momento. Separo mi ropa por colores y me dirijo a la lavadora,
ignorando a Chema que está sentado en el sofá. Tengo hambre,
pero para no estar con él, agarro un paquete de galletas y un jugo
de la nevera y me encierro en mi habitación de nuevo.

Aún no hay respuesta del Sr. Black. Vuelvo a marcarle y sigue


dando tono de ocupado. Frunce el ceño, no sé que puede estar
haciendo en domingo, dudo que haya llamado a su madre. Vuelvo a
abrir los mensajes y tecleo otro para que lo vea en cuanto se
desocupe.

«Estoy pensando seriamente en llamar a Roney para decirle que


venga por mí, esto de extrañarlo tanto no es bonito. Besitos para mí
esposito.»
Termino las galletas y mi juguito. Salgo a revisar si la lavadora ya
terminó el ciclo y echo otra tanda de ropa a lavar. La tiendo en el
minúsculo patio y me siento a seguir esperando con el teléfono a un
lado. Dos llamadas y dos mensajes después, por fin tengo una
respuesta.

«Le di el día libre a Roney porque no tengo planeado salir. Estoy


ocupado con un problema que necesita solución inmediata. Le dije
que se quedara conmigo, pero usted siempre hace lo que quiere.»

Tan tierno y comunicativo él. Pero no me sorprende, he visto


algunos de los correos que manda y así es, frío e impersonal.
Además, sé de sobra que no es romántico ni cariñoso, poco a
poquito iré enseñándole a ser más cálido y no un témpano de hielo.

«Podría tomar un taxi. ¿Está muy ocupado?»

Tampoco quiero distraerlo de su problema, debe ser serio porque le


está tomando mucho tiempo resolverlo. Continúo con la lavadora,
ordeno mi habitación e incluso hago algunas labores domésticas,
como sacudir y barrer el cochinero que tiene Chema de una semana
cuando él se va a trabajar. Al terminar ya está anocheciendo y aún
no recibo un respuesta a los siguientes dos mensajes que le envié.

Suspiro, supongo que lo veré hasta mañana.

«Sí, no es grave, pero debo resolverlo. Descanse, Candy. Mañana


tenemos mucho trabajo.»

En fin.

Me preparo un sándwich a la plancha para cenar y me boto en la


cama a ver alguna serie. Hace dos semanas que no tengo tiempo
de hacer esto y ahora que lo hago, me siento tan aburrida de no
tener encima a mi jefe o estar corriendo de un lado a otro,
atendiendo sus demandas. Tanto es mi aburrimiento que termino por
apagar la pantalla, me baño y me dispongo a dormir.
*****

Holaaa!!!

Este capítulo tiene segunda parte y será publicado en las próximas


seis horas, estén pendientes!!!

Esto se va a poner bueno.

Besitos.

Yoss.
55. LA ASISTENTE PERFECTA (parte 2)
Roney pasa por mí a la hora exacta. No he hablado con Chema
desde ayer, cuando él regresó del trabajo, yo ya estaba dormida.
Salgo en silencio para no despertarlo, me siento en verdad resentida
con él y no deseo cruzármelo por ahora.

—Buenos días —saludo alegremente.

—Buenos días, Candy. Debemos darnos prisa, el Sr. Black no


amaneció de buen humor hoy.

—Ayer tenía un problema, estaba muy ocupado y supongo


estresado, debe ser que no lo ha resuelto.

—No lo sabía, me dijo que no saldría y me dio el día libre después


de traerte.

—Pues vamos, no queremos ponerlo de peor humor.

Roney conduce de prisa hacia el pent-house del Sr. Black, me


intriga la clase de problema que haya podido tener que lo puso de
mal humor, pero ya me encargaré de relajarlo. Llegamos en tiempo
récord, desciendo del vehículo y subo en el ascensor. Todo está en
silencio al abrirse la puerta, voy directa a su habitación y lo
encuentro sentado en el borde de la cama, llevando un bóxer negro
y con gesto de pocos amigos.

—Buenos días, señor. —Me acerco a él y dejo un beso en su frente.

—Buenos días, Candy. Prepare la ducha, tenemos que llegar a la


oficina —responde serio.

Humm, sí que está de mal humor.

—Lo que ordene, señor.


Me voy al baño a prepararlo como cada día. Busco en el armario lo
que se pondrá hoy y lo coloco en el perchero para darle una pasada
con la plancha de vapor, a mi jefecito le gusta andar perfecto.

—Está lista la ducha, señor —indico. Se pone de pie dejando su


móvil sobre la cama y entra en el baño sin decir nada.

En verdad está de mal humor, pero yo no tengo la culpa, no debería


comportarse así conmigo. Ingreso en el baño también, decidida a
preguntarle qué lo tiene tan molesto y ver si puedo ayudarlo en algo,
o al menos intentar relajarlo.

Se me ocurre una muy buena manera de hacerlo.

—¿Sucede algo? Lo noto tenso.

—Problemas, Candy, problemas por todos lados —dice en voz baja,


notoriamente molesto.

—¿Puedo ayudarlo en algo?

—No, no puede ayudarme.

—¿Qué problema tiene?

Resopla. Se queda callado por varios minutos y cuando creo que no


me va a responder, por fin habla.

—Mi padre, está buscando la forma de joderme.

Tenía que ser ese viejo.

—Lo siento, señor, si puedo ayudarlo en algo, dígalo.

—No, no puede ayudarme —replica.

Decido ya no insistir y dejarlo pensar como solucionar sus


problemas. Preparo el café y lo sirvo en nuestras nuevas taza, el
cuál bebe mientras me ocupo de colocarle las lociones a su precioso
cuerpo. Salimos del pent-house bastante más temprano de lo
habitual, el Sr. Black tiene una reunión con sus abogados para
atender los asuntos que inmiscuyen a su papá.

Durante todo el trayecto va pendiente de su teléfono, contestando


mensajes y poniendo más cara de amargado que nunca. Acaricio su
mano para intentar distraerlo, si sigue así, le va a dar una embolia
del coraje, sin embargo, no me presta mayor atención, más que
para darme una media sonrisa forzada.

Baja del vehículo discutiendo con alguien por teléfono, lo sigo como
normalmente lo hago, detrás de él que camina tan rápido que casi
debo correr por la recepción para seguirle el paso, donde Kennedy
#1 nos observa con una sonrisa odiosa en el rostro.

Kennedy #2 intenta hablarle, pero no le presta mayor atención, por


lo que debe decirme a mí los mensajes para el Sr. Black que se
acumularon a lo largo de la semana, mientras estuvimos en Los
Ángeles, aquí trabajaron normal, con la orden del jefe de no
molestarlo a menos que fuera absolutamente necesario.

—Por cierto, Kennedy —agrego tomando la mensajería que llegó—,


ve preparando mi contrato.

—El Sr. Black no me ha dado esa orden —contesta de mala


manera.

—Pero te la estoy dando yo —digo seria—. Sigo aquí ¿o acaso no


me ves? El puesto de asistente es definitivamente mío.

Aprieta los labios y gira la cabeza dramáticamente hacia su


computadora, haciendo volar su cabello rubio.

—Ridícula —susurro y sigo avanzando hacia el largo pasillo de los


foros hasta la oficina de mi jefe.

El Sr. Black sigue discutiendo al teléfono, su rostro se observa algo


rojo y me preocupa que tenga demasiado estrés encima, puede
enfermar. Dejo la mensajería a un lado, me coloco detrás de él con
mis manos en sus hombros tensos y comienzo a masajearlos.

Después de un par de minutos termina la llamada, deja el teléfono


bruscamente sobre el escritorio y se recarga en el respaldo frotando
su rostro. Rodeo el sillón y doy un besito en el lóbulo de su oreja, no
me gusta verlo tan estresado, desde que empecé a trabajar con él,
nunca había estado con este nivel de enojo, ni siquiera cuando me
vio besar a Jayden.

Doy otro beso y otro, bajando por su cuello y volviendo a subir por el
borde de su mandíbula. Me mira fijamente por primera vez en la
mañana y sin esperármelo, toma mi rostro entre sus manos y me
besa. Es un tanto brusco, pero no me quejo, es intenso y voraz,
dejándome sin aliento en cuestión de segundos.

Sus manos en mi cadera me hacen sentarme en su regazo,


percibiendo la erección que comienza a formarse debajo de su
pantalón. Suelta los botones de mi camisa mientras baja
chupeteando mi cuello y pecho, hasta llegar al valle de mis senos, el
cuál lame haciéndome jadear.

—Dijo que en su oficina no hace más que trabajar, señor.

—Silencio, Candy —gruñe, baja el borde de mi sujetador exhibiendo


uno de mis pezones, que no tarda en meterse a la boca.

—Tiene una reunión —le recuerdo.

—Puedo tomarme unos minutos, soy el jefe —argumenta.

Su mano se desliza por mi muslo hacia el interior de mi falda,


separo las piernas tanto como puedo, dándole acceso a mi
entrepierna.

—Quítese las bragas, Candy —ordena—, y suba su falda, quiero


verle el coño.
Trago.

Su mirada feroz no me permite poner objeciones. Me levanto de su


regazo y subo mi falta hasta mi cadera, mostrándole mis bragas. Me
arde el rostro mientras mis dedos tiran del elástico hacia abajo,
bajándolas por mis piernas. Termina de abrir los botones de mi
camisa, y baja por completo mi sostén, dejando mis senos al aire.

Regreso a sus piernas, sentándome con la espalda recargada en su


pecho por su indicación. Sus manos no pierden tiempo en dirigirse a
dónde quieren, una estrujando mis senos y la otra se pierde entre
mis piernas. Besa mi cuello y da algunas mordiditas, me remuevo
ansiosa por lo que hacen sus dedos en mi intimidad, provocándome
espasmos en mi vagina.

—Señor —jadeo, necesito algo más que caricias suaves, necesito


que se saque la erección y montarme sobre él

—Shhh, silencio Candy —susurra amenazante, pellizca uno de mis


pezones, sacándome un gemido estridente—. Mi oficina no está
insonorizada.

—Necesito que me folle, por favor —suplico.

—¿Aquí? ¿Follarla en mi oficina? —musita en mi oído, sonando


exactamente igual a mí en el avión.

Se está vengando.

—Ya me reprendió ayer por lo del avión —lloriqueo—, no se vale


que haga esto.

—¿Hacer qué, Candy? ¿Esto? —Sus dedos entran en mi vagina de


una forma lenta y tortuosa.

—Señor, por favor, ya entendí, no vuelvo a hacerlo. —Mi cadera se


mueve por sí sola, buscando más fricción con su mano.
—Se siente muy caliente y húmedo. —Saca los dedos y vuelve a
introducirlos con deliberada lentitud, los saca de nuevo y acaricia mi
clítoris mientras su otra mano retuerce mi pezón entre sus dedos

—Por favor —lloriqueo, mis niveles de ansiedad se están


desbordando, necesito llegar al orgasmo ya.

—No voy a follarla en mi oficina, Candy, deje de pensar cosas


sucias.

Extrae sus dedos de mi interior, su mano libera mi pecho y me hace


ponerme de pie nuevamente, reacomodando mi sostén en su lugar.
Quiero gritar y golpearlo, no puede dejarme así de excitada y
húmeda.

—Es tan cruel —me quejo.

—Soy un tirano —se burla.

—Sí lo es —confirmo.

—Debo ir a la junta, recuérdele a Kennedy darle el contrato para


firmarlo.

Se dirige al baño y yo me quedo ahí parada, aún sin poder creer lo


que hizo. Busco mis bragas por todos lados para volver a
ponermelas, pero no las encuentro.

—¿Señor, tiene mis bragas?

—No sé de qué me habla, Candy —responde desde el baño en un


tono evidentemente irónico.

Maldito.

No solo me dejó sin orgasmo, también me robó las bragas. Salgo de


la oficina antes de decirle que es un idiota, no quiero discutir con él y
volver a molestarlo, al menos creo que se relajó un poco. Entro en la
de Kennedy, que me dedica una mirada burlona al detenerme frente
a su escritorio.

—Mi contrato.

Sonríe como la arpía que es. La Kennedy #1 hace acto de presencia


y apoya el trasero en el borde del escritorio, ambas me observan
con la misma expresión.

—Aquí tienes. —Coloca el contrato sobre la superficie y lo desliza


hacia mí.

—Debemos reconocer tus méritos para quedarte con el puesto —


comenta la Kennedy #1—, haz trabajado arduamente.

—Sí, muy arduamente —agrega Kennedy #2 y se ríe.

—Solo hice mi trabajo.

—Claro, claro. Tu trabajo de ser la nueva amante del jefe.

Mi corazón da un vuelco.

Respiro varias veces antes de poder abrir la boca de nuevo.

—No soy amante del Sr. Black —declaro con firmeza, aunque siento
mi voz titubear un poco—, nosotros tenemos una relación.

Ambas se ríen como las hienas que son.

—¿No eres su amante? —cuestiona Kennedy #1 entre risas.

—La verdad es que no lo es —interviene Kennedy #2—, el Sr. Black


respeta a sus amantes, ella es solo una zorra que se está follando.

¿Una zorra?

Aprieto el bolígrafo en el puño, controlando mis ganas de querer


sacarle los ojos a Kennedy con él.
—No soy ninguna zorra, no vuelvas a decirme de esa manera —
siseo—, o tendremos problemas y no creo que quieras perder tu
empleo —amenazo.

—¿No eres una zorra? ¿No eres una caza fortunas que solo busca
el dinero del Sr. Black?

—No —respondo con los dientes apretados.

—Pues para él eso eres —responde Kennedy #1—. Solo una puta.

Levanto la mano con toda la intención de darle una bofetada, pero la


mano de Kennedy #2 me detiene.

—Si no eres una puta, ¿cómo explicas esto?

Gira hacia mí la pantalla de su computadora, donde se puede ver la


página web de la productora. Está abierta en un vídeo que titula La
asistente perfecta. En la descripción coloca una leyenda que dice:
Mi asistente puta me la chupa fuera de la habitación de hotel.

Kennedy le da reproducir, miro absorta con la respiración


desacompasada lo que hay en la grabación. En ella estamos el Sr.
Black y yo, en el pasillo del hotel, conmigo hincada frente a él
haciéndole una felación. No es una grabación profesional, pero sí es
buena, se nota perfectamente que somos él y yo.

Mi visión se hace borrosa por las lágrimas que se me acumulan en


los ojos y eso empeora cuando en la grabación, aparece una
ventana que divide la pantalla en dos, en la cual se puede ver al Sr.
Black, siendo bastante joven, haciendo exactamente lo mismo con
Maya, la reconozco.

—Joder, Candy, me encanta como me la chupa —dice en la


grabación e inmediatamente dice lo mismo en la otra, pero con el
nombre de ella

No.
Cubro mi boca con ambas manos, tratando de no dejar salir ningún
sollozo mientras observo el vídeo, sin poder hacer nada para
detenerlo.

—Quiero correrme en sus tetas, Candy —se escucha en la


grabación y unos segundos después en la de Maya y él.

«Es su modo de operar con sus amantes…»

«…te puedo decir lo que le dice a todas…»

«Ese Monty no cambia…»

—No —sollozo sin poder contenerlo.

—¿Sabes que es lo peor? Qué estás en la sección gratuita de la


web, ni siquiera hay que pagar para verte en acción con el jefe —se
mofa Kennedy #2.

No le hago caso, mis ojos no pueden despegarse de la pantalla, en


como besa a Maya después de haberse corrido.

—¿Quién iba a querer pagar por ver a Candy? —responde Kennedy


#1 y se ríe estridente.

—En fin, querida, debemos aplaudir que supiste como ganarte el


trabajo, eso sí, lograste lo que otras no. Firma.

Las miro a una y a la otra, sonriendo aún por ser unas asquerosas
arpías que disfrutan con mi humillación.

—Firma, que no tengo todo el día, yo sí tengo que trabajar —


ordena.

—La verdad es que yo renunciaría solo por la vergüenza —replica


Kennedy #1.

—Hasta crees que va a renunciar, con tanto esfuerzo que hizo para
conseguir el empleo. ¿O sí vas a renunciar Candy?
Trago. Limpio mis mejillas y las miro a las dos.

—Eso es algo que no te importa.

Tomo el contrato y regreso por el pasillo hacia la oficina del Sr.


Black. Me debe muchas explicaciones. Tiene que darme
explicaciones.

Necesito que me de explicaciones.

Necesito que me diga por qué hizo esto.

La puerta está abierta como la dejé, a unos cuántos pasos me


detengo al escuchar su voz, hablando con alguien por teléfono, ya
que solo se escucha él.

—¿Ya lo vio? —pregunta, me recargo en la pared y me acerco lo


más que puedo a la puerta sin exponerme a que me vea—. ¿Cómo
reaccionó?

¿Está hablando de mí?

Hay unos segundos de silencio, en los que debe estar escuchando


lo que dice la persona con la que habla y se ríe levemente.

—Espero que con esto le quede claro cuál es su lugar, me tiene


hastiado. Ayer no dejó de joderme por teléfono en todo el maldito
día, no puedo quitármela de encima.

Tapo mi boca con una mano para ahogar mi sollozo, el continúa


hablando pero ya no soy capaz de escucharlo.

Es un maldito.

Es un miserable.

Es el peor canalla del mundo.


Quisiera entrar ahí y gritarle mil cosas, decirle todo lo que se
merece, pero no le voy a dar el gusto de verme destruida como
estoy, sin poder respirar siquiera, porque esto que hizo acaba de
apuñalarme el corazón, dejándolo desangrarse de dolor.

Regreso a la oficina de Kennedy aún sosteniendo el contrato en mi


mano, arrugándolo por la fuerza con la que lo aprieto. Lo dejo sobre
el escritorio y limpio mis mejillas por última vez.

—Se me había olvidado esto —dice Kennedy #2, abre el cajón de


su escritorio y saca un papel—. Cómo no proporcionaste una cuenta
bancaria para pagarte, se te hizo un cheque, debes firmar aquí de
recibido.

Me extiende el cheque que muestra la suma de siete mil dólares por


las dos semanas que trabajé para Montgomery Black. Lo tomo y lo
miro, viendo el precio que tiene para él mi dignidad y el amor que le
ofrecí.

Siete mil malditos dólares.

Otra lágrima se me escapa cuando tomo los bordes del papel y lo


rompo por la mitad dejándolo caer sobre el escritorio de Kennedy,
ante su mirada estupefacta.

—No quiero nada, ni el empleo, ni el dinero. Pon un anuncio en el


periódico Kennedy, pero deberías incluir entre los requisitos, ser una
arpía hueca, ambiciosa y descerebrada, esas son las que le gustan
al Sr. Black.

Me doy la vuelta y avanzo a la puerta.

—Pero no te hagas ilusiones, aunque tú cumples con los requisitos,


jamás vas a conseguir ser su asistente, porque eres una perra
amargada, arrogante e inhumana y de eso ya tiene suficiente
Montgomery Black consigo mismo.
Salgo de su oficina sin poner atención a lo que me responde,
atravieso la recepción ante la mirada burlona de Kennedy #1 y salgo
a la calle. Cómo es común en Nueva York, el día es nublado y
comienza a llover, empapando mientras camino.

Le agradezco al cielo su empatía con mi estado de ánimo, al menos


las gotas de lluvia disimulan mis lágrimas, pero no logran aliviar el
dolor que siento clavado en el corazón. Ni siquiera puedo tomar un
taxi hacia el departamento, dejé mi bolso dentro de la oficina, pero
de ninguna manera pienso regresar jamás a ese lugar, ni volver a
ver a Montgomery Black nunca en mi vida.

**********

Holissss!!!

Nos vemos en el epílogo, mañana.


EPÍLOGO
—Sigues tirada en el sofá comiendo helado —murmura Chema
apenas ha atravesado la puerta, cierra y se detiene a mi lado,
mirándome de forma reprobatoria y sostiene una gran bolsa del
market en una mano.

—¿Trajiste más helado? —pregunto, mi barbilla tiembla porque es el


último bote que quedaba en la nevera, en los últimos cinco días he
subsistido a base de helado y sopa instantánea.

—Candy, debes levantarte y superarlo, no puedes quedarte en casa


comiendo helado por el resto de tu vida, hasta creo que has subido
de peso.

Frunzo el ceño.

—No se puede subir de peso en cinco días comiendo helado.

Creo.

—Pero seguro lo harás si sigues negándote a levantarte y viendo


novelas que te hacen llorar más.

Mi barbilla vuelve a temblar.

—No es una novela, es una serie turca.

Chema rueda los ojos.

—¿Trajiste más helado? —repito, señalo el último bote que ya está


vacío sobre la mesita.

Chema suspira.

—Sí, te traje más helado.


Me entrega la bolsa y urgo en ella inmediatamente, sacando lo
primero que encuentro. Un sándwich de helado de oreo. Lo abro
inmediatamente y le doy una mordida mientras le doy play
nuevamente a la pantalla que reanuda la reproducción de la serie
turca que estoy viendo.

Se me salen las lágrimas viendo a la protagonista llorar por su


amado, un imbécil igual de insensible a cierto imbécil que yo
conozco, pero que no pienso nombrar.

—¡Candy, basta! —bufa Chema y apaga la pantalla—. No voy a


permitir que sigas en depresión.

—No estoy deprimida —replico.

Tengo el corazón roto.

—Levántate, vamos a ir a depositarle el dinero a tu mamá, logré


juntar doscientos dólares que podemos mandarles sin que afecte a
nuestra despensa.

El dinero de las medicinas.

—Chema —murmuro y mis ojos se vuelven a encharcar en lágrimas


—, es tu dinero, no puedo aceptarlo.

—Tu papá necesita esas medicinas y ya que te pusiste de digna a


romper el cheque que te ganaste trabajando, debemos buscar la
forma de enviarles ese dinero.

¿Qué me puse de digna?

—¿Cómo querías que aceptara el dinero con el que estaban


pagando por la humillación que me hicieron? —objeto—, me
humillaría a mí misma aceptarlo, porque estaría aceptando también
que era la puta de mi jefe.

Resopla.
—No voy a discutir de nuevo el tema contigo, ya me has dicho
muchas veces tus motivos, pero debemos encontrar la solución.
Creo que te haría bien estar con tu familia en estos momentos, pero
te niegas a ir a México.

¿Ir a México?

No.

—¿Cómo voy a ir a mi casa ahora? ¿Qué le voy a decir a mi mamá


si se supone que estoy trabajando? ¿Cómo le digo que no tengo el
dinero que le prometí? ¿Cómo le explicó lo que pasó, Chema? —Me
limpio las mejillas con las manos, sintiendo como me ensucio la cara
con los restos de helado en mis dedos.

—Si no quieres tener que darles explicaciones, entonces levántate y


vamos a hacerles el giro o de lo contrario tu mamá va a comenzar a
preguntar.

Pestañeo deshaciéndome de las lágrimas, Chema tiene razón, mi


mamá no debe tardar en llamar para preguntar por el dinero, le
prometí que en cuanto cobrara se lo mandaría.

—Gracias —susurro.

Me obsequia una sonrisa triste.

—Sabes que te quiero mucho, Candy. —Se inclina y deja un beso


en mi frente—. Vamos, termina ese sándwich de oreo y date un
baño.

—Chema… ¿Sabes si alguien…? —Dejo la pregunta sin terminar al


ver su expresión.

Algo en mi estúpido corazón me hace mantener la esperanza que


alguien va a buscarme, Roney, o Vlady, incluso Jayden, porque
dudo que el imbécil lo haga, si no lo hizo el lunes para darme una
explicación o mínimo para traerme mi bolsa, dudo que lo vaya hacer
algún día.

No le importó que me fuera.

¿Para eso me pedía que me quedara con él?

—No, Candy, el portero no me ha dicho que alguien haya venido a


buscarte, lo siento.

No respondo, simplemente bajo los hombros sin ánimo y doy otra


mordida a mi sándwich de helado que ya se está derritiendo.

✤✤✤

—Hablé con el encargado del restaurante, hay una plaza disponible


de mesera, en el mismo turno que el mío, es pesado porque salimos
bastante tarde, pero es el mejor si pensamos en las propinas.

Me muerdo un labio. Tengo dos semanas sin empleo y pronto


deberé mandarle dinero a mamá otra vez, pero pensar en salir del
departamento me aterra, tengo miedo que la gente en la calle me
reconozca por ese vídeo.

—Necesitas empezar a trabajar otra vez, Candy, yo te ayudo con el


dinero para tus padres, pero debes hacer algo por ti, trabajar te
mantendrá la mente ocupada —insiste.

—Bien —accedo desganada, no puedo seguir aprovechándome de


él, ya paga los gastos del departamento y mi helado, no puedo
ponerle encima el cargo de darme dinero para mis padres

—Eso es. —Sonríe y alborota mi cabello, que de por sí ya está


despeinado—. Todo va a salir bien. —Me jala hacia él y da un beso
en mi sien.

Sonrío levemente, yo siento que nunca nada estará bien en mi vida


de nuevo.
—¿Has pensado mejor lo de la demanda? Aún puedes proceder,
tengo las pruebas en mi teléfono aunque hayan bajado el vídeo,
guardé capturas y una grabación de pantalla.

La demanda

Cada vez que tiene oportunidad Chema toca el tema. Insiste que
debo demandar a la productora por subir un vídeo sin mi
consentimiento. Sin embargo, me niego a hacerlo, eso implicaría
tener que enfrentarme a él y no quiero verlo.

—No lo voy hacer, Chema —musito cabizbaja, pensar en el imbécil


siempre me baja el ánimo hasta el subsuelo.

—Candy —replica con cierto tono exasperado—, estás en tu


derecho, te hicieron un daño moral y puedes exigir una
compensación por ello.

Una compensación.

—Quedaría como una de esas mujeres que él frecuenta. Daría la


imagen de caza fortunas que me hicieron tener si exijo dinero en
una demanda. Ya quitaron el video, eso es lo único que me importa.

—Sí, pero estuvo casi doce horas en la web, muchas personas lo


vieron. No pienses en la imagen que les vas a dar, esa ya la
dañaron ellos, piensa en ti y en qué ese sujeto debe pagar por lo
que hizo.

Niego mirando mis manos.

No puedo.

No quiero verlo.

Aunque posiblemente solo mande a su departamento legal a pelear


conmigo y creo que eso sería peor para mí, porque me demostraría
otra vez que no valgo nada para él, ni siquiera para enfrentarme en
una demanda.
—No, Chema, no insistas por favor.

Resopla.

—Como quieras. —Se levanta del sofá y camina hacia su habitación


—. Duérmete temprano, mañana te presentas en el restaurante —
indica.

—¿Sabes si alguien…?

—No —me corta—. Nadie vino a buscarte.

Asiento tragándome el nudo que tengo en la garganta y vuelvo a


poner play a mi serie turca, la cual ya he visto tres veces, pero amo
llorar con la protagonista, es liberador.

✤✤✤

Monty.

—¿Sr. Black? ¿Escuchó lo que le dije? —parpadeo mirando a


Daniel, el encargado del departamento legal de la empresa.

—Estaba un poco distraído.

—Le decía que el chico no tiene como pagar por la demanda que se
impuso en su contra. ¿Procedemos? Le darán algunos años de
prisión, pero si tiene buen comportamiento podría salir pronto.

Tallo mi sien con ambas manos, tengo un dolor de cabeza terrible.


Presiono la tecla del intercomunicador y me inclino para hablar.

—Kennedy, consigue un analgésico —ordeno.

—Por sup…

Corto su respuesta levantando el dedo del intercomunicador. Diez


segundos después aparece en la puerta llevando una botella de
agua y dos pastillas en la mano, las cuales me tiende y tomo
intentando no tocar su mano con la punta de mis dedos.

No la he despedido porque no quiero enfrentar una demanda más


en este momento, con las que impuse a mi padre y Emet por lo del
video de del hotel son suficientes por el momento. Si despido a
Kennedy por lo que hizo a Candy, tendría una demanda por despido
injustificado.

Además no tengo tiempo para buscar otra secretaria que se


encargue de conseguirme otra asistente, porque la última postulante
renunció ayer.

—Retírate —indico a Kennedy que sale a toda velocidad, sabe que


si la tengo aquí aún, es porque solo estoy esperando que termine su
contrato dentro de unos meses y no pienso renovarlo, ya se lo
advertí.

Daniel me mira.

—No puedo retirar la demanda, lamento mucho que Emet tenga que
ir a la cárcel por cumplir las órdenes de mi padre, pero él tiene que
hacerse responsable de sus acciones.

—Entiendo, señor. ¿Y con su padre va a proceder?

Asiento cerrando de golpe la carpeta sobre mi escritorio.

—Ofrécele un trato por su parte de la productora, que me venda su


porcentaje y retiro la demanda, si se niega, seguimos adelante.

—Dudo que acepté, señor, la cifra es ínfima.

—Lo sé, pero para poder pagarme por el daño que causó, deberá
venderlas porque no tiene de donde más sacar dinero, dudo que
vaya a deshacerse de sus casas, María no lo va a permitir. Hazle
ver qué le conviene el trato que le ofrezco.

—Se hará como usted diga, Sr. Black.


Me levanto inmediatamente.

—Mantenme informado, Daniel.

Lo acompaño a la salida de mi oficina, también me retiro por hoy de


la empresa, tengo otros asuntos que atender. Camino hacia la
oficina de Kennedy y la atravieso sin detenerme.

—Pide mi auto —ordeno.

Continúo mi trayecto hasta estar en el lobby, Cheryl me sonríe


nerviosa, es otra que está sentenciada y tanto ella, como Kennedy,
han buscado ganarse mi gracia a base de zalamerías.

—Ciento veinticuatro y doscientos uno —digo sin detenerme a


mirarla.

—Señor…

Salgo al exterior sin escuchar lo que tiene para decir, seguro va a


suplicar como lo hace todas las noches, cuando le recuerdo cuántos
días le quedan a su contrato y al de Kennedy para terminarse.
Roney espera con la puerta abierta y subo de inmediato a mi auto.

—¿A su pent-house, señor?

Niego, él sabe a dónde debe llevarme, lo ha hecho cada noche


desde hace quince días. Soho no está lejos de la Quinta Avenida,
por lo que llegamos en poco tiempo y detiene el auto frente al
edificio de aspecto antiguo, uno que no está sobre la zona
comercial, sino escondido en un callejón.

El hombre que funge como portero me mira como cada tarde, como
si y estuviera cansado de verme aquí de nuevo, pero lo que piense
me tiene sin cuidado.

—¿Candy Ruiz? —Trato de pronunciar su apellido como ella me lo


indicó, a pesar que sigo pensando que suena extraño y agresivo
pronunciar demasiado la R.
—No está —responde igual que ayer y el día anterior y el anterior, y
todos los días que he venido.

—¿Puedo dejarle un mensaje?

No había querido hacerlo, tengo que hablar con ella personalmente,


pero eso de no encontrarla nunca me está estresando.

—Sinceramente hace días que no veo a la señorita Candy, quizá ya


no vive aquí.

Entorno los ojos.

—Si no la ha visto, ¿Cómo sabe que no está?

—Porque no la he visto entrar ni salir hace días, ni a ella ni a su


novio.

Su novio.

Un pequeño espasmo levanta mi párpado al escucharlo decir, su


novio.

—Dejaré el mensaje por si la ve, a ella o a Chema —recito el


nombre de él con los dientes apretados, ese tipo no es su novio, de
ninguna manera voy a repetir esa palabra.

—Como guste, señor.

Me da un papel que resulta ser la nota grasienta de un restaurante


de comida china, procuro no tocarlo demasiado, saco mi bolígrafo y
anoto un mensaje para ella.

«Lo juró, Candy.»

—Si la ve, entréguele mi nota —ordeno.

Me doy la vuelta y regreso a mi auto, Roney me mira por el


retrovisor esperando mis indicaciones, pero no tengo ganas de
hacer nada, ni de ir a cenar, ni de estar en mi pent-house, solo.
Busco en el móvil el número de Alfred y pulso llamar.

—Monty —contesta al segundo tono.

—¿Has ido a buscarla hoy como te pedí?

—Sí, me dijeron que no está, igual que ayer y que todos los demás
días.

Maldita sea.

—Gracias, Alfred.

—Monty… —dice antes que cuelgue, obligándome a llevar el móvil


de nuevo a mi oído—. Sabes que pudo haber regresado México,
¿cierto?

Trago.

—Jayden piensa lo mismo, pero no lo creo.

—Debiste decirle lo que estaba sucediendo a tiempo, sabes cómo


es de impulsiva y dejaste que se enterara por otro medio.

—Estaba tratando de obtener información de la fuente —rumio.

—Pudiste decirle que estabas haciendo lo posible por averiguar


quién subió el video que no se preocupara, que ibas hacer que el
culpable pagará, pero preferiste callar y sé que lo hiciste porque no
querías arriesgarte a su reacción.

—¿Me estás diciendo cobarde? —siseo.

—Estoy diciendo que te equivocaste también, no solo ella.

—Y estoy tratando de explicárselo, pero esa mujer es imposible.


—Esa mujer te demostró que su dignidad y su amor no tiene precio,
la tenías Monty, lo único que tenías que hacer era darle el lugar que
te estaba pidiendo.

—Pasaron quince jodidos días, ¿Cuál era la maldita prisa? ¡Si no


hubiera dicho nada de nosotros a mi padre y a Maya, nada de esto
habría pasado!

—¡Es una joven de veintiún años! ¿Ya olvidaste lo que se siente


tener esa edad? Supongo que sí, fue hace tanto que no lo
recuerdas.

—Tienes treinta y tres, Alfred —le recuerdo, tampoco es que él sea


un jovencito—. Yo le dije que no quería apresurarme porque sabía
que algo así podría pasar, entre más tiempo lo mantuviéramos
privado, más podría conocer a las personas que me rodean y
comprendería mis motivos, pero no, ella es necia, es testaruda y
hace dramas por todo.

—Sí, lo es, pero también es dulce, tierna, divertida, todo lo que tú no


eres y por eso te enamoraste de ella.

¿Enamorarme de ella?

—No estoy enamorado de ella —aclaro.

—¿Entonces por qué tienes quince días buscándola?

—Porque debo aclararle lo que pasó, mi imagen está de por medio.

—Tu imagen. —Resopla—. Tu imagen no se va ver afectada por


reconocer que estás enamorado de una jovencita necia y testaruda.
Quizás si lo hubieras hecho antes que todo esto pasara, ella no se
habría marchado sin hablar contigo.

—¡Basta! —gruño—, no necesito clases de parte tuya. ¿Cuándo has


tenido una relación estable?
—No la he tenido, pero si me enamorara de una mujer como ella, no
necesitaría que alguien me dijera que debo admitirlo.

—Cuando te enamores, lo haces entonces.

Cuelgo la llamada y arrojo el teléfono al asiento. Froto mis sienes


porque el jodido dolor de cabeza no desaparece.

—Señor —murmura Roney—, no sé que tanto le dijo Vlady, pero por


sus respuestas lo intuyo. Está enamorado de Candy, aunque no lo
quiera admitir.

—No quiero hablar del tema —sentencio.

Me quedo ahí frotando mis sienes, intentando que el dolor remita. El


dolor de cabeza que representa esa mujer. No sé cuánto tiempo
transcurre, cuando decido que es hora de irnos, un joven camina
hacia el edificio, uno con aspecto latino, lo que me hace
enderezarse en el asiento. Bajo de prisa y lo alcanzo antes que
ingrese por la puerta.

—Buenas noches, ¿vives aquí?

Me mira de arriba abajo, receloso.

—Sí, ¿Qué se te ofrece?

—¿Conoces a Candy Ruiz?

Su ceño se cruce levemente.

—Sí. ¿Quién eres?

—Soy su jefe. Ex jefe —corrijo—. Montgomery Black. Necesito


hablar con ella, ¿sabes si aún vive aquí?

—No, regresó a México hace unos días.

Mi párpado vuelve a saltar involuntariamente.


Se fue.

—¿Tienes algún número en el que pueda comunicarme con ella?

—No, no sé dónde localizarla, lo siento, Sr. Black. —Se da la vuelta


y sube los escalones.

—¿Tú eres Chema? —cuestiono, algo en su actitud y en la forma en


la que me habla me recuerda a ella.

Me mira a mí, luego a Roney y por último al portero del edificio que
nos observa atento.

—No, Chema también se fue de este edificio.

Sigue caminando hasta perderse en las escaleras, regreso al auto y


presiono mis sienes por el maldito dolor.

—¿Nos vamos, señor?

Asiento.

—Regresó a México —repite Roney, provocando que mi párpado


salte incontrolable.

—Al menos ahora puedo dejar de buscarla para tratar de aclararle


las cosas.

El resto del trayecto ninguno de los dos habla. Reviso los puntos del
contrato para la grabación de la película, mañana hay una reunión
con la autora, en la que se supone, Candy debía estar presente y
ahora deberé tratar a otra mexicana, que por lo que leí en sus
correos y pude comprender, es igual de extraña que mi ex asistente.

Preparo la cafetera y tomo la taza que ella me regaló, la observo


durante unos segundos y decido colocarla al fondo del cubículo para
no usarla más y saco otra, sin embargo, vuelvo a dejarla y tomo de
nuevo la taza blanca del fondo para servirme el café, recordando la
última vez que ella estuvo aquí, cuando aún creía que su juramento
era verdadero, que no se iría sin antes hablar conmigo.

Ya no tiene caso que la piense.

Ella decidió irse. Hizo lo que juró que no haría. La busqué e intenté
explicarle la situación. Vlady, Roney y Jayden intentaron hablar con
ella también, hice lo que estaba a mi alcance, no voy a gastarme
más la vida buscándola, Montgomery Black no suplica, nunca lo ha
hecho y nunca lo hará.
NOTA DE AUTORA
Holaaa!!!

Gracias por llegar hasta aquí y por acompañarme en esta loca


aventura que inició de la forma más bizarra posible.

Con un video porno.

Sí, lo admito, así salió la inspiración para La asistente perfecta, ya


muchas lo saben.

Pero más que eso, fue pensada para participar en un concurso.


Terminé por renunciar al concurso, pero me quedé con lo mejor, esta
historia que se sale por completo de lo que estoy acostumbrada a
escribir y con tantas nuevas lectoras que llegaron por las
recomendaciones.

Gracias por eso, por los comentarios, por los votos, por enamorarse
de una loca mexicana y un arrogante gringo promiscuo.

Cómo ya lo han visto en mis redes sociales, ¡hay segunda parte de


esta historia!

El jefe imperfecto inicia el 20 de abril!!! Exclusivamente por


Booknet.
Las espero para iniciar con una nueva aventura llena de más
enredos, risas, celos, drama y tanta tensión sexual que todas
terminaremos en el manicomio y lo mejor de todo, narrada por
completo por nuestro Sr. Promiscuo.
Las quiero mucho, gracias por tanto apoyo.

Besitos.

Yoss.
EXTRA. MASON GREEN
Si fuera una persona normal, con pensamientos normales y un
coeficiente intelectual aceptable, no estaría en este momento frente
a la pantalla de la computadora de Chema revisando su historial de
navegación. Él sabe el pseudónimo del imbécil como actor porno y
se niega a decírmelo.

Como no soy normal aquí estoy, buscando en el historial, el día que


entró a la web de Black Adult Play House a ver el video del que le
hablé. Además dio un vistazo al perfil porno de ese hombre, del cual
nunca volveré a decir su nombre. Pero el que no vaya a nombrarlo,
no significa que no quiera verlo en pantalla.

Y ver a mi esposo.

Lo extraño demasiado.

A mi esposo, no al imbécil.

Después de un largo rato por fin doy con el historial de hace ocho
semanas. Clickeo en el último enlace que hay hacia la web y accedo
a uno de los vídeos gratuitos de que protagoniza él. Miro el nombre
que pone del actor y mis tripas se aprietan.

Mason Green.

Lo odio.

—¡Lo odio! —grito golpeando la mesa.

¿Mason Green?

¿Es malditamente en serio?

¿Por qué tiene el mismo «apellido» que la estúpida esa?


¿Por qué sus pseudónimos son similares?

Lo odio, lo odio, lo odio.

—¡Ojalá se te caiga el pito, maldito promiscuo! —grito de nuevo.

Cierro la laptop de golpe, rumiando mi cabreo por lo que acabo de


descubrir. Quiero gritar y golpear a alguien, afortunadamente Chema
no está porque si no, el pobre pagaría las consecuencias de mi
enojo con el imbécil.

Jodido Pito social.

No, ya no se merece ese apodo. Ahora es Imbécil pito usado. Ese le


queda mejor.

Está más usado que un zapato con hoyos en la suela.

Está más usado que un baño público.

Está más usado que un condón tirado a la basura.

Sin saber por qué, vuelvo abrir la laptop y clickeo en el perfil de


Mason Green. Me muestra de inmediato cientos de videos que no
superan los cinco minutos, que supongo, son escenas extraídas de
las películas con la finalidad de dejar picado a quien lo mira y que
pague por ver completo el show que es ver a Pito usado en acción.

Hay mucho que ver y me gustaría darle play a todo, pero busco
específicamente algo en particular. Los videos donde aparece con
ella. Me voy hasta debajo de la página, deben ser antiguos porque
hace años que terminaron, supuestamente, porque siguen
follándose a las espaldas de su padre.

Los tres son la misma porquería.

Sin embargo, no encuentro ningún vídeo donde se incluya la


etiqueta del usuario de Maya Green. Doy reproducir a algunos al
azar a fin de encontrar si en alguno aparece, pero no. Paso horas
mirando y mirando videos, viendo como mete a mi esposo en otros
sitios que me hacen querer arrancarme el pelo de la furia y el estrés.

Seguro en este momento lo está haciendo.

Seguro anda de promiscuo cómo es su costumbre.

—¡Ay como te odio! —bufo, no sé en qué jodido momento sentí algo


más por ese pendejo, no se lo merece, es más imbécil que mi ex
novio y eso es mucho decir.

—¿A quién odias? —pregunta Chema entrando por la puerta del


departamento, inmediatamente cierro la laptop para esconder la
evidencia de lo que he estado haciendo, pero no logro ser lo
suficientemente rápida para evitar que el note lo que estaba viendo.

—Regresaste rápido —murmuro tapando la laptop con mis brazos


para que no se le ocurra tomarla.

—¿Qué estabas viendo? —Deja las bolsas de la compra sobre la


encimera de la cocina y viene a mí.

—Nada —respondo apresurada.

—Déjame ver. —Intenta quitarme la laptop y la jalo para que no lo


haga.

—No, Chema, son cosas privadas —gruño.

—No puede ser privado si está en mi computadora. —Tira de la


laptop y por fin me la quita.

Corre con ella hacia su habitación y yo corro detrás de él para


arrebatársela de nuevo, sin embargo, me cierra la puerta en la cara
y se recarga para impedir que abra.

—¡Chema! ¡Dame eso, no seas entrometido!

De pronto abre la puerta y me mira con expresión acusatoria.


—Estabas viendo al tipo ese. ¿Es en serio, Candy?

Me ruborizo.

—No lo estaba viendo por querer ver porno —susurro, no quiero que
piense cosas que no son, como que me estaba masturbando viendo
los videos de Pito usado.

—¿Entonces por qué? —cuestiona.

—Yo… yo… eh… —balbuceo sin saber que decir.

—Mejor no respondas, Candy —gruñe—. Porque si no lo veías por


ver porno es aún peor, preferiría que lo hicieras en un momento de
calentura y no porque sigues extrañando a ese cretino.

Bajo la vista al piso.

—Lo hacías por eso, ¿Cierto?

Asiento casi de manera imperceptible.

—¡Candy! —resopla—. ¿Cuándo vas a olvidarte de él? Hace casi


dos meses que no lo ves y es muy claro que a él no le importó que
te fueras, nunca te buscó, ni siquiera para pedirte una disculpa por
ser un cabrón contigo.

—Lo sé —digo en un hilito de voz.

Aprieto los labios para no sollozar. Aunque yo tampoco quiero verlo


nunca más, no puedo evitar que duela que él ni siquiera fue capaz
de pedirme perdón por lo que hizo. También parpadeo porque mis
ojos se empiezan a nublar.

—No vuelvas a usar mi computadora para buscar videos de ese


idiota —sentencia.

—No lo haré —aseguro—. Solo quiero ver una cosa más.


Chema resopla.

—¿Qué quieres ver?

—El perfil de Maya Green, quiero ver los vídeos que tiene con él,
porque en el suyo no están.

—¿Para qué quieres ver eso? ¡Candy deja de atormentarte, no es


sano!

—Solo quiero corroborar algo y te juro que jamás volveré a entrar a


esa página. —Junto mis manos en señal de plegaria, Chema rueda
los ojos, pero al final se dirige a la mesa, se sienta, abre la laptop y
me indica que me siente a su lado.

Busca dentro de la web el perfil de Maya sin encontrarlo. Buscamos


posibles combinaciones, quizá no lo escribe como creemos.
Intentamos con varias formas de escribir Maya. Maia. Malla. Incluso
con varias a y nada da resultado. Ni siquiera en el buscador como
palabra clave.

—No está —comenta Chema después de un rato, ambos estamos


fastidiados de buscar sin encontrar nada—. No hay un perfil de esa
mujer.

—Debe haberlo, ella es un estrella en Black Productions.

—Pues ya no lo es. Voy a hacer algo de comer antes de irnos al


restaurante. Báñate, Candy. —Cierra por última vez la laptop y se va
a la cocina.

Me quedo unos minutos sentada en el sofá pensando en por qué ya


no existe el perfil de Maya Green en la página de la productora.
Tenía entendido que sus películas, junto con las del imbécil, eran las
más solicitadas, a pesar de no ser nuevas. Eran de las que más
ingresos representaba, porque después de ver sus vídeos gratuitos,
muchos de los usuarios pagaban la suscripción para tener acceso a
las películas completas.
Quizás Pito usado ya no quiso que siguieran viendo a su amada
follar.

Sí, debe ser eso. Trago grueso el nudo que se me atora en la


garganta. Él sigue enamorado de ella a pesar de lo que la arpía le
hizo y ahora hasta borró su historial de actriz porno para que ella
pueda ser una dama de sociedad. Me pongo de pie y me dirijo al
baño, debo alistarme para ir a trabajar, mamá espera el próximo giro
para las medicinas.

No puedo llegar tarde, estoy sentenciada por los accidentes que he


tenido en el restaurante. Sin querer dejé caer una charola con
platillos cuando creí haber visto a Jayden en una de las mesas, no
era él, pero los nervios de la primera impresión me hicieron una
mala jugada.

En otra ocasión choqué con uno de los comensales al tratar de


regresar rápido a la cocina, cuando confundí a uno de los clientes
con el imbécil. Tampoco era él, pero ahora no dejo de pensar que en
cualquier momento sí será uno de ellos, o alguien conocido, el que
entre por la puerta del restaurante.

O que alguien me reconozca por el vídeo. Mi mayor temor es que


algún compañero o uno de los clientes me reconozca y diga algo
sobre ello. Todo el tiempo tengo miedo de que lo que pasó en esas
dos semanas en Black Productions regrese a terminar de destruirme
la vida.

Porque eso es lo único que hizo él, destruir mi vida y mi corazón.

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