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ÚRSULA MONTE

MÓNICA BENÍTEZ
Copyright © 2023 Mónica Benítez
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ningún medio sin la autorización expresa de su autora.
Esto incluye, pero no se limita a reimpresiones,
extractos, fotocopias, grabación, o cualquier otro medio
de reproducción, incluidos medios electrónicos.
Todos los personajes, situaciones entre ellos y sucesos
aparecidos en el libro son totalmente ficticios. Cualquier
parecido con personas, vivas o muertas o sucesos es
pura coincidencia.

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ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Epílogo
Capítulo 1

Mildred

El móvil me vibra en el bolsillo del pantalón trasero


mientras doblo camisetas, pantalones y un montón de
ropa que las clientas se prueban y descartan hasta
encontrar la que les gusta. La idea de que pueda ser mi
madre para darme una mala noticia comienza a recorrer
mi cuerpo hasta que logra instalarse en mi mente
asustadiza y consigue que deje todo lo que estoy
haciendo.
—Voy al baño —me excuso ante mi compañera.
Olga asiente sin levantar la vista y sigue doblando
ropa mientras su cuerpo se mueve por inercia al ritmo
de la música taladrante y extremadamente alta que
suena por los altavoces durante todo el maldito día.
Me encierro en el baño y el sonido pierde fuerza al
mismo tiempo que mis oídos y mi mente sienten cierto
alivio. Saco el móvil del bolsillo y al abrirlo descubro que
es un mensaje de mi amigo Rubén; un compañero de
colegio al que me reencontré hace varios meses y con el
que retomé la amistad que perdimos cuando nuestras
vidas tomaron caminos distintos.
—¿Todavía sigues buscando trabajo? —leo en cuanto
abro el chat.
El corazón se me desboca y respondo rápidamente
como si alguien me fuese a quitar la oportunidad que se
me brinda.
—Sí, ¿por qué? ¿Tienes algo? Dime que sí, por favor.
Rubén es el gerente de una empresa de servicios de
chóferes para empresarios, políticos, gente adinerada o
cualquier tipo de evento para el que lo contraten. Dice
que una vez llevó a Johnny Deep en una de sus
limusinas, aunque creo que solo lo dijo para
impresionarme.
—Pásate a verme por la oficina cuando salgas de la
tienda, estaré aquí hasta las nueve.
—Allí estaré —respondo y me guardo el teléfono de
nuevo.
Suspiro para calmar los nervios que me ha producido
su mensaje mientras rezo para que lo que me ofrezca
sea suficiente para mejorar mi situación actual, cosa
que tampoco sería muy difícil dadas las circunstancias.

A las ocho y media salgo corriendo hacia el


aparcamiento, me subo en el coche y atravieso la
ciudad hasta llegar al polígono industrial donde Rubén
tiene su empresa. Aparco al lado de dos Mercedes
impolutamente limpios con los cristales traseros
tintados y entro por la puerta principal. Una chica joven
demasiado maquillada para mi gusto me recibe al
mismo tiempo que coge su bolso.
—¿Mildred Blanco? —pregunta, y por algún absurdo
motivo me siento importante.
—El señor Vidal la espera en su despacho. ¿Quiere
que la acompañe?
La joven me hace la pregunta sin poder esconder su
prisa por largarse, y comprendo tan bien esas ganas
que tiene de salir de tu puesto y respirar aire puro, que
le sonrío y niego con la cabeza.
—No será necesario. Creo que sabré llegar, no te
preocupes.
La chica sonríe ampliamente y me señala los
ascensores.
—Tercera planta al fondo del pasillo. No tiene pérdida.
Que tenga una buena noche.
—Igualmente, gracias.
Un minuto más tarde las puertas se abren y aparezco
en el pasillo, únicamente decorado por dos discretas
lámparas que iluminan lo justo para ver el suelo.
—En mi opinión, podrías invertir una parte de tu
fortuna en unas bombillas más potentes —digo al
encontrar la puerta del despacho de Rubén abierta.
Mi amigo levanta la vista del bloc de notas en el que
ha apuntado algo y me sonríe divertido.
—Tomo nota —dice, y señala la silla frente a él para
que tome asiento.
—Gracias por pensar en mí, Rubén —agradezco algo
nerviosa.
—No me las des todavía, quizá no te interese.
—Te dedicas a contratar chóferes y a mí me encanta
conducir, dudo que no me interese.
Rubén alza una ceja y se pasa la mano por su pelo
moreno y ensortijado hasta terminar rascándose la
oreja.
—Lo que tengo no es cualquier cosa, Mildred, es una
de esas ofertas en las que si lo haces bien, puedes tener
trabajo indefinido.
—Te prometo que seré la mejor —digo y me maldigo a
mí misma al darme cuenta de lo desesperada que estoy.
—Lo sé, por eso he pensado en ti, sin embargo, los
horarios son bastante exigentes y no sé si estarás
dispuesta.
Un nudo comienza a retorcerme las entrañas hasta
subir a mi garganta para asfixiarme. ¿Por qué nada
puede salirme bien?
—¿Qué tipo de horarios?
—Debes estar disponible de nueve de la mañana a
nueve de la noche de lunes a sábado.
Rubén me mira y le mantengo una mirada ceñuda
mientras valoro.
—No se diferencia tanto de mi horario de ahora,
Rubén. Entro a las nueve, salgo dos horas para comer y
luego vuelvo hasta las ocho, algunos días incluso más
tarde, e imagino que en este caso el sueldo compensa
el sacrificio, de lo contrario no me habrías llamado.
—Por supuesto que lo compensa, piensa en lo que
cobras ahora y multiplícalo por cinco —dice, y la
mandíbula por poco me toca las rodillas—, por no hablar
de que si está contenta contigo es un trabajo que te
puede durar años, no estamos hablando de servicios
puntuales.
—¿Hablas en serio?
—Sí, pero no he terminado de decirte las condiciones.
Ese será tu horario habitual, con un fin de semana libre
al mes que podrás elegir siempre que avises con tiempo
suficiente para que busquemos a alguien que te
sustituya en caso de hacer falta. Por otro lado —dice tan
rápido que me tengo que concentrar para no perder
detalle—, debes tener el móvil siempre encendido por si
nuestra clienta tiene una urgencia y necesita tus
servicios a deshoras. Obviamente, esas horas se te
pagarán como extra.
—Entiendo —digo pensativa, sin poder imaginar a qué
tipo de urgencia se puede referir.
—Si aceptas, tendrás que firmar un contrato de
confidencialidad en el que, entre otras muchas cosas, te
comprometes a no comentar con nadie nada de lo que
veas o escuches mientras estés con ella. Ni que decir
tiene, que tendrás prohibido grabar vídeos o hacer
fotos.
—Ver, oír y callar. Eso sé hacerlo muy bien —digo y
Rubén dibuja una mueca de incomodidad en su rostro—.
Lo siento, no he debido decir eso.
—No pasa nada, Mili, es que todavía estoy procesando
todo lo que me explicaste.
El silencio comienza a recorrer las paredes de la
habitación haciendo que el aire se vuelva tan denso que
me cuesta respirar.
—En fin —dice Rubén al ver mi cara de angustia—. ¿Te
interesa la oferta?
—Sí, por supuesto. Claro que sí.
—Perfecto, en ese caso despídete de tu trabajo,
empiezas en una semana.
—De acuerdo, ¿a quién voy a tener el honor de llevar?
Capítulo 2

Mildred

Los labios de Rubén se estiran hasta dibujar una sonrisa


ladeada que logra intrigarme.
—¿Estás bien sentada? —pregunta aumentando la
tensión deliberadamente.
—Déjate de tonterías, Rubén, y dime quién es de una
vez.
—De acuerdo —sonríe disfrutando de mi cara de
expectación por última vez—. El servicio es para Úrsula
Monte. ¿Sabes quién es?
—¿La heredera de White Electronic? —pregunto
atónita, aferrándome a la silla como si temiera caerme.
—La misma, esa mujer, además de atractiva, es una
fortuna andante —añade Rubén.
—¿Y me das el trabajo a mí?
No logro ocultar mi perplejidad ante la noticia, una
cosa es hacer de chófer para una mujer adinerada y
otra hacerlo para una que no podría gastarse lo que
tiene aunque viviese cien vidas.
—No creo que sepa estar a la altura, Rubén —dudo
mostrando toda mi inseguridad.
—Solo tienes que conducir, ser puntual, no comentar
nada de lo que veas o escuches y tampoco importunar a
la mujer. No veo por qué no puedes hacerlo.
—Pues a mí se me ocurren un montón de razones —
digo, y alzo mi mano derecha dispuesta a enumerarlas
—. Es una mujer con estilo y mira mis pintas.
Rubén me mira y su sonrisa vuelve a ocupar gran
parte de su rostro. Se vuelve a frotar el pelo para
terminar de nuevo rascándose la oreja y apoya ambos
codos sobre su impoluta mesa.
—Eres tan válida como cualquiera. Y por la
indumentaria no te preocupes, todos nuestros chóferes
van trajeados y tú no vas a ser una excepción, así que
de ese tema te olvidas.
—Me pondré nerviosa, Rubén, ¿cómo se saluda a una
mujer así?
Esta vez mi amigo estalla en una sonora carcajada
que por poco lo hace volcar de su silla acolchada.
—Es de carne y hueso como tú y yo, leches —dice, y
se ríe de nuevo mientras yo lo miro torciendo la boca—.
Puede que sus pedos salgan con olor al caviar más caro,
pero te aseguro que también se los tira.
Esta vez no me aguanto la risa y dejo salir mi
nerviosismo a través de un par de carcajadas que logran
relajarme un poco.
—En serio, Mildred, lo harás bien —añade tras
recuperar la compostura—. Además, su asistenta
personal especificó que la chófer debía ser una mujer, y
no es que tenga muchas en cartera, sinceramente.
—¿Por qué pidió una mujer? —curioseo intrigada.
—Y yo qué sé —se encoge de hombros Rubén—, quizá
sea porque es una de las solteras más codiciadas.
Elegante, joven y podrida de dinero, todos se la rifan.
Seguro que está más cómoda si no se siente observada
por su chófer constantemente. En cualquier caso, la
decisión es tuya, Mildred, no obstante, y lamentándolo
mucho, no puedo darte tiempo para decidirte. Necesito
una respuesta ahora porque no tengo demasiado
margen de tiempo para presentar a una candidata.
—No tengo que pensarlo, ya te he dicho que lo haré,
es solo que me impresiona un poco. Siempre en las
revistas, asistiendo a todos esos actos y rodeada de
gente famosa. Es abrumador.
—Tú no tienes que hacer nada que no sea conducir y
esperar dentro del coche en caso de ser necesario, no te
preocupes.
Cuando salgo del edificio una ráfaga de aire
huracanado me golpea con violencia haciendo que por
poco me caiga al suelo. Me apoyo en el cristal de la
puerta para estabilizarme, me coloco el pelo detrás de
las orejas en un intento absurdo por mantenerlo
controlado y me dirijo hacia mi coche, todavía sin
creerme que por fin he conseguido un empleo que me
permitirá enderezar mi vida, luchar por lo que quiero y
dejar de sentirme inútil, y si para eso tengo que hacer
de taxista para una mujer que tiene la vida resuelta y
que probablemente esté cargada de excentricismo,
soberbia y sentimiento de superioridad, lo haré
encantada. Si alguna vez hace o dice algo que me
ofende, me acordaré de sus pedos de caviar y seguro
que se me pasa.
Capítulo 3

Úrsula Monte

—A veces me gustaría que tú no fueras tú y yo no fuese


yo —dice María, mi amiga, mi asistente personal y mi
amante ocasional.
—¿Qué quieres decir? —pregunto confundida.
María se levanta de mi cama haciendo alarde de su
cuerpo desnudo y se dirige hacia el sillón rinconero,
donde anoche dejó su bolso. Rebusca con las prisas de
quien tiene el mono por fumar y cuando por fin logra
encontrar el paquete de tabaco y el encendedor, se gira
hacia mí, me dedica la misma sonrisa que te dedicaría
un niño a punto de hacer una travesura y abre el
enorme ventanal para salir a la terraza.
Estoy a punto de decirle que, aunque ya estamos en
plena primavera, a las siete de la mañana todavía hace
fresco, pero me lo guardo para mí porque sé que ella
ignorará mi consejo y saldrá desnuda de todos modos.
Me levanto de la cama y me pongo por encima la
camisa que llevaba anoche para salir tras ella, intrigada
por su comentario.
El sol brilla con fuerza, pero todavía no lo ha hecho lo
suficiente como para calentar las baldosas del suelo y
lamento no haberme puesto unas zapatillas que
protejan mis pies descalzos. María está en el otro
extremo de la terraza, con los brazos apoyados sobre el
muro mientras su mirada se pierde por la amplitud de la
finca en la que vivo. Llego hasta ella y adopto su misma
posición, permitiéndome unos segundos para
contemplar el enorme e impresionante abeto que da
sombra en uno de los laterales del jardín principal o el
estanque que mi padre mandó construir para nuestra
tortuga Piadora, a la que veo caminar con su largo
cuello erguido sobre las piedras decorativas que hay
alrededor del estanque con la elegancia de una diosa.
—Sigo sin comprender por qué sigue aquí esa bestia,
si al menos se alegrase de verte cuando vienes…
¿Sabes que algunas especies viven más de cien años?
¿Cuántos tiene?
—Creo que unos veinte, y no te metas con Piadora, es
fiel como un perro y sabe escuchar como nadie.
—Espero que no le comentes a nadie que hablas con
una tortuga más que con tu amiga.
—¿Por qué has dicho eso en la habitación? —pregunto
a María, que sigue saboreando su cigarro como uno de
los mayores placeres de la vida.
Sopla el humo y se ríe a la vez que me ofrece el
cigarro. Lo acepto y doy un par de caladas que me
saben a rayos, pero que me despiertan de golpe.
—No sé, a veces me pregunto cómo sería mi vida si
no me hubiese casado con Marcos y tú no fueras la
viuda de ese despiadado hijo de puta.
Me río y ella se contagia y me da un suave golpe de
cadera.
—¿En serio te replanteas tu vida ahora? —pregunto
entornando los ojos para evitar que el sol me deje ciega.
—No. Ya sabes que yo quiero a Marcos y que no
cambiaría por nada mi vida con él. Es solo que a veces
me pregunto qué habría pasado si tú y yo nos
hubiésemos conocido en otras circunstancias.
—¿Y qué crees que hubiese pasado? —pregunto
coqueta.
—No sé —dice, y se gira hacia mí al mismo tiempo
que chupa dos de sus dedos y su mano se cuela entre
mis piernas.
Las separo conteniendo la respiración y dejo que
separe mis labios y me penetre con la destreza de quien
lleva mucho tiempo tocándome.
—Estoy segura de que nos odiaríamos a muerte y que
como pareja no hubiésemos durado más de un mes, tal
vez menos —asegura susurrando.
Curva los dedos que hay en mi interior y coloca el
pulgar sobre mi clítoris ejerciendo la presión que
necesito para comenzar a empaparme y desear que
siga. Sin importarme que alguien del servicio pueda
aparecer por el jardín, me pongo de espaldas al muro,
apoyo los codos y abro más las piernas.
—Me encanta cuando te ofreces de esta manera —
dice, y abre mi camisa de forma brusca haciendo que
todos los botones salten.
Mis pechos quedan expuestos y los miro agradecida
de que todavía se mantengan en su sitio después de
cuarenta y tres años. María tira su cigarro consumido al
suelo y pasa su mano por mi espalda para asegurarse
de que no me voy a escapar.
—Estoy de acuerdo, tú y yo no duraríamos nada —
secundo, y suspiro y jadeo cuando dobla la velocidad de
sus movimientos y comienza a follarme sin ningún tipo
de delicadeza.
Mis gemidos se camuflan entre el canto de las
decenas de pájaros que revolotean por la finca hasta
que ahogo un último grito que me deja completamente
relajada.
—Así que estás de acuerdo —dice cuando sale de mí.
María desliza sus dedos empapados por mis fluidos
sobre mi vientre y sube hasta meterlos en mi boca,
después se arrodilla y me mira sonriendo.
—Hoy me he levantado hambrienta —añade, y barre
mi sexo con la lengua ejerciendo una presión sublime.
Todos mis músculos se tensan, todavía estoy
demasiado sensible y su roce ha desatado de nuevo esa
necesidad de arder bajo el tacto húmedo y caliente de
su lengua. Sin decir nada, le dedico una mirada
sofocada y utilizo las dos manos para hundir su cabeza
entre mis piernas para que chupe y succione hasta
dejarme con el cuerpo temblando.
—Mucho mejor ahora —sonríe cuando vuelvo a
correrme.
María recoge la colilla que ha tirado antes y me da la
mano para volver juntas al interior, directas al baño.
—¿Por qué crees que no duraríamos nada? —pregunta
como si no acabase de follarme dos veces y mi mente
estuviese despejada.
—Tienes demasiado carácter —digo abriendo el grifo
de la ducha.
—Y tú eres una mandona que no da su brazo a
torcer —añade divertida.
—Exacto, por eso mismo, tú y yo solo podemos ser
amantes.
—Ocasionales —matiza señalándome con el dedo.
María se ríe y me hace a un lado para meter la cabeza
bajo el chorro.
—¿Qué tenemos para hoy? —pregunto, y
automáticamente pasamos de ser amantes a ser jefa y
empleada.
—A las nueve y media tienes una reunión para
terminar de decidir todos los detalles del mercadillo
benéfico de la próxima semana —comienza a recitar
como un robot—. Ya te he preparado el informe con
todos los puntos a tratar. A las doce hemos quedado con
la promotora para ver los nuevos pisos que quieres
adquirir para la asociación de mujeres maltratadas y a
las dos y media has quedado para comer con Ramón
Hidalgo.
—¿Ah, sí? —pregunto entornando los ojos, y María me
mira con su sonrisa diabólica.
—Sí, ya sé que no lo soportas, pero sabes que ese
cabrón agarrado no soltará la pasta si no le concedes
una de tus charlas y lo convences de lo importante que
es para la imagen de su empresa el hecho de colaborar
con donaciones para mejorar la vida de las personas
con pocos recursos.
—Ya —suspiro resignada.
—Si te sirve de consuelo, eso es todo por hoy.
—Por supuesto, me tranquiliza mucho que comer con
ese cerdo baboso sea mi última tarea del día —ironizo
saliendo de la ducha.
—Bueno, yo me voy a casa a cambiarme de ropa y
coger algunas cosas. Nos vemos en el despacho.
María termina de vestirse, coge su bolso y esa Tablet
de la que no se separa nunca y da un repaso a la
habitación por si se ha dejado algo.
—Tranquila, si encuentro tus bragas te las llevaré al
despacho.
—Eres muy amable —se ríe, y arquea una ceja que
delata sus pensamientos pervertidos.
—Lárgate y no llegues tarde, te quiero conmigo en la
reunión.
—Tranquila, el único que puede entretenerme es
Marcos y no vuelve de su viaje hasta esta tarde. Por
cierto —dice antes de salir por la puerta—, hoy empieza
la chófer nueva, no seas muy dura con ella.
—Me portaré bien —contesto sin demasiada
convicción.
—Seguro que sí…
María cruza la puerta y en el último momento se da la
vuelta.
—Oye, ¿quién le puso el nombre a la tortuga?
—Yo, ¿por qué? —pregunto descolocada.
—Porque es una suerte que decidieras no tener hijos.
Cuando María se marcha me siento en la cama y el
silencio de la casa me envuelve y me cae encima como
una losa. La sensación de soledad vuelve a invadir mi
cuerpo, creándome una sensación de angustia que no
soporto y ese sentimiento de autocompasión que me
avergüenza.
Bajo a la cocina y miro el reloj, Isabel, la asistenta que
viene todos los días, llegará en veinte minutos y me
consuelo pensando que no estaré sola mientras espero
a que la chófer traiga el coche para recogerme. Mientras
tanto, salgo al jardín delantero y voy al estanque para
sentarme con Piadora, que después de tantos años me
sigue mirando como si fuese un objeto más de la
decoración.
Capítulo 4

Mildred

Son las ocho de la mañana y estoy en el aparcamiento


subterráneo de la empresa de Rubén, vestida con mi
traje entallado, el pelo recogido en una cola perfecta y
consumida por los nervios mientras espero a que me
entregue el coche que conduciré para Úrsula Monte.
Resoplo al mismo tiempo que miro la gran cantidad de
vehículos de alta gama aparcados y me pregunto en
cuánto estará valorado todo lo que hay aquí cuando las
luces de un coche me ciegan y me hacen apartarme.
Décimas de segundos después, se para frente a mí un
Mercedes gris oscuro con los cristales traseros opacos
que se parece mucho a los que vi el día de la entrevista.
Rubén se baja de él y me muestra las llaves con una
sonrisa.
—No sé por qué, pero esperaba una limusina —digo
tan sincera que Rubén se echa a reír.
—A Úrsula Monte no le gusta llamar la atención.
—Me cuesta creer eso —reconozco quitándole las
llaves de la mano.
—¿Ni siquiera si te digo que su coche particular es un
Opel Corsa de color blanco?
—¿En serio? —pregunto con los ojos desorbitados.
—No —se ríe Rubén—, no sé qué coche tiene. Ahora
vete o llegarás tarde.
Mi amigo y ahora jefe me abre la puerta como un
galán y me siento en el asiento, que parece absorber la
forma de mi cuerpo y ajustarse a él como si fuera un
traje.
—¡Qué cómodo! —exclamo mientras lo ajusto a mi
medida y coloco bien los espejos retrovisores.
—Pulsa este botón cuando Úrsula te pida intimidad.
Rubén lo aprieta y una pantalla se despliega sin hacer
ruido hasta dejar incomunicada la parte trasera de la
delantera. Me giro y lo observo con asombro sin
comprender de dónde ha salido y mi amigo vuelve a
sonreír.
—El coche está asegurado a todo riesgo, pero me
gustaría mucho no tener que utilizar el seguro, no sé si
me entiendes.
—Tranquilo, no me gusta correr.
—Mejor. Recuerda, nada de acelerones ni frenadas
bruscas. Debes conducir siempre con suavidad, tu estilo
de conducción debe transmitirle confianza y seguridad
si quieres conservar el empleo.
—Lo sé —digo, y vacío mis pulmones en un intento
inútil de relajarme.
—Tranquila, lo harás bien. En el navegador está
grabada la dirección de su casa en el uno —dice
señalando la pantalla—, y la de su oficina en el dos.
Úsalo hasta que memorices el trayecto. Para cualquier
otro lugar tan solo debes introducir la dirección como en
el navegador de tu teléfono.
—Vale, ¿algo más que deba saber?
—Cuando llegues a su casa tendrás que identificarte
ante el guardia de seguridad, ya tiene tus datos.
—¿El guardia de seguridad? —pregunto atónita.
—La fortuna de Úrsula Monte está calculada alrededor
de los dos mil quinientos millones de euros, ¿crees que
esa mujer puede caminar sola por la calle?
Miro a Rubén con la boca abierta y la garganta seca
mientras espero a que me diga que es una broma, pero
eso no sucede y mi cuerpo se tensa.
—Te acostumbrarás y ni siquiera notarás que su
seguridad está ahí. Un coche os seguirá siempre y
escoltas de paisano la vigilan constantemente, no te
preocupes, con esa gente no corres peligro alguno. Al
contrario, estarás más segura que nunca siempre que
estés cerca de ella.
—De acuerdo —titubeo mientras intento calcular en
pesetas esa cantidad de millones.
—Cuando accedas a la finca conduce por la zona
asfaltada hasta la entrada principal. Verás que hay un
espacio circular en el que podrás dar la vuelta. Aparca el
coche paralelo a la casa y espera fuera de él, junto a tu
puerta, hasta que ella salga.
—Vale. Me voy ya, solo me falta llegar tarde el primer
día.
—Está bien, mucha suerte. Y recuerda aprovechar los
ratos libres para limpiar el coche, debe estar siempre
impoluto —lo escucho decir cuando comienzo a avanzar.

La finca en la que vive Úrsula Monte está en Sant


Andreu de Llavaneras, una población costera cercana a
Mataró —donde tiene la oficina— y también a
Barcelona, pero alejada del bullicio de la ciudad. Quizá
alguien con una fortuna como la suya debería vivir en
una urbanización de esas tan vigiladas que es imposible
acceder a ellas salvo que seas residente, sin embargo,
parece que la mujer ha optado por la seguridad privada.
Cuando llego me encuentro ante un enorme muro de
obra vista impresionante y una gigantesca puerta
metálica corredera que se esconde tras un pequeño
acceso para entrar con el coche, en el que se encuentra
una garita de seguridad ocupada por un hombre
corpulento que sale a mi encuentro con una carpeta en
la mano, un auricular en la oreja y una mirada
taladrante que le quitaría las ganas de robar a
cualquiera.
Bajo la ventanilla y el hombre, antes de acercarse a
mí, comprueba la matrícula del coche, después mira la
hora en su reloj y deduzco que la apunta en la carpeta.
—Buenos días —saluda con voz grave y seca—, su
documentación, por favor.
Le entrego mi documento de identidad y también los
papeles que me acreditan como trabajadora de la
empresa de Rubén.
—Todo en orden —dice tras unos segundos—. Yo soy
Carlos, el vigilante del turno de mañana, un placer
conocerla.
—Igualmente, Carlos —contesto sorprendida de que
sepa hablar—. Yo soy Mildred, aunque supongo que ya
lo has leído —digo, y me siento gilipollas cuando esboza
una sonrisa y asiente.
Carlos pulsa el botón de un mando que lleva en el
bolsillo y la puerta comienza a desplazarse hacia la
derecha.
—Siga por el camino asfaltado hasta la casa, no tiene
pérdida.
—Gracias, Carlos.
En cuanto cruzo la puerta tengo la sensación de estar
en otro planeta, el muro exterior es tan alto que no
permite ver ni un ápice de lo que hay al otro lado. El
camino serpentea en subida hacia la derecha entre
grandes explanadas de césped perfectamente
recortado. Los aspersores están en marcha y me quedo
maravillada observando algunos parterres que decoran
la parte interior. Enseguida veo la casa y me quedo con
la boca abierta, jamás había visto una casa de lujo tan
de cerca. La planta superior queda en voladizo por la
parte delantera, ofreciendo un porche con suelo y
paredes de madera acondicionado con sofás y una
mesa de exterior. Llego a la zona circular que me dijo
Rubén, doy la vuelta para dejar el coche dejándolo
encarado hacia la salida y aparco de forma paralela
frente a la casa.
Me bajo y me quedo junto a mi puerta mientras sigo
observando todo lo que hay a mi alrededor. De frente
me encuentro con una especie de avenida cuyos
laterales están delimitados con enormes setos. Desde el
inicio, el suelo es de madera para exteriores y conduce
hasta una inmensa piscina que ofrece vistas al mar.
—Madre mía —digo impresionada, después miro a la
izquierda y veo otro jardín.
Está vez decorado con piedras que rodean un precioso
estanque tan grande como una piscina del que brotan
varios chorros de agua por los laterales. En el centro
veo una rampa de medio metro de ancho que conduce
directamente al interior y la curiosidad me puede,
porque no comprendo por qué está ahí. ¿Quizá Úrsula es
tan excéntrica que no tiene suficiente con la piscina y
también se baña en el estanque? Imaginarla en esa
tesitura me hace arquear las cejas.
Miro a un lado y a otro y después compruebo mi reloj,
todavía faltan diez minutos para las nueve, así que
decido no resistirme más, camino hasta el estanque y
subo por la rampa lentamente hasta situarme en el
borde. Cuando lo puedo ver bien, me quedo más
impresionada todavía, está decorado con piedras, con
plantas e incluso tiene un puente de piedra que lo cruza
de un extremo a otro.
—Qué pasada —susurro hipnotizada, y entonces
escucho un leve ruido detrás de mí.
Mi corazón se acelera en ese momento y me entra un
calor sofocante. Descarto rápidamente que pueda ser
Úrsula porque es un sonido arrastrado, no de pasos. Me
giro dispuesta a volver al coche como si no hubiese
sucedido nada, pero en cuanto lo hago, veo un bulto
enorme en el suelo que me corta el paso. El sol me
ciega en ese momento y no tengo tiempo de distinguir
qué es exactamente, solo sé que su cuello se estira
como un brazo hacia mí y me pego tal susto que doy un
paso atrás. Noto el vacío demasiado tarde y caigo hacia
atrás hundiéndome por completo bajo el agua del
estanque.
Chapoteo y grito como si me estuviese atacando un
tiburón o un cocodrilo hasta que toco con una mano en
el suelo y me doy cuenta de que la profundidad es muy
poca, apenas unos cuarenta centímetros. Sentada y
empapada, miro al frente y descubro a la culpable de mi
mala suerte, una enorme tortuga está situada en el
borde que antes ocupaba yo y me mira como si fuese
un nuevo objeto de decoración en la que deduzco que
es su casa. Después me ignora y se introduce en el
agua hasta hundirse por completo, y la idea de que se
acerque a mí y me roce bajo el agua me produce tal
repelús, que doy un bote, me aferro al muro y me lanzo
al otro lado hasta caer sobre las piedras decorativas que
se me clavan en la espalda y en el culo.
Cuando me limpio el agua de los ojos, veo otra figura
ante mí, solo que esta vez no es la dichosa tortuga. En
esta ocasión se trata de la imponente Úrsula Monte, que
me mira con el ceño fruncido como si le pareciese algo
surreal, a mí, sin embargo, el corazón se me detiene y la
garganta se me seca, porque me parece la mujer más
impresionante que he visto en mi vida.
Capítulo 5

Úrsula

—¿Se puede saber qué haces? —pregunto todavía


estupefacta por la escena que acabo de presenciar.
La chica me mira desde el suelo como si las palabras
se le hubiesen atascado en la garganta. Permanece
sentada, con las piernas estiradas mientras se apoya
con las palmas de las manos. El agua le ha pegado la
ropa al cuerpo. Su pantalón negro brilla empapado en
torno a sus piernas y la camisa blanca se ha adherido a
su pecho, que con la ropa interior blanca permite que se
le transparenten los pezones y me cueste mucho
apartar la mirada de ellos. Su pelo, de un tono oscuro
que no puedo definir, permanece bajo una cola perfecta
que chorrea en el suelo al mismo tiempo que las gotas
de agua siguen resbalando por su rostro,
hipnotizándome por unos instantes que se rompen
cuando Piadora sale del estanque y ella reacciona
levantándose de un salto como si la persiguiese un
cocodrilo.
—Solo es una tortuga, es inofensiva —digo un poco
ofendida.
—Lo siento, tiene razón, es preciosa —responde
aturdida mientras trata de despegarse la camisa del
pecho.
—Yo no he dicho que sea preciosa —aclaro, y vuelve a
mirarme con la boca abierta sin saber qué decir.
Miro el reloj, son las nueve menos cinco y tengo la
reunión a las nueve y media. Y no me gusta llegar tarde.
Al ver mi gesto parece recuperar la compostura, como si
hubiese bajado de una nube de golpe y supiese lo que
tiene que hacer.
—Lo siento, lo siento mucho. El estanque me ha
parecido precioso y no he podido resistir la tentación de
acercarme
Habla acelerada, casi sin respirar y, aunque tengo
prisa, la situación está comenzando a parecerme
divertida.
—Las tentaciones pueden ser nuestra perdición —
contesto mirándola a los ojos de forma inquisitiva.
Vuelve a mirarme desconcertada y su respiración se
acelera, haciendo que su pecho suba y baje llamando la
atención de mis ojos, que enfocan de manera
descarada.
—Le prometo que no volverá a suceder —dice de
repente—, pero no me despida, se lo ruego.
Ahora junta las manos y me mira desencajada, como
si seguir con este empleo fuese una cuestión de vida o
muerte para ella. La situación me ha parecido tan
surreal que todavía no he pensado en ello. En cualquier
caso, tampoco puedo despedirla ahora mismo porque
necesito que me lleve.
—¿Tienes ropa de recambio?
—Sí, sí —responde de nuevo acelerada—, la empresa
nos obliga a llevar dos mudas por si acaso —dice, y se
mira de arriba abajo con las mejillas encendidas—. Si
me da un minuto me cambio aquí mismo.
La joven no me da tiempo a responder y se dirige a
pasos agigantados hacia el coche. Abre el maletero y
coge una mochila oscura con el logo de la empresa. La
abre y saca un pantalón y una camisa guardados en una
funda.
—Me cambio ahora mismo y nos vamos, es un
segundo.
La miro perpleja y camino hacia ella cuando comienza
a desabrocharse los botones de la camisa con tanta
prisa que no atina a hacerlo.
—Espera, ¿qué haces?
—Cambiarme —dice masticando las vocales para
señalar la obviedad.
Vuelvo a mirar el reloj y resoplo resignada.
—Dime una cosa, ¿tienes ahí ropa interior? Porque si
no la tienes no te servirá de mucho cambiarte la
camisa, tienes el sujetador empapado y en cuanto te
pongas la camisa seca volverá a mojarse y yo seguiré
viéndote los pezones.
—¿Qué? —pregunta con cara de susto, y clava la
mirada en sus pechos para acto seguido tapárselos con
las manos.
—Estoy harta de ver pechos —le aclaro—, ahora
sígueme, tenemos más o menos la misma talla.
—Pero estoy empapada, lo voy a poner todo perdido
—protesta paralizada.
Me acerco a ella, quizá demasiado, porque su
respiración vuelve a acelerarse y yo siento un ardor en
la entrepierna que me hace tragar saliva.
—Escúchame bien, si no salimos en diez minutos voy
a llegar tarde a la reunión que tengo programada. ¿Y
sabes cuál es una de las cosas que más odio? —
pregunto a pocos centímetros de su cara.
—¿C-cuál? —tartamudea mirando mis labios, lo que
hace que tenga que contener una sonrisa de
satisfacción.
—La impuntualidad. No la soporto, y te aseguro que si
llegamos tarde a esa reunión, tu despido será
inmediato. ¿Lo has entendido?
—Sí, alto y claro.
—Bien, coge la ropa y sígueme.
Esta vez obedece y camina a mis espaldas hasta el
interior de la casa.
—Aquí tienes un baño —explico abriendo una puerta
de la planta baja—, en el armario encontrarás toallas
limpias. Ve quitándote la ropa y secándote mientras te
busco un conjunto de ropa interior. Vuelvo enseguida.
—De acuerdo, gracias.
La dejo en la puerta del baño y corro escaleras arriba
hasta llegar a mi dormitorio. Abro el cajón de la cómoda
donde guardo los conjuntos nuevos y por algún motivo
saco uno de encaje blanco que estaba reservando para
una ocasión especial. Bajo igual de rápido que he subido
y cuando llego a la puerta del baño me la encuentro
abierta, y a ella completamente desnuda de espaldas a
mí mientras se seca la cola con la toalla.
—Te lo dejo aquí encima —anuncio dejando la cajita
sobre el mármol del lavabo.
Ella se gira sobresaltada y su desnudez me deja a mí
con el corazón desbocado.
—Gracias, salgo en un minuto, se lo prometo —
asegura, y yo cierro la puerta y salgo al porche para que
me dé el aire.
Capítulo 6

Mildred

Abro la caja que Úrsula Monte ha dejado sobre el


mármol y me quedo maravillada ante el conjunto de
ropa interior que me ha traído. No solo es precioso y
seductor, sino que debe valer una fortuna que no me
quedará más remedio que pagarle en cuanto cobre. Me
visto en tiempo récord todavía sintiendo el peso de su
mirada calentando mi cuerpo. Es una mujer
desconcertante que, a pesar de su carácter seco y algo
agriado, desprende un magnetismo capaz de hacer
orbitar a cualquiera a su alrededor. Me meto la falda de
la camisa por el pantalón, me lo abrocho después de
ponerme los botines y salgo corriendo al exterior.
Úrsula, que me espera junto al coche mientras habla
por teléfono, me mira sorprendida por la rapidez y por
un momento pienso que todavía estoy a tiempo de
salvar mi puesto, así que le abro la puerta para que
entre justo en el momento que cuelga la llamada.
—Limítate a conducir, no soy manca —bufa, y se
sienta y cierra de un portazo, dejándome de nuevo con
la boca abierta.
Ocupo mi asiento tratando de centrarme y recordar
las palabras de Rubén, sobre todo debe sentirse segura
con mi estilo de conducción o estoy perdida por
completo. Pulso el botón del navegador con la dirección
de la oficina memorizada y veo que tardaremos
dieciséis minutos, si todo va bien, me sobrarán cuatro.
Me pongo en marcha y antes de llegar a la puerta de
fuera veo que se abre, cosa que agradezco porque no
puedo permitirme que Úrsula llegue tarde a la reunión.
—¿La temperatura está bien? —me intereso, y ella
alza la mirada para clavarla en la mía a través del
espejo central.
—Perfecta —responde cortante.
Parece que no quiere que la moleste y yo me debato
entre subir el panel que nos aísla, preguntarle si debo
hacerlo o guardar silencio. Las manos me sudan y noto
como mi coleta va chorreando lentamente sobre mi
espalda mojándola de nuevo.
Las largas filas de coches se me hacen insufribles, los
semáforos eternos y los pasos de peatones en los que
debo pararme aborrecibles. La angustia de pensar que
llegaremos tarde se instala en mi estómago como si
tuviese un bicho dentro que me va mordiendo las tripas
hasta que un icono rojo aparece en el navegador
anunciando que ya llegamos. Entro en el recinto y una
valla elevable se abre en el momento que el guardia de
seguridad reconoce a Úrsula en el asiento trasero. El
aire comienza a llegar a mis pulmones cuando avanzo
hasta la entrada del edificio acristalado y veo que faltan
todavía seis minutos para las nueve.
Aparco frente a la puerta, donde una mujer con una
Tablet en la mano y un aire de nerviosismo espera con
impaciencia. No sé por qué lo hago, pero me bajo del
coche al mismo tiempo que lo hace Úrsula y me quedo
junto a mi puerta cuando veo que la mujer se acerca y
abre la de Úrsula.
—¿Dónde estabas? Estamos a punto de comenzar —
protesta soplándose el flequillo.
—Mejor no preguntes —responde Úrsula, y me dedica
una mirada rápida que deja bien claro que la culpa es
mía.
La mujer también me mira un instante y en ese leve
tiempo siento que me ha analizado con más rapidez que
un escáner.
—Eres Mildred, ¿verdad? —pregunta la mujer sin
mirarme, mientras teclea sobre la Tablet.
—Sí —respondo como si fuese mi tutora en el colegio
a punto de regañarme.
—Maravilloso. Yo soy María, la asistente personal de
Úrsula y la mujer que te hará la vida imposible si haces
que me ponga nerviosa —escupe como un hecho
irrefutable.
Esta vez levanta la vista del aparato y vuelve a
escanearme con mucho más descaro que antes. ¿Es una
sonrisa de agrado eso que intenta disimular? Me
pone casi tan nerviosa como Úrsula. María debe tener
su edad, quizá un par de años menos y, aunque no es
una mujer especialmente guapa, posee ese tipo de
belleza sutil que solo se transmite a través de sus
gestos, su carácter y su forma de actuar.
—Te acabo de enviar una nueva ubicación. Dentro de
una hora debes estar aquí de nuevo para recogernos.
No llegues tarde.
—No se preocupe —aseguro tratando de transmitir
seguridad.
—No me preocupo, la que debe hacerlo eres tú si
vuelves a llegar tan justa. Y no me hables con
formalidades que me caen años encima y eso me irrita
—ordena, y se da la vuelta para caminar junto a Úrsula
Monte.
Las observo moverse boquiabierta, tan diferentes y a
la vez tan iguales, con la misma mala leche. Las
imagino juntas en esa reunión y veo a dos tiburones a
quien estoy segura de que nadie en sus cabales se
atreverá a toserles.
En cuanto cruzan la puerta vuelvo al coche e instalo la
dirección que María me ha dado en el navegador.
Después pongo en marcha el motor y voy directa hacia
mi casa para darme una ducha rápida y quitarme el olor
a agua con pipi de tortuga que impregna mi cuerpo.

Cuando llego a casa de mi madre, me mira


desconcertada a través de sus gafas de pasta.
—¿No deberías estar en el trabajo? —pregunta desde
su sillón de costura.
—Tengo unos minutos libres. Solo vengo a darme una
ducha y cambiarme, ya te contaré lo que me ha pasado,
no te vas a creer mi mala suerte —vocifero desde la
habitación que comparto con mi hija Lili.
—Últimamente me creo todo lo que venga de ti —
responde, y me la imagino con los labios apretados,
rezando para que no sea nada malo.
Lo cierto es que todo lo que rodea mi vida
últimamente es un jodido desastre, y este trabajo es lo
único bueno que me ha pasado en muchos meses y
también lo que me ayudará a estabilizar mi vida si logro
superar el primer día sin que me despidan.
Me permito unos segundos para mirar la cama de Lili.
Cojo su oso de peluche, que en realidad es un koala feo
de cojones, y lo huelo con la nostalgia de una madre
que apenas ve a su hija un rato por las noches. Dejo el
peluche junto a su almohada y después de coger ropa
interior limpia y la tercera muda que me queda, voy
directa al baño. Me quito la ropa y me miro en el espejo
impresionada por lo bien que me sienta el conjunto de
ropa interior que me ha prestado Úrsula. Por primera
vez en meses me siento guapa e incluso sonrío ante el
espejo, supongo que por eso los ricos compran ropa
cara de forma compulsiva, este conjunto estoy segura
de que sienta bien en cualquier cuerpo.
Después de secarme el pelo en tiempo récord, meto
toda la ropa en la lavadora y vuelvo al salón.
—Mamá, necesito que tiendas la lavadora cuando
acabe y que me planches los pantalones y las camisas.
Y por favor, que no les pase nada o Rubén me matará.
—Claro, hija, yo me encargo. Anda vete y no llegues
tarde.
Le doy un beso en la cabeza porque no soy capaz de
agradecerle con palabras todo lo que está haciendo por
Lili y por mí desde que me divorcié.
Capítulo 7

Úrsula

La reunión termina y como me sobra algo de tiempo voy


directa hacia el despacho para contestar los correos
pendientes. María camina pegada a mí mientras apunta
las últimas notas de la reunión en la Tablet sin levantar
la vista en ningún momento.
—Algún día tropezarás y te dejarás esa bonita
dentadura tuya en el suelo —comento mirándola de
soslayo.
—Está todo controlado —dice, y sigue tecleando como
si nada.
Entramos al despacho y me permito unos segundos
para mirar por la cristalera, no es que las vistas sean
espectaculares desde aquí, pero en días despejados
como hoy se puede ver el mar al fondo y eso siempre
me trae una calma que necesito de forma constante.
—Bueno, ¿qué ha pasado con la nueva?
La voz de María me devuelve a la realidad y al
girarme la encuentro sentada al otro lado de mi mesa.
Ha dejado el dichoso aparato sobre ella y me mira con
expectación.
—Se ha caído dentro del estanque de Piadora —
declaro y me siento.
María alza las cejas y muy lentamente sus labios se
van estirando hacia la izquierda en una sonrisa ladeada
que, finalmente, la hace estallar en una sonora
carcajada. Su risa es muy contagiosa, así que no me
resisto y me río todo lo que no me he reído cuando he
visto a la joven caer de espaldas ante la impresión que
le ha producido encontrarse con Piadora.
—La tendrías que haber visto, María, ha caído como
una piedra, suerte ha tenido de no golpearse la cabeza
con alguna de las decoraciones.
Le narro la escena explicando con detalle lo que he
visto desde que he salido por la puerta de mi casa.
María no deja de reírse, se ha puesto roja y las lágrimas
comienzan a resbalar por sus mejillas a chorros que se
limpia con las palmas de las manos.
—Pobre, menuda forma de empezar su primer día —
dice recomponiéndose.
—He tenido que dejarle ropa interior, la suya se le ha
pegado al cuerpo y sus pezones...
No consigo terminar la frase, la boca se me acaba de
secar al recordarla en esa tesitura. Era la jodida imagen
del erotismo, sentada junto al estanque, con la ropa
empapada pegada a su cuerpo y su mirada inquieta,
estudiando mi reacción con miedo. El recuerdo de sus
labios húmedos y el agua resbalando por su cuello me
provocan el mismo pellizco en el vientre que esta
mañana, y acaba con un escalofrío que me recorre la
columna.
—Es guapa —opina María, que ahora me mira seria
mientras yo trato de recomponerme.
—Sí que lo es, y desconcertante —reconozco turbada.
—¿Quieres que hable con ella?
La pregunta de María me paraliza y la miro buscando
en sus ojos la respuesta que debería estar buscando
dentro de mí.
—Perdona, es que me ha dado la impresión de que te
gusta, olvida lo que he dicho —dice haciendo un gesto
con la mano.
—Solo he dicho que es guapa.
—Lo sé —responde rápido por si ha metido la pata.
—¿A ti te gusta?
No sé por qué coño le pregunto eso, quizá porque ha
despertado toda mi curiosidad sobre la joven.
—¿Te refieres a si me la follaría?
Me gusta que María sea tan directa, pero en ocasiones
su brusquedad me descoloca.
—Sí, a eso me refiero —respondo, y carraspeo varias
veces porque la garganta se me ha vuelto a secar.
—Sin dudarlo, claro que me la follaría, ¿tú la has
mirado bien, Úrsula? Cuando la he visto bajar del coche
me han entrado ganas de empotrarla.
Me recoloco en mi silla y dejo que una sonrisa
macarra escape de mis labios.
—No sé para qué pregunto —cabeceo sin perder la
sonrisa—. ¿Cómo has dicho que se llama?
—Mildred. ¿No te parece sensual?
Imagínatela desnuda, susurrando su nombre junto a su
oreja mientras te la follas.
—¿Quieres parar? —le pido sofocada.
María se ríe y suspira largamente tratando de bajar el
ritmo de sus pulsaciones. Su mente calenturienta la ha
puesto cachonda ante la idea de acostarse con la joven
Mildred, y a mí también.
—De acuerdo, dejemos el tema —propone María—.
Aunque tendré una conversación con ella de todos
modos, no entra dentro de sus funciones merodear por
tu estanque, y mucho menos hacerte llegar tarde.
—En eso estamos de acuerdo.
—¿Quieres que la despida? No necesitamos a alguien
que se distraiga con facilidad, y tampoco que te
distraiga a ti.
—No —respondo tajante—, no quiero que la despidas,
y tampoco que seas dura con ella. Hay algo en su
mirada que no sé, parece que pida socorro a todas
horas. Habla con ella, aclárale cuáles son sus funciones
y lo que se espera de ella y punto. Ahora déjame
contestar los correos, por favor.
—¿Crees que tiene problemas? Tú no puedes salvar a
todo el mundo por mucho dinero que tengas, recuérdalo
—dice mirándome fijamente.
—No pretendo salvar a nadie. Simplemente, me da la
impresión de que necesita el empleo más que el aire
que respira, y está tan empeñada en hacerlo bien para
impresionarme, que todo le sale mal. Así que le vamos a
dar unos días de tregua, ¿queda claro?
—Muy claro.
María se levanta y pasa a mi lado de la mesa para
mirar por la ventana.
—Anda, ya está ahí —dice entornando los ojos—.
Parece que esta vez no se ha caído en ningún charco.
Lástima, me hubiese gustado ver sus pezones.
Me giro hacia ella y la miro resoplando, cada vez que
recuerdo el cuerpo de Mildred mojado me desconcentro.
Si lo sé no se lo cuento a María.
—Acaba tus cosas, en cinco minutos te quiero abajo —
dice después de mirar el reloj de mi portátil por encima
de mi hombro—, yo voy a hablar con ella. No te
retrases.
—Yo no me retraso nunca —aclaro fulminándola con la
mirada.
María se ríe y recoge sus cosas. Después me hace un
gesto coqueto y cruza la puerta dejándome a solas. Esta
vez la soledad no me sienta mal, los minutos de silencio
conmigo misma me vienen bien para serenarme un
poco.
Capítulo 8

Mildred

Respiro profundamente junto a la puerta del coche,


aliviada por haber llegado con tiempo de sobra y
tratando de calmarme. Debo estar centrada y serena,
necesito demostrarle a Úrsula Monte que soy una
persona competente. En este momento me fumaría un
cigarro, unas cuantas caladas profundas y largas son lo
que necesito para quitarme de encima la inquietud que
me recorre las entrañas constantemente.
Escucho el ruido suave de una puerta al cerrarse y
cuando me giro veo que María, la asistente personal de
Úrsula, sale del edificio y se detiene junto a la entrada
mientras saca un cigarrillo y se lo enciende. La veo
expulsar el humo de la primera calada con deleite y
trago saliva corroída por la envidia. María me enfoca en
ese momento e inicia el trayecto que la lleva hasta mí.
—Lo que ha pasado esta mañana no puede volver a
suceder —dice, y se lleva el cigarrillo a los labios para
dar otra larga calada.
—Lo sé, lo lamento mucho —digo mientras mis ojos se
pierden tras el humo que acaba de soplar.
—Eso espero. Tu función es conducir, no curiosear —
añade en tono seco.
Esta vez no digo nada porque no hay nada que decir.
Tiene razón, ha sido una torpeza por mi parte y lo único
que puedo hacer es aguantar el chaparrón con dignidad.
—La puntualidad es importante para Úrsula,
prioritaria, diría —añade para rematar.
—No volverá a pasar —digo sumisa.
La angustia se aloja en mi garganta en ese momento
y me estrangula la voz. De repente siento ganas de
llorar, últimamente nada me sale bien, ni siquiera algo
tan fácil como conducir un maldito coche. Pienso en Lili
y me siento una madre de mierda que no es capaz de
hacer lo necesario para mantenerla a mi lado. La
imagen de su padre sonriendo el día que le entregué los
papeles del divorcio con su mirada irónica y un terrible
olor a alcohol saliendo de su boca, me atraviesa como
un puñal en el centro del pecho. Un leve
estremecimiento hace que mi cuerpo se sacuda y trago
saliva apartando la mirada de María, porque la
presencia de alguien con tanta seguridad como la que
parece tener ella, me hace sentir todavía peor y alguien
insignificante.
—¿Fumas?
No es la voz de María la que ha formulado la pregunta,
es la de Úrsula, que no sé en qué momento ha
aparecido tras ella. Me he quedado absorta, perdida en
mi asqueroso mundo de lamentos. ¿Cuánto tiempo llevo
así? Cuando clavo mi mirada vidriosa en ella, veo que
las dos mujeres me miran con extraña curiosidad.
—Mildred, ¿fumas? —insiste Úrsula, y María alza su
cigarrillo a medias y me lo muestra como si pensase
que me he quedado sorda.
Me gustaría responderle que solo fumo de manera
ocasional, pero que, últimamente, estoy tan estresada
que deseo fumar a todas horas. Sin embargo, no puedo
permitirme semejante lujo como me gustaría porque
tengo otras prioridades, como pagar al mejor abogado
que he encontrado para evitar que el hijo de puta de mi
marido me quite la custodia de mi hija.
—A veces, pero no se preocupe, trabajando no
fumo —respondo tratando de aparentar tranquilidad.
—Dale un cigarro —le ordena Úrsula a María de
repente.
Yo arqueo las cejas y la miro desconcertada mientras
María abre su paquete de Marlboro Light y me ofrece un
pitillo.
—Creo que lo necesitas —aclara Úrsula dejándome
atónita—. Fúmatelo tranquila y cuando acabes nos
marchamos.
Tras esas palabras abre la puerta del coche y se
encierra en el interior. María me da fuego y yo protejo la
llama con mis manos temblorosas. Aspiro la primera
calada y cierro los ojos disfrutando del momento. No
sabía que algo tan asqueroso iba a tranquilizarme tanto.
—Con un par de caladas tengo —me justifico ante
María, que sigue a mi lado pisoteando su colilla en el
suelo.
—Ya la has escuchado. Fuma tranquila, vamos bien de
tiempo —responde tras mirar su reloj.
—Apestaré el coche con el olor —digo angustiada.
—¿Crees que yo no? Puedes ir a lavarlo cuando nos
dejes, tendrás tiempo de sobra.
María rodea el coche hasta el otro lado y abre la
puerta para entrar. Apoyo el culo en mi puerta y decido
hacerles caso, así que me permito el lujo de disfrutar el
cigarro hasta la última calada. Cuando termino, pisoteo
la colilla como lo ha hecho María, me ahueco un poco la
camisa como si así el olor no se quedase en ella y,
finalmente, me subo en el coche y pongo el motor en
marcha.
Iba a darle las gracias a Úrsula por permitirme ese
momento y a María por el cigarro, pero las dos están
hablando sobre lo que parecen unos apartamentos que
María le va mostrando en esa Tablet de la que no se
separa. Parece mentira, pero ese pequeño gesto de
confianza me ha relajado tanto, que conduzco el coche
durante los casi cincuenta minutos que tardamos en
llegar como si fuese una nave que levita sobre el
asfalto.
El navegador nos ha llevado hasta un pueblo en el
que no había estado nunca. Parece salido de la nada,
escondido tras un disimulado cruce que hay después de
pasar una gasolinera en la carretera general. El pueblo
está dividido a ambos lados de la carretera, yo me
desvío hacia la derecha y subo por una calle amplia con
varias casas viejas, algún pequeño bloque y varios
comercios. Cuando pienso que la calle se termina y que
me voy a tener que meter en la montaña, veo que a
mano derecha hay un polideportivo al lado un colegio e
inmediatamente después, dos bloques de pisos de tres
alturas que parecen recién construidos.
—Es ahí —me indica María—, puedes parar detrás del
coche negro.
Obedezco sin abrir la boca. Junto al coche del que
habla hay un hombre trajeado con el pelo engominado
que sostiene una carpeta gruesa de color negro que
parece que vaya a explotar con tanto papel.
Las dos mujeres se bajan al mismo tiempo que veo un
Ford Focus plateado aparcar detrás de mí. De él se baja
un hombre y otro se queda en el interior. Al principio me
dan mala espina, pero después veo como Úrsula les
dedica una mirada rápida y recuerdo que Rubén me dijo
que tenía seguridad privada. Supongo que en lugares
que no tienen controlados vigilan a Úrsula de cerca y en
los demás, pasan desapercibidos.
—Espera aquí, no creo que tardemos mucho —me
dice María—, después te mando la siguiente ubicación
para hoy.
Las dos se acercan al hombre trajeado seguidas por el
guardaespaldas y se dirigen al interior del edificio. Yo
aprovecho el momento para bajar todas las ventanillas
y airear bien el coche. Después saco mi teléfono y
compruebo que no tengo ninguna llamada de mi madre,
pero sí un mensaje de voz de Borja.
“Mañana llevaré a Lili a navegar, no olvides meter sus
pastillas para el mareo en la mochila”
Me tenso y tengo que controlarme para no soltar un
grito de rabia en mitad de la calle. Los martes es Borja
quien recoge a Lili del colegio para pasar la tarde con
ella. Así lo acordamos hasta que se celebre el juicio por
la custodia. Mi exmarido tiene un yate que utiliza para
sorprender y engatusar a todas las mujeres que se tira,
el muy cabronazo sabe que Lili se marea y en lugar de
llevarla al parque como haría un padre que se preocupa
por el bienestar de su hija, pretende darle la tarde en un
paseo que la dejará pálida y con el cuerpo
descompuesto hasta el día siguiente.
Pulso el botón y yo también le envío un audio.
—Si la vas a llevar al yate mejor se queda conmigo,
sabes que se marea. Haz el favor de pensar más en ella
y menos en ti —escupo tratando de contener la rabia.
Le diría muchísimas más cosas tal y como se merece,
pero no me conviene alterarlo hasta que el juez dicte
sentencia.
“Echa las putas pastillas, Mildred”
Su respuesta es tajante y no me queda más remedio
que apretar la mandíbula y tragar. Pienso en Lili subida
en el jodido barco, sentada sobre uno de los acolchados
asientos con las rodillas abrazadas al pecho y el rostro
pálido hasta que las pastillas le hacen efecto. Suspiro
hondamente y me acerco al coche donde el otro
guardaespaldas de Úrsula permanece vigilando el
exterior.
—¿Por casualidad tiene un cigarro? —pregunto, el
hombre apenas me mira, solo estira la pierna para
sacarse el paquete del pantalón y ofrecerme el
cigarrillo.
Después me presta también el mechero y cuando
expulso el humo de la primera calada se lo devuelvo.
—Muchas gracias.

Algo más de media hora más tarde, las dos mujeres y


los dos hombres salen del edificio, se despiden del
señor de la carpeta, que sonríe ampliamente porque
probablemente acaba de ganarse una buena comisión y
ellas regresan al coche. María vuelve a darme una
dirección, aunque antes me pide que pasemos de nuevo
por la oficina para llevarla a ella.
A Úrsula la llevo a un restaurante en el puerto de
Castelldefels y por un momento pienso en lo bien que se
lo pasaría Lili jugando en la playa mientras esperamos.
—No pretendo que la comida se alargue —dice Úrsula
sobresaltándome—, aprovecha para ir a comer.
Me tiende un billete de cincuenta euros y la miro
desconcertada sin saber qué debo hacer. Rubén no ha
mencionado nada sobre estos detalles, ¿es correcto que
lo coja?
—Creo que no debería, no se preocupe, yo tengo…
—Cógelo —me corta ofendida—. En el restaurante de
la esquina hacen unas paellas individuales que te harán
llorar de lo ricas que están. Come y vuelve al coche,
cuando yo termine me llevas a casa y ya no te
necesitaré más hasta mañana. Tienes el resto del día
libre, aprovéchalo bien.
Acepto el billete y antes de poder darle las gracias,
Úrsula se baja del coche. Sonrío por primera vez en todo
el día, porque después de varios meses, voy a poder ir a
recoger a Lili al colegio. Saco el móvil y le envío un
mensaje a mi madre para informarla de que yo la recojo
y después iremos un rato al parque, así ella también
descansa unas horas.
Capítulo 9

Mildred

Me siento como una extraña en la puerta del colegio,


hace tanto tiempo que no puedo venir a recoger a mi
hija que las madres con las que antes hablaba mientras
la esperaba, ahora me miran como si fuese una extraña
y cuchichean entre ellas. Supongo que es lo que pasa
cuando antes llevabas una vida relativamente
acomodada y ahora te faltan horas para trabajar. Lili va
a un colegio de pago, en concreto al más prestigioso de
la ciudad porque Borja insistió en que nuestra pequeña
debía tener todo lo mejor que pudiésemos darle, y yo
estaba de acuerdo.
El problema es que Borja, desde que iniciamos los
trámites de divorcio, ha dejado de pagar cualquier gasto
que tenga que ver con ella, y eso me tiene asfixiada
hasta el punto de no poder marcharme de casa de mi
madre porque no puedo con todo.
—¿Por qué no la cambias de colegio? —me propuso mi
madre una noche que llegué tan agotada que en lugar
de cenar me puse a llorar.
Le respondí que no de forma tajante, no porque
piense que los colegios públicos no son buenos, es
simplemente que los amigos de Lili están en ese
colegio, y mientras pueda no pienso arrebatarle eso
también. Bastante está teniendo con nuestra separación
y el hecho de ver mucho menos a su padre, ya que el
único acuerdo al que he podido llegar con él mientras se
resuelve todo lo demás, es que la niña se queda
conmigo y él pasa todos los martes por la tarde con ella
y un fin de semana cada quince días.
Veo salir a Lili corriendo al lado de su mejor amiga,
una niña china llamada Lee. Las dos gritan muertas de
la risa y yo me siento tan feliz que por un momento me
olvido de respirar. Cuando me ve, se queda parada un
instante y después arranca a correr de nuevo con la
emoción desbordando su sonrisa.
—¡Has venido, mamá! —grita, y salta sobre mí como
una pantera volviendo la cabeza hacia Lee—. ¡Ha venido
mi madre! —le grita a la niña entusiasmada.
—Claro que he venido, cariño, siempre que pueda
escaparme vendré a por ti. ¿De acuerdo?
—Vale —aplaude, y coge el batido que le entrego y
empieza a sorber.
—No te lo bebas de golpe, primero el bocadillo.
Lili merienda de camino al parque, donde de nuevo se
encuentra con su amiga Lee y otros compañeros del
colegio. Miro a las madres y, aunque lo lógico sería
acercarme a ellas, decido permanecer bajo la sombra de
un árbol. Las conozco a todas y jamás he llegado a
sentirme cómoda en su compañía, demasiado falsas y
preocupadas por guardar las apariencias. La única con
la que me llevo bien es con la madre adoptiva de Lee,
pero hoy ha venido la niñera a recogerla, así que
permanezco aquí, disfrutando en soledad viendo a mi
hija y sin la necesidad de fumarme ningún maldito
cigarro porque ella es el bálsamo que necesito.
Después de casi una hora donde no ha parado de
jugar, vuelve hacia mí sudada y agotada.
—¿Nos vamos ya?
—Claro.
La cojo de la mano y camino con su mochila colgada
en mi hombro hasta el coche. Cuando llegamos a casa
de mi madre, Lili le explica con los ojos brillantes que yo
he ido a buscarla como si fuese un milagro y ella no lo
supiera. Yo me quedo junto a la puerta mientras las
observo y me aguanto las ganas de llorar. Nunca
imaginé que para ella fuese tan importante y me digo a
mí misma que al menos una vez a la semana debo
ingeniármelas de alguna manera para poder recogerla.
Mi madre le explica por enésima vez que yo tengo un
nuevo trabajo y que por eso no puedo pasar tanto
tiempo con ella. Yo permanezco estática, con el aire
contenido en los pulmones, mientras el nudo de
ansiedad crece en mi pecho y me recorre todo el
cuerpo. Maldigo al cerdo de su padre.
—Venga, que la abuela ya te ha preparado el baño —
dice mi madre.
—Ya voy yo, mamá.
—¿Segura? Tú deberías darte otro y descansar —opina
mirándome con preocupación.
—Estoy bien.
Acompaño a Lili y pasamos más de media hora
metidas en la bañera, ella chapoteando con sus
juguetes mientras me explica todo lo que ha hecho hoy
en el cole y yo escuchándola mientras el agua caliente
me relaja los músculos. Cuando termino de secarle su
larga melena rubia, la ayudo a hacer los deberes hasta
la hora de la cena y después la acuesto y vuelvo con mi
madre al salón. Me dejo caer derrotada junto a ella en el
sofá. Está viendo un programa de esos donde los
concursantes compiten por adivinar palabras, pero en
cuanto se percata de mi presencia, apaga la tele de
inmediato.
—¿Has hablado con Borja? —pregunta mi madre.
—Mañana llevará a Lili a navegar —respondo mirando
a la nada—, quiere joderme y utiliza a Lili para ello.
—No digas eso, él quiere a Lili a su manera. Solo está
dolido, Mildred, se le pasará.
Mi madre ni siquiera me ha mirado. Estoy convencida
de que en el fondo piensa que toda la culpa es mía,
porque fui yo la que provocó esto al pedirle el divorcio a
Borja. Sé que ella me apoya incondicionalmente, pero
es una mujer muy tradicional, de las que considera que
un matrimonio no debe romperse a pesar de que una de
las partes haya sido infiel a la otra en repetidas
ocasiones. Quizá si le explicase que, además de eso,
también sufrí amenazas y que el día que le pedí el
divorcio me dio una paliza, opinaría de manera muy
distinta. En cualquier caso, mientras pueda evitarle ese
sufrimiento lo seguiré haciendo, bastante tiene ya con
la pérdida de mi padre hace cinco años. Todavía no lo ha
superado y cada vez estoy más convencida de que no lo
hará nunca, o tal vez sí, porque la presencia de Lili ha
traído algo de luz a sus días grises.
—Si la quisiera la llevaría al parque, no al barco donde
sabe que se marea.
Mi madre me mira y hace una mueca de disgusto,
quizá olvidé mencionarle lo de los mareos de Lili.
—Pues no la dejes ir —agrega con el ceño fruncido.
—No puedo hacer eso, mamá. Mejor o peor, es su
padre, y Lili necesita verlo.
Omito decirle que, a pesar de lo mucho que me duele
saber el mal rato que pasará mi hija, no me conviene
contrariar a Borja ni provocarlo. Lo necesito calmado
hasta que mi abogado consiga esos jodidos
documentos, los únicos que pueden hacer que el cabrón
del que todavía es mi marido me quite la custodia de mi
hija. El corazón se me encoge al pensarlo y reprimo el
grito de rabia e impotencia que me gustaría soltar en
este momento. Con la garganta dolorida por aguantar
las ganas de llorar, trago saliva y le doy las buenas
noches a mi madre.
—Descansa, hija. Tienes la ropa limpia en el armario.
—Muchas gracias, mamá. No te acuestes muy tarde —
digo, y le doy un beso en la mejilla con los ojos
encharcados de lágrimas.
Capítulo 10

Mildred

Cuando llego a casa de Úrsula lo hago teniendo claro


que hoy no me va a pasar lo de ayer. A pesar de la
curiosidad que me produce la finca y las ganas que me
corroen de explorar cada rincón —como la pasarela de
madera que conduce a la piscina— me bajo del coche y
permanezco quieta como una estatua junto a mi puerta.
Hoy voy sobrada de tiempo y cuando he salido de
casa he pasado por un estanco y me he permitido el lujo
de comprar un paquete de tabaco. Necesito
mantenerme calmada hasta que me amolde a mi nuevo
trabajo y a las exigencias de Úrsula Monte. Su presencia
me altera y me acelera el pulso de un modo
desconcertante, me pregunto si es solo porque me
aterroriza hacerlo mal y perder el empleo o si ella con
su sola presencia tiene algo que ver con esa revolución
que recorre mi cuerpo cuando la veo.
Me permito un segundo para mirar hacia la casa y
recorro los grandes ventanales de la planta superior
preguntándome si estará ahí, espiando mis movimientos
para ver si meto la pata. ¿Estará María también? La
complicidad de esas dos mujeres me dio la impresión de
ir mucho más allá de la relación que puede haber entre
una jefa y su empleada. En cualquier caso, todo en ellas
me parece algo difícil de expresar, quizá se deba a que
pertenecen a un mundo demasiado distinto al mío como
para que yo logre comprenderlo. No sé por qué le doy
tanta importancia a la vida de esas dos mujeres, o a la
de Úrsula en concreto, hace apenas veinticuatro horas
que la conozco y ya me siento ligada a ella con una
especie de cordón invisible.
Vuelvo a girarme suspirando profundamente y miro
hacia el estanque, la enorme tortuga está saliendo de él
y me tenso temiendo que venga en mi dirección. No le
quito el ojo de encima hasta que cruza el puente y se
pierde por el otro lado. No sé por qué me da tanto
miedo la tortuga si son inofensivas. ¿O no lo son? Me
pregunto cuántos años debe tener, he leído que pueden
ser centenarias, y esta es enorme.
—Buenos días.
La voz de Úrsula suena potente a mi lado y me giro
sobresaltada. Al verla algo extraño me recorre el
estómago y contengo la respiración.
—Hola, lo siento, no la he escuchado acercarse.
—Me alegra verte con la ropa seca —dice, y se
encierra en el coche dejándome descolocada.
Yo también entro y pongo el motor en marcha, pero
antes de conducir, me giro un instante hacia ella sin
saber si hago bien en sacar este tema.
—Respecto al conjunto de ropa interior que me prestó,
si me dice el precio yo podría...
—No podrías. El conjunto es tuyo, ahora vámonos que
no quiero llegar tarde —zanja poniéndose las gafas de
sol.
No le doy las gracias ni digo una palabra más, solo me
giro y obedezco porque no quiero meter la pata. Aun
así, hago un esfuerzo enorme para no sonreír, me gusta
que me haya regalado ese conjunto, y también que
tenga mala leche.
De nuevo los semáforos y las largas colas me hacen
resoplar y mirar el reloj de forma constante. Trato de
calmarme diciéndome a mí misma que si llegamos tarde
no es culpa mía y que Úrsula es testigo de ello. Su
teléfono suena y responde la llamada de inmediato. La
observo de vez en cuando a través del espejo retrovisor,
apenas dice nada, únicamente escucha a su interlocutor
y va asintiendo con la cabeza. Me detengo en un
semáforo y ella se quita las gafas y se las coloca sobre
la cabeza. Sin duda es la mujer más atractiva con la que
me he cruzado jamás. Mientras pienso eso, Úrsula alza
la vista y nuestras miradas se encuentran a través del
retrovisor.
La boca se me seca, sin embargo, no logro apartar la
mirada de sus ojos oscuros como pozos. Úrsula Monte
tiene algo que me atrapa, no sé si es su halo de misterio
o ese magnetismo que la envuelve, o quizá haya algo
más, como ese atractivo insultantemente natural que la
convierte en el centro de todo lo que hay a su
alrededor.
Sofocada por los pensamientos que me atraviesan la
mente, aparto la mirada y ella responde con algunos
monosílabos hasta que finalmente corta la conversación
con una respuesta que me intriga.
—De acuerdo, me paso por ahí enseguida.
El semáforo se pone en verde y arranco al mismo
tiempo que vuelvo a mirarla por el retrovisor, esta vez
porque necesito una respuesta. Si ya no vamos a la
oficina debo saber a dónde dirigirme, pero ella no dice
nada, se limita a teclear en su móvil mientras mi nivel
de nerviosismo crece a pasos agigantados. ¿Qué
pretende? ¿Debo adivinar a dónde quiere ir?
—Toma —dice de repente, y alarga su mano hacia mí,
tendiéndome su móvil—, ve a esta dirección.
—Claro.
Alzo el brazo para coger su teléfono y mis dedos rozan
sin querer los suyos. Están tibios y suaves y su contacto
me gusta tanto que me estremezco. Coloco su móvil
sobre el soporte que tengo en la rejilla del aire
acondicionado y me desvío para dirigirme hacia el lugar
que me pide. No está muy lejos de su oficina y tardamos
relativamente poco en llegar. Estaciono en la puerta en
un espacio reservado para el edificio, lo que me
sorprende porque exteriormente parece estar a punto
de derrumbarse. Miro intrigada hacia la entrada, porque
además de su mal estado visual, no hay ningún cartel
que indique qué tipo de sitio es este y la puerta parece
la de un edificio desvalijado. No es el tipo de lugar en el
que encaja Úrsula y eso me hace imaginarme todo tipo
de cosas. ¿Y si es drogadicta?
—Entra conmigo —dice abriendo su puerta.
Sacudo la cabeza y me centro en lo que ha dicho por
si la he entendido mal, sin embargo, cuando veo que
me mira con impaciencia, me bajo del coche de
inmediato y lo cierro mirando en todas direcciones. Me
tranquilizo cuando veo que justo al otro lado de la
calzada hay un Seat Ibiza azul en cuyo interior está el
guardaespaldas que ayer me dio un cigarro cuando
Úrsula y María entraron en aquel edificio junto al tipo
engominado, el otro guardaespaldas está a dos metros
de nosotras y parece que nos va a acompañar al
interior.
Sigo a Úrsula, pegándome tanto a su espalda que
cuando se detiene para abrir la puerta, no logro frenar a
tiempo e impacto hundiendo mi cara en su melena y
mis pechos en su espalda. Su agradable perfume
afrutado se cuela por mis fosas nasales hasta llegar a
mi cerebro, grabándolo de ese modo para siempre en
mi memoria. ¿Qué me pasa? ¿Me he vuelto tonta de
repente?
Úrsula se gira y me mira de pies a cabeza mientras
doy un paso atrás avergonzada por mi comportamiento
aniñado.
—¿Qué se supone que haces? —pregunta
taladrándome con la mirada.
—Perdón, es este lugar, que me pone nerviosa —me
excuso absurdamente.
Esperaba una de sus respuestas cortantes o algún
desaire, incluso que me enviase al coche a esperar
porque soy más una carga que alguien útil, sin
embargo, Úrsula sonríe brevemente de un modo tan
seductor, que mi corazón se detiene y la miro
preguntándome si es posible que me esté enamorando
de ella.
No, no puede ser. Es imposible estar envuelta todavía
en una relación tan tóxica y absorbente como la que
trato de zanjar con Borja, como para ser tan estúpida de
enamorarme de una mujer que está completamente
fuera de mi alcance. Me quedo paralizada como una
imbécil cuando Úrsula abre la puerta y pasa al interior.
—Camine —me ordena el guardaespaldas al ver que
Úrsula se aleja.
Doy dos pasos y cruzo el portal. Me sorprendo tanto
con el cambio que me es imposible cerrar los ojos. La
fachada no tiene nada que ver con el interior, donde
todo ha sido reformado con gusto pero sin excesos.
Avanzamos por un corto pasillo hasta llegar a otra
puerta que Úrsula abre como si fuese la de su casa. De
nuevo me detengo, esta vez porque veo el pequeño y
discreto cartel que hay a la derecha, es un centro de
ayuda a mujeres maltratadas.
El guardaespaldas resopla esta vez a mis espaldas y
de nuevo doy dos pasos y cruzo la puerta. La mujer
regordeta y de rostro terriblemente agradable que hay
tras el mostrador, se ha puesto en pie para rodearlo y
abrazar a Úrsula con la confianza de una amiga. Las
miro sin salir de mi asombro, sobre todo por la ternura y
la sinceridad con la que Úrsula le devuelve el abrazo, es
como si la mujer de hielo se hubiese transformado en
alguien capaz de derretirlo con su sola presencia.
—Qué alegría verte, Úrsula —dice la mujer al deshacer
el abrazo.
¿Por qué me alegro de que se haya separado de ella?
—Últimamente no vengo lo suficiente por aquí —se
excusa Úrsula con una mueca de disgusto.
—Lo importante es lo que haces —responde la mujer,
y entonces deduzco que ha sido una manera sutil de
decirle que lo que verdaderamente necesitan de ella, es
su dinero.
Úrsula no parece darle importancia, pero a mí me ha
ofendido el comentario como si ella fuese algo mío. Y de
nuevo cabeceo desconcertada por sentirme así en su
presencia.
—¿Qué es lo que pasa? —pregunta Úrsula.
La mujer le hace un gesto para que la siga y yo miro a
un lado y a otro sin saber qué hacer, ¿para qué me ha
hecho venir? De repente me siento muy incómoda en
este sitio y solo quiero salir corriendo, sin embargo, el
guardaespaldas hace un gesto con la cabeza y me
indica que las siga.
—¿Tienes nombre? —le pregunto de repente, y él me
mira como si jamás se lo hubiesen preguntado.
—Mikel —responde seco.
—Mucho mejor así, yo soy Mildred. Ya sé que no te
importa, pero por si acaso. De este modo, si alguna vez
tienes que dirigirte a mí, puedes usar mi nombre y no
esos gestos prepotentes.
Mikel arquea las cejas mientras camina a mi lado y me
ignora por completo. Me fijo en los carteles de las
puertas, en una hay un cartel de asistenta social y en
otra pone psicóloga. Entiendo que es aquí donde las
mujeres pueden acudir buscando ayuda y orientación, y
de nuevo la angustia me sube por la garganta hasta
estrangularme y cortarme el aliento. Quizá yo debí venir
a un sitio como este en su momento, pero Borja se
encargó de complicar la situación en mi contra y debo
actuar con cautela si no quiero perder a Lili.
Llegamos a una sala, donde una mujer que tiembla de
pies a cabeza espera compungida abrazándose las
rodillas sobre un sofá. Es Úrsula la que entra y la mujer
rechoncha de recepción, Mikel y yo, nos quedamos
fuera.
—¿Qué le ocurre? —pregunto sin poder contener mi
curiosidad.
Sé que la pregunta es absurda, si está aquí es porque
necesita ayuda, pero al no verle ningún golpe mi intriga
se ha doblado.
—A veces el maltrato verbal puede ser tan cruel o
incluso peor que el físico —responde la mujer—, tiene
veintidós años y su novio la ha amenazado de muerte
en varias ocasiones si lo deja.
—¿Y qué va a hacer Úrsula?
—Ofrecerle un piso protegido y asistencia psicológica
y legal para que tome medidas.
Mis preguntas deben verse reflejadas en mi rostro,
porque no necesito formularlas para que la señora las
conteste.
—Úrsula Monte es quien financia todo lo que ves —
dice mirándola con orgullo—. Tiene decenas de
apartamentos que ofrece a mujeres que realmente los
necesitan. Aquí pueden acudir sin miedo, se les ofrece
protección desde el momento que cruzan la puerta, sin
embargo, hay chicas como ella —dice señalando a la
joven—, que tienen tanto miedo que una vez aquí se
arrepienten y no hay manera de convencerlas para que
acepten la ayuda. Nuestra última esperanza es Úrsula,
si ella no puede, nadie más lo logrará.
Tras sus palabras se instala el silencio y los tres
observamos a través de la puerta abierta como Úrsula,
sentada frente a la joven, le habla sin parar mientras le
sostiene las manos entre las suyas. Mi barbilla comienza
a temblar y por un momento pienso en lo bien que me
sentiría sabiendo que tengo el apoyo de una mujer
como ella. Me aparto un par de pasos hasta apoyar la
espalda en la pared y trago saliva mientras las observo
durante varios minutos en los que la chica asiente. Unos
minutos después, la joven dice algo y Úrsula sonríe de
un modo tan sincero que las lágrimas que llevo rato
conteniendo, saltan de mis ojos a traición y me hacen
secarme con las manos en un acto reflejo para que
nadie se dé cuenta.
—Ya está —dice Úrsula cuando sale.
—Muchas gracias, siento haber tenido que molestarte
—le dice la mujer.
—No pasa nada, Antonia, sabes que vosotras nunca
me molestáis.
Antonia y Úrsula se despiden con otro abrazo y
cuando se sueltan, vuelve a adoptar su gesto de mujer
fría y despiadada mientras yo me pregunto cómo
cojones logra hacerlo. ¿Es una de esas mujeres
camaleónicas capaces de adoptar el papel que mejor
conviene a la situación? Si es así, deberían darle el
premio a la mejor actriz, porque lo hace cojonudamente
bien.
Cuando pasa por delante de mí para dirigirse a la calle
siento esa fuerza magnética arrastrándome hacia ella
como un impulso incontrolable. Me pregunto si Mikel lo
percibe del mismo modo que yo, y también por qué
Úrsula me ha hecho entrar aquí, ¿intenta demostrarme
que detrás de esa fachada de mujer férrea se esconde
un ser humano? Y si es así, ¿por qué quiere que la vea
de ese modo? Las preguntas se agolpan en mi mente
hasta saturarme, probablemente no sea ni una cosa ni
la otra y simplemente no se fiaba de dejarme sola en el
coche y encontrarme después empapada porque una
rata ha salido de la alcantarilla y yo he corrido
despavorida hasta caerme en un charco. O peor,
atropellada por una bicicleta o uno de esos patinetes
eléctricos.
Capítulo 11

Mildred

Úrsula pasa el resto de la mañana en la oficina. Me ha


dado un par de horas libres antes de ir a buscarla para
llevarla a comer y yo he aprovechado para llevar el
coche a la empresa de Rubén y hacer que me lo limpien
por dentro. Me salgo a la entrada del garaje donde está
el Mercedes y aprovecho para fumarme un cigarro
mientras pienso en lo que he visto esta mañana.
—¿Un día y medio y ya necesita una limpieza por
dentro?
Rubén aparece a mi lado y observa lo que hay entre
mis dedos con cierta sorpresa.
—Necesito relajarme —me excuso sin saber muy bien
por qué—, esa mujer me pone muy nerviosa.
—No la he tratado, pero algunos dicen que tenerla
cerca es...
—Hace que te salten los fusibles —suelto en un
ataque de sinceridad, y Rubén empieza a reírse a
carcajadas mientras saca su propio paquete de tabaco y
me acompaña en este asqueroso vicio.
—¿Para bien o para mal? —pregunta cuándo se calma.
—Todavía no tengo una respuesta a esa pregunta, es
una mujer muy desconcertante.
—Bueno, tómatelo con calma. ¿Tú cómo estás?
Lo miro sintiendo la rigidez en el cuello y los músculos
tensos.
—Estoy bien, todo controlado.
—No me refiero al trabajo, me refiero a tus problemas
con Borja —aclara para que no esquive el tema.
—Igual, supongo —respondo expulsando el humo por
la nariz de forma prolongada y cansada—, mi abogado
sigue sin conseguir nada, y si no lo hace pronto estaré
jodida.
—Lo siento, si hay algo que yo pueda hacer, solo
tienes que decirlo, ya lo sabes.
—Ya has hecho mucho dándome este empleo, Rubén
—le agradezco con una sonrisa amarga.
—En cualquier caso, ya tienes mi número. Te dejo, que
tengo que salir en unos minutos.
—Claro.
Rubén se marcha y media hora después también lo
hago yo con el coche oliendo a lavanda.

A la una en punto Úrsula sale del edificio acompañada


esta vez por María, que habla sin parar de camino al
coche mientras Úrsula la mira de reojo y asiente de vez
en cuando. Las llevo a comer a una masía perdida en las
afueras de Sant Andreu de Llavaneras. Había escuchado
hablar de ella y de lo bien que se come, y también de
que no es apta para cualquier bolsillo.
—Después de comer tenemos una reunión aquí
mismo. Ve a comer y vuelve a las cinco, para entonces
ya habremos terminado —ordena María.
Úrsula abre su bolso y veo que de nuevo saca un
billete de cincuenta euros y me lo tiende. ¿Va a
pagarme la comida cada día? Recuerdo el billete de
ayer y también el conjunto de lencería, si algún día le da
por pedirme todo lo que me ha dado tendré que
prostituirme para poder pagarle.
Como tengo bastante tiempo, aviso a mi madre y le
digo que voy a comer con ella. Cuando llego con la
barra de pan que me ha pedido, tiene preparada una
olla de gazpacho y ha frito huevos con patatas.
—Ummm, qué bueno —digo olfateando como un perro
de camino a la cocina.
Mi madre sonríe y se encoge de hombros.
—Toma, es una propina que me han dado —digo
metiéndole el billete de Úrsula en el bolsillo del delantal
—. Úsalo para lo que haga falta.
—Guárdalo tú que lo necesitas más, yo con la paga de
tu padre y la mía me apaño de sobra para las tres —
dice, y una sombra oscura recorre su rostro cuando
menciona a mi padre.
—Ya te he dicho que no pienso vivir aquí por la cara,
mamá.
—Lo que hay en esta casa es tuyo, de Lili y mío —
declara con voz atronadora.
Mi madre coge el billete y lo introduce en un bote de
cristal que hay sobre la nevera, ahí ha metido el poco
dinero que le he dado hasta ahora, dice que es para
pagar al abogado. No discuto y aparto la mirada porque
me avergüenza que mi madre tenga que ayudarnos de
este modo. Siempre he sido autosuficiente, incluso
cuando vivía cómodamente con Borja yo seguía
trabajando a pesar de no necesitarlo, solo lo dejé
cuando nació Lili. Sin embargo, la situación actual me
supera con creces. Colegio, comedor, excursiones, ropa
y cualquier otro gasto sale únicamente de mi bolsillo,
por no hablar de los pagos quincenales que le hago al
abogado.
—Deja de pensar en el dichoso dinero y come —
ordena mi madre sacándome de mi pozo personal—. Las
cosas se arreglarán, ya verás.
Decido creerla y durante la comida me desconecto y
le explico a mi madre mi encuentro de ayer con la
dichosa tortuga, la culpable de que mi ropa estuviese
empapada. Hacía mucho tiempo que no la veía reírse
con tantas ganas, pensaba que me iba a echar la bronca
por no haber sabido quedarme donde se me había
indicado, pero en lugar de eso ha estallado con su risa
contagiosa hasta que a las dos nos ha dolido la barriga
de tanto reír. Al terminar de comer, yo he recogido y
fregado la cocina y después me he permitido un lujo que
hacía tiempo que no me tomaba, echarme una siesta en
el sofá.

Me he quedado profundamente dormida y cuando mi


móvil comienza a sonar, doy un bote en el sofá que
despierta también a mi madre. Por un momento me
cuesta ubicarme y no sé si es de día, de noche, si tengo
que trabajar o es un día festivo. Busco
desesperadamente a ambos lados del sofá mientras voy
recordando cada detalle y el corazón comienza a latirme
desbocado cuando pienso en Úrsula. ¿Me he dormido y
me llama porque están esperando? Cuando por fin logro
dar con el maldito teléfono, la sensación de terror es
mucho peor, porque en la pantalla aparece el nombre
del colegio de Lili.
—¿Sí? —respondo agitada.
—Hola, Mildred, soy Laura, la profesora de Lili.
De repente me calmo, porque su voz suena tranquila
y eso significa que Lili está bien.
—Te llamo porque tu madre me dijo esta mañana que
hoy la recogería su padre, pero aquí no ha venido nadie.
Mi corazón se detiene en ese momento y mis ojos se
dirigen de forma automática hacia el reloj de la pared.
Veo con horror que son las cuatro y media, Lili sale a las
cuatro y veinte y lleva diez minutos sintiendo que su
padre se ha olvidado de ella.
—Voy enseguida, Laura —digo y cuelgo.
—Ya voy yo, Mili —se ofrece mi madre que ha
escuchado la conversación—. Si vas tú, llegarás tarde al
trabajo.
—Lili lleva diez minutos allí sola, mamá. Andando
tardarás quince, yo puedo llegar en diez con el coche.
La traigo y me voy pitando.
No le doy opción a mi madre a protestar. Soy muy
consciente de lo poco que le gusta a Úrsula la
impuntualidad, pero lo primero es lo primero, si me
despide ya me las apañaré. Llego en tiempo récord a la
puerta del colegio y se me parte el alma cuando veo
que ya no queda nadie, solo mi hija con el gesto
compungido de la mano de la profesora. Me bajo, le doy
las gracias a Laura y me disculpo por lo sucedido.
Después me despido con prisas y subo a Lili en el
asiento trasero.
—¿Tenemos coche nuevo? —pregunta ella, que parece
olvidar lo que ha sucedido para dedicarle su atención a
los detalles del coche.
—No, cariño. Es el coche del trabajo de mamá.
Me gustaría tener una breve conversación con Lili
para excusar al desgraciado de su padre, pero tendrá
que ser cuando vuelva del trabajo. Cuando llego a casa
de mi madre agradezco que nos esté esperando abajo
en el portal. Lili se baja del coche y en cuanto se cogen
de la mano, me pongo en marcha de nuevo, rezando
para que la reunión de Úrsula se haya alargado y no
note que voy a llegar quince minutos tarde.
Como era de esperar, todo parece ponerse en mi
contra y me tengo que detener en cada semáforo que
me encuentro. Los nervios se apoderan de mí, estoy
comenzando a sudar y no dejo de tamborilear los dedos
sobre el volante.
—Jodido cabrón —mascullo pensando en Borja, y
aprovechando que estoy parada, cojo el teléfono, marco
su número y lo pongo en manos libres.
—¿Qué quieres? —responde cuando pensaba que ya
no iba a hacerlo.
—¿Cómo que qué quiero? Tenías que ir a recoger a Lili.
Me ha llamado su profesora y he tenido que ir a
recogerla yo. ¿Sabes la cara que tenía la pobre?
—¿Era hoy? —pregunta, y la sangre comienza a
hervirme hasta que la vena del cuello se me hincha y
noto como me palpita.
—¡Claro que era hoy, Borja, es martes, joder! —grito
fuera de mí.
—Se me ha olvidado, Mili, me la llevaré mañana —
dice como el que se olvida las llaves.
—Y una mierda, te la llevarás el fin de semana, no vas
a alterar sus horarios, eso ya lo hablamos.
—No me toques los cojones, Mili, todo esto es por tu
culpa, eres tú la que me ha separado de ella.
—No intentes echarme tu mierda a mí, Borja, yo no
me olvido de mi hija.
—No, tú solo te has cargado nuestra familia. Te voy a
joder, Mili, tienes hasta el juicio para replantearte tus
opciones. O vuelves a casa antes o verás a Lili en horas
concertadas en mi presencia.
Le cuelgo y suelto un grito de rabia al mismo tiempo
que tomo el desvío hacia la masía. Los ojos se me
encharcan y los nudillos se me ponen blancos cuando
descargo mi ira apretando con fuerza el volante. Hago
varias respiraciones y todo lo posible por serenarme, lo
último que necesito es llegar a por Úrsula con la cara
desencajada.
Capítulo 12

Úrsula

No soporto que las reuniones se celebren en los


restaurantes. Durante la comida se suele beber y esas
personas a las que trato de convencer para que hagan
donaciones en la gala benéfica a favor de la gente sin
recursos, se crece y se toma unas confianzas que de
otro modo no se tomarían. Con la excusa de la
sobremesa, la copa de después y una cerveza para
recibir la tarde, las reuniones se prolongan mucho más
de lo que lo harían si se celebrasen en una sala de
reuniones, que para eso están.
—¿Quieres cambiar esa cara? Estás tan tensa que
parece que te hayan metido una mazorca por el culo —
susurra María conteniendo la voz, disimulada tras una
falsa sonrisa.
—Te he dicho mil veces que no me gusta celebrar
reuniones así —protesto resoplando.
La mujer de Adrián Tesón, director y dueño de uno de
los periódicos de mayor tirada del país, me mira y me
dedica una sonrisa que no termina de dibujarse en su
rostro por culpa del bótox. Estoy incómoda, como ya
esperaba, la cosa se ha alargado y bajo el pretexto de
tener todos los puntos bien atados, el abogado de
Adrián ha pedido una botella de Ginebra que se bebe a
palo seco mientras se fuma una faria en la pequeña
terraza privada que nos han otorgado. El olor me llega y
no puedo evitar hacer una mueca de asco a la vez que
disperso el humo con la mano.
—Lo lamento —dice el abogado, y sopla hacia el lado
contrario mientras sigue tomando notas en su agenda.
—Sabes que haciendo comidas informales es mucho
más fácil convencerlos de que aflojen la pasta, te lo he
dicho mil veces —insiste María.
—Lo he convencido antes del primer plato —contesto
enarcando una ceja con prepotencia—, de todo este
papeleo te tendrías que estar ocupando tú con él en tu
despacho, que para eso eres abogada también.
—Es mucho mejor aquí.
La sonrisa de María se vuelve diabólica y yo sigo la
dirección de sus ojos, que comprueban con lujuria que
nadie nos presta atención en este momento. El
abogado, presidiendo la mesa a mi izquierda, sigue
fumando con la vista clavada en la agenda. Adrián está
sentado frente a mí contestando mensajes en el móvil, y
su mujer, sentada frente a María, acaba de marcharse al
baño. Me pongo tensa un instante, sin embargo, se me
pasa enseguida porque estos arranques de María suelen
ponerme muy cachonda. Con disimulo, acerca su silla
hasta pegarla a la mía y, aprovechando que la mesa
tiene un mantel muy grande que descansa sobre
nuestras piernas, desliza su mano sobre la fina tela de
mi pantalón y la posa sobre mi sexo ejerciendo la
presión justa como para que una oleada de placer me
recorra todo el vientre y me haga suspirar.
—Disculpad, es solo un segundo —dice Adrián
excusándose por seguir con el móvil.
María presiona otra vez y, además de sentir ese placer
ardiente que me hace desear más, me hace reírme y
por fin logro relajarme un poco.
—Venga, quita —le digo cogiendo su mano para
apartarla de mí.
María me devuelve la sonrisa y se desplaza con su
silla hasta su sitio justo cuando la mujer de Adrián
vuelve caminando sobre sus elegantes tacones de
aguja. Contestamos a varias preguntas más y María
concluye la reunión asegurando al abogado que le
enviará todo lo que necesita por correo electrónico.
Todos nos levantamos a la vez y miro el reloj, son las
cinco y cinco. Nos despedimos de nuestros invitados
dejándolos en la barra mientras Adrián termina de
hablar por teléfono y las dos salimos a la calle
precedidas de Mikel.
En cuanto ponemos un pie fuera, María se enciende
un cigarro.
—No está aquí —digo como si ella no se hubiese dado
cuenta.
—Ya lo veo. Mañana llamaré para que nos envíen a
otra persona —zanja mientras saca su teléfono—, es
una lástima, porque la chica…
María arquea una ceja y se muerde el labio al mismo
tiempo que niega con la cabeza.
—La chica, ¿qué? —pregunto con media sonrisa.
—Venga, reconoce que estás deseando invitarla a ese
sitio —dice tras asegurarse de que nadie nos mira.
—Tal vez, aunque no la veo en un lugar así, creo que
se quedaría paralizada.
Le quito el cigarro de los dedos a María y le doy una
calada mirando el reloj de nuevo. Las cinco y doce
minutos.
—¿Nos vamos con Mikel? Quizá no venga —propone
María justo en el momento que el Mercedes aparece por
la entrada principal.
Cuando llega frente a nosotras trata de frenar de
forma suave, pero no lo consigue y la veo sacudirse
hacia delante como si hubiese tenido un espasmo.
—La voy a poner en su sitio —dice María, que tira el
cigarro y lo pisa como lo haría una choni poligonera
antes de ir a pegarle a alguien.
La sujeto por el brazo aguantándome la risa y tiro de
ella hasta que la tengo tan cerca que por un momento
siento el impulso de besarla.
—No hagas eso, joder —protesta en voz baja—. Me
acabas de poner como una perra en celo.
—Justo como me has puesto tú ahí dentro, estamos en
paz.
—De acuerdo, ¿qué pasa?
—No le digas nada, ya he tenido una tarde lo
suficientemente mala como para escucharte discutir con
ella. Mañana en el despacho le dices lo que le tengas
que decir, pero no la despidas.
—¿No? —sonríe mordiendo su labio otra vez.
—No —respondo rotunda.
Suelto a María y me dirijo hacia el coche, pero justo
antes de entrar, es ella la que me detiene a mí.
—Oye, ¿a ti te importaría si yo…?
María no termina su pregunta y mira hacia el interior
del coche.
—Si tú, ¿qué?
Me siento muy estúpida cuando hago preguntas cuyas
respuestas ya conozco, aun así, necesito oírselo decir
para tener claro que estamos hablando de lo mismo.
—Ya lo sabes, Úrsula, si se pone a tiro quiero saber si
te molesta que me acueste con ella.
—Deberías estar preguntándole eso a tu marido, no a
mí.
—Mi marido no se entera de nada —sonríe con los
ojos en blanco—, además, ella no es nada suyo.
—Tampoco lo es mío —respondo con tanta rapidez
que me arrepiento.
—Aclarado entonces.
Subimos al coche y en cuanto María se abrocha el
cinturón, decide que necesita una explicación e ignora
lo que le he pedido.
—¿Se puede saber dónde estabas? Llegas quince
minutos tarde —ladra como la perra que puede llegar a
ser.
Mildred, que hasta ahora permanecía rígida mirando
hacia su ventana, alza la vista y mira a través del espejo
central.
—He tenido un imprevisto, pero juro que no volverá a
suceder —dice en completa tensión.
No me pasa desapercibida la ira que desprende su
mirada ni la rigidez de su rictus o la tensión de su
cuerpo.
—No prometas cosas que no puedes cumplir —sigue
María—. Mañana en cuanto lleves a Úrsula a la oficina,
quiero que pases por mi despacho.
—Así lo haré —zanja Mildred, y pone el coche en
marcha mientras yo apoyo la cabeza en el cristal y
cierro los ojos.
Capítulo 13

Mildred

Apenas he pegado ojo en toda la noche. Por un lado,


está la amenaza de Borja de quitarme a Lili y por otro la
petición de María de que vaya a su despacho. ¿Me va a
despedir? Si es su intención deberé suplicarle para que
no lo haga. Le he dado vueltas y si le pido un adelanto a
Rubén, podría contratar a un detective privado para que
me ayude a conseguir los papeles que me hacen falta,
porque está claro que mi abogado no parece contar con
los recursos necesarios para eso y el tiempo se está
agotando. El juicio es en tres semanas.

Llego a casa de Úrsula con tiempo de sobra. En


cuanto aparco mi pulso comienza a acelerarse como
cuando sabes que has hecho algo mal y has sido
descubierta. Me sorprendió que ayer no dijese nada,
quizá cuando tiene a María cerca delega en ella incluso
el reparto de su mala leche. Me bajo del coche y aspiro
varias bocanadas de aire para tratar de tranquilizarme,
ya me he fumado un cigarro en cuanto he puesto un pie
en la calle y no quiero abusar o terminaré
enganchándome.
Veo a Piadora caminar con sus amplias y cortas patas
hacia la piscina. Esta vez no me asusta ni me importa su
presencia, quizá porque se está alejando de mí y
aunque decidiese dar la vuelta y venir a atacarme,
estoy segura de que tendría tiempo de sobra para
encerrarme en el coche y llamar a la policía.
Escucho cerrarse la puerta de la casa de Úrsula y me
giro de inmediato para quedarme con la boca abierta
mientras mis cejas se elevan impresionadas por su
belleza. Hoy va vestida de manera más sencilla e
informal, con un pantalón vaquero y una blusa de seda
color crema que resalta su piel tostada y revela las
líneas de su cuerpo. Agradezco que estemos a punto de
entrar en el mes de junio, porque la temperatura es
agradable y permite que ella vista con ese tipo de
camisas capaces de atraer hacia su escote la mirada de
cualquiera.
—Buenos días —saluda devolviéndome a la tierra.
—Hola —contesto, y ella eleva una mano hasta su
cara para colocarse las gafas de sol en un gesto que se
me antoja demasiado sensual.
Úrsula entra en el coche y yo lo hago tras ella con el
corazón desbocado y la incapacidad de pensar en nada
que no sea ella.
—Cuando quieras —dice, y suspiro notando como los
músculos de mi cuerpo se destensan.
Esperaba que dijese algo sobre lo que pasó ayer, sin
embargo, parece decidida a relegar esa tarea en María,
quien se encuentra de pie junto a la entrada del edificio
cuando llegamos. Úrsula se baja y se acerca a ella, la
veo susurrarle algo mientras yo también me bajo y
caminar sin esperarla hacia la entrada. Mis ojos la
persiguen sin que pueda controlarlos hasta que,
finalmente, desaparece de mi vista y puedo volver a
respirar.
—Mildred, a mi despacho.
La orden de María hace que un escalofrío me recorra
la columna. Ahora llega el momento de la verdad, ese
en el que si tengo que suplicar y arrastrarme como el
gusano siento que soy en ocasiones, lo haré. Camino
tras ella hasta cruzar la puerta que hace un momento
ha atravesado Úrsula por el medio de una sala diáfana y
reluciente hasta los ascensores. Encontramos uno
abierto y al entrar, María pulsa el número dos con
determinación. Me coloco por detrás de ella y la sigo
observando como he hecho desde que me ha ordenado
seguirla. Al contrario que Úrsula, ella lleva un vestido
veraniego con la falda volada y parte de la espalda al
descubierto. Estoy segura de que debe pasar varias
horas a la semana en el gimnasio, de lo contrario, que
me digan el truco para mantenerse así de bien con su
edad. Las puertas se abren y se encamina por un largo
pasillo anunciando su presencia con el taconeo de sus
zapatos. No puedo apartar los ojos de ella, siento ese
tipo de hipnotismo que me provoca Úrsula y no logro
explicarme el motivo.
María abre una puerta y se queda junto a ella
franqueándome el paso hasta que entro y cierra a sus
espaldas. No sé por qué motivo había imaginado su
despacho como una sala sobria donde a su vez reinase
el caos, sin embargo, todo está perfectamente ordenado
y el sol entra a raudales por el gran ventanal. Cuando
llega a su lado de la mesa no me invita a sentarme,
simplemente deja su bolso y las llaves del coche sobre
la silla y después vuelve hasta donde me encuentro
para plantarse frente a mí. El sol hace que su pelo brille
con fuerza y su silueta se dibuje sombreada ante mis
ojos, convirtiéndola en la segunda mujer que me
apetece follarme en menos de una hora, porque la
primera es Úrsula.
Mi propio pensamiento me sorprende y abro los ojos
enormemente. Nunca he sido así, jamás me he
permitido dejar que este tipo de necesidades afloren en
mí en ningún lugar que no sea una habitación con una
cama junto a una persona de confianza. Me doy cuenta
de repente de que no he tenido vida sexual más allá de
un chico y una chica con los que estuve antes de Borja y
el propio Borja.
—Escúchame bien porque no te lo voy a repetir —
anuncia haciendo que la mire fijamente—. Si fuese por
mí ya estarías de patitas en la calle, pero resulta que
Úrsula es la que manda y a ella le gusta tu manera de
conducir, por lo que tienes una última oportunidad.
Vuelve a llegar tarde y ya no hace falta que vengas al
día siguiente. ¿Te queda claro?
Asiento y la miro deseando odiarla, pero hay algo en
ella que me lo impide. La seguridad en sí misma que
tiene es un rasgo en el carácter de María que me gusta
mucho.
—¿No vas a decir nada? —pregunta, y se acerca hasta
quedarse a un palmo de mí.
Imagino que pretende intimidarme y que
probablemente sea algo que le funciona con la mayoría
de sus presas, sin embargo, conmigo lo único que ha
logrado ha sido ponerme cachonda y llenarme de una
necesidad que ya no recordaba haber tenido.
—Ya te dije que no volvería a pasar —respondo con un
tono más elevado de lo que debería, y sus ojos se
clavan en mis labios provocándome un calambre entre
las piernas.
—¿Ahora me tuteas? —pregunta arqueando una ceja,
y avanza unos centímetros que me permiten notar el
calor de su cuerpo.
—Lo siento —me retracto desconcertada, con la
respiración cada vez más pesada.
—No te disculpes, me gustan las mujeres con carácter.
Su respuesta me hace levantar la mirada de su escote
para buscar la suya, pero me quedo a medio camino
observando boquiabierta sus labios.
—¿Puedo follar contigo sin miedo a que me pidas
matrimonio después? —pregunta dejándome atónita.
En cualquier otra ocasión o viniendo de otra persona,
esa pregunta me habría hecho salir corriendo
despavorida, en cambio, aquí y con ella, mi cuerpo se
estremece de placer y mi cabeza niega lentamente
hasta que ella me arroya, colocando las manos en mi
cintura y sus labios sobre los míos mientras me guía
hasta un archivador con la altura perfecta para que
apoye mi culo y ella encaje su cuerpo entre mis piernas.
Mientras me besa y su mano me quema la entrepierna
por encima del pantalón, pienso en lo poco apropiado
que es esto. La idea ha sido suya, pero no la conozco lo
suficiente como para saber si después de esto
considerará que lo mejor es tenerme lejos.
—Necesito este trabajo —jadeo en tono suplicante
cuando me saca la camisa de los pantalones y su mano
asciende por mi vientre.
—¿Por quién me tomas? —pregunta ofendida sin
detener su recorrido—. Esto se llama follar, después tú a
tu trabajo y yo al mío.
Se detiene un instante y me mira comprendiendo que
no estoy acostumbrada a tener este tipo de encuentros
con nadie.
—Si pierdes el trabajo será porque no cumples con tus
obligaciones, no porque hayas follado conmigo —aclara
con la respiración agitada—. ¿Estamos de acuerdo?
—Sí, follamos y después cada una a lo suyo. Como si
no hubiese pasado —respondo hipnotizada.
—Exacto, ahora abre las piernas para que pueda
entrar dentro de ti.
Asombrada por su desfachatez y lo bien que se
desenvuelve en situaciones así, obedezco de inmediato
y me abro para que ella cumpla su palabra. Sus dedos
entran en mí con ímpetu y doy un respingo al mismo
tiempo que expulso el aire por la nariz al sentir esa
punzada de dolor de quien lleva tiempo sin mantener
ningún tipo de relación sexual.
Para mi sorpresa, María se detiene un instante y me
permite adaptarme a la invasión hasta que dejo de
resoplar.
—¿Mejor? —pregunta, y cuando yo afirmo con la
cabeza sonríe con cierto alivio, como si temiera
hacerme daño.
En ese momento recuerdo algunos de mis encuentros
con Borja y la rabia me invade justo en el instante que
la imagen de Úrsula aparece también en mis
pensamientos. A él lo recuerdo como a ese sujeto
invasor a quien solo le importaba lo que él necesitaba y,
a ella, como alguien que me hace sentir segura y que
me gustaría que ocupase el lugar de María en este
instante. Parpadeo confusa y trato de centrarme en ella.
Sé que necesito esto, que liberar la tensión a través de
un buen polvo puede ser lo que me hace falta para
dormir una noche del tirón.
La miro sofocada y la beso con ansia invitándola a que
mueva esos dedos a los que ya me he adaptado cuando
la puerta se abre y veo con incredulidad como Úrsula
Monte entra en el despacho.
—Joder… —balbuceo agarrándome con fuerza a los
hombros de María, que gira la cabeza un instante para
ver qué es lo que me ha puesto tan tensa.
Mi cuerpo entero es barrido por una ola de fuego
cuando tras observarnos con atención, Úrsula no dice
nada y se limita a cerrar la puerta con el pestillo que
María debería haber tenido la precaución de echar.
Úrsula se ha quedado dentro. Mi mente es un hervidero
en el que miles de pensamientos tan fugaces como las
décimas de segundo que han pasado, me invaden
barajando posibles opciones. Pienso que lo lógico es que
esto termine con una bronca descomunal en la que yo
acabo despedida, sin embargo, cuando María sonríe y
reinicia el movimiento en mi interior, comprendo que
eso no es lo que va a pasar, al menos, no ahora.
Debería parar esto, disculparme por ser incapaz de
controlar un calentón y salir corriendo de este
despacho, pero cuando Úrsula clava su mirada en la mía
y expulsa el aire de sus pulmones como si quisiera inflar
un globo, me doy cuenta de que lo que ve le gusta. Mi
excitación se dobla a la par que me doy cuenta de lo
surreal de la situación.
—Creo que deberíamos parar… —balbuceo al borde
del orgasmo.
—Ni se te ocurra —contesta Úrsula autoritaria, y se
acerca hacia nosotras hasta quedarse justo detrás de
María.
Al verla tan cerca de mí en un momento tan íntimo y
perverso como este, el fuego me explota entre las
piernas y un prolongado hormigueo me sube desde las
rodillas hasta que resoplo y estallo de placer. La mano
de Úrsula se posa sobre mi boca impidiendo que los
gritos que me provoca el éxtasis invadan toda la sala y
se escuchen más allá de la puerta. Resoplo contra su
mano llenándola de babas y sollozos mientras ella se
acerca y me da un pequeño mordisco en el cuello que
me dobla las piernas de placer.
Cuando termino de correrme, Úrsula aparta su mano
de mi boca y la arrastra hasta mi nuca mientras yo la
miro con los ojos acuosos como si María no estuviese
entre medio de ambas. De repente siento una conexión
absolutamente plena con ella, como si fuese una parte
de mí que siempre he necesitado y no he tenido. Las
emociones comienzan a desbordarme y vuelvo a
ponerme tensa. Las piernas me flaquean y es el cuerpo
de María el que me impide deslizarme hasta el suelo, en
este momento solo quiero irme corriendo, salir a la calle
y fumarme un cigarro mientras trato de buscarle un
sentido lógico a lo que siento.
Mi cara de desconcierto debe ser evidente, porque
María se separa de mí lentamente al comprender que
no estoy capacitada para seguir con esto.
—Ve al baño, refréscate y vuelve al coche —ordena
Úrsula con voz pausada, como si su corazón no latiera
tan rápido como el mío.
Sé que ella ha notado algo, he sentido esa profunda
conexión y estoy segura de que ella también, pero se
comporta como la mujer hermética que es y a mí no me
queda más remedio que recomponerme lo más rápido
posible y entrar en el baño del despacho de María. Me
refresco la cara y la nuca y después me siento en la
taza del retrete para relajarme durante un par de
minutos que se convierten en cuatro, los que tardo en
dejar de escuchar los gemidos de María al otro lado de
la puerta.
Sin pensarlo mucho porque de lo contrario me quedo
a vivir aquí dentro, abro la puerta y atravieso el
despacho, viendo de reojo a María en la misma posición
que yo estaba antes, solo que ella está entre los brazos
de Úrsula y una punzada de celos me atraviesa el pecho
antes de salir.
Capítulo 14

Úrsula

—Virgen santa, ha sido...


María no termina la frase y sonríe mientras se lava las
manos en el baño del que hace un momento ha salido
Mildred. Yo la miro a través del espejo, apoyada en la
pared de baldosas mientras intento poner mi cabeza en
orden.
De repente se ha convertido en un hervidero de
pensamientos que no puedo controlar. Mildred lo ocupa
todo y no puedo quitarme de la cabeza su forma de
mirarme, ese momento en el que nuestros ojos han
conectado y todo lo demás ha dejado de importar. Ni
siquiera sé cómo me siento y eso es algo a lo que no
estoy acostumbrada.
—¿Te ha molestado?
María acaba de girarse y me mira con la seriedad
dibujada en su rostro.
—No —respondo al aire.
—¿No?
—No lo sé, creo que no.
Mi amiga arquea las cejas y ahora sonríe y cabecea de
un modo que me hace entornar los ojos esperando a
que me explique lo que piensa.
—Me da a mí que sí que te ha molestado, pero te
recuerdo que tú me diste permiso.
—Sé lo que te dije, y no me ha molestado, es solo
que..., joder, no lo sé —digo enfadada, y me llevo las
manos a la cabeza para recogerme el pelo en una cola
desaliñada.
—¿Sientes algo por ella? ¿Es eso? —trata de
ayudarme mi amiga.
—Me despierta una enorme curiosidad y físicamente
me atrae mucho, pero más allá de eso no lo sé, es
demasiado pronto para tenerlo claro. Estoy muy
confundida.
—Bueno, eso quizá se deba a que no te has
enamorado nunca y todo esto es nuevo para ti. Vamos,
te invito a un café.
Salimos del baño y María enciende la cafetera de
cápsulas que tiene en una mesita junto a la ventana. Yo
me siento al otro lado de su mesa y me quedo pensando
en lo que ha dicho. ¿Tiene mi amiga razón y todo eso
que me revolotea en el estómago y me pone nerviosa
en presencia de Mildred es el principio de un
enamoramiento?
—No quiero hablar de este tema —digo cuando me
entrega un café humeante.
—¿Por qué no? No es tan malo, algún día tenía que
pasar.
—No des por hecho que estoy enamorada, María —
exijo malhumorada.
—Tal vez no todavía, pero te estás colgando por ella y
ni siquiera te das cuenta. Dijiste que no te importaba
que me acostase con Mildred, y estoy segura de que lo
decías en serio, pero te ha importado. Dime que no has
deseado ser tú la que estaba en mi lugar cuando nos
has sorprendido.
—Puede ser —reconozco encogiendo los hombros—,
pero también me ha gustado ver como se corría
mientras tú...
—Eso no tiene nada que ver con lo que decimos, a ti
te gusta mirar, te gusta dominar y te gusta compartir.
Una cosa no quita la otra. Puedes disfrutar viendo como
otra la toca, pero sabiendo que es tuya, que cuando se
corra lo hará para ti...
—Basta ya —la interrumpo sintiendo como la
humedad me moja la ropa interior otra vez—. Tal vez sí
que empiece a sentir algo por ella, pero es pronto para
afirmar que me estoy enamorando. ¿Cuánto hace que la
conozco? ¿Tres días? Por favor, María...
—Como si hace tres horas —contesta ella dejando la
taza vacía sobre la mesa—, aunque tú creas que los
sentimientos se pueden controlar, eso no es así. Puedes
haberte pasado toda tu vida sin enamorarte de nadie
como ha sido tu caso, y pensar que es porque eres
incapaz, pero después aparece la persona adecuada y
de repente todo cambia. Algo en tu interior hace clic y
te genera toda esa confusión que sientes, porque para ti
es algo nuevo, algo que no has experimentado antes y
que te está asustando, pero está ahí, Úrsula, por mucho
que te niegues a verlo.
—La despediré.
—¿En serio? —María arquea una ceja y yo sonrío como
una imbécil.
—No, no la despediré.
—Ya lo suponía.
Ahora nos reímos las dos hasta cansarnos, después
me levanto para dirigirme a mi despacho y antes de
salir me giro para mirar a mi amiga.
—María...
—Tranquila, no volveré a tocarla sin tu permiso.
—Gracias.
—Úrsula —ahora es ella la que me hace detenerme—.
¿Tú y yo seguiremos follando?
—Sí —respondo rotunda.
No pienso permitir que un encoñamiento me cambie
la vida. Estoy muy bien así.
Cuando entro en mi despacho lo primero que hago es
acercarme a la ventana y mirar al aparcamiento. Ahí
está Mildred, de pie junto al coche fumándose un cigarro
mientras traza líneas con el pie sobre el asfalto. Parece
nerviosa e inquieta y no me extraña, tengo presente
que lo que ha sucedido es algo que puede dejar
descolocado a cualquiera. Noto el corazón
palpitándome en las sienes y me siento mal por haber
permitido que pasara, no por lo que yo pueda sentir, si
es que de verdad siento algo, sino por ella. Noto que le
sucede algo porque siempre está tensa y nerviosa, y lo
último que le falta es que María y yo la involucremos en
nuestros juegos sexuales. Me doy cuenta de que yo en
su lugar ahora mismo me estaría haciendo muchas
preguntas, pero la que más inquieta me tendría sería
saber si sigo conservando el empleo después de algo
así.
—Mierda… —me lamento en voz alta, y me doy la
vuelta para ir a hablar con ella.
El sol me ciega cuando atravieso la puerta de la calle.
Mildred sigue ahí, de espaldas a mí mientras sigue
dibujando cosas con la punta del botín sobre el suelo.
—Entra en el coche —le digo a modo de saludo.
Mildred se gira en redondo y su cara, roja por el calor
del sol, se convierte en una mueca de tensión que me
mira como si esperase la peor de las noticias. Me
lamento por ser tan brusca y la falta de tacto que tengo
en ocasiones, sueno borde, autoritaria y como una arpía
despiadada a quién no le importa nada ni nadie. No me
gusta esa parte de mi carácter, pero al menos soy
consciente y trato de compensarlo en otros momentos.
Mildred entra en el coche sin protestar y yo lo hago
subiendo en el asiento del copiloto, lo que la descoloca
todavía más.
—Lamento mucho lo que ha sucedido en el despacho
—dice de forma atropellada antes de que me dé tiempo
a decir nada—. Sé que no tengo justificación y que lo
único que he hecho hasta ahora han sido méritos para
que me despidan, pero, por favor —suplica, y esta vez sí
que me mira.
Veo el terror instalado detrás de su iris verdoso. Sus
ojos están entelados por esa fina capa que provocan las
lágrimas cuando intentan salir.
—No me despida. Solo he comenzado con mal pie y yo
no…
—No te voy a despedir, así que deja de suplicar —la
corto, y Mildred se queda con la boca medio abierta
mientras me observa fijamente.
—¿No?
—No. Lo que ha sucedido en ese despacho entiendo
que ha sido la decisión de dos mujeres adultas que
tenían un rato libre y lo han utilizado como han creído
conveniente.
Mildred sigue mirándome. Atónita.
—Si te despido a ti, debería despedir también a María,
y por consiguiente echarme a mí misma, porque yo
también he participado.
Ahora baja la cabeza y se mira las rodillas como si ahí
estuviese escrito lo que debe decir a continuación. Está
temblando y algo pálida mientras trata de controlar la
respiración.
—Eh, mírame a mí —le exijo cogiendo su mentón con
suavidad para ladear su cabeza.
Mildred se muerde ambos labios con fuerza en lo que
me parece un gesto desesperado para tratar de
contener esa ansiedad que siente.
—Hoy tengo mucho trabajo aquí y no voy a ir a
ninguna parte.
—¿Ni a comer? —pregunta confusa.
—No. Pediremos comida. Tómate el resto del día libre,
date una ducha, relájate y sobre todo olvida lo que ha
pasado aquí esta mañana, tienes mi palabra de que tu
puesto jamás estará en juego por eso. ¿Queda claro?
—Sí. ¿Seguro que no me necesita?
—Seguro, María me llevará cuando termine —digo al
mismo tiempo que abro la puerta para bajar del coche.
—Está bien, muchas gracias.
Asiento y me bajo del coche.
—Mildred —la llamo antes de cerrar la puerta.
—¿Sí?
—Te he visto correrte, así que haz el favor de dejar de
tutearme.
La veo tragar saliva y cierro de un portazo antes de
que pueda contestarme o ver la sonrisa gamberra que
no he logrado contener. Quizá lo que dice María de que
me estoy colgando por Mildred sea exagerado, sin
embargo, debo dejar de ser una hipócrita y
reconocerme a mí misma que me gusta estar con ella.
Capítulo 15

Mildred

Vuelve a ser lunes, parece mentira que haya pasado


casi una semana desde lo que sucedió en el despacho y
todavía siga aquí. En aquel momento estaba segura de
que había metido la pata hasta el fondo al haberme
dejado llevar por algo que ahora ya no tengo tan claro si
era solo un calentón o la necesidad que tenía de
contacto físico con alguien.
Úrsula y María han cumplido su palabra y se
comportan como si aquello no hubiese sucedido. Sé que
es lo lógico, pero yo no puedo quitarme de la cabeza
ese momento en el que Úrsula me miró, y cada vez que
pienso en cuando su mano me tapó la boca, es como
rememorar aquel instante y casi sentir el orgasmo a
pesar de que los dedos que tenía dentro no eran los
suyos.
Llevo una semana trabajando para ella y a veces
tengo la sensación de que llevo un año. No es que su
carácter haya mejorado y sea menos cortante o
hablemos más, de hecho, desde aquella conversación
que tuvimos en el coche, no hemos vuelto a hablar más
que lo justo. Todo es culpa de esa conexión que siento
con ella, de lo que despierta en mí y de que no necesito
que me hable para sentirme bien. Me basta con tenerla
cerca.
Hoy me ha pedido que venga a recogerla un poco más
tarde, así que he aprovechado para llevar a Lili al
colegio. Este fin de semana lo ha pasado con su padre y
anoche, volvió un poco rebelde y protestona, algo que
siempre le sucede cuando está con él, aunque esta vez
parece que le está durando más y ya me estoy
preocupando.
Apenas ha querido contarme nada de lo que hizo, solo
que el sábado estuvieron con el barco y el domingo en
casa hasta que su padre la trajo a media tarde.
—Pasa un buen día, cariño —le digo cuando llegamos
a la puerta del colegio.
Le doy un cálido beso en la cabeza y Lili se relaja un
poco entre mis brazos.
—¿Cuándo tendremos una casa para nosotras? —
pregunta de repente.
—¿No te gusta vivir con la abuela? —contesto
agachada frente a ella mientras trato de comprender el
motivo de esa pregunta.
—Sí, pero es su casa, tú y yo no tenemos ninguna.
Lili se da la vuelta dispuesta a marcharse con su
mirada ceñuda y los brazos pegados al cuerpo con
firmeza como suele hacer cuando se enfada.
—Pronto, Lili —le aseguro reteniéndola un momento—,
estoy haciendo todo lo que puedo y te prometo que tú y
yo tendremos nuestra propia casa, ¿vale?
Lili se encoge de hombros y no sé cómo debo
interpretar su gesto. ¿No le importa o no me cree? La
ansiedad me sube por el esófago hasta estrangularme y
hacer que me muerda los labios de pura impotencia. Me
quedo allí agachada hasta que ella entra en la escuela y
se encuentra con Lee, que le sonríe contenta de verla a
pesar de que mi hija se muestra impasible.
—Hola, Mildred, cuánto tiempo.
Me pongo en pie como un resorte y me giro hacia la
derecha, donde Abigail, la madre de Lee, me espera con
una amplia sonrisa.
No sé por qué lo hago, pero me abrazo a ella de
manera sincera, después le doy dos besos y le sonrío.
Me alegro mucho de verla.
—Hace tiempo que no coincidimos —dice y yo asiento
confirmando sus palabras—. ¿tienes tiempo para un
café?
—Uno muy rápido, tengo que irme a trabajar en veinte
minutos o llegaré tarde.
Como hacíamos antes cuando coincidíamos, pasamos
de largo la cafetería de enfrente donde se reúnen el
resto de las madres y vamos un par de calles más allá,
donde hay otra muy tranquila en la que las miradas de
superioridad de las demás no se posan sobre nosotras.
Abigail estaba al corriente de mis problemas con Borja
y del inicio de nuestra separación, cuando me pregunta
por los detalles decido pasar por alto los verdaderos
problemas que tengo con él, como sus amenazas o sus
exigencias, y decirle simplemente que estoy a la espera
de que se celebre el juicio por la custodia, ya que en eso
no logramos ponernos de acuerdo.
—Estas cosas son horribles para los niños —se
lamenta con sinceridad—. ¿Cómo lo lleva Lili?
—La verdad es que no lo sé, apenas habla sobre el
tema. En casa de mi madre parece estar bien, pero cada
vez que viene de pasar el fin de semana con Borja se
pone insoportable. Hace un momento me ha preguntado
que cuándo tendremos nuestra propia casa, ¿cómo le
contesto a algo que ni siquiera sé yo?
—Las cosas mejorarán, Mildred. Al principio es duro,
pero ya verás como poco a poco todo se pone en su
sitio. Y lo de Lili es normal, tiene que adaptarse a la
nueva situación, aunque es una niña muy lista y estoy
segura de que lo hará pronto.
—Eso espero. Cuando la veo así me siento culpable y
me pregunto si no debería volver con su padre, al
menos hasta que ella sea más mayor y pueda
comprender las cosas.
—No seas antigua, Mildred —dice Abigail negando con
la cabeza—, no tienes por qué aguantar a un hombre
que no te respeta y que te maltrata, ¿crees que para Lili
es mejor ver como sus padres se pelean
constantemente?
—No, claro que no —me lamento sintiéndome
miserable por lo que acabo de decir.
Me prometí que sería fuerte, que lo haría por mí y por
Lili, y cuando tengo estos momentos de flaqueza de los
que estoy segura de que Borja disfrutaría mucho, me
siento de nuevo como ese gusano que se arrastra sin
ningún tipo de dignidad.
Me despido de Abigail con la promesa de que un fin de
semana que yo tenga libre, nos llamaremos y
quedaremos para llevar a las niñas al museo de cera.
Desde que fueron de excursión con el colegio no dejan
de repetir que quieren volver para que les hagamos
fotos junto a esas figuras estáticas que en ocasiones
dan miedo.

Llego a casa de Úrsula un poco antes de la hora


indicada. Ya no siento esa bola de nervios ni ese calor
sofocante cuando cruzo la puerta de su finca, de hecho,
me sucede todo lo contrario, cuando vengo aquí, siento
un alivio y una paz que no logro explicar y que solo se
ve alterada en el momento que ella sale de su casa y la
veo. En ese instante, un hormigueo que me suele aflojar
las piernas, se apodera de mí y mi corazón se acelera
como si hubiese venido corriendo. Entonces Úrsula me
saluda con esa firmeza y frialdad tan suyas y yo le
devuelvo el saludo con una sonrisa que no soy capaz de
controlar y que me hace sentir tonta. No es hasta que
llevo un rato conduciendo cuando comienzo a relajarme
de nuevo y mis constantes vuelven a la normalidad.
Me bajo del coche y miro hacia el estanque. La
presencia de Piadora ya no me impresiona tanto y estoy
segura de que algún día incluso seremos amigas.
—Buenos días.
Como siempre, Úrsula me pilla desprevenida, absorta
en mis pensamientos mientras miro hipnotizada a su
enorme y extraña mascota.
—Buenos días —respondo aturdida, y me giro hacia
ella, le sonrío y me meto en el coche antes de decir
alguna estupidez.
—¿Te importa poner un poco el aire acondicionado? —
pregunta en cuanto se abrocha el cinturón—, hoy
parece que el sol será implacable.
—Por supuesto.
Creo que es la primera vez que me habla para algo
que no sea saludarme. Me entran ganas de sonreír, sin
embargo, en esta ocasión sí que logro contenerme y
mantener el tipo.
Antes de ir a la oficina la llevo al banco y después a
una gestoría donde tengo que esperarla más de media
hora. Vuelve con una enorme carpeta y de ahí nos
vamos a una notaría donde al llegar, veo que en la
puerta la está esperando María, que me saluda con un
gesto de cabeza y las dos entran después de sonreírse
con complicidad y de que yo me muera de celos.
Me bajo del coche y me enciendo un cigarro. Esta
semana Mikel parece que tiene fiesta y en su lugar ha
venido Sergio, un chico al que conocí la semana pasada
cuando sustituyó al compañero de Mikel uno de los días.
Al contrario que Mikel, al que no he logrado sacarle más
que su nombre, Sergio es abierto y divertido, y habla
hasta por los codos.
—¿Te importa si te hago compañía? Creo que aquí
vamos a esperar más que en la gestoría —dice después
de que su compañero sea el que entre esta vez con
Úrsula.
—Claro —respondo haciéndome a un lado para que
pueda apoyarse también en el coche.
Sergio me da fuego y disfruta su cigarro con deleite
mientras yo me pregunto si todos los que tienen un
trabajo así, en el que la mayoría de las veces solo
pueden esperar, fuman para matar el tiempo.
—¿Llevas mucho tiempo trabajando para Úrsula? —
curioseo aprovechando la oportunidad.
—Siete meses —responde sin dejar de observarlo todo
a su alrededor.
—¿Has tratado con ella?
—Poco. La señora Monte no es muy cercana que
digamos, aunque yo lo prefiero así. Para nosotros es
más fácil hacer el trabajo si no mantenemos un vínculo
estrecho con la persona en cuestión, eso nos permite
ser más fríos y también más competentes.
—Entiendo.
—Tú la debes conocer mejor, pasas todo el día en el
coche con ella.
—No te creas, como has dicho, es muy suya. Cuando
no habla por teléfono se limita a mirar por la ventanilla,
me parece que ir en coche la relaja.
—Dicen que no le gusta conducir, al parecer su madre
falleció en un accidente de tráfico cuando ella era
pequeña. Úrsula también estaba aquel día, pero sus
heridas fueron muy leves.
No conocía ese detalle de su vida a pesar de que he
buscado mucha información sobre ella en internet. Sé
que se casó joven con un abogado diez años mayor que
ella, al parecer trabajaba para su padre y él confiaba
mucho en aquel joven. Cuando el señor Monte falleció,
Úrsula lo heredó todo al ser su única hija, sin embargo,
quien se quedó al frente de las empresas fue su marido.
Ella siempre se ha dedicado a sus asociaciones
benéficas. En concreto sé que tiene al menos dos, la de
ayuda a las mujeres maltratadas y otra para personas
con pocos recursos.
—¿Sabes por qué estamos aquí?
Sergio sonríe ante mi curiosidad y después se pone en
modo alerta al escuchar un frenazo al final de la calle.
Yo también miro asustada, pero después de un par de
bocinazos, el coche arranca y todo vuelve a la
normalidad.
—Creo que ha comprado un edificio que
probablemente utilizará para alojar a mujeres que
huyen de sus maridos. Una vez vi uno por dentro,
alucinarías —dice impresionado.
—¿Por qué? —pregunto intrigada.
—Por la seguridad. Hay cámaras en el exterior, en las
zonas comunes y en los pasillos y las escaleras. Para
acceder al portal o a los apartamentos no hay llaves,
todo funciona por escáner de retina, por lo que es
imposible que nadie que no viva ahí, pueda entrar.
Todos los apartamentos tienen un sistema de alarma, si
hay cualquier problema, las mujeres solo tienen que
pulsar un botón y la policía se presenta en cuestión de
minutos.
—Vaya…
—Sí, puede que esa mujer tenga un palo metido por el
culo, pero ayuda a mucha gente.
Sergio apaga el cigarro y me informa de que va a dar
una vuelta por la zona para comprobarlo todo. Yo me
meto en el coche y echo la cabeza hacia atrás. Después
llamo al detective privado que contraté el jueves pasado
para que me ayude a recuperar ese documento con el
que Borja puede joderme la vida y suspiro con
resignación cuando me contesta que todavía es
demasiado pronto para tener resultados, que ya me
llamará él.
Me gustaría gritarle que tiempo es precisamente lo
que no tengo, quedan menos de tres semanas para el
juicio y si para ese día no he recuperado el documento,
perderé la custodia de Lili.
Capítulo 16

Mildred

Úrsula y María salen de la notaría cuando ya son casi las


dos de la tarde, por lo que deciden comer por la zona y
de nuevo Úrsula me entrega un billete para que me
vaya a comer yo también.
—Vuelve aquí a las tres y media —dice agachada
junto a mi ventanilla bajada.
Su cercanía en este instante me pone
extremadamente nerviosa, sobre todo porque su camisa
cuelga hacia el vacío y sus pechos se insinúan de
manera generosa demasiado cerca de mi cara. Siento
un ardor extremo subirme por las piernas hasta explotar
entre ellas en forma de sacudida de excitación. Cada día
que pasa deseo con más intensidad que me llame a su
despacho como hizo María y que me folle encima de su
mesa.
—Hoy no tengo más compromisos y pasaré el resto de
la tarde en mi casa, así que después de dejarme puedes
tomarte el resto del día libre.
Una suave ráfaga de aire hace que parte de su
melena se eleve y algunos de los mechones de su pelo
me rocen la cara. Cierro los ojos y los siento como si
fuese ella acariciándome, por lo que acabo
estremeciéndome cuando los abro y la veo mirándome
con una sonrisa diabólicamente seductora. Se queda
quieta ahí unos instantes sin decir nada, solo
observándome, aunque yo siempre tengo la sensación
de que quiere decirme algo y no lo hace.
Soy consciente de que pertenecemos a mundos
distintos y la sola idea de imaginarme a su lado ni se me
pasa por la cabeza. Sin embargo, pagaría lo que hiciese
falta por pasar un día con ella, por conocer a la
verdadera Úrsula y por saber lo que se siente estando
con ella debajo de una sábana.
—Estaré aquí a las tres y media —concluyo tratando
de mostrarme serena.
—Bien —sonríe, y me dedica una caída de ojos que
me barre de excitación de pies a cabeza.
—Úrsula —la llamo de forma inconsciente cuando se
da la vuelta dispuesta a marcharse con María.
Cuando se gira y me mira con cierta expectación,
deseo que se abra un agujero enorme bajo mis pies y
me trague hasta lo más profundo. Ni siquiera sé por qué
la he llamado, me ha salido de dentro y no he podido
controlarlo, y ahora siento un azoramiento que me tiene
paralizada mientras el sudor nervioso aparece en mis
manos, mis axilas y mi espalda. Se acerca y vuelve a
apoyar los brazos sobre la puerta para mirarme de
nuevo.
—Dime.
La miro y mis ojos se clavan en sus labios cuando la
veo humedecerlos. Estoy paralizada, tanto física como
emocionalmente. Me he quedado con la boca abierta y
lo único que percibo es mi propio corazón latiéndome en
las sienes.
Su mano se estira de repente y acaba rozando mi
mejilla con sus dedos en una suave caricia que me
gusta mucho más de lo que hubiera imaginado. No sé
por qué lo ha hecho, y tampoco el motivo por el que
acabo de inclinar la cara como un perro en busca de
más caricias, porque me siento bien y la necesito cerca,
y porque me siento tan vulnerable junto a ella que de
repente tengo ganas de llorar otra vez.
Para mi sorpresa, en lugar de retirar la mano, Úrsula
extiende la palma y acuna el lado derecho de mi cara
sobre ella. Siento su calor atravesar mi piel hasta llegar
a mi cerebro a la vez que un escalofrío me hace tener
un leve espasmo.
—¿Estás bien? —pregunta, y yo afirmo sin articular
palabra, avergonzada por unos actos sobre los que no
tengo control—. ¿Para qué me has llamado?
—No lo sé —confieso avergonzada.
—¿No lo sabes? —repite arqueando una ceja, y pienso
que el día que se repartió la belleza humana ella se
llevó la mejor parte.
—Se me ha olvidado —miento para salir del paso.
—Ya —sonríe sin creerme.
Carraspeo y ella aparta la mano dejando mi rostro con
un frío que se me antoja desolador.
—¿Te has vuelto a poner el conjunto de ropa interior
que te regalé?
Su pregunta me deja tan descolocada que no sé ni
para donde mirar.
—No, me gusta tanto que no me atrevo a ponérmelo
por miedo a que se estropee —confieso nerviosa.
Úrsula sonríe y le hace un gesto con la mano a María
para que espere cuando esta la anima a que termine su
conversación conmigo.
—Pues a mí me encantaría que te lo pusieras un día —
zanja, y mi sexo se sacude con violencia haciéndome
soltar el aire por la nariz.
—¿Quieres que me lo ponga? —repito como una
idiota.
—Sí, quiero que te lo pongas, así podré quitártelo.
Ahora ve a comer, y recuerda no llegar tarde —dice, y
se marcha como si no acabásemos de tener la
conversación más excitante de mi vida.
—Joder, joder, joder… —susurro tan aturdida que no
sé ni lo que tengo que hacer.
Úrsula desaparece al doblar una esquina junto a
María, seguida por Sergio y su otro compañero. Yo me
permito quedarme varios minutos en el coche tratando
de tranquilizarme, y al final, solo lo consigo cuando
salgo y me fumo otro maldito cigarro. No me puedo
creer lo que me ha dicho y mi inseguridad me hace
dudar sobre si lo ha dicho en serio o simplemente me
tomaba el pelo.
La ansiedad me sube por el pecho otra vez. Tengo
demasiados frentes abiertos en mi vida, demasiadas
preocupaciones, cosas importantes de las que debo
ocuparme sin demora y lo último que necesito es
colarme por una mujer inaccesible y misteriosa para
quien me siento como un juguete con el que juega
solamente cuando a ella le apetece. Su comportamiento
me altera y eso no me beneficia, si sigo así cualquier día
de estos me da un infarto en medio de la acera y me
convierto en una de esas vidas perdidas demasiado
pronto. Hago varias respiraciones, expulsando el aire
lentamente por la nariz hasta que por fin logro
tranquilizarme lo suficiente como para ponerme en
marcha.
La mayoría de los días me voy a comer con mi madre
y meto el billete que Úrsula me entrega en el bote sobre
la nevera, pero hoy no me da tiempo, así que decido
dejar el coche donde está y caminar en la dirección
opuesta a la que ha tomado Úrsula hasta que encuentro
un restaurante y me pido un plato combinado de
pescado, verduras y ensalada y me lo como en la
terraza, de espaldas al resto de la gente.
Aunque pensaba que me sería imposible tragar
después de cómo me ha dejado Úrsula de descolocada,
la ansiedad me ha hecho devorar hasta el último
bocado. Cuando me sirven el café, pago la cuenta y
decido quedarme allí hasta que llegue la hora de
recoger a Úrsula.
A pesar del calor insoportable que parece que ya ha
llegado para quedarse, bajo la sombrilla se está
bastante bien y la ligera brisa que corre me está
ayudando a serenarme. Sin embargo, mi momento de
paz no dura demasiado, porque justo cuando doy el
último sorbo para apurar el café, mi móvil comienza a
sonar y de nuevo veo el nombre del colegio de Lili en la
pantalla.
Mis latidos se disparan tan rápido como mi mano para
contestar la llamada. Lili no sale hasta las cuatro y
veinte, por lo tanto, si me llaman es porque no se
encuentra bien o ha pasado algo.
—Sí —contesto notando como la boca se me seca.
—Hola, Mildred, soy Laura otra vez. Deberías venir a
por Lili, se ha peleado con un compañero y creo que
deberías llevártela a casa.
—¿Ella está bien? —pregunto con un nudo en la boca
del estómago.
—Sí, no te preocupes. Cosas de críos, pero considero
que hoy es mejor que ambos se marchen a casa.
—Claro, enseguida voy.
Cuelgo y miro el reloj. Son las tres menos cuarto.
—Mierda…
Capítulo 17

Mildred

Por suerte, cuando llego al colegio de Lili no tengo


ningún problema para aparcar porque como todavía no
es la hora de salida, la entrada no se ha colapsado de
madres y padres ansiosos por recuperar a sus retoños.
Atravieso el patio a toda prisa y el conserje me indica el
despacho en el que me espera la directora para recoger
a Lili.
La angustia me recorre las entrañas mientras trato de
adivinar lo que ha pasado. Es la primera vez que Lili se
mete en líos, y me preocupa muchísimo que esto haya
abierto una veda, porque solo tiene siete años. Llamo a
la puerta y en lugar de darme paso es la propia
directora la que me abre. La recuerdo vagamente de
alguna fiesta del colegio o de las reuniones de padres,
pero jamás he hablado con ella.
—¿Señora Blanco? —pregunta con una sonrisa al
verme.
—Sí, soy yo.
—Acompáñeme —me invita con un gesto hacia el
lugar por el que he venido.
—Me han dicho que Lili estaba con usted —digo
confusa y algo asustada.
—Está en mi despacho, pero antes de que se la lleve,
su profesora quería hablar con usted. Lamento no poder
decirle más, acababa de llegar de una reunión cuando
ha pasado todo y no tengo detalles sobre lo sucedido.
—¿Y el otro niño?
—Sus padres se lo han llevado hace cinco minutos.
Sigo a la directora hasta la clase de Lili y me espero
fuera mientras ella entra para avisar a Laura, que sale
de inmediato al mismo tiempo que la directora la releva
y vigila la clase. Camino junto a ella hasta que llegamos
a uno de los bancos del pasillo y nos sentamos.
—¿Qué ha pasado? —la interrogo y echo también un
vistazo al reloj.
—Sinceramente, no lo sé. Lili no quiere hablar y el otro
niño tampoco, lo único que yo he visto es como Lili se
abalanzaba sobre Adam propinándole un fuerte
empujón que lo ha tirado al suelo de espaldas. Por
suerte la profesora de gimnasia estaba muy cerca y la
ha sujetado antes de que se tirase sobre él.
—Madre mía —cabeceo sin poder creérmelo.
Mi hija puede ser muy impetuosa en ocasiones, pero
jamás ha sido agresiva.
—He hablado con Lee, que estaba con Lili cuando ha
pasado. Según me ha contado ella, Adam se ha metido
con Lili. Ha dicho algo sobre su padre y sobre ti, aunque
Lee no ha logrado entenderlo bien, y después ha pasado
todo.
Asiento sin saber qué decir ni lo que hacer. Me siento
mal por Lili, porque ella tenga que ser la víctima
inocente de una situación que solo deberían sufrir los
adultos.
—Lo siento mucho, hablaré con ella.
—Estás cosas pasan, Mildred. Las separaciones de los
padres suelen afectar a los niños por mucho que
queramos evitarlo. Son demasiado pequeños para
comprender lo que sucede, y si encima añadimos la
crueldad de otros compañeros, al final suceden cosas
así. No le des más vueltas. Intenta hablar con ella, que
comprenda que actuar así no es la solución y ya está.
Estoy segura de que esto no es más que un hecho
aislado, ya verás.
—Muchas gracias, Laura.
—De nada, mujer.
Laura me apoya la mano en el hombro y me sonríe
antes de ponerse en pie y llevarme con Lili. Cuando sale
del despacho con ella, mi hija me dedica una mirada
ceñuda y a la vez asustada. Ahora mismo no sé ni qué
decirle, solo tengo ganas de llorar, de cogerla y salir
corriendo para esconderla en un lugar donde nada
pueda hacerle daño, y mucho menos yo.
Caminamos en silencio hasta el coche y le digo que se
siente en el asiento del copiloto. Lili me mira
asombrada, con los ojos rojos de haber llorado y unos
manchurrones por la cara producidos por el paso de las
lágrimas y el polvo de sus manos sucias al tocarse. Sé el
riesgo que corro al sentarla aquí, pero nada más serán
unos minutos. Si la llevo a casa no llegaré a tiempo de
recoger a Úrsula y no me puedo permitir perder el
empleo, y mucho menos ahora que Rubén me ha hecho
un adelanto, o que mi hija dice que quiere su propia
casa. Debo conservarlo como sea y ahorrar lo suficiente
para poder alquilar algo para mí y para ella.
—Los niños no pueden ir aquí —dice descolocada
cuando le limpio la cara con un pañuelo que humedezco
con agua y le abrocho el cinturón.
—Ya lo sé, cariño, pero mamá está trabajando y ahora
no tengo tiempo de llevarte a casa. Y ahí detrás tiene
que sentarse mi jefa cuando la vaya a recoger.
¿Entiendes?
—¿Voy a ir contigo a trabajar? —pregunta ilusionada.
—Sí, solo un rato; pero no creas que he olvidado lo
que acaba de pasar. Cuando lleguemos a casa, tú y yo
vamos a tener una charla.
Lili se cruza de brazos y pone morritos mirando al
frente. Yo suspiro y me incorporo a la calzada con la
sensación de ser una madre de mierda por llevar a mi
hija en el asiento delantero.
—Escucha, Lili, cuando la señora suba al coche, no
quiero que te muevas. No hables y no hagas nada, ¿de
acuerdo?
—¿Por qué no puedo hablar? —protesta enfurruñada.
—Porque no, Lili. Porque tú no tendrías que estar aquí
y si molestamos a la señora se podría enfadar y yo
perdería el empleo. ¿Entiendes eso, cariño?
Si pudiera le pediría que se agachase delante del
asiento, con suerte, Úrsula no se daría cuenta de que
hay un polizón en el coche y mi puesto estaría a salvo,
pero no puedo hacerlo.
—Si pregunta le diré que estás mala y que te he
tenido que recoger del cole. Y tú no abrirás la boca y
pondrás cara de malita, ¿de acuerdo?
A Lili se le escapa una sonrisa traviesa porque su
madre le acaba de pedir que mienta y que interprete un
papel. Estoy creando un monstruo.
Llego al lugar donde he dejado a Úrsula antes cuando
todavía faltan cinco minutos para la hora acordada. Esto
me hace suspirar de alivio, pero a la vez no puedo dejar
de mover la pierna izquierda como si tuviera un muelle
bajo el pie.
Intercalo miradas entre mi hija y el espejo retrovisor
hasta que por él veo aparecer a Úrsula y María a lo
lejos. Sus pasos hasta el coche se me hacen
interminables, vuelvo a notar el sudor frío por medio
cuerpo y el corazón se me desboca como un caballo
cuando se acerca. En determinado momento, se
detienen, se dan dos besos y María cruza la calle para ir
hacía su coche.
Cuando llega hasta el coche, Sergio cruza la calle y
sube al de su compañero al mismo tiempo que Úrsula
sube en el mío.
—Hola —saludo antes de que diga nada, y miro de
reojo a Lili rezando para que se quede calladita.
—Hola, Mildred —responde Úrsula.
Me pongo en marcha de inmediato, creo que no se ha
dado cuenta de que Lili va en el coche y con un poco de
suerte no lo hará tampoco cuando se baje. Va con el
móvil en la mano contestando algún mensaje y yo rezo
para que la persona con la que habla sea una cotorra y
la entretenga todo el camino.
Noto la jodida tensión en cada músculo del cuerpo. El
cuello se me queda rígido por momentos y me aferro
con tanta fuerza al volante que me duelen los dedos. Me
detengo en un paso de peatones con un frenazo algo
brusco porque una señora ha aparecido de la nada. Mi
instinto maternal me lleva a estirar el brazo derecho
para proteger a Lili colocándolo delante de ella y Úrsula
alza la vista sorprendida para saber qué sucede.
—Lo siento —me disculpo de inmediato al mismo
tiempo que vuelvo a poner las dos manos en el volante
y reanudo la marcha—. Ha salido de la nada, no la he
visto venir.
—Tranquila —responde, y cuando estoy a punto de
suspirar de alivio, me mira a través del espejo y suelta
la bomba—. ¿Por qué hay una niña sentada a tu lado?
Capítulo 18

Úrsula

El color de las mejillas de Mildred desciende al menos


cuatro tonos de repente. Su boca se abre levemente y
sus ojos bailan entre mirar al frente y mirarme a mí a
través del espejo retrovisor. No parece encontrar las
palabras, pero tampoco hace falta porque la niña se gira
de repente y me observa de la forma más descarada
que he visto en mi vida.
—Me llamo Lili y estoy enferma —dice extendiendo su
diminuta mano para estrechar la mía, después tose
exageradamente y a Mildred se le desencaja la cara.
—Es un placer conocerte, Lili. Yo me llamo Úrsula —
contesto estrechando su manita y sacudiéndola con
suavidad como si fuese la de un adulto.
Mi modo de tratarla parece gustarle. La niña deja de
fingir que tiene tos y me sonríe con esa sinceridad que
los niños son incapaces de controlar.
—¿Y de dónde has salido tú, Lili? —pregunto
dedicando una mirada de ojos entornados a Mildred.
—Me ha traído mi madre. Ha dicho que no hable para
que no me descubrieras, pero como ya me has visto…
—se encoge de hombros y sonríe.
No sé por qué no me sorprende que Mildred tenga una
niña, lo que me ofusca es que haya un padre para esa
niña. ¿Cómo no se me ha pasado por la cabeza eso
antes? Quizá porque la vi follando con María y eso me
hizo pensar que estaba soltera. Sin embargo, María está
casada y es la mujer más promiscua que conozco.
Mildred es atractiva y joven, puede tener un marido,
una amante y todo lo que se proponga.
—Lili, cariño, siéntate bien y no molestes a la señora
Úrsula —le pide su madre tras aclararse la voz.
—No la estoy molestando, mamá —protesta la niña
cruzando los brazos.
—Lo siento mucho —dice Mildred dirigiéndose a mí—,
he tenido que recogerla de improvisto en el colegio y no
me daba tiempo de dejarla en casa. Era eso o llegar
tarde a por ti.
—Entiendo.
Cabeceo y dejo deliberadamente que Mildred crea que
estoy enfadada. Me siento una auténtica hija de puta en
este momento, pero me derrite de placer cuando le
entra ese nerviosismo que la vuelve torpe y vulnerable
ante mis ojos.
—No estoy mala —anuncia la niña de repente, y se
gira otra vez hacia mí después de dedicarle una mirada
morruda a su madre.
—¿No?
Entorno los ojos al mirarla y Lili repite mi gesto como
si se sintiese retada, aunque está claro que lo único que
siente es una rabia que le está costando controlar.
Mildred se ha puesto tensa y las aletas de su nariz están
temblando. Imagino que, como madre, lo que le gustaría
ahora mismo es parar el coche y prestarle a su hija la
atención que necesita. En cualquier caso, no puede
hacerlo porque yo estoy aquí, ella está trabajando y es
evidente que no puede permitirse perder un empleo con
un sueldo tan generoso como este.
—Mi madre me ha dicho que dijera eso, pero es
mentira.
—Lili, basta ya —la advierte Mildred cada vez más
agobiada.
—Bueno, a veces las mamás te dicen que hagas cosas
porque lo necesitan, Lili —digo tratando de que la niña
se tranquilice.
—Pero mamá siempre dice que mentir no está bien.
Lili mira a Mildred y su cara se desencaja tanto como
la mía cuando ve como resbalan las lágrimas por el
rostro de su madre.
—Y no lo está, Lili —intervengo tratando de darle una
tregua a su madre—, aun así, a veces hay que decir
pequeñas mentiras para no preocupar a los demás. Tu
madre ha pensado que quizá me molestaba verte aquí,
pero no es así, ¿de acuerdo? Así que tú hazle caso
siempre y no mientas salvo que te lo pida ella.
—Vale —acepta la niña sin dejar de mirar a su madre.
—Ahora dime, si no estás mala, ¿por qué ha tenido tu
madre que ir a buscarte al cole?
—Porque le he pegado a un niño.
Mildred obviamente ya lo sabe, pero está tan
compungida en este momento que no es capaz de decir
nada.
—Sabes que eso no está bien, ¿verdad? —le pregunto
a Lili entornando los ojos otra vez.
—Adam es un tonto, ha dicho que me tengo que ir a
vivir con mi padre para siempre porque mi madre no
tiene casa.
Creo que es la primera vez en mi vida que no sé qué
hacer ni qué decir. Mildred ya no llora, simplemente
parece ida después de haber escuchado lo que ha dicho
su hija.
—Pues igual sí que es un poco tonto ese tal Adam —
concluyo, y Mildred reacciona y me mira atónita a través
del espejo.
Sin embargo, a Lili el comentario la hace relajarse y
estallar en una risa sonora y potente que llena todo el
coche de ese espíritu infantil e inocente.
—Lili, ponte bien en el asiento, por favor —insiste
Mildred preocupada.
—Quizá sea mejor que se siente aquí detrás conmigo,
¿quieres, Lili?
—¡Sí! —exclama dejándome sorda.
—No es necesario —dice Mildred dudosa.
—¿No puedo, mamá?
—A mí no me molesta, de verdad —insisto, creo que
las dos necesitan esa distancia ahora mismo.
Su madre detiene el coche un momento y la niña se
suelta el cinturón pasando de un salto a la parte trasera.
—¿Cómo te llamas de apellido? Yo me llamo Herrero —
pregunta antes de que pueda contestarle.
Le pongo el cinturón y reanudamos la marcha al
mismo tiempo que Lili comienza a hablar como si
después de contar lo que ha pasado en el colegio, ya no
le afectase y pudiese pasar a otra cosa. Ojalá en la vida
adulta también funcionase así.
—¿Sabes que el apellido Herrero se debe a que seguro
que el abuelo de mi abuelo trabajaba con el hierro?
Seguro que hacía espadas —afirma convencida de ello.
—¿En serio?
—Sí —dice entusiasmada—, el apellido de mi madre
es Blanco, ese se lo ponían a los niños que sus padres
abandonaban hace mucho tiempo, aunque a mi madre
no la abandonaron, ¿verdad, mamá?
—No, cariño, no me abandonaron —responde, y por
primera vez sonríe y yo siento unas extrañas mariposas
en la boca del estómago.
—¿Cuál es tu apellido, Úrsula? —vuelve a
preguntarme.
—Lo siento —dice su madre—, está obsesionada con
el origen de los apellidos, creo que ya los conoce todos.
—No pasa nada —le digo de forma sincera—, tengo
curiosidad por conocer el del mío. Yo me apellido Monte
—le explico a Lili.
—Monte… —repite mirando al techo, y se ríe a
carcajadas otra vez.
Viniendo de cualquier otra persona me habría
ofendido, pero su risa es contagiosa y ella está tan llena
de inocencia que no puedo hacer otra cosa que reírme
yo también. Su madre nos acompaña y durante un
tiempo que se me pasa volando, las tres nos reímos y el
ambiente tenso de antes desaparece dejando paso a un
mar en calma.
—Cuando tienes el apellido de un sitio, como Lago,
Puente o Monte, es porque seguramente el abuelo de tu
abuelo vivía en el monte. ¿Tu abuelo tenía cabras?
—¡Lili! —la reprende su madre sin aguantarse la risa.
Y cuando me quiero dar cuenta, hemos llegado a mi
casa.
—¡Guau! —exclama Lili impresionada—. ¿Esta casa es
tuya?
—Me temo que sí. Y tengo una tortuga que tiene más
años que tú, ¿quieres conocerla?
La niña aplaude entusiasmada mientras yo me
pregunto por qué cojones he dicho eso. Me ha salido tan
natural que pienso que quizá Lili me ha contagiado algo
de su espíritu infantil.
—Bueno, si tu madre quiere, claro.
—Porfa, mamá —suplica la niña.
—Está bien, pero solo un momento, que la señora
Úrsula tiene cosas que hacer.
Las tres bajamos del coche y madre e hija me siguen
de camino al estanque, pero antes de llegar a él, Lili ve
a Piadora sobre el puente y sale corriendo en su
dirección.
—Como vuelvas a llamarme señora te despido —le
digo a Mildred caminando a su lado—, va en serio.
Su mano aparece sobre mi brazo de repente y un
extraño hormigueo me recorre todo el cuerpo hasta
hacerme estremecer.
—Lamento mucho esto, le he dicho que estuviese
callada, pero cada vez que viene de pasar el fin de
semana con su padre vuelve muy revolucionada. Mierda
—se echa las manos a la cabeza cada vez más agobiada
—, no sé por qué te cuento esto. Olvídalo, por favor. Te
prometo que no volverá a pasar, por suerte Lili no es
una matona y no acostumbran a enviarla a casa.
Miro a Lili un momento. La niña está completamente
embobada con la tortuga y no nos presta ningún tipo de
atención, así que me permito acercarme a su madre
más de lo que sería prudente y la cojo por el mentón
con firmeza.
Sus labios tiemblan al mirarme y sus ojos se clavan en
los míos. De repente me he quedado sin palabras y en
lo único que pienso es en besarla.
—Lili puede vernos —dice ella al leerme el
pensamiento.
Apoyo mi frente sobre la suya unos segundos y cierro
los ojos mientras intento comprender qué demonios es
lo que Mildred provoca en mí para que me haga
desearla de este modo tan ferviente. Suspiro y alzo la
cabeza lentamente, dejando que la punta de mi nariz
recorra todo su rostro hasta que mis labios llegan a su
frente y se posan sobre ella. Le doy un beso y cuando
me separo Mildred, vuelve a tener lágrimas rodando por
sus mejillas que se apresura a limpiar como si yo no la
hubiese visto.
—No sé qué es lo que te pasa, Mildred, pero salvo que
te estés muriendo, en todo lo demás creo que puedo
ayudarte —digo, y ella asiente y sonríe con amargura.
—Estoy bien, es solo que me ha afectado un poco lo
que ha dicho Lili.
Las dos miramos a la niña, que ahora se ha sentado
frente a Piadora y parece estar manteniendo una
conversación de lo más interesante con ella.
—¿Tienes problemas con su padre? —pregunto sin
dejar de mirar a la niña.
—Nos estamos divorciando y él está haciendo todo lo
posible para complicarme la vida. Pero lo estoy
solucionando, gracias por preguntar.
Mildred me mira fijamente y noto que me cuesta
respirar. Por primera vez empiezo a sentir cosas que no
puedo controlar y eso me inquieta mucho.
—Muchas gracias por esto —dice señalando a su hija,
que se acaba de levantar y viene corriendo hacia
nosotras.
Lili se planta ante mí y me mira con sus enormes ojos
azules y la respiración agitada por la carrera.
—¿Cuántos años tiene? Has dicho que era más grande
que yo.
—Pues su edad exacta no la sé, pero mi padre la
encontró cerca de un lago al que él solía ir a pescar los
domingos. Alguien la había abandonado allí y él decidió
traerla a mi casa porque podría vivir en ese estanque de
ahí. De eso hace veintidós años.
Lili abre su boquita hasta formar un círculo perfecto.
Después mira a su madre sin esconder su impresión y
ella le sonríe de un modo tan enternecedor que mi
corazón tiembla y se detiene un par de segundos antes
de reanudar la marcha.
—Despídete de Piadora, Lili —le dice su madre—.
Úrsula tiene que hacer cosas y tú y yo tenemos que
hablar de lo que ha pasado.
—¿De Piadora? —pregunta la niña como si fuese lo
único que ha escuchado.
—Así se llama la tortuga —respondo, y ella se ríe de
nuevo a la vez que su madre.
—¿Podré venir otro día a verla? —me pregunta Lili.
—¿A mí no quieres verme más? —contesto
haciéndome la ofendida.
—Sí, a las dos —dice sonrojada.
—Claro que puedes. Ven con tu madre cuando
quieras, ¿de acuerdo?
La niña me salta encima como una pantera para
darme un efusivo abrazo que no me espero. Su madre
me mira con la boca medio abierta, esperando una
reacción que no tengo que pensarme mucho porque me
sale sola. Le devuelvo el abrazo a Lili y sonrío
sorprendida por lo bien que me siento al hacerlo.
—Venga, sube al coche y ponte el cinturón —le indica
su madre.
Lili obedece y ella y yo nos quedamos una frente a la
otra como dos estatuas. No quiero que se marchen. Me
gustaría invitarlas a pasar aquí la tarde, le diría que
podemos ir a la piscina donde estoy segura de que Lili
se lo pasaría bomba mientras su madre y yo charlamos
tostándonos al sol en las tumbonas. Eso es lo que me
gustaría decirle, pero las palabras no salen de mi boca y
Mildred me sonríe, me da las gracias otra vez y se
marchan.
Capítulo 19

Mildred

Llevo dos noches sin poder dormir. No dejo de pensar en


Úrsula, en lo mucho que me sorprendió su reacción al
descubrir a Lili, en lo bien que se portó con ella, en lo
mucho que a mi hija le gustó estar en su casa y en su
forma de conectar con ella. Pienso en eso, y también en
ese comentario sobre el conjunto de ropa interior que
me hizo Úrsula. No dejo de repetirme que solo fue eso,
un comentario medio en broma, ¿o fue medio en serio?
Tuve una conversación con Lili aquella tarde cuando
llegamos a casa. Al parecer ese tal Adam es vecino de
una mujer con la que Borja se ve ahora. Los padres
hablan y los niños escuchan, y el crío repitió parte de lo
que Borja les comentó a sus padres. Me siento en la
cama frustrada mientras abro la aplicación del banco
para ver mi saldo.
Quiero que Lili y yo tengamos nuestra propia casa.
Enseñarle cuál será su habitación y decorarla como a
ella le guste para que sienta por fin que está en su sitio
y no en un lugar de paso. En casa de mi madre estamos
bien, pero no es nuestro sitio, ni el de mi hija ni el mío,
yo también necesito tener mi propio espacio porque me
siento desubicada de forma constante.
Cuando veo el saldo la bola de ansiedad vuelve a
crecer hasta hacer que me duela el pecho. Así es
imposible, el adelanto que me dio Rubén se lo entregué
al detective como provisión de fondos, y con lo que me
queda por cobrar, debo pagar el colegio de Lili y todos
los gastos, no puedo permitirme dar una entrada para
un alquiler todavía.
Pienso en hablar con Rubén, dijo que si lo necesitaba
recurriese a él, sin embargo, no quiero deberle favores a
nadie. Si le pido dinero no sé cuándo podré
devolvérselo, y si encima acabo perdiendo el empleo
porque entre Úrsula y yo se está creando algo que
ninguna de las dos parecemos saber gestionar y puede
que la cosa acabe mal para mí, entonces sí que no
podré devolvérselo nunca.
Los nervios me crispan la piel y la tensión en mi
cuerpo me tiene con los músculos doloridos y el temor
de que en cualquier momento me entre una tortícolis de
esas que no me dejen conducir.
Salgo de casa antes de que Lili y mi madre se
despierten. Hoy Úrsula tiene una reunión a primera hora
y no quiero llegar tarde.

Su reunión matinal no dura mucho y durante toda la


mañana voy de un lado para otro con ella, que parece
haber decidido hacer todos los recados el mismo día.
María nos ha acompañado un par de veces y su
comportamiento conmigo sigue siendo el mismo que
antes de follar en su despacho. Agradezco que sea así y
que una cosa no se mezcle con la otra, como debería
ser todo.
Cuando casi es la hora de cenar, las llevo a una
ubicación que María pone en el navegador y me doy
cuenta de que hoy será un día de esos en los que Rubén
me dijo que debería adaptar mi horario porque parece
que voy a terminar muy tarde si tengo que esperar a
que cenen. Se trata de un polígono industrial en el que
la mayoría de las naves están en obras. No entiendo
qué hacemos aquí hasta que llegamos a un edificio que
hace esquina entre dos calles con un discreto cartel de
restaurante sobre la puerta de cristal. Lo miro extrañada
porque la planta superior está llena de ventanas que se
parecen más a las de un hotel que a las de una
empresa.
María me da instrucciones para que entre en el recinto
y me dirija hacia una puerta inmensa que da acceso a
un aparcamiento privado. Todo me parece cada vez más
raro, hay sitio de sobra en la calle para aparcar sin
problemas, ¿por qué invertir en un aparcamiento? Lo
comprendo en cuanto entramos, porque hay personal
de seguridad y todos los coches que hay dentro son de
alta gama. Aparco donde me indica un hombre trajeado
y veo como Mikel y su compañero se quedan fuera. Si
dejan a Úrsula sola dentro, es porque confían en que no
puede pasarle nada, aun así, me siento inquieta.
—Acompáñanos tú también, Mildred —me pide Úrsula
dejándome desconcertada.
El suelo del aparcamiento está más impoluto que el
de mi casa. No hay ni una mota de suciedad y si no
fuese porque voy vestida de chófer y eso me da cierta
elegancia, me sentiría insignificante ahora mismo. Las
puertas de un enorme ascensor se abren y dentro
encontramos a una chica que, como antiguamente,
permanece subiendo y bajando con los clientes. La
joven sonríe a Úrsula y María y aprieta el número tres.
Yo hago cuentas mentales y los números no me salen.
Hemos descendido una planta para entrar en el garaje y
el restaurante estaba a pie de calle, por lo tanto, se está
saltando dos plantas directamente. Las puertas se abren
antes de que tenga tiempo de asustarme y me quedo
descolocada al ver un simple bar de copas de lujo. No sé
qué demonios esperaba encontrar, pero esto me hace
tranquilizarme un poco.
Hay una barra que ocupa toda la largada de la
estancia de punta a punta, y en el lado opuesto, una
hilera de mesas de madera para un máximo de cuatro
personas dispuestas junto a esas ventanas que a mí me
habían parecido las de un hotel. En el extremo opuesto
al ascensor, hay una puerta doble con un cartel sobre
ella que indica que es el comedor. Eso me descoloca de
nuevo, porque, a pesar de que algunas de las personas
que hay aquí están tomando algo, hay otras que están
cenando. ¿Tanta gente tienen como para necesitar dos
comedores?
—Por aquí —dice Úrsula, y me señala una de las
mesas para que tome asiento.
Ella se sienta frente a mí, sin embargo, veo que María
se va hacia el fondo de la barra y allí se sienta junto a
una joven que parecía estar esperándola.
—¿Tienes hambre? —pregunta Úrsula.
Yo miro a un lado y a otro todavía desconcertada y
asiento con la cabeza. No es que tenga mucha hambre,
pero no he comido nada desde el mediodía y tener el
estómago vacío me da dolor de cabeza. Úrsula hace un
gesto con la mano y enseguida una camarera aparece
para tomar nota. Todos los nombres de la carta me
parecen demasiado extraños y, finalmente, confío en
Úrsula para que elija por mí.
—¿María no cena contigo? —me permito preguntar.
—María está interesada en otras cosas más que en
cenar —contesta haciendo un gesto hacia ella.
Me giro porque estoy de espaldas y solo tengo tiempo
de ver como María y la otra joven cruzan la puerta que
lleva al otro comedor. Al hacerlo, me parece que al otro
lado hay una oscuridad extrema y eso me hace girarme
hacia Úrsula con gesto interrogativo.
—No entiendo nada, ¿qué clase de restaurante es
este?
—Uno en el que puedes venir tranquilamente a cenar,
como haremos tú y yo ahora, y también un local de
intercambio de parejas, que es a lo que ha venido María.
La miro boquiabierta y Úrsula estudia con
detenimiento mi reacción.
—¿Por qué me has traído aquí? —pregunto notando
que pierdo fuerza en las piernas.
—¿Con sinceridad? No lo sé —contesta, y yo la miro
estupefacta pensando que me toma el pelo.
—¿No lo sabes?
—No.
Ahora ha vuelto esa mujer cortante, su gesto se ha
endurecido y me mira de ese modo que me atraviesa
haciéndome sentir vulnerable frente a ella.
—Puede que no haya sido buena idea venir aquí,
mejor nos vamos.
Úrsula da un trago a su copa de vino y coge el bolso.
—No —la detengo casi suplicando—, cenemos, por
favor. Creo que tengo un poco de hambre.
—¿Crees? —pregunta sorprendida, y vuelve a dejar el
bolso provocándome un alivio descomunal—. Te he
traído porque quiero que sepas cómo soy —anuncia de
repente.
—¿Y necesito venir aquí para saber eso?
Úrsula no contesta, solo me mira haciendo que me
sienta desnuda. No soy estúpida, la he entendido a la
primera. Es evidente que entre nosotras está surgiendo
algo a lo que no sé poner nombre, y aunque las dos nos
negamos a verlo; está ahí. Supongo que Úrsula
únicamente trata de prevenirme, de mostrarme donde
me meto si sigo dejándome llevar por todo eso que
siento por ella.
—¿Tú también haces intercambios? ¿Vienes aquí con
María y después acabáis follando con desconocidos? ¿Es
eso?
—No. Yo vengo aquí porque me gusta mirar, pero solo
follo con la persona que me acompaña, aunque eso no
quita que esa persona pueda follar con otras, yo no
estoy atada a nadie.
Si las piernas antes me flaqueaban, ahora me están
temblando. Mi cuerpo entero se ha tensado y siento
tanta excitación que ya no tengo hambre.
—¿A quién miras?
—A nadie en concreto. Aquí puedes elegir a una
persona e irte a un reservado a practicar sexo, o
también puedes quedarte en una sala grande en la que
puedes escoger una cama o un sofá, y follar mientras
otras parejas y tríos también lo hacen. La idea de ver y
que me vean me pone mucho, así que de vez en cuando
vengo aquí, con María o con otras amigas, y follo
delante de otras personas.
No puedo pensar ni respirar. Mi imaginación se ha
ocupado de convertir en imágenes su relato y me estoy
poniendo enferma de excitación.
—Soy dominante en la cama —sigue sin importarle
que la camarera esté sirviendo los platos y a mí me
suben los colores—, me gusta tener el control de la
situación la mayor parte del tiempo, en esa otra
pequeña porción, me suelo dejar llevar.
La camarera se marcha y yo noto las mejillas a punto
de explotarme.
—¿Me has traído porque quieres follar conmigo ahí?
Por fin he soltado la pregunta que me estaba
quemando la punta de la lengua, y también en otro
sitio.
—Te he traído porque estoy preocupada.
—¿Por qué? —pregunto sin entender nada.
—Cuando te conocí te imaginaba ahí dentro conmigo.
Yo te follaba de mil maneras distintas y después miraba
como follabas con María.
Me atraganto con el agua y Úrsula interrumpe su
relato para reírse. Me encanta su jodida risa y también
las dos arrugas que se forman en las comisuras de sus
labios.
—¿Y cómo me imaginas ahora?
Úrsula traga saliva y mira por la ventana, alargando la
respuesta hasta conseguir desesperarme.
—Úrsula, ¿cómo me imaginas ahora? —insisto.
Clava su mirada en mis ojos y la servilleta se me cae
de las manos.
—Follando conmigo en mi casa. En mi cama, en el
sofá, en el suelo, en la cocina o en la jodida piscina,
pero tú y yo solas.
Tengo el corazón en la boca, me late de una forma tan
frenética que mis propios latidos me están dejando
sorda. Úrsula me mira y yo la miro a ella, volviendo a
sentir esa profunda conexión que ha surgido entre
nosotras de un modo tan rápido como incomprensible.
Mi mano se estira sobre la mesa y cojo la suya. Úrsula
me mira como si ese gesto la sorprendiese, como si
nadie le hubiese mostrado sentimientos de un modo tan
sencillo. Tengo un calentón tan grande que en cualquier
momento podría entrar en ebullición, pero también
tengo una responsabilidad, y ahora mismo debo
anteponerla a todo por mucho que me cueste.
—Tengo que llegar pronto a casa, no he visto a Lili en
todo el día y no quiero que se acueste sin darle las
buenas noches. No es un buen momento para ella y
necesito que sepa que a mí me tiene siempre.
Úrsula sonríe como si esperase esa respuesta, y
después afirma y gira su mano bajo la mía,
entrelazando un instante sus dedos con los míos,
haciendo que todo mi cuerpo reciba una oleada de calor
que me reconforta. Cuando estoy con ella se me olvidan
los problemas y siento que todo puede cambiar, que no
todo en mi vida es tan malo. Tengo a Lili, y ahora la
tengo a ella, aunque solo sea para hacerle de chófer.
—Por supuesto, lo entiendo, terminamos de cenar y
nos vamos —acepta.
—Gracias.
—Dámelas cambiando de tema porque tengo un mar
entre las piernas —confiesa con una mueca que me
parece adorable—. Háblame de Lili, ¿cómo está? —se
interesa.
Y pasamos de hablar de sexo a perdernos en una
larga conversación en la que le hablo de Lili, de mis
padres y de mi infancia, de todo menos de Borja y mis
graves problemas con él.
Úrsula me habla de su marido, el que la dejó viuda
hace dos años tras una cirrosis que se lo llevó por culpa
de los excesos. Me explica que nunca hubo amor entre
ellos, que fue un matrimonio pactado por su padre y
que ella aceptó porque lo consideró el menor de los
males. Que su marido hacía su vida por su cuenta y ella
la hacía por la suya.
—Era un cabrón mujeriego y vicioso, pero era un
jodido genio con los negocios. Cuando mi padre murió lo
dejó al frente de todo lo que me pertenecía, y en menos
de cinco años había doblado una fortuna que ya de por
sí era escandalosa.
—¿Entonces no te casaste por amor? —pregunto tras
escuchar su relato.
—No. Jamás me he enamorado, Mildred. Hasta ahora.
Capítulo 20

Mildred

Me despierto sobresaltada, con el corazón desbocado al


recordar todas las confesiones que Úrsula me hizo
anoche. Me acosté excitada y lo sigo estando, deseo
entregarme a ella más que nada en el mundo y no veo
el momento de que mi deseo se cumpla.
Anoche llegué con tiempo suficiente para leerle un
cuento a Lili y desearle buenas noches. Después me di
una ducha con agua tibia y me metí en la cama
tratando de no pensar en nada. Algo que obviamente
me resultó imposible, porque los días pasan y el terror
de perder a mi hija por un error estúpido me está
destruyendo lentamente. Siento como si tuviese un
animal hambriento comiéndome las entrañas despacio,
saboreando cada bocado mientras se abre paso hasta
mi corazón para arrancármelo. Me siento en la cama y
aspiro con fuerza varias veces. Las manos vuelven a
temblarme y mis rodillas botan descontroladas.
Tengo recetados unos ansiolíticos que no me he
tomado desde que acepté el empleo como chófer para
Úrsula, porque me aterra que alteren mis reflejos y
tengamos un accidente. Desayuno con mi madre y con
Lili, hoy tiene una excursión y debe entrar un poco
antes, así que me da tiempo a llevarla.
—¿Cuándo iremos a ver a Úrsula y a Piadora? —
pregunta de camino a la escuela.
La miro sorprendida de que recuerde tan bien sus
nombres, no había vuelto a mencionarlas desde aquella
tarde y en el fondo debo reconocer que temía que ya se
hubiese olvidado de ellas, sobre todo de Úrsula.
—No lo sé, cariño. Úrsula está muy ocupada, pero le
preguntaré, ¿de acuerdo? Y alguna tarde nos pasaremos
a verlas después del cole.
—Vale —dice sonriente—. ¿Vendrás a buscarme con
ella? Úrsula es divertida, no es una bruja como la amiga
de papá.
Dejo de caminar y me giro hacia ella estupefacta.
—¿Qué amiga?
—No sé, una que lleva siempre un maletín. Papá dice
que gracias a ella viviré siempre con él, pero yo no
quiero.
Enseguida sé que Lili me habla de la cuñada de Borja,
una abogada sin escrúpulos que tiene contactos hasta
en el infierno. El mundo se me cae encima cuando me
doy cuenta de hasta donde está dispuesto a llegar para
joderme. Si la ha contratado a ella es para que lo ayude
a preparar una historia que me dejará como la peor
madre del mundo y a él como a un padre desesperado
por recuperar a su hija.
—¿Voy a vivir con él, mamá? —insiste Lili.
—No —respondo rotunda agachándome frente a ella
—, no vas a vivir con él, Lili. Estoy trabajando mucho
para que eso no pase, ¿de acuerdo?
—¿Con Úrsula?
—Sí, con ella.
—Vale —dice, y vuelve a caminar tranquila porque me
ha creído.
Llegamos a la puerta del colegio en silencio porque
tengo un nudo en la garganta y no soy capaz de decir
nada. Los niños todavía no han comenzado a subir al
autobús y yo tengo el tiempo un poco justo, así que
busco a Abigail, la madre de Lee, y dejo a Lili con ellas
después de darle un abrazo y recordarle que no se
separe del grupo y haga caso a su profesora.
Vuelvo a llamar al detective de camino al coche. El
hombre dice que está moviendo hilos para conseguir lo
que le pido, pero que al ser documentos oficiales la cosa
está siendo más complicada de lo que pensaba y que
necesita más dinero.
—¿Más dinero? ¿Cómo puede pedirme más dinero si
no ha hecho nada todavía? —ladro acalorada, ha pasado
casi una semana y todavía no ha conseguido lo que
necesito.
El hombre se mantiene firme, y me explica que la
provisión de fondos que le hice se le ha ido en
honorarios para su ayudante y en todas las horas que
ha invertido él personalmente. Dejo de escucharle en la
cuarta frase y le aseguro que le haré un pequeño
adelanto en breve. Cuando cuelgo abro la aplicación del
banco y le hago una transferencia con todo lo que me
queda, yo tiraré del bote que hay sobre la nevera hasta
recibir lo que falta de mi sueldo.
—Cabrón —escupo rabiosa, y me enciendo un cigarro
con las manos temblando.

Llego a la finca de Úrsula con el tiempo justo. Después


de ese cigarro me he fumado otro porque no encontraba
ninguna otra manera de calmar mis nervios. Me bajo del
coche y miro al cielo, a pesar de haber amanecido
soleado, se está encapotando y pienso en Lili, suerte
que la excursión es en un museo y si acaba lloviendo los
pillará a cubierto. Piadora pasa por delante de mí,
imperturbable y tranquila, y por primera vez siento
envidia del animal y desearía convertirme en ella por
unas horas si con ello me quito de encima esta agonía
que me devora.
Me giro en redondo hacia la puerta de Úrsula y el
corazón empieza a latirme como un tambor. Me cuesta
respirar y mi ansiedad se mezcla con el hormigueo que
me produce pensar en ella. Cierro el coche y comienzo a
caminar hasta la entrada sin saber por qué lo hago,
pero mis pies no se detienen hasta que no llego a la
puerta y pulso el botón del timbre con una insistencia
impertinente que a mí me haría gritar a cualquiera.
La puerta se abre de golpe y Úrsula me mira perpleja.
Parece que estaba terminando de arreglarse, solo lleva
puestos los pantalones y el sostén y tiene el pelo
todavía mojado.
—Mildred… —dice sin dejar de mirarme.
—Llevo puesto el conjunto que me regalaste —escupo
sin moverme ni un centímetro.
Las cejas de Úrsula se arquean por la sorpresa y sus
labios se separan ligeramente. Mi nerviosismo aumenta
a unos niveles que me marean y cuando considero que
ya le he dicho lo que le venía a decir y decido volver al
coche, me coge por un brazo y me arrastra hacia el
interior de su casa cerrando la puerta de un portazo.
Capítulo 21

Úrsula

En cuanto la puerta se cierra empujo el cuerpo de


Mildred contra el mueble del recibidor, lo hago con tanto
ímpetu que el jarrón decorativo que tenía sobre él, se
estrella contra el suelo y se hace mil pedazos. La
tranquilidad con la que beso a Mildred no se
corresponde con el movimiento de mis manos. Saboreo
sus labios y deslizo mi lengua sobre la suya mientras
mis manos la sujetan con firmeza por los brazos. Cuelo
una de mis piernas entre las suyas y presiono haciendo
que ella rompa el beso para suspirar con fuerza.
—No deberías haberte presentado así —digo, y
después de colocar mi mano sobre el borde de su
camisa, doy un fuerte tirón y le arranco todos los
botones hasta abrirla por completo.
Mildred abre la boca en un gesto que mezcla
excitación y asombro mientras miro fijamente su pecho
descubierto y me doy cuenta de que el conjunto le
queda mucho mejor de lo que había imaginado.
La cojo de la mano y la invito a caminar conmigo
hacia la habitación. Subimos las escaleras con prisas y
cuando entramos en mi dormitorio, la empujo hasta que
cae de espaldas sobre la cama. Observo su reacción
ante cada uno de mis movimientos porque no quiero
asustarla, pero lejos de tener miedo, parece sufrir una
excitación extrema que me está poniendo enferma. Cojo
mi móvil de encima del tocador y al mismo tiempo que
marco el número de María, me subo de rodillas a la
cama y me arrastro hasta sentarme sobre ella a
horcajadas.
—Dime —responde María.
—Cancela todo lo que tengo hoy —digo sin apartar la
mirada del abdomen de Mildred, que tiembla de
excitación cuando lo recorro con las uñas de mi mano
libre.
—¿Te has vuelto loca? —pregunta María.
—Ya me has oído —digo, y cuelgo la llamada lanzando
el teléfono al suelo.
Desabrocho los pantalones de Mildred y tiro con
suavidad hasta llegar a sus tobillos, donde me deshago
también de sus botines hasta que por fin sus piernas
quedan completamente libres. Recorro su cuerpo
llenándolo de besos y suaves mordiscos mientras ella se
retuerce entre jadeos y suspiros. Cuando llego a su
boca, succiono su labio inferior y acaricio su sexo por
encima de la tela de las bragas, notando su calor y su
humedad.
—Ponte de pie, quiero verte —le pido, y Mildred
acepta mi mano y se incorpora hasta colocarse en el
centro de la habitación.
Observo su cuerpo, vestido solo con ese conjunto que
le prometí que le arrancaría y me acerco a ella, que me
observa temblando con las pupilas tan dilatadas que no
puedo distinguir el color de su iris. Coloco un dedo en su
cuello y lo deslizo hacia abajo viendo como su piel se
eriza a mi paso. Lo dejo en medio de sus pechos y me
pego a ella hasta desabrochar el sujetador y liberarlos.
Mildred trata de acariciarme, pero la detengo dando
un tortazo sobre su mano. De nuevo observo su
reacción y como no parece asustarle mi poca
delicadeza, decido hacerle lo que llevo días imaginando.
La tiro de nuevo sobre la cama, aunque esta vez
bocabajo, colocándole la almohada bajo el vientre para
tener el acceso que necesito a su parte más íntima. Mis
dedos se cuelan por debajo del encaje de sus bragas
hasta que se las arranco de un fuerte tirón. Mildred
gime y retuerce la sábana con la mano, sé que le ha
dolido un poco, pero no parece importarle. Me inclino a
su lado, dejando mi cara junto a la suya mientras mi
mano derecha masajea sus nalgas hasta que le doy una
torta y ella da un respingo.
—Si hago algo que te moleste o que te duela me lo
dices —le susurro, y ella afirma con la cabeza
desesperada porque la tome de una vez.
Me pongo de rodillas a su lado y tras posar mi mano
entre sus nalgas, me deslizo y acaricio su sexo de arriba
abajo, barriendo su humedad y esparciéndola por toda
la zona. Mildred resopla y tiembla, y cuanto más se
excita ella, con más intensidad la acaricio. Cuando creo
que ya está lista, dejo mis dedos en la entrada de su
agujero y ella empuja hacia atrás por puro instinto,
porque me necesita dentro. Le doy otra torta en el culo,
está vez mucho más fuerte que la anterior para dejarle
claro que el control lo tengo yo. Se queda quieta y jadea
mientras me mira con la cara aplastada sobre el
colchón.
Vuelvo a colocar mi dedo corazón ahí, donde ella lo
necesita, y el pulgar lo dejo muy cerca de su ano, lo que
le arranca un gemido de anticipación que me hace
chorrear de excitación. Con mi otra mano libre, enrosco
su coleta hasta que queda alrededor de mi mano. Al
mismo tiempo que comienzo a penetrarla, voy tirando
de su pelo hacia atrás hasta que su cabeza se levanta
del colchón y se tiene que apoyar con los codos. Cuando
introduzco un segundo dedo noto que le causa cierta
molestia, pero Mildred no se queja ni habla, solo gime y
jadea acelerada entre las paredes de mi habitación.
Cuando empiezo a moverme dentro de ella vuelvo a
observarla, los tirones de pelo parecen gustarle, noto
que de algún extraño modo la alivian.
—Más rápido, por favor —suplica de repente.
Me clavo en ella hasta el fondo y comienzo a
moverme con fuerza y rapidez. Mildred grita y gime al
mismo tiempo, lo hace con fuerza y rabia y me pone tan
cachonda verla así, que cuando está al borde del
orgasmo, la penetro también con mi pulgar y presiono
con el dedo meñique sobre su clítoris. Mildred se sacude
con violencia y yo tiro de su pelo para dejarle claro que
solo se mueve si yo quiero, y ese golpe de autoridad,
unido al vaivén de mis dedos en esos tres puntos, la
llevan a un orgasmo prolongado e intenso que la hace
morder las sábanas en un vago intento de ahogar sus
gritos.
Cuando los espasmos dejan de golpear su cuerpo, se
gira hacia mí y me mira con una exigencia que no había
visto antes.
—Quítate la ropa —dice casi sin voz.
Aunque en cualquier otra ocasión no le haría caso, lo
que me hace sentir provoca que baje la guardia y me
desnude para ella. Dejo que me mire hasta que sonríe y
se relame. Después camino de rodillas por la cama
hasta que mi sexo queda sobre su cabeza y ella se
aferra con las manos a mis piernas para llevarme a sus
labios y devorarme con tanta dedicación, que acabo
mordiendo el cabezal de la cama mientras me corro en
su boca.
Aferrándome al cabezal con las manos por miedo a
caerme de lo mucho que me tiemblan las piernas, salgo
de encima de ella y me dejo caer a su lado para
recuperar el aliento. Mildred me mira y sonríe de un
modo enternecedor, yo le devuelvo la sonrisa y después
ella me hace una mueca de agradecimiento antes de
apartar la mirada y clavarla en el techo. La observo de
nuevo, estudio el ritmo de su respiración, su manera de
tensar el abdomen con cada suspiro entrecortado que
emite cada pocos segundos y la dificultad con la que
traga saliva. El corazón se me encoge cuando me doy
cuenta de que está al borde del abismo y que ni siquiera
un buen orgasmo ha logrado librarla de esa mierda que
se la está comiendo por dentro.
Me apoyo sobre el codo y aparto el brazo que acaba
de dejar caer sobre sus ojos.
—Mildred… —le susurro.
Me mira con los ojos acuosos y vuelve a tragar saliva.
—Creo que es mejor que me marche —dice, y su voz
suena tan agónica que los pelos se me ponen de punta.
—¿De verdad te quieres ir? —pregunto acariciando su
mejilla con el reverso de la mano, y Mildred niega con la
cabeza y rompe a llorar como si la estuvieran
desgarrando por dentro.
Capítulo 22

Úrsula

Nunca he sido una mujer muy afectiva, no suelo


expresar lo que siento y me muestro fría de forma
constante. Sin embargo, con Mildred no es eso lo que
me sale, sino todo lo contrario. Cuando me da la
espalda avergonzada por lo que está pasando, me pego
a ella y la abrazo desde atrás impidiendo que trate de
soltarse. La dejo llorar durante varios minutos hasta que
se vacía por completo y solo le quedan esos hipidos
incómodos que hacen que te duela el pecho por culpa
de los espasmos.
Su respiración tarda mucho en normalizarse y sufre
pequeñas sacudidas entre mis brazos hasta que poco a
poco se van espaciando en el tiempo y simplemente se
queda quieta. Perdida en ese mundo de preocupaciones
que no la dejan sonreír.
—¿No vas a contarme lo que te pasa? —susurro
repartiendo besos por su hombro.
Mildred niega con la cabeza, encogida sobre sí misma.
—¿De verdad? —insisto, y esta vez paso la punta de
mis dedos por su costado provocándole un cosquilleo
que la hace removerse y sonreír.
Se gira y se queda frente a mí mirándome con los ojos
hinchados y rojos.
—¿Por qué no confías en mí, Mildred? Puedo ayudarte.
—No quiero tu ayuda, solo te quiero a ti.
Arqueo las cejas y sonrío. Después vuelvo a apoyar la
cabeza sobre la mano y le aparto un mechón de pelo de
la frente.
—Sé que no quieres mi ayuda, pero no me la estás
pidiendo tú, te la estoy ofreciendo yo. Me preocupas,
Mildred. Estás todo el día tensa, irascible y a la mínima
se te inundan los ojos, y no lo digo por lo de ahora.
Después de un orgasmo es normal que las emociones te
desborden si no tienes un buen día, y me temo que
hace mucho tiempo que tú no tienes uno.
Tengo recursos para resolverlo casi todo, y me frustra
que no acepte mi ayuda.
—Te lo agradezco, Úrsula, pero no puedes ayudarme.
Es algo que no depende de mí ahora mismo, está en
manos de mi abogado y él lo solucionará. Además, no
me apetece hablar de eso, por una vez me gustaría
desconectarme y que toda esa mierda no me viniera
constantemente a la cabeza, que por cierto me va a
estallar.
—Está bien, nada de hablar de problemas. Tengo el
remedio para lo que necesitas —digo como si lo supiera
todo.
—¿En serio? —cuestiona arqueando una ceja.
—Por supuesto. No hay nada que no se cure con un
café bien cargado, una aspirina y un día de piscina.
—Me temo que el tiempo no acompaña mucho hoy.
—¿De verdad te asustan cuatro nubes? —pregunto
mirando por la ventana.
Mildred ladea la cabeza y observa el exterior con cara
de sorpresa.
—Cuando yo he llegado estaba peor.
—Seguro que sí. En cualquier caso, en el jardín trasero
tengo una piscina cubierta y climatizada por si es
necesario —me encojo de hombros y Mildred abre los
ojos de forma desorbitada.
—Lili se quedaría alucinada —sonríe al pensar en ella
—, y te haría mil preguntas. Ayer me preguntó por ti y
por Piadora.
—¿En serio?
Hay un deje de emoción en mi voz cuando me habla
de la niña, y eso empieza a preocuparme.
—Sí, quiere saber cuándo la voy a traer otra vez —
cabecea frotándose las sienes con los dedos.
—Tráela hoy. Resulta que su madre se ha presentado
esta mañana en mi casa para decirme que se había
puesto un conjunto de lencería para mí —digo, y me
pongo en pie extendiendo las manos hacia Mildred para
que se levante.
Ella se ríe y las acepta, y yo tiro de ella con ímpetu
hasta pegarla a mi cuerpo.
—Imagínate lo que es eso —sigo explicando junto a su
oído—. Obviamente, ante una tentación así, me he visto
en la obligación de cancelar mi agenda para hoy, así
que esta tarde estoy libre — añado, y la beso en el
cuello, en la mejilla y en la boca.
Mildred vuelve a reírse y sus ojos brillan a pesar de
que esta vez no es de tristeza.
—Ve a la ducha, te sentará bien.
Le señalo el baño de la habitación y ella acepta
agradecida, dando pasos tan elegantes que parece que
sus pies no tocan el suelo.
Tras una ducha rápida que logra despejarla un poco,
abro el inmenso armario empotrado y le entrego una
camiseta y un pantalón de estar por casa.
—Has destrozado mi camisa, Rubén me matará —se
ríe al recordarlo.
—También he destrozado tus bragas y no parecía
importarte.
Me giro hacia ella y paseo mis dedos por su torso
desnudo. Mildred se estremece y sus pezones se erizan
pidiendo a gritos que los lama.
—Úrsula... —susurra demasiado tarde.
Ya he pegado su espalda a la parte interior de la
puerta del armario y acabo de morder su pezón
izquierdo arrancándole un gemido y un temblor de
cuerpo que me hace aferrarme a su cintura y guiarla
hasta que apoya el culo sobre los cajones inferiores del
armario. Me mira desde su posición inferior, y abre las
piernas porque necesita que acabe lo que he
comenzado. Su entrega y sumisión me excitan de un
modo perturbador y, antes de darme cuenta, estoy de
rodillas abriendo su sexo con la lengua.
Se aferra a la ropa que cuelga de las perchas y la
retuerce de tal modo que muchas van cayendo,
haciendo un ruido estrepitoso al que ninguna prestamos
atención. Mildred tiembla y se sacude entre espasmos
violentos hasta que ya no puede más y esta vez sus
manos aplastan mi cabeza contra ella para que la lleve
a donde necesita ir. Cuando noto que está al límite y sus
jadeos aumentan de intensidad, le tapo la boca con la
mano izquierda y le clavo las uñas de la derecha en la
nalga. Resopla de placer y ahoga un gruñido de dolor
contra mi mano mientras yo la presiono dosificando el
aire que le entra, lo que intensifica su orgasmo de tal
modo que sus fluidos me chorrean por la barbilla.
Cuando la libero y me aparto de ella, Mildred se dobla
hacia un lado y se deja caer sobre la ropa de deporte
boqueando como un pez fuera del agua.
—Madre mía... —dice con la cara roja del esfuerzo y
una amplia sonrisa de satisfacción.
Yo la miro al borde el éxtasis, contemplando su sonrisa
y contenta porque esta vez haya sido una ola de
felicidad la que ha barrido su cuerpo y no una de
tristeza.
La ayudo a levantarse cuando se recupera y con ella
entre mis brazos observo el interior del armario con las
cejas arqueadas.
—Vaya. Es como si hubiese pasado un huracán —digo
impresionada, y ella se ríe avergonzada hundiendo la
cabeza en el hueco de mi cuello.
—¿Te confieso algo? —pregunta sin apartar la mirada
del revoltijo de ropa y perchas que hemos dejado.
—Claro.
—Jamás me lo habían hecho dentro de un armario —
reconoce, y nos entra la risa floja a ambas.
—Debo reconocer que yo tampoco me había follado a
nadie ahí.
Miro el armario y después la miro a ella porque quizá
he sonado un poco brusca, pero el concepto de sexo
que tengo todavía es ese, siempre he follado por placer
y no por amor, y me cuesta mencionarlo de otro modo.
Mildred no parece darle importancia a esa forma de
expresarme tan soez en cuestiones como esta y lo
agradezco, me sentiría incómoda de otro modo.
—Te ayudo a ponerlo bien —dice señalando la ropa.
—No te preocupes, lo hará la chica del servicio
después de recoger los restos del jarrón del recibidor.
Mildred vuelve a reír y me doy cuenta de que tiene
mis dedos marcados en la cara todavía. Le paso el
reverso de la mano sobre la zona y la miro a los ojos.
—Soy muy intensa, si te hago daño o alguna cosa de
las que te hago te resulta violenta, quiero que me lo
digas de inmediato. También sé follar de manera más
suave, aunque a veces no me controlo.
Esta vez le hablo muy en serio, y ella me mira
suspirando y negando.
—Nunca lo había hecho así, quiero decir —dice algo
sofocada—, que me tapen la boca prohibiéndome coger
todo el aire de golpe o que me tiren del pelo al mismo
tiempo que me embisten no es algo que me hubiesen
hecho nunca.
—¿Y?
—Que la sensación me gusta. A ti te gusta dominar y
a mí que me lleves al límite.
—Vale —digo, y le doy un beso en la frente.
Abro el cajón de la cómoda y cojo otro conjunto sin
estrenar que le entrego ante su cara de sorpresa.
—Ni hablar, no puedo aceptarlo —protesta alzando las
manos.
—Claro que puedes, yo te los regalo y yo los rompo.
Mildred me mira sofocada y finalmente lo coge entre
sus manos.
—No te lo pongas ahora, solo vístete con la camiseta
y el pantalón mientras tomamos café. En la piscina te
bañarás desnuda —concluyo, y ella obedece sin objetar.
Capítulo 23

Úrsula

Nos tomamos el café en la cocina, yo lo acompaño con


un par de bollos porque el sexo siempre me da hambre.
Le ofrezco uno a Mildred, pero lo rechaza amablemente
y termina su café de un sorbo.
—¿Tienes algún cenicero en casa? Si no te molesta,
me gustaría fumarme un cigarro en el jardín, me ayuda
a calmar la ansiedad —dice sin atreverse a mirarme a
los ojos.
—Sí, claro que tengo, María fuma como una carretera,
y yo a veces también le robo algún cigarro —explico
abriendo un armario del comedor del que saco un
cenicero de cristal—. Toma, siempre se deja algunos en
casa —digo con naturalidad, y le entrego un paquete
empezado que acepta con una mueca.
Cuando salimos al jardín, el cielo ya no está
encapotado como hace un par de horas, ahora se
alterna con nubes y claros y una suave brisa que se
agradece conforme va apretando el sol. Mildred se
queda hipnotizada mirando la zona de la parte derecha
de la piscina, donde tengo dos tumbonas, una ducha, y
al fondo un conjunto de sofás con una mesa bajo una
pérgola.
—Es increíble —dice mirándome.
—Es la zona de la casa que más disfruto cuando hace
buen tiempo, alterno baños con ratos bajo el sol o en la
sombra leyendo un libro.
Una vez desnudas, decidimos sentarnos en el borde
de la piscina con los pies dentro del agua. Al principio la
sensación de frío nos eriza la piel a ambas, sin embargo,
enseguida nos adaptamos y dejamos que el contraste
de temperatura nos relaje los músculos. Mildred se
enciende un cigarro y sopla el humo hacia el lado
opuesto al que me encuentro para que no me moleste,
después mira el agua y finalmente, formula la pregunta
que sé que le ronda la cabeza desde que hemos
hablado del cenicero.
—¿Puedo preguntar qué hay exactamente entre María
y tú?
—María y yo —repito y sonrío—. Hay muchas cosas
entre nosotras, Mildred. Somos amigas, somos
compañeras de trabajo y somos amantes, pero por
encima de todo, prima lo primero, María y yo; somos
amigas. La conocí en la universidad y desde entonces
siempre ha formado parte de mi vida de un modo o de
otro.
—¿Alguna vez habéis sido algo más que amantes?
Sonrío, pero ella no lo hace y me clava una mirada
intensa y profunda que me desarma.
—No. Ya te lo dije, el amor y yo nunca hemos sido
buenos compañeros. Además, quizá te tranquilice saber
que María está casada.
—¿Qué? —pregunta estupefacta.
—Lo que has oído.
—Joder, ¿en serio? —insiste sin salir del asombro
inicial.
—Completamente. Lleva doce años casada con su
marido, y se acuesta conmigo desde hace veinte —me
encojo de hombros y a Mildred se le descuelga la
mandíbula.
—¿Y él lo sabe?
—Ella es feliz creyendo que no, que solo es un marido
un poco bobo que trabaja tanto durante sus viajes de
negocios que no tiene tiempo de plantearse que su
mujer lo engañe.
—¿Y tú qué piensas? —pregunta interesada en
conocer mi opinión.
—Yo opino que son los dos iguales. Es más, estoy
convencida de que él es incluso peor que ella, y que
ambos sospechan del otro.
—No lo entiendo, ¿cómo pueden mantener un
matrimonio así?
—Yo tampoco me lo explico, aunque supongo que es
un tema de comodidad. Se llevan bien, tienen
organizada una vida en común que funciona y cada uno
hace su vida libremente sin tener que darle
explicaciones al otro. De cara a sus familias son una
pareja perfecta y envidiable, y en su parte íntima
disfrutan de una vida libre haciendo lo que quieren,
sinceramente, no me parece mal.
—Visto así —dice expulsando el humo de la última
calada, y apaga el cigarro dejando que su mirada se
pierda sobre las ondulaciones que nuestros pies
provocan en el agua.
—¿Por qué dice Lili que tú y ella no tenéis casa?
Mi pregunta la saca de su trance y me dedica una
mirada rápida que enseguida devuelve al agua con
cierto aire de vergüenza.
—Porque es cierto. Todo lo que teníamos está a
nombre de Borja. Él tenía un buen trabajo y, además, su
familia ha vivido siempre muy acomodada. Poco antes
de casarnos le regalaron la casa en la que vivíamos y
cuando nació Lili yo dejé mi empleo en una sucursal
bancaria para cuidar de ella. Nos lo podíamos permitir y
yo quería estar con mi hija.
La escucho sin interrumpirla mientras ella habla sin
apartar la mirada del agua, como si le resultase más
fácil mirar ese líquido transparente que mirarme a mí.
Me doy cuenta de cuánto me gusta escucharla y de que
probablemente es la primera persona por la que
demuestro un interés que vaya más allá de la amistad.
Me importa todo lo que me cuenta y todo lo que le pasa,
y me enerva ver la presión extrema a la que se siente
sometida y que no me permita hacer nada por ayudarla.
—Cuando las cosas comenzaron a ir mal entre
nosotros fue cuando me di cuenta del enorme error que
había cometido al permitir que mi vida y la de mi hija
dependiesen tanto de la suya. No tenía nada, ni un
empleo ni un lugar a donde irme, así que cuando me
marché de casa no me quedó más remedio que ir a la
de mi madre.
—No lo entiendo, Mildred, la casa da igual a nombre
de quién esté, es de Lili hasta que cumpla los dieciocho,
y por lo tanto, también tuya si es contigo con quien
vive.
—Todavía estamos en trámites de divorcio y como no
nos ponemos de acuerdo con la custodia de Lili vamos a
ir a juicio.
—¿Quiere quitarte a la niña? ¿Es eso lo que te tiene
así?
Se limpia la humedad de los ojos con los dedos y
asiente, después se encoge de hombros.
—En parte —añade finalmente.
—Es muy difícil que un padre le quite la custodia a
una madre, Mildred, para eso tendrías que ser una
madre de mierda y él poder demostrarlo, y no me
parece que sea el caso.
Sonríe con amargura y después de mirarme de un
modo que me paraliza el corazón, se impulsa hacia
delante y se hunde bajo el agua dejándome claro que
no quiere seguir hablando sobre el tema.
Me lanzo tras ella dejando que mi cuerpo se hunda
como una piedra y, cuando salgo a la superficie, la
encuentro mirándome como un animal salvaje. Rodea
mi cuello con los brazos y enrosca sus piernas en mi
cintura mientras me observa con los labios
entreabiertos y las gotas resbalando sobre ellos,
haciendo que mi sexo palpite hasta hacerme
enloquecer.
—Necesito que me folles otra vez —concluye con
determinación, y por poco me corro al escucharla.
No me gusta hacerlo bajo el agua, me parece
incómodo y poco procedente. Así que la invito a salir y
unos segundos después, ella está bocabajo en el suelo
duro y caliente, y yo estoy a su lado, con una rodilla
apoyada en su espalda con gran parte de mi peso para
dificultar su respiración dentro de lo razonable. Mi mano
izquierda está aplastando su cara sobre las losetas,
mientras que tres dedos de mi mano derecha entran y
salen de ella a un ritmo tan enloquecido, que entre
gritos y jadeos, me suplica que no pare a pesar de que
apenas tiene aliento para vocalizar. Mildred convulsiona
en un violento orgasmo que se mezcla con un nuevo
llanto desconsolado, sumida en una tristeza tan
profunda, que me tumbo a su lado, beso su hombro, y le
acaricio la espalda mientras noto un nudo incómodo
estrangularme la garganta.
Capítulo 24

Mildred

Nunca suelo explotar de esta manera y trato de no


mostrarme tan débil delante de nadie, ni siquiera de mi
madre. Sin embargo, con Úrsula todo es diferente, a su
lado siento que todo puede pasar sin que me juzgue o
me mire como si fuera un animal enfermo al que su
madre decide abandonar. Sé que no soy justa con ella,
que me está dando mucho más de lo que recibe y yo se
lo pago con verdades a medias, pero no soportaría
explicarle el verdadero problema y que no me creyese.
Cuando logro que se me pase la llorera nos damos
otro baño y mantenemos una larga charla sin salir del
agua. Yo sentada en uno de los escalones de obra que
dan acceso a la piscina por uno de los laterales, y ella
acomodada entre mis piernas en el que está
inmediatamente después. Ahora soy yo la que le presta
atenciones, la que enrosca los dedos en su pelo, la que
le besa el cuello, la que le habla al oído y le muerde la
oreja, y también la que la lleva al orgasmo dos veces
seguidas cuando entramos a ducharnos.
Después de comer nos acurrucamos en el sofá y me
quedo adormilada entre sus brazos hasta que llega la
hora de ir a buscar a Lili.
—¿Todavía quieres que la traiga? Debes estar agotada
después de aguantarme todo el día —pregunto girando
mi cara hacia la suya—, podemos venir otro día.
—No digas tonterías. Ve a por ella, yo prepararé algo
de merendar mientras vuelves.
Pego mi frente a la suya sin saber qué decir. Úrsula
me ha regalado uno de los mejores días de mi vida y ni
siquiera lo sabe. Se ha esforzado por ayudarme a soltar
lastre por un lado, y por otro me ha proporcionado una
gratificante e intensa sesión de sexo, en la que me ha
permitido descubrir cosas que no sabía que podían
gustarme tanto y que al mismo tiempo me han dado la
opción de gritar y soltar parte de esa rabia que llevo por
dentro.
—Está bien.

Cuarenta minutos más tarde vuelvo a cruzar la puerta


de la finca con Lili en el coche. Úrsula nos está
esperando en el porche y en cuanto mi hija se baja del
vehículo, sale disparada en su dirección como un
cohete. Úrsula no parece esperarse la reacción de Lili,
como si no creyese que toda esa alegría es solo para
ella, pero cuando por fin se quita la venda de los ojos,
se pone en pie y extiende los brazos para recibirla.
Merendamos junto al estanque, Úrsula y yo sentadas
en el borde y Lili en mitad del puente mientras
comparte parte de su bocadillo con Piadora.
—¿Tienes una pista de tenis? —le pregunta Lili cuando
la tortuga pasa de ella y empieza a aburrirse.
Úrsula se ríe y niega con la cabeza mientras yo me
pregunto de dónde ha sacado esa idea si los deportes
no le gustan.
—No tengo pista de tenis, pero tengo una casa
secreta, ¿quieres verla?
Úrsula entorna los ojos para darle más misterio a su
comentario y mi hija se tapa la boca con las manos
mientras afirma con la cabeza de un modo tan
concienzudo, que por un momento temo que vaya a
partirse el cuello. Lili le da la mano a Úrsula y le
empieza a explicar cómo ha sido su excursión por el
museo al mismo tiempo que empiezan a caminar. Yo me
quedo un poco rezagada, observándolas hablar sin dejar
de sorprenderme por lo mucho que han conectado.
Bordeamos la casa por un camino empedrado
presidido por tres abetos a la izquierda y tres cerezos a
la derecha. Hasta ahora no había visto nada más que el
estanque, la piscina y la habitación de Úrsula, pero la
finca es realmente grande y tiene rincones preciosos
decorados con un gusto exquisito. Llegamos a la parte
exterior, donde Úrsula me ha dicho que tenía la piscina
cubierta, pero Lili no muestra mayor interés que el de
mirar con los ojos muy abiertos, porque lo que
realmente quiere es ver la casa secreta.
Pasamos por un camino de piedra a cuyos lados hay
varios jardines con piedras decorativas y al torcer a la
derecha por uno de ellos y pasar un muro de setos que
impide ver lo que hay al otro lado, veo con sorpresa que
lo de Úrsula no era un farol. Acabamos de detenernos
frente a una pequeña y acogedora casa de madera que
ha hecho que Lili suelte un grito de impresión.
—Es preciosa —digo deteniéndome al lado de Úrsula.
—¡Una casa secreta, mamá! —grita Lili parada frente
a la puerta.
—La puerta está abierta, cariño —le indica Úrsula—,
entra si quieres.
Mi hija no se lo piensa dos veces y abre la puerta con
ímpetu para investigar el interior.
—¿Por qué tienes una casa aquí? —pregunto muerta
de curiosidad.
—Mi marido se empeñó en construirla para cuando
recibíamos invitados en casa, pero murió antes de que
alguien pudiese estrenarla, y yo a la única persona que
invito es a María, y ella se queda conmigo en casa.
Cuando dice eso siento como si me hubiesen dado
una patada en el estómago, sin embargo, mantengo el
tipo y le sonrío porque soy consciente de que hacerme
ilusiones con Úrsula no me va a llevar a ningún sitio,
solo a una amargura mucho mayor de la que tengo. He
de centrarme en el presente y ser coherente,
disfrutando de estos momentos al máximo sin esperar
nada más. Su mundo y el mío son demasiado distintos,
ella es una mujer soltera, atractiva y con las ideas muy
claras, ¿qué interés puede tener en una madre
divorciada, con una hija y un saco de problemas cuando
puede tener a cualquier mujer con un simple chasquido
de dedos?
La sigo al interior de la casa y me quedo maravillada.
Es pequeña y acogedora, con todas las paredes forradas
de madera, un fuego a tierra en el salón que está
separado de la cocina por una barra americana, dos
habitaciones y un cuarto de baño.
—¿Era tu cabaña cuando eras pequeña? —pregunta
mi hija con los ojos muy abiertos.
—No, yo no vivía aquí cuando era pequeña como tú,
pero si quieres, puede ser tu cabaña siempre que
vengas.
Lili llena sus pulmones de aire y me mira boquiabierta
como si acabasen de hacerle el mejor regalo del mundo.
Yo le sonrío y le beso la cabeza, y cuando sale corriendo
hacia el exterior para ver el lado opuesto de la casa,
también beso a Úrsula en la mejilla.
—No sé qué le has hecho, pero te adora.
Úrsula me mira, sonríe y me besa.
—Porque soy adorable, aunque no lo creas —dice
altiva, y sale por la puerta.
A mí me parece mucho más que adorable, en
cualquier caso, decido callarme.
Capítulo 25

Úrsula

No han pasado ni quince minutos desde que se han


marchado Mildred y Lili cuando alguien comienza a
fundir el timbre de mi puerta. No necesito preguntar
quién es o tratar de adivinarlo, porque la única persona
con autorización permanente para acceder a mi finca a
su antojo es María.
—Con que pulses el timbre una vez es suficiente —
aclaro en cuanto abro la puerta.
—¿Tú sabes la de culos que he tenido que lamer
durante todo el día por tu culpa? —pregunta iracunda.
María prácticamente me arroya cuando entra como un
huracán.
—Se te da muy bien convencer a la gente, estoy
segura de que no te ha costado tanto.
Me dedica una mirada fulminante y se dirige
directamente a la cocina para servirse una copa de vino.
—¿Quieres?
Me enseña la botella y yo niego mientras la observo.
Cuando ya tiene lo que quiere sale de la cocina y sube a
mi habitación. La atraviesa como un rayo y sale a la
terraza conmigo siguiéndola como un perrillo faldero.
—¿Estás enferma? —pregunta sentándose en el sofá
con tanto ímpetu que parece que es la primera vez que
se sienta en todo el día.
—No, no estoy enferma.
María resopla y cabecea frustrada. Después me
dedica una mirada envenenada y arquea las cejas
esperando una explicación.
—No puedes cancelar tu agenda así de repente,
¿entiendes? El mercadillo benéfico es pasado mañana.
Había cosas que tratar, gente a la que invitar y
reuniones pendientes, por no hablar de que tenías cita
con el alcalde y la ministra de asuntos sociales.
Hago una mueca ante eso último.
—¿Qué les has dicho?
—Que te han entrado las diarreas de la muerte y no
podías alejarte del lavabo sin cagarte en las bragas —
bufa, y yo la miro perpleja porque sé que es capaz de
eso y mucho más—. Nada, le he dicho que tu mejor
amiga había tenido un accidente y que has tenido que
irte de improvisto.
—Mi mejor amiga eres tú.
—Eso ellos no lo saben. Te mandan muchos ánimos,
os reuniréis el lunes. ¿Sabes? Creo que deberías
pagarme el doble.
—No pienso pagarte ni un euro más —arqueo las cejas
y ella sonríe por fin.
—Muy bien, ahora dime, ¿qué es eso tan importante
que tenías que hacer para suspender toda tu agenda de
hoy sin darme tiempo para organizarme?
—Mildred —contesto a secas, y me siento a su lado
quitándole la copa de las manos.
María me mira incrédula y se enciende un cigarro
soltando el humo de la primera calada por la nariz.
—Mildred, ¿qué? ¿Estaba enferma y no podía traerte?
—ironiza.
—He pasado el día con ella —admito mirándola a los
ojos.
—¿Follando?
—Entre otras cosas.
—Pues sí que te ha dado fuerte.
Se echa hacia atrás y yo la miro sin entender a qué se
refiere.
—¿Qué quieres decir?
—¿Cuántas veces has dejado tú de hacer algo por una
mujer?
Su pregunta me hace pensar hasta que me doy
cuenta de que no tengo una respuesta.
—Pues eso —dice haciendo botar los hombros.
—No te montes películas, María. Hemos pasado el día
juntas y punto, contigo lo he pasado mil veces.
—Es distinto y lo sabes.
—No veo por qué es diferente.
—Porque conmigo has pasado ratos libres, no has
desatendido tus funciones jamás. No sé por qué te
cuesta tanto admitir que te has enamorado de ella. Es lo
normal, ¿sabes? Tarde o temprano tenía que pasar, era
imposible que no existiese nadie sobre la faz de la tierra
capaz de hacerte temblar por dentro.
Cabecea y me mira como si fuese obvio lo que dice.
—No sé si quiero esto —admito inflando los pulmones
hasta que ya no me cabe más aire dentro.
—¿Qué quieres decir?
Le cojo la cajetilla de tabaco y me enciendo uno de
sus cigarros recordando ese momento en el que Mildred
se ha encendido el suyo con las manos temblando.
—Quiero decir que no sé si me apetece complicarme
la vida. Mildred tiene problemas que se niega a
contarme, por lo que entiendo que no confía en mí
todavía.
—Todo el mundo tiene problemas, Úrsula. Seamos
realistas, tu vida mejoró mucho con la muerte de tu
marido, pero hasta entonces, era un asco.
—Por eso mismo, ¿por qué iba yo a cambiar mi vida
ahora? Me gusta lo que tengo y lo que hago, y también
mi libertad para hacer lo que me dé la gana en todo
momento. Mildred se está divorciando y parece que la
cosa no es nada amistosa. Es un saco de problemas que
vive con su madre y una niña de siete años.
—¿Desde cuándo eres tan frívola? ¿Crees que no está
a tu altura? —pregunta, y lo ofendida que se siente me
sorprende.
—Yo no he dicho eso, a mí me importa una mierda su
situación económica. Otra cosa no tengo, pero dinero
sabes que me sobra.
—A veces me sorprendes, en serio. Eres la mujer más
sensata, coherente y valiente que conozco, y no
comprendo que te asusten sus problemas.
—A mí lo que me sorprende es que te importe tanto
que esté dudando —la corto, y María se pone en pie y se
enciende otro cigarro.
—Claro que me importa. Llevas toda la puta vida sola,
Úrsula, sin saber lo que es tener a alguien al lado que te
quiere y se preocupa por todo lo que te pasa. Sé que mi
matrimonio está abocado al fracaso, pero hubo un
momento en el que fuimos felices, en el que nos
amamos, Úrsula, y tú no tienes ni idea de lo bonito que
es eso. Eres mi amiga por encima de todo, y quiero que
seas feliz por una vez, pero si tú prefieres ser una
cobarde, yo encantada, así seguiremos follando.
—No se fía de mí, María, no sé cómo ayudarla y eso
me frustra mucho.
—Hace poco más de una semana que os conocéis, es
un poco pronto para exigir que se abra a ti de esa
manera. Creo que la culpa es mía, estás acostumbrada
a mí, que vomito mi mierda en cuestión de segundos.
Me entra la risa, y suspiro soplando el humo de una
calada para después dejar caer la espalda contra el
respaldo.
—Quizá tiene miedo de asustarte con sus problemas,
yo lo tendría —se encoge de hombros y se ríe—.
Piénsalo bien, Úrsula, eres una de las solteras más
codiciadas de España y de repente te tiene solo para
ella, yo estaría acojonada.
—¿Y si nada más me quiere por eso? Por lo que tengo.
—¿En serio? —resopla—. Eres más lista que el
hambre, Úrsula, si hay alguien capaz de detectar a una
depredadora o una interesada, esa eres tú. ¿De verdad
la ves así? Porque a mí lo único que me parece es un
pajarillo asustado y abrumado por todo lo que se le
viene encima. El huracán Úrsula Monte ni más ni menos.
Estoy nerviosa. Quizá lo que debo reconocer es que
todo esto me asusta. Me acojona lo que me provoca
Mildred y temo no estar a la altura de lo que necesitan
ella o Lili. Yo siempre me he respaldado en el dinero,
solucionándolo casi todo a golpe de talonario, pero las
relaciones reales se basan en el amor, y en eso me
muevo en terreno desconocido. Le quito la copa a María
y me acabo lo que le queda de un trago.
—¿Quieres que traiga más? —pregunta y arquea una
ceja.
—Sí.
María baja y yo me quedo ahí sentada, mirando a la
nada, pensando en Mildred, en sus miedos y en el mío,
en esa niña con la que conecto de una forma misteriosa
y en que mi vida, ahora tranquila y sin sobresaltos,
puede cambiar radicalmente. ¿Quiero eso? María vuelve
con la botella y otra copa, llena ambas, brindamos y me
bebo el contenido de la mía de un trago.
—Madre mía, sí que estás confusa —dice riendo.
Lo estoy, siento una bola de inquietud recorrerme el
estómago desde que Mildred se ha marchado. No
cambio el día que he pasado con ella por nada del
mundo, pero me asusta mucho no estar a la altura de lo
que ella pueda esperar de mí.
María rellena la copa de nuevo y su mirada cambia
cuando la enfoco ceñuda. Sé lo que viene ahora, y
también que si no soy yo la que lo frena, tampoco lo
hará ella. Mildred atraviesa mis pensamientos y también
lo hacen sus sollozos, ese momento en la cama o en la
piscina cuando se ha derrumbado como pocas veces he
visto. Vuelvo a sentir esa angustia y desesperación que
he vivido en esos momentos y decido de forma egoísta
que me merezco desconectar y tener tiempo para
pensar en lo que yo necesito. Vuelvo a beber y María
sonríe triunfante, quitándome la copa vacía y
pegándose a mi cuerpo.
—Con todos los culos que he lamido hoy por ti, lo
justo es que tú también lamas el mío —me reta
acariciando uno de mis pechos.
La miro a los ojos fijamente al mismo tiempo que me
llevo la mano a los labios, me lamo dos dedos
introduciéndolos lentamente en mi boca mientras ella
entreabre los labios completamente loca de excitación,
y acto seguido la empujo hasta que su espalda impacta
con brusquedad contra el ventanal, subo la falda de su
vestido, le aparto las bragas hacia un lado y la penetro
con los dedos que acabo de humedecer.
—Madre mía —boquea sin aire, y yo cierro los ojos con
la sensación de que me estoy equivocando.
Capítulo 26

Úrsula

—¡Joder! ¡Úrsula, despierta!


La voz de María me atraviesa el cerebro como si me
hubiesen clavado una aguja de ganchillo de punta a
punta. Cuando me muevo para preguntarle qué le pasa,
esa sensación se multiplica por mil y pienso que voy a
morirme. Tengo la boca pastosa y seca, obedeciendo a
la descomunal resaca que tengo.
—Venga, arriba, nos hemos dormido.
No entiendo sus prisas ni lo que pasa, hasta que una
ráfaga de imágenes me golpea de repente y recuerdo
que anoche nos bebimos una botella de vino y
terminamos follando en la terraza. Me incorporo de
golpe, asustada y con el corazón desbocado. Con una
terrible sensación de haber hecho algo malo y la
culpabilidad asomando por cada poro de mi piel.
Estoy desnuda al igual que María, y cuando por fin
consigo centrarme y ver la realidad, me doy cuenta del
error que he cometido. Jamás en mi vida me había
sentido tan culpable como me siento ahora, estoy tan
avergonzada por mi comportamiento aniñado y egoísta
que si no fuese porque la cabeza va a explotarme, yo
misma me daría cabezazos contra la pared.
—Mierda… —me lamento, y me llevo las manos a la
cara.
—Oye, ya sé que puedo sonar desconsiderada, pero
no tenemos tiempo para lamentos, Úrsula. Nos hemos
dormido y si no corres vamos a llegar tarde a la
inauguración del nuevo edificio para la escuela de
adultos.
Me froto los ojos y las sienes y me bajo de la cama
sintiendo un leve mareo cuando me pongo en pie. María
me mira y me señala la ducha, yo miro el reloj y el
corazón me golpea la boca con violencia, son las nueve
y veinticinco y le dije a Mildred que me recogiese a las
nueve y media.
—Tienes que irte —le digo a María—. Mildred no puede
verte aquí.
La voz me sale rasposa y con un tono de verdadera
angustia.
—¿Crees que puedo teletransportarme o qué? —
berrea—. No hago magia, ¿sabes? —concluye señalando
su cuerpo desnudo.
—Joder —me lamento llevándome las manos a la
cabeza.
—Ahora te arrepientes, ¿verdad? Si viniese de otra me
ofendería que lo hicieses, ¿sabes cuántas mujeres
harían cola para acostarse conmigo?
María es única cuando se pone dramática, aunque las
dos sabemos que no está enfadada.
—Te está bien empleado —dice empujándome hacia la
ducha y entrando conmigo para ganar tiempo—. Ayer
elegiste ser una cobarde, te acostaste conmigo porque
eso era más fácil que aceptar que esa mujer te gusta, y
ahora te sientes una miserable porque lo que has hecho
te duele aquí, ¿cierto?
Me clava un dedo en el pecho con tanta decisión que
me hace daño, pero no más del que ya siento por dentro
como ella dice.
—Podrías haberme frenado si tan claro lo tenías —
protesto aclarándome el pelo.
—A mí no me eches la culpa de tus decisiones, Úrsula,
tienes cuarenta y tres años. Eres mayorcita para asumir
tus errores.
María tiene razón y eso me pone de más mal humor
del que ya tengo. No llevo bien las resacas, motivo por
el que no suelo beber más de una copa nunca, y ayer
me bebí media botella porque era incapaz de aceptar lo
que sentía. Salgo de la ducha con un humor de perros,
enfadada conmigo misma y con todo lo que me rodea
mientras bajo a la cocina en busca de una buena taza
de café bien cargado y un par de aspirinas.
Mientras me lo bebo escucho el motor del coche de
Mildred y mi cuerpo se tensa, va a ver a María aquí y
atará cabos porque no es estúpida, y eso me delatará
sin darme tiempo a explicarle mis motivos. Frunzo el
ceño y mi mal humor se dobla.
Capítulo 27

Mildred

Cuando aparco dónde siempre espero a Úrsula, veo el


coche de María un poco más adelante, cerca de la
puerta de su casa. En un primer momento no le doy
importancia, y pienso que habrá venido para tratar
alguna cuestión urgente, sin embargo, segundos
después, una sensación incómoda y agria me recorre
por dentro y me doy cuenta de que soy demasiado
inocente.
Movida por la necesidad de confirmación, me bajo del
coche, con el cuerpo algo dolorido por la intensa sesión
de sexo del día anterior y después de mirar a la terraza
de su habitación y comprobar que no hay nadie en ella,
camino hasta el coche de María y coloco la palma de la
mano sobre el capó. Está demasiado frío e incluso
todavía conserva parte del rocío mañanero. Mis peores
temores se confirman, María ha pasado la noche con
Úrsula y de repente me siento tan estúpida e ingenua
que si no salgo corriendo para no volver nunca más, es
porque necesito el dinero.
Los minutos comienzan a pasar al mismo ritmo que
crece mi agitación y mi rabia. Las mujeres que tanto
abogan por la puntualidad están llegando tarde y yo no
puedo permitirme el lujo de restregárselo. La primera en
salir es María, lo hace con el pelo mojado, un cigarro en
la boca y las prisas de quien sabe que llega tarde.
—Buenos días, Mildred —saluda desde lejos antes de
dirigirse a su coche.
Me entran ganas de gritarle, de ir hacia ella, cogerla
por el pelo y hundirle la cabeza en el estanque de
Piadora. Me contengo y la saludo con la mano porque
María no tiene la culpa, ella es solo un peón más en un
tablero donde la que gana siempre es Úrsula, es ella la
que me ha hecho daño y no María. La abogada y
asistenta personal pasa por mi lado sin mirarme y
desaparece por la curva hacia la entrada. Al momento
escucho la puerta de la casa cerrarse y me giro de
forma mecánica.
Úrsula también tiene el pelo mojado y se está
colocando las gafas de sol. Me meto en el coche antes
de que llegue porque no quiero mirarla a la cara, verla
me duele y hace que me cueste respirar. Me siento
traicionada y humillada y me alegro enormemente de
no haber sido capaz de confesarle mis verdaderos
problemas, porque ahora sé que no le importan.
—Hola —saluda al subir el coche.
No contesto y la miro a través del espejo
mordiéndome los carrillos. Trato de centrarme, de
ignorar lo que siento y de no dejar que la rabia me
domine al darme cuenta de que incluso sintiendo que
me ha traicionado, mi corazón se ha desbocado
encabritado en cuanto la he tenido cerca. Mis
pensamientos me desbordan y no soy capaz de encajar
ese doble sentimiento que me invade hasta lo más
profundo. No quiero seguir queriéndola, no después de
lo que ha hecho, y, sin embargo, mataría porque me
abrazase del mismo modo que lo hizo ayer.
Cuando venía de camino imaginaba que al llegar
Úrsula me saludaría con un beso, que me preguntaría
por Lili de camino a la oficina y me diría de quedar en
algún momento. Me siento imbécil y ese pensamiento
me hace cabecear y no controlar mi lengua.
—¿No tuviste bastante ayer? —pregunto dolida.
Úrsula levanta la cabeza con la boca medio abierta y
frunce el ceño sorprendida.
—No sabía que estuviésemos casadas —responde
cortante, y me duele tanto que mi cuerpo se tambalea
en el asiento.
Pongo el motor en marcha y arranco lentamente
tratando de mantener mis emociones a raya. Intento
pensar en otra cosa, cualquiera que me saque de este
estado de agonía y me permita llegar hasta la oficina sin
derramar una sola lágrima más delante de ella. Tomo
todo el aire que puedo por la nariz y lo suelto
lentamente por la boca tratando de que no me escuche.
—Siento haber hablado así —habla de repente con voz
pausada—, es solo que siento que la cabeza me va a
explotar de un momento a otro. ¿Podemos hablar sobre
esto en otro momento?
Ahora es amable y dulce como ayer cuando me
susurraba, pero todo es demasiado diferente como para
que surja el mismo efecto.
—No te preocupes, no hay nada de lo que hablar.
Tienes razón, no estamos casadas ni somos nada. No
me tienes que dar explicación alguna, puedes follarte a
quién te dé la puta gana como hiciste ayer conmigo —
escupo a punto de explotar.
—Mildred, por favor, lo hablamos luego —insiste
frotándose las sienes.
No contesto y expulso el aire de mis pulmones hasta
quedarme vacía, por mi parte ya hemos hablado todo lo
que teníamos que hablar.
Cuando llegamos, Úrsula se despide sin que yo le
conteste y sin darme indicaciones sobre lo que debo
hacer, y como estoy tan alterada me marcho del
aparcamiento y me dirijo hacia la playa para dar un
paseo por la orilla mientras intento relajarme. Soy
consciente de que no debería estar así, de que ella y yo
no tenemos nada, y, sin embargo, no logro que ese
dolor se marche, porque esa conexión con ella sigue ahí,
la siento yo y sé que ella también, y no logro
comprender el motivo por el que ha actuado así.
Capítulo 28

Mildred

El paseo por la playa no ha calmado mis nervios del


todo, pero sí que ha servido para abrirme el apetito. Así
que he hecho tiempo hasta la hora de comer paseando
por los chiringuitos, después he ido a recoger a mi
madre y las dos hemos comido en el bar de debajo de
su casa, donde mis padres tapeaban muchas veces y al
que mi madre no ha vuelto desde entonces. Al principio
ha estado algo tensa, pero después de que Eusebio, el
dueño y cocinero, le haya expresado lo mucho que se
alegra de verla de nuevo, se ha relajado y hemos
disfrutado de la comida.
—Podría haber cocinado yo y este dinero nos lo
guardamos para el abogado —dice justo antes de que
traigan la cuenta.
—No viene de este dinero, mamá, y tenemos derecho
a permitirnos un capricho de vez en cuando —contesto
lacónica.
—Tienes razón —dice, y sonríe expandiendo las
arrugas de su cara hacia los lados—. ¿Cómo va todo con
Borja? ¿Sigue sin entrar en razón?
Confirmo y no contesto, mi madre solo conoce la parte
de la historia en la que vamos a ir a juicio para decidir la
custodia de Lili porque no nos ponemos de acuerdo,
pero no tiene ni idea de todo lo demás y así tiene que
ser.
La pantalla de mi móvil se ilumina con un mensaje en
el que Úrsula me pide que vaya a recogerla. Desconozco
a dónde debo llevarla, pero espero que una vez hecho,
me dé el resto de la tarde libre.

Cuando llego ya me está esperando en la entrada del


edificio. Me paro frente a ella y en lugar de abrir la
puerta de atrás, abre la de delante y se sienta.
—¿Qué haces? —pregunto descolocada.
—Es evidente —dice y se abrocha el cinturón, después
coloca su móvil en el soporte y me pide que siga la
dirección que ha indicado.
No protesto, ella es la que paga y la que manda.
Durante los veinte minutos que dura el recorrido
ninguna de las dos dice nada. Tampoco me resulta
incómodo, ella se ha quedado absorta mirando por la
ventana y yo simplemente me he limitado a conducir.
Cuando quedan dos minutos para llegar a donde sea
que vamos, el navegador me hace girar a la derecha por
una pista de tierra que asciende paralela a la carretera
hasta que los árboles ya no nos permiten ver nada.
Llegamos a un rellano donde hay varios coches
aparcados y Úrsula me indica que haga lo mismo.
Después se baja y rodea el coche hasta mi puerta y la
abre.
—Baja.
—¿Por qué? ¿Vas a matarme y a tirar mi cadáver por
el terraplén? —ironizo sin mirarla.
—No seas absurda, vamos a hablar. Venga, baja.
—Ya te he dicho que no te molestes. No hay nada que
hablar —insisto por dignidad.
Úrsula mete medio cuerpo por el coche y me
desabrocha el cinturón. Su pelo me barre los brazos
erizándome hasta el último poro de piel y su mejilla roza
mis labios haciendo que cierre los ojos con fuerza
mientras contengo las ganas de abrazarla y de besarla.
—No me hagas suplicarte, Mildred. Demos un paseo,
me escuchas y si después me sigues odiando, lo
entenderé y no te molestaré más.
Esta vez me bajo sin resistirme, no porque haya
cedido, sino porque la idea de que no me moleste más
me aterra de un modo que podría hacerme enloquecer.
Estamos en un mirador, pero no nos acercamos a la
baranda donde varias personas disfrutan de las vistas.
Úrsula pasa de largo y se adentra en un estrecho y
cuidado sendero que sigue paralelo por el precipicio
hasta llegar a otro mirador más grande con forma
circular, donde hay varios bancos de madera en los que
sentarse. Úrsula me guía hasta el más alejado y nos
sentamos arropadas por un silencio incómodo.
—No tengo justificación —dice de pronto—. Llevo toda
la mañana buscando una excusa para lo que hice,
Mildred, pero no la tengo —admite, y me quedo tan
descolocada por su sinceridad que no sé qué decirle.
Ella me mira y después apoya los codos en las rodillas
con gesto cansado. Como si llevase todo el día corriendo
de un lado para otro y arrastrase un agotamiento
extremo.
—Estoy acojonada —sigue explicando con la cabeza
ladeada hacia mí para mirarme a los ojos mientras
habla—, jamás he sentido nada así por nadie y anoche
comentándolo con María, me vi desbordada. Pude dejar
pasar los días y aclararme, y, sin embargo, decidí que
era más fácil beberme media botella de vino y
acostarme con ella para olvidarme de lo que sentía por
un momento. Nunca me he considerado una cobarde,
pero anoche lo fui y no sabes cuánto lo lamento.
Cuando me he despertado esta mañana y he sido
consciente de mis actos, te aseguro que me he sentido
el ser más miserable que habita sobre la tierra.
De repente ya no me parece tan grave lo que ha
hecho y eso me hace sentir un poco extraña. ¿Soy
imbécil? Probablemente, pero en parte la comprendo
porque, aunque no he actuado como ella yo también
estoy acojonada, y de haber tenido la oportunidad de
acostarme con María en un momento de duda y
debilidad como ese, no puedo afirmar que no lo hubiese
hecho, porque lo que sigue siendo evidente es que ella
y yo no somos nada, solo dos mujeres que ayer se
amaron durante todo el día sin buscar nada más.
—Aunque no lo creas, María está de tu parte, en su
opinión soy gilipollas.
—Para estar de mi parte no perdió la oportunidad de
acostarse contigo —escupo dolida.
—Tú también te acostaste con ella —contraataca, y
me quedo con la boca medio abierta encajando el
reproche.
—Es verdad, pero en aquel momento entre nosotras
no había pasado nada.
—¿Estás segura de eso, Mildred?
Su pregunta me desarma y yo también apoyo los
codos en las rodillas imitando su gesto.
—Yo opino que entre nosotras han pasado cosas
desde el momento en que nos vimos, y no me digas que
tú no lo piensas. Esa mañana cuando te vi en el
estanque activaste algo en mi interior que no supe
reconocer y que tampoco he sabido ni quiero apagar.
—Tienes una forma de demostrarlo de lo más
inquietante.
—Ya lo sé, y no estoy orgullosa de ello. Me merezco
cualquier cosa que me digas, pero no me alejes de ti,
Mildred, ni de Lili. Aunque no lo creas, todas esas dudas,
miedos o reservas que podía tener anoche, han
desaparecido en un chasquido cuando me he
despertado esta mañana y he descubierto que la
persona que dormía a mi lado no eras tú.
—Estuviste todo el día follando conmigo, ¿cómo
podías necesitar más?
La pregunta sale disparada de mis labios como un
dardo que impacta directamente en el rostro de Úrsula,
que vuelve a mirarme con aire de sorpresa. Se queda
pensativa como si ni ella lo comprendiese y después
vuelve a mirarme con una mueca de indecisión.
—No necesitaba más, solo quería desahogarme de
algún modo, desconectarme. No sé qué más decirte,
Mildred.
—No digas más, no me debes nada, al fin y al cabo no
hay nada definido entre nosotras, así que no tienes que
rendirme cuentas.
—Te equivocas, te debía respeto y una explicación. La
explicación ya te la he dado y tu respeto te juro que
pienso ganármelo.
Coge mi mano sin que me lo espere y sus labios se
posan sobre ella en un cálido y prolongado beso. El
cuerpo entero me tiembla y, aunque debería pedirle que
me suelte y seguir enfadada con ella, no puedo hacerlo.
—Antes has dicho que no hay nada definido entre
nosotras. Definámoslo, sal conmigo, Mildred —dice, y
vuelve a pegar sus labios a mi mano sin apartar su
mirada de mis ojos.
—Sigo enfadada —protesto con gesto infantil, y ella
sonríe y asiente.
—Tienes razón. Solo espero que encuentres la manera
de perdonarme y que te pienses lo que te he dicho.
—No estoy enfadada —me contradigo, y ella parpadea
confusa—, estoy dolida, que es diferente.
—Lo sé, y lo siento.
—No te disculpes más, ya lo has hecho y acepto y
agradezco tu explicación. Te perdono, Úrsula,
únicamente necesito un poco más de tiempo para que
se me pase el mal trago.
—Lo que necesites. Te iba a pedir que te quedases
esta tarde conmigo en casa, pero quizá no es buena
idea, ¿no?
—No, no lo es. Si no tienes nada que hacer, prefiero
irme a casa y pasar tiempo con Lili.
—Por supuesto. Mañana es el mercadillo benéfico, mi
idea era que me llevases y me recogieses después al
finalizar, pero podrías traer a Lili y quedarte. Habrá una
zona infantil vigilada, con parque de bolas, inflables y
actividades con monitores. Se montan más de cien
paradas y el desfile de gente es continuo, te gustará
verlo.
—No sé, Úrsula.
—No lo hagas por mí, ni siquiera tienes que verme si
no quieres. Hazlo por Lili y por ti, ella se lo pasará en
grande y a ti te encantará pasear por allí. Las paradas
están llenas de artículos que han sido donados para su
venta y todo lo que se recaude será para causas
benéficas.
—Está bien, quizá me dé una vuelta —acepto
finalmente.
Úrsula sonríe y reanudamos la marcha hacia el coche.
Por el camino vuelve a ponerse las gafas de sol y no
logro aguantarme la risa.
—¿Qué pasa? —pregunta descolocada.
—Te mereces la resaca que tienes.
—Lo sé, seguro que ha sido el Karma —dice, y las dos
reímos como si no hubiese pasado nada.
Capítulo 29

Mildred

Por ser la organizadora del evento, Úrsula tiene que


estar en el recinto a las ocho de la mañana y me ha
tocado madrugar más que ningún día a pesar de ser
sábado.
Cuando sale por la puerta mi corazón late con fuerza,
ha recuperado el color resplandeciente de sus mejillas y
desprende toda esa energía que la caracteriza y que ya
no está mermada por la sombra de una resaca que la
tenía taciturna.
Abro mi puerta dispuesta a subirme después de que
ella lo haga como suelo hacer siempre, pero Úrsula pasa
de largo y viene hasta mi lado para situarse frente a mí.
—Me gustaría poder besarte, en realidad lo
necesito —dice a modo de saludo, y mi cuerpo se
tambalea con un estremecimiento hasta que me quedo
con cara de tonta.
Úrsula me mira con media sonrisa socarrona y ese
magnetismo que de nuevo me tiene orbitando a su
alrededor.
—Vale —claudico muerta de ganas—, pero que sepas
que sigo enfadada.
—Ayer dijiste que no estabas enfadada, a ver si te
aclaras —dice entornando los ojos sin borrar esa media
sonrisa que me está debilitando.
—Estoy como me da la gana —contesto agitada—, y
ahora bésame de una vez.
Todavía no he terminado la frase cuando su mano se
coloca en mi nuca y se pierde por mi pelo al mismo
tiempo que me atrae, hasta que nuestros labios se unen
en un beso suave y lento que no me esperaba y que
termina convirtiendo mis piernas en gelatina. Todo el
cuerpo me tiembla cuando abro los labios y su lengua
entra en mi boca reclamando un poco más.
Úrsula no deja de sorprenderme. Esperaba su
efusividad, uno de sus besos ansiosos y agresivos que
reclaman a cada momento un poco más y que te dejan
con los labios hinchados y doloridos, sin embargo, la
ternura con la que me trata me acaba de demostrar de
un modo que no puedo explicar, que no solo me desea
sexualmente, sino que va mucho más allá de eso.
—Espero que me perdones pronto, te necesito,
Mildred —confiesa, y tras darme un beso en la mejilla
rodea el coche y ocupa su asiento en la parte trasera.
Me permito unos segundos para que mis latidos se
calmen antes de ponerme en marcha.

—¿Te veré después? —pregunta cuando llegamos al


recinto donde se celebra el mercadillo solidario.
—Sí, aunque no sé la hora, los sábados suelo dejar
dormir a Lili hasta que se despierta por sí misma.
—De acuerdo.
Me guiña un ojo antes de bajarse y cuando veo que de
nuevo rodea el coche, bajo mi ventanilla con el corazón
latiéndome en las sienes. Ella apoya los brazos en la
puerta y mi cuerpo vuelve a sacudirse tras un cosquilleo
que me barre cuando la tengo cerca.
—Te besaría otra vez, pero hay prensa —dice, y señala
con la cabeza hacia un lado donde hay varias
furgonetas de canales de televisión local y nacional—, y
me gusta mantener mi vida privada alejada de ellos
todo lo que puedo. Te veo luego.
Roza mi hombro de forma suave y sutil y yo maldigo a
esa horda de periodistas que me acaban de privar de
otro de sus besos.

A las once y media Lili está subiendo en el coche


entusiasmada. Le he pedido a mi madre que nos
acompañe, pero ha quedado con una vecina para ir a
caminar y no he querido insistir, poco a poco parece que
sale de su bucle de soledad y empieza a relacionarse de
nuevo.
Cuando llegamos al mercadillo me quedo sorprendida
por la gran afluencia de gente que hay. Por suerte llevo
el coche de trabajo y como la matrícula está registrada
por los de seguridad, me permiten aparcar en uno de los
estacionamientos reservados en la entrada.
El pabellón es enorme y las primeras paradas están
dispuestas en el patio exterior, rodeando tres de las
partes. Al fondo puedo ver la zona infantil, vallada y
vigilada por diversos monitores con camisetas y gorras
rojas.
—¿Dónde está Úrsula? —pregunta Lili aferrada a mi
mano.
—No lo sé, cariño. ¿Quieres que demos una vuelta
para ver si la vemos? Después te llevo a los hinchables.
—Vale —aplaude, y juntas paseamos entre las
distintas paradas sin prisa.
Detengo el paso en una que me deja fascinada, se
trata de una carpa convertida en biblioteca a rebosar de
libros de segunda mano. Me quedo embobada leyendo
títulos en busca de alguno que llame mi atención
cuando Lili sacude mi mano con énfasis e intenta
soltarse gritando el nombre de Úrsula. Me giro de
inmediato y la veo caminando por uno de los laterales.
Va acompañada por un matrimonio mayor y una pareja
joven que deduzco que serán los hijos. Pasean despacio,
el hombre de más edad es el que habla y los demás
escuchan. Úrsula parece centrada en lo que le dice y no
se percata de nuestra presencia hasta que Lili se suelta
de mi mano sin que pueda hacer nada y sale corriendo
en su dirección.
No tengo tiempo de recordarle que interrumpir a los
adultos cuando hablan es de mala educación. Lili grita
su nombre por el camino y los ojos de Úrsula rastrean la
zona en busca de la procedencia de la voz, hasta que la
ve y sonríe de inmediato, y a mí me produce tanta
ternura ver el momento en el que ignora a sus
acompañantes para abrazar a mi hija y darle un beso,
que me tambaleo como si estuviese ebria. Cuando Lili
me señala y Úrsula clava su mirada en la mía, me siento
al borde del desmayo y decido que ni puedo ni quiero
seguir molesta con ella. Con Lili abrazada a su cintura y
los brazos de ella posados sobre mi hija de modo
protector, les hace un gesto a sus acompañantes para
pedirles un momento y las dos comienzan a caminar
hasta mí, que sigo inmóvil tratando de que no se me
note el sofocón.
—Pensaba que ya no vendrías —dice deteniéndose
frente a mí.
Úrsula se quita las gafas de sol y se las pone sobre la
cabeza. Sus ojos recorren mi cuerpo de pies a cabeza y
me pongo nerviosa. ¿Qué pretende? ¿Qué follemos
aquí?
—Para de hacer eso —le digo, y ella se ríe y mira a Lili
encogiendo los hombros.
Me gustaría acercarme y besarla, pero entiendo que lo
prudente es quedarme aquí, frente a ella, con el corazón
desbocado mientras Úrsula me observa con Lili todavía
pegada a su cuerpo.
—¿Tengo que ponerme celosa? —le digo a mi hija, y
ella se ríe mirando a Úrsula con complicidad.
—Pues la verdad es que estoy pensando en robarte a
esta niña tan guapa y quedármela para mí.
Úrsula entorna los ojos y mira a Lili, que se muere de
la risa y se separa quedándose en medio de ambas.
—Tengo que saludar a mucha gente y aguantar
algunas conversaciones tediosas todavía —explica
Úrsula—, pero si me esperáis, a la hora de comer nos
escapamos a mi casa y tú y yo preparamos algo
mientras Lili explora su casa secreta.
Me mira a mí y luego a Lili, que abre los ojos como
platos y estampa sus pequeñas manos en mi abdomen
dedicándome una mirada suplicante.
—¿La esperamos, mamá?
Sería estúpido e incluso hipócrita hacerme de rogar,
deseo más que mi hija pasar tiempo con Úrsula.
—De acuerdo, daremos una vuelta por el mercadillo y
después iremos a la zona infantil. Ve allí cuando
termines y nos marchamos —le digo a Úrsula.
—Me encanta que des órdenes —dice acercándose
peligrosamente.
Besa a Lili en la cabeza y al mismo tiempo noto su
mano sobre la mía, recibiendo un apretón tan suave y
cálido como breve, que pasa desapercibido incluso para
Lili.
—Después os busco, y tú, peque, no te separes de tu
madre, que aquí hay mucha gente y es fácil perderse.
¿Vale? —le advierte a Lili, que me coge la mano y sonríe
como toda respuesta.
Úrsula me guiña un ojo para despedirse y yo siento
que me ha barrido un huracán. Miro el reloj deseando
que pasen los minutos para que las tres nos marchemos
de aquí.
Capítulo 30

Mildred

Después de ver todas las paradas del exterior y las del


interior del recinto, me dirijo con Lili hacia la zona
infantil. La identifican poniendo su nombre y su apellido
en una pegatina sobre su pecho y toman mis datos por
si sucede algo. Estoy a punto de decirle a la chica que
no hace falta, que no pienso moverme de aquí, pero me
muerdo la lengua y le permito hacer su trabajo.
Lili pasa al interior y casi de forma inmediata
desaparece de mi vista para subir al enorme tobogán
hinchable. Me aparto de la entrada y miro a mi
alrededor en busca de un poco de sombra, calculo que a
estas horas ya estamos cerca de los treinta grados y
como me quede aquí mucho rato, me deshidrataré.
Camino siguiendo la valla de la zona infantil hasta el
lateral. Donde veo con alivio que no solo hay sombra,
sino que apenas hay nadie porque los padres han
dejado a sus hijos y están disfrutando del mercadillo con
tranquilidad. Decido que es un buen momento para
fumarme un cigarrillo que logre aliviar un poco esa
ansiedad de la que no logro deshacerme, esa que me
persigue porque el día del juicio se acerca y sigo sin
noticias de mi abogado o el detective. Estoy a punto de
encenderlo cuando una sombra se cierne sobre mí y de
repente me coge la mano en la que tengo el
encendedor con una fuerza que me dobla la muñeca,
hasta hacer que se me caiga el mechero y tenga que
contener la respiración porque no aguanto el dolor.
Cuando alzo la vista me encuentro con mi cuerpo
prácticamente pegado al de Borja. Me tiene
completamente dominada por la presión que sigue
ejerciendo sobre mi muñeca. Noto su aliento con olor a
vodka en mi cara y me estremezco, aterrada porque si
sigue apretando me romperá la muñeca.
—¿Disfrutando del día? —susurra—. ¿Qué hace una
muerta de hambre como tú en un evento para gente
adinerada y dispuesta a pagar el triple por un artículo
usado que podrían comprar nuevo en cualquier sitio?
—Borja, suéltame —le suplico mirando a mi alrededor.
No quiero montar un espectáculo, Lili está aquí al lado
y no pienso permitir que vea un drama más entre sus
padres.
—¿Qué te suelte? Todavía no —dice en un tono
aterrador—, vamos a ser claros, Mili. Creo que esto ya
ha durado suficiente.
Borja mantiene su cuerpo pegado al mío y la mano
que me retuerce queda entre ambos, por lo que
cualquiera que nos vea solo supondrá que somos una
pareja acaramelada con ganas de tener un poco de
intimidad.
—He sido tolerante, has querido montar tu numerito
de mujer rebelde y te lo he permitido, pero ya estoy
hasta las pelotas. Hoy mismo vas a volver a casa.
—No voy a volver jamás —digo, y él aprieta mi mano
haciendo que yo cierre los ojos con fuerza y resople
para no gritar de dolor.
—Claro que vas a volver, maldita zorra desagradecida,
¿y sabes por qué? —susurra como un perturbado,
provocándome una arcada con su aliento—, porque ni tu
abogado ni tu detective van a ayudarte.
El corazón se me detiene y por primera vez levanto la
vista y lo miro a los ojos. Borja sonríe como si fuese el
mismísimo demonio y chasquea la lengua con
superioridad.
—Qué inocente eres, Mili, ¿de verdad crees que
puedes deshacerte de mí? No hay nada que el dinero no
pueda comprar, a estas alturas ya deberías saberlo.
Esos dos capullos no van a ayudarte. ¿Qué? ¿Pensabas
que no me enteraría? ¿Qué te iba a dejar por ahí para
que intentes joderme?
No puedo respirar, noto un dolor fuerte en el pecho
que se expande por mi cuerpo hasta instalarse en la
parte izquierda de mi cabeza, como si me estuviesen
atravesando el ojo y el cerebro con una espada
dentada.
—Tienes dos opciones —susurra con su boca pegada a
mi oído—, dejas tu ataque de rebeldía y vuelves a casa
o sigues con esta estupidez y cuando llegue el juicio te
quito a tu hija. Te doy veinticuatro horas, o vuelves a
casa o solo verás a Lili cuando a mí me salga de los
cojones.
—¡Papá! —escucho gritar a Lili al otro lado de la valla.
—Hola, princesa, ven a saludar a papá —dice él.
Lili corre contenta hacia la salida, ajena a lo que
sucede y sin saber que su padre es un monstruo. Yo
trato de que las piernas me sostengan y que las
lágrimas no broten de mis ojos porque no quiero asustar
a Lili.
—Tú decides, Mili —dice Borja a modo de
ultimátum cuando Lili sale al exterior después de
señalarme y decirle algo a la monitora.
Entonces Borja hace un gesto brusco y mi muñeca
cruje justo antes de que me suelte y se gire para
abrazar a Lili.
Me quedo sin respiración, con todos los músculos
tensos tratando de aguantar el dolor. Es insoportable y
al notar que comienzo a marearme y que no podré
aguantar el llanto mucho más, me dirijo hacia Lili con la
cara desencajada.
—Mamá te espera en el coche, cariño.
Tras eso, me abrazo la mano sobre el abdomen y
comienzo a caminar concentrada en no caerme. La
distancia se me antoja eterna y ni siquiera sé de dónde
saco fuerzas para seguir. Confío en que Borja acompañe
a Lili hasta el coche, es un padre y un marido de mierda,
pero la quiere a su manera y no la dejará sola en un
sitio como este.
Llego tambaleándome, con la visión borrosa por las
lágrimas que inundan mis ojos y el cuerpo estremecido
de dolor. Noto el sudor frío en la frente y en la espalda y
a duras penas logro sacar la llave y pulsar el botón que
abre el coche. Abro la puerta trasera y me dejo caer en
el asiento sin cerrarla. El coche parece un horno, pero
soy incapaz de hacer nada más. Me doblo sobre la mano
herida y ahogo un grito cuando la presión de mi propio
cuerpo me envía un calambrazo de dolor que me
atraviesa el cerebro. La ansiedad me sube por el pecho,
provocándome otro tipo de dolor que tampoco soporto,
me falta el aliento y las cuchillas afiladas que atraviesan
mi cabeza comienzan a asustarme, lo que provoca que
mi ansiedad aumente y con ello el mareo y
entumecimiento que siento en las manos y las piernas.
—Mamá, ¿estás bien?
Ladeo la cabeza y veo la sombra de mi hija junto a la
puerta y la de su padre alejándose. Le tiendo la llave del
coche como puedo para pedirle que la ponga en el
contacto y baje las ventanas, pero la voz se me quiebra
y en lugar de palabras me sale un aullido de dolor que
asusta a Lili.
—Mamá, ¿qué te pasa? —pregunta llorando, y la
ansiedad me estrangula el cuello hasta que dejo de
escucharla.
Capítulo 31

Úrsula

Este tipo de actos me gustan, tanto por la organización


como por todo lo que se consigue y por el ambiente que
se crea. Sin embargo, cuando estás aquí desde las ocho
de la mañana, cuatro horas después, lo único que
deseas es llegar a casa, quitarte los zapatos y meterte
en la ducha. Salgo al exterior acompañada de María,
afortunadamente, ya he saludado a quien tenía que
saludar y por fin puedo dejar de fingir que
conversaciones que no me importan y monólogos que
no me interesan en absoluto, me parecen importantes.
Por suerte, todo se me ha hecho más ameno cuando
pensaba en Mildred, en que hemos quedado de nuevo y
en su forma intensa de mirarme.
Me parece escuchar a Lili gritar mi nombre, pero no le
doy importancia porque así llevo toda la mañana. Cada
vez que escuchaba una voz infantil me pensaba que era
ella y mi corazón se aceleraba ante la idea de verla a
ella y a su madre.
—¡Úrsula!
Ahora sí, me giro en redondo y asustada porque la voz
de Lili ha sonado desgarrada. Cuando mis ojos logran
enfocarla veo que viene corriendo en mi dirección, sola,
llorando y presa del pánico.
—Madre mía, Lili, ¿qué pasa, cariño? —pregunto
agachándome para recibirla.
La niña impacta contra mí con tanto ímpetu que me
tambaleo y no me caigo porque María me sostiene. Lili
se me abraza con tanta fuerza que si fuese adulta me
estaría haciendo daño. Trato de tranquilizarla besando
su cabeza y haciendo que me mire. Su cara está
empapada y roja, llena de lágrimas y mocos y toda ella
está sofocada.
—¿Y tu madre, Lili? —pregunto cada vez más
nerviosa.
—Fuera —logra decir entre hipidos que sacuden su
pequeño cuerpo—. Está mala.
Y ya está, eso es todo lo que logra explicarme antes
de volver a llorar presa de la angustia. La cojo de la
mano y camino hacia la entrada con toda la rapidez que
me permite Lili hasta que, seguidas por María y los dos
guardaespaldas que me protegen aquí, empezamos a
correr. Antes de salir del recinto ya estoy viendo el
coche que conduce Mildred con la puerta trasera abierta
y ella medio tumbada dentro.
—Quédate aquí con María —le digo a Lili notando que
las piernas me tiemblan—, es mi amiga y te cuidará
muy bien, yo voy a ver a mamá.
Miro a mi amiga y ella asiente.
—Ve con Mildred, yo la vigilo —dice, y envuelve a Lili
entre sus brazos.
Me acerco al coche con Mikel y Sergio pegados a mí.
Mildred está medio tumbada hacia un lado, doblada
sobre sí misma. El interior del coche parece una jodida
sauna y al ver las llaves se las entrego a Mikel para que
baje todas las ventanas.
—Mildred, ¿qué te pasa? —pregunto tras sentarme a
su lado y tratar de que se enderece en el asiento.
Al tocarla noto que arde y al mirarla veo que está
pálida. Mildred tiembla y apenas puede respirar, tiene la
mirada ida y una inflamación tremenda en la mano
izquierda.
—Avisa a los sanitarios ahora mismo —le digo a
Sergio, y entre Mikel y yo sacamos a Mildred del coche
para tumbarla en el suelo.
En cuestión de segundos la gente se empieza a
arremolinar a nuestro alrededor y eso me pone furiosa.
Estoy convencida de que decenas de personas han
pasado por delante del coche de Mildred, lo han visto
con la puerta abierta y a ella medio doblada en el
interior y a nadie se le ha ocurrido preguntarle si estaba
bien. Ahora, sin embargo, todos están aquí como buitres
carroñeros y morbosos en busca de algo que contar a
sus familiares y amigos cuando se marchen. Mikel y
Sergio parecen leer la ira en mi mirada y se ocupan de
espantar a toda esa horda de mirones que no aportan
nada.
—Mildred, háblame —le pido angustiada—. Dime qué
te pasa, ¿qué te duele?
Con el rostro arrasado por la angustia me mira sin
poder abrir los ojos del todo y se tapa el izquierdo con la
mano derecha.
—Me duele este lado de la cabeza, el ojo va a
explotarme —dice casi sin voz, y su ansiedad aumenta
haciendo que sus respiraciones se vuelvan erráticas y
demasiado rápidas.
—Ponle esto —dice Mikel agachándose a mi lado.
Me entrega una botella de agua fría y de inmediato se
la paso por el rostro y por el cuello, justo en el momento
que aparecen los sanitarios de una de las ambulancias
que hacían guardia en el interior del recinto.
En el momento que me piden que me aparte de ella
para dejarles espacio para trabajar, Mildred sufre una
especie de ataque de pánico y en cuestión de segundos
pierde el conocimiento y yo me quedo paralizada en el
sitio, observando con perplejidad su cuerpo tendido
mientras le ponen oxígeno y una vía antes de colocar la
camilla bajo su cuerpo y prepararla para subirla a la
ambulancia.
Siento un miedo repentino atravesarme el cuerpo
como un rayo ante la idea de perder a Mildred. Nunca
había experimentado una sensación remotamente
parecida antes, ni por mi marido ni por nadie. ¿Es esto
estar enamorada? La angustia me estrangula, pero
ahora no es momento de dejar que el miedo me
domine.
—Quédate con ella, yo me voy con Mildred —digo
girándome hacia María, que permanece con Lili
abrazada a su cuerpo, sujetando su cabeza sobre la
barriga para que no presencie la escena.
Ahora la sensación de miedo se dobla y nace en mí un
desconocido sentimiento de responsabilidad y
protección sobre Lili.
—No me conoce —dice María como si me leyese el
pensamiento.
—Tienes razón, ve tú con Mildred en la ambulancia. Yo
me quedo a Lili.
Y así lo hacemos, en cuestión de segundos he cogido
a Lili en brazos con bastante esfuerzo y María, después
de discutir con el médico porque se negaba a dejarla
subir, ha logrado convencerlo y ya se están marchando.
Me meto en el coche con Lili, Mikel y Sergio que va al
volante, y seguimos la ambulancia mientras yo registro
el bolso de Mildred en busca de su móvil.
—¿Sabes la contraseña de mamá? —le pregunto a la
niña cuando deja de sollozar y se recuesta sobre mí.
La niña me quita el móvil de la mano y dibuja una M
con el dedo para desbloquear el teléfono. Me lo entrega
y yo la miro agradecida, mientras pienso que cuando su
madre se recupere tendremos una charla sobre
seguridad informática.
—¿Qué le pasa a mamá? —pregunta Lili de repente,
mirándome con ojos enrojecidos y asustados.
—Nada malo, Lili. Solo es un desmayo, seguro que ha
sido por culpa de este calor tan agobiante. Ahora la
llevamos al hospital y ya verás como dentro de unas
horas, cuando haya descansado, se encontrará mucho
mejor.
—¿Y después iremos a tu casa?
—Claro —respondo, y me aterrorizo al notar ese
vínculo que está creciendo a pasos agigantados entre la
niña y yo.
Cuando Lili está más calmada entro en la agenda de
Mildred y busco el nombre que tiene grabado
como mamá.
—Voy a llamar a tu abuela para contarle lo que pasa,
así podrá venir a ver a tu madre, ¿de acuerdo?
—Vale —acepta Lili, y le pido que cuando yo hable
guarde silencio, no quiero que entre en pánico al
escuchar una voz tan familiar como la de su abuela y
rompa a llorar asustando a la mujer.
Llegamos a la clínica privada donde María ha dado
instrucciones de que lleven a Mildred justo en el
momento que cuelgo la llamada con su madre. He
quedado con ella en que le mando el coche a recogerla
y la espero aquí con Lili, así que Sergio se marcha en
cuanto bajamos y Lili, Mikel y yo entramos en la clínica.
Capítulo 32

Mildred

Me despierta el ruido de una puerta al cerrarse. Trato de


abrir los ojos, pero los párpados me pesan como si
tuviese arena sobre ambos. Tengo la boca seca y estoy
muy desorientada. El tacto de las sábanas que me
cubren no me es nada familiar, ni tampoco el olor a
flores que hay en la habitación o el silencio
tranquilizador que me envuelve.
Intento abrir los ojos otra vez y me muevo un poco
para cambiar de posición, al hacerlo apoyo las manos y
una descarga de dolor me atraviesa la muñeca
izquierda cortándome la respiración. De repente lo
recuerdo todo, el mercadillo, a Úrsula prometiendo
comer con nosotras, a Lili corriendo hacia el tobogán
hinchable y a Borja, rompiéndome la mano en medio de
sus amenazas.
Me sorprende no reaccionar ahogándome en mi propia
angustia, que mi pulso no se dispare más de lo que lo
haría si fuese caminando deprisa, que no me falte el
aire o que aquellas horribles punzadas que me
atravesaban la cabeza no vuelvan. Abro los ojos por fin
y, tragando saliva, me fijo en todo lo que hay a mi
alrededor. No reconozco la habitación, pero al ver una
pantalla de televisión colgada delante, el gotero
colgando de un hierro y a mi madre sentada en un
cómodo butacón a mi lado, deduzco que estoy en un
hospital.
—Estás despierta, ¿cómo te encuentras, hija?
Mi madre se ha levantado casi de un salto y se ha
inclinado sobre mí para besarme. No logro articular
palabra, solo la miro mientras mi cabeza hierve
pensando en todo lo que me dijo Borja. Me ha arruinado
la vida, me va a quitar a Lili y por su culpa también voy
a perder el empleo, ¿para qué quiere Úrsula una chófer
que no puede conducir? Pienso en mi hija, viviendo las
veinticuatro horas del día con un padre a quien lo único
que le preocupa son las apariencias. No le comprará sus
cereales favoritos ni la llevará al parque donde juegan
sus amigos después del colegio. Probablemente,
contratará a una niñera para que se haga cargo de ella,
¿qué pasará si a Lili no le gusta o no le cae bien?
—Mildred, dime algo —insiste mi madre.
Había olvidado que sigue aquí, a mi lado, acariciando
mi pelo mientras me mira con el rostro descompuesto
por la angustia. Me siento tan mal que soy incapaz de
decirle algo que la tranquilice. No me encuentro bien,
me gustaría que se fuese y me dejase sola, pero si le
pido algo así, le parto el corazón. Pasea sus pulgares por
mis ojos y solo entonces me doy cuenta de que estoy
llorando. Son lágrimas silenciosas, de esas que brotan
solas, sin permiso, las que por mucho que te esfuerces
ya no puedes controlar porque el dolor es más fuerte
que tu determinación y te estás hundiendo.
—No llores, hija —dice angustiada, ahora me seca con
un pañuelo mientras yo permanezco inmóvil en un
estado parecido al catatónico—, únicamente fue un
susto. Una bajada de tensión, a lo mejor por la
temperatura horrible que hacía. Si ya digo yo que
comes poco, cuando te den el alta te compraré unas
vitaminas y te haré un buen potaje. Eso cura a los
muertos —narra convencida.
Me miro la mano dolorida y veo que la tengo envuelta
en un grueso vendaje que me la ha dejado inmovilizada.
Suspiro, y el aire se me corta como si tuviera hipo.
—Eso —dice haciendo una mueca con los labios—,
quizá te caíste sobre esa mano, es una suerte que no te
dieses ningún golpe más.
Ni siquiera eso hace que consiga abrir la boca, ¿cómo
le voy a contar a mi madre que me lo ha hecho Borja?
Que me ha ganado y todo mi esfuerzo de los últimos
meses no ha servido de nada porque me va a quitar a
Lili.
—Bebe un poco de agua —dice sentándose a mi lado
al mismo tiempo que me muestra un vaso—, el médico
dijo que tendrías sed.
Lo único que hago es separar los labios y dejar que mi
madre coloque el vaso y me dé agua como si fuese una
niña pequeña incapaz de sostenerlo sin derramarlo.
Bebo con pequeños sorbos hasta que me lo acabo y
después ladeo la cabeza hacia el lado opuesto.
—¿Por qué no dices nada, Mildred? Me estás
asustando —pregunta con voz temblorosa.
Trago saliva mientras ella rodea la cama y vuelve a
enjugar mis lágrimas.
—Ahora vendrá tu jefa —dice, y mi corazón da un
vuelco—. Se está portando muy bien, ¿sabes? —sonríe,
y por primera vez la miro a los ojos—. Envió un coche a
recogerme para traerme aquí, y se ha quedado con Lili
esta noche.
Mis ojos se abren mucho y mi madre parece
comprender mi pregunta a pesar de que yo siga muda.
—Antes del desmayo sufriste un ataque de ansiedad
muy fuerte. Normal, con las preocupaciones que tienes
últimamente —concluye—. Al despertar estabas todavía
muy alterada, gritabas el nombre de Lili como si te la
hubiesen arrancado de los brazos. Te administraron un
sedante y has dormido más de un día. Todos estuvimos
aquí hasta la tarde, después se quedó Úrsula y yo me
fui con Lili para darle la merienda, ducharla y prepararle
sus cosas para irse con ella. Úrsula se ofreció a
quedarse aquí contigo y yo se lo agradezco, pero esto
son cosas que tiene que hacer una madre.
Entorna los ojos para mirar su reloj y suspira.
—He llamado a la madre de Lee, espero que no te
importe. Ella se quedará con Lili en cuanto Úrsula la
deje y se encargará de llevarla al cole mañana con Lee.
Asiento levemente. Por supuesto que no me importa,
Lili y Lee son como hermanas, ya han dormido juntas
otras veces en su casa o en la mía. Sé que Abigail la
cuidará bien y me alegro enormemente de que mi
madre haya descartado la opción de llevarla con su
padre.
Minutos después recibo la visita del médico, mi madre
le comunica angustiada que no hablo, que si me pasa
algo. El hombre le responde que me dé tiempo y
después me mira a mí y me explica que cree
conveniente que hable con la psicóloga de guardia
cuando me sienta lista. Me limito a mantenerle la
mirada sin hacer ningún gesto, si no hablo con mi
madre, mucho menos hablaré con una desconocida.
Cuando él sale entra Úrsula, y su presencia me coge
tan desprevenida en ese momento que las lágrimas
vuelven a brotarme de los ojos. Mi madre se acerca a
ella y cuchichean unos instantes sin que Úrsula aparte
su intensa mirada de mí.
—Vaya a descansar —le dice finalmente—. Yo me
quedo con ella y si hay cualquier cambio la llamo, no se
preocupe.
—No sé cómo agradecerte esto, que tenga una
habitación para ella sola en este sitio tan tranquilo… —
dice mi madre compungida.
—No tiene que agradecerme nada, haría cualquier
cosa por su hija —dice, y me guiña un ojo que hace que
mi corazón se agite y me dé cuenta de que no me he
muerto por dentro.
Cuando mi madre se marcha, Úrsula deja su bolso en
el armario y viene directa hasta mi cama, se inclina
sobre mí y sin decir una palabra, me da un beso en los
labios que estremece todo mi cuerpo y provoca que me
ponga a sollozar. Me abraza, y yo me agarro a ella como
a ese clavo ardiendo que puede salvarte la vida.
—No sé qué pasó ayer, ni cómo te hiciste eso en la
mano —me susurra sin dejar de acariciar mi espalda—,
pero me lo vas a contar, Mildred, me vas a dar hasta el
último puto detalle de lo que sea que te pasa o te juro
que no me ves más el pelo. ¿Entiendes lo que digo? —
pregunta, y yo asiento al mismo tiempo que hundo mi
cara en su cuello.
Capítulo 33

Úrsula

—¿Dónde estamos? —pregunta tras serenarse.


—En una clínica privada que yo voy a pagar, y no
quiero discutir por ello.
Asiente aceptando y resopla con un cansancio
demoledor.
—Quiero el alta —dice de repente.
—Y yo quiero saber por qué no has querido hablar con
tu madre. Está preocupada.
—No me salían las palabras —responde y se mira la
mano soltando todo el aire de los pulmones.
—¿Y conmigo sí te salen?
—Contigo es diferente, Úrsula.
Me mira fijamente y el estómago me da un vuelco
cuando comprendo que por fin ha decidido confiar en
mí.
—¿Cómo te hiciste esa torcedura? —pregunto
señalando su mano con la cabeza.
—¿Torcedura? ¿No está rota? —se sorprende.
—No, pero tienes una inflamación importante.
Se deja caer hacia atrás y mira hacia el techo abatida.
—¿Ya tienes chófer nueva? —pregunta sin mirarme.
—Mi chófer eres tú.
Mildred se ríe, una risa triste y agotada mientras
niega con la cabeza. Me acerco a ella y sujeto su cara
entre mis manos.
—Mi chófer eres tú —repito, y ella frunce el ceño sin
comprender—, hasta que te recuperes mi equipo de
seguridad será quien se encargue de llevarme. No voy a
contratar a nadie en tu lugar, así que olvida ya esa
preocupación y cuéntame las demás.
—Quiero el alta —insiste haciéndome resoplar.
—Eso no depende de mí, el alta la tendrás cuando lo
decida tu médico.
Mildred entorna los ojos y me enfoca.
—Tú y yo sabemos que puedes conseguir lo que
quieras. Diles que me den el alta o la pido yo
voluntariamente. Sabes que estoy bien, solo fue un
maldito ataque de ansiedad.
—Te desmayaste —le recuerdo de mal humor—, por tu
culpa casi me da un ataque al corazón.
—Lo siento, y te agradezco todo lo que has hecho por
mí, por Lili y por mi madre, pero si quieres que hable
contigo y te cuente lo que sucede, tendrá que ser fuera
de aquí. Vamos a tu casa, necesito que me dé el aire,
Úrsula, te prometo que no me excederé y haré todo lo
que me digas.
A pesar de ser un momento muy poco oportuno, no
logro esconder una sonrisa traviesa que hace que
Mildred ponga los ojos en blanco.
—De acuerdo, nos iremos, pero quiero que tengas
claro que al más mínimo síntoma, te traeré de vuelta.
—Me parece justo.
Capítulo 34

Úrsula

Ya estamos en mi casa, he extendido el toldo de la


terraza de mi habitación y nos hemos acomodado en los
sofás de exterior con una jarra de zumo de naranja y
una gran variedad de bollería.
Mildred no parece encontrar las palabras, se limita a
beber de su vaso en pequeños sorbos y a mordisquear
un bollo para después observarlo como si fuese algo
extraño y vuelta a empezar.
—¿Te importa si fumo? —pregunta, y extiende la mano
hacia el paquete antes de esperar la respuesta.
No le digo nada, solo la observo mientras lo enciende
para después expulsar el humo hacia arriba hasta que
no le queda ni un átomo dentro.
—Borja me va a quitar a Lili —explica por fin.
—Pareces muy convencida, creía que teníais que ir a
juicio porque no os poníais de acuerdo.
—Iremos a juicio, Borja presentará una documentación
sobre mí que no me deja en muy buen lugar como
madre y el juez fallará a su favor. Final de la historia —
concluye, y da una calada con tanto énfasis que
consume casi medio cigarro.
—¿Me explicas qué es esa documentación que te deja
a ti tan mal?
Mildred me mira y después intenta arrancarse la piel
alrededor de las uñas. Me cambio de sofá y me siento
justo a su lado. Le quito lo que le queda del cigarro, le
doy una calada y lo apago.
—No puedo ayudarte si no hablas, Mildred. No sé qué
es eso que parece darte tanta vergüenza, pero todos
hemos vivido situaciones que nos gustaría olvidar, yo la
primera. No voy a juzgarte, te lo aseguro.
—La primera vez fue hace algo más de cinco años —
empieza a explicar.
Esta vez se gira hacia mí para mirarme y se acomoda
sentándose sobre su pierna.
—Lili tenía un año y medio. Desde su nacimiento yo
no me había movido de su lado, me volqué en ella en
cuerpo y alma. Dormía muy mal por las noches, tenía
cólicos y lloraba casi de forma constante. Cuando por fin
se le empezó a pasar fue un alivio, y Borja insistió en
dejarla una noche con mi madre para poder salir los dos
solos y despejarnos. No puse objeción, de hecho, lo
estaba deseando, necesitaba desconectarme durante
unas horas.
—Espero que no te culpes por eso —intervengo, y ella
niega de manera rotunda.
—No, por eso no, me culpo por lo que pasó después.
Con Borja tenía una vida muy acomodada, ya te lo dije.
Sus amigos tenían su misma situación y ese día daban
una fiesta en casa de uno de ellos. Después de cenar los
dos solos, Borja propuso que pasásemos por allí y
tampoco me negué, llevaba demasiado tiempo
encerrada y necesitaba interactuar con otras personas
que no fuesen mi marido o mi madre. Te puedes
imaginar los excesos que había en aquella fiesta, yo
jamás había consumido nada que fuese más allá del
alcohol, y cuando ya llevábamos un par de horas
comencé a sentir mucho cansancio, no estaba
acostumbrada a salir y le pedí a Borja que nos
marchásemos.
No sé en qué momento se ha encendido otro cigarro,
pero le tiembla entre los dedos mientras me habla de
aquella noche.
—A él ya le brillaban los ojos como muchas otras
veces y se negó a marcharse tan pronto. Me cogió del
brazo y me llevó a un lavabo donde nos encerramos.
Pensé que querría echar un polvo, sin embargo, se
metió la mano en el bolsillo y sacó una bolsita de coca
que volcó sobre el mármol. Preparó dos rayas e insistió
en que me metiese una, dijo que no me haría nada, que
solo me despejaría un poco y podríamos continuar la
fiesta.
Se detiene para beber como si explicar la historia le
secase la boca.
—Sería muy falsa si te digo que tuvo que insistirme,
era mi única noche de desconexión en mucho tiempo y
tardaría mucho en tener otra, porque la idea de dejar a
Lili con alguien que no fuese yo me quemaba el pecho,
así que acepté y me metí aquella raya.
Detiene su discurso y me mira fijamente como si
esperase que reprobase lo que hizo para aumentar su
culpa.
—Me metí mi primera raya en la universidad, en el
segundo semestre del primer curso —explico, y ella
abre la boca y se mantiene así, expectante—. Mi padre
era muy estricto con todo, no aceptaba la inferioridad,
cualquier examen en el que no sacase un mínimo de un
ocho era una vergüenza para él y un castigo para mí.
Cuando llegué a la universidad lo hice temblando, cada
vez que se acercaba el día de un examen me entraba
ansiedad, no podía dormir, se me cerraba el estómago y
me dolía la cabeza de forma constante. Por aquel
entonces todavía no había aprendido a manejar la
presión como lo hago ahora.
—Ser rica tampoco es fácil —dice de modo casi
inaudible.
—No te voy a negar que con dinero se vive
infinitamente mejor, hay decenas de problemas que no
tienes, pero hay otros que son comunes a cualquier ser
vivo, Mildred, y que el dinero no soluciona. Cuando le
entregué las notas del primer semestre entró en cólera
a pesar de que lo había aprobado todo de manera
aceptable, no le pareció suficiente y me puso una
profesora de apoyo todas las tardes durante tres horas.
No soportaba a aquella mujer ni soportaba que me
explicase cosas que yo ya sabía, no aguanté la presión y
empecé a meterme, eso me ayudaba a mantenerme
despierta y así podía estudiar incluso por las noches.
—Madre mía —cabecea compungida.
—Ya —digo, y sonrío con amargura al recordarlo—. Lo
hice durante un par de semanas, no te creas que fue
mucho tiempo. Aquello no me sentaba bien y pasadas
unas horas me pinchaba la cabeza y tenía unas
taquicardias que me asustaban, y entonces llegó María
y se sentó un día a mi lado. Apenas habíamos hablado
hasta entonces, pero ella tenía un hermano enganchado
y reconoció los síntomas en mí. Me rompí con ella
vomitando toda aquella mierda y desde entonces ha
estado conmigo. Ella es una empollona ahí donde la ves,
con el don de retener la información sin esfuerzo. Me
explicó sus trucos para estudiar y me fotocopiaba sus
apuntes. Jamás habrás visto resumir a nadie de la forma
que lo hacía ella, podía resumir diez páginas en un
párrafo, de manera que aprendías lo importante. Así
que ya ves, todos hacemos cosas, Mildred, porque en un
momento determinado nos parece una solución a pesar
de saber que no es la correcta. Ahora dime, te metiste
una raya en aquel lavabo, ¿qué pasó después? ¿Te
metiste más?
—No —niega en redondo—, solo aquella. Borja tenía
razón, me despejó y continuamos en la fiesta durante
un par de horas más. Cuando llegó la hora de
marcharnos él estaba muy colocado entre alcohol y las
drogas que llegó a meterse. Yo me encontraba bien,
desde que me metí la raya no había vuelto a beber, me
había limitado a bailar como una posesa en el jardín
hasta quemar todo el estrés del último año y medio.
Llevé yo el coche, y poco después de salir de la
urbanización, encontramos un control y nos pararon. No
era de alcoholemia, era de tóxicos, y di positivo.
—Vaya…
—Borja conserva aquella denuncia en la que consta
que conducía bajo los efectos de las drogas, y piensa
utilizarla.
Me quedo en silencio unos instantes, se me ocurren
varias cosas que decirle que podrían aliviarla, pero
entonces recuerdo el inicio de su historia.
—Antes has dicho la primera vez, ¿hubo más?
—Una más, hace relativamente poco.
Mildred se tensa de un modo diferente, comienza a
frotarse las manos en un intento de calmar la ansiedad
y le aparto el paquete de tabaco cuando veo que lo
mira.
—Al contrario de lo que dicen, fumar no relaja. Solo te
calma mientras estás fumando, cuando terminas estás
igual o peor que estabas antes —le explico para
justificar mi gesto—. ¿Qué pasó esa otra vez?
—Fue hace dos meses, la noche que le pedí a Borja el
divorcio. Yo esperaba que no se lo tomase bien, es muy
orgulloso y para él las apariencias lo son todo. Se puso
hecho una furia, estaba como ido. Primero volcó la mesa
en un arrebato de rabia, después tiró todo lo que había
en una de las estanterías del comedor y más tarde vino
a por mí.
—¿Te pegó? —pregunto furiosa, y sus ojos se anegan.
—El primer golpe me lo dio en la cara, me pilló el
pómulo y la oreja, el oído comenzó a zumbarme y me
quedé muy aturdida y desorientada, sobre todo cuando
vi que me salía sangre de la oreja. Recuerdo que me
quedé mirándome la mano manchada sin entender lo
que pasaba, y cuando lo miré vino el segundo, me dio
un puñetazo en las costillas que me cortó la respiración
y después una patada detrás de la pierna que me hizo
caer al suelo, donde me dio otra patada en el estómago
y después me pisó el pecho mientras gritaba cosas que
yo era incapaz de comprender.
Ahora la que está tensa soy yo, pensando en ese hijo
de puta golpeándola como si fuera un saco de boxeo. Le
cojo la mano, y Mildred la aprieta como si así se sintiese
más segura.
—Elegí mal el día, él estaba colocado cuando llegó, se
lo vi en los ojos…
—Haz el favor de no justificarlo, Mildred —la
interrumpo cabreada.
—No lo hago, solo digo que elegí mal y todo salió
peor. Dejó de gritar de repente, al menos yo dejé de
escuchar su voz. Me dejó en el suelo y lo vi entrar en la
cocina. En ese momento creí que se había acabado
todo, que cogería un cuchillo y me mataría allí mismo.
No podía dejar de pensar en Lili, estaba en su cuarto
durmiendo desde hacía un par de horas y yo rezaba
para que los gritos de su padre no la hubiesen
despertado. Al momento volvió Borja y se agachó a mi
lado. Su expresión había cambiado, sonreía de un modo
diabólico que no entendí hasta que con una mano me
tapó la boca y utilizó la otra para colocar una gran
cantidad de coca que yo inspiré cuando trataba de
coger aire.
—Qué hijo de puta —digo impresionada por la maldad
del ser humano.
—Tuvo que darme mucha, Úrsula, porque en cuestión
de segundos noté como el dolor de mi cuerpo iba
desapareciendo. Borja se rio y me dijo que a él nadie lo
dejaba, que me iba a arruinar la vida. Después me
levantó del pelo y me obligó a meterme en el coche,
dejando a Lili sola en casa. Me dijo que no me
preocupase, que había llamado a una amiga suya para
cuidarla y que llegaría enseguida. De nuevo pensé que
iba a matarme, y por un momento lo deseé, cada vez
que pensaba en Lili allí sola y en que una desconocida
se iba a acercar a ella, se me abrían las entrañas.
—¿Y qué sucedió?
—Me llevó al hospital, explicó que iba tan puesta que
me había caído por la escalera. Cuando quise abrir la
boca para protestar me retorció la mano y me susurró
que pensase en Lili, que como se me ocurriese contar la
verdad la haría desaparecer —explica entre lágrimas.
—Y te callaste y dejaste que mintiese —concluyo por
ella, que asiente y se limpia las lágrimas con las manos.
—Ahora tiene otro parte en el que el patrón se repite.
Además, alegó que desatendí a la niña y que eso no era
la primera vez que sucedía. Una asistenta social se
presentó en el hospital cuando estábamos allí, pero
claro, Borja utilizó sus contactos y la hizo desaparecer,
no le interesaba que hablasen con Lili, supongo. En
cualquier caso, él tiene el parte médico que indica que
me había drogado y que todos aquellos golpes fueron
consecuencia de una caída.
—¿Esto lo sabe alguien más?
—Solo se lo he contado a Abigail, la mujer a quien le
has llevado a Lili. Para cuando sucedió esto ya éramos
amigas, y Lili le contó a Lee que aquella noche su padre
le gritó mucho a su madre, y que después se fueron y la
dejaron sola. Ante algo así, Abigail me pidió
explicaciones porque su hija había dormido muchas
veces en nuestra casa. Así que ella es la única que lo
sabe.
—Vale —digo, y tomo nota mental de varias cosas—.
Ahora explícame qué sucedió en el mercadillo benéfico,
Lili me dijo ayer que su padre estuvo allí.
Capítulo 35

Úrsula

—No lo vi venir —dice tras tomar una gran bocanada de


aire—. Dejé a Lili en los hinchables y yo me fui hacia un
lateral en busca de algo de sombra. Estaba a punto de
encenderme un cigarro cuando apareció por detrás, me
cogió la mano y me la retorció hasta que solté el
encendedor. Me dolía tanto que casi no podía respirar…
—¿Por qué no gritaste? —la interrumpo dominada por
la rabia.
—Porque Lili estaba cerca y no quería asustarla —
explica de forma mecánica, como si de repente se
hubiese vaciado y nada de esto le afectase—. Borja se
pegó a mi cuerpo y me dijo que ya se había cansado de
mi numerito, que volviese a casa y me dejase de
gilipolleces, que ni mi abogado ni el detective al que
contraté iban a hacer nada por mí porque los había
comprado.
De repente parece quedarse sin aire y su cuerpo se
encoge en una sacudida, como si hubiese tenido un
escalofrío repentino. No me asusto, sé que todavía está
bajo los efectos de los calmantes y que muy mal se
tendría que poner la cosa para que sufriese otro
desmayo.
—¿Detective? —pregunto confusa—. ¿Has contratado
a un detective?
Mildred asiente y yo arqueo las cejas sin entender
nada.
—¿Puedo saber para qué?
—Para que consiguiese esos partes que Borja
presentará en el juicio. Mi abogado me dijo que él se
ocuparía, que por más dinero podía contratar a alguien
para que se colase en el despacho de Borja y se hiciese
con la documentación, pero pasaban las semanas y no
conseguía nada, solo me decía que era complicado y
que necesitaba más dinero. Puto cabrón —cabecea con
la mirada perdida—, me ha estado estafando y lo peor
es que no podré demostrarlo, todos esos pagos fueron
en efectivo…
—¿No tienes ningún recibo? —pregunto al borde de un
pasmo.
—No, dijo que era mejor así, para que no hubiese
ninguna prueba contra nosotros en caso de ser
descubiertos. En fin, como él no conseguía resultados y
el tiempo se me estaba agotando, la semana pasada
contraté a un detective privado, pero parece que Borja
tiene ojos y oídos en todas partes.
—Vamos a ver, Mildred, para que yo me aclare porque
me estoy poniendo un poco nerviosa. ¿Tu plan era
enviar a alguien al despacho de tu marido para
recuperar esos dos documentos y evitar que los
presentase en el juicio? —pregunto con los ojos como
platos.
Mildred asiente y baja la mirada, y entonces me doy
cuenta de lo terrible que puede llegar a ser la
desesperación de una madre, que en una situación
límite actúa por impulsos que la llevan a cometer actos
absurdos de los que no va a conseguir nada. Esta vez
soy yo la que coge uno de los cigarros y se lo enciende.
Me pongo en pie y camino hasta el borde de la terraza,
donde apoyo el culo y me lo fumo mientras ella me
observa, atenta a cada uno de mis gestos.
—Crees que soy imbécil —dice caminando hacia mí—.
Tranquila, no te sientas mal, yo también lo pienso.
—Jamás te he tenido por alguien imbécil, Mildred, solo
considero que has actuado a la desesperada y muy mal
aconsejada, aunque sabiendo que tu marido tenía
comprado a tu abogado tampoco me extraña.
—Ahora ya da igual, estoy perdida —suspira, y me
roba el cigarro antes de apoyar su espalda sobre mi
pecho para situarse entre mis brazos.
—Nunca tires la toalla sin luchar hasta el último
segundo. Tu plan era nefasto, es decir, aunque esos dos
sinvergüenzas hubiesen logrado hacerse con esos
documentos, no te habría servido de nada, Mildred. Son
partes oficiales, uno de la policía y otro de un hospital,
es tan simple como que su abogado pida una copia para
que los recupere.
—Ya me imaginaba algo así, pero tenía la esperanza
de que la burocracia jugase a mi favor y no los
recuperase a tiempo para el juicio.
Ahora le quito yo el cigarro, lo apago y la hago girar
entre mis brazos.
—¿Cuándo es el juicio?
—El viernes.
—Muy bien, nos quedan tres días si no contamos hoy.
Y los vamos a aprovechar. A partir de ahora tu abogada
es María.
—¿Tu María? —pregunta boquiabierta.
—No es mi María, pero sí, esa. Si me das permiso, la
llamo ahora mismo para que venga, le explicas lo
mismo que me has explicado a mí y dejas que ella se
ocupe de todo. Tu marido no te va a quitar a Lili,
Mildred, y si lo hace será por poco tiempo, el que
necesitemos para demostrar que es un mentiroso, un
maltratador y un hijo de puta sin escrúpulos.
—¿María puede hacer eso? —pregunta arqueando las
cejas.
Podría enumerarle una lista enorme de las cosas que
es capaz de hacer María, sin embargo, decido ir al grano
porque no tenemos tiempo que perder.
—Por supuesto, es abogada…
—¿Y tú? Creía que ibais a la misma clase en la
universidad.
—También lo soy, pero nunca he llegado a ejercer y
estoy totalmente desactualizada en cuanto a leyes. Ella
es quién puede ayudarte.
—No podría pagarle, Úrsula, ya le pedí un adelanto a
Rubén para pagar al detective y si le pido otro…
—Haz el favor de no ofenderme. No vas a pagar nada.
María forma parte de mi plantilla y hará lo que yo le
pida con rigurosa profesionalidad.
—No puedo aceptarlo, Úrsula.
Coloco mis manos en sus mejillas y ella me mira
conteniendo la respiración.
—¿Quieres perder a Lili? —pregunto, y el terror se
percibe en su mirada.
—No, claro que no quiero.
—Pues entonces olvida ya el dinero, sabes que para
mí eso no es un problema, y si tan mal te hace sentir
aceptarlo, piensa que no lo hago por ti, lo hago por Lili.
Esa enana comienza a importarme y no tengo intención
de permitir que pase un segundo más de la cuenta con
ese desgraciado.
—Gracias —dice afirmando, y le doy un beso en los
labios antes de tirar de ella hacia el interior.
Tenemos trabajo que hacer.
Capítulo 36

Mildred

María no tarda en llegar acompañada por su inseparable


Tablet. Me pregunto si esta disponibilidad que tiene para
Úrsula forma parte de su contrato o si simplemente es
algo entre ellas, una especie de pacto de lealtad donde
una acude en ayuda de la otra siempre que lo necesita.
¿La habrá ayudado Úrsula alguna vez como me está
ayudando a mí? No debería plantearme esta pregunta,
son amigas y es normal que se apoyen entre ellas, sin
embargo, ni siquiera en una ocasión tan delicada como
esta, puedo evitar sentirme un poco celosa de ella. Yo
no tengo ni una cuarta parte de su seguridad ni de su
aplomo, no entiendo que Úrsula se fije en mí teniendo
disponible a una mujer como a ella.
—¿Qué te pasa? —le pregunta Úrsula.
María está más seria que de costumbre, su ímpetu y
su fuerza característicos están cubiertos por una
sombra de preocupación o de disgusto, incluso yo me
he dado cuenta.
—Nada —responde, y se sienta en el sofá, enciende la
Tablet y nos mira expectante.
—María, te conozco más que a mí misma, ¿qué te
pasa? —insiste Úrsula.
—Voy a ver a Piadora, os dejo solas para que habléis
—digo al caer en la cuenta de que sea lo que sea lo que
le pasa, quizá no quiera contarlo en mi presencia.
—Marcos me ha pedido el divorcio —dice cuando
todavía no he tenido tiempo de moverme.
Me quedo quieta como una estatua, observando el
gesto de sorpresa de Úrsula.
—¿Sabes que tiene una amante? —cabecea María
incrédula.
Úrsula se sienta frente a ella en otro sillón y se recoge
el pelo en una cola con la goma que siempre suele
llevar en la muñeca derecha. Me he fijado en que es un
gesto que suele hacer cuando algo le inquieta. ¿Será
ella su amante? El corazón por poco me explota en el
pecho al pensar en eso, pero inmediatamente después
lo descarto y me siento mal por haberlo pensado.
—Una amante —repite María—. Será cabronazo.
—Vamos a ver, María —interviene Úrsula
desconcertada—, no me puedes decir que el hecho de
que Marcos tenga una amante te sorprende a estas
alturas. Siempre de viaje, siempre sin ti. Joder, tú eres la
primera que se la mete doblada en cuanto sales de la
puerta de tu casa.
—Claro que me imagino que se acuesta con otras, no
soy estúpida —se enfada—, pero una cosa es eso y otra
que me diga que me deja para irse con una de ellas.
Soy una zorra promiscua, eso lo reconozco, pero quiero
a Marcos, no he dejado de estar enamorada de él nunca
y tú lo sabes.
—Cierto —admite Úrsula, y coge su mano y la besa
con ternura.
Yo miro a María agradeciendo que no espere mi
opinión al respecto, porque estoy bastante alucinada
con la situación. Debo ser muy anticuada, puesto que a
mí me cuesta mucho concebir el hecho de que sea
compatible estar enamorada de una persona y
acostarte con todas las que puedes en cuanto sales de
tu casa.
—Bueno, no quiero hablar más de esto. Si quiere el
divorcio, perfecto, le voy a sacar hasta los ojos —zanja,
y me mira cambiando su gesto duro por uno más
relajado en cuestión de segundos—. A ver, siéntate aquí
y explícame con todo lujo de detalles todo lo que te ha
hecho ese hijo de puta. De principio a fin, no te dejes
nada —dice colocándose el pelo detrás de la oreja,
como si lo de su marido hubiese dejado de importar de
repente.
Miro a Úrsula, asombrada por la capacidad de María
de separar su vida personal de la profesional. Debo
reconocer que la admiro, la admiro mucho. Úrsula
asiente, me siento al lado de María y durante casi dos
horas le explico todo lo que antes le he contado a la
anfitriona de la casa, que se ha perdido en la cocina y
ha salido con dos bandejas que contenían ensalada,
emparedados, tostadas con paté y una gran variedad de
embutido con pan preparado por ella misma.
—Perfecto, ahora que vuelvo al mercado me vas a
poner el culo como un bidón —dice María observando la
comida.
—Los disgustos se digieren mejor con el estómago
lleno —concluye Úrsula.
No me había dado cuenta de que son casi las diez de
la noche. María ha anotado muchas cosas conforme yo
le hablaba, prácticamente no levantaba la vista de la
Tablet mientras tecleaba. Al levantarme para sentarme
a la mesa, me doy cuenta de que me encuentro mucho
mejor. El embotamiento que tenía en la cabeza ha
desaparecido y lo único que me queda es esa rabia que
ha vuelto a recorrerme para quedarse danzando por mi
cuerpo, esa rabia que siento contra Borja y todo lo que
me ha hecho, sin embargo, ahora hay una sensación
nueva bombeando dentro de mí; la esperanza. Confío en
Úrsula y también en María, y si ellas dicen que pueden
ayudarme, las creo. Borja da por hecho que ha ganado y
quizá sea mejor así, que siga confiado.
—¿Qué opinas? ¿Estamos a tiempo de arreglarlo? —le
pregunta Úrsula mientras me ofrece una tostada que
acaba de untar.
María mastica un trozo de queso y asiente con la
cabeza antes de tragar.
—En cuatro días será difícil conseguir todo lo que
necesito para arreglar esto legalmente, pero puedo
hacer muchas cosas.
—¿Ilegales? —me alarmo.
—No, tranquila, yo jamás haría algo así —dice con los
ojos en blanco.
Úrsula se ríe, porque solo ella entiende de qué habla.
—No voy a hacer nada que esté fuera de la ley como
ha hecho él —sigue explicándome—. Te lo prometo, pero
voy a tener que espabilarme y conseguir cosas que me
sirvan para presionarle. Si vamos a juicio ganará porque
no tengo tiempo material para hacer lo que debo, la
burocracia es un asco. Tampoco sería nada grave —
aclara el ver mi cara de susto—, porque una vez tenga
la documentación la presentaría y pediría un nuevo
juicio, en cualquier caso, eso sería complicar mucho las
cosas, y si el fiscal ve que os echáis mierda el uno al
otro se pondrá alerta como un lobo, porque su
verdadero interés es el bienestar de Lili.
—Quieres llegar a un acuerdo —adivina Úrsula.
—Creo que en este caso es lo más inteligente.
—Borja no aceptará ningún acuerdo, lo conozco —digo
nerviosa.
—Lo hará si tocamos las teclas adecuadas, Mildred, tú
déjamelo a mí. Por cierto, quiero el nombre de tu
abogado y de ese detective de mierda que has
contratado.
—¿Para qué? Han resultado ser un fraude.
—Por eso mismo, no me gustan las injusticias, y
pienso hacer que te devuelvan hasta el último euro que
les has pagado.
—¿Hay algo que yo pueda hacer? —pregunta Úrsula.
—Sí, mañana acompañarás a Mildred al hospital
donde la atendieron por la supuesta caída por las
escaleras. Y tú solicitarás la copia del informe, siendo la
paciente deberían dártelo —dice mirándome a mí.
—¿Quieres que solicite también la multa por drogas?
—Esa multa está prescrita si no me equivoco —
contesta Úrsula.
—Exacto —añade María—. Las infracciones graves
prescriben al cabo de un año y las muy graves al cabo
de tres. No sé cómo se clasificó la tuya, pero en
cualquier caso Borja no puede utilizarla en el juicio, solo
te lo está diciendo para asustarte.
Me quedo boquiabierta, reflexionando sobre lo
estúpida que fui al rechazar la ayuda de Úrsula cuando
me la ofreció, quizá no hubiésemos llegado a este
punto.
—Bueno, yo me marcho ya, tengo que plantear la
manera más eficaz de llevar todo esto y para eso he de
repasar muy bien todos los detalles que me ha
explicado Mildred —dice María poniéndose en pie—.
Tendré que modificar bastante tu agenda y anular todos
los compromisos de esta semana que no sean urgentes
—le comenta a Úrsula.
—Haz lo que tengas que hacer. En cuanto a Marcos, si
necesitas cualquier cosa.
—Estoy bien, ya me conoces, tendré mi momento de
bajón en casa, a solas, porque mi orgullo no me permite
que me vean llorar.
Úrsula se ríe, la abraza y la besa efusivamente en la
mejilla.
—Hablamos mañana, llamadme en cuanto tengáis ese
informe.
Capítulo 37

Úrsula

Cuando entro de despedir a María, Mildred está de pie


junto al sofá, nerviosa, incómoda, sin saber dónde
meterse.
—Es tarde —dice en cuanto la miro, y trata de
rascarse por dentro del vendaje.
—Sí, es tarde —repito.
Me acerco a ella y cuando estoy a menos de un palmo
de distancia de su cuerpo, ya percibo su respiración
agitada y esa forma de mirarme que me provoca
descargas.
—Es tarde, aunque yo preferiría que te quedases toda
la noche.
—Yo también quiero quedarme —confiesa en un
susurro—. Le he enviado un mensaje a mi madre para
decírselo.
La agarro por la cintura y pego su pelvis a la mía sin
esconder mi sonrisa de satisfacción. Me gusta que no
haya esperado mi opinión al respecto y haya actuado
por su cuenta, buscando lo que quiere. Nuestras bocas
chocan en un beso violento y ansioso, como si dos días
sin besarnos nos hubiesen provocado una necesidad
suprema y difícil de parar. La ropa comienza a caer por
el suelo, por el sofá e incluso por encima de la mesa y,
cuando me quiero dar cuenta, estoy sentada sobre ella
a horcajadas, con sus dedos dentro mientras me sacudo
contra ellos con movimientos rápidos y contundentes
que la hacen mirarme extasiada, con la boca medio
abierta al mismo tiempo que mi cuerpo se balancea y
mis gemidos y aullidos de placer lo inundan todo.
El orgasmo no tarda en llegar y lo hace de forma
explosiva, tan devastador que no tengo tiempo de
decidir si lo controlo y lo alargo o si me dejo llevar.
Simplemente, ha llegado y me ha barrido en una ola
placentera que me ha dejado aturdida frente a ella,
mirando a Mildred a los ojos mientras mis labios
tiemblan y mi respiración entrecortada es lo único que
se escucha en el salón. Asombrada y complacida por lo
que ve, Mildred me sonríe para después morder uno de
mis pezones, chuparlo y sorberlo como si fuese un
manjar para acto seguido pasar al otro y dejarlo igual de
endurecido y excitado.
—Espérame aquí —digo bajando de ella y poniéndome
en pie.
Al enderezarme me doy cuenta de lo débil que me
siento todavía, pero tengo tantas ganas de hacer lo que
he pensado que, incluso tambaleándome al principio,
me dirijo a la habitación y cojo el arnés doble sin las
correas. Cuando vuelvo con él en la mano, Mildred se
queda con la mirada clavada en él, como si sopesase lo
que eso supone y no estuviese convencida.
—Te prometo que no te haré daño, será suave, pero
déjame intentarlo.
Mi voz suena tan suplicante que ella sonríe y asiente
haciendo que mi cuerpo arda como la mayor de las
hogueras.
—Túmbate bocabajo.
Mildred me mira desconcertada y comienza a
moverse.
—Confía en mí, te va a gustar —le aseguro con la voz
ronca de excitación.
—Estoy segura —dice melosa, y obedece
ofreciéndome su cuerpo de la manera más vulnerable.
Me siento a horcajadas sobre la parte trasera de sus
piernas e introduzco la parte que me toca en mi interior
sin ningún esfuerzo, soltando un suspiro de placer que
la hace mirarme y sacudirse estremecida. Conforme me
voy tumbando sobre ella, todavía sin penetrarla, el
cuerpo de Mildred comienza a temblar de forma
uniforme. No es un temblor de miedo, es uno que hacía
mucho tiempo que no veía, el temblor de la excitación,
del deseo, de la anticipación y la necesidad de ser
follada con urgencia. Verla así me provoca calambrazos
que me hacen contener la respiración para controlar un
orgasmo que parece querer venir antes de hora.
Paso la mano por su espalda muy despacio y su
temblor aumenta.
—Vas a hacer que me corra sin tocarte —digo con
dificultad para hablar.
Ella ladea la cabeza, tratando de verme mientras se
humedece los labios en un intento de decir algo que no
le sale, porque el falo la roza y un suspiro profundo y
necesitado se le escapa haciendo que su cuerpo tiemble
más todavía, y que yo me corra sin poder controlarme.
Hundo mi cara en su espalda y resoplo mientras mi sexo
palpita con violencia alrededor del falo que tengo dentro
y mi pelvis se mueve hacia delante y hacia atrás con
movimientos suaves e intensos sobre su nalga. Noto mis
fluidos, abundantes y calientes resbalar sobre su pierna
al mismo tiempo que ella jadea conmigo, desesperada
por sentirme.
—Madre mía —digo todavía atontada por lo que acabo
de experimentar.
No digo nada más, no soy capaz de vocalizar en voz
alta que es uno de los orgasmos más placenteros que
he tenido porque me cuesta creer que haya sucedido
así, provocado al notar su necesidad de mí.
Sudando y sin separar mi pecho de su espalda,
levanto un poco la cadera y tras deslizar mis dedos por
su sexo y comprobar que está más que lista, encaro la
punta del falo en su vagina y sin ningún tipo de
dificultad ni de oposición por su parte, me deslizo hacia
delante hasta que entro por completo y ella gime con
fuerza al sentirse completa.
—Dime que estás bien —le susurro de nuevo tan
excitada que temo correrme otra vez.
—Muy bien, fóllame como te gusta, por favor —dice
resoplando contra el cojín.
—¿Y cómo me gusta? —pregunto iniciando un
movimiento muy suave y repetitivo de delante hacia
atrás.
Mildred jadea necesitada con cada ida y venida y yo
me muerdo el labio viendo como los músculos de su
espalda se tensan entre temblores.
—Fuerte, necesito que me folles muy fuerte y que lo
hagas ya… —gimotea suplicante, y tras retorcerse hacia
atrás, su mano derecha, la única con la que puede hacer
algo, busca mi nalga y me empuja contra ella con toda
la fuerza que es capaz de reunir desde una posición de
sumisión como la que tiene.
Sus palabras agitan mi interior y me dejo dominar por
ellas. Me ladeo un poco y apoyo un codo en el sofá para
conseguir el apoyo que necesito. Con la otra mano
separo un poco más sus piernas y después la dejo sobre
su muslo derecho antes de comenzar con unas
embestidas martilleantes, precisas y profundas que
hacen que Mildred grite de gusto como no la había
escuchado antes. Los dedos de su mano derecha
encuentran mi brazo y me clava las uñas mientras me
sigo moviendo dentro de ella a un ritmo frenético y
desbocado que me tiene chorreando de placer y de
sudor. El primer orgasmo la alcanza en pocos segundos,
pero no salgo de ella ni me detengo, sigo follándomela y
hago que enlace el primero con un segundo orgasmo en
el que yo también la acompaño.
—¡No quiero que folles con María! —grita en pleno
orgasmo, como si fuese algo que lleva en su interior y
que solo podía salir en un momento tan íntimo como
este.
Mi propio orgasmo y el cansancio de tanto
movimiento apenas me deja vocalizar, aun así, reúno
fuerzas y le contesto con un grito.
—De acuerdo —jadeo sorprendida.
Mildred grita y se sacude con los últimos coletazos de
la extrema y prolongada ola de placer que nos está
arrasando a ambas y, cuando creo que ya está todo
claro, me sorprende con su siguiente frase entrecortada
y más débil.
—Ni con María ni con nadie —afirma, y suelta un grito
gutural, el que te deja rendida y exhausta. El tipo de
grito que te hace consciente de lo que acabas de
experimentar.
Me clavo en ella hasta el fondo y me quedo ahí un
instante, después me clavo una segunda vez y siento
que mi propio placer ya ha llegado a su fin y caigo
exhausta sobre su espalda.
—Ni con ella ni con nadie —le susurro al oído con el
cuerpo temblando y debilitado de tanto placer—, y tú
tampoco —añado en un suspiro, y Mildred se ríe bajo mi
cuerpo mientras afirma con la cabeza.
—Yo tampoco —repite complacida, y las dos cerramos
los ojos un instante para tratar de calmar nuestras
pulsaciones.
Capítulo 38

Úrsula

—Llama a tu madre —le digo a Mildred cuando sale de


la ducha.
Son las nueve de la mañana, se quedó tan
profundamente dormida en mi cama, que me ha sabido
mal despertarla antes. Me mira todavía soñolienta,
como si el agua no la hubiese despejado del todo.
—¿Para qué quieres que la llame? —pregunta
mientras la ayudo a secarse el pelo con la toalla.
—Para que sepa que tienes voz, que no te has
quedado muda ni tienes un trauma de por vida. La
dejaste muy preocupada, Mildred.
—Tienes razón — dice dejándolo todo para coger el
teléfono.
Unos minutos después viene a la cocina y me mira
desde la puerta.
—¿Qué te pasa?
—Nada —se encoge de hombros—. Me gusta mirarte.
Arqueo las cejas y ella se ríe como si hubiese hecho
una travesura. Voy hacia ella, la agarro de la cintura y la
acorralo contra el mármol de la cocina.
—No te portes mal, Mildred —le susurro, y después le
doy un suave mordisco en el hombro que hace que me
abrace con fuerza—. Hoy tenemos que hacer cosas
importantes, pero te prometo que después me ocuparé
de ti.
Mildred me besa provocándome un agradable
hormigueo que comienza en mis labios y se expande
por mi cuerpo haciendo que me pregunte si esto puede
ir a más, porque no estoy segura de que pueda soportar
más intensidad sin desmayarme.
—¿Después? ¿Quieres que venga aquí? —pregunta, y
se muerde los labios con timidez.
—Sí, claro que quiero que vengas —respondo sin
titubear.
—De acuerdo, pero a las cuatro debo irme a buscar a
Lili, mañana se va con su padre y no quiero estar tanto
tiempo sin verla.
—Puedes traerla aquí, le encanta estar con Piadora,
mantiene unas conversaciones muy interesantes con
ella —digo arqueando una ceja.
—Todavía no te he agradecido que te la quedases el
otro día, ¿se portó bien?
—No has de agradecerme nada, y sí, se portó muy
bien, aunque me toreó como quiso. Tu madre me dijo
que le tocaba comer verdura y acabamos comiendo
pizza. Lo siento.
Hago una mueca de disculpa y ella se ríe antes de
besarme de nuevo.
—Tiene mucho poder de persuasión cuando quiere,
aunque me da a mí que contigo no tuvo que esforzarse
para conseguir lo que quería. ¿De verdad quieres que la
traiga?
Le entrego su taza de café y le pido que me
acompañe.
—Te voy a enseñar lo que de verdad quiero.
Mildred, además de su taza, coge con la mano
vendada un bollo y se lo lleva a la boca mientras me
sigue por el jardín. Rodeo la casa y camino al ritmo de
un paseo mientras ella lo observa todo como si no se
cansase de contemplar las decoraciones de la finca.
—¿Lo elegiste todo tú?
—Me gustaría decirte que sí, pero contraté a una
decoradora de exteriores —confieso sin dejar de
caminar.
Instantes después llegamos a la cabaña de invitados,
el lugar secreto donde Lili parece perderse en otro
mundo. Abro la puerta e invito a Mildred a pasar delante
de mí para después cerrar. La llevo hasta el cuarto más
pequeño y se lo muestro. Sobre una pequeña mesa de
madera que tuve que entrar del patio, están expandidas
las piezas de un puzle a medio montar.
—Antes era muy aficionada a montar puzles, tenía
decenas. Hacer que las piezas encajasen me hacía
sentir bien y me ayudaba a no pensar en otra cosa. Lili
vio este en una de las estanterías del salón y me
preguntó si lo podía montar.
Mildred me escucha sin pestañear, con la mirada
clavada en ese puzle cuyas piezas están expandidas por
la mesa.
—Yo le dije que sí y despejé la mesa del comedor para
que lo montase allí, pero insistió en venir a su cabaña
secreta, dijo que quería montarlo aquí. Así que cogí la
mesa del porche y se la puse aquí, pedimos pizza y
cenamos mientras lo montábamos. Se le da muy bien.
Cuando Mildred se gira hacia mí veo que tiene los ojos
vidriosos y que me mira sin saber qué decir.
—Le prometí que lo terminaríamos de montar las dos,
este y todos los que ella quisiera. Y a mí me gusta
cumplir mi palabra, Mildred —aclaro cuando ella se pega
a mí y apoya la cabeza en mi hombro—. Lili y tú
necesitáis una casa para vosotras, quiero que os
quedéis esta.
Mildred se separa y me mira con las cejas alzadas y la
boca abierta. Estoy nerviosa, no acostumbro a hacer
cosas de este tipo, que impliquen algo tan personal para
mí, pero llevo días dándole vueltas y creo que puede ser
bueno para ambas partes. Para ellas porque tendrán su
propia casa, para mí porque las tendré cerca.
—No puedo aceptar, Úrsula, es tu casa —dice
nerviosa.
—Mi casa es la otra, esta es una cabaña de invitados
que no se utiliza y que a tu hija le encanta. No tenemos
que cruzarnos si es lo que te preocupa. Ya has visto que
la entrada es totalmente independiente y ambas casas
están bastante alejadas.
—No es eso, a mí no me importa cruzarme contigo,
Úrsula, de hecho, lo necesito, te has convertido en una
droga.
—¿Entonces?
—Considero que es demasiado, estás haciendo
muchas cosas por mí y yo no tengo cómo compensarte.
—Me compensas cuando estás conmigo —le susurro, y
ella se estremece y se enjuga las lágrimas con el
vendaje.
—Lili se volvería loca de alegría si le digo que
viviremos aquí.
—¿Y tú?
—Yo también, me encanta este sitio y estoy loca por
ti, pero también me da miedo que esto sea perjudicial
para nosotras.
—No lo mires como algo entre tú y yo, si no es en esa
cabaña será en otro sitio, pero sabes que tienes que irte
de casa de tu madre. Lili necesita un lugar al que llamar
casa, y tú necesitas tu espacio. Tú y yo estamos
empezando y no hay necesidad de correr, si un día no
tienes ganas de verme, no me ves y punto, y viceversa.
Esto es lo suficientemente grande como para que no
nos crucemos.
—Lo sé. De acuerdo, pero te pagaré un alquiler.
Alzo las manos en señal de rendición, no se lo voy a
discutir porque entiendo que necesita saber que se
gana lo que tiene. Tras aclarar algunas cosas, nos
vamos al hospital a pedir el parte médico de la noche
del incidente.
—¿Por casualidad trabaja hoy el médico que la
atendió? —pregunto al chico del mostrador ante la
mirada atónita de Mildred.
—Sí, el doctor Ávila está de guardia hoy, si se esperan
ahí puedo avisarle si desean hablar con él.
—Por favor —le digo, y me dirijo a los asientos junto a
Mildred.
—¿Para qué quieres hablar con él? —pregunta sin
entender nada—. Solo fue el médico que me atendió, no
tiene nada que aportar.
—Eso nunca se sabe, Mildred. Tu marido sobornó a tu
abogado y a ese detective, ¿y si sobornó a este señor
también?
Sus ojos se abren de par en par y su cuerpo vuelve a
tensarse.
—En caso de que sea así no te lo va a decir, Úrsula,
estaría reconociendo un delito.
—Lo sé, pero se pondrá nervioso, y si es uno de los
testigos a los que tu marido piensa llevar a declarar en
el juicio, a lo mejor se lo piensa.
—En serio, no entiendo por qué no ejerciste nunca,
serías una abogada cojonuda —asegura y sonríe por
primera vez desde que hemos cruzado la puerta del
hospital.
Más de media hora más tarde, un doctor se acerca al
mostrador y el joven le señala hacia nosotras. El doctor
nos mira, sonríe y camina hacia nosotras.
—Soy el doctor Ávila, ¿en qué puedo ayudarlas? —
pregunta risueño, y percibo su falsedad a través de su
mirada.
Voy a levantarme para saludar cuando Mildred deja
caer su brazo como un cepo sobre el mío dejándome
inmóvil. La miro y veo su rostro petrificado mientras
observa al médico.
—¿Qué pasa? —le pregunto en voz baja.
—Ese no es el doctor que me atendió —dice, y me
quedo boquiabierta.
—¿Estás segura?
—Completamente. Recuerdo su cara, era mucho más
mayor, tenía el pelo cano y fue muy agradable conmigo,
este tío me parece un gilipollas engreído —susurra
nerviosa.
—Está bien.
Me levanto y me disculpo con el médico por hacerlo
esperar. Le explico que soy amiga de su paciente y que
solo queríamos verlo para agradecerle lo bien que la
trató aquella noche.
—Es mi trabajo —dice con su falsa sonrisa, mirando a
Mildred de forma constante.
Cuando se marcha, salimos a la entrada del edificio y
llamo a María para explicarle lo que ha pasado.
—Esto se pone cada vez más interesante —dice sin
darme más explicaciones—. Dame el nombre de este
doctor, haré que busquen información sobre él. En
cuanto al otro, si Mildred recuerda tan bien su cara,
deberías dar vueltas por el hospital hasta dar con él o
con alguien que lo conozca. Es importante saber por
qué atendió a Mildred y a pesar de ello no fue quien
firmó su informe.
—De acuerdo, lo buscaremos.
Cuando cuelgo, Mildred observa el enorme edificio y
suspira.
—No podremos dar muchas vueltas por ahí sin llamar
la atención y que acaben echándonos, ¿verdad?
Seremos dos locas buscando a un hombre que a lo
mejor no existe. ¿Y si estaba tan colocada que me lo
imagine?
—La coca no provoca alucinaciones, y yo confío en ti.
Además, no vamos a dar vueltas, no olvides que tengo
contactos en todas partes —aseguro más prepotente de
lo que me hubiera gustado.
—Está bien, pero seamos discretas. Si ese hombre
tiene algo que ver con Borja y nos ve por aquí, podría
decírselo y él tomar represalias. Recuerda que mañana
se queda con Lili —dice asustada.
—Mañana le dices que la niña tiene fiebre y diarrea,
ya verás como te dice que mejor que te la quedes tú —
concluyo, y tiro de ella hacia la segunda planta.
Capítulo 39

Mildred

Mientras esperamos el ascensor, Úrsula hace una


llamada y su interlocutor responde de inmediato.
—¿Estás en el hospital? Perfecto, estoy subiendo a tu
despacho, es algo urgente, de lo contrario no te
molestaría.
Tras eso, cuelga y las puertas del ascensor se abren.
—¿A quién vamos a ver?
—Al director. En parte tiene este puesto gracias a una
generosa donación que mi marido hizo poco antes de
morir.
—¿Es de fiar?
—Lo es, si no, no le pediría nada, tú tranquila.
Las puertas se abren y sigo a Úrsula por los pasillos.
Yo hace rato que me he desorientado, pero ella parece
tener muy claro a dónde vamos. Se detiene, llama a una
puerta y al momento un hombre trajeado de unos
cincuenta años nos abre para recibirnos. Da dos besos a
Úrsula con una sonrisa franca que me inspira confianza
desde el primer momento.
—Estamos buscando a uno de tus médicos —explica
Úrsula sin andarse con rodeos—. Atendió a mi amiga
hace unos meses, entró de urgencias una noche debido
a una desafortunada caída.
—¿Para qué lo buscáis? —pregunta él.
—Mildred quiere darle las gracias, y necesitamos que
seas muy discreto con este asunto, es importante,
Antón. Ella lo recuerda muy bien físicamente, pero no
tenemos ni idea de su nombre.
—¿No tiene el parte médico? —pregunta dirigiéndose
a mí.
—Lo extravió —se adelanta Úrsula al ver que no sé
qué decir.
—Está bien, dame la fecha del ingreso y miraré quién
estaba de guardia aquella noche. Si lo recuerdas tan
bien como dices, bastará con que me lo describas para
que yo sepa quién es.
El director teclea la fecha que le he dicho en el
ordenador, se coloca las gafas y entorna los ojos
mientras lee los resultados.
—De acuerdo, había siete médicos de guardia en
urgencias aquella noche. Cuatro eran mujeres, así que
las descartamos. Los otros tres son Ávila, Fernández y
Martín. ¿Te suena alguno?
El estómago se me revuelve un poco al escuchar el
apellido de Ávila.
—No, la verdad es que no.
Le empiezo a describir al médico en cuestión, y en
cuanto digo que tenía todo el pelo cano ya no necesito
darle más detalles porque los otros dos son más jóvenes
según él.
—Te atendió el doctor Martín en ese caso, si me dices
tu nombre y apellido lo confirmo ahora mismo.
—No es necesario —vuelve a intervenir Úrsula, que
sabe que si dice mi nombre apareceré como paciente de
Ávila—, tu palabra nos basta. ¿Sabes si está trabajando
hoy?
—Me temo que no, pero podéis encontrarlo en su
consulta privada. Los lunes solo trabaja allí.
Antón apunta una dirección en un papel y se la
extiende a Úrsula por encima de la mesa.
—¿Todo bien, Úrsula? Si te doy la información es
porque confío en ti —pregunta antes de quitar la mano
del papel.
—Todo perfecto, y no te preocupes, no te voy a meter
en ningún lío. Nos has ayudado mucho, Antón, muchas
gracias.
Al salir tengo el corazón a punto de saltarme por la
boca. He de reconocer que esto me está divirtiendo, me
siento como si ambas fuésemos las protagonistas de
una novela de misterio. Entramos en el coche donde nos
espera Mikel y Úrsula le pide que nos lleve a nuestro
nuevo destino.
Atravesamos media ciudad para llegar a una de las
zonas más céntricas. Úrsula y yo bajamos, seguidas de
Sergio que, aunque a veces olvido que siempre está ahí,
no se separa de ella en ningún momento. A veces me
pregunto si es necesario llevar escoltas, la vida de
Úrsula se me antoja de lo más tranquila y no parece
tener enemigos, sin embargo, después recuerdo la
fortuna que Rubén me dijo que manejaba y me parece
poca escolta la que tiene, porque ante semejante
cantidad de dinero no necesitas tener enemigos, solo
ser el objetivo de alguien desesperado o sin escrúpulos.
—¿Alguna vez han tenido que intervenir? —pregunto
señalando a Sergio mientras caminamos hacia la
consulta.
Úrsula, con sus gafas de sol puestas, desvía la vista
hacia atrás para mirarlo un segundo.
—No, están aquí por precaución. Nunca me he visto
envuelta en ninguna situación peligrosa ni mi marido
tampoco cuando estaba vivo, pero sí que recibo
amenazas de vez en cuando.
—¿De qué tipo? —pregunto perpleja.
—Del tipo que ingrese X cantidad en una cuenta
imposible de rastrear si no quiero sufrir un accidente, o
que deje una bolsa con X dinero en un punto concreto si
no quiero que alguien de mi entorno desaparezca. Cosas
así, la policía no suele darles credibilidad, opinan que
quien quiere actuar lo hace sin avisar, esto solo son
tiros al aire para ver si me asusto y decido pagar. No te
preocupes por ti o por Lili, os pondré seguridad, ya ves
que son discretos.
Llegamos al edificio sin que me dé tiempo a decir
nada. Úrsula llama al timbre de un elegante y antiguo
bloque de pisos ocupado principalmente por oficinas y
consultas privadas. Nos abren sin preguntar, dando por
hecho que tenemos hora concertada. Subimos a la
tercera planta por las escaleras, porque el ascensor es
antiguo y estrecho y a Úrsula no le hace ninguna gracia
utilizarlo.
—No sabía que tenías claustrofobia —comento sin
aliento cuando llegamos arriba.
—No la tengo, es que no quiero pasarme el resto del
día encerrada en un ascensor.
Yo sonrío y ella me mira entornando los ojos.
—Tranquila —dice acercando sus labios a mi oído—, te
follaré en uno, pero será más grande y seguro que este.
Mi sexo se sacude con varios espasmos que me cortan
la respiración mientras ella camina con elegancia hacia
la puerta de la consulta. Cuando entramos, Úrsula va
directa al mostrador y yo me coloco a su lado, todavía
aturdida y acelerada por su comentario.
—¿Tienen hora? —pregunta una mujer sexagenaria
mientras apunta algo en una agenda.
—La verdad es que no —responde Úrsula.
La mujer alza la vista dispuesta a decir algo y cuando
mira a Úrsula se queda con la boca abierta y los ojos
como platos.
—Usted es Úrsula Monte —afirma llevándose una
mano a la boca.
Nunca he presenciado una escena como esta, y jamás
imaginé que me resultaría emocionante ver la felicidad
que supone para alguien el simple hecho de encontrarse
con una cara relativamente famosa a quién de algún
modo parece que admira. Úrsula sonríe con ese
magnetismo suyo y me doy cuenta de que da igual que
no tengamos hora, esta mujer hará cualquier cosa por
ella solo porque es Úrsula Monte.
—Mi sobrina tuvo la oportunidad de rehacer su vida
lejos de aquí gracias a uno de sus programas —dice la
mujer de repente, y se pone en pie, rodea el mostrador
y se abraza a Úrsula ante la mirada tensa de Sergio.
—Me alegro de que fuese así —dice Úrsula
devolviendo el abrazo de forma sincera.
—No sabe cómo estamos de agradecidas con usted,
ya verá cuando se lo diga a mi hermana. No se lo va a
creer, ¿le importa si nos hacemos una foto? —pregunta
mirando a un lado y a otro.
En la sala de espera nada más hay un paciente con un
acompañante, que observan la escena sin entender lo
que sucede.
—Por supuesto que no.
La mujer, emocionada y nerviosa, se hace con su
móvil y prepara la cámara.
—Yo se la hago —me ofrezco, y Úrsula, que es
bastante más alta que ella, le pasa el brazo por encima
de los hombros y la atrae hacia su cuerpo dedicando
una de sus sonrisas encantadoras a la cámara.
—Muchísimas gracias —dice la mujer—. Dígame, ¿qué
necesita? No estará usted enferma, ¿verdad?
—No, la verdad es que queríamos una segunda
opinión para mi amiga —dice señalando mi mano—, y
me han dicho que el doctor Martín es muy bueno con
ese tipo de lesiones.
—El mejor, no lo dude —afirma ella—. Hoy tiene la
consulta llena, pero si se espera un momento le pido
que les conceda unos minutos entre visita y visita y si
considera que puede ayudarlas, les doy hora para otro
día. ¿Le parece bien?
—Me parece magnífico.
Veinte minutos después, el doctor nos recibe en un
despacho diferente a la consulta. Cuando me ve entrar,
me observa con detenimiento, porque mi cara le suena
aunque no logra ubicarme.
—Clara me ha dicho que desean una segunda opinión
—dice mesándose la mata de pelo blanca.
—Seré directa, doctor Martín —empieza Úrsula, a
quien está claro que los rodeos no le gustan mucho—.
Hace algo más de dos meses usted atendió de
urgencias a mi amiga. Entró por una supuesta caída por
las escaleras debida a la también supuesta ingesta de
cocaína.
El hombre frunce el ceño y se yergue hacia atrás en la
silla.
—La recuerda, ¿verdad?
El doctor Martín mueve la cabeza afirmativamente y
clava la mirada en mi mano izquierda.
—Recuerdo aquella noche, la trajo su marido.
—Exacto —responde Úrsula—, y lo que yo me
pregunto es lo siguiente, ¿por qué si la atendió usted, el
informe médico está firmado por otro doctor?
Pensaba que se pondría a la defensiva y nos pediría
que abandonásemos su despacho llegadas a este punto,
sin embargo, y para mi sorpresa, el hombre se inclina
de nuevo hacia delante y apoya los brazos en la mesa
cruzando los dedos de sus manos.
—Me negué a firmarlo. Todo en aquel ingreso me
parecía sospechoso. El marido no se separaba de ella y
ella no hablaba, mantuvo la mirada hacia el lado
opuesto a él como si no quisiera verlo.
—Usted se dio cuenta de que él mentía y no hizo nada
—lo acusa Úrsula—, por eso no quiso firmar el informe.
—Las lesiones no cuadraban con las de una caída
como la que el marido describía. Tenía golpes en lugares
muy concretos que, de haberse hecho con el canto de
un escalón, habrían sido una fractura asegurada. Sus
lesiones eran las típicas de una paliza.
Trago saliva notando como esa bola de ansiedad crece
dentro de mí al recordar aquella noche. Úrsula me coge
la mano, se acerca a mi oído y me susurra que esté
tranquila.
—Sus lesiones eran típicas de una paliza porque eso
fue lo que pasó aquella noche, el psicópata que iba con
ella la golpeó hasta cansarse y después se llenó la mano
de cocaína y le tapó la boca obligándola a esnifar si
quería respirar.
El hombre traga saliva al mismo tiempo que lo hago
yo, como si se estuviera poniendo en mi lugar y sintiese
de verdad lo que me pasó aquella noche.
—¿Por qué fue el doctor Ávila el que firmó el parte?
—Los dos estábamos de guardia aquella noche y yo la
atendí. Cuando me di cuenta de lo que sucedía fui a
consultarlo con otros compañeros, porque si ella no lo
confirmaba, solo eran las sospechas de un médico, y de
poco serviría que yo intentase hacer algo si después ella
lo negaba todo. En la sala de descanso había una
doctora y el doctor Ávila, al explicar el caso y decir el
nombre de la paciente, él se puso en pie de golpe y me
dijo que se ocuparía a partir de ese momento, que
conocía personalmente al marido y que estaba
convencido de que era imposible que hubiese hecho
algo así.
—Y usted se lavó las manos y le pasó el muerto a él.
—Así es, y lo lamento. Me he arrepentido cada día
desde entonces. Cada vez que una mujer entra en
urgencias por una caída similar, me pregunto si será ella
de nuevo. Díganme cómo puedo ayudarlas y lo haré.
—¿Estaría dispuesto a declarar en un juicio?
—Por supuesto, no tengo ningún problema en explicar
lo mismo que les acabo de explicar ahora.
—De acuerdo, estaremos en contacto.
Tras eso, el hombre nos acompaña hasta la puerta con
gesto compungido. Antes de salir me señala el brazo y
yo bajo la cabeza.
—¿También ha sido él? —pregunta casi sin voz.
—¿Usted qué cree? —responde Úrsula cortante.
Capítulo 40

Mildred

Después de salir de la consulta, Úrsula ha decidido que


necesitaba despejarme y hemos ido a pasear por la
playa. Nos hemos quitado los zapatos y remangado los
pantalones para caminar por donde el agua nos cubría
los tobillos y las olas nos salpicaban las rodillas. No
hemos hablado, solo recorrido la playa de extremo a
extremo, dejando que la tranquilidad del oleaje y el
frescor del agua me relajase por completo.
Al volver al coche, Úrsula ha dado instrucciones para
ir a su casa.
—He pedido al servicio que me dejase comida
preparada. Vendrá también María y le explicaremos lo
que tenemos —me informa al sentarse a mi lado
mientras Mikel pone el coche en marcha.
—¿Por qué no le ofreces la cabaña a María? —
pregunto de sopetón, y Úrsula me mira con verdadera
sorpresa —se va a divorciar y necesitará un lugar a
donde ir…
—¿María? —se ríe haciéndome una tierna caricia en la
mejilla que me eriza el vello de todo el cuerpo—. Hay
tres motivos por los que jamás se la ofrecería. El
primero es que María es muy urbanita, jamás se iría a
vivir a una casa tan alejada de la civilización, donde la
única dispuesta a escuchar sus locuras sería Piadora. El
segundo es que nosotras nos llevamos muy bien, pero
tantas horas juntas a mí me saturarían, María es
demasiado intensa.
—¿Y el tercero? —pregunto aliviada al escuchar el
motivo número dos.
—El tercero es que el ático donde viven es de los dos,
y te aseguro que María no se va a marchar. El que tiene
prisa por vivir con su nueva amante es Marcos, y ella se
aprovechará de eso para quedarse con el ático por un
precio ridículo. Si me necesita para lo que sea sabe que
me tiene, pero la cabaña es tuya, olvídate de María.
Cuando llegamos, el coche de María ya está aparcado
en el mismo sitio que lo vi el día que se acostaron
juntas. No logro evitar que una quemazón extraña me
recorra por unos momentos, pero se me pasa de
inmediato cuando Úrsula me coge de la mano.
—Estará en la piscina, vamos —dice al no ver señales
de su amiga.
Y ahí está, bañándose desnuda, flotando bocarriba
con los ojos cerrados mientras su cuerpo se recarga de
Vitamina D. Úrsula no se inmuta porque debe estar
harta de verla desnuda y se conoce su cuerpo mejor
que el mío. Los celos vuelven sin que pueda evitarlo,
supongo que es algo a lo que deberé acostumbrarme.
Son amigas, y la presencia de María será algo constante
en la vida de Úrsula. Lo curioso es que María, por
muchos celos que me provoque, me cae bien. Sigo
enamorada de su carácter abierto y de su
determinación y la seguridad que tiene para todo.
—Igual soy yo la que se tiene que poner celosa —
comenta Úrsula mirándome, y me pongo roja como un
tomate, porque me he quedado absorta en mis
pensamientos mientras miraba de forma descarada el
cuerpo de María.
—Lo siento, no miraba. Bueno sí, pero… —trato de
excusarme azorada.
—No pasa nada —sonríe Úrsula—, mientras mires y no
toques a mí no me importa.
—¿No te importa que la mire? —pregunto
descolocada.
—A mí me gusta mirar, ya te lo dije, es excitante.
—¿Te excita María? —pregunto estúpidamente.
Claro que la excita, llevan años follando.
—Oye, no tergiverses las cosas —dice mirándome
fijamente—. Soy tuya en exclusiva, ya te lo dije anoche
mientras estaba entre tus piernas —aclara, y mi sexo se
contrae con una violencia desconocida que me hace
tragar saliva.
—Vale, dejemos el tema, por favor —pido agitada, y
veo que María abre los ojos y repara en nosotras a pesar
de que estamos a cierta distancia.
Úrsula me mira y sonríe de medio lado con una
mirada depredadora que me hace entrar en combustión.
—Estás cachonda.
No me lo está preguntando, es una afirmación, y yo
no puedo negarlo porque es cierto. Desearía que ahora
mismo me arrancase toda la ropa y me empotrase
contra uno de los árboles, o me follase sobre el suelo
como el otro día.
—Sí, mucho.
—Es una lástima que María esté aquí, porque estoy
deseando arrancarte las bragas para lamerte y chuparte
hasta que vuelvas a gritarme que solo folle contigo.
—¿De qué habláis? —pregunta María, que se acerca a
nosotras envuelta en una toalla que no le cubre del todo
sus vergüenzas.
Me están temblando las rodillas, María está desnuda
debajo de esa toalla y Úrsula me habla de follar. De
repente la presencia de su amiga deja de molestarme y
me giro hacia Úrsula sin poder mirarla, clavando la vista
en el suelo porque como enfoque sus ojos hambrientos
me voy a marear.
—¿Sois mudas?
María llega hasta nosotras y me agarro a la camisa de
Úrsula, que me hace una suave caricia por todo el
costado izquierdo que me tensa y me hace jadear.
De pronto, coge mi cara por la barbilla y hace que la
mire a los ojos. Su mirada es seria, ennegrecida y
profunda, y por primera vez siento que me está
haciendo el amor con ella. Me pasa el pulgar por el labio
inferior, que tiembla a su paso, y yo cierro los ojos un
instante para después abrirlos y quedarme con las
palabras atascadas en la boca, porque lo que se me
está pasando por la cabeza ahora mismo contradice lo
que le dije anoche.
—Te lo voy a preguntar una vez, Mildred, ¿quieres que
María se quite la toalla?
La miro y Úrsula parece leerme el pensamiento.
—Sé que te dije que no quiero que nadie te toque,
pero esto solo pasará hoy si las dos queréis, estoy
demasiado cachonda como para negar que no me
apetece —declara rotunda.
—Yo quiero —María alza la mano como si estuviese en
el colegio y deja caer la toalla.
—Madre mía —digo medio ahogada, y Úrsula da un
fuerte tirón a mi camisa y todos los botones saltan
cayendo por distintos puntos del suelo.
Todo sucede como si lo viese desde fuera de mi
cuerpo, instantes después, a mí y a Úrsula ya no nos
queda nada de ropa puesta. Me dejo guiar por ellas
haciendo todo lo que me piden, porque María tiene unos
instintos muy parecidos a los de Úrsula, es dominante y
algo bruta, y me acabo de dar cuenta de que me gusta
ser sumisa para Úrsula, y por extensión, también para
María. Ahora estoy sentada sobre la que es mi nueva
abogada, con la espalda pegada a su pecho y sus dedos
entrando y saliendo de mí al mismo tiempo que la
lengua de Úrsula presiona mi clítoris con una destreza
perturbadora. Estira su mano sobre mi pecho hasta que
alcanza mi cuello y ejerce la presión justa para dificultar
un poco mi respiración y doblar mi excitación. Cuando el
orgasmo me alcanza, imagino a Piadora escondiendo la
cabeza bajo su caparazón, porque mis gritos resuenan
por toda la finca con la fiereza de la ola de placer que
me recorre a una velocidad de vértigo.
Úrsula me besa, después tira de mí para que me
incorpore y me abraza mientras María se dirige a la
ducha de la piscina y se mete debajo.
—¿Todo bien? —pregunta en mi oído, y yo afirmo un
poco descolocada.
—No has tocado a María —digo al ser consciente de
ello.
—Te prometí que no lo haría —susurra y sonríe cuando
la miro con los ojos desorbitados.
—Pero yo…
—Ha sido consentido por las tres, y yo me moría de
ganas de escucharte gritar. Ahora olvida esto, Mildred,
no le des vueltas y actúa con normalidad, porque solo
ha sido sexo entre tres mujeres adultas. Un polvo
ocasional como el que echarías con cualquier amante
con el que después podrías hablar de cualquier cosa
como si no hubiera sucedido nada. ¿De acuerdo?
—Sí —afirmo, y entonces me doy cuenta de que para
ellas ese tipo de sexo es un trámite, algo que les
apetece y hacen, y que después no afecta a su relación
de amistad en absoluto.
Sonrío y afirmo a Úrsula. Me gusta que sea así, y
cuando me meto bajo el chorro de la ducha con cuidado
de no mojar el vendaje, me doy cuenta de que tienen
razón. Es algo que ha pasado, hemos disfrutado y la
vida de las tres sigue con o sin ello.
—Vale —dice María cuando terminamos de servir toda
la comida en la mesa—. Decidme todo lo que tenéis,
porque mi día ha sido muy productivo y si el vuestro
también lo ha sido, ese gilipollas de tu futuro exmarido
lo va a tener jodido.
María me señala con el dedo índice y una sonrisa
triunfal, después se sienta y se sirve una ración de
carne en salsa mientras espera con impaciencia nuestra
información. Úrsula es la encargada de resumirle lo que
ha pasado en el hospital y nuestra visita a la consulta
privada del doctor Martín.
—¿Y estaría dispuesto a declarar? —pregunta sin
esconder su euforia.
—Por supuesto.
—Bien, con eso y lo que yo tengo, creo que ya puedo
llamar al abogado de Borja y pedir una reunión.
—¿Una reunión? —pregunto nerviosa.
—Para intentar llegar a un acuerdo y evitar el juicio —
me explica Úrsula.
—Borja no aceptará nada que no haya propuesto él.
—Aceptará, Mildred, tú confía en mí —dice convencida
de ello.
—¿Piensas explicarnos por qué estás tan segura de
eso? —pregunta Úrsula con exigencia.
—Por supuesto —sonríe haciéndose la interesante, y
cuando abre la boca me quedo petrificada en la silla.
—¿Puedes demostrar todo eso qué dices? —pregunta
Úrsula, a quién pocas veces he visto sorprendida.
—Según mis informantes es algo que hace a diario, es
probable que mañana ya tenga pruebas, pero como
tenemos margen, concertaré la reunión el jueves para
tener el máximo de mierda con la que presionar.
—¿Tú sabías algo de esto? —me pregunta Úrsula y yo
niego incapaz de cerrar la boca, todavía pasmada por la
sorpresa.
—Sospechaba que se follaba a otras, pero esto…, la
verdad es que no me lo esperaba.
—Es duro, pero para ti y para Lili es bueno, Mildred —
me asegura María—. Te prometo que lo voy a presionar
y a ponerlo contra las cuerdas. Ese cabrón cederá.
—Gracias.
—Es mi trabajo —se encoge de hombros—. Por cierto,
no te he contado la parte más fructífera de hoy —sonríe
maquiavélica, y Úrsula arquea las cejas y cabecea
divertida, orgullosa de ella.
—Siempre dejando una sorpresita para el final.
—Ya me conoces —se encoge de hombros María.
—¿Qué sorpresa? —pregunto yo ceñuda.
—He pasado a hacerle una visita a tu abogado.
María se levanta y vuelve con su bolso, del que saca
un sobre grande antes de volver a sentarse. Veo en la
parte inferior izquierda el sello del bufete y me pongo
nerviosa.
—Este documento —dice entregándome dos folios
grapados—. Es una renuncia oficial a tu caso, en el que
alega no estar en posición de ayudarte como necesitas
y como consecuencia renuncia, devolviéndote con ello
todos los honorarios pagados hasta el momento —dice
ante mi cara de asombro.
Saca un cheque del interior y me lo extiende.
—He hecho que añadiese tres mil euros por las
molestias —aclara cuando mis ojos se abren de par en
par.
—Eres una jodida zorra sin escrúpulos y por eso me
encanta tenerte conmigo —dice Úrsula encantada,
después se pone en pie y rodea la mesa para dar un
beso en la mejilla a María.
—A mí me gusta ayudar, al detective lo visitaré
mañana —dice, y las tres reímos mientras Úrsula sirve
los cafés.
Capítulo 41

Mildred

Úrsula ha enviado a Sergio conmigo para que pueda


recoger a Lili. Le he pedido que viniese si le apetecía,
pero me ha dicho que era mejor que Lili fuese
descubriendo nuestra relación poco a poco y considero
que tiene razón. Estoy segura de que no será un
problema para ella porque adora a Úrsula, aun así, lo
más sensato es que lo vaya viendo como algo natural y
no una cosa forzada que se encuentra de sopetón.
Llego veinte minutos antes, tal y como he quedado
con Abigail. En cuanto nos vemos nos abrazamos y no
tengo palabras para agradecerle que se quedase ayer
con Lili.
—Siempre que lo necesites, sabes que no me importa
y ella y Lee se lo pasan de miedo juntas. Cuando tu
madre me contó lo que había pasado no me lo podía
creer, tienes que parar a ese hijo de puta, Mildred.
—Estoy en ello. Tengo una nueva abogada que en un
día ha hecho mucho más que el desgraciado que tenía
antes. No quiero nada de Borja, solo pido que Lili se
quede conmigo.
Charlamos durante el tiempo que queda bajo la
sombra de un árbol, le explico a Abigail la oferta que me
ha hecho Úrsula con la cabaña y el pánico que tengo de
que esto salga mal.
—La casa te la ha ofrecido ella, no se la has pedido tú.
Además, imagino que antes de dar un paso así lo habrá
meditado bastante. Por mucho que vuestras casas estén
separadas, no dejáis de estar dentro de la misma finca,
a un paseo una de la otra, y si estáis empezando una
relación, no creo que haya tomado la decisión a la
ligera, debe estar muy segura de lo que siente. La
cuestión es, ¿qué sientes tú, Mildred?
—Yo estoy loca por ella —confieso, y me sorprendo
por lo rápido que esa afirmación ha salido de mi boca.
Estoy más que loca por Úrsula Monte, cada vez que
me mira tiemblo de pies a cabeza, aunque eso no se lo
explico a Abigail porque me parece demasiado.
—En ese caso no deberías preocuparte tanto. Debes
mirar por el bien de Lili, opino que a ella le vendrá
genial el cambio. No deja de hablar de Úrsula y de esa
tortuga que según su descripción tiene el tamaño de un
camión —se ríe—. Lee está loca por ir a verla.
—Hablaré con Úrsula y os venís un día, estoy segura
de que no le importará.
El tiempo se nos ha pasado volando y el timbre del
colegio ha sonado hace un par de minutos. Cuando veo
a Lili no puedo reprimir las lágrimas después de que
salte sobre mí y se me abrace como un mono.
—Tengo una sorpresa para ti, cariño.
Lili echa la cabeza hacia atrás como un muelle y me
mira fijamente exigiendo una explicación.
—Lo sabrás dentro de un rato. Ahora despídete de Lee
y de su madre.
Me abrazo de nuevo a Abigail y vuelvo a darle las
gracias por cuidar de Lili. Subimos en el coche y de
camino a la finca de Úrsula, le explico a Lili que lo que
me pasó fue solo un mareo y que me hice daño en la
mano cuando traté de no caerme. Me mira sin
pestañear, atenta a mi explicación como si no quisiese
perderse ni una sola coma.
—¿Y ya no te va a pasar más? —pregunta con toda su
inocencia.
—Espero que no, ahora me tomo unas vitaminas y en
unos días estoy como nueva.
Se da por satisfecha con mi explicación y cuando ve
que llegamos a la entrada de la finca, abre la boca
emocionada y tengo que detenerla para que no baje del
coche en marcha. Sergio aparca frente a la puerta de la
casa de Úrsula como hago yo siempre. Ella nos está
esperando en el porche, con un zumo de frutas variadas
que yo aborrezco y que a mi hija le encanta y un
bocadillo de jamón de pavo que Lili le arranca de las
manos después de darle un beso en la mejilla.
—Voy a ver a Piadora —dice, y antes de que pueda
negarme ya ha salido corriendo.
—Déjala, tienes toda la tarde para decírselo —indica
Úrsula.
Me siento junto a ella en el porche y las dos
permanecemos en silencio observando a Lili, que se ha
sentado sobre el puente de piedra del estanque para
comerse la merienda junto a Piadora.
—No deja de hablarle de Piadora a su amiga, según su
madre, la describe como un animal enorme —le explico
a Úrsula, que suelta una risotada que me enloquece.
—Los niños tienden a exagerarlo todo.
—Ya, pues ahora su amiga se muere de ganas de
conocer a Piadora la gigante —digo entornando los ojos.
—Las amigas de Lili son bienvenidas, y también las
tuyas. No tienes que preguntarme, confío en ti.
Lili aparece frente a nosotras después de explicarle
las cosas que no quiere decirme a mí a su amiga la
tortuga.
—¿Podemos ir a la cabaña a montar el puzle? —le
pregunta a Úrsula, que asiente y se levanta.
Dejamos a Lili correr hasta la cabaña y nosotras
vamos dando un paseo mientras miramos al cielo. Se ha
encapotado y huele a tormenta de verano. Se ha
levantado una brisa más fresca de lo habitual para esta
fecha y los truenos comienzan a sonar cada vez con
más frecuencia.
—Va a caer una buena —advierte Úrsula y a mí me
entra un escalofrío solo de pensarlo.
Cuando llegamos a la cabaña, Lili está en la que será
su habitación montando el puzle. Nos indica con gestos
apremiantes que vayamos a ayudarla, así que ambas
nos sentamos en el suelo junto a ella y comenzamos a
buscar los colores que ella nos indica.
—Lili, cariño, ¿te gustaría vivir aquí con mamá? —
pregunto con cautela mientras Úrsula sigue buscando
piezas para no intervenir en la conversación.
—¿En la cabaña secreta? —pregunta con los ojos
abiertos de par en par.
—Sí, aquí, en la cabaña secreta.
Lili aplaude y se abalanza sobre mí gritando tan fuerte
que por poco me deja sorda.
—Sí que quiero, ¿nos quedamos aquí hoy? —pregunta
con impaciencia.
—Hoy no podemos, hemos de explicárselo primero a
la abuela, se pondrá triste si hoy no nos ve.
—¿Y mañana?
Me quedo paralizada, por un momento había olvidado
que mañana es martes y tiene que irse con su padre.
—Mañana es martes, Lili —digo, y su gesto pasa de la
alegría a la seriedad de manera instantánea—. ¿No
quieres ir con papá?
—Quiero venir aquí —se limita a responder, y después
coge una pieza y trata de encajarla a la fuerza en un
hueco que no le corresponde.
Me levanto y salgo de la habitación agobiada por el
conflicto interior que siento. Lili quiere a su padre y no
quiero que crezca sin él, pero ¿puedo fiarme de dejarla
con Borja?
—¿Qué vas a hacer? —pregunta Úrsula saliendo
detrás de mí.
—Lo que dijiste, decirle a Borja que no se encuentra
bien, no quiero que esté con él hasta que se celebre la
reunión.
Y tal y como predijo Úrsula, su padre responde al cabo
de un rato diciendo que mejor que se quede conmigo si
se encuentra mal.
Capítulo 42

Úrsula

Le he pedido a María que cancelase lo poco que


quedaba de mi agenda durante esta semana. Mildred
está muy nerviosa por la reunión y considero que debo
permanecer a su lado. Si no estamos para dar apoyo en
los momentos duros a las personas que queremos, creo
que no entiendo entonces el significado del amor.
El lunes por la tarde, cuando se marcharon de aquí,
habló con su madre y le explicó lo del traslado. Lejos de
parecerle mal, aplaudió la idea, ella también piensa que
Lili necesita un sitio al que llamar hogar y no casa de la
abuela.
El martes vino su madre para ver la cabaña y tomar
medidas de las ventanas para hacer las cortinas, yo le
dije que no hacía falta, que las podía encargar y así se
ahorraba tanto trabajo, pero entonces me dijo que
estaría encantada de hacerlas, y fue cuando comprendí
que para la mujer era una necesidad hacer eso por su
hija. Recordé entonces a mi madre y lo pronto que se
fue, sin tiempo de darme consejos o de consolarme
cuando lo necesité. Observé a Mildred y sentí envidia
sana porque ella tuviese todavía a la suya.
Por la tarde la acompañé a recoger a Lili al colegio y
fuimos juntas a que eligiese los muebles de su
habitación. Al día siguiente compramos todo lo demás y
hoy acaba de llegar María para que hablemos de los
últimos detalles antes de ir a la reunión con ese hijo de
puta.
—Llegas pronto —digo mirando el reloj cuando le abro
la puerta.
—Ya. No podía dormir y me he levantado antes para
repasar algunas cosas. ¿Dónde está Mildred?
—En la ducha, acabará enseguida.
—Tranquila, vamos sobradas de tiempo. ¿Ya vive aquí?
—pregunta dejándose caer en el sofá.
—Hará el traslado el fin de semana. Y no ha dormido
aquí si es lo que piensas, ha venido después de llevar a
Lili al colegio.
—Pero se está duchando —sonríe burlona.
—Sí, tenemos la mala costumbre de ducharnos
después de follar —respondo a la defensiva, y ella se
carcajea porque de nuevo he caído en sus
provocaciones.
—Ahora en serio —dice bajando la voz e inclinándose
hacia delante como si así se cerciorase de que solo yo
puedo escucharla—. ¿Estás segura de esto? Me refiero a
cederle la cabaña, ya le he dicho a ella que la casa de
Borja es para Lili por ley y que pueden vivir allí en
cuanto se ratifique el acuerdo.
—Lo sé, me lo ha dicho hace un rato en la cama. No
quiere vivir allí, la casa no le trae buenos recuerdos y
tampoco a Lili, antes prefiere quedarse con su madre.
—Entiendo, ¿y tú? ¿Te lo has pensado bien? No pongo
en duda lo que sientes por ella, es simplemente que
llevas toda la vida haciendo lo que te da la gana. Has
vivido un matrimonio falso durante años y tenido tantas
aventuras que he perdido la cuenta. El cambio es
brusco.
—Me apetece ese cambio, María. Es más, lo necesito,
desde que la conozco todo me parece mucho más
interesante y cuando miro hacia delante no veo mi
futuro sin ella. Entra en todos los planes que se me
ocurren y la idea de volver aquí después de un día de
reuniones estresantes con gente interesada y
encontrarla a ella, hace que ya no me parezca todo tan
tedioso y repetitivo como me parecía últimamente.
—Joder, pues sí que te ha dado fuerte. ¿Y la niña? Ese
es un extra con el que no contabas y, seguramente, tú
la has conocido en sus buenos momentos, pero no deja
de ser una cría que tendrá rabietas y se pondrá
enferma, y para su madre la prioridad será siempre ella,
no tú.
—Cuento con ello, y no concibo a una madre para
quien la prioridad no sean sus hijos. Lili es una cría
encantadora y, aunque no te lo creas, ya se ha llevado
una parte de mí. Si tiene una rabieta ayudaré a su
madre a calmarla, y si se pone enferma la cuidaré como
si fuera mía, punto.
—Quien te ha visto y quién te ve —se ríe.
—Y tú con Marcos, ¿qué? ¿Has solucionado algo?
—No hay nada que solucionar, anoche se marchó a un
hotel porque en casa no paramos de discutir. Cuando
acabe con todo el tema de Mildred, redactaré nuestro
divorcio y empezaré de cero.
—Lo siento —digo, y la atraigo hacia mí y beso su
cabeza—. Si quieres puedes venirte unos días aquí para
despejarte.
—¿Aquí? ¿Con vosotras dos follando cada noche? No,
gracias, necesito estar relajada y tranquila para pensar
en mi vida, no cachonda perdida.
—Qué bruta eres.
Mildred baja en ese momento, rascándose el interior
del vendaje con un palillo chino y cara de
desesperación. Saluda a María como si nada y me
alegro de que vea lo que pasó el otro día entre las tres
como lo que fue, un poco de sexo ocasional que puede
que se repita en el futuro o puede que no.
—Bueno, la reunión no durará mucho —le dice María a
Mildred—. Le explicaré lo que tenemos, le diré lo que
queremos y por la cuenta que le trae, firmará el
acuerdo. ¿Tienes alguna pregunta? ¿Necesitas que
aclaremos algo o hay alguna cosa que quieras
comentarme?
—No —responde tras un hondo suspiro, después mira
a un lado y a otro hasta que localiza el paquete de
tabaco.
—Vamos fuera —digo poniéndome en pie.
Mildred y María se encienden un cigarrillo cada una y
lo disfrutan olfateando el aire como si fuesen dos
perras. El tiempo sigue revuelto, anoche llovió a
cántaros y hoy no creo que tarde en hacerlo de nuevo.
—¿Úrsula puede estar presente en la reunión? —
pregunta Mildred tras expulsar el humo de una calada.
—No es lo normal, pero si te sientes más tranquila con
ella al lado no hay problema.
—¿A ti te importa? —me pregunta Mildred.
—No, claro que no, si quieres que entre, lo haré
encantada.
—Debes tener presente que es posible que tu marido
se ponga hecho una furia. Te insultará y te atacará con
mentiras, es lo que hacen este tipo de cobardes —le
explica María—. No entres al trapo, nosotras vamos con
un objetivo y nada más. Quiero que lo ignores y no
contentes a ninguno de sus intentos de hacerte
explotar. ¿Te ves capaz de hacerlo?
—Sí —responde Mildred, y yo arrugo la nariz y miro
hacia otro lado mientras me pregunto si yo podré
mantenerme callada.
Capítulo 43

Mildred

Entramos en casa para coger los bolsos antes de ir a la


reunión y aprovecho que María ha ido al baño para
coger a Úrsula de la mano y llevarla hasta la habitación.
—No sé si nos da tiempo de uno rápido —bromea
mirando su reloj haciendo cálculos.
—No seas boba —me río azorada.
—Pues explícame qué hacemos aquí a hurtadillas —
me pide entornando los ojos con ese gesto travieso que
puede poner enferma a cualquiera.
Abro el bolso y saco un sobre de uno de los bolsillos
que le entrego con ímpetu. Úrsula lo coge y saca un fajo
de billetes del interior.
—¿Qué es esto, Mildred?
—Es el dinero que le entregué al abogado. He cobrado
el cheque antes de venir. Quiero que te lo quedes.
—Es una broma, ¿verdad? —pregunta muy seria.
—No, no lo es. Es el dinero para mi defensa, y mi
defensora es María, alguien a quien tú le pagas.
—Sí, porque quiero —aclara.
—Lo sé, y te lo agradezco, pero yo no me siento
cómoda así. Quiero que lo aceptes, seguro que no hay ni
la mitad de lo que valen sus honorarios.
Úrsula intenta rechazarlo y yo lo aplasto contra su
mano.
—Si no lo coges le diré que suspenda la reunión y…
—Está bien —acepta a la vez que afirma con la cabeza
—. Lo entiendo, y lo siento si en algún momento te he
hecho sentir incómoda. En ocasiones olvido lo mucho
que cuesta ganar dinero a quien no ha nacido en una
familia tan acomodada como la mía. No pretendo
regalarte nada ni hacerte sentir inútil ni necesitada,
Mildred, sé que te vales por ti misma y que te las
apañas sola…
La beso, y lo hago con una intensidad desconocida y
diferente. Me pasaría el resto del día así, besándola sin
parar para demostrarle lo mucho que la quiero y lo
agradecida que estoy porque haya decidido formar
parte de mi vida.
—Sé que solo quieres ayudarme y que para ti no
supone ningún esfuerzo hacerlo, pero deja que yo
contribuya, si necesito algo te lo pediré, lo prometo —le
susurro antes de besarla de nuevo.
—Cuando terminéis de comeros el morro, nos vamos
—interrumpe María, que nos mira desde el pasillo con
los brazos en jarras.
—Eres única estropeando momentos —ríe Úrsula,
después deja el sobre en un cajón de la cómoda y nos
marchamos hacia el despacho del abogado de Borja.
Un nudo se me instala en el estómago de forma
permanente y no suelto la mano de Úrsula en todo el
trayecto en coche. He venido a este edificio con Borja
unas cuantas veces y, aun así, todo me parece extraño
como si fuese la primera vez que pongo un pie en el
interior.
Uno de los becarios nos pide que esperemos y, al
fondo del pasillo, veo a Borja en el interior de una sala
de reuniones con la puerta abierta. Tiene el culo
apoyado en una mesa, los brazos cruzados sobre el
pecho y habla y se ríe junto a una mujer a la que devora
con la mirada.
—¿Cómo pudiste casarte con semejante desgraciado?
—pregunta María sin apartar la mirada de él.
—No siempre fue así —me limito a decir, aunque ya
no estoy segura de nada.
—Bueno, yo no soy la más indicada para hablar, me
gusta saltar de flor en flor y después me quejo de que
mi marido haga lo mismo.
María habla más para ella misma que para nosotras,
así que después de mirar a Úrsula y esta hacer un gesto
negativo con la cabeza, no le contesto nada.
El becario sale de un despacho junto al abogado de
Borja y cuando entran en la sala de reuniones, Borja se
gira hacia nosotras y siento como su mirada iracunda
me atraviesa como una espada. Me tenso, y Úrsula me
pone una mano en la espalda para hacerme de pilar.
—Adelante —nos invita el becario, al que no he visto
ni llegar.
—¿Has traído refuerzos? —pregunta Borja con desdén,
dirigiendo su mirada hacia Úrsula—. ¿Crees que su
dinero te va a salvar de lo que eres, maldita zorra?
Tal y como predijo María, Borja ya me está
provocando, aunque no esperaba que lo hiciese tan
pronto. Para mi sorpresa, es su abogado quien lo frena.
—Borja, vamos a calmarnos —le pide sin mirarnos.
Tomamos asiento. Borja y su abogado a un lado de la
mesa y nosotras tres, conmigo en el centro, al otro.
—Bien, ¿usted ha solicitado la reunión? ¿Necesita
aclarar algún punto sobre las condiciones de mi cliente?
—pregunta el abogado de Borja dirigiéndose a María.
—¿Dudas? No, que va. Nosotras no venimos a
preguntar nada, venimos a exponer nuestras propias
condiciones…
—¿Condiciones, tú? —la interrumpe Borja dirigiéndose
a mí enrojecido de rabia—. Tú no estás en condiciones
de pedir una mierda, Mili. Esta es tu puta última
oportunidad, vuelve a casa o…
—¿Se quiere callar de una vez? —lo corta María
soltando la carpeta sobre la mesa—, no sea maleducado
y escuche lo que hemos venido a decir, porque le
aseguro que le conviene prestar atención.
A Borja los ojos se le van a salir de las órbitas y temo
que en cualquier momento salte por encima de la mesa
y me coja por el cuello. Por puro instinto me echo hacia
atrás todo lo que puedo, hasta que noto la mano de
Úrsula sobre la mía y me giro hacia ella.
—Relájate —me susurra acercándose a mi oído—, aquí
no va a hacerte nada, solo puede ladrar. Tranquila.
Me aprieta la mano y, aunque no logro comprender
cómo, me transmite su calma y mis músculos se relajan
tras expulsar todo el aire de los pulmones.
—Vamos a dejarlas hablar, Borja, después discutimos
lo que sea necesario —le pide su abogado.
—Gracias —suelta María con los ojos en blanco.
Su actitud es tan arrogante que me tengo que
aguantar las ganas de reír en algunos momentos.
—Bien. Esto es lo que va a pasar —explica María
provocando que ambos hombres arruguen las cejas y la
miren con suma intriga—. Su cliente —le dice al
abogado ignorando a Borja como si fuera un mueble
más de la sala—, le concederá la custodia de Lili Herrero
Blanco a su madre. Su padre tendrá derecho a un fin de
semana cada quince días.
Borja resopla y suelta una de sus sonrisas macabras,
como si todo le pareciese cómico y estuviese esperando
a que María termine de hablar para mandarnos a la
mierda.
—La casa a nombre de Borja Herrero, será para Lili y,
por lo tanto, para su madre en caso de que decidan vivir
en ella. Su cliente deberá pasarle la manutención que
corresponde y hacerse cargo de los gastos escolares,
incluyendo los que ha desatendido hasta la fecha, así
como cualquier otra necesidad que la niña necesite
durante el tiempo que dicta la ley.
María se calla, y los dos hombres se miran con las
cejas arqueadas.
—Eres una puta loca —dice Borja soltando una
risotada.
—¿Loca? No, que va —interviene María de nuevo—.
Usted hará todo eso y lo hará sin poner objeción alguna.
¿Sabe por qué?
—Ilumíneme —le vacila Borja invitándola a seguir.
—Por supuesto que lo haré, está claro que le faltan
luces —suelta María poniéndome nerviosa, no estoy
segura de que tratar así a Borja sea prudente, pero
realmente se lo merece—. Usted hará todo eso porque
de lo contrario, sus padres, esos que le benefician a
usted con un suculento fideicomiso mensual, recibirán
un sobre con ciertas imágenes de usted reventándose el
dinero en el casino. Ese sobre, a lo mejor, incluye unos
documentos que indican el despilfarro económico que
usted realiza, sobre todo en puticlubs, ya me entiende.
¿Cree que sus padres, honrados y trabajadores,
seguirán regalándole el dinero al vago de su hijo para
que se lo gaste en putas y en juego? Yo lo dudo. Y por
supuesto, pediremos a la policía que revise la grabación
del recinto donde se celebró el mercadillo benéfico el
sábado pasado, esa en la que se ve como usted agrede
claramente a su mujer.
—¡Eso es mentira! —escupe Borja colérico.
—Cállese —le pide María—, no es mentira y usted lo
sabe. Haremos la denuncia sobre eso y también sobre el
día que usted golpeó con violencia a Mildred en su casa,
la obligó a esnifar cocaína y después mintió en el
hospital diciendo que se había caído. Tenemos a un
médico dispuesto a declarar contra usted, y varios
testigos que pueden corroborar que el médico que firmó
ese parte no solo no atendió a mi clienta aquella noche,
sino que, además, es amiguito suyo y los dos coinciden
de vez en cuando para disfrutar juntos de sus malos
hábitos.
Borja ya no dice nada, el color de su cara está
pasando del rojo al blanco y el sudor comienza a
resbalar por su frente. Su abogado nos pide un
momento y ambos salen del despacho para hablar,
volviendo unos cinco minutos después con un Borja
mucho más sumiso de lo que cabría esperar.
—Está bien, mi cliente acepta firmar ese acuerdo —
dice finalmente el abogado—, pero hay una condición.
—¿En serio?
María arquea una ceja y yo contengo la respiración,
estoy dispuesta a cualquier cosa con tal de que Lili se
quede conmigo.
—Sí. Su clienta no efectuará esas denuncias por malos
tratos. Zanjaremos esto aquí y ahora.
—Lo siento, me temo que eso no va a poder ser —
niega María—. Su cliente es un maltratador y debe
pagar por ello. ¿Qué coño se cree usted? ¿Qué vamos a
dejarlo estar para que cuando salga de aquí le haga lo
mismo a otra mujer? ¿A esa becaria con la que hablaba
antes, por ejemplo? No, que va.
—En ese caso no hay acuerdo, nos vemos mañana en
el juicio —alega el abogado con determinación.
—Yo que usted me sentaría y le aconsejaría a su
cliente que firme tanto el acuerdo como el divorcio para
que yo pueda presentarlo felizmente.
—¿Me está vacilando? —pregunta el abogado cada
vez más nervioso.
—Le estoy dando un consejo que les beneficia a
ambos, porque si esto no queda firmado hoy, filtraremos
unas fotos a la prensa en las que se les ve a ustedes
dos entrando en ese chalé de las afueras, ya saben, ese
del que hay rumores de que allí hay chicas cuya edad
adulta está en duda.
—No hay pruebas contra eso, estúpida de mierda —
ladra el abogado, que también ha perdido los estribos.
—No las hay por ahora, putos degenerados. Pero en
algún momento la policía encontrará pruebas,
conseguirá una orden y os joderán a todos. Firma los
documentos o mañana mismo están esas imágenes
circulando por las redes, y los dos sabéis que dará igual
si esos rumores son falsos o no, la gente os señalará
con dedo acusador. A ti el bufete se te irá a la mierda y
a ti te cerrarán el grifo, ¿de qué vivirás entonces?
Borja le arranca los documentos de las manos a María
y los firma, después se levanta y sale de la sala dando
un portazo. María sonríe triunfadora, ha demostrado ser
el tiburón que me pareció el primer día que la vi, ha
venido aquí y en dos bocados se ha comido a estos dos
capullos.
—Gracias por su colaboración —dice satisfecha, a la
vez que se pone en pie y recoge los documentos—. Nos
vemos mañana para ratificar el acuerdo ante el juez.
Miro a Úrsula, que se muerde los labios para no reír de
orgullo y ambas nos ponemos en pie.
—Ah —añade María justo antes de salir—, aconséjele
a su cliente que no se acerque a mi clienta. Cualquier
amenaza, insulto o mirada fuera de lugar…
—Lo sé —la corta el abogado—, no se preocupen, yo
me ocupo de él —asegura, y sale de la sala por otra
puerta mientras yo miro a María estupefacta.
—Dios, me encantan los casos así, ahora mismo solo
me falta echar un buen polvo para celebrarlo y el día
será redondo —dice eufórica, y pasa ante nosotras con
los aires de una verdadera diosa.
Epílogo

Úrsula

Hace algo más de un mes que Mildred y Lili se


trasladaron a la cabaña secreta como la llama la
pequeña. La mano de su madre ya está completamente
recuperada y vuelve a ser esa chófer indecisa que me
lleva a todas partes y que se pone nerviosa cuando la
miro un segundo más de la cuenta.
Lili terminó el colegio la semana pasada y decidimos
que este fin de semana, que anunciaban que haría un
sol radiante, podía ser bueno para organizar una comida
invitando a su amiga Lee y a sus padres, y de paso a la
madre de Mildred y a María, que acaba de llegar
acompañada por Alma, la becaria que hablaba con el
exmarido de Mildred el día que se celebró la reunión.
Todavía no le he preguntado cómo han llegado a
conocerse, y no sé si quiero hacerlo.
Mientras los adultos preparamos la barbacoa, Lili y
Lee van de un lado hacia el otro correteando en
bañador. A veces se van a ver a Piadora, y otras, como
ahora, saltan en bomba en la piscina y después nos
tiran agua desde dentro.
—¡Oye! —las regaño con los brazos en jarras, y las
dos se ríen a carcajadas mientras salen corriendo de la
piscina hasta que reparan en María y su acompañante.
Lee pasa por su lado y las ignora completamente,
pero Lili se detiene y las mira pensativa, porque
recuerda a María del día del mercadillo.
—¿Te acuerdas de mí, Lili? —se agacha María frente a
ella.
La niña cabecea afirmativamente y, tras una pausa
algo tensa en la que ya me estaba preguntando si no le
estará trayendo también los malos recuerdos de aquel
día, la niña le sonríe y le tiende la mano como una
adulta.
—Eso hizo contigo también, ¿recuerdas? —me susurra
Mildred situada a mi espalda.
—No creo que me olvide nunca, me impresionó mucho
su desparpajo y su genio.
—Un placer, Lili. Yo soy María —dice mi amiga
devolviéndole el saludo.
—¿Cuál es tu apellido? —pregunta la niña.
—Mierda… —susurra Mildred, y yo me aguanto la risa
mientras las miro expectante.
—Molina —contesta María.
Lili parpadea un par de veces y después sus ojos
miran hacia el cielo mientras busca en su cabeza la
procedencia del apellido.
—Pues seguro que el abuelo de tu abuelo tenía un
molino. ¿Todavía lo tienes?
—Umm, pues me parece que no —contesta María
perpleja, y Lili se encoge de hombros y se marcha.

Por la tarde, después de que todos se hayan


marchado y de que los padres de Lee se hayan llevado
también a Lili porque van a ir al cine, Mildred y yo
hemos decidido ir a pasar la tarde en el paseo marítimo.
Daremos un paseo por la playa y después nos
sentaremos en alguna terraza a tomar algo
tranquilamente, pero antes le he pedido que me lleve a
la oficina porque ayer me dejé las gafas de sol.
—Tienes decenas de gafas —dice extrañada.
—Ya, pero yo quiero esas —zanjo, y ella se ríe.
—A veces eres más caprichosa que Lili.
Mildred entra en el coche y yo sonrío porque tiene
razón, en ocasiones soy peor que la niña. Cuando
entramos en el edificio solo está el portero porque el fin
de semana prácticamente no hay nadie, lo que viene
genial para mis planes. Al entrar en el ascensor, Mildred
pulsa el botón y cuando este está subiendo, yo aprieto
el de emergencia y lo bloqueo.
—¿Qué haces? —pregunta boquiabierta, y entonces
me mira y su respiración se acelera.
—Te dije que te follaría en un ascensor, y sabes que
yo no miento —digo, y le doy la vuelta, enrosco la mano
en su melena y la empotro contra el espejo.
Table of Contents
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Epílogo

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