Quiero agradecer al Primer Ministro Kishida la invitación para que Brasil
participe en el segmento ampliado de la Cumbre de Hiroshima. Esta es la séptima vez que soy invitado a una reunión del G-7. La última vez que estuve aquí fue en la Cumbre de L'Aquila. La última vez que estuve aquí, en la Cumbre de L'Aquila en 2009, nos enfrentábamos a una crisis financiera mundial de proporciones catastróficas, que llevó a la creación del G-20 y puso de manifiesto la fragilidad de los dogmas y errores del neoliberalismo. El ímpetu reformista de aquel momento fue insuficiente para corregir los excesos de la desregulación de los mercados y la defensa del Estado mínimo. La arquitectura financiera mundial cambió poco y no se sentaron las bases de una nueva gobernanza económica. Hubo retrocesos importantes, como el debilitamiento del sistema multilateral de comercio. El proteccionismo de los países ricos ha ganado fuerza y la Organización Mundial del Comercio sigue paralizada. Nadie se acuerda de la Ronda del Desarrollo. Los retos se han acumulado y agravado. Con cada amenaza que no abordamos, generamos nuevas urgencias. El mundo vive hoy múltiples crisis que se superponen: la pandemia del Covid 19, el cambio climático, las tensiones geopolíticas, una guerra en el corazón de Europa, las presiones sobre la seguridad alimentaria y energética y las amenazas a la democracia. Hacer frente a estas amenazas exige un cambio de mentalidad. Es necesario romper mitos y abandonar paradigmas que se desmoronan. El sistema financiero mundial debe estar al servicio de la producción, el trabajo y el empleo. Sólo tendremos un crecimiento verdaderamente sostenible si dirigimos esfuerzos y recursos hacia la economía real. El endeudamiento externo de muchos países, del que fue víctima Brasil en el pasado y ahora asola Argentina, es la causa de la desigualdad flagrante y creciente, y exige del Fondo Monetario Internacional un tratamiento que considere las consecuencias sociales de las políticas de ajuste. El desempleo, la pobreza, el hambre, la degradación ambiental, las pandemias y todas las formas de desigualdad y discriminación son problemas que exigen respuestas socialmente responsables. Esta tarea sólo es posible con un Estado que induzca políticas públicas orientadas a garantizar los derechos fundamentales y el bienestar colectivo. Un Estado que fomente la transición ecológica y energética, la industria y las infraestructuras verdes. Hay que superar ya la falsa dicotomía entre crecimiento y protección del medio ambiente. La lucha contra el hambre, la pobreza y la desigualdad debe volver al centro de la agenda internacional, asegurando una financiación adecuada y la transferencia de tecnología. Ya tenemos una brújula acordada multilateralmente para ello: la Agenda 2030. No nos hagamos ilusiones. Ningún país puede hacer frente a las amenazas sistémicas actuales de forma aislada. La solución no reside en la formación de bloques antagónicos o en respuestas que impliquen solo a un pequeño número de países. Esto será especialmente importante en este contexto de transición hacia un orden multipolar, que requerirá cambios profundos en las instituciones. Nuestras decisiones sólo tendrán legitimidad y eficacia si se adoptan y aplican democráticamente. No tiene sentido pedir a los países emergentes que contribuyan a resolver las "múltiples crisis" a las que se enfrenta el mundo sin que se atiendan sus legítimas preocupaciones y sin que estén adecuadamente representados en los principales órganos de gobernanza global. La consolidación del G-20 como principal espacio de concertación económica internacional fue un avance innegable. Será aún más eficaz con una composición que dialogue con las demandas e intereses de todas las regiones del mundo. Esto implica una representación más adecuada de los países africanos. Las coaliciones no son un fin en sí mismas, y sirven para impulsar iniciativas en espacios plurales como el sistema de la ONU y sus organizaciones asociadas. Sin una reforma del Consejo de Seguridad, con la inclusión de nuevos miembros permanentes, la ONU no recuperará la eficacia ni la autoridad política y moral para hacer frente a los conflictos y dilemas del siglo XXI. Un mundo más democrático en la toma de decisiones que afectan a todos es la mejor garantía para la paz, el desarrollo sostenible, los derechos de los más vulnerables y la protección del planeta. Antes de que sea demasiado tarde. Muchas gracias.
(Historia Universal Siglo XXI Número 26) Louis Bergeron - Francois Furet y Reinhart Koselleck - La Época de Las Revoluciones Europeas 1780-1848. 26-Siglo XXI (1986) PDF
Introducción al derecho internacional privado: Tomo III: Conflictos de jurisdicciones, arbitraje internacional y sujetos de las relaciones privadas internacionales