Está en la página 1de 4

TRAUMA DEL NACIMIENTO.

“STRESS” EMOCIONAL BÁSICO

Enrique V. Salerno

El acto de nacer constituye una experiencia trascendental y altamente traumática en la


vida del individuo. Nacer implica un peligro de vida, por lo que en tal circustancia los
instintos de conservación pugnan por prevalecer.

Se denomina trauma del nacimiento a las vicisitudes que sufre el feto durante su
pasaje brusco desde la tranquila situación intrauterina, al ambiente exterior cargado
de estímulos extraños para él y que debe subsistir por su propia vitalidad. Este
momento crucial es manifestado por el niño con tal intensidad, que Rank, creador del
concepto, tuvo la aprobación de Freud en cuanto a atribuirle a dicho acto la primera
experiencia creadora de angustia en la vida del individuo.

Es común que los obstetras simbolicen las emociones del feto en su tránsito
uterovaginal, con la expresión “la angustia del canal de parto”.

La atmósfera intrauterina representa para el feto, cómodamente suspendido en un


medio líquido, tranquilidad, silencio, balanceo, oscuridad y nutrición continuada y sin
esfuerzo. En síntesis, alimento y protección sin tensiones desagradables. Quienes han
tenido oportunidad de sorprenderlo en pleno seno materno, al término de la gestación
durante una operación cesárea, habrán comprobado más de una vez, que su beatífica
situación se complementa con el apacible chupeteo de un dedo pulgar. Dicha
tranquilidad se perturba al iniciarse el trabajo de parto. Aparece entonces una serie
continuada de estímulos que inciden sobre él para movilizarlo y desplazarlo hacia el
exterior, interrumpiendo sorpresivamente su pasividad ambiental. Comienza a
soportar sobre su cuerpo presiones externas forzadas que lo comprimen, empujan y
torsionan hasta transportarlo a un nuevo ambiente que le resulta hostil por ser seco,
frío, iluminado y plagado de ruidos. A esta inquietante estimulación externa, se suman
estímulos internos desagradables: sobrecarga de anhídrido carbónico, necesidad de
oxígeno, hambre y sed, que lo obligan a la incorporación de aire y de alimento,
mediante movimientos activos de respiración, succión y deglución.

El acúmulo de energía instintiva producido por la labor del parto, lo descarga luego, en
defensa de la existencia gritando, respirando, succionando. Puede decirse que el llanto
anunciador de la iniciación de la vida autónoma, representa la primera protesta formal
del niño contra la frustración e imposiciones de la vida en el mundo exterior.

Como el tálamo, órgano de las correlaciones sensoriales, se haya ya desarrollado al


término de la vida fetal, las impresiones recibidas durante el nacimiento y los reflejos
motores originados, marcan allí su huella y más tarde, organizadas las vías
talamocorticales y la corteza sensorial, cada vez que el individuo se enfrente con
dificultades amenazadoras de su armonía psicofísica, reproduce el mismo reflejo ya
constituido en forma de angustia. Quiere decir que la sensación de desamparo
experimentada al nacer, constituye el patrón de conducta básico ante toda situación
peligrosa, despertando los mecanismos instintivos de defensa.

En este plano se correlacionan lo psíquico con lo biológico. Hans Selye y otros


investigadores, han estudiado en el terreno somático la reacción general de
adaptación del organismo ante estímulos peligrosos, denominando al conjunto de los
fenómenos fisiológicos, que se observan, “reacción de alarma”.

La “reacción de alarma” representa un estado biológico particular de defensa ante la


súbita exposición a excitaciones a las cuales dicho organismo no está acostumbrado.
Se manifiesta, en un primer período, por hipertrofia cortico-suprarrenal, involución del
timo y ganglios linfáticos, hipoglicemia, hipotensión, hipotermia… para citar los efectos
más destacados. Sigue una segunda fase de reacción defensiva denominada de
resistencia, durante la cual se invierten los términos, pasando de la hipo a la
hiperglicemia, hipertensión, hipertermia… Es decir, el organismo se coloca en
condiciones óptimas de lucha por subsistir. Si la estimulación es muy intensa o
demasiado prolongada, sobreviene una tercera fase de agotamiento y muerte.

La primera fase o de alarma se atenúa o suprime administrando hormonas corticales y


la segunda o de defensa, no aparece si se extirpan las glándulas suprarrenales.

La modificación somática más notales y suficientemente probada, en el estrés sufrido


por el feto en el curso de la travesía del canal de parto, es la hipertrofia cortico-
suprarrenal. Ella condiciona la respuesta defensiva del organismo en la reacción de
alarma de Selye, representando la fase de resistencia. La glándula aumenta de
volumen y peso a expensas de la capa cortical, y disminuye progresivamente de peso y
tamaño en el período neonatal, por involución de la zona X o zona androgéncia, hasta
la desaparición total de esta a los 3 años de edad. Ledesma, entre nosotros, demostró
que el peso de la suprarrenal aumenta en los últimos meses de la vida intrauterina,
disminuyendo luego progresivamente dos tercios de su peso a los 8 días del
nacimiento y a la mitad a los 2 meses.

De manera que la sobre- estimulación fetal por el trabajo de parto, lleva a dicha
glándula al máximo de su funcionalismo, lo que se manifiesta por acumulación de
gránulos lipoídicos en las células corticales, al mismo tiempo que resta importancia a la
zona androgénica haciéndola involucionar, ya que su función, de índole sexual, no se
haya relacionada con la defensa total del organismo.

Surge de lo expuesto, que un buen trabajo de parto, es decir, suficientemente


prolongado, pero no demasiado, representa un estímulo para la preparación defensiva
del organismo fetal, así como para su correcta armonía endocrina futura, muy
relacionada con una oportuna y completa involución de la zona androgénica. Algunos
estados intersexuales e hirsutismo viriloide en la mujer pueden deber su origen a fallas
de dicho mecanismo involutivo post-natal de la zona X.
Como complemento ilustrativo de los conceptos expuestos citaremos dos hechos
concretos: las huellas anatómicas del trauma del nacimiento y ciertas investigaciones
biológicas recientemente efectuadas.

Referente a las primeras, Kronfeld y Schour han demostrado en los dientes


temporarios del niño, la presencia de una línea destacada que se hace evidente en el
nivel dentario al nacer. La denominaron “anillo neonatal” o “línea de nacimiento”.
Según dichos autores, el trauma de nacimiento marca huellas indelebles en todos los
tejidos del organismo, que después desaparecen con el proceso de crecimiento y
restitución.

El “anillo neonatal”, verdadera muestra de hipoplasia tisular localizada, persiste por


corresponder a estructuras grabadas por la calcificación de la dentina. Este ejemplo de
interrupción en el desarrollo dentario, revela el grado de intensidad y repercusión
somática del traumatismo sufrido al nacer.

Con respecto a las nuevas adquisiciones de la biología diremos que, un grupo de


investigadores pertenecientes a la Escuela Médica de Harvard y al Peter Bent Brigham
Hospital, con la dirección de los doctores George W. Thorn y Francis D. Moore,
estudian desde hace años el origen de la resistencia del organismo a traumatismos
quirúrgicos, quemaduras, frío, alcohol… llegando a la conclusión de que ello se debe a
la acción de la mente sobre la materia.

La síntesis de las investigaciones realizadas demuestra lo siguiente: el sector primordial


del cerebro responsable de la reactivación de las defensas es el hipotálamo, centro de
las emociones; cuando llegan al mismo, por vía sensitiva, estímulos anormales
provenientes de excitaciones traumáticas o por estado de enfermedad, aquel produce
una hormona que por vía sanguínea excita a la hipófisis determinando el aumento de
hormona adrenocorticotropa. Esta hormona, a su vez, por vía sanguínea, llega a la
corteza suprarrenal y provoca la hipersecreción de compuesto E o cortisona.

La cortisona sería en último término, el agente responsable de restablecer el equilibrio


orgánico en peligro.

Si se secciona el tallo pituitario que conecta el hipotálamo con la hipófisis, se obtienen


los mismos resultados, lo que elimina la posibilidad de que la hiper-producción de
hormona adenocorticotropa sea dependiente de un estímulo nervioso
hipotalamohipofisario. Se descubrió también, que la elaboración de hormonas
adenocorticotropas después de heridas u operaciones, se halla supeditada a los
estímulos dolorosos provenientes de las áreas afectadas, que percibidos por el
cerebro, terminan estimulando al hipotálamo. Cortando las vías sensitivas del área
traumatizada, no se obtiene hipersecreción de esta hormona.

Conforme con estos conocimientos, podemos admitir que los estímulos provocados
por el trabajo de parto sobre el feto, hacen que este organice sus defensas por la vía
hipotálamo- torrente sanguíneo hipófisis- corteza suprarrenal.
Llegamos a la conclusión de que para una normal evolución del niño resulta útil un
adecuado traumatismo de parto que despierte las reacciones de alarma y resistencia,
sin llegar al agotamiento. Es decir, que debe ser lo suficientemente intenso como para
producir las modificaciones biológicas necesarias para la subsistencia. No sabemos aún
hasta dónde conspiran contra la adecuada producción de dichas reacciones los partos
rápidos, fáciles y artificialmente indoloros, así como la operación cesárea, que no llega
a estimular en la medida de lo necesario los mecanismos defensivos fetales. Se
explicaría también por estos conocimientos, el sufrimiento fetal en los partos
prolongados o dificultosos, así como la muerte del niño por agotamiento de su
mecanismo reaccional.

También podría gustarte