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Juan Ramón cuenta su ilusión al recibir un sello personalizado, donde pone su nombre y
también el de su pueblo: Juan Ramón Jiménez-Moguer.
Juan Ramón le cuenta a Platero que una perra del pueblo ha parido cuatro cachorros. Sin
embargo, se los han quitado al poco rato y ella ha acudido como loca a buscarlos y regresarlos
a su hogar.
Juan Ramón recuerda con Platero cómo fue dejar ir, en el tren, a una mujer que entendemos
él ama.
El autor alaba la libertad y la belleza de los gorriones, que nadie aprecia pero son aves cuya
única preocupación es volar e inspirar a los poetas en cuyas ventanas se posan.
Juan Ramón le explica a Platero que hoy no saldrán a pasear, ya que hay visto un cartel que
dice que todos los perros deben llevar bozal. Esto quiere decir que hay rabia y puede ser
peligroso exponerse a mordiscos.
El verano ha llegado y ambos protagonistas están cansados del calor y de las picaduras de
mosquito.
Juan Ramón y Platero están comiendo cuando escuchan las campanas que anuncian el inicio
de un fuego. Desde la calle, observan cómo el monte comienza a arder.
Juan Ramón describe en una metáfora como el arroyo seco por el verano es una
representación de la vida, que también va «secándole» a él.
Platero y Juan Ramón han aprovechado la calma de la procesión de la Virgen del Carmen (en
agosto) para subir al monte. Allí uno come mientras el otro lee. Cada cierto tiempo, se miran
compartiendo su complicidad.
El sonido de los grillos, suave al principio pero fuerte después, es un gran conocido para Juan
Ramón y Platero. El autor lo describe de una manera muy sensorial.
Juan Ramón decide ir al campo con Platero, ya que empiezan las fiestas de los pueblos y eso
implica gente borracha, toros, las flores destrozadas…
Capítulo LXXI: Tormenta
La vendimia ha llegado al pueblo (estaríamos por tanto en septiembre), lo que trae felicidad.
Empieza por tanto el trabajo de coger las uvas que están en su punto y pueden ser aplastadas
para hacer vino. Juan Ramón echa en cara desde el cariño a Platero que él no está haciendo
nada mientras el resto de burros. Decide ponerle alguna carga para poder pasar
desapercibidos.
El pueblo está de fiesta, lleno de luces, fuegos artificiales… Pero al mismo tiempo, Juan Ramón
siente nostalgia al ver cómo, en contraposición, la oscuridad reina sobre el campo.
Sarito, el empleado de Rosalina (la novia puertorriqueña de Juan Ramón), andaba buscando al
autor durante la vendimia. La gente miraba a este joven con mala cara, ya que era negro y
estaba desnutrido. Su maldad era tal que incluso un señor se peleó con él. Sarito le cuenta
todo esto mientras pasa su mano, tranquilo, por el pelaje suave de Platero.
Juan Ramón se despierta deslumbrado por el sol de una siesta bajo su higuera. La mirada de
Platero y el suave movimiento de las hojas lo mecen hasta que vuelve a quedarse dormido. De
una manera bella, el autor compara sus párpado cayendo con el aleteo de una mariposa.
Al acabar septiembre y las fiestas, Juan Ramón sube al monte con Platero para ver desde allí
cómo los fuegos artificiales iluminaban todo.
Juan Ramón va con Platero al vergel para que conozca (un lugar con una gran cantidad de
flores). Sin embargo, cuando llegan allí no dejan entrar a Platero por ser un burro, por lo que
su amo tampoco entra.
El autor describe una bonita escena en la que Platero bebe agua de unos cubos donde se
refleja la luna.
Platero, la perra y la cabra juega y dan saltos animados mientras los niños los animan y
disfrutan de su compañía.
Los patos cruzan el cielo en sus migraciones y los dos protagonistas los observan.