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Cabimas, Venezuela
Hecho el depósito de ley:
ISBN: 978-980-427-167-0
Depósito legal: ZU202000012
Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol /Julio Quijada Rincón (Autor).
—1era edición digital — Cabimas (Venezuela): Fondo Editorial de la Universidad Nacional Experimental Rafael María Baralt
(UNERMB).
117 p. 22 cm.
ISBN: 978-980-427-167-0.
1. Narrativa venezolana. 2. Vivencias. 3. Literatura.
Colección El inquieto Anacobero
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La flor y el nardo......................................................................................................73
El cadáver reclama su sepulturera......................................................................76
El hallazgo de la perrita de Vasim Sanjuan......................................................79
La Baratona...............................................................................................................82
Se extravió “CHOCOLATE”.............................................................................87
El sol, la, luna y los cuartos menguantes (Novela de Oswald Vasim San-
juan como se la contó a Julián Quejana Roncín)...........................................89
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Hetaitras, ligeras y busconas en moto, de Josué Fnseca
Estudio de Hetairas, ligeras y
busconas en moto: aproximación a
la luna y el sol
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
“feliz y bendecida”, con preferencia por los misterios gozosos de un falso rosario
de lujuria y desvaríos ; Julio Quijada Rincón, el autor de esta historia y quien
en el relato se hace pasar por él mismo, es un hombre que en la historia se hace
llamar “escritor desconocido”, es decir un apócrifo que recuerda a Cide Hamete
Benengely o Pierre Mernard, falsos Quijotes de los siglos XV y XX de Miguel
de Cervantes Saavedra y Jorge Luis Borges.
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El texto íntegro: palabras liminares
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Sin título, de Gibersy Paola Gutíerrez Guerrero
La damita de regaliz y el sen sei
Una callejuela de una barriada tenía en una curvatura la casa oriental ador-
nada de dragones del sen sei adonde iban y venían legiones de niños, adolescen-
tes y jóvenes para entrenarse en las artes marciales. A esa casona, con aires de
bonsái crecido y practicantes ataviados de blanco, llegaba, con su puntualidad
de veleta, la damita de regaliz acompañada de sus críos. Becados los niños por
la bondad de un matrimonio, cuyo pilar tenía una posición de técnico especia-
lizado en México, cuyos viajes de ida y vuelta en labor y descanso le aseguraban
a él, su esposa y sus niños una vida holgada, y como la amistad con la damita
de regaliz databa de unas dos décadas, el cariño y la compasión de la pareja
hacia la damita de regaliz había acrisolado unos sentimientos de compasión
y protección en beneficio de la damita de regaliz y sus críos. Gracias a ellos, y
el sentimiento de hermandad por otrora haber sido condiscípulos, la amistad
había cruzado los linderos de un raro amor protector que se traducía en can-
tidades frugales, dispositivos comunicacionales posmodernos y toda suerte de
granjerías que aliviaban la pobreza de la damita de regaliz. En la casona asiática,
con un terreno casi redondo, lucía el coche colorado, tonalidad Ferrari del sen
sei. Había una oficinita que se unía a la casa y que era regentada por la esposa del
sen sei. Asistían gentes de toda la ciudad y la damita de regaliz acompañábase de
una señorona rubia y de belleza maligna que parecía una flor de pétalos alegres,
pistilos altivos y estambres fingidamente dulces.
La damita de regaliz se emperifollaba de baratillo con unos jeans descolori-
dos, unos botines desconchados donde ya no había rastros de antiguo charol.
El sen sei tenía la apariencia de esos impecables actores del Kung fu figh-
ting y regentaba su dojo con una meticulosa pulcritud de monarca asiático. De
tarde en tarde la damita de regaliz transitaba su ruta de becaria miserable del
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matrimonio amigo que había dado a sus hijitos aquel beneficio, en un acto de
bondadosa amistad que la damita de regaliz no debía desperdiciar ni empa-
ñar de ninguna manera. Se podía anudar o desanudar de amistades ligeras o de
amores cansados pues esa parecía ser la filosa filosofía de la damita de regaliz,
pero traicionar la fe depositada por sus amorosos benefactores era un faux pas
que la damita de regaliz no debería afrontar ni arriesgar pues se arriesgaría a
perder las dosis de crematismo y de esa vida regalada que tienen las estrellas
fugaces tan pendientes del brillo ajeno y de los resplandores gentiles y galantes,
que el matrimonio liberal y dadivoso prodigaba a la damita de regaliz. El sen sei,
ese emprendedor de filosofías orientalistas, poseía sus códigos y leyes estrictos y
de orden, cuyos tratados, quizá por mente ligera y despreocupada, desconocía
la damita de regaliz.
El dojo, bajo la regencia del sen sei, promovía actividades endógenas y exó-
genas. Las artes marciales constituían el plato fuerte que convocaba a niños,
adolescentes y jóvenes, así como padres y representantes. La damita de regaliz
tutelaba a sus críos, así como su amiga de rara belleza porcelanata a los suyos. La
damita de regaliz era un espíritu contadictor en pugna porque sí o porque no:
primero comenzó oponiéndose a las actividades extramuro: para cada “i” tenía
su punto que remarcaba con machacona evidencia. Un día porque un viaje ha-
cia otra ciudad no se ajustó a la puntualidad esperada por ella, armó las de san
Quintín; otro porque los niños fueron disciplinados ardió Troya.
La damita de regaliz causaba una impresión de agradabilidad a primera vis-
ta. El que “la miraba la compraba”. Algo en ella atrapaba hasta el punto que
pasaba por personita entendida y faculta para una variedad inmensa de temas
y una gama inmensa de tópicos que si un Juan Peña nuevo renaciese de las pá-
ginas de “El diente roto” esa era en cuerpo y figura...la damita de regaliz. Sin
embargo, cuando el individuo se adentraba “aguas adentro” en su personalidad,
algo volvía las aguas a su cauce y la mostraba en el espejo real de su ser: espíritu
simplón donde se juntaban las vanidades y el alma ambiciosa, los deseos de ser
trepadora más allá de aquella Victoria, mezclaje de Hilario Guanipa y Adelai-
da Salcedo en la novela del maestro Rómulo Gallegos. Como aquellas plantas
que escalaban posiciones unas encima de otras así era nuestra damita de rega-
liz descubierta por primera vez por el famoso escritor arábigo-norteamericano
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
Oswald Vasim Sanjuan. La damita de regaliz iba al dojo y regresaba de ese am-
biente oriental de “bonsái” crecido con su mirada puesta en sus metas, planes
y proyectos. El sen sei era hombre expansivamente abierto a dotar su escuela de
artes marciales de todo cuanto fuese en bien y en crecimiento físico y espiritual
de su estudiantado. Fue así como el estudio y la práctica de la apologética y los
hábitos confesionales hubieron de llegar a su centro con la Palabra. Al princi-
pio, la damita de regaliz y su amiga se acercaron y comenzaron a participar de
aquellos viernes entre biblias y cantos cristianos., pero la damita de regaliz no
andaba para pasar desapercibida ni para no figurar en esos viernes de piedad y
recogimiento. Ella era, sin dudas, como los centros de mesa: se creía esa figura
decorativa que causaba interés en todos y que algunos se quedaban con esos
especímenes sin valor para llevárselos a casa. Ser centro de mesa o de cama era
el desiderátum de ese psicologismo que se solazaba en servir de elemento de-
corativo en fiestas y cuantos eventos hubiere. La damita de regaliz pronto vio
que los viernes espirituales se presentaban como la ocasión propicia para no
pasar de incógnito; su aire de mujer con honda sabiduría y con ese misterio que
la envolvía, empezó a hacerse notar con sus comentarios y puntos de vista: la
madre cristiana que llevó primeramente la Palabra fue siendo desplazada por la
damita de regaliz. El sen sei, hombre prudente y pacífico, súbito vio el cambio
de aquellos viernes que cambió de la paz a la pugna, de los versículos y oraciones
a la diatriba y los desencuentros. La damita de regaliz mezclaba y revolvía ideas
locas con falsas creencias, se decía católica practicante y pronto las fricciones
hicieron aguas en el dojo cada vez que la damita de regaliz movía la cuchara y
revolvía su mezcolanza con ribetes de pastiche en ideas trasnochadas.
Los días fueron pasando en un saco de eventos pugnaces en los cuales la da-
mita de regaliz llevaba la voz cantante de trinos desafinados, arpegios disonantes
y tonos superpuestos “sin ton ni son”. Una pata macha posesa de la razón uni-
versal y de las tablas aristotélicas de la verdad para volver y revolver, encender y
apagar la diatriba e iluminar los fuegos de artificio de la disputa. Si había alguien
capaz de volarle las tapas de la serenidad y las arandelas del sentido común al ho-
norable magister de artes orientales esa era la damita de regaliz con la flor mustia
de la contradicción en las orejitas de ratona que se pisaba con harta frecuencia
para llevar el comentario monocorde, fuera de tono y en aquel anciano conteo
expresado por la sabiduría: “tantas letras hay en un sí como en un no”.
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maligna no iban a ser ni siquiera una piedrita en los zapatos del hombre sabio y
sagaz. Los aires de muérgana superior de la damita de regaliz andaban volando
bajo tres centímetros debajo del circulo concéntrico de sus locuras, ordeñando
las ubres de su pequeño universo. La damita de regaliz tenía ahora una meta
cuando salía con el sabor de la derrota: iba pensando como justificar ante el
matrimonio dadivosamente amoroso el porqué del retiro de sus críos del dojo:
llevaba en la mente la serenidad del sen sei “su niña es buena y aplicada, puede
seguir, pero usted no, manténgase fuera de la casa, después del portón de la
entrada”. Eso era mucho conceder y nada arriesgar para la sabiduría asiática del
sen sei y una humillación que no podía tolerar la damita de regaliz.
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Mujer con ilustración de espada, camiseta geisha, geisha japonesa pintada a mano,
pintura de acuarela, feliz cumpleaños vector imágenes png pngegg (s/f)
El colchón a los pies de todos
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Coma o beba, de Gibersy Paola Gutíerrez Guerrero
Oswald Vasim Sanjuan y su perrita
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ojos como un tío Pepe de otrora y empezó a babear ante tres cuartos de libra, las
ensaladas con sus dressings y cuantas guarniciones hubieron de servir los mozos
de mesa. Era una perrita con un filo descomunal ante las exuberancias, quizá
por viandas atrasadas y hambres viejas. Quejana Roncín le dio gusto, empero,
la perrunita se atragantó con desvaríos de mujer fina y de hembra complaciente,
con sus comeres y beberes ad infinitum si bien era una flaquilla casi caquéxica.
Nadie nunca jamás de los jamases nada le hubiera dicho a la perritica, pues
aparentaba ostentar pretensiones de gran dama, como aquella de regaliz del fi-
nísimo escritor Oswald Vasim Sanjuan, quien le escribió su cuento para decirle
las verdades que sus amigos le ocultaban en sus afanes de centro de mesa y de
cama, pues pasaba de la una a la otra y su desempeño se destacaba o se desbarataba
dependiendo de sus yantares y trasegares y nadie nada nunca le decía ni pío pues
la perrita pasaba de perruna a perreina si el yantar y el trasegar satisficieran sus
antojos tragoniles y mandibularios y devenía perrata si sus antojos no andaban
ni desandaban de acuerdo a los infinitivos canónigos de beber y comer. Cuando
Quejana Roncín se apercibió de la gula y la sed de aquella sargenta García en
el bebe que te bebe y en el come que te come de esa canina posmolar con vestigios
de tronchatoro, se tocó los bolsillos de su chaqueta agujereados y casi pone el
grito al cielo porque la perrita mandaba pedir más y más y no tenía compasión
de su digestión cuatrivacuna en libro, panza, bonete y cuajar. Parecía tener los
jugos gástricos interconectados al duodeno con esos desplantes famélicos de vivir
para comerla y beberla y no lo contrario de gentes o animales normalitos, pues
la perrata parecía venir de algún pueblo con hambrunas y sequias inmemoriales.
Consultado Vasim Sanjuan por su amigo este le contó que escribía una novela y
varios relatos y que si no había problemas él podía agarrar al cuido la perra. Esa
tarde de luz y claridad don Álvaro Tarffe les comentó a todos que el señor Avella-
neda estaba imposibilitado de tener ese encuentro con los amigos. Guerra Valdez
anunció que llegaría pasadas las tres junto con el filósofo de Mairena. Los amigos,
sin embargo, aprovecharon la ocasión para departir con el caballero enflaquecido
y de bondadosa inteligencia proverbial cuyo amigo gordinflón y panzudo pare-
cía andar alucinado; junto con ellos como si fuera un reflejo de varios espejos se
hallaban Quejana Roncín y Alvar Fanel Guspín. En el patio, entre las ramas y los
arbustos Vasim Sanjuan amarraba su perra, porque tantos caballeros juntos no
estaban para imprevistos caninos o sencillamente” por si las moscas”.
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Le Chat Noir, de Henri de Tolouse-Lautrec
Baratillos 4 del 5
centurial; parece que había otros detalles, más allá de lo electrotécnico, para
decretar las sombras. La luz en el alma, al estar ausente, declinaba la claridad
de aquel baratillo de existencias oscuras; eran Vidas Oscuras, más allá de una
novela o de esta que absorbía el tiempo de Oswald Vasim Sanjuan quien sabía
de luces y sombras.
Cide Hamete Benengely, según nos contó el discreto caballero, no tendría
tiempo para llegar con su libreta de apuntaciones al baratillo 4 del 5; aunque
el presuntuoso esplendor de la mercadería de goliganga y bajo coste atraía a los
incautos, Cide y su amigo Oswald, el arábigo-norteamericano autor de El sol, la
luna y los cuartos menguantes habían salido deprisa al aeródromo en las afueras
de la ciudad, pues ese día lluvioso estaba anunciado el arribo del filósofo Juan
de Mairena junto con el esclarecido y enjundioso vate César Guerra Valdez. Sin
embargo, el vuelo con la llegada de esas dos glorias de pensamiento universal
no daba muestras de certeza en cuanto a la puntualidad. Que llegaran o no era
cuestión de esperar y en esa espera de desespero a todos se les iba la vida. Al ba-
ratillo 4 del 5 llegó puntualmente en su motocicleta de saltimbanqui Alvar Fa-
nel Guspín. Traía dos botellas grandes de ron del trópico. Se sentó con el amigo
del escritor y en cuestión de segundos se fue. No reveló a nadie el porqué de su
“partida súbita”. Alvar Guspín era un tipo raro, parecía un gigante en el cuerpo
de un niño. Como el flaco de figura entristecida y de inteligencia proverbial
y su ayudante gordinflón de ingenio en apuros, el escritor y Alvar Guspín se-
mejaban dos sombras lejanas de aquellos de Avellaneda que una tarde de luz y
claridad se reunieron en casa de don Álvaro Tarffe. Ellos, al igual que aquellos,
estaban convencidos de que eran personajes irreales que habían brotado de una
novela. En el baratillo 4 del 5 después de la partida de Alvar Guspín y un amigo
de quien nadie sabía nada, el escritor vio el camino despejado para adquirir
aquella existencia. Todos los curiosos, entre familiares y amigos se fueron yendo
cuando la noche comenzó a caer sobre la ciudad. Todos se alejaron. Se apagaron
las luces: el precio, una oferta “impelable” anunciaba la ganga de ese día: en una
caja negra, como recipiente de un cadáver joven estaba todo: el baratillo 4 del
5 no se hacía responsable de la calidad y de la duración. Mil días y ya: no era ni
sería una durabilidad eterna, pero algo era algo y por algo había que empezar.
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Sin título, de Gibersy Paola Gutíerrez Guerrero
Casa, casona, casucha: nudo y nido
de rata por desidia fraternal
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
Si el Pater decía: “Ego sum lux” nadie sabía el porqué de tanta oscuridad que
se hallaba en los arcanos infinitos entre las razones y las sinrazones y si ensegui-
da tronaba desde lo alto: “Et Veritas et Vita” se ignoraba por cuál razón o falta
de esta corría deprisa la mentira con patas cortas y la Parca andaba hollando
con su garra torcida lo derecho de la vida. Cuando el camión de mudanzas se
alejó de la Deliciosa pareció que la infancia y la candidez de la niñez habían
desaparecido por siempre. La familia de padre, madre, dos niños y tres niñas
volvió a crecer. Parecía que la madre tenía una fecundidad que podía sobre-
pasar la media docena y así fue. Junio, trajinado a mitad de año, trajo el sexto.
La casucha en arriendo de Blanca Lisa, anciana eterna con la tos del tío Pepe,
tenía los cielorrasos vueltos golilla: ratas y ratones se paseaban cada noche y
los grillos, emborrachados de desvelos, tarareaban sus monocordes sinfonías
en la penumbra de cada noche que amanecía perezosa por un chorro de luz.
Saltaba la mañana con soles y sin lunas al encuentro con la vida. Ahora el sexto
había emparejado el score y las fuerzas familiares anotaba tres hembritas y tres
varoncitos. La niñez se holgó de televisión, escuela, playa de sal y sol, primeras
comuniones, bandazos y desbandadas de aves y frutos, una calle en bajada para
patinadas y patinetas, triciclos y bicicletas, autos ensordecedores de motores
ruidosos y humaredas asfixiantes. La casillona en arriendo de Blanca Lisa, igual
que la de don Evelio Márquez, hacía que padre y madre se percataran de que
habían nacido debiendo y habrían de morir pagando hasta que al filo de los
cuarenta y pico padre y madre hallaron un día casa propia. Las Veras, como
otrora la Deliciosa, se volvieron recuerdo, memorial de infancia y niñez que no
morían tras una nueva mudanza. La casa nueva, en un ensamble de otras pare-
cidas oteaba hacia el sur. Eran todas como diseñadas en una máquina Xerox que
las aliteraba con las mismas dimensiones. Tenían, las más grandes, dos plantas
y las unifamiliares eran cajitas de fósforos para solteronas como la tia, viuditas
del rey como mamá Lery, minifamilitas de una madre con un hijo o un poeta
que pergeñaba sus hojas de monte muchos años después de haber desaparecido
el poeta de la barba nevada y la pipa sin espuma ni mar.
La Deliciosa, centro del primer hábitat, con su entrada imperial y camino
de tierra, fue una casa en la cual padre y madre levantaron cinco soplando el fo-
goncillo de la tiznada en cuyas humaredas madre redondeaba los discos y tortas
de maíz y la vida era apagar la vela para que se iluminara el sueño; Las Veras fue
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era más seria cuando el dolor del seno de Nora la volvió cenicienta de tristeza con
sus zapatillas tristes. Julián la consintió y le dio su hogar junto con su esposa e
hijos por esa última temporada. En diciembre, último día de un año la llevó a la
casa del ensamble del sur. Nora le dijo “nunca había sabido lo buen hermano que
eras” en el camino se ahogaba porque el aire se tragaba el espacio achicado y en-
charcado de sus pulmones. En el viaje a una clínica a las afueras del ensamble del
sur, alguien les hizo la caridad de media hora de oxígeno. Ana y Marian la recibie-
ron y sus cuidados solícitos la fueron preparando para que volara. María se había
elevado al Pater un 1-11 y Nora, morisquetas de la vida y la muerte, lo hizo em-
pujada por un vómito de sangre el 11-1, voltearon las fechas y no por muérganas
sino porque la vida y la muerte tienen sus misterios inasibles más allá de un día se
santos o del onceavo de enero cuando ambas fueron al Pater destetadas de la vida.
Un día, muchos años después de padre haber hecho mutis, Mario se apa-
centó, luego de su primera escisión de los yugos nupciales el trágico sino de su
alter, ese otro yo que suele dar la vida, se apacentó, dijera el autor de estas notas,
Vasim Sanjuan, con un ballenato de acerbo acaecer. Era una mole corroída por
quién sabe qué sentimientos de rechazo a la familia y viceversa. El peso de esa
carga no era óbice para que se quisiesen como tórtolos siendo que había un ne-
buloso romance a la vera de la primera juventud. El ballenato cantaba mientras
cocinaba y barría la caserona vuelta vestigios del ensamble del sur y si la visita
era familiar ni un vaso de agua ni un café hipocritaba un falso ofrecer. El trágico
sino del alter fue un año antes de que dos balas hicieran que volara el pajarito
inquieto de Marian, la hija que la madre obtuvo tiempo después de inaugurar
el día de santos, cuando María voló aquel 1-11 y que una morisqueta de la vida
volteó en Nora hacia un 11-1 casi un cuarto de siglo después. Por ese tiempo
Julián quiso que los hermanos, liderados por Jesús y Mario hicieran, como ju-
ristas que eran, que la casa del ensamble del sur tuviese todo en orden: papeles,
documentos, registros, procedimientos de ley y notarías para que se evitase un
caos en una casa que parecía estar habitada por fantasmas y espíritus. Se decía
que padre y madre nunca se fueron de la casa, que María llegaba al amanecer y
Nora salía de noche. Nadie de la familia había visto a padre y madre, María ya
era adulta en el mundo metafísico y Nora no volvía sino al amanecer. Muertos
ocupados en sus diligencias del otro mundo daban mucho que pensar.
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
Owald Vasim Sanjuan, antes de escribir El sol; la luna y los cuartos menguan-
tes, su novela, creía que Mario se hallaba a gusto en su egotismo o yo inflado
y que Julián era una suerte de hiperestesico dariano. Los dos personajes, her-
manos con la sangre común de padre y madre, tenían distintas visiones de la
vida. No era lo mismo vivir y sentir que los hermanos, esa bendición de padre y
madre, se hallaban acodados pensando en la suerte de los otros que pensar con
la filosofía yoísta de “ yo, siempre yo” . .. “ en las puertas del cielo primero yo
que mi padre” y así eran Mario y Julio, agua y aceite, como aquellos personajes
camuseanos: Salamano y su perro. Ellos no se detestaban, pero se diferenciaban
como el día y la noche, el frío y el calor, la luna y el sol. Jesús uno y Jesús dos
parecían andar más sintonizados con Julio, aunque entre ellos también había
diferencias. Las chicas también tenían sus rasgos: María fue la fuerza y el empu-
je de la casa, su vuelo en día de santos volvió lo que había de ser un barco en mar
sereno un esquife en zozobra y perdido en la tempestad. Al partir María, ejér-
citos de hormigas, cucarachas, comejenes y alimañas, se alinearon con su gula
infernal. Ana fue un soporte sin la fuerza de María y pronto pareció sucumbir
en el esfuerzo de mantener el barco a flote. Nora fue la ternura de quien no te-
niendo nada lo daba todo. Las dos balas en Marian no dejaron ver qué sería de
su vida. Todos para todos debía ser el ideal y no todo para uno.
Los viejos, padre y madre, fueron las piedras fundacionales. Madre fue una
fuerza constante y de carácter. Apoyaba lo bueno y lo fructífero y callaba ante lo
no conveniente, pero su silencio era un compás de reflexión para luego disuadir
con razones. Padre fue el soportal de la casa, el alma y la piedra fundacionales de
la casa. Padre y madre fueron, en las buenas y en las malas, el ejemplo y el crisol,
en las letras de una familia. Sin embargo, al desgajarse el espíritu de fortaleza
que había en María y pasar volando entre santos y muertos el barco golpeó con-
tra una roca y enfiló hacia un mar encrespado y turbio. La casa devno esquife y
el barco, sólido y de fuerza descomunal, empezó a hacer aguas. Si no se hundió
fue “porque Dios es grande” pensó Julián y fue en busca de Oswald Vasim San-
juan quien había leído los borradores de su novela Sanfranco V nivel, que podía
ser de un anónimo Julio Quijada Rincón con un libro desconocido en la ciudad
primero, en el país después, en la capital siempre. Julio Quijada Rincón andaba
asiendo su escritura por el cuello, con la pluma de la fe y el amor por las causas
nobles. Tenía a mano un acto de amor hacia su hermana Marian, asesinada una
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tarde oscura, un acto de amor hacia sus hermanos vivos. Se fortalecía en el re-
cuerdo de padre, madre, María y Nora. Sus hermanos Jesús y Mario, mayor y
menor, abogados y letrados tenían dos tareas pendientes y si las satisficieran co-
menzarían a sacar el barco a flote: poner en orden los documentos y el historial
de Marian, hacerse eco de los sueños de Julián , ir con sus palabras de letrados
contra unos molinos enmohecidos y miserables que oscurecían y volvían can-
grejo un crimen de una hija de vecino, apartar las telarañas y el polvo de siglos
de la casa del ensamble del sur, ordenar y hacer posible un acto de justicia hacia
sus hermanos: la casa del ensamble del sur fue obra de amor de padre y madre y
había que acudir solícitos y amorosos a venderla. Con esas ideas le escribió a su
hermano Mario un clamor desesperado.
Ciudad, mes tal, del año cual sea. Mario Quejana Roncín, su despacho.
Hola hermano. Ayer me reuní con Nacho. Nos bebimos un vodka nacional
con jugo de naranja. Quería y quise que vinieras para que habláramos de la casa.
Desde 2001 cuando murió padre y desde 2009 al partir de madre y jamás de los
jamases se ha hecho un nada por poner al día todo lo relativo a documentos a
fin de que sea posible su venta. Yo le voy a ceder toda mi parte a Nacho. Él va a
representarme con documento que le voy a firmar. Yo prefiero un 10% de algo
que un 100% de nada. El tiempo pasa, la casa se desmedra en el desmadre del
polvo, el comején y la desidia. Mis hermanos Ana y Jesús van en bajada al lado
de la casa fundacional que se carcome de indolencia y dejadez. Yo no necesito
otra cosa que morirme habiendo hecho un bien. Y es malo y hasta grotesco el
estado en que viven nuestros hermanos y es hasta un pecado de falta de senti-
miento la postración y la humillación de lo que otrora fue la CASA DE LOS
QUEJANA RONCÍN Y PEOR ES que una sola persona le aplique un mo-
rrocoy y una tortuga a un patrimonio colectivo que en algo puede ayudar a los
más desvalidos. En próxima reunión le voy a firmar un poder a Jesús y creo que
él se va a interesar y va a desatar ese andamiaje que se halla obtuso por la hez, el
orín y la polvareda de siglos. Yo estoy tranquilo con jubilación, mi pensión del
seguro, la ayuda del gato y mis clases online. Me ocupa y me preocupa la suerte
de Ana y de Jesús. Pd. Mayeca se fue pal cdlm. ¡¡¡Se consolida la diáspora de los
hijos de Marian...y pilas!!! Ellos también son herederos. Saludos y ya sabes. No
me la he fumado verde ni estoy hiperestésico.
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
A los días la respuesta de Mario llegó. Ciudad. Día tal, mes cuarto, del año
de la pera.
Julián, a tu entender.
Julián Quejana Roncín: Buenas noches. Ya hablé con Jesús, aprobada la ven-
ta de la casa. Recuérdote que fui el único que invirtió en ella y que quiso restau-
rarla, pero me es imposible ahora al igual que todos. Ya llegué a un acuerdo con
Jesús y se venderá.
Mario.
Volvió Julio al tema y le respondió.
Me parece, hermano, bastante sensato, aunque extemporáneo que pueda ha-
ber humo blanco para la venta. Nadie desconoce lo que invertiste y si tiene que
tocarte la mitad de la casa y aún más es menos peor para el resto de los hermanos
que nada agarran. Así esta decisión, producto de un tour de force, represente un
casi nada para mí. El mayor error fue que Jesús consintiera en agarrar su parte sin
haber vendido; a mí me causa dolor ver en la casi indigencia en que viven o malvi-
ven Ana y Jesús. Yo sé que cediéndole a Jesús nada pierdo pues él luego me resol-
verá. Me alivia saber que esto pueda significar una mejoría para Ana y Jesús. Y ver
el estado comatoso y caquéxico de la casa, me recuerda los últimos días de María
y los de Nora. Procedamos bien y dejemos que el tiempo haga el resto. Saludos.
Julio.
Mario volvió sobre el tema en los términos siguientes.
Yo compré con mucho sacrificio en 50 millones de los antiguos que no era
una cosa de juegos. Ahora nada es y todo se dolarizó, pero ninguno de nosotros
tiene la posibilidad de comprarle a otro sin desbancarse o desmejorado su con-
dición. Si les compro a todos implica vender la camioneta por una casa donde
no quisiera vivir por los recuerdos buenos y malos. La decisión más salomónica
es vender y repartir con equidad.
Y Julio no se hizo esperar.
Todo eso lo sé. Pero han tenido que pasar dieciocho años de la muerte de
padre y diez de la de madre. No tienes que comprar nada. Solo dejar que los
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
demás tengan acceso a ese patrimonio familiar. Vos eras un muchacho cuando
yo asumí mantener a los viejos hasta que murieron. Y si tuviera que hacerlo
de nuevo no lo dudaría. Creo que si uno no es sensible al dolor de nuestra fa-
milia por mucho Dios que se predique todo no pasa de palabras huecas que
retumban en el vacío y en la nada. Esperar que los mayores se mueran no tiene
sentido pues cada viejo trae cola en herederos. Es hoy que se necesita y no para
los próximos veinte años.
Y Mario, obsedido en su letra volvió con sus razones o sus sinrazones.
Bueno en ese aspecto ya no tienes nada que decirme sino entenderte con
Jesús quien estará al frente de la operación de venta.
Cuando Vasim Sanjuan se enteró de que los dos hermanos llegaron a acuer-
dos, le recomendó a Julio que se comunicara con ambos... Había corrido mu-
cho tiempo desde que Marian fue asesinada en el frente de la casa del ensamble
del sur; las dos balas, mandadas por encargo para callarla, vaciaron el aire de sus
pulmones. La quietud de la brisa la hizo correr con lentitud, como contando
su actuar silencioso y sus pasos cuando sintió el fogonazo que desató el poder
de su sangre que la ahogaba en un río nocturno y oscuro; entonces al trasponer
los escalones fue cayendo en cámara lenta y apagándose sintiendo el horror de
estar muriéndose.
Vasim Sanjuan, el escritor de esta historia le pidió a Julián que hablara con
los dos abogados: Jesús y Mario. Debía hacerlo deprisa pues el largo decenio
transcurrido desde el 15 de febrero cuando Marian se apagó había transcurrido
mucho tiempo y seguir pasivos, agregarle capas al olvido y enterrar para siem-
pre su sombra, significaba desplegar las velas del barco y andar tras el oleaje
sereno, pero con el peso de la injusticia, la sombra y las luces de una conciencia.
La conciencia, una piedrita en el zapato, no dejaba caminar. Si en El sol, la
luna y los cuartos menguantes aquella que era de plata y falso brillo, según su
autor, carecía de conciencia, Julián, el hermano de Marian debía hablar con
sus dos hermanos a fin de que removieran los cimientos, hicieran sangrar la
sociedad, si “ la damita de regaliz “ obraba pisándose el cerebro y había logrado
sacar de sus casillas al sen sei como se lo contaran a Julián, era preciso actuar.
Él pensaba: “carpe diem”, pues la justicia era la reina de las virtudes y cuando
39
Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
dejaba de ver, escuchar y hablar. Carpe diem lo veía con claridad, “Carpe diem”
sonaba como un son perfecto a sus oídos.
Carpe diem ¿por qué callar? ¿Por qué encallar? Carpe diem.
Julián Quejana Roncín no conocia a Oswald Vasim Sanjuan ni tenía por
ese entonces referencias de Cide Hamete, de Avellaneda ni de Álvaro Tarffe
cuando escribió Sanfranco V nivel. Por esa época siendo profesor de bachille-
rato siempre había soñado con ser escritor. Sentía que lo era en un país cuya
tradición literaria se hallaba en las manos de los padres tutelares de la patria;
con Gallegos a la cabeza, Otero Silva, Pocaterra, Blanco Fombona o Meneses.
Un crimen sacudió el ensamble del sur a quince días de haber comenzado el
segundo mes de un año, el sexto de un siglo. ¿Qué importancia tenía un sicaria-
to de una madre joven? Era acaso una raya o pinta más para un tigre en un país
que derramaba miles de litros de sangre a diario en muchos hechos luctuosos en
los cuales la sangre formaba ríos y mares.
Quejana Roncín consultó a Vasim Sanjuan si lo que restaba de la morada del
ensamble del sur era casa, casona, casucha o cualesquiera de las denominaciones
con que se nombraba: casita, caserona, caseronita. El sabio no tenía respuestas
en su saber de siglos. Era evidente que el nudo de tanta espera era un nido de
ratas. La desidia fraternal operaba con lentitud mientras la molicie avanzaba.
Parecía que la muerte era otra forma de vida para decretar el silencio.
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Sin título, de Gibersy Paola Gutíerrez Guerrero
De los días felices y bendecidos
Oswald Vasim Sanjuan el autor de El sol, la luna y los cuartos menguantes cuan-
do salía de paseo con su perrita siempre pasaba por un templo con un cartel algo
extraño, no mencionaba a Dios ni a ninguna deidad, tampoco un santo ni virgen
sino un cartelito garrapateado en el cual se leía “Felices y bendecidos días” con
una extraña teología que se expresaba en cielo y se olvidaba de la tierra. Consulta-
dos sus amigos fue don Juan de Mairena el primero en manifestar que el cielo no
era cualquier cosa y su contraria, la tierra podía convertirse en cielo o en infierno.
La ontología, estudio del ser, hablaba de estos y otros temas más.
Ese templo blanco como una paloma, con esa ave por centro, tenía entre sus
teosofías la oscuridad y el silencio. La paloma era el leit motiv de su rara teolo-
gía de antivirtudes en cuyo epicentro extraíanse del Santo Rosario solo LOS
MISTERIOS GOZOSOS. Verdades y mentiras andaban unidas a una extraña
dialéctica de sinrazones porque las razones se hallaban ausentes en la inmuta-
bilidad de sus preces ligeras. Consultado Pierre Mernard dijo: “le ciel n’est pas
dans cette eglise”. Álvaro Tarffe, ocupado en atender a sus dos amigos: el hom-
bre enjuto y de inteligencia preclara y el gordinflón panzudo de poca sal en la
mollera, esperaba por la opinión de Avellaneda, en tanto César Guerra Valdez
había asegurado que llegaría ese día con el brillo de sus cinco libros fundamen-
tales; su avión parecía jugarle una mala pasada cada vez que su experiencia era
necesitada. Sus amigos ya ni preguntaban acerca del bardo infinito. Un escritor
desconocido de apellidos Quejana Roncín había sido un atento devocionista
de ese templo, pero al ver ciertos manejos en los cuales las promesas de fe ha-
bían sido avecillas ligeras de vuelo errático había hecho mutis.
“Felices y bendecidos días” se había transformado en todo lo contrario de lo
que los templos de la ciudad predicaban: su divisa era lo indirectamente diviso,
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
la paz era una santa conflagración, el amor era un sentimiento que se pisoteaba
en una doctrina de aves raras cuyo cultivo andaba entre flores de bellezas ma-
lignas y nardos de bondades en presunción. “Felices y bendecidos días” era una
suerte de centro de mesa donde andaban las ilusiones baratas y el crematismo
con los valores de lo efímero, lo intrascendente, como esos falsos espejos, que
mirados a contraluz hacían abstracto lo concreto, deformaban las flores para
que fueran espinas: flores de barranco, florecillas baudelairianas, floripondios
de belleza falaz y nardos horribles. Si otrora hubieron de acaecer siglos de luces,
los templarios de “Felices y bendecidos días” andaban y desandaban la oscuri-
dad y el silencio de la falsedad. De templo pobre a pobre templo la semántica
tenía sus sitiales para averiguar en “Felices y bendecidos días”. Se barruntaba el
orden del desorden que andaba de sustantivo a adjetivo.
Aunque Tarffe pensaba al igual que Mernard “au contraire”: de adjetivo a
sustantivo. El cuerpo del señor, minusculizado a propósito para diferenciarlo
de El Divino Maestro, era el primero, el devocional de “Felices y bendecidos
días” una diabólica liturgia sin agua bendita, pues el cocal era el comodín li-
gero y hasta logrero. Quejana Roncín pensaba que toda la falsedad que había
entre cielo y tierra se hallaba en “Felices y bendecidos días” con sus promesas
incumplidas de cielo sin tierra. El polvo, subidas, bajadas y explosiones, devenía
polvareda, aunque por los conflictos existenciales se hallaba más próximo al
Polvorín o fuerte de pólvora a un paso de explotar. “Felices y bendecidos días”
fue un canto a la desesperanza, un experimentar en el interior de un alma vacía
y vaciada ante el vuelo bajo de las palomas. Vasim Sanjuan, hombre de fe, creía
que Quejana Roncín hacia un ditirambo de “Felices y bendecidos días”. Fue al
memorial de Cide Hamete Benengely, el eximio escritor de un Quijote muchos
años antes de que Cervantes Saavedra llevara al lector al patio y el corral donde
el cura y el barbero, complacidos por el ama y la sobrina, echaban al fuego o al
corral unos libros sí y otros no, en un hacer caída y mesa limpia con los buenos
y los malos. El escrutinio de “Felices y bendecidos días” daba espacio para que el
escritor escrutase verdades y mentiras entre el silencio y la oscuridad
Cuando el escritor se persuadió de que “Felices y bendecidos días” era una
historia de cielos ilusorios con maquinaciones trepadoristas, sintió una tristeza
grande por un templo que creía noble y bueno. Toda su fe se había ido desmo-
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
ronando tras un confiar sin desconfiar y “Felices y bendecidos días” era ligero
de ligas y de vuelo rastrero a tres centímetros de las ruedas direccionales; se
sintió devastado, desempolvó Les fleurs du mal y sintió que el piojo, las lien-
dres y los escarabajos andaban entre los encantos; que la fementida vanidad era
florecilla triste como un cadáver joven que se bamboleaba cada noche entre la
oscuridad y el silencio
“Felices y bendecidos días” tenía su ave al cual se le consagraba todo anhelo
como un dios que bajaba, subía y explotaba sin mirar al ser humano. La paloma
expresaba el gozo, pero también el castigo, el dominio y el vasto terreno para la
fe por lo efímero. Vasim Sanjuan buscaba en el tratado del memorialista Cide
Hamete y solo hallaba palabras clave en la predica de “Felices y bendecidos
días”: ilusión, vanidad, orgullo, misterio, silencio y oscuridad. Desde la época
de su novela El sol, la luna y los cuartos menguantes sintió que su escritura se
hallaba en su mejor momento. Quijada Rincón sintió una noche el llamado de
“Felices y bendecidos días”, consulto a su amigo pues le había llegado el holo-
grama que tenía tiempo sin ver. Desde la oscuridad y el silencio, que precedió
a los primeros mil días prefirió no responderlo. Se hallaba muy a gusto en su
escritura. Sabía que todo intento de back to back tendría la férrea oposición
de fuerzas externas; flores de belleza maligna, nardos horribles de bondad en
presunción y desde su escritura sintió que su vida tenía sentido. Vasim Sanjuan
andaba paseando a su perrita cuando ambos amigos se tropezaron. El amigo de
Vasim Sanjuan llevaba bajo el brazo sus “hetairas” y tenía fe en el poder de su
escritura, aunque sabía que El sol, la luna y los cuartos menguantes era una obra
superior. Desde un charco de fe dolida había transformado su tristeza en una
joya de belleza sublime que apartaba las sombras y acercaba las palabras al arte,
la belleza y la alegría.
El amigo de Vasim Sanjuan sabía que todo orden tenía un sentimiento pro-
fundo que iba más allá de un patio donde volaba reptando las palomas dejando
una estela de tristeza ante cada error. Sentía que su vibrar y su existir era de
alto vuelo más allá del ladrido lastimero de Scott, el cantar del gallo enano y la
tristeza enorme de Julin el perrito solitrio enfrente del templo de palomas ras-
treras. Su paloma no había detenido su vuelo cuando el silencio, la oscuridad y
la incomprensión se instalaron en contra de las manecillas del reloj cuando su
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
volar era derecho, sereno y de gozo sublime. La noche llegaba cuando sintió el
llamado: debía apartar las tinieblas que flagelaban el silencio. Vasim Sqnjuan lo
había logrado. ¿Por qué él no?
BD “Felices y bendecidos días” eran esas minúsculas que hablaban de cielo y
no de tierra, que exigían verdades en medio del embuste enhebrado con el hilo
silente y oscuro de la mentira. “Felices y bendecidos días” era un templo donde
el vuelo ligero de la paloma tenía un misterio de gozo se ataba al falso brillo, al
resplandor de otros astros con oro, monedas de tintín pesado que confundían
lo barato con lo caro, los placeres del mundo contra de la tristeza de niños so-
litarios y fanáticos. El hombre de bien era desplazado por el de los bienes que
incendiaban de hipocresía los falsos requiebros. El escritor sabía que ese templo
de boato y falso brillos tenía un cáliz de miseria y soledad como esas caminatas
de mañanas, tardes y noches como la perrita de Vasim Sanjuan.
El templo de “Felices bendecidos días” era la suma de nada, la resta de todo,
la multiplicación del desamor y la división de las penas y los desencantos, se
trataba de una suma binaria de encantos y tristeza, especie de aquella regla de
compañía de padres y abuelos: interés, por rata por tiempro, algebraica inutil
de numeros naturales, regla de tres simple, menage a trois en los pares y binarios,
sustitución elemental por reducción al absurdo
Consultados los amigos cada uno tenía un concepto: Cide Hamete Benen-
gely había dejado en su memorial: “si te dan la vaquilla ve por la soguilla”, Vasin
Sanjuan pensaba que de cabra a cabrón solo había una caramera que nadie de-
bía lucir.; “glorias de traspatio” pensaba don Álvaro Tarffe que ya había salido
tarde entre el calor y las luces junto con sus dos amigos a esperar a Cesar Gue-
rra Valdez cuyo vuelo no arribaba aun al aeródromo local. Alvar Fanel Vasim
Guspin y Julio Quijada Rincón iban tras los amigos duvisando a los lejos el
templo de “Felices y bendecidos ahogado en el vuelo de tantas palomas entre la
oscuridad y el silencio.
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Chocolate,
Chocolate de
de Gibersy
Gibersy Paola
Paola Gutíerrez
Gutíerrez Guerrero
Guerrero
María, ángeles y ausencia
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
48
Sin título, anónimo
Historias de vulpejas, busconas y
baratonas. (A Noris Nava y La kga)
Oswald Vasim Sanjuan el autor de la novela El sol, la luna y los cuartos men-
guantes, sabe de lo humano y lo divino, pues cada mañana cuando saca a pasear
a su perrita de pelambre oscuro y enmarañado las ve ir y venir con sus aires de
centros del universo: “tienen el síndrome de creerse a pie juntillas sus historias
tristes”, piensa. Su amigo Gabo, putañero en su temprana mocedad, les dedicó
una novelita gris que hablaba de “putitas tristes” y el gran Uslar en “La Isla de
Robinson” novela tan buena como “Las lanzas coloradas” al hablar del magiste-
rio empobrecido de don Simón Rodríguez, el maestro de Simón Bolívar, decía
estar más arruinado que “puta en cuaresma”. Vasim Sanjuan saca el tarro de la
basura y su corazón de hombre conocedor de lo humano y lo divino se percata
de que no todos los caminos conducen a Roma. Roma es, leída desde la “a”
hasta la “r” la ruta extraviada. Vasim sabe que entre ser y parecer está la cosa.
Como hombre genial y dotado de talento excepcional por ser tataranieto del
inmortal Cide Hamete Benengely, el primer autor de El Quijote antes de que
la inteligencia burlesca de monsieur Pierre Mernard, hijo de un anciano ciego y
proverbial que se enorgulleciera más de sus lecturas que de su escritura, dijera
para quien quisiera entender: “il faudra vivre a la manière des femmes bibliques”.
Don Juan de Mairena, filósofo y hombre de talento dijo un día: “ bebe el agua y
no la ensucies” sin embargo, ese Sócrates moderno amigo de don Álvaro Tarffe
y sus dos amigos, personajes de Avellaneda, andan y han anhelado la llegada del
escritor César Guerra Valdez. Su vuelo ha sido un enredo de aeródromos en-
galletados y afectados por los blackouts que últimamente han asolado a su país.
En ... Mis putas tristes, refiere Alvar Fanel Guspin una pelandusca vieja admi-
nistraba un lenocinio adonde las putitas tristes trabajaban el fruto que el Señor
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
les dio para no morirse de hambre. No eran, según Gabriel García Márquez,
mujeres de la vida fácil pues debían roer el pan duro de beodos consuetudi-
narios, abuelos babosos y menestrales sórdidos. Destacábase Delgadina por su
belleza y juventud; empero la vechia putana que administraba el tugurio le pin-
chaba a Delgadina su primer encargo laboral en un anciano periodista quizá el
alter de Gabo: dotado de experiencia, pero imposibilitado de levantar su potra
casi antediluviana.; el abuelito fablistan se llevó a la damisela entristecida y solo
pudo pasar la noche entera contemplando la desnudez de su angelical Delgadi-
na. Fue Gabo generoso con aquella putita triste que aún no se hallaba preparada
ni sabía cómo cocinar su guiso de principiante; aquella magdalenita angelical y
“más bueno” todavía con el anciano escritor del primer borrador de la historia.
Y fue menos cruel que con aquella vulpejita presente en Cien años de soledad
y en La cándida Eréndira condenada por su abuela mardita a acostarse con
un hombre distinto cada noche porque la carpa donde hacia sus movimientos
lúbricos de virginidad huequeada a la luz de una vela, se había incendiado por
no ser aquella maríita angelical principiante una diabla veterana y cuidadosa.
Contaba el nobel colombiano que el cuerpo de la niña se había apelmazado de
tantos sudores y humores acumulados. C’est triste pensaba Mernard. Guspin y
Quejana Roncín, amigos de muchos años, pensaban que la vida es cosa seria,
que el pecar individual era grave, pero que más grave era alborotar mentecitas
como vuelos de cucarachas, moscas y grillos en cada mayetita angelica l en vías
de remedar a Delgadina... Y no había que decir más, sino que “a quien Dios se la
da, san Pedro se la bendiga”. Madre decía, según confiesa Julián Quejana Ron-
cín: “aquel que soberbio fue humilde volvió otra vez” quizá acordándose de su
propia madrecita; “las cucarachas vuelan para anunciar la tormenta” y está de la
abuela de madre: “no llorar por la leche derramada” y aquella como en un juego
de muchos espejos recordaba a la bisabuela de madre “ madre solo hay una” y
aquella a la “tátaratátara” de madre: “la madre quiere al hijo porque es bueno”;
entonces remató don Juan de Mairena: “joder, hijas: tantos espejos encandilan”.
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Dama antañona, de Gibersy Paola Guitíerrez Guerrero
La hija bondadosa: Nani
Que la hija le dijera al padre, cuenta Oswald Vasim Sanjuan: “yo no leo tus re-
latos” era según el autor de El sol, la luna y los cuartos menguantes, una prueba de
la honestidad para Quejana Roncín su amigo quien creía que ni ella ni nadie en
familia habían leído su novela Sanfranco V Nivel , sus cápsulas tipo Greguerías o
todo aquellos artículos periodísticos que ni él mismo quería recordar y que habían
servido de pienso contra las plagas y que el cura y el barbero habían lanzado al corral
con la ayuda del ama y una sobrina que llego a incendiar la pradera cuando dijo que
esas eran locuras de la edad, la amargura y la soledad y a él le parecía que andaba
en lo cierto pues ni una docena de diablos se atreverían a contradecirlo quinientos
tres años después de la primera quema de una biblioteca. Aquí se trata de defender
la escritura del señor “Coelho”, la música del coro interparroquial o la maravilla de
“Factoría” y “Bud Bunny” y no esas boberías de El viaje al Parnaso, Rinconete y
Cortadillo o El licenciado vidriera. Por cada La culpa es de la vaca o el ultimo éxito
de Coelho alguien salía con Madame Bovary o Eugénie Grandet. Tal vez un caso
Driefus o un De Profundis tenían menos alternativas de preparaciones inmediatas
que ¿Quién se robó mi queso? Pierre Mernad exprimia luego un oh là là, c’est la vie.
Los dos amigos de Álvaro Tarffe no habían llegado. ¿Estarían en busca de los otros
amigos?, buscados por otros dos amigos y eran Julián Quejana Róncín y Alvar Fa-
nel Guspin; no sería fácil tener un papá tan absurdo como el escritor que la llamaba
mi ranita platanera o que un día vio a la hija y su primita Patitia sentadas como dos
reinas de exuberante belleza enfrente de la casa ataviadas de señoras mayores con
vestidotes, pelucas, coloretes y las enfrentó con una cruel chanza: ¿que hacen así
como dos perras malucas? Las reinitas, caídas en sus eguitos mal feridos, corrieron
y enmendaron la plana porque Quejana Roncín se había levantado en un Sanfran-
co de deslenguados adonde entre tornillos, tuercas y arandelas procaces andaban y
desandaban la ruta de la injuria, las palabrotas en ese pacífico o violento poblado
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
al sur del mar Caribay al cual le dedicó su novela invulnerable, a prueba de balas:
Sanfranco V nivel pero su Nani y la primita no merecían, recordaba el amigo de
Vasim Sanjuan que: había otras, las descentradas, que se debatían en un charco de
dolor y que andaban soplando oscuridades, enhebrando silencios en un caldo de
maldad, pero la Nanita y la Patita no: seres de bondad y de amor. Que la Nani no
leyera los relatos de su padre, quizá ella se los perdía pues de ordinario pensaba que
tenía un padre absurdo. Nani con “i” latina al final es su reina que un día fue princesa
amorosa desde el amanecer hasta el ocaso, con una espiritualidad sin desapego de
tener sus pies sobre la tierra. Su Nani remeda esa, su Catena legionis de su primera
espiritualidad: “Quién es esta que va subiendo cual la aurora naciente, bella como
la luna, brillante como el sol, terrible como un ejército formado en batalla”. No leer
sus relatos carece de menos importancia que el reto que le impuso a su padre, al
percatarse de que escribe; como dice la sobrina un montón de locuras, porque tiene
soledad y mucha maldad y su Nanita lo retó a que ella fuese personaje de un relato:
“no te aguantarías para llamarme religiosera, pastorcita de medio pelo en su iglesita
que divide y no une” Cuando una hija, quizá influida por el ama y la sobrina retaba
a su padre; el viejo no hallaba procacidad, injuria ni prosa zahiriente, para la “niña de
sus ojos”. “El padre quiere al hijo porque es bueno”; esa anfibología, para entender
en juego de espejos, es la ocasión para enseñar a la hija que en medio de los charcos
de fe dolida, ella es su luna más hermosa, el lucero que alegra sus tristezas, ella es
hija triplemente santa en buena hija, buena esposa y buena madre, es la mujer total,
completa que otrora fue niña responsable a quien su padre absurdo la premio con
un billete grande cuando trajo un cero y el padre absurdo le dijo amorosamente:
“tenga hija, me siento feliz de que una vez en la vida traiga un cero y parecía que esa
absurdidad deconstructiva hubo de funcionarle al padre que no volvió a recibir otro
cero de su niña”. Aquella tarde el escritor tenía que ir en busca de esa gloria literaria
con sus cinco libros fundamentales: Cesar Guerra Valdez, esperaba a Juan de Mai-
rena, pues Guerra Valdez era impune en no llegar: el aeródromo se hallaba lejos. Su
hija estaba cerca: tenía el amigo de Vasim Sanjuan una dificultad. No era hombre
que usaba el golpe de sus palabras sino para quienes andaban y desandaban como
el ama y la sobrina, tampoco era hombre que usaba elogios inmerecidos. Sabía la
diferencia entre una verdad y muchas verdades: Nani ha sido mujer completa, esa
bíblica realidad hecha de ternura y alegría. Nani, sin embargo, ha perdido el reto: no
lee sus relatos y no hay termino de injuria para definirla .
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La espera Margot, de Pablo Picasso (1901)
Vida regalada de los 42 (A Yenny,
pero no Jenny Lind)
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
dez, prolijo en el arte poética, andaba con esa impunidad de vuelos retrasados
que frustraba el deseo de la ciudad de gozar a plenitud de sus cinco libros fun-
damentales. Álvaro Álvaro Tarffe, por mandato del señor Avellaneda, andaba
con los dos amigos de Alvar Fanel Guspin y de Quejana Roncín. Los espejos y
el coito, decían los amigos, reproducían.
La vida regalada de los 42 era como esos relatos que su Nani, con “i” latina,
no deseaba leer y el amigo de Vasim Sanjuan, que no cejaba en transformar su
charco de pesar dolido en una discreta gloria, no compartía el criterio de su cara
figlia, pero lo respetaba. La medianoche viperina del aniversario lustral recor-
daba haber celebrado por toda la alta altura con su canina que entonces no era
perrata. Madrugada de cartelitos adosados al psicologismo que hablaba de una
plenada plenitud de su amigo Vasim Sanjuan con el tacto sabio de allanarle a
la canina todos los gustos y anhelos que le pluguieren y le satisficieran. Al otro
lado de hologramas y complacencias que parecian autorreplanificadas llegaban
y llegaban los atisbos de alegrona alegría.
Entonces no fue la dulzaina sino el sentimiento acerbo, el neodesechable,
no brotaba de las sombras ni hacia la vida alegrita, anda en no en nube sino en
la caminata diaria de la perrita, que al sacarla de paseo Vasim Sanjuan, parecía
una princesa en apuros, con su pelambre oscuro bajo el sol calcinante del cami-
no de la vera varguense a Pernambuco. La perritica flotaba en los algodones de
la ilusa ilusión en el subir, bajar y explotar a destajo. Tarffe terminaba de leer la
historia de Delgadina y el abuelito de *Historia de mis putas tristes* ¿Era solo
el machuque a destajo que movía a Delgadina? ¿La perrunita andaba como la
una pm? Los dos amigos de Tarffe callaban con la risita cretina del gordinflón
panzudo, mientras que el flaco de inteligencia proverbial sabía tantas cosas que
el pobre amigo de Vasim sabía también. Entre las tinieblas y el callar de un pa-
tio de moscas y calor la casita blanca recibía los felices y bendecidos días en un
vuelo incesante de palomas.
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Divan Japonais, de Henri de Tolouse-Lautrec (1893 94)
El quinto desechable
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
orden oscurano desde su pelambre de cacao que otrora libasen con gozo Dou-
glas, Sonyi, Codorete, Noto, el séptimo mes como el amigo de Vasim Sanjuan,
hasta el hueso torcido de la rabadilla., cada vez que inmundiciase la red con sus
sueños de perra de baratillo al amigo de Vasim Sanjuan, a la manera de Shereza-
de en Las mil y una noches tenía Buenas historias o La ley y el orden para contar.
Eso parecía lo que le encantaba: ser la centro de todo hasta en la procacidad.
Vulgarota se daba en publicar sus devaneos con el quinto como otrora le plu-
guise con el cuarto, tanto “mi cielo” era un barnicito religiosero que el escritor
la sabía hipocritita como aquellos “felices y bendecidos días” religiosamente
tremebundos en su falsaria putibundez. Como una hija de putana aquella del
quinto desechable que se alimentaba de los vestigios lácteos del cuarto hasta el
primero, aquella superaba la exuberancia de los arrastres de la canina. Su caver-
na era una cueva o club donde los miembros pagaban un estipendio por subida,
bajada y explosión en esa cocaloca de baratillo
Cocaloca de baratillo, trampajaula infernal, esqueleto ambulante en ebulli-
ción de sordidez, fantasma virulento con el placer vengativo de usar el psicolo-
gismo atroz con el fin de obturar odio y veneno a quien quiso lo bueno, puro
y tierno pero al despuntar de mil y una noches, la trepadorista logrera, perfidia
circutada, al ver que no se satisficieron sus artimañas de caverna oscura, comen-
zó, hela pues, aquella a psicologizar causando heridas, primero con silenciosas
tinieblas de hielo caliente, luego con dardos punzantes de su odiar amellado y
luego con exhibicionismo sexistoide con el quinto quintal desechable. Atrás
quedaban Douglas, Sonyi, Condorete, Nato y el séptimo que era cuarto de los
desechables en aquel déja vu en la casita blanco sucio de las palomas con su
vuelo a ras de tierra, reptante, arrastrada de su volar bajo y ligero.
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Espíritu de Lujuria, de Josué Fonseca
Espíritu de lujuria
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
ba sus horruras y sus meados de reina triste de baratillo, perrita de circo, hueso
torcido de la rabadilla y torcedura de pensares y haceres. Solazábace la reinita
baratona con risotto ai fruti di mare y l’ acqua minerale non gasatta despues de
libar como moscovita su miel dada con jugo de naranjos valencianos y al arribo,
miraba a críos y princesa en sus colchas de remiendos, con sus tepiocas duras y
relamidas y los botellones donde nadaban las emularias de Gregorio Samsa con
sus caparazones oscuros y sus caritas horribles. Afuera de la casita de palomas
blanco sucio, dormía Julín asombrado por el espectro de Scot, muerto de men-
gua y tristeza el verano anterior.
La maldad corría pareja con la virulencia silenciosa de oscuridad que saltaba
y asaltaba por los patios donde cantaba las inmundicias el gallo enano cuando, la
vieja y antigua madre tierra borracha, salía corriendo armada de un palo en per-
secución del granujilla díscolo que carecía de mala intención como la madrecita
desventurada habitante alegronita de la casa de las palomas. La vela encorvada
chorreaba su baba de cera a la hora cuando Álvaro Tarffe venía de regreso, infeliz
come back, con aquel locote de Triste figura y su amiguete sin sal en la mollera, al
encuentro con Julián Quejana Roncín y Alvar Fanel Guspin, amigos y personajes
de figuras espejeantes, cercanos a Oswald Vasim Sanjuan. El escritor, ilusionado
por la caninita la llevaba y la traía como esa simbiosis agradable de leche y cho-
colate, que en mil y una noches escanciaban los anhelos de obra perdurable. Su
amigo venía de regreso de la casita de palomas blanco sucio: había pasado la tarde
ordenando el caos del mundo en una búsqueda afanosa de su dispositivo electró-
nico: revisó las botellas de maíz amarillo con que cada dos semanas se agasajaban
haciéndole caritas a la luna y pintando soles de colores enternecido, revisó las seis
jarras de cerveza, auscultó entre el montón de diarios amarillecidos, chequeó el
cartelito colorado de “felices y bendecidos días”, revisó el cajón de las delicias:
aquellas minúsculos envoltorios de sedas de colores , “las mata viejos” , fue a la
mesa redonda, revisó los gabinetes de los retretes y cuando ya se iba tuvo la certi-
dumbre de que si gateaba deprisa, enfrente de la nevera aparecería el fruto de su
búsqueda y así fue. No fue lo mismo con sus lentes de pasta, extraviados en un
auto de pasajeros ni los amarillos italiani que amaba como su vida misma.
Desde aquella horrible mañana de diciembre, víspera de la navidad, una
luna envanecida sin el polizón de nardos garcialorqueano y con brillito de otros
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
astros, quiso ser perrita de la obra eterna de Oswald Vasim Sanjuan. Para eso
se atavió con traje negro de silencio. Fue la época cuando el amigo de Vasim
Sanjuan escribió sus primeras mieles dadas a la anonimia. Ella andaba ufana
y alegronita al saber que era dramatis personae de aquellas Hetairas, ligeras y
busconas en moto; entonces ya no se quitó más aquel vestidito de oscuridad y
silencio. Cuando el mal obsede la terapéutica, es “inútil” así ande “el viatico
a vapor”. Por esos tiempos el ama y la sobrina junto con el cura y el barbero,
imitaron aquella aventura quinientos años después y las “Hetairas” volaron al
fuego. Se salvó Sanfranco V nivel pues el cura la pontificó de obra justa con un
dejo de tristeza.
El espiritu de la lujuria volaba ligero, entre lencerías y bragas desligadas, y vo-
lando por el cielo de “ un día”, se quiso oscurecer y silenciar el brillo y el blancor
y desmadejar a la Sherezade de Las mil y una noches; el amigo de Vasim Sanjuan,
con pluma y tintero prometióse también, con sus viejas armas oxidades, darse
un trago de enternidad. Ya su obra andaba en la memoria de los hombres: ani-
mados muchos por esa mezcla de espiritualidad y lujuria. Los carteles parecían
una procesión sacra de sexo confesional. Un “ Cristo que me fortalece” mostra-
ba las debilidades de confusión entre uno y setecientos dieciséis encuentros, los
“felices y bendecidos días” en bragas que se bajaban entre la concupiscencia y el
dolor, charco de fe dolida, que traspasaba el beneficio de la flor de belleza tirpey
el nardo agreste de bondad en presunción; espíritu de la lujuria que volaba bajo,
cuatro centímetros de la entrepierna: el volante del auto ingrávido, succionado
por el asfalto caliente celebraba una liturgia fálica entre gozos, Dios!!! y el pasar
silencioso por la oscuridad de la casita de palomas .
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Las señoritas de Aviñón, de Pablo Picasso (1906-1907)
La ternura huele a olvido
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
caverna cañoneada en su vigor y dulzura con chorros de luz y detalles “au fond
de la praerie”. Leer aquellas historias de un príncipe y una princesa cuyo páter
ll veía los corretear con su alegría, era un bálsamo que explotaba en chispitas
sobre el detalle vano y de un día superado por 999 para volverlo cero, pulveri-
zarlo. Álvaro Tarffe, por mandato de Avellaneda musitó: “Let her run through
an ilussion”; en eso venían llegando los dos amigos con Julián Quejana Roncín
y Alvar Fanel Guspín: nadie sabía nada de César Guerra Valdez.
El miedo no corría, sino que avistaba las condiciones. Quizá era cuestión:
jugar al desgaste de la patrona, tal vez era mejor entrar y salir desde el amanecer
al ocaso, pudiera darse que fuera menester pisar con paso seguro, el “watch your
step”, el “know how” y el “perfect sound” para que la paloma entrara y saliera en
subidas, bajadas y explosiones. El miedo no era la palabra correcta para enveje-
cer el alma, la demudaba en años de vejez la imperfecta e intotalmente inconte-
nible e inasible. La piel arrugada llegaría con el olvido: la sombra de un misterio
fraguaba un silencio.
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La Goulue, de Henri de Tolouse-Lautrec (1893)
La flor y el nardo
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
El escritor, viendo que sus colmillos estaban afilados y que ya había mordido
cuatro veces huesos de artificio hasta sacarles la melulla y dejarlos como rodilla
de chivo, saltaba el cercado de la casita de palomas de vuelo turgente, contem-
plaba el gallo enano cantar la hora nona cercana al Ángelus, contemplaba la
vela encorvada y el ladrido de Julín espantado por el espectro de Scot el di-
funto cacri que se elevó entre las yucas y ñames de aquella heredad que legó la
bisabuela buena. La perriquita no era mala, pero dejo de ser buena cuando se
indigestó de aquella flor exuberante de belleza falaz y de aquel nardo de bondad
en presunción y la cagueta arruinó el sembradío de tal manera pues de tanta
flor y nardo la cagaron como perra maluca. Creer que por comer florestas de
cristales malignos y nardos falciformes de presunta bondad haría de sus vento-
sidades lechos de rosas, era una hipérbole, pues la perrata defecó hasta sangrarle
el hueso torcido de la rabadilla. La siembra de espinas y el mandato de nulidad
de su hez turbia y su orín viscoso la volvieron mala con “cojones y sin miedo”,
mala como la mala tierra borracha que la zapateaba y taconeaba, maluca como
el tarambana fraterno que la tundeaba. “Eso no se le hace a una dama, eso no
se le hace a una señora buena”, pero la sopa de domingo hervía en familia y
el escritor por metiche salió mal parao y mal parío, por su puta madre que él
no era culpable sino su santa maligna bondad.” Los trapitos, había pensado, se
lavan en familia y si son, son sucios, clarean y hermosean al sol. Dolor de vidas
oscurecidas, aunque la de él no era un dechado de claridad. Extraño era que no
hubieran llegado Álvaro Tarffe, Julián Quejana Roncín y Alvar Fanel Guspín:
parecia una certeza que al amanecer llegaría el poeta César Guerra Valdez. La
perrita, la flor y el nardo nada sabían de esas cosas. Esperaban cada noche un
relato más para verse retratadas de cuerpo entero.
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El ángel de la Santa Muerte, extraida de Flickr (2014)
El cadáver reclama su sepulturera
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Final del acto, de Pablo Picasso (1901)
El hallazgo de la perrita de Vasim
Sanjuan
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Chocolate Noegro, reinterpetación de Julio García Delgado
La Baratona
Nos estamos volviendo gente altamente “fina” -pensaba ella- y miraba con
desdén sus costumbres habituales: el café de las tardes, los mediodías rumbo
a la danza y las películas al anochecer, como preámbulo a la cena familiar Las
tareas escolares de los niños la distraían al pesar en su dificultad para distinguir
la diferencia entre agudas, graves y esdrújulas. Ella creía y seguía en una suerte
del círculo viciado por un plazo perentorio de doce meses, máximo tres años,
ni un poco más ni un poco menos: así había sido siempre para ella, ligera y
veleidosa, la vida se acababa y desataba a la manera del cantar de Celia Cruz en
Plazos traicioneros y si bien ella se revestía de una capa barnizada de lo confe-
sional, erosionada por su piel cobriza y sus falsas creencias que no soportaban
tres virtudes cardinales, su mundo giraba en lo que él definía como una suerte
de psicologismo, suma de contradicciones a la manera de las expresadas por
Leonardo Favio en una canción que echaba capas de claridad y oscuridad a la
relación contradictoria entre él y ella .
El psicologismo, con caracteres de guerra, tenía su mise en scene de formas
variadas: manipulación, violencia que se incautaba de las cosas de él, estados
maníaco- depresivos que mutaban de la risa al llanto, mitomanía, misterios go-
zosos extraídos de un rosario sacrílego y falsario cuyas cuentas de abalorios se
hallaban en los caros anhelos de ella, que deprisa asumían el pasar de la ham-
bruna cara a la facilidad baratona, tan extendida en las busconas, vulpejas y
pelanduscas, pues las hetairas no eran baratonas asintomáticas en los reflejos
ligeros. Volaba a ras de tierra y reptaba ella como paloma de plumaje oscuro, pa-
recido al de las aves carroñeras Aquel miércoles 29 de noviembre él y ella fueron
a la otra ciudad, atravesaron el campus universitario; el aire de paz que llevaban
y traían al regreso no parecía un final de historia; arribaron a il dolce panificio; al
mediodía, tomaron el café de las tardes como lo habían hecho desde los últimos
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tres años, luego se detuvieron en una tienda de abarrotes y compraron dos afei-
tadoras desechables y enseguida tomaron las rutas de regreso; no agarraron el
camino de la intervial, una recta segura a medía hora de regreso, sino que cogie-
ron otro atajo, que en instantes pasó del asfaltado seguro al rural, con trillas de
tierra; el auto de él, un pájaro rojo con años de vida, rodaba sereno, apartado de
la civilización. Por más de una hora estuvieron perdidos hasta que lo que unos
viandantes, entre ellos un niño, primero y un hombre en una bicicleta, después,
cargada de leña, les indicaron la ruta para agarrar la Interestatal que los traería
de regreso a la ciudad; era miércoles 29 de noviembre; era sin presentirlo, un
paralelismo entre dos canciones de épocas distintas y distantes: Como una no-
che graciosa y Debut y despedida.
Si él decía esto es blanco, ella pensaba deprisa en el color negro, muchos
años después del we will come back, de la irrupción del Black power, si él pro-
ponía que debían ahorrar un mínimo y poseer una suerte de colchón para lo
imprevisto, ella quería echar la casa por la ventana; ella le ofreció el chocolate y
él levitaba como un personaje de una novela.
Si ella decía que no dependía de un hombre, él le respondía que sin una
mujer no se hallaba bien; el “no depender de un hombre” expresado por ella,
en la circularidad de la vida, terminaría en una dependencia casi absoluta de él.
Mientras ella lo esclavizaba y señalaba los pasos de él con su metrónomo imagi-
nario, él conjugaba libertad con independencia, acción con reacción, filosofía
con pensamiento, ella anhelaba lo fácil, él quería alcanzar el logro mediante el
esfuerzo.
Así pasó el primer año que se inició el 4 de mayo del décimo cuarto del siglo
y tuvieron que enroncharse casi un mil, más un día, de aquellos que no habían
sido Las mil y una noches porque ella no era Sherezade ni él un califa de algún
reino bizantino Y entonces llegó el 29 de noviembre, justo tres años después
y el plazo expiró, se alojó en la médula de ella y comenzó un mar de quejas y
lamentos, gritos y lloros , que ni la Magdalena, debido a la lluvia de sus ojos,
que ni Ulanita en razón de sus protestas contra Trucutú; ese día, del penúltimo
mes, se hallaba en la mente de él como uno de aquel lejano, pues mayo, si quería
retrotraer de su memoria y de los recuerdos, podía hacerlo regresar: en mayo
había sido la fiesta: cables entrando por las paredes en las manos de un técnico
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
algarabía. Era una costumbre de ella, cada cuarto día de mayo, al iniciar la vida
de días pasados desde 1977 y de aquel mes, hacerle guiños a Eros porque él y
ella estaban convencidos de que la culminación de aquel tiempo de algarabía
debía tener su premio. Entonces ella trajo el chocolate, había que calentarlo,
él lo destapó del envoltorio, lo olió y le dio un beso; ella le correspondió con
mil caricias y un deseo: que su onomástico tuviera un final de ensueño; la vida
se fue desarrollando de los calendarios con los saldos positivos y negativos de
todas las parejas: si él quería esto, ella deseaba aquello; una idea de él era una
contradicción de ella y entonces en su vida se desplegaba lo que él catalogaba en
ella como la filosofía obtusa y tremebunda: su psiquis, desdoblada en el psicolo-
gismo, incendiaba el sentido común con los deseos grotescos y la ambición pro-
saica de ‘ hacer del cuerpo’ más arriba de las témporas) ( o sea, c ***** más arriba
del c*** ) ; ligereza en el regusto por la finura, crematismo y hartura facilongos,
facilidad, de cuyos gustos y anhelos caros, si él no se los satisficiera, explotaba
ella estaba con los requiebros de perra maluca, devenidos en reclamo. “Yo quie-
ro esto así y no como tú lo deseas y si no es así, de otra forma no lo quiero, y si
no estás para complacer mis gustos, habrá otros quienes sí”.
Un 25 de diciembre, a casi un mes del descanso “feliz y bendecido” con
“misterio gozoso” lúbrico en el hotel de carretera, con chocolate sin envoltorio,
como a ella le gustaba: pepito extra grande y seis cervezas, fue el acabóse de las
locuras entre él y ella; arreciaron las guerras de contradicciones, la dicha cara
anheló ser baratona, los Plazos traicioneros, aquellos de la rumbera cubana que
entre él y ella se sellaron aquel 4 de mayo, se silenciaron el día de Navidad casi
un mes después del miércoles 29 de noviembre. La baratona había cedido por
las cosas caras y para él y ella se cerraba un ciclo entre las aspas del psicologismo
y el callado noser de su silencio.
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Se busca, retoque de Julio García Delgado (Imagen original de Marvel Studios)
Se extravió “CHOCOLATE”
Pido permiso a los apagones para escribir antes de que nos saquen la cuchi-
lla y nos den matarile de 2pm a 8 pm para, con toda la seriedad del caso, referir
el extravío de un(a) perrit@ con tan gracioso nombre y a prueba de diabéticos
y pido licencia al “macan” de los bajones para dubitar, con @, si es perro o
perra según escuché al encender el radio (aparato) con miedo a un bajón y en
la radio (estación), la asociación Asoprofasil ,que vela por el cuidado de l@s
animalito@s, lanzaba el SOS ( save our souls) y en pos de la consecución del (o
de la) perrit@.Ha habido una mala costumbre de hablar de señores/ señoras/
profesores/profesoras/docentes y hasta docentas que para los pelos al bene-
mérito don Andrés Bello en el mundo metafísico do se halla. Claro, nuestro
tremendismo negrirrojo, con justicia, ha dicho niños/niñas y adolescentes por
razones obvias y por ahí no se va la patria y es obligante saber si el extravío co-
rresponde a perro o perra también con sana lógica negrirroja. No sabemos si la
pérdida o perdida fue en diciembre de 2017, o un año antes ni si el destino de
ese(a)perrit(@) sea un sitio mejor en Colombia o la Cochinchina salvandol@
de este largo y ardiente verano.
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Lola, de Tomas Javier Capdevila (2009)
El sol, la, luna y los cuartos
menguantes (Novela de Oswald
Vasim Sanjuan como se la contó a
Julián Quejana Roncín)
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cia de luz, no era la risa boba detenida en el afán de lo inasible. Era el afán del
día, de cada día hasta hacer eternidad. No era la boba ilusión ni la flor de un día.
Era algo que se tuvo y se ha ido. Ese anhelo callado de no saber ni poder decir:
“ven, empecemos de nuevo a buscar la luna llena”.
El cuarto creciente, antes de ser menguante, acumuló entradas y salidas
como lluvias y días de calor. La luna se llenaba de agujeros y por sus días, como
si fueran luceros las estrellas dibujaban cielos ilusorios como mares turbulentos
que se agazapaban en el silencio. La vela encorvada desnudó toda la claridad del
día en discos cuya luminosidad daban el orden de cada día., nuestro día.
¿Dónde cayó el cielo? ¿Dónde fue a parar aquel hoy que ahora es ayer?
¿Adónde quedaron los instantes de aquel cuarto creciente que perdió la luna
nueva, la luna llena? Oh despojos de cuarto menguante, de “no me importa” de
“vive la vida que yo vivo la mía” un cuarto menguante desinfló la luna, aquella
que se deshizo. Luna deshabitada, el sol en soledad le hace guiños a la indife-
renciada que se onaniza en el orgullo, la rabia y el amanecer al amparo de la so-
ledad. Es una pena el llorar por lo ignoto, ese cuarto menguante y no creciente
que anhela el pasaje sin regreso a la felicidad.
En silencio he guardado todos los instantes y cuando estoy con una sensa-
ción de derrota veo el desorden del cuarto menguante: cielo oscurecido, plazos
para que no hubiera luna llena, el llano recuerdo de las horas perdidas, lo iluso-
rio con olor a regaliz barato. Contemplar la luna llena y el silencio del perro por
la ventana, inventiva de secretos detrás de la ventana, un patio y la tranquilidad
de la noche. Dejar un recuerdo en su centro de gravedad, hacer que se elevara
en su peso específico, en sus secretos, cayó la luna llena, el cuarto creciente se
hizo menguante...
El cielo se cayó de su sitio el día cuando la vida sencilla y serena mostró sus
colmillos. Al principio el cuarto menguante no era creciente pero la luna, bella
y engalanada de blancor no dejaba ver la oscuridad que la rodeaba. Nada anun-
ciaba un cielo tachonado de nubarrones cuando todo era bueno como nada
y esencial como cada cosa en su sitio. La luna, llena en cada detalle, no veía la
oscurana en el blancor crematista que la rodeaba. El cuarto dejó de ser creciente
cuando la vela, con su luz tenue, se apagó vencida por el encorvamiento de
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¿Cómo? ¿Dónde? Mirar las estrellas y desdelo alto pensar en la víbora. Cuarto
menguante de ilusiones a destajo. Un lo vivimos es la respuesta indolora y seca
cuando no se ve el real beneficio. Cuarto menguante Muriente el sueño y el
volar rastrero en la caminata incesante a ningún lugar.
Cuarto creciente era una propensión ilusionista al querer mucho apretar
y poco abarcar en una idea fija que rayaba en la locura. Obsesión por lo inal-
canzable: ese soplar lo inaccesible como una manía hacía del anhelo una lucha
constante entre ser y parecer por eso el cuarto creciente era menguante en la
cama con resortes desprendidos adonde no solo había el descanso, la rutina y
los dolores sino el óxido de un pobre corazón.
Un pobre corazón descolorido con sueños de altura y vanidosas cumbres
engastadas en oro ilusionado con el oropel del brillo ajeno por eso el cuarto
creciente tenía un destino menguante. El de los resortes vencidos por subir y
bajar se miraba deprisa de frente al anhelo de los sueños no alcanzados ni en
la niñez ni en la adolescencia. Por eso la luna, descalza y sin luz, no pasaba de
cuarto menguante. La rabia, el descontrol y el desasosiego estaban destinados
a ser un juego de control. El descontento fraguaba una luna incompleta, una
luna dolida, una luna empequeñecida frente a la madre, tierra incendiada, mala
siembra y germen del descontento. El mundo gigante de los sueños hacía ver
con mezquindad cada prenda de amor, siembra y cosecha de golpes como los
buenos hermanos. Moler y triturar los anhelos hacia el odio y los sentimientos
viles. Entender el dolor y la frustración alivia y reconforta como cuando se sale
de un mal sueño.
Luna dolorosa rezaba más que beata de iglesia solitaria cuyos difuntos eran
el anciano prelado, descargando su fe furiosa en un polvoriento piano de notas
tristes., el monaguillo y tres viejecitas crédulos: doña Igma, doña Delsa y la vie-
jita bisabuela buena. Los difuntos se alegraban y hasta se alebrestaban cuando
llegaba la luna a su cuarto menguante a rezar su rara predilección por “los mis-
terios gozosos” aunque era una luna de dolor en su cuarto menguante al lado
del traspatio del gallo enano, la vela encorvada, la boba y su baba. Si todas las
lunas fueran presumidas como esa de un cuarto en mengua el cielo no tendría
tantos ramilletes de estrellas. Todos sus anhelos de ser luna llena se estrellaban
contra su pequeñez dolorosa y molida a taconazos tras el portón. Scot fue tes-
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tigo de la paliza que le dio la madre, mala tierra de cosecha infame, dolorosa-
mente resentida en su odiar. Yo me llevé mi luna de paseo esa noche de tacones
ensopados “en el hálito canalla, lo dijo AEB, de las mujeres ebrias”. Era amor y
no su amol. Bebí el amargo de sus lágrimas, pero la hija ama a la madre porque
es buena. La mala siembra parió una bestia. Entender que un loco le cayera a
piedras a la luna era más comprensible mucho más que otras ofensas fraternas.
La luna desinflada había sido desinflada muchas veces: madre e hijo buenos
para lo malo hicieron que sus morados se quedaran cortos ante la maldad del
mundo. La luna oscurecida no sabía de otros golpes que los de mater non sal-
vatoris y que el dolor fraterno: luna llena jamás, desinflada, cuarto increciente,
cuarto menguante, luja golpeada en su más negro dolor.
Al amanecer era una dulzura artificial la luna en su cuarto no creciente si el
sol no salía a tiempo. Se enojaba porque si y porque no pues se percataba en su
silencio de que si el sol no se asomaba a tiempo por la ventanita de cortinillas
agujereadas era porque al igual que otrora tantas letras había en un si como en
un no. Su brillo de artificio empujado desde afuera por faroles que ella visua-
lizaba altivos, brillosos de blancor la contentaban en su negro vuelo bajo de
cuarto en duermevela. Ese cuarto menguante era un desorden de la puta madre,
pero el sol no podía hacer otra cosa que subir y bajar en ese desastre de sabanas
y libros revueltos, en ese amasijo de facturas y lencerías intimas de subidas y
bajadas deprisa antes de las rutinas diarias, cansonas, atiborrantes. Cuarto de-
creciente de trastos que daban al traste con la buena fe del sol; era una gramática
del caos la de esa luna de risa poética y dulzona, cantarina tras los vapores del
café hirviente en su samovar calcinado por la tiznada del fuego indeciso de su
estufita pegada a la puerta al lado de la nevera. El pasillito conducía a los tres
cuartos menguantes, el baño de la sala blanco sucio de barro acumulado en orín
y hez imbajados por la ausencia de acueductos segovianos; bajados el retrete de
la salita y el del cuarto menguante de la izquierda el de los compadres resentidos
e inamorosos cuando los tobos se surtían del tanque externo al lado de la mala
madre tierra, el hermano de los golpes y borracheras propicios antes de que la
madre tierra ebria le cayera a taconazos a la lunita de traspatio. Quizá fue en el
cuarto menguante principal o en algunos de los decrecientes o en la salita de
cositas revueltas: una mesita para el televisor y debajo cuatro años de periódicos
acumulados, libros, papeles, trapos, guías, recetas y fórmulas de terapéuticas in-
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útiles, viáticos de la vida mal dejados deprisa , el sofá enfrente de la tele prendida
desde el amanecer de Buenas historias, La ley y el orden solo en tv, pues todo
era un corre corre de entrar y salir, la mala madre tierra dejaba un tazón de café
negro sin dulce, un canasto de escasas legumbres o una bolsa de azúcar. La salita
de calor insoportable se abanicaba con un bioclimatizador infuncional o un
ventiladorcito ruidoso y los cuartos menguantes con sus ventanillos abiertos
para que las noches y las madrugadas trajeran airecillos de inviernos glaciales u
otoños calcinados por el tedio.
Tiene dos o tres días de prensa para la luna y su bella madre si no les molesta.
Fueron lanzados desde la moto y los recibió amorosamente Julin, el tocayo silen-
cioso que ocupa su antiguo lugar. Era, entre otros, un gesto que el sol hacía sin
esperar recompensa del brillo ausente. Algo hacía que se persuadiera de que ese
gesto cortés en apariencia no apreciado por la lunita de traspatio en el fondo la
agasajaba en su vanidosa actitud. Los seres humanos son impredecibles. Las lunas
y los soles sin encuentro están atados por desencuentros y necesidades recíprocos.
Sus cuartos mengua antes desde que la vanidad se apoderó de la lunita por las
flores secas y los nardos agrestes son de una tristeza enorme, descomunal. Tienen
un vacío de sol a media asta. La luna se pasea de mañana o de tarde arropada en su
silencio. Las flores secas la empujan para que acreciente el gesto de soledad. Los
nardos agrestes atrapan su voluntad de perrita sin gobierno. Es una luna indife-
rente que se cree pisoteada por un sol entristecido que le ha cantado sus cuatro
verdades. ¿Hacia dónde va la luna vacía, oscura, silenciosa y atrapada entre flores
y nardos? Adónde se halla su brillo de vida independiente. Era la luna que ataba y
desataba sus encantos en un tazón de café sin dulce, brillaba cuando su humildad
proyectaba sin atisbos de maldad, luna presente en la vida y en la muerte, no era
mezquina ni se alejaba de la bondad, nada la hacía burlesca ni siquiera los remien-
dos de la vida aprisa y desvivida. Era halagada con la sencillez de las cosas buenas:
un cable inmenso que hizo la luz en su salita, cuartos, entonces crecientes, un
hidrante nunca usado, el ventiladorete, los diarios que eran seguros y a tiempo, el
sentido de la justicia en transportarla de enfrente hacia la vida, ir y venir, entrar y
salir, subir y bajar ser y hacer en lo bueno, útil y necesario.
Transportarla en sus errancias diligenciales, en sus apuros y destiempos, en sus
pasos de fugacidad tras el ir y venir diarios, salir entrar, andar y desandar, desayu-
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tona. Allá va la baratona pensaba con coñoemadrería el sol triste cuando la veía
pasear su hambre y su falso brillo de la mano de su princesa envenenada por su
maldad. Es una lunita de medio pelo se reía el sol hijoeputescamente en su anti-
guo dolor es una culebrilla y no una negra que le brilla adonde no le pega el sol es
una saca polvos en busca de la hacienda y los sueldos de su totona descomunal. Es
hija adánica de una Eva resentida e insensiblemente borrachona y por ser maestri-
ca de pocas luces cree que brilla la insensata en el brillo de otros interiores, de soles
calenturientos, es una infeliz tremebundista de procederes orgiásticos en busca
del oro, del moro y no halla sino oropeles no hay quien la coja y la aconseje como
lo hacía el sol: no seas tan veleta que de la vida en apuros solo queda el cansancio y
la lunita la vivía deprisa bajo el consejo de la madre tierra borracha que la tundea-
ba desde los seis como pobre negra versión femenina de don Rómulo Gallegos y
la pobre diabla pagaba las insensateces de la borrachona y vivaracho fraterno que
parecía su fotocopia en maldad, insensibilidad y viveza. La lunita torpe y boba se
pasea del brazo de su soledad como agarrame el peo que se me va y es una tarán-
tula prima hermana de la trepadora florecilla de traspatio, viborita que se solaza
en llevar su cabecita boba cinco centímetros por debajo de los volantes de los
autos en sus misterios gozosos de ordeñadora de sementales, que lo hago mi cielo
solo para complacerte porque a mí no me gusta el sabor seminal del cloro y más
becerra y casi me mataba. Ay lunita, luneta, lunada, alunizaste ausente de ternura
y embebida de crematismo en tus tragos golosos de cloro uy mi cielo que me da
asco porque es baboso y pero tengo que hacerlo para que estés contento porque
yo no soy una mamagüeba pero al hombre, mi cielo hay que tenerlo contento y
el sol se bebía su luna como un tazón de chocolate caliente que acababa los ama-
neceres con griticos de perra maluca pero la lunita se hizo boba por exceso de ser
viva y quiso un guiso cada día cuando solo como en casa de manchego pobre solo
había para “duelos y quebrantos” sin la añadidura de algún palomino quijotesco
y antes de que sábado fuese domingo la lunita vuelta loca andaba como la cabra
queriendo que la cogieran los amos y le brindaran pasapalos, vodka y cenas como
un mal cuento alucinado y triste que un día quiso contar, como la canción lasti-
mera: “esa luna que amanece alumbrando pueblos tristes, qué de historias, qué de
penas, que de lágrimas me diste”.
El sol andaba en lleno de la más terrible soledad muriéndose de hastío. No
deseaba la tranquilidad del hogar, sino que la luna volviera a ser buena, lejos
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Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna y el sol
Acaso Miyó Vestrini no se creyó el cuento de que “la poesía salva”. ¿Por qué
William Shakespeare y Miguel de Cervantes Saavedra no se autoaniquilaron
antes de sus: “to be or not to be” y sus “lm razones de las sinrazones”? Quejana
Roncín y el sol sentían que sus vidas eran tristes, pero necesarias. Una luna de
cuartos menguantes no era un taburete para subir con una soga a retar esa mise-
rable altura de balancearse entre las sombras de una noche con los ojos abiertos
mirando estrellas fugaces y la legua de corbata en gesto grotesco. Coqueta la
luna estaría contenta al saber que su anonimia estaría a salvo del descrédito si
nuestros dos personajes bajaban del taburete, soguilla en mano a buscar la va-
quilla. En una hamaca, pensaban ambos, el mecate tenía un uso más honesto.
La lunita era un cadáver joven como el de una muerta viva. La madre tierra
ebria le andaba preparando un velorio en vida. Eso pasó muchos años después
cuando García Lorca dijera en el Romancero Gitano: “la luna la vela vela”.
La luna salía todos los días en busca de sus ilusiones baratonas, caminaba
como fantasma en pena. No quería ni que le nombraran el sol. No deseaba
recordar el cielo que la llevaba y la traía. Tenía, como un falso espejo de la rea-
lidad, una visión distorsionada de lo cóncavo y lo convexo. Creía que el sol y el
cielo no le iban bien con sus ansias desmedidas. Una lunita trepaba del traspatio
al universo de sus sueños y cuando el azogue la volvia a la realidad se percataba
de que sus ilusas pretensiones no la alzaban al estatus de las hetairas, aquellas
cortesanas de fuego y finura que el sol había visto en revistas de lujo y en estam-
pas de otros países. El psicologismo la llevaba a fabular sus anhelos: iba y venía,
venía e iba como una veleta sin rumbo fijo. Así la veía el sol y Quejana Roncín
se entristecía al enterarse cruelmente de que la ficción superaba con creces la
realidad; un juglar, el compositor de Sabor a mí, don Álvaro Carillo, cantaba:
“un poco más y a lo mejor nos comprendemos luego, un poco más que tengo
aroma de cariño nuevo...” Eso no cabia en la cabecita de la lunita porque ella se
acostumbró al maltrato de madre y hernano y pensó que el sol sería un hom-
brecito que le caería a piedras a su falso brillo y Narciso se miraba en su charco
y veía que la luneta era un falso espejo de Narciso menesiano.
La luna tuvo su amor de adolescencia cuando empezaba en la universidad,
acababa en el teatro y se rebelaba a la madre tierra borracha. Fue Sonyi su amor-
cillo de juventud que ella juraba sería eterno. Como la luna iba y andaba re-
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gresaba y volvía un día le encomendó que si sentía los apuros de sus ausencias,
empreñara la primera burra que hallara en esos andurriales y el buen Sonyi ni
corto ni perezoso así lo hizo. Pasados los días cuando la burra se inflaba la lunita
volvió a poner orden en el desorden. Sucedió que al hallarse la lunática enfrente
de Sonyi lo mando a home. Sonyi no supo qué hacer y para no cometer una
locura cargó su burrita y se entronizó entre su corral de chivos y sus quesos.
Tenía Sonyi entre sus leales amigozosos un gordete de risita infame cuyas
carcajadotas ahuyentaba las iguanas de las matas de lara; era el amiguillo de
Sonyi un buen solitario que solo tenía por compañía su mano derecha con la
cual como buey onanista se daba gustos y regustos con las fotos y daguerrotipos
de las mozas del pueblo y de las damiselas de otros mares y tierras lejanos. Un
día la lunetera andaba con su rabia de borricas barrigonas más la que le insu-
flaban la madre tierra rabiosa y borrachina y la bestialidad fraternal del vivara-
cho que la tundían a taconazos y pelas amorosamente que le moreteban la piel
de cardenales y la cabecita desgreñada de chichotes. Quiso la mala hora que al
arribo de su fecha onomastica se le exacerbara su rebeldía y sus ganas de tomar
venganza del empreñador de burras y vio lunada la lunita la ocasión de coger un
bobo útil para llevar a cabo sus planes. El gordete que era onanista soltó un cho-
rro de baba cuando vio a la boba viva resentida y mandó traerle un chocolate y
un vasito de fresas con cremas. La muchacha, halagada y sonreída, agradeció el
gesto del gordete y aceptó complacida una invitación a pasear por el pueblo y
en la plaza el amiguete de Sonyi le declaró sus cuitas a la lunilla. La mocita lo vio
y no le gusto para nada porque era baboso, rechncho y malhablado: un condor-
cillo de bajo vuelo. El día de su santo lo vio la lunera propicio para consumar su
venganza y darle a Sonyi donde le doliera. Fue así como la noche de su santo,
4 de mayo, el gordete despojó de su prenda a la lunática que fue a lo “orquestal
y divino” con rabia, sin amor, posesa de dolorosa indiferencia. Mayo ventoso y
caluroso, aquel mayo de odio y desamor quedó la lunita barrigonota como la
burrita de Sonyi. Volvió con barriga inflada casa de la madre tierra rabiosa a los
nueve meses exactos trajo al mundo un varoncito. Durante el intervalo viendo
que la chica tenía panza creciente la mala madre tierra borracha la acomodó
en un cuartico de la casa. El condorete se vino a vivir con ellas al cuidado de
la madre de la lunita. Enseguida la lunita se volvió a embarrigonar sin amor ni
sentir el calorcito por el gordete que llegaba a la casita con la cara tiznada por la
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faena de aguas arriba y aguas abajo. Se fueron pronto con dos crios a casa de los
padres del gordete que empezó a emborracharse por rabia al no sentirse amado
por la lunística. Cuando veía a Sonyi se daba cuenta de que había cometido el
peor error de su vida al dejarse llevar por sus veleidades. Fue así como decidió
la lunetera abandonar al condorete. Vino de regreso con las tablas en la cabeza
a casa de la madre tierra borracha que la ayudó con los críos. La madre tierra
borracha convenció a la lunita de que debía ser maestra como ella y la chica dejó
sus estudios de ingeniería para hacerlo. Se hizo maestrica como la madre y al
llegarle la hora de la jubilación dejó a la chica acomodada en la escuela rural. La
luna se licenció y no contenta con eso empezó el posgrado.
En los ires y venires de la casa a la escuelita y de la rural al posgradito todas
las tardes se iba en un bus amarillo a la ciudad y un día cuando no tuvo pasajes
se fue de aventón con un taxista gordinflón, pero que si se le hizo de su gusto. El
hombrón no le cobró ni el primero ni los sucesivos viajes de la rural al posgra-
dito a la luna y asi entre viaje y viaje fueron forjando una amistad no exenta de
cariños y complacencias recíprocos. El taxista era casado y eso para nada hubo
de importarle a la lunita que ya recordaba con las telarañas del odio, la frustra-
ción, el aburrimiento y su trauma Sonyi/ condorete. Entonces dio rienda suelta
la luna vacía a la gana y el deseo de ser querida y se entregó al taxista más gor-
dinflón que el condorete, empero que tenía el savoir faire y el tacto amatorios
para gratificar con las explosiones que satisficieran a la luneta. Recorría la lunita
el cuerpo descomunal del taxista y cuando la poseía ya había contado más de
quince explotadas gozosas de su fruta inmensa que la hacía parecer un varon-
cito por su dotación especta (culiar) La lunita tenía más grande su coña que su
cabecita por eso parecía que vivía en una confusión eterna pues como que pen-
saba por abajo y tenía absentia cerebrorreflexiva por arriba. Volviose a embarri-
gonar la mocita y ya cuando acabó su posgradito de pocas luces y muchos gozos
era porque ya tenía tres críos y una nenita “bella como la luna, brillante como
el sol y terrible como un ejército formado en batalla”. Con el taxista hubieron,
en menos de tres años de complicarse las cosas cuando la mujer engañada se
enteró de que había una lunática que era madre de hijito y nenita de Noto que
así llamábase el taxista. Se formó el peo, y no en Caracas, y el problema desasió
todos los encantos de la lunitica quien muchos años después conoció el sol que
también como el taxista venía del desgaste y el frio de su matrimonio. El sol
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de que cerrar los ojos era el secreto y te elevabas por encima de los demás. Nadie
conocía tu secreto. Tu padre no volaba, pero además de su andar lento y seguro
tenía su propio vuelo: era un hombre de mar. En el agua se hallaba su secreto.
Creciste desatado de amarras. Tu infancia voló lenta como una película del
viejo oeste; cada segundo eran meses, los días años y estos, en su volar de lenti-
tud, siglos. Un sol con su luz propia brillaba en ti. Si nadie creía en ti te bastaba
tu autoconcepto. La adolescencia fue como un parque de atracciones; crecer
con tus padres, hermanos y amigos. Los amigos, un tesoro insustituible, una
familia que crecía en ti y tú en ella para verte llegar a la edad a adulta, el tramo
seguro, preciso y rápido para arribar al otoño. Siempre tuviste una meta clara:
ser escritor. El astrorrey que brillara en el universo desde un lugar lejano e in-
común a los centros de poder literario. Un sol sin metas en la vida es como una
luna orgullosa, como una espina vanidosa, como un tallo que necesita tu fuego
y tu luz para brillar u otros astros de vuelo ostentoso y altivo. La sencillez de tu
vida y tu luz propia eran tus mejores cartas de presentación.
El sol salía temprano como esperando una aurora de claridad y silencio y
descansaba por el poniente cuando la tarde se cansaba del mediodía de calor.
Su amigo de toda la vida, Julián Quejana Roncín veía pasar la vida como una
noche despojada de su gracia, como la gracia despejada de su noche. El sol nada
sabía de lunas y Quejana Roncín creía entender el misterio que los perseguía.
Venían ambos, como el poeta, de un amanecer y hacia allá iban. Noche de luna,
luna de la noche envuelta en la oscuridad del mundo, mundo de fantasía y rea-
lidad donde la vida se ataba y se desataba como un destino fatal.
El sol nace en el Esequibo. Nunca un simplismo se hizo tan oscuro más allá
del “Discurso de las armas y las letras” cuando la oscuridad se cierne.
Amanece, contra la estulticia conspirativa de las iguanas y los bisures: lagar-
tijas y machorros, todo se entenebrece. Hay un día negruzco de calor en cuyos
pasadizos la vida se consume a plazos. “Esa luna que amanece alumbrando pue-
blos tristes, qué de historias, qué de penas, qué de lágrimas me dist” . Una vela se
consume como un como un cabo de resignada soledad y de tristeza completa.
Más allá el ladrar lastimero de un perro. Es el sol que se golpea enfrente de la
vida, vida de canes.
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sobre lunas y soles: tras de sus encuentros y desencuentros, concibió la idea des-
cabellada de escribir una máquina para recuperar su alegría. No se trataba de
“La máquina de la felicidad” el invento novecentista del doctor Jesús Enrique
Lossada. Un día vio a un hombre taciturno y andante de apellido Quejana,
cuenta nuestro escritor que el hombre era larguirucho, de complexión entre dé-
bil y ahí ahí, que se sentía muy apesadumbrado de su linaje. Creía el señor Que-
jana Roncín, que apellidarse de esa manera constituía una burla como aquella
dama llamada Zoila Cabeza de Vaca, pero su tristeza e incredulidad cedieron
espacio a la risa cuando se topó con Noris Nava, Mónica Galindo, Serapio Rea
y las hermanas Sila Prieto y Nola Prieto. Contaba la madre de Quejana Roncín
que su padre había tenido una vecina llamada Flor Serrada y él, al pasear por su
calleja regalaba a la dama un “buenos días, señorita Flor Serrada”. Parece ser que
la chica siempre contestaba el saludo galante del señor caballero don José León
Roncín con un “buenos días vuestra merced”. Esa costumbre, sana y educada,
se vio súbitamente cambiada cuando la damita se enamoró y posteriormente
con el señor Mejo Díaz, figúrense ustedes que la damita pasó un día de ser Flor
Serrada al de la señora respetada, Flor Serrada de Díaz. El abuelo de Quejana
Roncín un entonces se halló con que la damita había clausurado sus saludos.
Tal parece que Mejo Díaz, que, el cónyuge de la dama en flor, le prohibió a su
mujercita intercambiar saludos con los viandantes. Sorprendido por el cambio
repentino de la muchacha que no volvió a contestarle al señor Roncín con un
“tenga usted buenos días, vuestra merced don señor José León Roncín” ... El
abuelo no entendía el cambio brusco de la damisela en flor. Un día bebió varias
copas más de su ajenjo reforzado con berro y coñac no habituales a su sobrie-
dad sempiterna para romper el silencio de su admirada amiga y vecina. Esta vez
omitió nuestro caballero el “buenos días, señorita Flor Serrada”. El abuelo solo
se limitó a gritar a voz de cuello.
“Flor Serrada de Díaz” ... y ... “abierta de noche”.
El señor Quejana Roncín, al proseguir sus lecturas, pronto se topó con don
Alonso Quijano, Quesada, Quejana o tal vez Quijada diose cuenta de su pro-
sapia ilustre y benemérita. Ser un nieto de un caballero andante no lo hacía
majadero, pero si lo acercaba a la escritura. Cuando se tiene un abuelo tan pre-
claro no es esa una carta de presentación ni un aval para *asir* el camino que no
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extravió la ruta: ser un sol con luz y brillo propios había de ser su empresa más
orgullosamente buena.
Quejana Roncín supo quizá por Cide Hamete Benegely, Avellaneda y Mer-
nard, que andaba en el camino. Empero, su ruta se hacía clara y su senda se
acercaba a sus sueños cuando supo del poeta César Guerra Valdez. Era, sin em-
bargo, algo tarde para ser un loco de atar tan pintiparado como, Figuritas o Ata-
nasio, a quienes conoció de niño y de adolescentes. Vio que el sol, su personaje,
andaba solo y no era conveniente, si seguía la ruta de su autor, Oswald Vasim
Sanjuan que amaneciese de claro en claro y de día en día pensando que era un
orate al estilo de su caballero andamoro, aquel Toro bobo del liceo, loquiario
que inventaba juegos escritos en el novelin de Quejana Roncín, aquel fresco
de adulto llamado Sanfranco V nivel. No tenía un rocín pues esos animalitos
se hallaban sepultados en las páginas de sus libros. Se sentía dichoso y bendito
del siglo que le había tocado en suerte. Tenía una ruta que andar y desandar en
su motocicleta vetusta y andariega. Siempre visitaba a Alvar Fanal Guspín con
quien recorría sus sitios de enunciación muy al gusto del doctor Isea.
Yo soy tu caballero andariego, mi reina y amaría salir en busca de paraguas
de colores para puedas desasirte de tu tristeza cuando vengan los días de sole-
dad, las tardes de tristeza. He recorrido las mañanas de sol, sol de días buenos,
conozco la tristeza a fondo y no es buena. Para tu soledad me basta ser tu sol y
que no seas una luna cualquiera. Para tus mediodías ardientes guardo mis an-
danzas de hombre de bien y mi alegría de andar y desandar. He venido a desasir
tu ruta de ese mal que otrora fue la causa de tu dolor. Si te gustan los paraguas
de colores tengo varios para iluminar tu tristeza, tengo otro para pulverizar el
mal echado pues conozco la vanidad, el orgullo y el sinsabor del sufrimiento.
Tengo uno azul para que saltemos los charcos cuando las lluvias arrecien y se
burlen del calor, tengo uno celeste para tu vida dulce y tierna, tengo uno negro
para cuando quieras cerrar los ojos y no llorar porque has visto las estrellas,
tengo uno rosado para que seas más bella que la luna y uno amarillo para que al
llegarme la tristeza seas mi sol. Sola la vida es triste, sola la soledad es un cuento
sin fin, sola la noche es un puerto sin luces, soledad es una palabra de sabor
acerbo. Sola en tu andar es una lucha triste contra la miseria y la maldad. Tienes
el encanto que enamora. No eres una luna cualquiera que anda alumbrada por
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faroles altivos. Eres la ternura que hace a un caballero andar y desandar. Tengo
un paraguas tornasol que hace de los días de resolana sombras, tengo un ama-
necer de luz y de bondad para mirar tus ojos. En cada paraguas podrás mirar tu
vida y protegerte del sol, la lluvia y la polvareda. Tengo un paraguas para hacerte
piruetas a la manera del gran Charlot y si conquisto tu sonrisa no habré perdido
el tiempo que nos ata a la vida y nos aleja de la muerte. Mira todo lo que tengo
que no es poco como la miseria ni mucho como lo ostentoso.
El poeta, encantador de las serpientes, las endulza con su poder y no les ad-
ministra la muerte, sino que les da vida para que se desconchen sus anillos y se
alejen de la mujer amada y amante. El poeta funda un reino entre la sonrisa y la
claridad para dotar la vida de magia y realidad; se ase de paraguas para acercar
el bien y alejar el mal, un paraguas de mariposas para echarlas a volar. , un para-
guas de lunas de azul para que andemos en bicicleta sin miedo y sin tristeza, un
paraguas que te enamore de nuevo en tu fragilidad de reina del universo.
El sol sale y en su andar ya no siente dolor. Oswald Vasim Sanjuan, el afama-
do escritor de una obra que será recordada por siempre durante los próximos
mil años cuando los huesos del gran escritor sean un puñado de polvo en las
estrellas, dijo “ el hombre es el sueño de una sombra” . El sol, la luna y los cuartos
menguantes según su autor arábigo-estadounidense, fue una novela que nació
de un dolor profundo y mordiente. Sin embargo, ese mal sirvióle a su autor de
manantial para hacer que el carbón se trasmutara en diamantes, la tristeza en
bálsamo y las lágrimas en perlas. Una luneta frágil como una paja movida por
la brizna no calzaba las sandalias de la honestidad que se volvió lunita falcifor-
me y vilandera. Oswald Vasim Sanjuan, hombre de sagacidad y talante, un día
sacó a su perra de paseo y vio que la canina era una lunetera sin nada bueno
que ofrecer. La perra andaba solitaria como una luna de traspatio. Sus cuartos
menguantes siempre decrecientes nada tenían de bueno. Aquella casita en un
muladar calcinante, mudalar que era una muela derruida y malograda de es-
treptococusmutans por el abandono y la dejadez peorros y roñosos, cada cuarto
de luna vacío anunciaba el desorden del mundo entre cerros de basura, platos
grasientos y una vela encorvada por su cera hecha esperma. No era la dulzura
que se abría al sentimiento de amor sino la dulzona que abría y cerraba su cen-
tro ingrávido en subir, bajar y explotar antes o después de las rutinas del día.
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Los días son oscuros y no es culpa de la luna pues ella no tiene luz propia y el
sol ha andado a tientas en medio de las tinieblas. Si alguien sabe adónde se fue
la luz de los faroles mustios y las plazas tendrá un consuelo. Es la vela que nada
vela. El sol de ella en su pobre candil que no alumbra. La vela desanda sola, sola
va su llama que no llama. Sola anda en su resplandor que sobrevive al viento.
Un airecillo de cosa buena y bella no hay en la llama sola que no llama. Si al-
guien sabe qué ha sido de la luna, lunaria, luneta, lunilla al sol no le importa,
pues anda y desanda en esa sola angustia que no se angustia. Que esté bien la
soledad es ya un anhelo para un sol que se ha desasido de la lunitica y busca que
sea sola su soledadla llama que no llama, doña claridad y no misa tinieblas, es
como un paseo en bicicleta cuyo encanto es solaz para el astrorrey.
Oswald Vasim Sanjuan, el escritor, pergeñaba en caligrafía preciosista una
historia milenaria: El sol, la luna y los cuartos menguantes, escribía con pulso
febril. Sabía que su historia ya andaba en la memoria de los hombres. Un día,
guiado por un poeta y amigo fue en busca de Álvaro Tarffe, el único sobrevi-
viente de un Avellaneda apócrifo, muchos años después, pocos siglos antes de
la vida errante, mas no errática de monsieur Pierre Mernard. Ambos tenían la
honda certidumbre de que no existian sino en unas páginas escritas sobre una
historia contada por JLB y ABC y reescrita por otro que no era él.
No soy yo quien escribe estas malas historias es el otro que anda en mí.
Anda y al desandar desata unas líneas para entender a personas y personajes
como César Guerra Valdez o Juan de Mairena. Alvaro Tarffe quiza ni sabía
nada de su suerte aquella tarde de luz cuando recibió a aquellos dos caballeros
de medíana estatura, uno de unos cincuenta años, enjuto, de complexión débil,
alma grande e inteligencia proverbial, el otro algo chiquitico, gordinflón y pan-
zudo, inocente en lo brutal de su cerebro seco y escasa sal en su mollera. Como
si fueran hombres hechos de sombras andariegos en su andar iban Avellaneda,
Mernard, Guerra Valdez, Mairena y a ellos se les unía Vassim Sanjuan como
hombre de luces y talento. Escribía el arábigo-norteamericano una obra que
perdurará en la mente de los hombres muchos años después de su muerte.
Álvaro Tarffe, por mandato del señor Avellaneda, se reunió con los dos se-
ñores. Fue una tarde de claridad, luces y no sombras, soles y no lunas. Los dos
amigos estuvieron hablando con Tarffe. Eso, algo real y maravilloso, parecía
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Hetairas, ligeras y busconas en moto, de Gibersy Paola Gutíerrez Guerrero
AUTORIDADES
Dionisio Brito
Rector
Oleidy Montero
Vicerrector Académico
Jorge Nava
Vicerrector Administrativo
Carlos Luzardo
Secretario rectoral
Publicación digital del Fondo Editorial
UNERMB
Julio, 2020
Cabimas, estado Zulia, Venezuela.
Hetairas, ligeras y busconas en moto: aproximación a la luna
y el sol es un texto, que a criterio de su prologuista, Luis Guillermo
Lamper, parte de dos personas, con las caracterizaciones de la luna
y el sol, hechos hombre y mujer de carne y hueso, y que “debió de
ser escrito, ese conjunto de cuentos, por un romántico o lunático
empedernido”.