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esta obra sin la autorización por escrito del editor.
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Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Dirección Editorial:
Diego Esteras / Ezequiel Fanego
Producción: Malena Rey
Coordinación: Sofía Stel
Diseño de colección: Consuelo Parga
Diseño de tapa: Emmanuel Prado
Maquetación: Cecilia Espósito
Corrección: Mariana Gaitán y Eva Mosso
11 INTRODUCCIÓN. Un totalitarismo de la multitud
CONCLUSIÓN
295 Una imperiosa política del testimonio
303 Agradecimientos
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INSTAGRAM: EL LIBERALISMO
DE UNO MISMO
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La celebridad hoy ya no es fructífera. Sin embargo, duran-
te mucho tiempo, más o menos secretamente, constituyó
el sueño de la mayor parte de la gente. Esta atracción
por la celebridad se vio particularmente estimulada en el
inicio de los “Treinta Gloriosos”, cuando se multiplicaron
los órganos de prensa, cuando se popularizaron la radio y
la televisión, cuando la cultura de masas se expresaba en
la canción o en el cine y participaban ambos de la eclo-
sión regular de figuras que –por su talento, o en general
por los azares de la vida– conocían un destino inespera-
do marcado por el reconocimiento público y la gloria. El
auge conjunto de las industrias de la comunicación y del
entretenimiento permitía que todos creyeran que, un día
u otro, sería posible encontrarse bajo la luz de los pro-
yectores. Esta disposición fue capturada por Andy Warhol
cuando enunció la frase que después se volvió célebre: “En
el futuro, todos conocerán su cuarto de hora de celebridad
mundial”. La fórmula daba fe de una ampliación de las
oportunidades que podían llevar tal vez a la notoriedad, y
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C a la vez del ritmo frenético de fabricación de stars más o
S menos rutilantes sometidas a la obsolescencia y la renova-
A ción continuas. Sin embargo, lo propio de la celebridad es
D que, más allá del aparato, tiene sus propias particularida-
I des. No solo depende de una condición que, a fin de cuen-
N
tas, es el destino de algunos raros elegidos, lo que puede
desalentar cualquier esfuerzo en vistas a alcanzarla, sino
que también está sujeta a múltiples azares, a la inestabi-
lidad y a la fugacidad, que causan, lo vimos en reiteradas
oportunidades, caídas de las cuales algunos no se recupe-
ran nunca. Su poder de atracción, que operó masivamen-
te durante medio siglo –desde los años cincuenta hasta
la generalización de los reality-shows, con los inicios del
nuevo milenio–, ya no forma parte del aire de los tiempos.
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importancia–; en Instagram se buscaba promocionarse sin
disimulos con la finalidad declarada de armar vínculos de
interés y de sacar provecho de ellos en cierto plazo. El
pacto tenía el mérito de ser claro: permitir a cada usuario
hacer valer de modo directo su persona y sus trabajos.
Este objetivo requería la implementación de una interfaz
apropiada. Se alentó no la inflación del verbo –que ya
estaba vigente en las otras dos plataformas–, sino el uso
de la imagen. Y no importaba qué imagen. Toda fotografía
posteada aliada a un formato cuadrado –que recuperaba el
marco original de la proyección cinematográfica– daba la
impresión de ser una lente focal intensificada sobre cada
momento capturado o de ofrecer una ventana privilegiada
sobre la vida de todos. Además, se podían hacer retoques
con facilidad gracias al uso de filtros y de temas elegidos
por uno mismo que favorecían una exposición personaliza-
da y elaborada de las cosas. Las imágenes también estaban
destinadas a ser objeto de un agenciamiento cuidadoso
–una “curaduría”–, a saber, una organización trabajada en
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C el seno de la propia galería, así como a inscribirse dentro
S de una continuidad narrativa, consolidando así una iden-
A tidad visual propia.
D
I En lugar de una proliferación de posteos en general
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espontáneos y bastante caóticos producidos en Facebook
o Twitter, en Instagram se pone a disposición una serie
de herramientas destinadas a gestar una escenografía es-
tructurada de la propia existencia. Es lo que se d enomina
la story. Su principio provenía de la misma idea que había
originado el like o el retuit en la medida en que implicaba
toda una serie de usos específicos basados en la puesta en
escena regular y minuciosa –vía instantáneas o videos– de
gran cantidad de gestos. En un mundo en el que el desem
pleo y la precariedad son el resultado de condiciones
generalizadas, donde no deja de arrasar la competencia
entre personas, un buen manejo de esos engranajes podía
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mente a la tarea, algunos se hicieron muy hábiles en hacer
valer sus propios atributos y en ponerse en primer plano.
Esto, sumado al principio de los followers, que en esta red
opera de igual manera que en Twitter, hizo que los perfi-
les más salientes, a veces los más talentosos en su cam-
po o los más “a tono con la época”, conocieran tasas de
progresión muy rápidas que podían llamar la atención de
decenas, incluso de centenares de millones de inscriptos.
La story hizo nacer pasiones por figuras –figuras a veces
desconocidas hasta hacía poco tiempo– sobre las cuales
se quería saber el minuto a minuto de sus existencias.
Esta exhibición de sí mismo o de las propias producciones,
cuando generaba un interés amplio, o más todavía, impre-
sionantes cifras de audiencias, invistió a algunos con un
aura que de facto tenía un valor altamente monetizable.
Entonces apareció el fenómeno de los influencers, aquellos
que, por la singularidad y sofisticación de sus modos de
vida, o por el impacto de sus trabajos, despertaron en
otros reflejos miméticos.
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C A diferencia de las stars que surgían del régimen de
S la celebridad, que siempre dependían de poseer un rango
A excepcional, casi intocable, y sobre las cuales se operaba
D una proyección casi exclusiva, estas nuevas personalida-
I des dependían de otro estatuto: el de ser modelos que se
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multiplicaban en todas partes, cuyas cuentas se podían
consultar en todo momento y de los que la gente se podía
inspirar a su capricho, tanto respecto de algunas de sus
conductas como en vistas a dar curso a la ambición de, un
día u otro, estar revestido de un nivel de brillo similar.
Hoy en día hay millones de individuos que responden
a la función de “embajadores” más o menos declarados de
ciertas marcas, que funcionan en un rol de intermediarios
respecto de sus “comunidades”. La aspiración inicial a la des-
intermediación que se suponía que ofrecería la web, basada
en una estructura descentralizada que permitía la puesta
en relación directa entre los seres humanos, adoptó acá su
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mejor a esta tendencia, Instagram inauguró, en un segundo
momento, un procedimiento que ofrecía o bien hacer clic en
un pequeño motivo negro, que hacía aparecer entonces el
conjunto de las marcas presentes en una imagen, o bien ha-
cer clic sobre algunas de sus partes, un traje o un par de za-
patos que tenía puestos una persona, por ejemplo, para que
se abrieran todas las referencias. Cualquiera fuera la opción
elegida, los vínculos remitían a las cuentas de las marcas
mencionadas y proponían convertirse a su vez en sus segui-
dores. Cada representación bien agenciada de uno mismo se
relaciona entonces con la de un “hombre-sándwich” de nue-
vo cuño que invoca, con un simple clic, a seleccionar todos
los artículos que se desea poseer. Hoy en día, la voluntad
de alinearse con estas prácticas es moneda corriente entre
niños y adolescentes que buscan, ellos también, desarrollar
un registro de conductas que funcionen como un modelo res-
pecto de los miembros de su generación y revestir un valor
capitalizable. A este movimiento de juvenilización de la so-
ciedad –manifiesto en el modelaje o en algunas costumbres
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C regresivas adoptadas por adultos– responde un movimien-
S to de algún modo inverso: la impregnación del liberalismo
A de uno mismo en la psyché de los más jóvenes. Podríamos
D apostar, y sin equivocarnos, que este goce de detentar tal
I ascendente sobre las multitudes de los propios semejantes,
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que lleva además a obtener ganancias, no los hará nunca
abandonar esa pasión en el futuro.
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hecho de marejadas de individuos que pasaron a representar
por sí solos modelos culturales y sociales, y hasta mode-
los de existencia. Los referentes se establecían ahora desde
ciertos individuos hacia el resto de los individuos, para lo
cual los primeros se tenían que saber forjar una autoridad
y los segundos conformarse con ella. Se operó entonces el
pasaje desde la alter-determinación hacia juegos continuos
de “ascendentes horizontalizados”, y eso nos mostró a gran
cantidad de personas buscando investirse de un aura y ejer-
cer un magnetismo sobre el resto, según lógicas inestables y
móviles que nos mostraban en todo momento cómo los que
estaban primeros en la fila desaparecían para ser suplanta-
dos por contingentes de sargentos en ciernes.