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globalización neoliberal y su creciente espacialización de la temporalidad.
Más allá de todo esto, una nueva teoría de la novela latinoamericana
debería tener como tarea principal la posibilidad de restablecer el vínculo
entre ficción e historicidad, vínculo que se haría posible gracias
precisamente a la llamada crisis de la modernidad occidental, la que
estuvo marcada por el predominio de formas historicistas de
comprensión del tiempo histórico. Dicha crisis, a diferencia de otras
crisis “modernas”, se presentó ya en la segunda parte del siglo XX bajo
los nombres de postmodernidad y globalización (entre otros), como un
agotamiento general del sistema de categorías con los cuales
organizábamos y dábamos sentido al mundo. En otras palabras, gracias a
ese sistema de categorías constitutivas de una determinada
arquitectónica moderna, la relación entre el trabajo de la ficción y el
problema de la historia permitía leer la literatura ya siempre como una
elaboración tropológica de los procesos sociales. Es esta misma
posibilidad la que nos permitía pensar a la crítica literaria como una
práctica de desciframiento que ajustaba las potencialidades figurativas del
trabajo literario a los estándares de una economía mimética o
economímesis que regulaba la relevancia de la obra literaria, su
organización canónica y su disposición curricular.
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estructurado el horizonte crítico moderno, pues junto con la
relativización de la verdad, el cuestionamiento del sujeto universal, la
fragmentación de la totalidad histórico-concreta y la misma posibilidad
de dar con el sentido último de la obra, se producía también la
emergencia de una forma inédita de facticidad para la cual no teníamos
herramientas de análisis. En pocas palabras, esta crisis era terminal, pues
nos dejaba sumidos en dicha facticidad y sin la posibilidad de establecer
con ella una distancia crítica, una distancia que nos permitiera pensarla
históricamente.
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Sin embargo, el problema surge cuando constatamos que esta
nueva articulación planetaria del capital transforma radicalmente no sólo
el ámbito de injerencia estatal o el horizonte de comprensión de la
soberanía, sino también, y de manera decisiva, el ámbito cultural y el
espacio literario moderno, espacio que para el caso latinoamericano
adquiere su plena articulación entre el modernismo y el Boom. En tal
caso, el agotamiento general de las categorías críticas con las que pensar
el presente no sólo implica una transformación a nivel de la forma, los
géneros o los estilos literarios, sino una transformación de la misma
literatura, de su lugar y de su función en el contrato social de las
sociedades contemporáneas, cuestión que nos demanda, ya más allá de
Jameson, una nueva teoría de la literatura latinoamericana, una teoría
que nos permita, por un lado, pensar el vínculo crítico entre historia y
ficción, mientras que por otro lado, no se conforme con la simple y
mecánica restitución de los conceptos de totalidad, sentido y progreso
que configuraron el horizonte general de la crítica literaria moderna.
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latinoamericana en el trabajo de Jean Franco, por mencionar solo
algunos. Más allá de estas imprescindibles caracterizaciones sobre la
transformación del campo literario, la pregunta que estamos elaborando
tiene que ver con la posibilidad de interrogar el trabajo de la ficción y,
por supuesto también la transformación sustantiva del poema
latinoamericano (aun cuando esta sea una noción demasiado general),
para elucidar cómo se tematiza la historia en ella y como emerge la
cuestión misma de la historicidad. Por supuesto, no intentamos sostener
la vieja tesis representacional respecto de la cual la ficción opera según
una metaforización o simbolización de los procesos históricos, sino que
intentamos interrogar la manera en que el trabajo de ficción constituye
una forma particular de elaboración de la crisis histórica que ha sufrido
la sociedad latinoamericana desde fines del siglo 20. ¿Cuál es la teoría de
la historia implícita en la nueva novela latinoamericana y cómo ésta exige
un cuestionamiento radical de la misma concepción moderna, arqueo-
teleológica, de historia?
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hacer resonar las demandas de la memoria histórica, mientras resistía los
imperativos del neoliberalismo y sus procesos de devastación y duelo
forzado.
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procesos de circulación y consumo literario, sino que influía
directamente en la misma producción literaria, en la medida en que
dictaba criterios de confección necesarios para acceder a un campo ya no
sólo profesionalizado, sino ahora también sujeto a los criterios
mercantiles de estas mismas corporaciones transnacionales (Planeta,
Santillana, Anagrama, Alfaguara, etc.). De ahí la brutal comparación que
realiza Bolaño entre la actual literatura latinoamericana y un niño
encerrado en la casa de un pedófilo, un pedófilo, dice él, que también es
un asesino. En efecto, si para el chileno, la literatura estaba encerrada en
un laberinto sin salida, la misma problemática volverá a surgir, una y otra
vez, en su narrativa, ya sea que nos refiramos a la copertenencia de
literatura y horror en Nocturno de Chile o en Estrella distante o,
alternativamente, que analicemos las disputas intestinas de los críticos
literarios en la primera parte de 2666.
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Por último, si retomamos la crítica desarrollada a principios de los
años 90 por John Beverly en Against Literature (1993), no nos resultará
difícil entender que junto con esta crisis del campo literario se produjo
también una proliferación de prácticas culturales ya no soportadas por el
formato escritural y letrado tradicional, cuestión que coincide no solo
con el desarrollo de los enfoques subalternistas y poscoloniales que
surgieron precisamente para pensar las realidades latinoamericanas más
allá del marco soberano del Estado nación y sus procesos de formación
y liberación, sino también con la proliferación de los estudios culturales
y, posteriormente, de los estudios intermediales, de la mano de nuevas
hermenéuticas culturales (Barbero, Herlinghaus), y de nuevas preguntas
dirigidas a las tecnologías comunicativas, interfaces y plataformas
diversas, y a la sucesiva configuración de prácticas de gubernamentalidad
algorítmica y control biopolítico de las poblaciones.
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En el horizonte general de transición desde el contrato social
nacional soberano hacia el mercado global contemporáneo, las preguntas
que nos acompañaron fueron: ¿qué papel le cabe a la literatura en la
elaboración de un relato compartido sobre el pasado?, ¿debe la ficción
deponer su vocación crítica y subordinarse al llamado “responsable” que
impone una tonalidad conciliadora y que termina por blanquear el
pasado, para hacerlo tolerable, condenándolo a una nueva violencia
simbólica?, ¿cómo pensar la literatura en un contexto de descentramiento
hermenéutico y de configuración post-letrada de la hegemonía y del
poder? Estas no eran ni son preguntas sencillas, particularmente en
América Latina donde las transiciones desde la guerra o desde las
dictaduras militares, hacia la democracia neoliberal contemporánea
habían sido reforzadas por la utopía de la globalización y del consumo, a
partir de lo cual se forzaban y aún se fuerzan procesos de duelo mediante
la oferta infinita de nuevos objetos en los que hacer catexis y substituir
la pérdida (Consenso de las Commodities lo llamó acertadamente Maristella
Svampa, 2013).
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desacuerdo en la lengua, sino un desacuerdo con la lengua caída a la
operación articulatoria del logos, de la hegemonía y del historicismo.
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narrativa contemporánea no solo como un trabajo de duelo, sino
también como un trabajo que interrumpe los discursos de la
reconciliación, del post-conflicto y de la transición, a partir de una
interrupción del historicismo literario que, lejos de implicar una apuesta
por una historicidad alternativa, soterrada y comunitaria, implica
establecer con la misma historia y su facticidad, cada vez más abstracta o
in-simbolizable, una nueva distancia crítica orientada por la condición
insobornable de una dialéctica negativa, sin síntesis y sin resolución a la
vista.
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sintetizable de la euforia neoliberal, interrumpiendo su narrativización y
su metaforización equivalencial y hegemónica.
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Por último, al intentar pensar la ficción literaria como elaboración
del problema de la historia, no estamos aludiendo al resurgimiento de la
novela histórica, la que suele ser todo menos una elaboración del
problema de la historia. Estamos aludiendo, entro otras cosas, a la forma
en que las narrativas contemporáneas tematizan el problema de la
existencia en el plexo de un capitalismo planetario que amenaza con la
absoluta subsunción de dicha existencia a sus propios imperativos de
reproducción. Si la llamada subsunción real de la vida al capital tiene
sentido acá, lo tiene porque es el horizonte final en que la planetarización
del capital termina por reducir el sentido mismo de la existencia a la
condición de un asunto administrativo. Desde ese horizonte de
subsunción total, la política ya no puede ser entendida como
recuperación o rearticulación discursiva-hegemónica, pues dicha
rearticulación no ocurre sino en el logos de la administración total, ya
sea que le llamemos capitalismo tardío, articulación planetaria de la
metafísica, nuevo orden mundial, orden tecno-tele-mático o nueva razón
imperial.
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Castellanos Moya o Daniel Ferreira, entre muchos otros. Siempre que
en estos y en muchos otros casos apreciamos cómo la estrategia narrativa,
el trabajo con el lenguaje, la disposición de procesos de montaje, la
constelación de personajes y procesos históricos, la fragmentación del
relato convencional y la suspensión del tiempo histórico lineal,
constituyen no sólo características estéticamente valiosas sino también, y
fundamentalmente, estrategias orientadas a problematizar el
historicismo y su contraparte, la metaforización infinita y equivalencial
de lo real. Y esto no parece ser irrelevante, sobre todo en un contexto
en que las configuraciones de poder parecen prescindir de su clásica
mediación letrada, pues ahí donde la literatura ya no sirve es donde
mejor muestra su inclinación reflexiva, su potencialidad.
¡Muchas gracias!
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