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Notas tomadas de: María Fux – La vida es movimiento a través de la

Danzaterapia, QMAYOR MAGAZINE. 18 AGOSTO, 2016. Disponible en:


https://www.qmayor.com/ocio/maria-fux-la-vida-es-movimiento/

¡Qué afortunados somos! La comunidad que estamos creando nos regala sus
tesoros. Un regalo superlativo que nos ha enamorado y descubierto a una señora
maravillosa. En esta charla TEDxRioDeLa Plata, María Fux, la creadora de la
Danzaterapia, a sus 92 años de edad, muestra la relación de la música con
nuestros cuerpos y sus movimientos.

…María Fux es bailarina y coreógrafa, desarrolló un estilo propio de


“Danzaterapia”, una metodología para la recuperación del equilibrio psicofísico y
la expresión de personas con cualquier tipo de discapacidad.

Nació en 1922 y comenzó a bailar desde la niñez, aún hoy lo sigue haciendo.
Tomó clases de danza clásica, actuó en diferentes espectáculos y fue convocada
por los directores del Teatro Colón como bailarina solista en 1954 y 1960. Sus
giras artísticas y pedagógicas la llevaron a viajar por gran cantidad de ciudades
alrededor del mundo.

En sus Centros Creativos de Buenos Aires, Italia y España se capacitan


docentes de distintas disciplinas para trabajar a través de la Danzaterapia con
personas con Síndrome de Down, sordos o no videntes, sin límite de edad.

Después de su primer libro «Danza, una experiencia de vida» ha publicado otros


seis libros referidos a la Danzaterapia. Ha recibido distinciones que reconocen
su trayectoria y aporte a la cultura, como la Medalla del Bicentenario y el premio
otorgado por el Fondo Nacional de las Artes en 2011.

“Soy una artista que, a través de un trabajo creativo, ha encontrado un método


que logra cambios en la gente, mediante el movimiento. Lo único que hago es
estimular las potencialidades que todos tienen. Yo nunca hablo de curar, sino de
cambiar. Y cualquiera sea el tipo o gravedad de un problema, siempre habrá algo
que se pueda modificar, aunque es preciso aclarar que el solo movimiento no
hace que uno cambie, así como no todas las personas están necesariamente

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predispuestas a un cambio (en su cuerpo, en su sentir, en su vida). Es un método
de trabajo creado a través de mi labor de artista.

A través del movimiento se generan cambios que no son sólo físicos, sino que
involucran activamente a nuestro cuerpo interno, muchas veces aislado,
ignorado, con miedos o problemas tanto sensoriales como psíquicos. A través
de los estímulos que doy se mueven y cambian los «no» del cuerpo,
convirtiéndose en sucesivos «sí», en «esto que estoy haciendo me pertenece».
Simplemente estimulo las áreas dormidas, que no acuden únicamente a través
de formas auditivas, sino que todo el cuerpo es el protagonista.

Cuando bailamos expresamos no sólo la belleza, sino también los miedos, la


rabia, la angustia, el dolor. Cada uno de esos estados son personajes que viven
dentro nuestro y que pugnan por salir con la misma intensidad con que nos
resistimos, muchas veces, a dejarlos aflorar o, tal vez, reconocerlos como
propios. Y es a través de la danza, más que de la palabra, que logran encontrar
esa salida.»

No danzamos para gustar, sino para ser nosotros mismos, para poder crear,
expresarnos y entregar a los demás, desde el principio y para siempre.

Trabajo mucho en el reconocimiento del propio cuerpo, en la alegría de la


aceptación y en la posibilidad de expresión.

En mi trabajo apunto mucho la mirada al espejo interior. Cuando un estímulo


logra sacar al alumno del espejo externo y encontrar una motivación que lo ayude
a crecer, entonces cambia la propia imagen de un modo que abarca mucho más
que la mirada hacia la aceptación.

Sabemos y aceptamos que el cuerpo ideal no existe, y nos vinculamos con el


cuerpo expresivo, generoso, que cambia con el tiempo y con las emociones, que
busca, que siente. Ese es el que nosotros trabajamos, aceptando los cambios
del cuerpo físico, incorporando los límites, porque a medida que pasa el tiempo
el cuerpo gana y pierde, reconociendo sus miedos y aceptándolos, siempre
pensando que el apoyo está en un proceso de encuentro con el mundo interno,
donde el movimiento tomado así produce cambio y alegría permanente. No

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apunto a los efectos inmediatos, porque éstos no brindan, en general, un
bienestar duradero. Todas las disciplinas corporales o gimnásticas que se
valoran por los resultados físicos medibles e instantáneos no van más allá del
momento, no llegan a la profundidad de una transformación y aceptación real, y
su efecto (frecuentemente relacionado con la moda o la apariencia física externa)
desaparece de inmediato, no pudiendo sostenerse a lo largo de toda la vida. No
hay una valoración de la persona en su totalidad ni en su unicidad (su ser único),
sino un molde que funciona como modelo a seguir, por imposición externa, aún
a fuerza de quirófano, anabólicos o hábitos que conducen a la anorexia. Sin ir a
los extremos de la negación del propio cuerpo, lo que quiero significar con esto
es que el verdadero bienestar es una victoria que se conserva a lo largo de la
vida y, por lo general, se hace contagiosa hacia nuestro cuerpo, hacia nuestro
ánimo y también hacia los demás, logrando cambios.

Lo que incluyo en mis clases tiene relación directa con las posibilidades de todos,
es como un gran factor común que tomo, incluyendo todo aquello que sí pueden
hacer los alumnos, cualquiera sea su condición física o psíquica. Mi danza sobre
el escenario me dio las pautas de conocimiento necesarias para utilizar en las
clases.

El alumno llega a conectarse con su cuerpo vivo sin imposición, sintiendo


lentamente que su cuerpo abandona toda rigidez y puede estirarse o
flexibilizarse, y esto, que lo ayuda a reconocerse a sí mismo, le va entregando
una relajada y estable sensación de “sí puedo”. En algunos casos lo que
estimulo, más que el movimiento en sí, es la sensibilidad, que conecta
directamente con la posibilidad hacia adentro y hacia afuera. Lo que hacemos
no es una gimnasia técnica, por lo que nadie queda al margen. En mis clases
nunca muestro lo que sé o no sé, por eso lo que obtengo es siempre una
respuesta que es un hecho creativo.

Para mí no existe lo sano o lo enfermo, muchas veces recibo respuestas que


exceden en mucho la expectativa según las «posibilidades» de personas con
grandes dificultades, mientras que con otros alumnos muy dotados hemos
necesitado tiempos más largos para sensibilizar e introducirse en los más
profundos rincones del cuerpo, cada uno a su tiempo.

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Siempre digo que yo no enseño, sino que trato de ser un puente de comunicación
con mi experiencia. Yo doy esa experiencia de una manera viva y siempre
encuentro receptividad en la gente. Vivo en una búsqueda permanente de cosas
que resuenen en mi cuerpo, porque todo pasa primero por el propio cuerpo.”

El trabajo con personas con sordera

«Algo tienen en común el cuerpo y el silencio, y es que no pueden mentir».

“El primer acercamiento con el no oyente consiste en que él llegue a interesarse


por proyectar y darse cuenta de que su cuerpo es un instrumento del lenguaje.

Trabajo con diapositivas con imágenes y líneas que sugieren ritmos diferentes y
conectan instantáneamente con movimientos, más allá de la presencia o no de
un sonido.

Una de las formas para ir al encuentro es utilizar la geometría del movimiento.


Es como una ecuación: LÍNEA = MOVIMIENTO. Y éste será diferente según lo
sea la línea: recta u ondulada, continua o intermitente, ascendente o
descendente. Trato de darle al no oyente la posibilidad de que la línea represente
lo que para nosotros la música, buscando en el ritmo y la forma la exploración
creativa de su cuerpo que, sin conocer los sonidos, puede desplegar el
movimiento y danzar.

Otro estímulo invalorable es el color. Trabajo con telas muy grandes y con
diapositivas en las que proyecto colores, e invariablemente las respuestas se
traducen en movimiento y forma.

El color, la línea y la forma son en sí mismos un lenguaje que ofrece un gran


estímulo para mover el cuerpo. Todo lo que nos rodea, todo lo que vemos
penetra en nuestro cuerpo y sale de él. Podemos bailar el color rojo de una
alfombra, el verde de un sillón, la línea del horizonte. El estímulo visual aporta
una gran ayuda para los sordos, permitiendo que adquieran y desarrollen
capacidades rítmicas, calidades de movimiento, estructuras espaciales, además

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de sensaciones y aptitudes que expanden el mundo interno donde los miedos
desaparecen.

Los no oyentes pueden danzar creativamente en el silencio, salir del aislamiento


con el estímulo de sus propios ritmos internos, imágenes, sensaciones e ideas,
además de estímulos visuales corpóreos y proyecciones.

El del no oyente sí es un silencio real, un silencio que le permite conectarse con


una escucha diferente de su propia respiración, del ritmo de su sangre y del
microcosmos sonoro que representa el propio cuerpo, con sus movimientos.

Mi trabajo con los sordos es siempre de integración con alumnos oyentes, de


modo que no utilizo un material diseñado especialmente para ellos: todos
comparten una experiencia enriquecedora y gozosa que se plasma a través de
las formas sensibles que todos poseemos en nuestro riquísimo interior.”

El trabajo con personas mayores

“Muchos adultos llegan al movimiento luego de un largo camino de olvidos y


desencuentros con su propio cuerpo, con una historia plagada de sedentarismo,
con posturas que los alejan cada vez más de la flexibilidad natural que todos
traemos desde la infancia, con tensiones psíquicas, preconceptos y enormes
miedos. La mayoría se cuestiona si moverse es algo que valga la pena, ya que
sienten que han perdido toda posibilidad de expresión y movimiento fuera de lo
rutinario y previsible. Algunos vienen movidos por una dolencia, más que por el
deseo mismo de moverse y expresarse. La pregunta básica es: «¿a mi edad,
puedo?», que reemplaza muy elegantemente a la afirmación «no voy a poder».
De todas maneras, se han acercado a mi estudio, y eso ya marca que han dado
un paso para salir del estancamiento o ignorancia de sus propias posibilidades.
Algunos de ellos no han perdido aún el deseo ni la capacidad de juego (son en
realidad los menos).

Una persona que atraviesa esta etapa de su vida puede integrarse a través del
movimiento, explorando y ensanchando potencialidades que hasta entonces
desconocía, que afloran mediante el estímulo musical, visual o a través de mis

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palabras motivadoras. que son siempre renovadoras de paisajes que ayudan a
creer que ¨sí, puedo¨.

A medida que aumentan sus posibilidades se produce una mejor aceptación de


su cuerpo maduro y sus movimientos se conectan con una energía creadora,
casi desconocida hasta entonces. Se resignifica la potencialidad de esta etapa
vital, derivando la angustia que producía el paso del tiempo y la falta de
movilización hacia una mayor capacidad expresiva y creativa. Se produce
progresivamente un cambio duradero que le permite desarrollar su mundo
interno a través de la alegría y la aceptación de las marcas que el tiempo ha
producido en su cuerpo.

El trabajo sobre una silla permite desprenderse del temor que implica el
desplazamiento para estos cuerpos postergados, casi olvidados, que ven
restringido su contacto al encuentro con el dolor y la rigidez. Poco a poco van
sintiendo cierto grado de independencia que les permite salir a explorar esa silla
que los ha albergado, que los ha sostenido igual que lo hacían sus madres
cuando eran niños. Pueden reconocerla como algo estático que está afuera, pero
que también tiene una fuerte presencia dentro de ellos. Después de la
independencia viene la confianza, y con ella la memoria, entonces, lo cotidiano
se transforma.”

Sobre su propia caída

“A fines del año ’99, antes de viajar a Italia para dar mis cursos durante el verano
argentino, caí en un pozo, sufriendo la rotura de una de mis rótulas en dos partes.
Los especialistas tuvieron que operarme a los pocos días y atravesé una
recuperación muy lenta y dolorosa. Al mes de la operación ya podía caminar sola
y había recuperado algo de mi autonomía, aunque no al ritmo que yo deseaba.
Esto que puede tener un gran aspecto de pérdida tiene, además, por supuesto,
un aspecto de gran ganancia, donde he recibido y descubierto valiosas lecciones
de vida.

Mi rodilla no podía doblarse y me obligaba a detenerme y buscar nuevos


caminos. Tuve que aprender a pedir ayuda para las acciones más básicas de la
vida como sentarme, desplazarme o bañarme; pude conectarme con la fragilidad

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y con los avances más minúsculos que, tal vez en otra oportunidad, hubiera
minimizado o pasado por alto.

Mi cuerpo tenía también partes sanas, que tal vez no estaban en mi foco de
atención en algún momento, pero fueron ellas las que ayudaron a mi pierna
limitada. A la vez, mi rótula me decía «¡no te apures, tiempo al tiempo!».

Ya no valían la ansiedad ni los compromisos previamente tomados; el tiempo


tomaba un nuevo valor que nada tenía que ver con las posibilidades anteriores
ni futuras: yo debía aprender que, simplemente, el ritmo del cuerpo y el ritmo del
deseo no necesariamente coinciden cuando hay una limitación física.

Apoyada en la música y en las partes sanas de mi cuerpo aprendí a obtener


pequeños avances, a deshacerme de la inútil omnipotencia y a encontrar la
felicidad a través de mis propios límites, que poco a poco iba superando en la
medida que me iban dejando su enseñanza.

A mí me ha ayudado enormemente la respuesta auditiva a través de la música,


a enfrentar mis miedos y a saber que podía contar con la parte sana de mi cuerpo
como si un maestro me guiara muy lentamente. Entonces aprendí a valorar los
tiempos diversos, en donde yo no me podía imponer porque ese dolor existía y
me limitaba. Aprendí también lo que significa «paso a paso», «minuto a minuto».
Cada día ocurría una pequeñísima respuesta que me decía «¡adelante!», una
pequeña evidencia de avance.

Actualmente mi rodilla está permanentemente en un estado de observación que


marca la diferencia entre ambas piernas. Todavía siento el poder de la
recuperación y todo el proceso de avance, agregado a un estado de alerta que
me indica cuándo debo suspender un trabajo o cuándo me he excedido en la
exigencia hacia mi rodilla.

Tengo una rodilla diferente que requiere un cuidado y una atención diferentes.
Esto es algo que acepto desde que aprendí a no ser omnipotente y que trajo la
maravillosa consecuencia de aprender a pedir ayuda, sin sentirme por eso una
persona dependiente.

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El dolor físico indudablemente trae aparejado el dolor psíquico, pero se sale, se
puede. Es muy trabajoso, y hay que aprender a pedir ayuda, tanto como a
valorarla.”

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Notas tomadas de: María Fux. (1999). Danza: Experiencia de Vida y Educación.
Buenos Aires: Editorial Paidós. Páginas 87-90.

14. Experiencias de Danzaterapia:

La movilización, tanto con niños como con adultos, es siempre de carácter


psicológico, pero esto no implica una posición terapéutica preestablecida. Mas
bien la llamaría profiláctica. Si se utiliza el concepto psicológico, no es
habitualmente para curar a nadie, sino para que ese alguien se ponga a salvo
del riesgo de la enfermedad; y enfermedad en estos casos sería no reconocer el
cuerpo, su posibilidad expresiva y su evolución en relación con la edad que se
tiene. pero, en algunos casos, mi trabajo de comunicación y de expresión con el
cuerpo se complementa con un tratamiento psicoterapéutico, que hago con
médicos especializados. Quiero dejar presente aquí que la necesidad del adulto
de expresarse a través de su cuerpo es una necesidad imperiosa, pues, a lo
largo de los años, el adulto, especialmente, restringe sus límites corporales y
psicológicos. Sólo volcando y desarrollando las posibilidades internas y físicas

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que tenemos todos podemos equilibrarnos. Es decir, debemos buscar la
integración como seres humanos.

La expresión y la creación en el nivel del cuerpo son propias del ser humano,
cualquiera que sea su estadio cultural o cualquiera que sea su condición física.
La necesidad de moverse es parte de la persona y cuanto más se la ayude a
expresarse, más beneficios obtendrá para el resto de sus actividades, en su vida
privada o social.

Es interesante que relate un curso que di recientemente en el INEF (Instituto


Nacional de Educación Física, en la Universidad de Madrid) donde se me invitó
para que dictara clases a estudiantes del último año de educación física, que
titulé “Sensibilización en el nivel de la expresión corporal”. Era un grupo de
jóvenes profesionales del deporte, de 20 a 25 años, con cuerpos bellísimos y
muy bien adiestrados en la actividad deportiva. Cuando me enfrenté con estos
30 jóvenes, no sabía si el movimiento, considerado desde un punto de vista
diferente, podría interesarles. Comencé con todos ellos tirados en el piso del
gran salón del Instituto, puse música de Erik Satie, una música lenta para piano,
y pedí que cerraran los ojos porque quería presentarme ante ellos a través de
esa música. Así el cuerpo respondería no a directivas técnicas sino que podría
encontrar la necesidad de moverse con la música localizándola en brazos y
manos. Siempre con los ojos cerrados, debían ir conectándose con lo que estaba
fluyendo en la música. La visión que yo tenía del grupo en esa primera clase era
de una gran intranquilidad, con un evidente deseo de negarse a este trabajo,
puesto que estaban habituados a moverse de una manera preconcebida, con un
cuerpo dispuesto a responder a órdenes que no eran producidas por la
sensibilidad. Como ellos tenían los ojos cerrados, no podían percibir qué hacían
los compañeros; entonces la música lentamente fue absorbida por el cuerpo: los
brazos, enormes músculos, fuertes, fueron tomados por la música y se
sensibilizaron en el nivel de expresión. Esa experiencia duró quince minutos
hasta que, bajando el volumen, hice desaparecer la música. Lentamente
volvieron al cuerpo. Los hice sentar y abrieron los ojos asombrados.
Descubrieron en ese curso -que duró 20 días- algo que el líder del grupo expresó
sonriendo: “María”, me dijo, “con todo lo que yo conozco de mi cuerpo a través
del deporte, es la primera vez que lo siento”.
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Esto asegura que, aun la gente que conoce mucho su cuerpo, como en este
caso, ignora una gran parte de él que no ha sido explorada y con la cual uno
puede integrase en totalidad. Es la parte sensible e inconsciente, que en especial
los hombres -no sólo los deportistas- tienen grandes reparos en aceptar. Para
moverse de esa manera es necesario abrir compuertas y aceptarse, y aceptar
formas de reconocimiento de su mundo interno que pueden descargarse de
manera espontánea para sentirse creadores.

Los niños -vamos a hablar genéricamente- entienden el impulso creador y


liberan, estimulados por la música o por las palabras, el descubrimiento del yo
interno. Como son más libres, pueden penetrar por la música para recorrer
originalísimos caminos de búsqueda: en efecto, sus miedos son menores que
los nuestros y les resulta más fácil levantar el puente de incomunicación que a
nosotros, los adultos.

Las diversas etapas de la movilización a través de la creación permiten al niño,


al adolescente o al adulto un mayor conocimiento de sí mismo y le otorgan
seguridad y alegría para reconocer movimientos producidos por ellos en forma
creadora; y, sobre todo, exteriorizar las angustias, vencer las fuerzas agresivas
de todos aquellos elementos que subconscientemente quisiéramos alejar de
nosotros. La experiencia realizada en clases con niños heterogéneos, afectados
por distintos problemas, me autoriza a considerar la danza como una verdadera
terapia.

Tengo gran satisfacción cada vez que compruebo que, gracias a la improvisación
y a la comunicación de las expresiones individuales, se adquiere un sentido
grupal, donde todos colaboran, y que es recibido por el grupo transformado en
alegría todo impulso creador que cada uno lleva adentro.

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