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hacia adelante. A su lado está su hija, Cristina Cerezales, que ha ideado este
camino de vuelta y la acompaña en un intenso viaje por las habitaciones de la
memoria. Cierran los ojos y sus pensamientos se comunican de un modo
nuevo, único, precioso. La voz que Carmen Laforet había decidido silenciar
muchos años atrás, que silenciaría una enfermedad degenerativa, cobra la
entonación precisa a través de su hija, en un silencio plagado de palabras,
palabras no enunciadas pero claras y llenas de revelaciones, en un lenguaje
nuevo, en clave de música blanca. Desde su privilegiada condición de hija y de
experta en su obra, Cristina Cerezales brinda al lector un material de primera
mano sobre Carmen Laforet en el que abundan detalles reveladores que
permiten entender en profundidad su vida y su obra. Pero, ante todo, es un
recorrido valiente, libre y sabio por los claros y las sombras de la condición
humana. Una bellísima declaración de amor de una hija hacia su madre.
«Mi madre era una persona con necesidad de intimidad absoluta. Su fama
le hizo sufrir tremendamente.» Cristina Cerezales.
Cristina Cerezales Laforet: "Con 'Música blanca' he cerrado el círculo que
me unió a mi madre"
"Ya sabes que es difícil para muchas pero sólo si lo hacen de esta manera
podrán algún día escuchar la música blanca y habrá valido la pena la visita".
Palabras de Cristina Cerezales, hija de la escritora Carmen Laforet, que dan cuenta
de una página borrosa para muchos en los últimos años de la autora de Nada.
Música blanca no es un sortilegio. Está escrita más allá de las palabras. Está
alumbrada en el silencio. Carmen Laforet padeció la terrible enfermedad de
Alzheimer. De aquella condena, su hija Cristina Cerezales supo enhebrar un diálogo
madre-hija que ahora sella con su nueva entrega literaria, Música blanca.
La agente literaria Carme Balcells la animó: "Le dije enseguida que no, que era
imposible, pero estaba dentro de mí", confiesa Cerezales. "Escribiéndolo he
entendido muchas cosas, me he acercado a los ángulos de ella. Aquella inquietud
que sentí por su enfermedad... Es como si ella me hablara. En sus papeles, en sus
miradas, en su silencio. Al final hemos rematado el círculo madre-hija", comenta
Cerezales.
Laforet dejó en la casa de la hija sus papeles, cartas, documentos. "Una vez
me dijo que los quemase todos, pero pasaron 23 años y ella continuaba con ellos.
Como vivía conmigo, los dejó a mi cuidado. Escribir ahora este libro ha sido una
decisión mía. ¡En sus últimos tres o cuatro años vivió tanto, había tal riqueza!, que
me apeteció desmentir las notas periodísticas acerca de su final silencioso. Cuando
una persona está bloqueada hay algún canal abierto si estás muy atento a
recogerlo", cree Cristina Cerezales.
La novela, por llamarla de alguna manera ya que no es tal, está hecha con
recreaciones de la autora y con el traslado fiel de las palabras que le legó Carmen
Laforet. "Música blanca está escrito casi al dictado, y si alguna parte me costaba,
aparecía. Cuando ella tuvo esa revelación mística, yo tenía 3 años y no lo entendí.
Luego he visto que era un aspecto filosófico el que mi madre hubiera visto lo que
había sido la vida, esa búsqueda en ella. Yo volvía a ver en sus palabras esa
revelación mística de mi madre", explica Cerezales.
"En la cena del Premio Nadal, alguien que estaba sentado a mi lado me dijo:
'La biografía es tuya'. Me quedé callada. Luego pensé que en realidad, tenía razón",
ilustra la hija de la autora de Nada.
En ese cruce de reflejos, en el otro lado del espejo, la figura de Carmen Laforet
se va reconstruyendo gracias a un álbum de fotografías que su hija le llevaba en
cada visita a la residencia. "Quise crear alguna reacción en ella mostrándole el
álbum, ver sus reacciones ante las fotografías".
"Abre el álbum por el final y va pasando las páginas de atrás hacia adelante,
roza con los dedos las caras sonrientes de bisnietos, nietos, hijos, paisajes... sin
detenerse. Y llega a la fotografía de un joven detrás del cristal de la ventanilla de un
tren. Acaricia la foto. ¡Qué guapo! Ha derrumbado un muro de hormigón. Veintitantos
años sin mencionarle, sin querer hablar de él, sin dar explicaciones", escribe Cristina
Cerezales.
ROSA MONTERO
Laforet escribió Nada en tan sólo seis meses. Sin duda se encontraba
tocada por la gracia, o más bien por la desgracia, porque hace falta haber
sufrido mucho para poder construir un mundo narrativo tan feroz. Como
muchas novelas juveniles, Nada estaba muy cerca de lo autobiográfico, pero el
enorme talento de Laforet le hizo superar las limitaciones de lo testimonial. El
libro cuenta la historia de Andrea, una chica de dieciocho años que, en 1939,
llega a Barcelona para estudiar en la universidad y se aloja en el piso de unos
parientes. Es un mundo claustrofóbico y febril, una cotidianidad envenenada;
por detrás late el fantasma enloquecedor de la cercana guerra, por delante la
tóxica realidad de la posguerra. Pero la novela va mucho más allá de la
coyuntura histórica y habla de esa negrura que nos acecha a todos, de la
sordidez y la sequedad del alma, de lo mala que puede ser la vida cuando es
mala. Andrea es como una niña que cae dentro de un cuento de hadas cruel;
los adultos son seres mezquinos y violentos lastrados por secretos
inconfesables, o bien lastimosas y pasivas víctimas. Aún peor: todos llevan
dentro los cadáveres de sus esperanzas, y de la bondad que un día tuvieron, y
de su antiguo deseo de ser felices. Ellos mismos están muertos y no lo saben.
Todo esto lo cuenta Laforet con una prosa exacta, limpia y hermosísima.
Hablando de las amigas de la tía de Andrea, que antaño fueron unas jóvenes
dichosas y ahora son mujeres atormentadas y marchitas, Laforet escribe: "Eran
como pájaros envejecidos y oscuros, con las pechugas palpitantes de haber
volado mucho en un trozo de cielo muy pequeño". No es posible expresarlo
mejor. Nada es la historia de lo que sucede cuando el cielo se vuelve así de
pequeño, así de angustioso.