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El huerto de Landero, por Antonio García Martínez

La lectura es un acto solitario y silencioso, aunque la literatura, tal como la


entendemos hoy, en su origen fuera oral, para ser recitada en espacios públicos o
alrededor del fuego. Página a página, según iba leyendo El huerto de Emerson tenía
cada vez más la sensación de que Luis Landero estaba contándome –personalmente
a mí– fragmentos de su vida. Mientras lo leía yo me imaginaba junto al escritor en
torno a una mesa camilla o frente a la lumbre de una chimenea en una noche de
invierno escuchando esa misma voz que se me había vuelto tan familiar leyendo las
historias de Manuel, alter ego de Landero, en Entre líneas: el cuento o la vida o, más
recientemente, las del propio autor en El balcón de invierno, embriones ambos de El
huerto de Emerson.
Sé tú mismo, cultiva tu propio huerto, viene a decir la cita que el protagonista
de Entre líneas extrae de los Ensayos escogidos de Ralph Waldo Emerson para
situarla en el primer lugar de sus recetas de escritura, las mismas que Landero ha
ido recopilando a lo largo de más de cuarenta años. Por eso no me ha costado nada
reconocer al escritor en el hombre que sale a pasear por su pasado en El huerto de
Emerson. Si en aquel primer libro germinal los tres yoes del protagonista: el lector,
el escritor y el profesor, entraban en conflicto, ahora ya desligados de sus veladuras
disipan sus diferencias para reunirse en torno al Landero vivencial, que, en El balcón
de invierno, <<reñido con la literatura, saturado de ficción>> ya se había mostrado en
primera persona para contar, contarse, contarnos <<la vida de todos nosotros>>.
El Landero de El huerto de Emerson es el niño que se quedaba embobado
mientras escuchaba a su abuela Frasca contar historias y recitar poesías, aquel que
se inició a la lectura en una infancia ya tardía, porque en su casa no había libros. Es
también el Landero, ya adolescente, que queda vampirizado por la literatura hasta el
punto de no saber diferenciar muy bien entre realidad y ficción, y al que se le revela
como en una epifanía que el trabajo del escritor debe consistir en descifrar ese único
libro verdadero que cada uno lleva en su interior y que sólo cabe traducirlo a
literatura. Pero, igualmente, es el Landero profesor que intenta transmitir a sus
alumnos las tres claves que deben cultivar para ser creativos, para ser originales, en
definitiva, para ser ellos mismos: lentitud, soledad y concentración.
Luis Landero confiesa que comenzó a escribir El huerto de Emerson sin un
proyecto claro y sin pensar más que en su propio disfrute, en la intimidad de un
cuaderno que no sabía cómo llenar de palabras, sin más impulso inicial que el de
explorar en su pasado, en aquel “lejano entonces”, primero en su Alburquerque natal
y luego en Madrid, en busca de fragmentos, de sensaciones, de imágenes, de voces,
de perlas incrustadas en ese hilo gris del tiempo que es toda existencia. Se sabe por
lo que escribe que ha logrado vivir de la literatura, pero no tanto de la publicación de
sus libros como de su trabajo como profesor universitario, que no encuentra la
escritura como un oficio porque tiene que reinventarse cada vez que inicia un nuevo
libro, que su padre fue la gran inspiración para convertirse en escritor, a pesar de
que éste prefería que hubiera sido abogado. Y aunque confiesa que a veces ha
tenido la obligación de inventar para completar lo que la memoria ha borrado, han
sido inventos sinceros que, probablemente, estén muy próximos a la realidad.
Transitar por El huerto de Emerson es una experiencia deliciosa, uno de esos
momentos de lectura feliz y reposada belleza que uno pocas veces encuentra en la
literatura. La vida de Landero discurre por sus páginas tan despojada de solemnidad
como las palabras con que la cuenta. En esta época de máxima incertidumbre y
angustia leer, escuchar de primera mano a Luis Landero, es una promesa de
felicidad y de regocijo sereno que hace olvidar la realidad en favor de la literatura, un
logro casi imposible que muchos escritores persiguen, pero pocos alcanzan. Ese es
el espíritu amable que atraviesa como lluvia fina El huerto de Emerson.

El huerto de Emerson, Luis Landero.


Tusquets Editores, 2021, 240 páginas

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