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Víctor Arrojo
La sala era pequeñ a, con todos los condicionantes que una sala de teatro
independiente suele tener a pesar de grandes esfuerzos de gestió n. La exposició n a
las decisiones personales y a la vida social de los vecinos, por ejemplo, conlleva
implicancias sobre el convivio teatral y, en este caso, sobre las circunstancias
dadas en la escena. La puesta tenía una duració n de 55 minutos y en el minuto 15,
Apolo, el perro del vecino, comenzó a ladrar con la persistencia y regularidad que
solo un perro puede sostener. En lo personal, comencé a experimentar un proceso
de tupacamarización, al decir del maestro Raú l Serrano (añ o). Apolo, como
cachorro irresponsable, obviamente no demostraba ninguna comprensió n hacia mi
persona actuante y ladraba con una continuidad en calidad y carga de energía
envidiable para cualquier estudiante de teatro.
callado, mirando al frente y aplaudiendo al final”. Mandato que por ahora no aplica
para los perros.
Fugué, pervertí, hui, rompí, para algunos me fui al carajo. Fue una fuga
intensa y fugaz. Tomé consciencia de lo que había hecho cuando escuché las risas
de los espectadores y cuando vi la mirada desconcertada de mi compañ ero de
escena. Confieso que no sentí culpa metodoló gica, es má s, percibí un alivio
dramá tico y una reparadora sensació n de libertad. Salimos, respiramos,
descomprimimos, fue como salir a tomar aire fresco a un balcó n en medio de una
tensa reunió n de trabajo, como ir a dar una vuelta a la manzana luego de una
discusió n de pareja. En estas situaciones de nuestra vida cotidiana, sin mayor
dificultad recuperamos el có digo, es decir, volvemos a la reunió n de trabajo o a
casa para seguir dialogando.
No deja de ser penoso confirmar que en los espectadores del humo y en los
de la fuga del perro no ha quedado ningú n registro de nuestras actuaciones,
nuestra puesta o el texto. Es irrefutable que la pregnancia en la memoria de los
acontecimientos que irrumpen en la norma y que rompen el horizonte de
expectativas, vence al acontecimiento poético. Ningú n intento de restauració n de
este tipo de acontecimientos, producto de la emergencia de lo real cotidiano sobre
la escena, podría lograrse con vitalidad y cierto verosímil, sería siempre una
patética parodia y un inconsistente simulacro.
3. Dramaturgia de la fuga
Percibir el cuerpo del actor como su físico estar —en el mundo— instaura un orden
de percepció n específico; percibir, en cambio, el cuerpo del actor como signo de un
personaje instaura un orden distinto. (p. 296)
Mi prá ctica se relaciona con las dos ú ltimas estrategias de Hornby, con una
perspectiva metateatral que evidencia una visió n no dicotó mica sobre lo real de la
vida y lo real de la obra de arte. Asumimos la actuació n como un real compuesto,
con diferentes dimensiones de la presencia del actuante en escena. Este real
compuesto deconstruye el binomio lo uno o lo otro, que reduce la presencia del
actuante al binomio actor-personaje, simplificando el fenó meno y empobreciendo
la escena. Al habilitar, en la composició n escénica, la opció n del tanto uno como el
otro, la coexistencia de la doble presencia se constituye en un territorio
dramatú rgico de umbral expandido. Para Catherine Larson (1989)
De esta manera, se constituyó una experiencia liminal tanto para los actuantes
como para los espectadores.
ELLA: Deberías haberme dejado con mi marido, con el afecto de los míos,
dejarme cumplir con mi deber. Un deber que era un placer en todo momento,
de día y de noche.
ELLA: Fuiste vos quien me sedujo. ¡Seductor! ¡Ya hace diecisiete añ os! Uno no
sabe lo que hace a esa edad. ¡¡¡Abandoné a mis hijos, soy una mala madre…!!!
Es imperdonable lo que hice…. (Llora) No me gusta cómo me sale… Me sale
muy teatral…
ÉL: (En el mismo estado del texto anterior) Te salió bien…. (hacia un
espectador cercano) Mira, él se emocionó.
ÉL: Estuvo bien… Lo que debes recordar en esta escena es que vos no tenés hijos.
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ELLA: No tengo, pero podría haberlos tenido. Si hubiera querido. Podría haber
tenido hijos que me habrían contenido, que me habrían defendido. ¡Diecisiete
añ os!
É L: ¿Morir? Yo siento que usé y abusé de todos los verbos todos. Tragué,
mentí, olvidé.
Palpité, olvidé.
Supe disculpar, supe amar y nunca supe hacer que el amor perdure.
(No hay técnico, no hay iluminación teatral, se levanta y apaga la luz de la sala.
Apagón).
FÁ TIMA: Cerdo –
KALIL: No, no –
KALIL: No –
KALIL: Fá tima –
En mi ú ltima producció n, ¿Qué pasó, qué pasó? (abril, 2022), los actores dan el
ingreso a la sala, seleccionan sutilmente algunos espectadores como asistentes de
escena y les otorgan los objetos que será n necesarios para la realizació n del
espectá culo. Hasta el momento los espectadores han aceptado el rol sin
reticencias; recién estamos evaluando la experiencia, pero ya podemos identificar
que la consigna de resguardo de la utilería genera un tipo de afectació n en el estar
de los espectadores, en su relació n con el objeto y en la espera de la consigna de
entrega que los coloca en una situació n intermedia. Ya no son un espectador
comú n, son un espectador casi actor y este rol diferenciado y desconocido afecta su
corporalidad.
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Por ú ltimo, para ir cerrando este ensayo, deseo compartir un paisaje teatral
relacionado a procedimientos de fuga que se extrapolan desde las convenciones de
otros lenguajes artísticos hacia la situació n de representació n teatral, aportando
vitalidad a la relació n con los espectadores.
ensayado esa escena? ¿Cuá ntas veces habíamos tomado esa escena como unidad
de acció n? ¡Muchas! Ese saber de la estructura rítmica y narrativa de la escena
permitió que, en segundos, cuando Fabiá n y yo bajamos del escenario, la escena de
las espadas se desplegara con absoluta vitalidad y ajuste. Volvieron reforzados los
aplausos por el éxito del atrevimiento, y a nosotros llegó el alivio por haber salido
ilesos de una perversió n autogenerada. Una vez má s, la fuga había alterado el
orden y la intensidad de la experiencia de percepció n. Festejamos con una rica
causa limeñ a, como no podía ser de otra manera.
A modo de conclusió n, señ alaré que siempre hay zonas sin explorar o por
reformularse, que la bú squeda es hija del deseo, ese componente esencial para la
vida y la creació n. Nada mejor para mantenerlo vivo que fugar de las zonas
conocidas, de los bastones que nos dan seguridad. El riesgo es condició n necesaria
y profilá ctica para que el peor de los demonios de Peter Brook, el aburrimiento, no
nos atrape, ni a los creadores ni a los espectadores.
Referencias bibliográficas