Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El Poema del Cid consta de 153 tiradas, con 3.730 versos, más otro verso de
jaculatoria y un problemático explicit, compuesto por un dístico asonantado en el que
se alude a Per Abbat y se da una fecha:
1.193 y 1.453 versos, respectivamente), con un total de 153 tiradas o lasses (63 en el
primer cantar, 49 en el segundo y 41 en el tercero).
Las rimas son siempre asonantes: el primer cantar presenta una mayor variedad
de rimas y una preocupación estilística mayor que los otros dos; este cuidado se relaja
a lo largo del segundo cantar y la tendencia hacia soluciones fáciles aumenta
considerablemente en el último.
Al hablar de estilo en los cantares de gesta es inevitable remitir a la técnica
juglaresca, ya que el elevado grado de formalización del género así lo impone.
Nuestro Poema destaca, a pesar de todo, por su extraordinaria sobriedad y sencillez
expresivas, que es donde se apoya su mayor efectividad. En primer lugar, la acción
se desarrolla de forma rectilínea, sin rodeos ni digresiones; en segundo lugar, hay un
personaje central - el Cid- en torno al cual girarán todos los demás, colaborando con
sus acciones al encumbramiento del héroe, que es -en definitiva- el encumbramiento
de todos ellos.
Para llevar a cabo su labor, el poeta recurre al empleo de fórmulas y expresiones
formularias, utilizadas con gran habilidad, al evitar la repetición mecánica de las
mismas, adaptándolas en cada momento a las necesidades del relato: resulta
elocuente la aparición de determinados epítetos, que sirven para dar mayor intensidad
a la narración, para expresar la importancia del ascenso del héroe, para manifestar
los cambios de actitud en el ánimo del rey, en gradación perfectamente establecida,
como han señalado
-entre otros- Rita Hamilton y E. De Chasca. Aquí se puede apreciar la originalidad y
fuerza del poeta, que logra imponerse y superar los tópicos del género.
Rodrigo Díaz de Vivar fue muy pronto objeto de leyendas variadas. Algunas fueron
contemporáneas suyas, fruto de la admiración de sus hombres; otras, más tardías,
fueron el resultado de manipulaciones interesadas. Autores latinos, árabes y
romances aluden al caballero, acrecentando de este modo la aureola legendaria que
le rodeaba.
Anteriores al Poema son el fragmentario Carmen Campidoctoris (hacia 1090), de
origen catalán; las alusiones de Ben Bassam en su Tesoro (o Dajira , fechado en
1109); la historia de la pérdida de Valencia escrita por Ben Alcama (hacia 1110), que
no se ha conservado, pero cuyo contenido se puede suponer a partir de las citas de
la Primera Cróxica General y de otros autores árabes; la Historia Roderici , de la
misma fecha, basada en abundante documentación escrita, cuya lengua modifica el
biógrafo en alguna ocasión.
Es probable que a lo largo del siglo XII se fuera reuniendo en el monasterio de
Cardeña una colección de materiales sobre el Cid, denominada Estoria del Cid: a
mediados del siglo XIII esta obra ya había sido concluida y presentaba parte del
Poema. La Estoria fue ampliamente utilizada por la Primera Crónica General (anterior
a 1289), que se apartaba de este modo de las noticias de D. Lucas de Tuy y de D.
Rodrigo Jiménez de Rada (1236 y 1243, respectivamente). La información de la
Estoria pasó de la Primera Crónica General a otros textos, junto con reelaboraciones
del mismo Poema . Así se explican las prosificaciones contenidas en la Crónica de
Castilla (o Crónica Particular del Cid, en la Crónica de Veinte Reyes, en la Crónica de
1344 (o Segunda Crónica General ), en la Tercera Crónica General (publicada por
Ocampo en 1541)... En todos estos textos, la figura del Cid ocupa un lugar central, a
la vez que sus hazañas se vieron enriquecidas con la adición de nuevos personajes
y episodios que buscaban hacer del protagonista no sólo un héroe castellano,
vinculado al monasterio de Cardeña -donde estaba enterrado-, sino un héroe de la
Cristiandad, vencedor del Islam.
La fama alcanzada por el Cid amplió el horizonte de interés del público y, al lado
de las hazañas que realizó bajo el reinado de Alfonso VI, empezaron a aparecer textos
que narraban proezas de la juventud del héroe, que preludiaban las victorias que
lograría en su madurez. Rodrigo pasó a desempeñar un papel importante en las obras
que aludían al reparto de los reinos que llevó a cabo Fernando I entre sus hijos y los
enfrentamientos a que dieron lugar, fundamentalmente entre el rey de Castilla,
Sancho II, y el de León, Alfonso VI: había nacido el ciclo épico del Cid. La unión de
unos cantares con otros exigiría crear episodios nuevos, como la Jura de Santa
Gadea; y la fama le dio longevidad, para que pudiera aparecer como consejero de
Fernando I, a pesar de su juventud. El paso siguiente consistiría en crear un Rodrigo
Díaz joven, pero seguro de sí mismo, como en su madurez, dispuesto a defender a
su rey ante cualquier agresión física o moral: ése será el motivo principal de Las
Mocedades de Rodrigo.