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El Poema de Mío Cid.

El Poema del Cid consta de 153 tiradas, con 3.730 versos, más otro verso de
jaculatoria y un problemático explicit, compuesto por un dístico asonantado en el que
se alude a Per Abbat y se da una fecha:

Per Abbat le escrivio en el mes de


mayo, en era de mill e CC XLV
años.

La primera cuestión se plantea al intentar datar el Poema: no se debe olvidar que


la fecha de copia en ocasiones dista mucho de la fecha de composición del texto y
que interesa en especial este dato, pues nos situaría en el momento en que la obra
conservada adquiere su aspecto definitivo (o, al menos, el aspecto con que ha llegado
a la escritura y, por tanto, a nosotros).
La fecha del explicit (1245) corresponde al año 1207 d. J.C., aunque R. Menéndez
Pidal señaló que en el manuscrito se podía observar el espacio en blanco de una C
que había sido raspada: tal indicación venía a atestiguar que el manuscrito de la
Biblioteca Nacional de Madrid fue escrito en el siglo XIV y que Per Abbat fue el copista
que llevó a cabo el trabajo material. Sin embargo, estudios posteriores ponen de
manifiesto que la C en litigio nunca fue escrita y que, por tanto, el texto conservado
(que es del siglo XIV) es copia de un manuscrito acabado en 1207, que era el que
incluyó el explicit en cuestión, obra de Per Abbat: el explicit y la alusión a Per Abbat
fueron copiados de forma mecánica por el amanuense del siglo XIV.
El interés que tenía R. Menéndez Pidal en prescindir del texto del siglo XIII se
debía, fundamentalmente, a una razón doble: por una parte, Per Abbat quedaría
relegado a ser copista tardío; por otra resultaría clara la transmisión oral del Poema,
desde su composición hasta que fue fijado por escrito.
Los más firmes defensores del individualismo (como C. Smith, por ejemplo) se
oponen a la tesis de R. Menéndez Pidal, considerando la existencia de una cadena
escrita que mostraría sus eslabones en el manuscrito de la Biblioteca Nacional
(siglo XIV) y en el explicit (siglo XIII). Si el texto fue firmado en 1207, nada impediría
que Per Abbat fuera el autor que dio forma a la leyenda, convirtiéndola en el cantar
de gesta conservado, al margen de toda transmisión oral y, por tanto, lejos de las
ideas de los neotradicionalistas.
Así pues, se puede considerar que el Poema ha llegado a nuestros días gracias a
una copia realizada en el siglo XIV, a partir de un manuscrito del año 1207 elaborado
por Per Abbat.
Pero los problemas que plantea el explicit no terminan ahí: otra cuestión delicada
surge de la interpretación del verbo escrivio. Según el punto de vista que se adopte,
Per Abbat será el autor del Poema (individualistas), o puede referirse al dictado de un
juglar (neotradicionalistas). En el primer caso, se supondrá que Per Abbat era hombre
culto, formado fuera de España, con conocimientos profundos de varias materias, que
tuvo acceso a cierta documentación relacionada con Rodrigo Díaz de Vivar y que, a
imitación de las modas literarias ultrapirenaicas, decidió escribir un cantar de gesta
sobre el héroe castellano. En el segundo caso, Per Abbat sería un sencillo y paciente
notario, que se limitó a poner por escrito un poema ya existente en la tradición,
conocido por todos: el origen del texto habriá que buscarlo mucho antes de ese mes
de mayo de 1207 con que cierra su trabajo.
Para los individualistas, identificar a Per Abbat y justificar sus motivos creadores
sería la clave y el fundamento de sus ideas; por eso, no extraña el júbilo de C. Smith
cuando descubre un abogado del siglo XIII con ese nombre, involucrado en la
falsificación de ciertos documentos relacionados con la figura del Cid: los datos
utilizados para las falsificaciones procedían -sin duda- de una (legales, literarios,
orales, monásticos... ). Ese Per Abbat, falsificador, pudo haber utilizado los mismos
materiales en 1207 para realizar la versión del Poema copiada después en el siglo
XIV.
La cuestión no se puede resolver y cada cual debe tomar el partido que considere
más conveniente, ya que no caben demostraciones empíricas en el estado actual de
nuestros conocimientos. Sería posible, sin embargo, una solución ecléctica, apuntada
por Jules Horrent: Per Abbat reelaboró y estructuró artística y literariamente unos
materiales que ya existían en embrión o de forma tosca.
Para quienes consideran el Poema creación de Per Abbat, es evidente que la obra
nació en 1207. Sin embargo, son muchos los que piensan que en esa fecha se produjo
una actualización del texto. En efecto, el examen atento y detenido del manuscrito
descubre contradicciones cronológicas, cambios de estilo, errores históricos, choques
lingüísticos, que resultan muy difíciles de unificar: por eso no extraña que se le haya
dado una datación que oscila en un arco de cien años y aún más (entre 1105 y 1245),
o que se haya hablado de la existencia de dos autores distintos (de S. Esteban de
Gormaz y de Medinaceli), por poner casos bien conocidos.
El Poema toma como base una parte de las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar,
noble castellano que vivió en la segunda mitad del siglo XI, conquistó Valencia en
1094 y murió en 1099. El cantar de gesta alude a la toma de la ciudad levantina,
aunque sin concederle especial importancia, quizá porque los almorávides la
recuperaron muy pronto (1102), y cita de forma lacónica la fecha de la muerte del
héroe, en un verso posiblemente tardío (Passado es deste sieglo el dia de
Çinqaeesma, v. 3.726), pero que es bastante exacto, pues corresponde a finales del
mes de mayo, cuando el héroe murió realmente el 10 de junio.
Todo esto hace pensar que entre el año 1099 y el año 1207 se produjo la formación
del Poema de Mío Cid; para ello fue necesaria la fusión de diversos materiales
preexistentes y la adición de versos alusivos a nuevas situaciones (sobre todo, al final
de la copia). En cualquier caso, no hay duda de que ya existía un texto con
planteamientos parcialmente análogos a los del manuscrito de la Biblioteca Nacional
de Madrid a mediados del siglo XII, pues en el Poema de Almería, inserto en la
Chronica Adefonsi Imperatoris y escrito entre 1147 y 1157, se alude a Rodrigo Díaz
de Vivar llamándolo
<<Mio Cidi>> y se menciona la pareja épica Cid-Alvar Fáñez. Esto no quiere decir que
el Poema estuviera plenamente configurado en 1150; es posible que para entonces
hubiera algún cantar breve en lengua romance, que se engrosó fundamentalmente en
tiempos de Alfonso VIII y se puso por escrito en 1207, aunque, sin duda, siguió
teniendo vida oral, como atestigua el hecho de que un texto distinto del de Per Abbat
fue utilizado por el redactor de la Crónica de Veinte Reyes, a comienzos del siglo XIV.
Al ocuparse del autor, R. Menédez Pidal habló primero de la existencia de un
escritor único, pero en su último libro sobre el Poema defendió la tesis de dos juglares:
uno de San Esteban de Gormaz, más próximo a los hechos, que estableció el plan
general de la obra y escribió el; otro, de Medinaceli, más moderno, menos apegado a
la realidad, que elaboró los otros dos. Pero no todos los estudiosos están de acuerdo
con estas ideas, ya que la lengua y estilo, la estructura y unidad de la obra parecen
demostrar la presencia de un autor único. De nuevo, la solución ecléctica podría ser
la más válida: las divergencias internas se deben a la pluralidad de autores en que se
basa la tradición; la unidad del conjunto se debe, sin duda, al reelaborador último, Per
Abbat.
El Poema de Mío Cid se divide en tres cantares de extensión similar (1.084 versos,

1.193 y 1.453 versos, respectivamente), con un total de 153 tiradas o lasses (63 en el
primer cantar, 49 en el segundo y 41 en el tercero).

La división tripartita de la obra -según el texto conservado en la Biblioteca Nacional-


no se corresponde con una estructuración similar del contenido: aproximadamente la
mitad del Poema se dedica a narrar las proezas del Cid, sin olvidar detalles que
completan el retrato del protagonista (valor, astucia, generosidad...). La otra mitad no
incluye casi ninguna escena bélica, sino que se centra en las relaciones de los Condes
de Carrión y las hijas del Cid. Por eso se puede considerar -como hace I. Michael-
que el Poema está construido sobre dos ejes. El resultado es que la acción constituye
el elemento fundamental para recuperar la honra y el crédito, hasta la plena
reivindicación a los ojos del rey.
Es importante señalar que la conquista de Valencia -hecho crucial de la biografía
histórica del protagonista- constituye la línea divisoria de las dos partes: ciertamente,
el acontecimiento se narra con un laconismo más propio de la historiografía que de la
épica; sin embargo, el lugar que ocupa en el conjunto del Poema es de gran relieve,
pues marca el final de un período y el comienzo del otro.
Las tiradas son de extensión muy variable, pues oscilan entre los dos versos de
las tiradas 42, 42 bis y 73 bis, o los tres versos de las tiradas 20, 55, 70, 71, 73 y 120,
y los 263 versos de la tirada 151, los 188 de la tirada 139 o los 145 de la tirada 104.
A pesar de que estos datos son superficiales y extremos, parece elocuente la
concentración de tiradas breves en la primera parte del Poema, mientras que las
tiradas más extensas abundan al final de la obra.
En cuanto a la versificación, sorprende su gran irregularidad y el carácter fluctuante
que presenta: el cómputo silábico oscila entre la diez y las veinte sílabas por verso,
aunque son los versos de catorce sílabas los más abundantes: la base parece ser,
pues, la que marcan estos versos, idea que podrá hallar cierto apoyo en la frecuencia
con que se presentan cesuras tras la séptima sílaba y hemistiquios con un cómputo
similar. Según el recuento que realizó R. Menéndez Pidal, los hemistiquios de siete
sílabas se documentan en el 39,4% de los casos, seguidos a gran distancia por los
de ocho sílabas (24 %); y casi en la mitad de los 987 versos que no plantean dudas
métricas, la cesura marca un hemistiquio de siete silabas: 7 + 7 (en el 15,19% de los
casos), 6 + 7 (en el 12,15%) y 7 + 8 (en el 11,34 %).
La fluctuación es evidente, pero también resultan claras las tendencias, y las
anomalías podrían ser consecuencia de las interferencias en la transmisión del texto:
habría que postular, pues, un momento en la existencia del Poema en el que el texto
sufrió ciertas alteraciones métricas: eso sólo pudo ocurrir en un período de transmisión
oral, lejos de las normas indudablemente más estrictas de la escritura. Si el
manuscrito de la Biblioteca Nacional copia un texto escrito en 1207 -como todo parece
indicar-, las irregularidades ya estaban en el original del siglo XIII y, por tanto, se debe
pensar que Per Abbat elaboró y puso por escrito un cantar de gesta que le llegó por
tradición oral.

Las rimas son siempre asonantes: el primer cantar presenta una mayor variedad
de rimas y una preocupación estilística mayor que los otros dos; este cuidado se relaja
a lo largo del segundo cantar y la tendencia hacia soluciones fáciles aumenta
considerablemente en el último.
Al hablar de estilo en los cantares de gesta es inevitable remitir a la técnica
juglaresca, ya que el elevado grado de formalización del género así lo impone.
Nuestro Poema destaca, a pesar de todo, por su extraordinaria sobriedad y sencillez
expresivas, que es donde se apoya su mayor efectividad. En primer lugar, la acción
se desarrolla de forma rectilínea, sin rodeos ni digresiones; en segundo lugar, hay un
personaje central - el Cid- en torno al cual girarán todos los demás, colaborando con
sus acciones al encumbramiento del héroe, que es -en definitiva- el encumbramiento
de todos ellos.
Para llevar a cabo su labor, el poeta recurre al empleo de fórmulas y expresiones
formularias, utilizadas con gran habilidad, al evitar la repetición mecánica de las
mismas, adaptándolas en cada momento a las necesidades del relato: resulta
elocuente la aparición de determinados epítetos, que sirven para dar mayor intensidad
a la narración, para expresar la importancia del ascenso del héroe, para manifestar
los cambios de actitud en el ánimo del rey, en gradación perfectamente establecida,
como han señalado
-entre otros- Rita Hamilton y E. De Chasca. Aquí se puede apreciar la originalidad y
fuerza del poeta, que logra imponerse y superar los tópicos del género.
Rodrigo Díaz de Vivar fue muy pronto objeto de leyendas variadas. Algunas fueron
contemporáneas suyas, fruto de la admiración de sus hombres; otras, más tardías,
fueron el resultado de manipulaciones interesadas. Autores latinos, árabes y
romances aluden al caballero, acrecentando de este modo la aureola legendaria que
le rodeaba.
Anteriores al Poema son el fragmentario Carmen Campidoctoris (hacia 1090), de
origen catalán; las alusiones de Ben Bassam en su Tesoro (o Dajira , fechado en
1109); la historia de la pérdida de Valencia escrita por Ben Alcama (hacia 1110), que
no se ha conservado, pero cuyo contenido se puede suponer a partir de las citas de
la Primera Cróxica General y de otros autores árabes; la Historia Roderici , de la
misma fecha, basada en abundante documentación escrita, cuya lengua modifica el
biógrafo en alguna ocasión.
Es probable que a lo largo del siglo XII se fuera reuniendo en el monasterio de
Cardeña una colección de materiales sobre el Cid, denominada Estoria del Cid: a
mediados del siglo XIII esta obra ya había sido concluida y presentaba parte del
Poema. La Estoria fue ampliamente utilizada por la Primera Crónica General (anterior
a 1289), que se apartaba de este modo de las noticias de D. Lucas de Tuy y de D.
Rodrigo Jiménez de Rada (1236 y 1243, respectivamente). La información de la
Estoria pasó de la Primera Crónica General a otros textos, junto con reelaboraciones
del mismo Poema . Así se explican las prosificaciones contenidas en la Crónica de
Castilla (o Crónica Particular del Cid, en la Crónica de Veinte Reyes, en la Crónica de
1344 (o Segunda Crónica General ), en la Tercera Crónica General (publicada por
Ocampo en 1541)... En todos estos textos, la figura del Cid ocupa un lugar central, a
la vez que sus hazañas se vieron enriquecidas con la adición de nuevos personajes
y episodios que buscaban hacer del protagonista no sólo un héroe castellano,
vinculado al monasterio de Cardeña -donde estaba enterrado-, sino un héroe de la
Cristiandad, vencedor del Islam.

La fama alcanzada por el Cid amplió el horizonte de interés del público y, al lado
de las hazañas que realizó bajo el reinado de Alfonso VI, empezaron a aparecer textos
que narraban proezas de la juventud del héroe, que preludiaban las victorias que
lograría en su madurez. Rodrigo pasó a desempeñar un papel importante en las obras
que aludían al reparto de los reinos que llevó a cabo Fernando I entre sus hijos y los
enfrentamientos a que dieron lugar, fundamentalmente entre el rey de Castilla,
Sancho II, y el de León, Alfonso VI: había nacido el ciclo épico del Cid. La unión de
unos cantares con otros exigiría crear episodios nuevos, como la Jura de Santa
Gadea; y la fama le dio longevidad, para que pudiera aparecer como consejero de
Fernando I, a pesar de su juventud. El paso siguiente consistiría en crear un Rodrigo
Díaz joven, pero seguro de sí mismo, como en su madurez, dispuesto a defender a
su rey ante cualquier agresión física o moral: ése será el motivo principal de Las
Mocedades de Rodrigo.

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