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Por «conquista» me refiero al deseo natural e innato que los hombres tienen
de salir a «conquistar» los desafíos de su mundo: trabajar y tener éxito.
Como esposa, si usted puede comenzar a entender cuán importante es el trabajo
para su esposo, dará un paso gigantesco para comunicarle respeto y honor, dos
cosas que él valora aun más que su amor.
A algunas mujeres les resulta difícil comprender que un esposo valore el respeto
más que el amor. Dios la hizo a usted para amar, y ve la vida a través de lentes
rosas que están centradas en el amor.
Usted da amor, desea amor y tal vez no entienda muy bien por qué su
esposo no opera de la misma manera. Cuando digo que un esposo valora el
respeto más que el amor, ¿me refiero a que su esposo no valore en absoluto
su amor? Por supuesto que valora su amor —más de lo que se podría
expresar con palabras—, pero para él, el amor se deletrea R-E-S-P-E-T-O.
Vamos a crear una escena que pueda ilustrar cómo se siente un hombre respecto
a la conquista. Supongamos que un esposo acaba de perder su trabajo. Llega a
casa y se lo cuenta a su esposa. Se le ve destruido, aturdido, derrotado. Para
ayudarle a su esposo, la esposa le dice: «No importa. Todo lo que importa es
que nos amamos». ¿Esto ayudará en algo? Él la mira perplejo, se encoge de
hombros y se desploma delante del televisor. Durante el resto de la tarde él está
retraído, sin deseos de hablar. Su esposa está desconcertada. Trató de consolarlo,
y ahora él se aleja de ella.
Para aprender de dónde es que los esposos recibieron este tremendo impulso
para trabajar y tener éxito, debemos ir a Génesis y a la primera misión laboral
asignada en la historia. «Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el
huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase» (Génesis 2.15). Antes de
que Eva fuera creada, Dios hizo a Adán, y lo hizo para trabajar. Es interesante
observar que el Edén no era un lugar donde hubiera dádivas por dondequiera que
Adán mirase. Los árboles le proveían alimento, pero él debía cultivarlos y
cuidarlos. Dios abasteció a Adán con casi todo lo que él necesitaba: un hermoso
lugar, abundancia de comida y una buena provisión de agua (ver Génesis 2.10).
Con un gran trabajo y excelentes condiciones laborales, Adán parecía tenerlo todo.
Pero el Señor sabía que le faltaba algo. Para cumplir su vocación, su llamado,
Adán necesitaba una mujer que fuera su complemento. Entonces Dios hizo
una «ayuda idónea para él» (Génesis 2.18). La palabra hebrea para «ayuda»
(o «compañera») literalmente significa «una ayuda que le responde a él», o
«una que responde». En 1 Corintios 11.9, Pablo profundiza aún más este
pensamiento: «Tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la
mujer por causa del varón».
Obviamente, pasajes como Génesis 2.18 y 1 Corintios 11.9 no son los favoritos
del movimiento feminista. Para las feministas, esto es políticamente incorrecto:
algo escrito por un hombre, haciendo parecer a Dios como sexista. Pero las
Escrituras no pueden ser desechadas tan fácilmente. Desde el principio mismo, el
hombre fue llamado a «trabajar en el campo» y proveer para su familia. El hombre
siente una profunda necesidad de involucrarse en la aventura y la conquista. Esta
no es una opción para él, es una necesidad profundamente arraigada.
La primera pregunta que hace un hombre cuando se encuentra con otro por
primera vez por lo general es: «¿Qué haces?». Bien o mal, la mayoría de los
hombres se identifica a sí mismo por su trabajo. Dios creó a los hombres para
«que hagan» algo en el campo. Observe a los chicos recoger palos y convertirlos
en revólveres o herramientas imaginarios. Recientemente una madre nos contó
que había evitado que su hijo tuviera ningún arma de juguete o que usara palos
como rifles de mentira, pero cuando el chico transformó su emparedado de queso
en una pistola y empezó a dispararle a un amigo, ella grito exasperada: «¡Me doy
por vencida!».
Las madres nunca deberían darse por vencidas porque esto es simplemente
una parte de la naturaleza de un muchacho. Él está llamado a ser un cazador,
un trabajador, un hacedor. Él quiere hacer su conquista en el campo de la
vida. El término académico para esto es «instrumentalidad masculina».
Desde la niñez, hay algo en el varón que hace que le guste la aventura y la
conquista. Él desea salir al campo a cazar o a trabajar en alguna cosa.
Este profundo valor que los hombres le asignan al deseo innato de trabajar y tener
éxito se ilustra gráficamente en dos amigos míos que tuvieron que afrontar la
amenaza del cáncer. Ambos se enfrentaron a la muerte con calma y aceptaron lo
que creyeron que sería su final. A través de toda la quimioterapia y de todos los
problemas que suelen acompañarla, su optimismo y su fe permanecieron fuertes.
Al final, los dos sobrevivieron, pero ambos seguían sufriendo terriblemente a causa
de un enemigo común. Uno de los hombres decidió vender su compañía para
dedicarse a servir a Dios todo el tiempo que le quedara de vida. Sin embargo,
durante el periodo que siguió a la venta, se dio cuenta de que sin su trabajo no
sabía quién era. Me dijo: «Nunca estuve deprimido cuando luché contra el cáncer y
enfrenté la posibilidad de morir; pero cuando dejé mi trabajo, que era mi identidad,
entré en una depresión que no se parecía a nada de lo que había experimentado
antes».
Cuando hablo del deseo profundamente arraigado que el hombre tiene de trabajar,
no estoy diciendo que las mujeres no tengan el deseo de trabajar. Las mujeres
siempre han trabajado, pero generalmente lo hicieron en el hogar con los niños
cerca. En las últimas décadas, ellas han descubierto que son sumamente capaces
de salir al mundo cotidiano del trabajo, tener puestos significativos y alcanzar
enormes logros. Pero cuando una esposa sale a trabajar, la pregunta sigue en pie:
¿quién se quedará en casa a cuidar a los niños? La respuesta es la guardería
infantil, una solución que en el mejor de los casos, dista de ser ideal; y en el peor,
podría dañar severamente a los niños.
Es interesante que en el mundo occidental las mujeres vean una carrera al menos
como una cuestión de libertad de elección. A las mujeres no les gusta que se les
diga que tienen que trabajar; desean la libertad de elegir ser madres a tiempo
completo y/o tener una carrera.
Convertirse en la proveedora principal para los suyos puede hacer que la mujer se
vea atacada al nivel de su temor más profundo.
Las mujeres a quienes les gustaría hacer algo simple para animar a sus maridos y
mostrarles respeto en todo esto de la conquista, hagan el intento de escribirle una
nota. No es necesario que sea larga o profunda. Todo lo que debe decir es:
«Cariño, gracias por salir a trabajar». Si quiere algo más elaborado, dígale que
está agradecida por haberle dado la oportunidad de elegir entre salir a trabajar o
quedarse en casa con los niños, y que desea darle gracias por eso.
Hablo con mujeres que me dicen que pensaron en agradecerles a sus maridos por
trabajar; de hecho, han pensado mucho en eso pero jamás se lo dijeron. Les
pregunté cómo se sentirían con un hombre que dice que piensa en lo mucho que
ama a su esposa pero que jamás se lo dice. La reacción habitual sería sentirse
horrorizadas o enojadas. «¿Qué quiere decir? ¿Qué un hombre podría vivir con su
esposa sin decirle nunca que la ama?». No pueden creerlo.”
• cuando usted le expresa verbalmente o por escrito que valora sus esfuerzos en el
trabajo.
• cuando expresa su fe en él respecto al campo elegido.
• cuando escucha sus historias del trabajo con tanta atención como usted espera
de él respecto a sus relatos de lo que sucede en la familia.
• cuando se ve a sí misma como su compañera y complemento, y habla con él
sobre esto cada vez que sea posible.
• cuando le permite soñar como lo hacía cuando eran novios.
• cuando no deshonra ni critica sutilmente su trabajo «en el campo» para lograr
que muestre más amor «en la familia».”