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Arte islámico y bizantino


Actividad práctica “Síntesis de la asignatura”

APELLIDOS, Nombre: Pérez Nieto, Teresa (grupo 220).

Texto de la síntesis “Arte islámico”


La extensión de la síntesis comprenderá 4 páginas como máximo. Se respetará en todo momento el formato de
fuente, tipo de letra y formato de este cuadro de texto (Fuente: Times New Roman, Cuerpo: 12, Interlineado:
simple).
La síntesis se entregará a través del gestor de tareas habilitado en Moodle en fecha a determinar
El Islam, como el Cristianismo y el Judaísmo, es una de las tres grandes religiones monoteístas
también llamadas “del Libro”. Del mismo modo también que Judaísmo y Cristianismo surge en el
Próximo Oriente, concretamente en el año 622, cuando Mahoma, tras predicar las revelaciones que le
trasmitía el Arcángel Gabriel, se ve obligado a abandonar La Meca y se traslada a Medina,
antiguamente conocida como Yatrib. Esta expatriación, la Hégira, marca el inicio del calendario
musulmán. Las revelaciones con el tiempo fueron recogidas, no por Mahoma, conocido analfabeto, en
el Corán, libro sagrado del Islam. Este cuenta con un total de 114 suras, capítulos, divididos en aleyas,
versículos. Además del Corán, no se puede ignorar como fuentes documentales la As-Sira, biografía
de Mahoma (segunda mitad del S. VIII.) ni los hadithes, dichos y hechos del profeta. A partir de la
muerte de Mahoma, año 632, y tras resolver las consecuencias de la misma, al fallecer el profeta sin
haber designado un sucesor claro, el Islam comienza su difusión acompañada de una expansión
territorial a una velocidad vertiginosa, lo que en el ámbito artístico, que al final es el de nuestra
competencia, se traduce en una gran permeabilidad de lo islámico frente a influencias externas,
mezclando elementos provenientes desde la persa sasánida hasta lo romano pasando por
Mesopotamia, Bizancio o Grecia, y dando pie a un arte muy ecléctico.
Etimológicamente Corán significa lectura en voz alta, y es clave para la comprensión del
Islam, no solo como religión, sino como cultura y productor de arte. El carácter recitativo del texto
sagrado se refleja en el carácter iterativo del arte, como se puede observar en la repetición de motivos
geométricos tan presente en paredes de mezquitas, palacios o arquetas. La palabra tiene una
importancia capital dentro del Islam, que se refleja a través de la decoración caligráfica, ya sea cúfica
o cursiva, tanto en arquitectura como en las artes suntuarias. Además vamos a encontrar también
abundancia de elementos vegetales, con claras influencias del mundo clásico pero presentados de
manera mucho más estilizada, esta ornamentación recibe el nombre de ataurique. Pero más allá de lo
vegetal y de lo geométrico, también hace uso el arte islámico de una decoración figurada, porque el
Corán no prohíbe la figuración, lo que no permite es la representación de imágenes cuya finalidad sea
la idolatría, por lo que no vamos a encontrar ni representaciones de lo divino, ni del profeta, ni por
supuesto figuraciones dentro de una mezquita ahora en ámbito palatino y en las artes suntuarias no
solo va a aparecer la figuración, sino que además va a abundar.
La mezquita va a ser el edificio por excelencia del arte islámico. El origen de la mezquita
como edificio se encuentra en la que fue la casa de Mahoma en Medina y, por lo general, están
dividas en dos partes: el patio (shan) y la sala de oración (haram). En el shan podemos encontrar la
fuente de las abluciones (sabil) en la que se lleva a cabo el ritual de la purificación. Estos patios
contaban a su alrededor con una serie de galerías porticadas (riwaqs) y una torre (alminar o sawma’a)
desde la cual el almuédano llamaba a la oración (adham). La sala de oración solía estar divida en
diferentes naves mediante columnas o pilares, dispuestas perpendicular o paralelamente al muro de
quibla, que señala a La Meca convirtiéndose en el muro más importante del conjunto ya que
determina la dirección de la oración. En este muro se abre un pequeño nicho que va a concentrar la
mayor carga decorativa. El mihrab, donde se cobijaba el Corán y el minbar, escalera por la cual subía
el funcionario de la mezquita (jatib) para pronunciar un sermón político (jutba), el cual una vez
terminado daba paso a la oración dirigida por el imam. El lugar reservado en la mezquita al califa se
denomina maqsura, al cual accedía a través de unos pasillos (sabat) que conectaban con el alcázar. Por
último cabe destacar en las mezquitas de mayor tamaño la presencia del muballigh, un funcionario
que se subía a una plataforma de piedra o madera (dikka) en el centro del haram y que repetía las
palabras del imam para que todos los fieles pudieran oírlas.
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Existen cuatro tipologías fundamentales de mezquita, las de desarrollo horizontal, con las
naves del haram paralelas al muro de quibla; desarrollo vertical, con las naves perpendiculares al
muro de quibla; las mezquitas de patio, las cuales cuya construcción gira en torno a un patio y las de
nueve tramos, que solían ser de barrio o privadas, de reducidas dimensiones, planta cuadrangular con
cuatro soportes de los cuales nacen una serie de arcos en todas direcciones.
Tras el asesinato de Alí, el ultimo de los cuatro califas llamados perfectos, Mu’awiyya se
convierte en califa, inaugurando el Califato Omeya de oriente con capital en Damasco, compuesto por
los sunníes, la rama más ortodoxa del Islam. Como rama heterodoxa nos encontraríamos con los
chiíes seguidores de Alí, primo y yerno de Mahoma. Los omeya permanecen con el control del
califato hasta el año 750, sin embargo las manifestaciones artísticas de su periodo no son consideradas
arte islámico como tal, al igual que sucedía con las manifestaciones de época de Justiniano. Las
similitudes tipológicas y formales de obras como la Cúpula de la roca, o la Mezquita Omeya de
Damasco, con lo romano hacen que los especialistas incluyan este periodo dentro de lo conocido
como arte tardoantigüo. Es a partir de época abasí (750-1258) que nos encontramos con un arte
islámico acusado y de peso.
Abu-l-Abbas inicia esta época masacrando a todos los Omeya, exceptuando a Abderramán I
que logra huir al norte de África, en el 750. Esta dinastía establecida en lo que era Mesopotamia va a
beber de la influencia y tradiciones de dicha zona tanto en lo político como en lo que a
manifestaciones artísticas y culturales se refiere. En su arte queda implícito el desplazamiento de
mediterráneo, de la tradición romana, en favor de lo iranio, se generaliza el uso de materiales como el
adobe o el ladrillo, el abovedamiento sobre trompas va a pasar a ser el habitual, y el pilar va a gozar
de una acusada preferencia sobre la columna, lo que o quiere decir que esta deje de usarse. Así mismo
aparecen nuevas tipologías arquitectónicas que se van a popularizar con gran rapidez es el caso del
iwan, la qubba, muy similar a los altares de fuego persas, o la planta circular, como la que poseía la
ciudad de Bagdad. Originalmente llamada Madinat al-Salam, Bagdad fue mandada construir a orillas
del Tigris y establecida como capital por el califa Al-Mansur (754-775) en el año 762 y, junto a
Samarra, es el principal núcleo de producción artística abasí. La Bagdad moderna la ha ido
absorbiendo con el tiempo con lo que la conocemos a partir de fuentes documentales. Sabemos que
poseía tres murallas concéntricas, de las cuales la exterior era doble, jalonada y en ella sea abrían la
cuatro puertas de entrada que recibían el nombre de la ciudad hacia la que se orientaban (Jorasán,
Basora, Kufa y Damasco). El circulo interior y más fortificado era en el que se encontraba la
resicencia del califa. Destaca en las inmediaciones de Bagdad, como ejemplo de arquitectura palatina,
el palacio-fortaleza de Ukhaidir (ca.778-780) levantado por orden de Isa Ibn Musa, sobrino de Al-
Mansur. La muerte de Harun al-Rashid, a pesar del esplendor artístico que había supuesto su reinado,
sumió a la dinastía en una guerra civil que motivó la destrucción casi total de la ciudad de Bagdad.
Finalmente Al-Mutasim (833-842) traslada la capital a Samarra, ciudad también a orillas del Tigris
formada por el conjunto de barrios todos ellos amurallados, donde permanecerá hasta el 892 cuando
con Al-Mu’tadid se vuelva a Bagdad. Lo primero que ordena es la construcción de su palacio, Jawsaq
al-Jaqani, del que únicamente se conserva la puerta. Pero en lo que a labor constructiva se refiere
Samarra se lo debe todo, o casi todo, a Al-Mutawakkil. Bajo este califa se levantaron edificios como
la Gran Mezquita, de la que destaca su alminar helicoidal sospechosamente similar a lo que asociamos
con la Torre de Babel, la mezquita de Abu Dulaf, o el Palacio de Balkuwara, Del palacio no quedan
más que los restos arqueológicos, sin embargo, su reconstrucción a partir de estos y de las fuentes
documentales indican la enorme influencia que este palacio tendría en dinastías posteriores, como los
Omeya de Córdoba. Por último, no se puede abandonar Samarra sin mencionar la decoración en
relieves de estuco que la cubría. El denominado estilo de Samarra se compone de tres niveles de
decoración vegetal de mayor a menor naturalismo y de mayor a menor profundidad. Tras la muerte de
Al-Mu’tadid el califato abasida entraría en una lenta decadencia que concluiría con la invasión de los
mongoles en 1258.
Sin embargo en el contexto del califato abasí, tras la muerte de Al-Mutawakkil, surgen una
serie de dinastías independientes, nacidas de la independencia política de los gobernadores, pero que
en lo religioso sí reconocían la autoridad de califa de Bagdad: Tuluníes (868-905), territorios de Libia
hasta Siria, Aglabíes (800-909), en Ifriqiyya, sur de Italia y Sicilia, y Samaníes (819/864-999),

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asentados en Irán.
De la dinastías Tuluní, con capital en Fustat, destaca la mezquita de Ibn Tulun, de planta
rectangular y cinco naves de desarrollo horizontal, con una influencia notable de la ciudad de
Samarra, ya que su promotor nació y fue educado en ella, como puede apreciarse gracias a la
presencia del alminar helicoidal. De los aglabíes destaca la gran mezquita de Kairuán, de planta en t y
con 17 naves de desarrollo vertical (s. IX), su capital y núcleo de producción artística. Por su situación
geográfica, hemos de considerar, que desde el punto de vista artístico, lo aglabí es una herencia visual
romano-bizantina, también debido en gran parte al uso de material de expolia, como las columnas de
la propia mezquita. Pero no solo eso, el nicho del mirhab se decora con placas de mármol caladas con
motivos geométricos y vegetales, el mármol no ha sido precisamente el protagonista de las
edificaciones que hemos citado con anterioridad. Además la costa de Ifriquiyya, debido de la amenaza
europea, se llenó de ribats, una nueva tipología arquitectónica militar y religiosa a la vez (ej.- ribat de
monastir). De la dinastía Samaní, considerada heredera de lo sasánida, se tiene que mencionar el
mausoleo de Bujará, de ladrillo y en forma de qubba. El ladrillo e esta ocasión cuenta con una doble
función tanto tectónica como decorativa, ya que se dispone de tal forma que cree efectos de
claroscuro. En el interior hay una particularidad en las trompas que están configuradas por dos arcos
paralelos y entre arco y arco se crea un semi arco que lo que hace es dividir el espacio en dos partes
entre las que se puede abrir vanos. Aunque originalmente se construyó para albergar el cuerpo de
Imail Ibn Ahmad acabó siendo un mausoleo de carácter dinástico.
Tras su huida de Oriente, Abderramán I se instala en Al-Andalus, iniciando en el 756 el
emirato omeya de Córdoba, predecesor del que sería el periodo más brillante y de mayor esplendor de
Córdoba: El califato (929-1031). De este periodo destacan dos figuras Abderramán III con quien
surge el califato, y su hijo Al-Hakam II, y es indispensable entender el programa constructivo de
ambos como uno solo. Tanto las ampliaciones de ambos en la mezquita de Córdoba como la
construcción de la ciudad palatina de Madinat Al-Zahra tienen que ser vistas como el fruto de la
colaboración, de la ejecución conjunta de padre e hijo. Sobre todo porque no hacerlo significaría
ignorar las múltiples similitudes que existen entre Madinat Al-Zahra y la ampliación de la mezquita
de Al-Hakam II.
Abderramán III, al contrario que sus predecesores y de lo que hará su hijo, no interviene
directamente en la mezquita nada más acceder al poder. En su lugar concentra sus esfuerzos en la
construcción de Medinat al-Zahra (936). Esta ciudad, su ciudad, sede de la corte, se va a convertir en
un reflejo del poder del recién estrenado califato de córdoba, de su poder califal. Busca equipararse al
resto de califas de la época, como el fatimí, por ello se destinan a su construcción los mejores y más
ricos materiales. De Medinat al- Zahra irradian todas las soluciones arquitectónicas posteriores y
todas las dinastías tanto de al Ándalus como del Norte de África van a querer igualarse con ella. La
ciudad se construyó escalonada, en una ladera de la sierra cordobesa, haciendo uso de tres terrazas
que buscaban adaptarse a la topografía del terreno. La primera terraza, la más alta, ocupaba las
actividades más protocolarias en ella se situaba el alcázar, en definitiva era la zona más noble. La
segunda terraza contaba con una mezquita aljama y jardines de crucero, muy similares a los del
palacio de Balkuwara. En la tercera, ultima y más baja terraza se encontraban las viviendas de la
gente de a pie y los talleres de producción artística, de gran calidad y mayor relevancia. De sus
talleres de eboraria salieron piezas tan relevantes y tan exquisitas como el Bote de Zamora o la
Arqueta de Leyre. En general las artes suntuarias del califato omeya gozaron de gran popularidad
tanto en contexto islámico como cristiano, de ahí que se hayan conservado tantos ejemplos en tan
buen estado. Muchos píxides fueron muy apreciados como relicarios, lo mismo pasa con los textiles
reutilizados en mundo cristiano como sudarios.
Por desgracia Medinat al-Zahra contó con un desarrollo muy breve, de apenas 70 años pues,
además de sufrir varios incendios, cuando Almanzor, tutor y regente del hijo y sucesor de Al-Hakam
II alcanza el poder la ciudad es abandonada y deja de ser capital en favor de Madinat al-Zahira,
levantada por el propio Almanzor. A pesar de que se ha excavado una mínima parte de lo que en
realidad fue la ciudad, son muchas la edificaciones a destacar como la Dar al Mulk, residencia de
Abderramán III, la casa de los pilares, la casa del la alberquilla, supuesta residencia de Al-Hakam II o
la Dar al-yund. Sin embargo lo que verdaderamente sobresale es salón oriental, el Majlis al sharqi,

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más conocido como salón rico, que da igual el nombre que reciba, lo que no es discutible es su estatus
de joya de la corona de Medinat al-Zahra. Siguiendo la tradición romana, esta sala de audiencias
cuenta con una planta basilical de cinco naves a las que precede un salón pórtico con alanías en los
extremos. Para acceder a este había que pasar bajo una arquería quíntuple, a la que antecedía una
alberca en la que, según fuentes, se añadía mercurio al agua para crear todo un espectáculo de luces y
sombras. Además en las columnas del salón rico observa la misma alternancia de colores que en las
de la intervención de al Hakam II de la mezquita, pero es que las similitudes entre una obra y otra no
acaban ahí, y como hemos mencionado antes pasarlas por alto denotaría una falta de compresión
generaliza, sobre todo por las medidas de la macsura longitudinal que Al-Hakam incluye en su
ampliación y las del salón oriental son exactamente las mismas.
Todos los emires o califas y los que nos son ni lo uno ni lo otro, porque Almanzor también se
atrevió a dejar su huella, ampliando tanto el shan como el haram, intervinieron en la mezquita de
Córdoba, y no es para menos. Abderramán, distraído con Medinat Al-Zahara, tanda un poco en iniciar
su ampliación de la mezquita (951/953) y además interviene únicamente en el shan, que amplía hacia
el norte, para que este y el haram estén proporcionados. También fortaleció el muro norte de la sala de
oración tras darse cuenta de que estaba cediendo debido al empuje de las arquerías. Para ello levantó
delante un nuevo muro con sus arcadas para contrarrestar bien los empujes. El alminar con el que
“corona” su intervención se conserva pero no a la vista, pues ha quedado en el interior de la actual
torre campanario.
El que sí interviene en la mezquita nada más heredar el trono, en el año 961, es su hijo Al-
Hakam II, mucho menos belicoso que su padre y con el que Córdoba vivió su periodo de mayor
esplendor artístico y cultural. Amplía el haram hacia el sur, añadiendo 11 naves, derribando el muro
de la quibla de Abderramán II, y haciendo uso de columnas nuevas con alternancia cromática en sus
fustes y capiteles de pencas. Cabe enfatizar su construcción de una nueva macsura, que no
conservamos pero que las fuentes documentales explican con detalle. Se trató de una macsura
longitudinal que abarcaba las tres naves centrales de su ampliación y a la que se accedía a través de un
intercolumnio polilobulado. Según lo que relatan las fuentes y debido a las similitudes ya
mencionadas entre macsura y salón rico se cree que esta pudo haber funcionado como Majlis, donde
el califa impartí justicia y recibía embajadas extranjeras. Por otro lado magnifica los espacios
privilegiados de su ampliación haciendo uso de una nueva tipología de cúpulas, la de nervios
entrecruzados. En el año 971 Al-Hakam II finaliza su intervención construyendo la fachada de su
mihrab, de un gusto y belleza exquisitos, decorado en mosaico. Pero no cualquier mosaico, sino uno
de producción de artistas musivaras bizantinos que el emperador Nicéforo Focas envió por petición
expresa del califa. Tal era la importancia y monumentalidad del mirhab que Almanzor, a pesar de que
su intervención lo descentrase, no se atrevió a tocarlo.
El ultimo califato al que vamos a hacer referencia es el califato fatimí (9009-1171) de
desarrollo paralelo al de Córdoba, al que se oponían debido a que como descendientes de Alí y
Fátima, solo reconocían la capacidad califal de los chiíes. La capital va a ser Al- Madhiya y después
se traslada a Al-Mansuriya, en el año 969 consiguen conquistar la ciudad de Fustat, expulsando en el
proceso a aglabíes y tuleníes, y en sus inmediaciones van a fundar El Cairo (Al-Qahira), que
permanece como capital fatimí del 973 hasta el 1171, cuando un miembro de la dinastía de los
ayubíes, dinastía oriental, consigue conquistar la ciudad del Cairo poniendo así fin al califato fatimí.
En la arquitectura destaca su gusto por la piedra, aunque también utilizarán el ladrillo en
ocasiones. El arco fatimí por excelencia es el arco aquillado y los mocárabes triunfarán como motivo
decorativo. Como ejemplos de arquitectura civil destacan en El Cairo los palacios de Oriente y
Occidente levantados por Al- Muizz y su hijo Al-Aziz respectivamente. En el terreno religioso
triunfaron las mezquitas de desarrollo horizontal con transepto, es decir siguen el modelo de la
mezquita de Ibn Tulun en Fustat, es el caso de la mezqita de Al-Azhar, la espléndida, de ladrillo
revestid de estuco, también obra del califa Al-muizz, pero con posteriores y numerosas
intervenciones, como la de su hijo sin ir más lejos, que añade los riwaqs. Está mezquita fue el centro
del dogma chií, el propio Al-Aziz fundó ahí una universidad. En época mameluca la función docente
va a separarse del edificio de la mezquita para ser trasladada a los espacios que conocemos como
madrasas. Como novedad que luego continuarán almorávides y almohades, el cuerpo de naves abraza

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al patio que irá reduciendo tanto sus dimensiones como su importancia. Destaca también la mezquita
de Salih Talai, que forma parte de las llamadas mezquitas colgantes, típicas del Cairo fatimí, en la que
la a parte inferior esta ahuecada de diferentes espacios que se alquilan y con lo que se gana se puede
mantener la mezquita. Respecto a las artes suntuarias, la ciudad del Cairo, como Medinat al-Zahra se
convierte en un gran centro de producción de objetos de arte valiosísimos desbancando en el ámbito
de artes decorativas a ciudades como Bagdad o la propia Constantinopla. La situación geográfica en la
costa mediterránea no hace sino acentuar sus esplendor artístico y económico en el intercambio de
culturas que se refleja en las artes decorativas. Un ejemplo de estas es el Aguamanil de los leones, s.
X. tesoro de San Marcos, muy llamativa por la fragilidad del vidrio que lo hace muy difícil de
encontrar intacto tal y como se conserva este.
Existe cierta fascinación por el arte islámico, en particular, por lo islámico, en general, nacido
en gran parte de la alteridad con la que nos aproximamos a este mundo que para nuestros ojos de
tradición judeocristiana resulta tan exótico. Sin embargo, y más teniendo en cuenta la propia historia
de la península resulta un error, en ocasiones garrafal, empeñarse en verlo como “lo otro”. Durante
más de siete siglo convivieron en lo que hoy es nuestro país “moros y cristianos”, y no todo fue guerra
entre ellos. Hemos observado a través de las artes el intercambio que existió entre ambas culturas, y
abandonando las fronteras peninsulares se pueden citar varios, como por ejemplo la Zisa de Palermo,
fruto de la presencia fatimí en Sicilia, un palacio cristianos de mediados del s XII durante el reinado
de Guillermo I de Sicilia, en cuyo interior la decoración es claramente islámica. El arte islámico,
como el bizantino, como el romano y como el cristiano, es un arte variado, complejo y diverso, pero
no es un arte extraño. Los artistas viajan y sus ideas viajan con ellos, las culturas están continuamente
influenciándose unas a otras, intercambiando pareceres y, sinceramente, es todo un privilegio poder
ser testigo de ello.

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