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HISTORIA DE ESPAÑA EN LA EDAD MODERNA

Tema 1. Introducción. Periodización y Nociones


La historia moderna de España es la disciplina historiográfica y el periodo histórico de
la historia de España que corresponde a la Edad Moderna en la historia universal. Como
hito inicial suele considerarse el descubrimiento de América, hecho histórico de
excepcional dimensión que coincidió en el annus mirabilis de 1492 con otros hechos
destacadísimos de valor más local: la guerra de Granada (final de la Reconquista,
denominación cuestionada pero que engloba el proceso de larga duración que marcó la
mayor parte de la historia medieval de España), la expulsión de los judíos de España
(consecuente con el máximo religioso que marcará la vida política y social española de
la edad moderna) o la publicación de la Gramática castellana de Nebrija (muestra de la
extraordinaria pujanza que comenzaba a tener la cultura española y que se confirmó en
los Siglos de Oro posteriores).
Como hito final suele considerarse el inicio de la guerra de la Independencia (1808),
que dio comienzo a la Edad Contemporánea en España.

El espacio geográfico con el que se identifica el concepto de España en la Edad


Moderna es en sí mismo objeto de cuestión: únicamente entre 1580 y 1640 se
mantuvieron bajo el mismo rey los distintos reinos de la península ibérica (fuera de ese
periodo, el reino de Portugal tuvo una trayectoria independiente, como una de las
principales potencias mundiales -de hecho, como el primer Estado-nación de Europa
occidental-, mientras que el reino de Navarra se mantuvo tras su incorporación en
1512); pero en las relaciones internacionales, el uso de las expresiones "España", "rey
de España" y "reino de España" se hizo común, usándose también los términos en plural
("las Españas", Hispaniarum rex -principalmente en numismática-),11 mientras que en
la titulación documental se utilizó la "lista larga", enumerativa de todos los títulos de
soberanía.

El trazado definitivo de las fronteras peninsulares no se produjo hasta el tratado de los


Pirineos (con Francia, 7 de noviembre de 1659) y el tratado de Badajoz (con Portugal, 6
de junio de 1801); permaneciendo hasta la actualidad, con lo que pueden considerarse
como las más antiguas del mundo (todas las demás han sido alteradas de un modo u otro
por guerras más recientes o procesos de colonización y descolonización.

Los reinos hispano-cristianos medievales culminaron la Reconquista del espacio


peninsular en 1492, e incluso antes habían iniciado su expansión por el Mediterráneo y
el Atlántico. La conquista y colonización de América y de amplios espacios en otros
continentes significó una proyección global de esa expansión. El periodo de hegemonía
española en Europa suele situarse entre las batallas de Pavía (24 de febrero de 1525) y
de Rocroi (16 de mayo de 1643), aunque tanto antes como después España fue una de
las principales potencias. La indefinición de los conceptos de Estado.

La indefinición de los conceptos de Estado, nación e intereses nacionales durante el


Antiguo Régimen en España hizo que los intereses más tenidos en cuenta fueran los
dinásticos (sucesivamente de la Casa de Trastamara, la Casa de Austria y la Casa de
Borbón), los particularismos estamentales y forales, y sobre todo la imposición de una
axfisiante y homogeneizadora superestructura ideológica étnico-religiosa (concepto de
cristiano viejo frente al de cristiano nuevo, expulsión de judíos -1492- y moriscos -
1609-, represión de los gitanos, persecución del protestantismo y cualquier otra

1
desviación de una cerrada ortodoxia "más papista que el Papa", predominio de las
instituciones clericales -y particularmente de la Inquisición española- sobre toda la
sociedad).

La evolución de la población española y la dinámica socioeconómica respondieron a


ciclos seculares (expansivo en el XVI, recesivo en el XVII y nuevamente expansivo en
el XVIII14 ) que fueron haciendo evolucionar la disparidad de intereses entre
agricultores y ganaderos, artesanos y mercaderes, alta y baja nobleza. La vinculación de
la propiedad (mayorazgo,15 bienes de la Iglesia, bienes comunales), la exención fiscal
de los privilegiados y la incompatibilidad de la nobleza con el trabajo conformaron una
rígida estructura social, refractaria a la transición del feudalismo al capitalismo y de
continuidad garantizada por la fortaleza de las instituciones del Antiguo Régimen, que
ni siquiera los planteamientos reformistas ilustrados consiguieron subvertir (proyectos
de única contribución, de libertad de comercio, de reforma agraria, de desamortización,
de honra legal a los "oficios viles y mecánicos", etc.).

En cuanto al arte y la cultura se considera como Siglos de Oro al XVI y el XVII,


mientras que la Ilustración española del siglo XVIII se consideró a sí misma con un
fuerte complejo de inferioridad.

TEMA 2. SIGLO XVI


Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón se casaron en 1469 en difíciles
circunstancias: ambos eran herederos a sus tronos, aunque con diversas dificultades
(Isabel no fue reina de Castilla hasta 1476 y Fernando no lo fue de Aragón hasta 1479).
Que esa unión matrimonial personal terminara dando como resultado una única
monarquía (denominada "Católica" desde la concesión del título papal en 1496) no se
realizó de hecho hasta la muerte de Fernando en 1516 (la muerte de Isabel, en 1504,
permitió a Fernando casarse con Germana de Foix con la explícita intención de tener un
heredero varón que, de haber existido, hubiera sido rey de Aragón y no de Castilla). La
muerte de Felipe el Hermoso y la incapacitación de Juana la Loca posibilitaron a
Fernando, como padre, ejercer la regencia castellana. A la muerte de este, una breve
regencia del Cardenal Cisneros precedió al reinado del nieto de los Reyes Católicos,
Carlos de Gante (Carlos I de España —con ese ordinal en Aragón y Castilla, pero no en
Navarra, donde debiera llevar el IV o el V— y V de Alemania —donde fue elegido
Emperador—), quien, a sus innumerables títulos (acumulados por una complicada
combinación de fortuitas circunstancias sucesorias imposibles de prever), no sumó de
forma indubitada los títulos españoles hasta la muerte de su madre (que nunca abdicó) el
12 de abril de 1555, pocos meses antes de abdicar él mismo (las abdicaciones de
Bruselas, 25 de octubre de 1555 - enero de 1556), en las que dejó a su hijo Felipe II
como rey en los reinos hispánicos -incluyendo el Imperio ultramarino-, los territorios
italianos y Flandes, y a su hermano Fernando I como archiduque de Austria y
Emperador de Alemania (estableciendo las dos ramas de la Casa de Habsburgo que
mantuvieron una estrecha alianza hasta 1700). La historiografía suele utilizar la
expresión "Monarquía Hispánica" (de forma intercambiable con la de "Monarquía
Católica" y con "España") para el vasto conjunto territorial conformado por las
posesiones de "Su Católica Majestad" y la entidad política creada en su torno (cuya
calificación como "Estado" es objeto de debate).

La unión en la persona de un rey (o de una pareja real —los Católicos gobernaban


indistintamente, y aunque el lema «Tanto Monta» no se refería a ello, ha pasado a ser un

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tópico referirse con él a tal fórmula—) de un conjunto de coronas y de reinos no
implicaba la unificación territorial. Cada territorio mantuvo sus leyes y costumbres, sus
lenguas e instituciones; y tanto política como económica y socialmente estaban
claramente diferenciados.

El mundo intelectual del humanismo renacentista fue proclive a la conformación de


entidades políticas que superaran la atomización medieval en señoríos y ciudades-
Estado, con una vocación no tanto nacionalista (término anacrónico para los siglos
iniciales de la Edad Moderna y que sólo adquiere carta de naturaleza en los siglos XVIII
y XIX) como universalista. Tanto el aragonés (gerundense) Joan Margarit como el
castellano (sevillano) Antonio de Nebrija explicitaron la idea de que todos los reinos
españoles debían estar unidos bajo el precedente de la Hispania romana y visigoda. El
peso de esas ideas fue evidente en la política de los Reyes Católicos, que tras la guerra
de Sucesión Castellana buscaron estrechar con intercambios matrimoniales la alianza de
Portugal mientras intervenían en el juego de equilibrio de potencias de Europa
Occidental diseñado por Maximiliano I de Habsburgo, con la pretensión de aislar al
reino de Francia.

Los Habsburgo tenían una concepción muy laxa (heredada de las disputas medievales
por el dominium mundi y modernizada por el utopismo humanista) de la forma de
ejercer el poder sobre nuestros Estados (un vastísimo conjunto de territorios dispersos
por toda Europa y desconectados entre sí); aunque la pretensión de gobernarlos con
criterios unificados o centralistas siempre estuvo presente. Ante las puntuales
intensificaciones de tales actitudes, surgían localmente resistencias de carácter no tanto
nacionalista como particularista, foralista o pactista (revuelta de Flandes desde 1568 —
con un fuerte componente religioso y social, en el contexto de la Reforma protestante y
una precoz revolución burguesa—, alteraciones de Aragón de 1590, revuelta de los
catalanes de 1640 —simultánea a las conspiración de Medina Sidonia, a la revuelta de
Masaniello y a la independencia de Portugal— y guerra de Sucesión desde 1700 —que
en Cataluña y Valencia se hizo contra el absolutismo a la francesa de la nueva dinastía
Borbón—).

El hecho de que fuera en Castilla donde se hubiera configurado una monarquía


autoritaria más poderosa no significó que en ella la resistencia fuera menor: de hecho
fue donde surgió inicialmente la más importante (la guerra de las Comunidades de
1521); pero sí significó que fuera en torno a Castilla donde se configuró la corte
permanente (Madrid, 1561) y su aparato estatal (uno de los primeros Estados modernos)
que evolucionó con el tiempo hasta concentrarse en los reinos ibéricos (con exclusión
de Portugal y con la adición de los virreinatos americanos) y convertirse en un Estado
nacional contemporáneo (igualmente uno de los primeros en definirse
constitucionalmente —Constitución de Cádiz, 1812—).

Fin de la crisis bajomedieval y conformación del Antiguo Régimen (1474-1517).

La situación política de la península ibérica a mediados del siglo XV reflejaba la


división en cinco unidades (denominada por Ramón Menéndez Pidal "la España de los
cinco reinos"): el reino de Portugal, la Corona de Castilla, el Reino de Navarra, la
Corona de Aragón y el reino nazarí de Granada; desiguales desde el punto de vista
político, territorial y demográfico. El sentido que en la época tuviera la pertenencia a
España, un concepto geográfico e histórico, más allá del sentimiento protonacional que

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pudiera haber en mayor o menor medida en unas u otras zonas y unos u otros grupos
sociales e intelectuales; era mucho más evidente visto en perspectiva europea

La identificación de lo español con lo castellano se fortalecía con el incremento del


predominio demográfico, lingüístico, económico, político y cultural del área central
castellana (Castilla la Vieja y Castilla la Nueva, con el decisivo añadido de León, y
sobre todo Andalucía) sobre las zonas limítrofes (Aragón, Navarra) y la periferia
peninsular (Portugal, Cataluña y Valencia; además de los territorios marítimos de la
propia corona de Castilla: el reino de Murcia, Galicia y la salida marítima al norte de
Europa, estrechísimamente vinculada con Castilla, que eran los territorios de la cornisa
cantábrica: las Asturias de Oviedo -actual Asturias- y de Santillana -actual Cantabria- y
las provincias vascongadas).

Castilla, desde la Alta Edad Media, había sido una arriesgada tierra de frontera, cuya
repoblación dotaba de más libertad y movilidad social a los atrevidos repobladores
(presuras, caballeros villanos, vasallos de behetría), y mayor poder al rey frente a la
aristocracia. El establecimiento de los privilegios de la Mesta desequilibró las relaciones
sociales en beneficio de la aristocracia ganadera y en perjuicio de los campesinos. La
lana de los rebaños trashumantes que atraviesan la Meseta de norte a sur por las cañadas
es exportada a Flandes. La riqueza mercantil se distribuye desde las ferias del interior
(Medina del Campo, Villalón) hasta Sevilla (beneficiada por la apertura de las rutas por
el estrecho de Gibraltar) y los puertos del Cantábrico (Santander, Laredo, Bilbao -
fundado en 1300-). El siglo XV representó para Castilla la expansión económica,
demográfica y un gran dinamismo social, así como graves conflictos, como el problema
converso (revuelta de Pedro Sarmiento). Surge una nueva aristocracia ambiciosa y con
una mentalidad moderna y urbana, que rivaliza con la propia monarquía y se divide en
bandos y redes clientelares. En las ciudades del centro de la Meseta (Toledo, Segovia)
se desarrolla una burguesía artesana que enriquece a los concejos regidos por un
patriciado urbano de bajos nobles.

La Corona de Aragón, que había mostrado una extraordinaria vitalidad urbana y


económica en el siglo XIV, a pesar de la crisis general (Valencia o Barcelona eran
mucho mayores que las ciudades castellanas); entró en una grave decadencia en el siglo
XV. Una crisis dinástica que puso fin a la Casa de Aragón se resolvió en el compromiso
de Caspe (1412) dejó el trono en manos de Fernando de Antequera, de la dinastía
castellana Trastamara. Sus hijos, los infantes de Aragón, tuvieron una presencia
determinante en la vida política de ambas coronas. El fortalecimiento del poder real fue
mucho menor que en Castilla, al mantener las Cortes funciones políticas mucho más
fuertes que las castellanas, en un sistema político caracterizado por el pactismo y el
mantenimiento de los fueros. Se produjeron terribles luchas sociales en los condados
catalanes, enfrentando a propietarios y rentistas frente a artesanos textiles (conflicto
barcelonés de La Biga y la Busca); mientras que el durísimo régimen señorial
desencadenó la Guerra Remensa.

La expansión territorial del Reino de Portugal en la Península llega a su fin en 1238 con
la conquista del Algarve; comenzando la expansión oceánica (Azores, Madeira,
expediciones africanas organizadas por Enrique el Navegante desde la Escuela de
Sagres -1417-). El recelo a la invasión castellana le llevó a constituir la alianza
internacional de mayor constancia histórica: la anglo-portuguesa (13 de junio de 1373),
que consiguió rechazarla (batalla de Aljubarrota, 14 de agosto de 1385).

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Guerra civil en Castilla
La muerte de Enrique IV de Castilla en 1474 reactivó el problema dinástico e hizo
estallar la guerra de Sucesión Castellana entre los partidarios de Isabel (hermanastra de
Enrique), y los partidarios de Juana (cuya condición de hija de Enrique - motejado el
Impotente- había sido objeto de cuestión desde hacía años, siendo deslegitimada por
este mismo, y apodada la Beltraneja al adjudicarse su paternidad al valido Beltrán de la
Cueva). Las alianzas matrimoniales de ambas pretendientes convirtieron la guerra en
internacional: a Isabel (casada con Fernando) la apoyaba Aragón, y a Juana (sobrina por
vía materna de Alfonso V de Portugal) la apoyaba Portugal. Los apoyos sociales de
Isabel incluía una parte significativa de la aristocracia (los Mendoza, los Enríquez, los
Alba), el duque de Medina Sidonia y el propio Beltrán de la Cueva; de las órdenes
militares (orden de Santiago y orden de Calatrava, excepto su maestre); y de las
ciudades de Castilla La Vieja (especialmente Segovia - el Alcázar fue su principal plaza
fuerte-), las Vascongadas, Murcia y Zamora. Los apoyos sociales de Juana estaban en
otra buena parte de la nobleza, incluyendo a grandes casas, como las del Marqués de
Villena, los Estúñiga, el marqués de Cádiz, el conde de Urueña y el conde de Plasencia;
en órdenes militares como la de Santiago (Maestre Rodrigo Manrique); en el alto clero
(el arzobispo Carrillo, de Toledo); y en ciudades de Extremadura, Andalucía, Galicia y
parte de Castilla La Nueva. Clero, nobleza y burguesía castellanas estaban divididas no
una contra otra, sino siguiendo líneas de fractura que dividían cada una verticalmente en
altas y bajas, y horizontalmente en redes clientelares; divisiones que tenían su origen en
enfrentamientos antiguos (desde la crisis del siglo XIV) y divergencias básicas de
intereses territoriales y económicos (explotación y comercio de la lana, Mesta, ferias,
producción local de paños en las ciudades artesanas o exportación en bruto a Flandes), y
en concepciones políticas (mantenimiento del poder de la alta nobleza ante una
monarquía feudal débil o incremento del poder de una monarquía autoritaria y la
burocracia de los letrados).

Alfonso V de Portugal reclamó el reconocimiento de Juana y preparaba un ejército para


invadir Castilla. Fernando e Isabel, que habían convenido gobernar conjuntamente,
comenzando a otorgar nombramientos e impartir justicia, declararon rebeldes a todos
los que apoyaran a Juana y a Portugal. El ejército de Alfonso y Juana avanzó por el
valle del Duero con el objetivo de unirse en Burgos con un ejército francés aliado (el rey
de Francia, enemigo del de Aragón, veía en el matrimonio de Fernando una notable
amenaza). La victoria de Fernando en la batalla de Toro (1 de marzo de 1476) frustró la
maniobra de Alfonso y provocó la retirada de las tropas francesas, y el cambio de bando
de la mayor parte de los nobles que apoyaban a Juana (contra los que no se tomaron
represalias), aunque continuó la guerra con Portugal hasta 1478. La oposición interior
más significativa fue la del Marqués de Villena, cuya represión se confió al maestre de
Santiago y a una rebelión antiseñorial estimulada por los reyes; y la que Ferrán Arias
mantuvo en Utrera, duramente reprimida. Las rencillas entre bandos aristocráticos
fueron utilizadas con habilidad por los reyes para debilitar a todos ellos sin
consideración de sus apoyos en el pasado; por ejemplo, tanto al Marqués de Cádiz como
al Duque de Medina Sidonia se les prohibió la entrada en Sevilla y se les privó del
control de las fortalezas de ese reino, que se disputaban.

Guerras civiles en Aragón y Navarra


Alfonso V de Aragón, Juan II de Aragón, Carlos de Viana, Guerra Civil Catalana y
Guerra de los Remensas.

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La Biga y la Busca y Conquista de Navarra.

Reinado de los Reyes Católicos (1479-1516)

Francia firmó la paz con Castilla en 1478. El papa Sixto IV, que no había tomado
partido por ninguna de las dos candidatas al trono castellano, tenía necesidad del apoyo
aragonés en Italia, con lo que su acercamiento a los reyes permitió incluso el
establecimiento de la Inquisición española bajo control real (1 de noviembre de 1478).
El papel de los cardenales de la familia valenciana Borja era cada vez mayor, y llegaron
incluso al pontificado (Alejandro VI en 1492). La reconciliación de la nueva monarquía
castellano-aragonesa con Portugal se produjo con el Tratado de Alcáçovas (4 de
septiembre de 1479) donde se estableció una amnistía y la restitución de las fronteras
anteriores a la guerra, obteniendo el compromiso castellano de renunciar a la expansión
marítima por las costas atlánticas africanas. Desde el 20 de enero de 1479 Fernando ya
era rey de Aragón, con lo que comenzó de forma efectiva el reinado conjunto de los
Reyes Católicos en ambas coronas.

Instituciones castellanas.
Cortes y Hacienda.

Las Cortes de Castilla dejaron de ser la reunión de los tres estamentos, pues solo en
ocasiones solemnes se convocaba a nobleza y clero, quedando la convocatoria
restringida a los representantes de las ciudades para votar impuestos, que no son de
incumbencia de los privilegiados. Solo diecisiete ciudades tenían voto en Cortes. Los
Reyes Católicos convocaron conjuntamente Cortes en cinco ocasiones y Fernando en
cuatro ocasiones durante su reinado en solitario. Abordaron cuestiones políticas e
institucionales decisivas, aunque desde 1480 la tarea legislativa la ejercen por su propia
autoridad, y sin necesidad de convocar Cortes, a través de Pragmáticas.

Las Cortes más trascendentes fueron las de Toro de 1505 (a la muerte de Isabel), que
establecieron el mayorazgo (garantía de estabilidad de los patrimonios nobiliarios, que
no podrán ni dividirse ni perderse, para ser heredados por el primer hijo varón) y
recopilaron la legislación (los trabajos previos se habían publicado en 1484 -
Ordenamiento de Montalvo-). Las Cortes de Madrigal de 1476 crearon la Santa
Hermandad con funciones que iban más allá de una campaña militar concreta para
convertirse en una milicia concejil permanente, pagada por las ciudades. Se concibió
como un instrumento que garantizara el orden público y la aplicación de la justicia, lo
que aumentaba el control de los reyes sobre espacios antes abandonados al poder de los
señores.

La reforma financiera confió sobre todo a las Cortes de Toledo de 1480. Se quisieron
reducir los créditos particulares sobre el Tesoro público, particularmente en forma de
juros, de los que existían dos tipos: los de merced (que daban derecho a un particular a
recibir una cantidad anual sobre las rentas de la Corona) y los títulos de deuda. Una
comisión presidida por Hernando de Talavera revisó los juros, y entendió que los juros
ganados por servicios auténticos debían mantenerse y el resto debían eliminarse, como
Don Fernando y doña Isabel, reyes de Castilla y de Aragón. Palacio de las Leyes (Toro).

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situaciones abusivas. La revisión se hizo en las Cortes, como negociación con nobleza y
clero, afectando por igual a partidarios y adversarios de Isabel, y significó para la
Hacienda recuperar rentas por valor de 30 millones de maravedíes al año; la nobleza
quedó debilitada, pero no arruinada.

Se intentó recuperar los impuestos enajenados (cedidos como renta a algunos nobles) e
implantar impuestos que no necesitaran la aprobación de las Cortes, para lograr la
independencia financiera de la Corona. El 80% de los recursos ordinarios provenían de
las tercias reales (una fracción de los diezmos) y de la alcabala, teóricamente una regalía
de la Corona que gravaba como impuesto indirecto sobre las transacciones comerciales
(con lo que no los privilegiados no están eximidos de pagarlo). En la práctica, su
encabezamiento por ciudades producía todo tipo de alteraciones y desviaciones. El
arrendamiento de impuestos y rentas reales se realizaba a recaudadores (habitualmente
judíos, como los Senior). En 1495 se sustituyó el sistema tradicional de arrendamiento
de alcabalas, tercias y otros impuestos por el sistema de "encabezamiento", pactando
con cada ciudad una cantidad fija por un periodo de dos años, lo que, a cambio de
garantizar ingresos crecientes a la monarquía (aumentaron al doble), reforzó la
autonomía local y el poder de las oligarquías o patriciado urbano. La cantidad a cobrar
era recaudada sin necesidad de comprobar cada transacción, sino mediante
"repartimiento", con menor dependencia de arrendatarios y funcionarios.

Con el nombre de servicio ordinario y extraordinario se votaban en Cortes diversas


cantidades solicitadas por el rey y concedidas por el reino (es decir, por los
procuradores enviados por los ayuntamientos de cada una de las diecisiete ciudades con
voto) y cuyo pago se repartía entre los pecheros de cada distrito fiscal, quedando
exentos los privilegiados y produciéndose todo tipo de situaciones discriminatorias entre
estamentos y territorios (las ciudades y su alfoz -comunidad de villa y tierra-, y zonas
enteras, como Galicia, dependientes de una ciudad lejana, al no haber en ellas ninguna
ciudad con voto).

Los Reyes Católicos gobernaron utilizando como instrumento principal el Consejo Real
de Castilla, una institución creada en las cortes de Valladolid de 1385. Era la instancia
judicial suprema del reino, y al mismo tiempo un órgano político y administrativo. Su
presidencia recaía en un obispo, y se evitó nombrar consejeros a altos nobles. La
Administración de justicia se ejercía teniendo presente una idea particularmente propia
de Isabel: que era juez supremo en su reino; todos los actos de justicia los administrará
el rey, limitando las competencias eclesiásticas, señoriales o locales. Se organizó una
primera instancia a cargo de alcaldes ordinarios (elegidos por el concejo), corregidores
(elegidos por el rey a través de la Cámara de Castilla) o gobernadores; una segunda
instancia a cargo de alcaldes mayores, corregidores o gobernadores; y la jurisdicción
suprema a cargo de las Audiencias o Chancillerías (con una sala de lo criminal y cuatro
salas de lo civil) y el Consejo Real de Castilla. La Chancillería de Valladolid adquirió la
forma definitiva a través de las Ordenanzas de 1486. La Chancillería de Ciudad Real,
creada en 1494, fue trasladada a Granada en 1505. Se estableció la línea del río Tajo
como límite de jurisdicciones.

Los concejos de las ciudades estaban gobernados por regidores, cargos vinculados a las
familias de la pequeña nobleza local, el denominado patriciado urbano u oligarquía
local. La alta nobleza fue estableciendo sus redes clientelares a través de las que fueron
controlando alguna de ellas (como Guadalajara con los Mendoza). Algunas otras

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ciudades eran directamente de señorío. Los Reyes Católicos intentaron controlar las
ciudades de realengo a través de una nueva figura institucional: corregidores
permanentes, con funciones judiciales, militares, políticas y administrativas, que cuando
eran de capa y espada (o sea, no letrados) eran asistidos por un alcalde mayor letrado.
Otros cargos concejiles eran los alcaldes ordinarios (uno por el común y otro por el
estado noble), el alférez mayor, el alguacil mayor, los escribanos y el resto de
funcionarios municipales, como alguaciles, porteros, maceros, etc.

Guerra de Granada (1482-1492)

La guerra de Granada ofreció una empresa común, bajo el ideal de máximo religioso, a
todos los grupos sociales y territorios de la monarquía, con absoluto predominio
castellano; y la prestigió enormemente en Europa y ante la Iglesia (el papa concedió la
Bula de Cruzada y el Patronato regio). Aunque pervivían muchos elementos
medievales, puede considerarse como la primera guerra moderna, basada en el esfuerzo
continuado de un ejército permanente con decisiva presencia de las nuevas armas de
fuego, gastos solo al alcance de los ingresos fiscales y la capacidad crediticia de un
estado moderno de dimensiones nacionales. Las tácticas incluyeron el ataque a objetivos
económicos, dinámicos movimientos de tropas y asedios múltiples simultáneos.

Mudéjares y moriscos

Tras diez años de guerra, el acuerdo con el rey Boabdil (aliado intermitente de los
cristianos durante todo el conflicto) permitió la toma pacífica de la ciudad de Granada
mediante las capitulaciones de Santa Fe, que ofrecían amplias garantías a la población
mudéjar (denominación historiográfica de los musulmanes sometidos a reinos
cristianos). La política conciliadora inicial del confesor de la reina Hernando de
Talavera fue sustituida en 1499 por la mucho más expeditiva del Cardenal Cisneros, que
provocó revueltas mudéjares (la revuelta del Albaicín, la primera sublevación de las
Alpujarras y la sublevación de la serranía de Ronda), fácilmente sofocadas.
Interpretadas como una ruptura de las capitulaciones, sirvieron de justificación para
decretar la Pragmática de conversión forzosa de 20 de julio de 1501, extendida el año
siguiente a la totalidad de la Corona de Castilla (a Navarra en 1515 y a la Corona de
Aragón en 1525).

Se originó con ello una población teóricamente cristiana, a la que se impedía el ejercicio
público del islam, pero que continuó con su forma tradicional de vida y costumbres.
Reciben la denominación historiográfica de moriscos. Las comunidades moriscas
estaban estrechamente adaptadas a una agricultura intensiva que había formado
secularmente el paisaje rural granadino; y fueron sometidas a un duro régimen señorial.
También hubo algunas familias nobles moriscas, aunque la mayor parte de las clases
altas del reino nazarí había optado por el exilio en el norte de África. La repoblación
con cristianos viejos de la capital y de las Alpujarras, y el incremento de la presión
contra sus costumbres y tradiciones fueron intensificando los conflictos en las siguientes
generaciones, desembocando en la guerra de las Alpujarras de 1576. Se intentó la
dispersión de los moriscos por el interior de Castilla, pero finalmente se optó por la
expulsión de todos ellos (incluidos los de la Corona de Aragón y Navarra) en 1609.

Judíos y conversos

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Pedro Sarmiento, Estatutos de limpieza de sangre, Abraham Senior, Isaac Abravanel y
Tomás de Torquemada
Inquisición española y Libros verdes.

Expansión atlántica.
Conquista de las Canarias.
Temiendo que Portugal se hiciera con las Canarias, en 1477 la Corona castellana tomó
el relevo de la penetración, hasta entonces una empresa de iniciativa señorial (Juan de
Bethencourt). Finalmente las islas quedaron en la parte castellana del Atlántico definida
en el Tratado de Alcáçovas
Las poblaciones guanches de las diferentes islas, aisladas y en un estadio cultural
neolítico fueron sometidas militarmente y aculturizadas a través de la esclavización, el
mestizaje y la imposición del cristianismo. La justificación del dominio en la
evangelización fue un precedente de la posterior empresa colonizadora americana. Gran
Canaria se conquistó entre 1481 y 1483, La Palma y Tenerife necesitaron un mayor
esfuerzo, venciéndose las últimas resistencias en 1496.

La repoblación se produjo mediante la concesión de lotes territoriales, a condición de


permanecer en las islas quince años; la oferta fue aprovechada por soldados y colonos,
destacando el establecimiento de señores normandos y andaluces. Para 1525 había cerca
de veinticinco mil habitantes, de los que sólo la cuarta parte serían aborígenes. La
economía se basaba en la explotación maderera y pesquera, y en una agricultura
comercial productora de azúcar. El desarrollo manufacturero fue muy escaso. El mayor
interés de las islas fue el estratégico, por su dominio de las rutas atlánticas hacia
América y África. También se intentó el establecimiento de puertos en la costa africana
(Santa Cruz de la Mar Pequeña).

La administración local, similar a la castellana, se organizó en concejos. No se nombró


virrey, sino un adelantado en La Palma y otro en Gran Canaria. La Gomera,
Fuerteventura y El Hierro estaban sometidos a régimen señorial. En 1526 se creó la
Real Audiencia de Canarias. Se procuró mantener una fiscalidad más leve para atraer la
repoblación. La organización eclesiástica, basada en el Patronato regio (como en
Granada y América) tuvo su cúspide en la diócesis de Canarias. Desde principios del
siglo XVI se implantó la Inquisición.

Política europea

La unión de Castilla y Aragón no afectaba a la situación interna de los territorios pero sí


a su política exterior que se ejecutaba comúnmente. Es un punto debatido en la
historiografía qué intereses fueron más beneficiados. La mayor parte de las
interpretaciones identifican como intereseses castellanos la proyección hacia el
Atlántico y el Norte de Europa, lo que incluyó la estrategia a seguir en Portugal y
Navarra; y como intereses aragoneses la proyección hacia el Mediterráneo; lo que
incluyó la estrategia a seguir en Italia. En ambos casos los enemigos comunes eran
Francia y los estados musulmanes, y los aliados necesarios Inglaterra y los estados de
los Habsburgo-Borgoña. El lema atribuido a Fernando Paz entre cristianos y guerra
contra infieles, además de su carácter propagandístico, resumía un programa evidente.

Portugal

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Desde la batalla de Aljubarrota (1385) se había mantenido la paz entre Portugal y
Castilla. La guerra de Sucesión Castellana (1475-1479) proporcionó una posible
intervención portuguesa en los asuntos castellanos, que se frustró por la derrota de
Alfonso y Juana. Portugal se había convertido en el primer estado moderno de Europa
occidental, cuyo dominio de las rutas oceánicas le estaba convirtiendo en una verdadera
potencia global. La conveniencia de mantener buenas relaciones con la casa de Avís se
concretó en el Tratado de Alcáçovas (1479) y el proyectado matrimonio de Isabel (hija
de los Reyes Católicos) con Alfonso (hijo y heredero de Juan II de Portugal). El enlace
hispano-portugués se frustró varias veces (muerte de Alfonso, muerte de Isabel tras sus
segundas nupcias -con Manuel I de Portugal-). El definitivo matrimonio de Manuel con
otra hija de los Católicos, María, permitió que la hija de estos, Isabel, enlazara en 1526
con otro nieto de los mismos reyes, Carlos I, y que el hijo de estos, Felipe II, unificara
todos los reinos hispánicos en 1580, en un complicado e imprevisible azar sucesorio.

El Tratado de Tordesillas (1494) reequilibró las relaciones, respondiendo a la nueva


situación geoestratégica originada por el descubrimiento de América. Concedía a
Portugal un espacio atlántico más amplio que el obtenido por Castilla en la bula papal
Inter Caetera (1493), fijándose en el meridiano situado a 370 leguas al oeste de Cabo
Verde. Es objeto de especulación si tal demanda respondía a un conocimiento previo de
la localización de las costas de Brasil, cuyo descubrimiento por Vicente Yáñez Pinzón y
Pedro Álvarez Cabral data de 1500.

Borgoña y Austria
María de Borgoña, heredera de los restos del Estado Borgoñón, revalorizó el papel
estratégico de sus posesiones (un estado tapón entre Francia y Alemania, continuador de
la Lotaringia altomedieval) al casarse con Maximiliano I de Habsburgo, Archiduque de
Austria y Emperador de Alemania. El interés mutuo por una alianza Habsburgo-
Trastamara se concretó en un doble enlace: Felipe el Hermoso con Juana la Loca (1496)
y Juan de Aragón y Castilla (el primogénito de los Católicos) con Margarita de Austria
(1497); Juan murió al poco tiempo, y serán los hijos de Felipe y Juana los que formen
las dos Casas de Austria que dominaron la Europa de la Edad Moderna: los Austrias de
Madrid y los Austrias de Viena.

Francia
La Casa de Trastamara debía al apoyo francés su entronización en Castilla (de donde
pasó a Aragón); y las buenas relaciones se mantuvieron hasta la guerra de Sucesión
Castellana en que el rey de Francia intervino a favor de la Beltraneja. El matrimonio de
Isabel con Fernando colocó a Castilla en el bando aragonés, cuyas relaciones con
Francia eran ambivalentes: la ayuda francesa a Juan II de Aragón en la Guerra Civil
Catalana permitió a Luis XI ocupar en 1475 la Cataluña al norte de los Pirineos
(Rosellón y Cerdaña), mientras que los asuntos internos de Navarra les convertían en
claros rivales. En 1483 los Reyes Católicos apoyaron a Francisco II de Bretaña, hasta
entonces independiente de Francia. Las guerras de Italia (1494- 1559) terminarán siendo
el escenario idóneo para la disputa de la hegemonía europea entre ambas monarquías.

Navarra
El reino de Navarra había quedado imposibilitado para expandirse hacia el sur en la
Reconquista, encajonado entre sus poderosos vecinos cristianos (Castilla y Aragón);
mientras que el complicado espacio político francés le permitía una mayor implicación
al norte de los Pirineos. Se formaron dentro del reino dos bandos nobiliarios

10
(beaumonteses y agramonteses), sucesivamente profranceses y proaragoneses, cuyo
enfrentamiento se inscribía en el conflicto general europeo (la Guerra de los Cien
Años). El reinado de Carlos III de Navarra (1387-1425) se caracterizó por una compleja
red de alianzas matrimoniales con las dinastías de los reinos limítrofes, de la que
terminaron beneficiándose los Trastamara, tanto de Castilla como de Aragón,
conformándose una suerte de protectorado aragonés sobre Navarra desde 1419-1420
(tratados de Olite y de Guadalajara).40 Juan II de Aragón, casado con Blanca I de
Navarra, pasó a ser el rey efectivo desde 1425 a 1479, en medio de fuertes
enfrentamientos (Guerra Civil de Navarra). A la muerte de la reina (1441), los
beamonteses apoyaron la sucesión de Carlos de Viana (hijo de Juan y Blanca), mientras
que los agramonteses apoyaron la continuidad de su padre como rey. Juan II impuso
como heredera a su hija Leonor, casada con Gastón IV de Foix. Las muertes sucesivas
del príncipe Carlos (1461), del príncipe Gastón (1470, primogénito de Leonor y Gastón,
que había pasado a ser príncipe de Viana), de Leonor (1479) y, por último, de Francisco
I de Foix (primogénito del príncipe Gastón y de Magdalena de Francia, hija del rey Luis
XI, que ocupó el trono navarro entre 1479 y 1483), dejaron como reina a Catalina de
Foix (hermana de Francisco), que se casó con Juan de Albret, noble francés. Entre 1495
y 1500 (Tratado de Sevilla) los Reyes Católicos mantuvieron guarniciones castellanas
dentro de Navarra, como garantía de la neutralidad del reino.

Italia
Desde las vísperas sicilianas (1282) la Corona de Aragón se configuró como una
potencia interesada en los asuntos italianos, tanto en razón de su competencia con el
reino de Francia, como por su la centralidad estratégica de Italia en lo que se había
convertido en un verdadero Imperio aragonés41 en el Mediterráneo, que llegaba hasta
Grecia (Ducados de Atenas y Neopatria). A mediados del siglo XV de ese imperio solo
quedaban las islas Baleares, Sicilia y Cerdeña, con lo que la posibilidad de obtener
presencia en Italia continental cobraba un especial valor, especialmente ante el avance
turco desde el Mediterráneo oriental hacia los Balcanes (batalla de Adrianópolis -1365-,
toma de Constantinopla -1453-).

En 1441 Alfonso V de Aragón "el Magnánimo", partiendo de Sicilia conquistó el Reino


de Nápoles, desplazando a los Anjou (el ordinal como rey de Nápoles es Alfonso I). La
concepción patrimonial de los reinos hacía que las divisiones sucesorias fueran
frecuentes: la herencia de Alfonso V supuso que en 1458 Juan II quedara como rey de
Aragón y Sicilia, mientras que Nápoles quedó para su hermano bastardo Ferrante I,
casado con Juana de Aragón y enfrentado al Papa y a la nobleza napolitana, entre la que
surgieron partidarios de los Anjou (angevinos). En 1494 a Ferrante le sucedió Alfonso
II De Napolés (Duque de Calabria).

En este momento Carlos VIII de Francia reivindicó sus derechos como heredero de los
Anjou, consiguiendo imponerse militarmente en 1495. Para evitar la intervención
aragonesa, había concedido en el Tratado de Barcelona (1493) la devolución de los
territorios catalanes al norte de los Pirineos (Rosellón y Cerdaña). El temor papal de
verse rodeado por los franceses, al norte y sur de Italia, le hizo convocar una "Liga
Santa" en la que, junto a los Estados Pontificios, estaban Milán, Venecia, Austria y
España. Las tropas españolas enviadas por Fernando el Católico derrotaron a Carlos
VIII en Nápoles, y le obligaron a retirarse al norte de Italia. Fernando esperaba gobernar
directamente, pero en el trono napolitano se sucedieron Ferrante II y Fadrique.

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Reinado en Castilla de Felipe el Hermoso y Juana la Loca (1504-1506)

Las Cortes de Toro (de enero a marzo de 1505), tras la muerte de Isabel, aun
reconociendo la existencia de heredera directa, su hija Juana, ponían en duda su
capacidad (pasaría a la historia con el sobrenombre de "la loca"). Por entonces Juana
residía en Flandes con su esposo Felipe de Habsburgo "el Hermoso". Las negociaciones
internacionales llevadas a cabo en la concordia de Salamanca (24 de noviembre de
1505) establecieron a los ausentes Felipe y Juana como reyes y a Fernando como
gobernador del reino. En cuanto les fue posible, Felipe y Juana viajaron a Castilla
dejando a su primogénito Carlos en Flandes (un accidentada expedición, comenzada en
enero de 1506, que no consiguió llegar a La Coruña hasta el 26 de abril), y demandaron
su derecho al ejercicio directo del poder, con el apoyo de las potencias europeas y
respaldados por una parte de la nobleza (los llamados felipistas o pro-flamencos,
opuestos a los fernandistas o pro-aragoneses, cuyos enfrentamientos obligaron a
desplazar las Cortes convocadas en Salamanca el 5 de febrero, y que se volvieron a
reunir en Cacabelos, en Villafranca y en Benavente, terminando en Valladolid el 9 de
julio). Fernando aceptó la nueva situación firmando la concordia de Villafáfila (27 de
junio de 1506), y se retiró a Aragón; pero en menos de tres meses la repentina muerte de
Felipe (25 de septiembre de 1506) le permitió regresar como regente.

Fernando el Católico, rey en Aragón y regente en Castilla (1506-1516).


Al poco de enviudar, Fernando se casó con Germana de Foix (pariente del rey Luis XII
de Francia y de la reina Catalina de Navarra) en un matrimonio pactado en el Tratado de
Blois (1505), que concedía a esta los derechos que aún pretendía el rey francés sobre el
reino de Nápoles (además del título de rey de Jerusalén, únicamente honorífico).
Fernando se comprometía a ceder sus derechos sobre el reino al hijo que pudiera tener
con Germana, circunstancia que se frustró con la muerte a las pocas horas de nacer del
único hijo que llegaron a tener (Juan, nacido y muerto el 3 de mayo de 1509).

Durante los diez años de gobierno en solitario de Fernando, afianzado el control interior
en Castilla y Aragón, se emplearon los crecientes recursos de la monarquía en una
política exterior de fuerte presencia en múltiples escenarios, que confirmó a España
como una seria aspirante a la hegemonía europea. El ejército permanente, constituido
esencialmente por los Tercios organizados por Gonzalo Fernández de Córdoba (el Gran
Capitán); y la marina, desplegada en el Mediterráneo y el Atlántico, absorbieron un
porcentaje cada vez mayor del presupuesto (que pasó del 15% al 50%, cifra que
aumentará todavía más en los reinados siguientes).

La ambivalente figura del Rey Católico fue tomada como modelo por Maquiavelo para
su tratado El Príncipe (1513), que marca el inicio de la teoría política moderna.

Ocupación de plazas norteafricanas

Ya existía un puerto norteafricano en manos de un reino cristiano peninsular: Ceuta,


conquistada por Portugal en 1415. Tras la toma de Granada, aumentó el interés
castellano por la zona. El Duque de Medina Sidonia tomó Melilla en 1497; y en
sucesivas campañas organizadas por el Cardenal Cisneros y el conde Pedro Navarro se
ocuparon otros enclaves de la costa de Berbería: Mazalquivir en 1505, el Peñón de
Vélez de la Gomera en 1508; Orán en 1509, y Bujía, Trípoli y Argel en 1510. No se

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consiguió tomar un enclave en Túnez ("desastres" de los Gelves, 29 de agosto de 1510,
y los Querquenes, 20 de febrero de 1511).

Nápoles.

Fernando tuvo que contener la desmesurada ambición del Gran Capitán acudiendo
personalmente a Nápoles (1506-1507), lo que dio origen a la tópica expresión Las
cuentas del Gran Capitán como referencia a su orgullosa respuesta ante el rey (que
quedaría calificado de mezquino e ingrato). También consiguió el reconocimiento del
Papa, que le invistió como rey de Nápoles; aunque no se produjeron cambios
institucionales de importancia, conservando el reino de Nápoles una gran autonomía
jurídica y política. Entre 1508 y 1509 se recuperaron las islas venecianas del Adriático.

Anexión de Navarra

En 1509 Fernando decidió implicarse nuevamente en la política navarra apoyando una


rebelión. La situación jurídica cambió a partir de la muerte en 1512 de Gastón de Foix,
conde de Narbona (vinculado a Francia durante las guerras de Italia), que hizo pasar los
derechos de éste a su hermana (Germana de Foix, la esposa del Rey Católico). Luis XI
garantizó por el Tratado de Blois (1512) su alianza con los reyes de Navarra (Catalina
de Foix y Juan de Albret) a cambio del reconocimiento de su dependencia y el pago de
una renta. Fernando, justificado por esta ruptura de la neutralidad, y con el apoyo del
papa Julio II (que excomulgó a Juan y Catalina); encargó al Duque de Alba la
ocupación militar del reino de Navarra y la expulsión de las tropas francesas, lo que
consiguió con rapidez en la mayor parte del territorio, al sur de los Pirineos (julio a
septiembre de 1512). La tierra de ultrapuertos, al norte, quedó en manos de nobles
franceses.
La anexión formal de Navarra se produjo finalmente en 1515, y no se hizo a la Corona
de Aragón, sino a la Corona de Castilla. No obstante, se mantuvo como un reino
separado, con leyes e instituciones propias (Fueros de Navarra, Consejo de Navarra,
Cortes de Navarra, Cámara de Comptos de Navarra) y una amplísima autonomía en sus
asuntos internos, que incluso sometía a revisión las órdenes o leyes emitidas por el rey
(derecho de sobrecarta o pase foral), que era representado por un virrey.

Regencia de Cisneros en Castilla e interregno en Aragón (1516-1517).


A la muerte de Fernando, el inicial cuestionamiento de la aristocracia castellana a la
regencia del arzobispo de Toledo, Francisco Jiménez de Cisneros, provocó una famosa
respuesta de éste: reuniendo a los grandes frente a una unidad de artillería, proclamó
Estos son mis poderes, frase que se ha convertido en un tópico para expresar el
autoritarismo, o el control efectivo de los mecanismos del poder (poder fáctico).

Durante este periodo Cisneros hubo enfrentar dos amenazas militares, una en Navarra,
consiguiendo evitar la tentativa de incursión de los Albret; y otra en Argel, donde la
guarnición castellana fue derrotada por Jeireddín Barbarroja (1516).

El hecho de que la reina legítima, Juana, siguiera incapacitada (pero no hubiera


abdicado ni se la hubiera destituido), abría varias posibilidades, entre las que se
consideró la de entregar el trono a Fernando (hijo menor de la reina Juana, que se había
criado en Castilla), en vez de a su hermano mayor Carlos "de Gante", criado en Flandes
por los Borgoña-Habsburgo. La precipitada proclamación como rey de Carlos en

13
Bruselas llevó a Cisneros a aceptar los hechos consumados, pero solicitó su presencia
urgente en España para evitar una posible rebelión. Tras casi dos años de regencia,
Cisneros falleció mientras viajaba hacia Santander, donde estaba previsto el desembarco
del nuevo rey. En Aragón, el testamento de Fernando preveía que la regencia fuera
ejercida por su bastardo el arzobispo Alonso, al que había conseguido la sede de
Zaragoza; pero tal disposición no fue aceptada por las instituciones de la Corona
aragonesa (en el caso de Sicilia, incluso se llegaron a producir revueltas), no
resolviéndose la situación jurídica hasta 1518 y 1519.

Primer Renacimiento en España


El primer renacimiento español fue el resultado del desarrollo del arte y arquitectura
peninsulares que manaba de una evolución del gótico y una influencia del arte mudejar;
inf.uenciado con los movimientos artísticos que llegaron del renacimiento flamenco e
italiano. Destaca el surgimiento de un estilo decorativo llamado plateresco.

Austrias mayores: Imperio y revolución de los precios (1517-1598).

Reinado de Carlos I (1517-1556)


Carlos I desembarcó de forma imprevista en el puerto asturiano de Villaviciosa el 8 de
septiembre de 1517, trayendo consigo una nutrida y costosa representación de la corte
flamenca de Malinas, entre la que destacaba Guillermo de Croy, señor de Chièvres,
cuyas inclinaciones francófilas había demostrado en el Tratado de Noyon (13 de agosto
de 1516), y que enseguida fue objeto de todo tipo de acusaciones, especialmente de
avaricia y nepotismo (consiguió el nombramiento de su sobrino homónimo, de tan sólo
20 años, como arzobispo de Toledo en sustitución de Cisneros).

Sucesivamente, las Cortes de Castilla (Valladolid, 1518) y las de Aragón reconocieron


al nuevo monarca y le concedieron sus peticiones fiancieras, aunque no sin condiciones
(prohibición de sacar dinero del país, no vender los cargos ni dárselos a extranjeros,
libertad para la reina madre, etc.), que fueron aceptadas por el monarca. Las convocadas
Cortes valencianas no llegaron a celebrarse, pues antes de ello la prioridad política pasó
a ser la elección de Carlos como emperador de Alemania, puesto electiva vacante por la
muerte de su abuelo Maximiliano I de Habsburgo (12 de enero de 1519). Se convocaron
nuevamente las Cortes de Castilla (las únicas con capacidad financiera significativa),
primero en Santiago de Compostela y luego en La Coruña (marzo-abril de 1520, véase
Cortes de Santiago y La Coruña), que le concedieron sin una negociación real (se acusó
a los procuradores de haberse dejado presionar y sobornar) una nueva aportación de

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400.000 ducados. El dinero necesario para garantizarse la elección (en la que competía
con Francisco I de Francia) le había sido adelantado como préstamo por Jakob Fugger,
una apuesta financiero-política que convirtió a su casa en la banca más próspera del
mundo, basada en su provechosísima relación con España y las Indias, donde se les
castellanizó su nombre (Fúcares).

Guerra de las Comunidades de Castilla

Representantes de varias ciudades del centro de Castilla, convocadas por Toledo (8 de


junio), se reunieron en una Junta de Comunidades en Ávila (agosto), y fueron ganando
adhesiones a medida que se intensificaba la represión imperial (asedio de Segovia,
incendio de Medina del Campo -21 de agosto-). El carácter antifiscal y particularista de
la revuelta respondía a un sentimiento generalizado de pérdida de independencia y
control en los asuntos internos castellanos, que únicamente beneficiaba a Flandes y que
sólo era visto con menor recelo por las ciudades periféricas de predominio mercantil
(Burgos o Sevilla). Se propuso anular el servicio votado en La Coruña, interpretándolo
como el resultado de una coacción, y volver al sistema de encabezamiento, exigir el
nombramiento de un regente castellano y de castellanos para todos los demás oficios y
cargos recientemente concedidos a extranjeros, y reafirmar la prohibición de sacar
dinero de Castilla. La Junta no reconocía ni a Adriano de Utrecht ni al Consejo Real,
considerando que sólo la Chancillería de Valladolid representaba una autoridad
legítima. Los iniciales movimientos militares perfilan la separación de dos bandos y
convierten la revuelta en una verdadera guerra civil entre comuneros (la baja nobleza y
la burguesía de las ciudades del centro de Castilla, interesadas en el desarrollo de la
artesanía local, liderados por Juan de Padilla -Toledo-, Juan Bravo -Segovia- y
Francisco Maldonado -Salamanca-, con escasa presencia de altos nobles -Pedro Girón,
Pedro de Ayala- o altos clérigos -Antonio de Acuña, obispo de Zamora-) e imperiales
(las ciudades con intereses en el comercio exterior, el clero y la alta nobleza con
intereses ganaderos, y los grandes, liderados por el Condestable y el Almirante). Los
comuneros buscaron legitimarse recurriendo a la reina Juana (madre de Carlos, que
desde hacía años se encontraba recluida en Tordesillas al considerarla loca, pero que no
había abdicado). La actitud de la reina es difícil de valorar, pero no llegó a firmar
ningún documento.

La radicalización del movimiento comunero, que en algunos puntos se convirtió en una


revuelta antiseñorial, resultó decisiva para que la mayor parte de la nobleza apoyase al
bando imperial. La derrota de los comuneros en la batalla de Villalar (23 de abril de
1521) descabezó el movimiento con la ejecución de sus líderes. Únicamente la ciudad
de Toledo resistió varios meses, dirigida por María Pacheco, viuda de Padilla.

Revuelta de las Germanías

El descontento presente en el reino de Valencia desde el incumplimiento de la


convocatoria de Cortes aumentó por el nombramiento como virrey del conde de Mélito
(Diego Hurtado de Mendoza de la Vega y Luna, un aristócrata castellano). La
decadencia demográfica y económica del reino había sido constante desde el siglo XV.
La peste de 1519 había apartado a la nobleza de las ciudades, dejando un vacío de poder
ocupado por la burguesía artesana y mercantil organizada en germanías
("hermandades"). Los periódicos ataques de la piratería berberisca habían acostumbrado
a los ciudadanos a la autodefensa (Junta de los Trece, instituida por los Reyes

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Católicos), además de reforzar el recelo social ante la presencia de una importante
minoría morisca en los dominios rurales nobiliarios. La elección de jurados en la ciudad
de Valencia (18 de mayo de 1521) sirvió de detonante para una revuelta urbana, en que
la muchedumbre atacó el palacio virreinal.

La sublevación se generalizó, convirtiéndose en una verdadera guerra civil en toda


Valencia, que incluso se extendió a los reinos vecinos (sobre todo al reino de Mallorca,
aunque también en zonas de Cataluña y el Bajo Aragón). Su carácter fue muy complejo,
presentando componentes particularistas, sociales y religiosos; en algunas zonas rurales
adquirió la forma de levantamientos antiseñoriales, de imposible coordinación con las
revueltas urbanas, protagonizadas por la burguesía. Hubo incluso un brote de
sebastianismo, dirigido por un oscuro personaje (El Encubierto) que decía ser Juan, hijo
de los Reyes Católicos y verdadero heredero del trono.

Tras la rendición de los rebeldes de Oropesa, capturado el líder Vicente Peris en


Valencia (3 de marzo de 1522), y tomadas Játiva y Alcira, el reino de Valencia fue
finalmente pacificado; nombrándose a Germana de Foix, la viuda de Fernando el
Católico, para el cargo de virrey.

Sin embargo, en Mallorca el movimiento alcanzó una mayor profundidad, a causa de


que, en ausencia de campesinado morisco, sí fue posible la coordinación de las revueltas
populares y urbanas. Los agermanats mallorquines, con un discurso igualitario, lograron
el control de toda la isla, derrotando la resistencia nobiliaria. Fue necesario enviar una
flota imperial que restauró la situación anterior mediante una severa represión (finales
de 1522).

Hegemonía europea: franceses y protestantes


La posibilidad de ejercer una hegemonía europea tuvo desde el inicio del reinado de
Carlos dos importantes antagonistas: el mayor la monarquía francesa de Francisco I, que
tras perder la compencia por la elección imperial no perdió ninguna oportunidad de
intervenir en Italia, Navarra, Alemania o cualquier otro escenario que pudiera perjudicar
a Carlos (incluso apoyando al Imperio turco);55 y en segundo lugar, las inestables ligas
de príncipes alemanes, que encontraron en la Reforma protestante un medio idóneo para
aumentar su poder.

La Hacienda de Carlos I
Las guerras suponían un gasto desorbitado. Las rentas ordinarias de la Corona no eran
suficientes, por lo que constantemente se recurría al crédito, condicionando los recursos
futuros. Había diferentes tipos de deuda: juros (emisiones de títulos de deuda,
redimibles o permanentes), préstamos forzosos, préstamos voluntarios o "socorros", y
letras de cambio a corto plazo.

Los impuestos de Castilla, base de los ingresos reales, seguían siendo los mismos que en
la Baja Edad Media. En 1536 se implantó el encabezamiento general de las alcabalas,
congeladas desde el inicio de su reinado por temor a una nueva rebelión antifiscal como
la de las Comunidades. La recaudación de las alcabalas aumentó un 4.68% frente al
44% de aumento del resto de rentas de la Corona. Otras rentas ordinarias habían
aumentado considerablemente como consecuencia del incremento del comercio: las
aduanas, numerosas y dispersas por todo el reino, en puertos secos y puertos de mar.
Regalías menores eran el estanco de las salinas (monopolio real centralizado en los

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alfolíes -también había salinas propiedad de particulares-), el 5% del producto de las
minas y del alumbre, otros estancos, penas de cámara, galeotes, etc. Otros ingresos
importantes eran la moneda forera (pagada por el reino cada 6 o 7 años para evitar que
el rey utilizase su potestad de alterar el valor de la moneda) y el monopolio de las
almadrabas (pesquerías de atún) del reino de Granada. Las Cortes negociaban
periódicamente el servicio ordinario y extraordinario. A los impuestos sobre bienes
eclesiásticos derivados de concesión papal (el excusado, la Bula de Cruzada y el
subsidio eclesiástico) se denominaba "gracias" o "Tres Gracias", y su fin teórico era
sufragar la defensa de la fe.

También había ingresos irregulares como las dotes, el rescate de los Delfines de Francia
tras el Tratado de Madrid (1526). De importancia creciente, llegando a convertirse en
una partida decisiva a mediados de siglo, eran los ingresos obtenidos en las Indias:
esencialmente el quinto real (las regalías de minas, que suponían el 20% de los metales
preciosos), al que se añadían los impuestos sobre los pueblos indios, algunos diezmos y
penas de cámara.

Hubo también recursos extraordinarios o enajenaciones, de consecuencias sociales más


importantes que su relativa rentabilidad para el Tesoro. El monarca extendió la venta de
todo tipo de regalías o derechos enajenados del patrimonio regio, pese a la fuerte
oposición que las Cortes demostraron contra ello. Se vendieron jurisdicciones,
especialmente en territorios de las órdenes militares, con autorización papal (en 1529 se
autorizó a quitar villas, vasallos y bienes con un valor de 40.000 ducados, que se irá
renovando). Tal fue la cantidad de enajenaciones, que saturó el mercado, tuviéndose que
recurrir en el reinado siguiente a la enajenación de diezmos. Otro recurso fue la venta de
hidalguías, aunque no obtuvo los recursos esperados. A finales del reinado se recurrió al
arbitrio de la venta de jurisdicciones a los propietarios de fincas, recurso que tendrá
mucha más extensión en el siglo XVII. Las alteraciones los bienes comunales, por la
venta y perpetuación de baldíos, que se dio sobre todo a partir de 1580, agotó la
capacidad de seguir extrayendo recursos fiscales y condujo inevitablemente a las
quiebras periódicas de la Hacienda y a las devaluaciones monetarias.

Reinado de Felipe II (1556-1598)


Felipe, el primero de su dinastía nacido en España (Valladolid, 1527), fue regente de los
reinos hispánicos (necesidad impuesta por los constantes viajes europeos de su padre,
Carlos V) desde los doce años, a la muerte de su madre (Isabel de Portugal, en 1539).
En su consejo de regencia fue asistido por Francisco de los Cobos, el cardenal Tavera y
el Duque de Alba. Tras un breve matrimonio que renovaba la alianza portuguesa (1543-
1545, con su prima María Manuela, muerta tras el parto del príncipe Carlos), Felipe se
casó en 1554 con María Tudor, reina de Inglaterra (hija de Enrique VIII y Catalina de
Aragón, por tanto, nieta de los Reyes Católicos y tía segunda suya, once años mayor que
él), en una operación de amplio calado que pretendía afianzar la vuelta de ese reino al
catolicismo y a la alianza con el Imperio (incluso se enviaron clérigos españoles para
depurar las universidades inglesas). En 1555 se produjeron las abdicaciones de Bruselas
que, aunque confirmaron la división territorial prevista (Felipe no sería Emperador, lo
sería el Archiduque de Austria, su tío Fernando, Rey de Romanos desde 1531), le
convirtieron en el monarca más poderoso del mundo. La supremacía sobre Francia
quedó evidenciada en la batalla de San Quintín (10 de agosto de 1557), aunque los
franceses recuperaron Calais (7 de enero de 1558). La muerte sin hijos de María (17 de
noviembre de 1558).

17
Le privó del reino de Inglaterra, que pasará a ser uno de sus principales adversarios con
la reina Isabel (restauró la reforma anglicana, persiguió el catolicismo e impulsó la
expansión marítima y comercial, rompiendo el control naval español del Atlántico). El
tratado de Cateau- Cambrésis (2 de abril de 1559) establecía la paz entre España y
Francia, confirmando el predominio español en Italia y Flandes, y significó el tercer
matrimonio de Felipe, con la princesa francesa Isabel de Valois (1559-1568).

En 1559 Felipe volvió a España, de donde no volvió a salir, fijando la corte en Madrid
(1561). Su estrecha supervisión del complejo aparato burocrático le permitió controlar
con firmeza las respuestas a los múltiples desafíos que surgían en todos los escenarios
conflictivos, entre los que destacaron la revuelta de Flandes (desde 1566), la rebelión de
las Alpujarras (1568-1571), en parte relacionada con los enfrentamientos contra el
Imperio Otomano en el Mediterráneo (batalla de Lepanto, 7 de octubre de 1571), la
crisis sucesoria que le permitió convertirse en rey de Portugal (1578-1580), y los
enfrentamientos contra Inglaterra en el Atlántico (fracaso de la Armada Invencible,
1588). Un último matrimonio (1570-1580, con su sobrina Ana de Austria, veintidós
años menor que él) le permitió conseguir un heredero varón (el futuro Felipe III, nacido
en 1578) tras las extrañas circunstancias en torno a la muerte del príncipe Carlos (1568),
que suscitaron todo tipo de especulaciones.
La corte vivió conjuras y enfrentamientos entre albistas y ebolistas ("halcones" y
"palomas" respectivamente), llegando a extremos violentos con repercusión en la
política interior (revuelta de Antonio Pérez en Aragón -1590-, el protagonista, su
principal secretario, había sido destituido en 1579 acusado del asesinato de Escobedo,
secretario de Juan de Austria - hermanastro del rey, vencedor en Lepanto y gobernador
de Flandes, donde intentaba una solución militar, y muerto por las mismas fechas, en
1578-).

Los últimos años de su largo reinado se caracterizaron por la decadencia física del rey
en el contexto de un paulatino cambio de ciclo económico secular (de la expansión del
siglo XVI a la crisis del siglo XVII), simultáneo a un decisivo hecho de longue durée: el
basculamiento del eje histórico de la civilización occidental del Mediterráneo al
Atlántico,72 y al inicio de la decadencia española. La intervención en las guerras de
religión de Francia en apoyo del bando católico no tuvo éxito, al imponerse la solución
apoyada por los politiques y el Papa (entronización del candidato protestante, Enrique
de Borbón, tras su conversión al catolicismo -1589-). La situación en Flandes se
estabilizó tras las campañas dirigidas por Alejandro Farnesio (sobrino del rey y de Juan
de Austria), que continuó la guerra con Francia hasta su muerte en 1592. La paz de
Vervins (1598) puso fin al conflicto francés, dejando el gobierno de los Países Bajos
españoles (solo controlada la zona sur, católica -Unión de Arrás-) en manos de Isabel
Clara Eugenia (hija de Felipe II e Isabel de Valois -y que por ello mantenía hasta
entonces su pretensión al trono de Francia-) y su marido Alberto de Austria (doblemente
sobrino de Felipe II, por parte de padre y madre), con el título de archiduques soberanos
(el matrimonio no tuvo hijos y sus Estados continuaron dependiendo de la Monarquía
Hispánica).

TEMA 3. SIGLO XVII

La España del Barroco presentaba simultáneamente una "apariencia" desproporcionada


a su "realidad" y una "introspección colectiva" negativa que se regodeaba en la

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decadencia española y sus trágicos acompañantes de muerte, hambre, peste y guerra. A
la hidalguía le acompañaba inseparablemente la picaresca, como Sancho Panza a Don
Quijote. La pobreza y las distintas clases de condición social alternativa al ideal social
de "cristiano viejo", convertían la marginación en una condición paradójicamente casi
mayoritaria.

Los Austrias del siglo XVII (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) son conocidos
historiográficamente como los Austrias menores, porque su reinado coincide con la
época de decadencia, y tal denominación atribuye a los propios monarcas buena parte la
responsabilidad.

El sistema político heredado de un "rey burócrata" como Felipe II estaba basado en la


constante intervención en numerosísimos asuntos de la figura del rey, que asumía todo
el poder concentrado en la monarquía autoritaria y como elemento común a todos los
reinos. Entre los reyes del siglo XVII los hubo que no eran capaces o simplemente no se
interesaban en el gobierno. Surgió la figura del valido, un favorito que gobernaba en
nombre del rey, y que este escogía no tanto en razón de sus capacidades como por otros
criterios. El duque de Lerma (primero en ejercer como valido, para Felipe III), destacó
por su corrupción, y siguió una política pacifista, consciente de que el imperio, en la
cumbre de su poder, se enfrentaba a desafíos insuperables y no se podía permitir
incrementos del gasto militar. En 1618 estalló la guerra de los Treinta Años y los
Austrias de Madrid se vieron obligados a intervenir en auxilio de los Austrias de Viena.
La política del conde duque de Olivares (valido de Felipe IV) fue decididamente más
agresiva, con el empeño de restaurar la "reputación". Los éxitos iniciales no ocultaron
las tensiones internas, y la Monarquía misma estuvo a punto de disolverse en la crisis de
1640. Aunque se evitó el peor escenario, hubo de reconocerse un nuevo equilibrio
europeo más realista (paz de Westfalia, 1648, tratado de los Pirineos, 1659). El reinado
de Carlos II "el hechizado" estuvo sometido a sucesivas regencias y validazgos (entre
ellos el de su prestigioso hermanastro, Juan José de Austria); y en el exterior no tuvo
capacidad para contener la ambición de la nueva potencia hegemónica: la monarquía
absoluta.

francesa de Luis XIV, que pasó de acosar militarmente a España a protegerla, dadas las
expectativas de que la herencia del trono de Carlos (incapaz de tener hijos) recayera en
un príncipe Borbón. Mientras tanto, y en un contexto en el que ya no se controlaba
eficazmente el tesoro de las Indias, se produjeron algunas reformas económicas e
institucionales (quiebras y estabilización monetaria y fiscal, nuevo papel de Cortes y
Consejos, aparición de juntas y secretarios, etc.)

Entre los graves conflictos internos, destacaron dos: uno de base étnico-religiosa, que se
resolvió drásticamente en 1609 con la expulsión de los moriscos (generando a su vez
una verdadera catástrofe demográfica y socioeconómica, especialmente en Valencia); y
otro de base particularista, las revueltas de 1640 en Cataluña y Portugal, afrontadas
militarmente con resultados opuestos.

Reinado de Felipe III (1598-1621):


Los validos y la política interior
La expulsión de los moriscos

Reinado de Felipe IV (1621-1665)

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Restaurar la reputación
Crisis de 1640

Reinado de Carlos II (1665-1700)


Regencia, validos y esposas de "El Hechizado"
Disolución del imperio europeo ante la hegemonía francesa
Dificultades de control del imperio americano
Final de la crisis y cambio de ciclo económico

Borbones: Absolutismo, Ilustración y Crisis del Antiguo Régimen


La muerte sin sucesión directa de Carlos II, el último Austria de Madrid, obligó a un
cambio dinástico. El partido borbónico se había impuesto en la Corte, y el testamento
real era claro: la Monarquía Hispánica recaía en Felipe de Anjou, nieto del rey francés
Luis XIV. Ante ambos, en Versalles, el embajador español (marqués de Castelldosrius)
le rindió el primer homenaje, en nombre de todos sus nuevos súbditos, el 16 de
noviembre de 1700.94 Dentro de España, los reinos de la Corona de Aragón eran
predominantemente austracistas, partidarios de la sucesión de Carlos de Habsburgo, que
podía aducir derechos de sucesión no menos válidos que los de Felipe. No sólo los
Austrias de Viena, sino la mayor parte de las potencias europeas (Inglaterra, Portugal,
Holanda, Saboya, Prusia) consideraron conveniente apoyar esa pretensión, ante la
amenaza de constitución de una hegemonía franco-española que alterara el equilibrio
continental con la llegada al trono de Madrid de un Borbón que podría incluso llegar a
Real Fábrica de Tabacos de Sevilla, 1728-1763. suceder también a su abuelo en Francia.
El enfrentamiento entre ambos bandos desencadenó una guerra generalizada en Europa,
que en España fue una verdadera guerra civil.

El resultado internacional de la guerra fue un verdadero empate: desde el armisticio de


19 de agosto de 1712, los tratados de Utrecht y Rastadt (1713-1714) repartieron los
territorios entre ambos pretendientes (Italia y Flandes para Carlos -que entre tanto había
heredado Austria y obtenido la elección imperial-, España y América para Felipe -que
tuvo que renunciar explícitamete a la posibilidad de reinar a la vez en Francia y
España-). La gran beneficiada fue Inglaterra, que además de impedir la hegemonía de
cualquier otra potencia, logró concesiones territoriales (pequeñas pero estratégicas:
Gibraltar y Menorca) y económicas (sustanciales en el comercio americano: asiento de
negros y navío de permiso).

En cambio, el resultado interno en España, donde la guerra se prolongó hasta 1715, fue
una clara imposición del absolutismo borbónico, que con los Decretos de Nueva Planta
(1711 a 1715) suprimió el régimen particularista de los reinos de la Corona de Aragón.
El de las provincias vascas y Navarra, que se mantuvieron en el bando vencedor, no se
vio alterado.

Las reformas borbónicas se plantearon, a lo largo de los sucesivos reinados de todo el


siglo XVIII, como la aplicación de una racionalización y modernización de las
estructuras tradicionales, que centralizara e hiciera más eficaz el Estado y la economía
sin cuestionar la base social estamental del Antiguo Régimen. La radical transformación
de la administración territorial se vio seguida por el replanteamiento de las relaciones
con Roma (negociación de concordatos en un sentido regalista, que llegó a su máxima
expresión con el decreto de Urquijo de 1799 -retirado al año siguiente-) y el sugimiento
de una sensibilidad anticlerical (especialmente dirigida contra los jesuitas, que fueron

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expulsados en 1766) y desamortizadora; la reconstrucción del poder naval y del control
sobre el imperio americano (de acuerdo con Portugal y en ciertos territorios contra las
misiones jesuíticas) y medidas económicas de carácter mercantilista. Otras cuestiones,
como la reforma de la Hacienda (única contribución vinculada al catastro de Ensenada)
o de las estructuras agrarias y comerciales en un sentido proto-liberal (libertad de
comercio, supresión de la tasa de granos, expediente de la Ley Agraria), chocaron con
los intereses señoriales y fueron relegadas, a pesar de haberse impulsado desde la
cúspide burocrática, ocupada por equipos ilustrados apoyados por los reyes (lo que
historiográficamente se ha denominado despotismo ilustrado, especialmente con Carlos
III y Carlos IV).

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