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Autor

Intervenciones y apuestas
transdisciplinares

El presente texto revela los fragmentos de una inédita intervención


ocurrida en el marco del proyecto de investigación Las esquizofre-
nias, un campo paranoico de las psicosis. Después de una década
de haberse iniciado, muestra una transformación/intervención/des-
montaje en sus postulados, es decir, en el registro de un supuesto
devenir doméstico-social de las historias subjetivas sufrientes. No es
propósito nuestro construir una crítica social de este andamiaje sin-
gular, tan costoso para los espacios académicos. Esta vez tomamos
diversos senderos adyacentes que nos permitieron, quizá, desarmar
inicialmente nuestro propio acto colonizador, dejarnos guiar por la
ignorancia y entonces observar/intervenir/desmontar algunos dis-
positivos de poder allí, en el terreno singular y nimio de su eficacia.
Palabras clave: clave: dispositivo, infancia, locura.

La intervención comunitaria intervenida.


Notas para una clínica menor
Alberto Carvajal

ANUARIO DE INVESTIGACIÓN 2015 • UAM-XOCHIMILCO • MÉXICO


DEPARTAMENTO DE EDUCACIÓN Y COMUNICACIÓN • ISBN: 978-607-28-0357-2 • PP. 705-724
La locura impacta...

P
artamos de una premisa: la locura, la experiencia de la locura, impac-
ta, afecta al microespacio social donde se devela. Impacta y con ello no
hace más que confirmar lo que Auguste Comte escribía en 1822: la
desviación –decía el– muestra la fisura de la estructura social, dicho de otra
manera, la desviación, la locura nos alerta, nos advierte de las dificultades
en el hacer lazo social. La consigna tan llevada y traída en nuestros días
“hagamos comunidad” advierte con un cierto desdén un imposible que Lacan
subrayaba con casi un grito: no hay relación sexual, no hay unidad, no hay
síntesis final, hay conflicto, pugna, en fin… lucha de clases, diría el alemán
desde la perspectiva de otra episteme. Podríamos incluso estar en condicio-
nes de pensar que ya no se trata de la oposición yo-otro…
Alberto Carvajal

Una vez que comprendamos que el yo no existe, no pensaremos que el yo


puede ser feliz o que nuestro deber es hacerlo feliz. Llegaremos a un estado
de calma. Borges ni la otra oposición, loco/no loco, incluso podríamos ani-
marnos a pensar desde otra arista: la cuestión del sujeto. Regresaremos a
este territorio no-menor, con una propuesta menor, más adelante.
Así, pasamos por alto lo delicado de este hacer lazo, en él están con-
vocadas las pasiones. Quizá por ello Freud exclamaba (1989) en su Inter-
pretación… “Flectere si noqueo supero, Acheronta movebo”. ¿De qué está
hecho el mentado lazo social? De amor/odio, de destrucción, de guerra…
también de solidaridad que no es otra cosa que un conjunto de identifi-
caciones, territorio atravesado a su vez por lo que Konrad Lorenz fraseó
a propósito de la agresividad, ese pretendido mal (identificaciones que
van desde una cierta matriz: madre-hija; padre-hijo o sus combinaciones
cruzadas, ya sean tiernas o despreciables), lazo hecho de rechazos, de
frustraciones, de solidaridad, complicidad, etc. Cada uno de estos frag-
mentos, fractales infinitos, muestran sus dificultades/fisuras/imposibles
y también las infinitas vías de solución, de pasaje… he ahí lo inasible de
esta experiencia que mal puede reducirse a un miserable compendio/bes-
tiario/tratado/manual…
Podríamos decir que de esta experiencia, de la locura, de su develamiento/
eclosión, hay un previo anuncio de que “algo no anda bien”, o como decía
Erna, la de Melanie Klein (1987: 53), “hay algo que no me gusta de la vida”,
que es semejante a aquella confesión inaugural de la experiencia de Schreber,
el presidente del Superior Tribunal de Leipzig, que hiciera sin más, sin que
fuese registrada por nadie ni se inscribiera en ningún proceso simbólico, para
bien o para mal, no hay ningún juicio a propósito de la tal confesión; solo más
tarde, a fuerza de oradar el simbólico, Schreber le atribuye un proceso al que
incluirá su cuerpo, o mejor dicho, al que su cuerpo se verá sometido y es el
que realiza el “fuera de surco” simbólico, que no es otra cosa que hacerle un
surco simbólico al real. Freud apunta al respecto: “le sobrevinieron algunos
sueños, pero solo más tarde se vio movido a atribuirles significatividad”. Ese
“se vio movido…” es la acción corporal de la que Schreber no podía ni pudo
sustraerse. Sueño que ahora podríamos leer como una demanda corporal,

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La intervención comunitaria intervenida. Notas para una clínica menor.

una demanda del real cuya simbolización resultaba para el mismo Schreber
inadmisible: “la representación de lo hermosísimo que es sin duda ser una
mujer sometida al acoplamiento” (Freud, 1990: 14).
Antes de su llegada con Klein, Erna afectó a eso que hemos dado en lla-
mar familia, particularmente a su madre, aquella mujer que es advertida/
afectada por la excitación de su hija de apenas seis meses de nacida, cuando
al limpiarla rozaba sus genitales y su ano. Afectó/alertó también un segundo
micro espacio: la escuela. Erna no podía aprender. Así, fue llevada con Klein
quien lee en los juegos de la niña, territorio donde la analista no se colocaba
sino como un objeto lúdico más, aunque –a la postre– no cualquiera, sino
uno que registraba/observaba/leía aquello que Erna mostraba. El juego no
representaba la relación con la madre, la intervenía.
Schreber fue llevado a la clínica de Flechsig, donde fue diagnosticado,
vigilado, castigado, recluido. También él optó por el juego. Puesto que las
palabras le eran inaudibles, ¿para qué hablar si no hay quien pueda escu-
char?, o mejor aún, inspirados en Foucault y el canto, ¿para qué hablar si
sus notas no podrán leerse en ningún pentagrama? Si los sonidos no llevan al
interlocutor a ningún pliegue más que a las páginas de un Manual. Optó por
el juego. Por la sopa de letras, por la escritura y así escribió sus memorias/
diagramas que le permitieron salir del manicomio y regresar a la Presidencia
del Tribunal Superior. Optó por el juego con su cuerpo, mutó las sábanas en
vestidos; la camisa de fuerza que constreñía sus movimientos, en un corsé
con el que esculpió en su cuerpo una silueta femenina.
He ahí, una vez más el juego –no representación–. No se trata de un acto
simbólico, sino de una intervención en el real del cuerpo.
El escrito de Schreber es reconocido por Freud y ubicado en un paralelo a
su propia teoría de la libido. Si la locura impacta es por nuestra inadvertencia
de lo que el lazo social implica. Es en ese delicado horizonte que Schreber
escribe y Freud alcanza a leer y confesara:

Como no temo a la crítica ni me horroriza la autocrítica, tampoco tengo


motivo alguno para evitar una semejanza [la que expone Schreber] que acaso
perjudique a nuestra teoría de la libido en el juicio de nuestros lectores. […]

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Queda para el futuro decidir si la teoría [la suya, la de Freud] contiene más
delirio del que yo quisiera, o el delirio [de Schreber], más verdad de la que
otros hallan creíble (Freud, 1990: 72).

Después del impacto… su escritura

A falta de ojos para mirar lo que aún no se inventa, cómo escuchar/leer aque-
llo que está teñido de lo que Bachelard llamaba resistencia epistemofílica? Es
decir, del ejercicio de un anagrama de infinitos “odios” a la diferencia, al tan
llevado y traído “otro”, otro que es yo, en el verso de Rimbaud. O bien, ¿cómo
escuchar/leer si lo que es dicho/escrito está en la fisura de la colonización
del lenguaje? Escribir una “arqueología del silencio” podría ser la declaración
del abandono de la locura a la norma, a la promoción de la “tranquilizadora”
razón cartesiana, al silencio del Logos pre-socrático/aristotélico/aristocráti-
co. Podría ser la firma de la boleta de desahuciado. “Los locos están curados
de lo que nosotros estamos irremediablemente (podríamos decir, deshaucia-
damente…) enfermos… de la inteligencia”.
El espacio microsocial que intervenimos es la vida manicomial. No se tra-
ta de un hospital psiquiátrico, eufemismo de lo que fue un nombre preciso:
manicomio. Así, se trata de un lugar donde eso, la vida, bulle, se mueve,
suena, se muestra… e intentar, cual pincel de Van Gogh, registrar ese fu-
ribundo movimiento cual locomotora, aquello que permite avistar en lo que
está cada uno de sus habitantes. Intervenir la vida manicomial es intervenir
un escenario donde unos cuerpos están sometidos por actos antiguos des-
critos en expedientes clínicos y recordados como anécdotas en las memorias
blancas de otros cuerpos añosos vestidos de batas blancas. Actos extirpados,
arrancados de sus tejidos orgánico-sociales, de los intersticios domésticos
secretos/indecibles/gritos a voces/performance de fractales microsociales
e injertados en otros –asépticos, diáfanos, policiacos…– los Tratados de Psi-
quiatría serán leídos en un tiempo porvenir como los Tratados Amorosos de
la fina orfebrería del odio.

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La intervención comunitaria intervenida. Notas para una clínica menor.

El registro

¿Dónde registrar? ¿Qué registrar? Nuestra propuesta convoca a estudian-


tes de los últimos trimestres o semestres a un proyecto de Servicio Social,
adjunto a uno de investigación: las esquizofrenias, el campo paranoico de
las psicosis (aprobado en la dcsh), presentado en la unam hace más de una
década, de varias disciplinas: psicología, sociología, filosofía, artes plásticas,
diseño, musicología… al que se incorpora el grupo de octavo de la licenciatura
en Psicología de la uam-x.

De tal manera que no se restringe el registro a un aparato “psi”; así, si el


propósito inicial fue reconstruir historias de vida, de no-vida, de abandonos,
de excesos… Conviene ubicar que en ese horizonte no estaba la intención/
vigilancia/control/meta de ningún afán de mejoría, de enseñanza a ser mejo-
res o peores o normales (al respecto nos adscribimos al comentario que Piera
Aulagner hiciera en una clase del Seminario de Lacan: neurosis, psicosis y
perversión, son las tres presentaciones de la normalidad), ninguna preten-
sión de rehabilitación, de autoestima… consideramos que estas prácticas no
dejan de colonizar, orientados por cierta misión/compasión, la diferencia,
mejor aún, las diferencias. Decíamos que si bien esa era la intención inicial,
una reconstrucción testimonial de cada cuerpo, de cada persona, con uno
de ellos… en lo que terminó nuestra intervención fue en hacer mapas: cada
cuerpo es un fragmento, una pincelada del paisaje del que no solo forma par-
te, sino que su cuerpo es una agencia que hace paisaje. Y es de esa ejecución,
de ese performance antihistórico que el paisaje se muestra y hace conexión
con otras épocas, no para explicar el devenir de la patología, sino el proceso
que subvierte, en el que se produce una resistencia, no se trata entonces de
“entender” al “sujeto enfermo” ni de dar un lugar a su sufrimiento, de lo que
se trata es de registrar el pliegue que destaca en un fondo de miseria que se
ve subvertido.
Martín, en la inutilidad que su hacer muestra, estalla el propósito de la
creación del hospital al que llegó después de estar en el Manicomio General La
Castañeda. En este sentido viene bien la cita de un fragmento de las Crónicas
de Indias que escribiera el Inca Garcilazo:

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[…] y no es de maravillar que se mezclasen yerros graves, pues en los más es-
tirados de los legisladores y filósofos se hallan, aunque entren Licurgo y Platón
en ellos. Y en las más sabias repúblicas como fueron la romana y la ateniense,
vemos ignorancias dignas de risa, que cierto que si las repúblicas de los me-
jicanos y de los incas se refiriesen en tiempo de los romanos o griegos fueran
sus leyes y gobierno estimado. Mas como sin saber nada de esto entramos por
la espada sin oírles ni entenderles, no nos parece que merecen reputación las
cosas de los indios, sino caza habida en el monte y traída para nuestro servicio
y antojo (Garcilazo, 1829: 81).

Así, con varios lentes disciplinarios, y de alguna manera con ninguno,


advertidos de la risa que ciertos conocimientos nos pueden desorientar, ya
sin espada y con un inmenso respeto, más sin ningún acartonamiento acade-
micista que bien opera para salvaguardar el miedo a lo desconocido, o bien,
descubiertas varias espadas e infinitos acartonamientos, nos acercamos a
esa vida manicomial. Sin embargo, tampoco esto es suficiente y entonces
ocurre lo inesperado, nos descubren sus sonidos, sus cuerpos, sus gestos,
sus silencios, sus invisibilidades… nos descubren con miles de espadas al
acecho, con infinitos acartonamientos clasificatorios, jerárquicos, moralinos,
devaluantes, apabulladores, nefastas pantallas de nuestros miedos.
Y nos damos cuenta que la Historia de la Locura desde la época clásica se
injertó en nuestros cuerpos, sentires, pensares; si bien la Historia habla de la
oscuridad de la civilización, no hace sino colocar antorchas desde y a la razón
y nos descubrimos sus vigías, su policías. No es posible hacer borrón y cuenta
nueva de semejante atropello que lleva la edad del Nuevo Continente, sin con-
tinente. No se trata de amar, en un nuevo romance, la diferencia, el otro, la
otredad… que no es más que una forma de expurgarla. No es más otro, no es
más yo… aunque la vida urbana lo promocione hasta su frenesí. Quizá de lo
que se trate es de la cartografía de un paisaje, del paisaje de la multiplicidad.
Veamos algunos fragmentos de esta cartografía en dos momentos. El primero,
a propósito del proyecto antes mencionado; y otro, absolutamente inédito,
realizado en la práctica modular que corresponde al séptimo trimestre.

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La intervención comunitaria intervenida. Notas para una clínica menor.

La turgencia de lo inesperado

Luego de un tiempo de organizar un taller de pintura en un llamado hospital


psiquiátrico, donde una mujer combinaba con singular maestría los colores
al tacto de las diversas crayolas de las que disponía y lograr una composición
extraordinaria de matices, le pide a Marina, otra mujer que coloreaba una
hoja con dibujos hechos ex profeso, uno de sus trabajos para una exposi-
ción: “No, no puedo dártelo”. Le propone entonces que se lo venda y Marina
arremete: “No, no podrás pagarlo. Vale mucho. Imagínate, quien hace estos
dibujos es un artista reconocido y los envía para que los coloreemos. Así, vale
demasiado”. Al final de la clase, la maestra encargada por parte del hospital
hace una rápida selección. Algunos trabajos de Marina son depositados en el
bote de basura. Ella lo ve, sin embargo, su trabajo tiene un valor incalculable.
Una mañana llega la joven estudiante de Artes Plásticas y se encuentra
con otra de las mujeres que asisten al taller, quien la recibe con una pregunta:

–¿Qué harías si te encuentras sola en el mundo?


–Silencio… –sin poder siquiera hacer un sonido… ningún pincel a la mano ante
ese lance de puro gris–.
–Yo… –continúa la mujer– me moriría.
–Silencio… –intervenida su llegada, su cuerpo con semejante respuesta, seguía
sin poder decir palabra–.
–Yo estoy muerta –sin esperar más, se dio media vuelta y se fue–.

Gabriela, la joven estudiante de Artes Plásticas, egresó de la unam al reali-


zar una video-instalación con las obras del taller. Inspirada por una pregunta
que muestra la más acabada experiencia del abandono, de vivir el abando-
no… muerta.
A propósito del yiddish, dice Kafka, que no se puede entender “sino ‘sin-
tiéndolo’ con el corazón” (Guattari-Deleuze, 1983: 42), en esa misma veta me
encuentro al platicar con Consuelo. De pronto, una frase rompe el esquema
de la representación simbólica y descubre el cuerpo al desnudo. Después
de hablar de unos hermanos que no la visitan hace ya tiempo dice: “…aquí

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vivimos, a no querer, vivimos aquí”. ¿De qué está hecha semejante frase?
Tolstoi no dudaría en reconocer la voz de Ivan Ilich pronunciándola. Vivir la
muerte, vivir el no querer vivir. Sin embargo, no es Tolstoi, es Consuelo que
llegó al hospital granja proveniente del Manicomio General La Castañeda.
Más de medio siglo (¡tiempo breve, sin embargo!) preparó a ese cuerpo para
una intervención que logre un desenlace sonoro inesperado.
Y, at last but not least, un dibujo, mejor aún, un mapa, una cartografía
realizada por Santiago en el cuaderno de Jesús, un estudiante de sociología
de la unam. En medio del mapa, es posible leer un aforismo: “Nada diferente
todo”.

Pabellón de niños para un clínica menor

Estamos fuera de la ley, nadie lo sabe; sin embargo, todo el mundo nos trata
como si lo supiera (Kafka, 17-22).
¿Qué de “niños” tiene el llamado “pabellón” (Hospital Psiquiátrico Samuel
Ramírez Moreno)? ¿Qué entendemos en general cuando se habla de niños?
¿Cuál es el lugar que tiene este concepto? ¿Un hospital, una universidad?
¿En un módulo llamado Desarrollo y Socialización? Convenía pues investigar
y quizás aproximarnos, si bien no a respuestas contundentes, a un territorio
que permita incorporar otras miradas, o quizás abrir uno, inventarlo, uno
que genere, tal vez, otra manera de intervenir, de leer, de conceptualizar…
En ese caminar nos encontramos con cuerpos, espacios ascépticos, tra-
bajadores de la salud, estudiantes de psicología y literatura, cuyo intento de
clasificar, definir, ubicar un cierto devenir lineal histórico/libidinal/social
deja precisamente a los cuerpos encontrados en calidad de “restos” de “cosas”
de “monstruos”, como le decían los médicos a Kenzaburó Oé, cuando asistió
por primera vez a la clínica para ver al hijo recién nacido.

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La intervención comunitaria intervenida. Notas para una clínica menor.

Parece que tiene dos cabezas

(Oé, 1989: 90).

Cuerpos asistibles, cuidables, alimentables, limpiables, estudiables, clasi-


ficables… desechables. Cuerpos sin historia, sin familia… sin nombre. La
mayoría llegó del Hospital Psiquiátrico Infantil Juan N. Navarro, al que llega-
ron cuando fue cerrado el Manicomio General La Castañeda. Así, podríamos
decir que son cuerpos que nunca dejaron de ser niños, o bien, no dejaron
de ser infantilizados. Niños sin cuerpo… de niños; cuerpos a los que se les
encerró en una eterna niñez, cuerpos neoténicos, cuerpos/axoltl. Cuerpos
sin infancia que recordar, o bien, expurgaron todo recuerdo, además… ¿para
qué tener recuerdos que bloquean al deseo?
Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles
esperanzas. Ellos seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas rosa-
das de las branquias se enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor
sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable
de sus vidas. Julio Cortázar, Axolotl.
Estos cuerpos hicieron de la infancia –instantes radicalmente desterri-
torializantes–, una vida: una vida solitaria, una vida de orfandad detenida
en la infancia, ajena a la adultez y sus apremios y a la posibilidad de reani-
marla como marioneta reinyectándola de conexiones vivas. Sin recuerdos/
foto aplastados por una sexualidad infantil. Cuerpos cuyas conexiones vivas
están a flor de piel, silentes.
De la sexualidad infantil, Freud nos da una idea reterritorializante que,
por cierto, está en la intensidad baja de un recuerdo, en la foto; sin embargo,
en sus actividades y pasiones, es el tiempo más desterritorializado y deste-
rritorializante, es el tiempo del huérfano.
Miguel es quien se acerca con ese caminar vacilante, da la impresión que
las rodillas en algún momento dejarán de sostenerlo. Camina como si estu-
viera noqueado y está a punto de irse a la lona.
Miguel con ese andar logra, sin embargo, pasar por un espacio muy re-
ducido y lo que sorprende es que a pesar de tener un caminar “torpe”, des-

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codificada la motricidad fina, intervenida la psicomotricidad, logra salir de


este espacio sin golpear a nadie ni nada, a través de una ruptura del espacio
y salir por el trazo de su propia línea de fuga en una “evolución aparalela”
(Guatari-Deleuze, 1977).
Podríamos decir con Kafka, quien define el arte de expresión sin referen-
cia a ningún valor estético, sino a una máquina célibe… y por ello mismo
tanto más conectada a un campo social de conexiones múltiples. El célibe
solo tiene el instante. El es el desterritorializado, el que no tiene centro ni un
gran conjunto de posiciones. Solo tiene el espacio que pisa (Guattari-Deleuze,
1983: 103).
La fuga es “lo único que puede mantenerlo erguido sobre la punta de sus
pies, y la punta de sus pies es lo único que puede mantenerlo en el mundo”
(Kafka, 1975: 17-22).
Es el silencio donde habitan estos cuerpos. Podríamos decir que se les
han roto los recuerdos. Y la metáfora resuena en los recuerdos del lector; así
nos descentramos de la experiencia de estos cuerpos y nos vamos a la calca,
a los estratos diáfanos de nuestros recuerdos, Freud mediante y reterritoria-
lizamos sus gestos, su silencio en la vanidad de nuestros recuerdos y en esa
aspiración de lo que ha devenido cada uno de nosotros.
“Porque es de eso que la libido del niño se carga desde el principio: a través
de la foto de la familia, un mapa entero del mundo”. (Guattari-Deleuze, 1983:
22). Un mapa de otros triángulos, de la burocracia, del sistema judicial. Los
jueces, inspectores, burócratas, entre otros, no siguen la serie paterna, es el
padre quien abreva su fuerza y frustración de estas instancias a las que se
somete y exige al hijo que lo haga. Este es el reclamo del hijo al padre en su
carta. Kafka advierte que no es liberándose del padre que el hijo encontrará
una salida, sino encontrarla allí donde el padre fracasó. Más aún, no se trata
de libertad, sino de una salida, o entrada, un corredor, una adyacencia. El
reclamo al padre es que le obligue a doblegarse allí donde él mismo no pudo
hacer otra cosa, allí donde él no encontró una salida.
Las potencias diabólicas solo ensayaban, con buen o mal resultado, entrar
en nosotros, alegrándose sin medida de poder irrumpir en nosotros. (Wagen-
bach, 1969: 182).

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Y entonces nuestra observación se torna autobiográfica. Dice Kafka que el


espíritu burocrático es la virtud social que se deriva directamente de la edu-
cación familiar. Nos recluimos en el recuerdo/foto/calca familiar. El registro
que hacemos entonces es de nuestras máquinas, si acaso índices maquíni-
cos1. Dejamos de ver lo que se está mostrando con tal fineza. Cada cuerpo,
ya sea en silencio o en sonidos, lo que nos muestran es otra cosa.
El diagnóstico de retraso mental, leve, moderado, grave… profundo, nos
habla de la distancia que nos separa por la colonización del lenguaje en el que
viven y caminan inmóviles nuestros cuerpos. Miguel, Pepe, Belmont, Juan
Carlos, Mario… se distanciaron, no de nosotros, sino del lenguaje y con él, del
recuerdo, de nuestros recuerdos, nada que inventar, nada que simbolizar…
ninguna infancia que contar… solo sonidos, gestos, sonrisas. Solo conexiones
políticas, colectivas, desterritorializantes.

Protocolos de experiencia

Por lo demás, no es la opinión de los hombres lo que me interesa. Yo solo


quiero difundir conocimientos, solo estoy informando… Kafka.
Una vez adentro del campo, en el “Pabellón de los niños”, la experiencia
tuvo un punto inaugural. Saludar a quienes lo habitan, la respuesta fue lo
inesperado, no el silencio, sino un vacío… quizá ninguno de los que estaban

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“[…] máquinas no solo son índices para un dispositivo más complejo que hace coexistir
maquinistas, piezas, materias y personales maquinados […]. El deseo es polívoco, lo
baña todo. […] a diferencia de los índices maquínicos y de las máquinas abstractas,
las características del dispositivo maquínico […] imponen no interpretación ni una re-
presentación social de Kafka, sino una experimentación, un protocolo social-político”
(Deleuze-Guattari, 1983: 85-86). […] en los cuentos, en los devenir-animales, no hay
alegoría, sino índices maquínicos que se montan, que funcionan sin que se sepa cómo
y también hay máquinas abstractas que ya están montadas: ahora bien, sucede que la
representación de la ley trascendente, con su cortejo de culpabilidad y de incognoscibi-
lidad, es una máquina abstracta de este tipo” (Deleuze-Guattari, 1983: 72-73).

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allí esperaba algo de nosotros –este hecho también lo podemos ubicar hasta
ahora con un poco más de claridad– y tal vez fue eso lo que nos hizo sentir
perdidos o expuestos a la incertidumbre. Pero nosotros insistimos con las
palabras, en comunicarnos con el lenguaje en espera de que nos contesta-
ran, los tocábamos para “hacerles saber que estábamos allí” como si de ellos
dependiera nuestra existencia, ya que no sabíamos soportar el silencio al que
nos enfrentabamos y queríamos darle significado a lo que algunos decían.
Sus limitaciones pueden ser también sus fuerzas. Su percepción parece
valiosa, precisamente porque transmite una versión del mundo, maravillosa,
directa no conceptualizada (Sacks, 1995: 299).

Me acerqué a un cuerpo. Escuché que alguien lo nombraba. Lo saludé. En cier-


to sentido había esperado encontrarme con una persona relativamente normal,
con ciertas habilidades y ciertos problemas, pero ahora tenía la sensación de
estar ante alguien cuya manera de ser y de pensar era radicalmente distinta
a la mía, casi ajena, que actuaba con una manera totalmente propia y que no
podía definirse por ninguna de mis normas (Sacks, 1995: 19).

Esa es la cuestión, “definir por mis normas” es reterritorializar, es ata-


jar, ocluir las múltiples conexiones que el movimiento de manos de Ricardo
muestran; o los gritos de Juan Carlos, atravesado su cuerpo por las inten-
sidades de la máquina llevada a su límite de tolerancia/poder; o la lengua
de Belmont que desmonta en un escupitajo al dsm; o el caminar nómada de
Mario…
Escuchó su nombre y apenas se dio la vuelta y continuó en un movimiento
con las manos que repercutía en todo su cuerpo depositado en una silla de
ruedas. Una mirada, ese fue el contacto/respuesta/saludo…
Si he dicho que no hay metalenguaje es para decir que el lenguaje no exis-
te: no hay más que soportes múltiples del lenguaje que se llaman “La lengua”
(Lalangue). (Lacan, 1977).
Llegó la hora de la comida. Las enfermeras los llevan al fondo del pabellón,
a una pequeña estancia donde se encuentran mesas y algunas sillas. Las
mesas sin-silla esperan a los comensales en silla de ruedas. Fueron acomo-

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La intervención comunitaria intervenida. Notas para una clínica menor.

dados y mientras hablaba con una enfermera me pidió que le ayudara a dar
de comer a uno de ellos que esperaba ser asistido. Se trata de Mario, que no
deja de emitir un sonido “se la pasa llorando, vamos a alquilarlo para los velo-
rios” dice una enfermera. Empecé a ayudarle a comer, cesó el sonido y comió.
Mario camina y camina. Hace del horizonte un camino. Camina. Llegó a
la puerta del pabellón. Se detuvo, estaba cerrada. Le propuse a quien estaba
con él que avisara a la enfermera que iba a acompañarlo fuera del pabellón.
Mario tenía la vista puesta en caminar.
Mis paseos son lo único que tengo y está dicho que eso debe bastar; por
el contrario, no hay todavía un lugar en el mundo donde no pueda pasearme
(Kafka, 1975: 17-22).
Así, transcurrieron los momentos de práctica/intervención de las sema-
nas subsiguientes. Cada una de ellas coincidieron con el horario de la comi-
da. Nos percatamos de que en ese estar y hacer tan cotidiano y repetitivo, el
de los alimentos, ocurre un montaje.
Gabriela, una estudiante, se encontraba en el comedor, se acercó a un
cuerpo depositado en una silla de ruedas junto a la puerta de entrada, se
puso frente a él. Quedó advertida por una voz-máquina, casi un grito…
“Belmont escupe” y que se podía manchar la ropa. Gabriela empezó a
dar de comer a Belmont no sin antes oler la comida, probarla y decirle que
comería puré de zanahoria. Se dio cuenta que él acomodaba la cabeza hacia
atrás a fin de que la comida pasara sin más. Esto era muy extraño, así que
le mostró la manera en que ella le daría de comer. Cada bocado iniciará su
recorrido en la lengua y de ahí pasará a ser deglutida. Vino una segunda
advertencia. “Belmont solo come la mitad de sus papillas”. Gabriela se dio
cuenta que al no escupir podía terminar su ración. Belmont sacaba la lengua,
limpiaba sus labios y continuó comiendo. Al final, Belmont la miró, algo que
no había hecho al principio… tomó la mano de Gabriela e intentó levantarse
y sostener más su cabeza. “El problema: de ninguna manera ser libre, sino
encontrar una salida, o bien una entrada, o bien un lado, un corredor, una
adyacencia” (Guattari-Deleuze, 1983: 17).

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Para una clínica menor

“[…] las cadenas de la humanidad torturada están hechas con papel de mi-
nisterio” (Janouch, 1969: 87). “La palabra no la veo, la invento” (Kafka, 1975:
26). Propone Kafka una literatura menor, que no es otra que aquella que se
hace dentro de una lengua mayor por una minoría. Nos adscribimos a su pro-
puesta. Realizar en el horizonte de una cierta práctica clínica que privilegia
la palabra, es decir, la dimensión simbólica, la representación, la metáfora…

Las metáforas son una de las muchas cosas que me hacen desesperar en mi
actividad literaria (Kafka, 1975). Incluso aquella clínica cuyo propósito pueda
ser el fortalecimiento de un yo…
En cambio –dice el Buddha– yo enseño a arrancar la flecha. ‘Qué es la flecha?
Es el universo. La flecha es la idea del yo, de todo lo que llevamos clavado
(Borges, 1995: 87).

En fin, realizar una experiencia cuya convocatoria sea construir una clí-
nica que no privilegie nada, que no interprete, que no se guíe por ninguna
etapa, que no realice la abstracción maquínica de nada, que no intente con-
solidar un yo; una clínica que se oriente por las líneas de fuga, por lo que no
se entiende…
Casi ninguna de las palabras que escribo armoniza con la otra, oigo res-
tregarse entre sí las consonantes con un ruido de hojalata y las vocales unen
a ellas su canto como negros de barraca de feria (Kafka, 1975: 26).
Nosotros pensamos siempre en términos de sujeto, objeto, causa, efec-
to, lógico, ilógico, algo y su contrario; tenemos que rebasar esas categorías.
Según los doctores de la zen, llegar a la verdad por una intuición brusca,
mediante un respuesta ilógica. El neófito le pregunta al maestro qué es el
Buddha. El maestro le responde: “El ciprés es el huerto” (Borges, 1995: 94).
Una práctica que realice el desmontaje de toda jerarquía. Una interven-
ción que desterritorialice a la misma clínica… se trata de hacer una clínica
menor. Aquella que sostenga los cuerpos en su desvanecimiento subjetivo…

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La intervención comunitaria intervenida. Notas para una clínica menor.

[…] ya no hay sujeto de la enunciación, ni sujeto del enunciado […], sino un


circuito de estado que forma un devenir mutuo, en el interior de un dispositivo
necesariamente múltiple o colectivo” (Guattari-Deleuze, 1983: 37).

Debo pensar: “ahora es el mediodía, ahora estoy atravesando el patio,


ahora me encontraré con el superior”, y al mismo tiempo debe pensar que el
mediodía, el patio y el superior son irreales, son tan irreales como él y como
sus pensamientos. Porque el budismo niega el yo.
Una de las desilusiones capitales es la del yo. El budismo concuerda con
Hume, con Schopenhauer y con nuestro Macedonio Fernández. No hay su-
jeto, lo que hay es una serie de estados mentales. Si digo “yo pienso”, estoy
incurriendo en un error, porque supongo un sujeto constante y luego una
obra de ese sujeto, que es el pensamiento. No es así. Habría que decir, apunta
Hume, no “yo pienso”, sino “se piensa”, como se dice “llueve”. Al decir llue-
ve, no pensamos que la lluvia ejerce una acción; no, está sucediendo algo.
De igual modo, como se dice hace calor, hace frío, llueve, debemos decir: se
piensa, se sufre, y evitar el sujeto” (Borges, 1995: 93).
Cuerpos sin historia/representación ni recuerdos/calca, cuerpos silentes
por haber desarmado la estructura del lenguaje, cuerpos sin palabra, sin
sujeto, cuerpos dispositivos de enunciación.2
La letra K [de las novelas de Kafka] ya no designa un narrador, ni un perso-
naje, sino un dispositivo tanto más maquínico, un agente tanto más colectivo

2
“[…] un dispositivo de enunciación es un dispositivo maquínico de deseo. […] una má-
quina nunca es simplemente técnica, es técnica solo como máquina social cuando apre-
sa a los hombres y a las mujeres en sus engranajes […] o cuando son sus engranajes,
pero no solo porque forman parte de la máquina cuando trabajan, sino cuando no
trabajan, en sus […] actividades adyacentes, en sus descansos, en sus amores, en sus
protestas, en sus indignaciones, etc. […] la máquina es deseo, no que el deseo sea deseo
de la máquina […] sino porque el deseo no deja de formar máquina en la máquina y de
constituir un nuevo engranaje al lado del engranaje anterior, indefinidamente, incluso
si estos engranajes parecen oponerse o funcionar en forma discordante. Lo que produce
máquina, estrictamente hablando, son las conexiones, todas las conexiones que condu-
cen al desmontaje (Guattari-Deleuze, 1983: 118).

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Alberto Carvajal

cuanto que es solo un individuo el que se encuentra conectado a todo eso en


su soledad (Guattari-Deleuze, 1983: 31).
Por ello, no se trataría de representar a Sófocles, sino de hacer un mapa
de Tebas; hacer una topografía de los obstáculos en lugar de luchar con-
tra un destino (sustituir el destino con un destinatario) (Guattari-Deleuze,
1983: 50).
Detengámonos en algunos fragmentos. Gabriela se orientó por los mo-
vimientos de cabeza de Belmont, de cómo acomodaba su cuerpo para que
el alimento simplemente ingresara a su estómago y convocar en ella otro
movimiento: depositar/volcar alimento. La boca, lengua-plegada, el esófago
y al final el estómago: fragmento de cuerpo máquina traga-alimentos conec-
tado a otro fragmento de cuerpo máquina dosificador-de-dieta. “Cuidado que
escupe”, es el instante de desterritorialización… “La territorialización de la
boca, lengua, dientes en los alimentos. Se desterritorializa al emitir sonidos…
Hablar y, sobre todo, escribir, es ayunar” (Guattari-Deleuze, 1983: 33) A ello
podríamos agregar que también se desterritorializa al escupir.
Línea de fuga por el cual descubre un cuerpo que suda, que se atragan-
ta, que el alimento-no-pasa y entonces, de máquina (cooperador-a-la-ho-
ra-de-los-alimentos) traga-dieta muta en “Belmont escupe”, Belmont se mue-
ve, Belmont-grosero, así convertido en un cuerpo-hospital-manicomio, un
cuerpo-retrasado mental-no funcional, logra desmontar con un escupitajo
el dispositivo maquínico… del que él, Belmont, no es sino una pieza, un en-
granaje. Que el bocado inicie en la lengua y así deglutir inaugura un cuerpo
dispositivo maquínico, cuerpo dispositivo social de deseo, cuerpo dispositivo
colectivo de enunciación.
Momento político-erótico. Interpela a la máquina dosificador-de-dieta,
hace que exclame: “¡me escupió!” y en esa vestimenta blanca aséptica ma-
quínica está el “escupitajo” de Belmont que a la vez no es él. Belmont no
sabría que decir si le preguntaran por qué escupió. Es el cuerpo-Belmont-es-
cupitajo que se convierte en un dispositivo de enunciación, en ese instante
desorganizado, revelador, ese cuerpo en toda su soledad de silla de ruedas
se conecta al montaje en su conjunto: Pabellón de niños-psiquiátrico-infan-
cia-clasificación.

721
La intervención comunitaria intervenida. Notas para una clínica menor.

Este evento repetitivo muestra tanto su carácter revelador, como una res-
puesta que lo oculta y lo lleva a la abstracción de una característica clasifi-
catoria doméstica. He ahí la eficacia del poder/deseo horizontal.
Cada segmento es poder, un poder al mismo tiempo que una figura del deseo.
Cada segmento es una máquina, o una pieza de máquina, pero la máquina no
se puede desmontar sin que cada una de sus piezas contiguas se reconstituya a
la vez en máquina, ocupando cada vez más lugar (Guattari-Deleuze, 1983: 86).3
Por un lado, muestra un cuerpo que se atraganta al comer y escupe y,
seguidamente, la reinstalación de un derivado doméstico de la clasificación:
retraso mental-escupe. Pequeño detalle que no hace sino desmontar la má-
quina de la clasificación en su conjunto. Esta no se aplica del dsm al cuerpo
sufriente a través de un engranaje/intermediario: el médico.
El poder no es piramidal como la ley quisiera que lo creyéramos, es seg-
mentario y lineal, procede por continuidad y no por altura y lejanía (de ahí la
importancia de los subalternos) (Guattari-Deleuze, 1983: 85).
No es desde la mirada médica y su diagnóstico donde se realiza la clasifi-
cación, dosificación, prognosis; es en los espacios nimios, contiguos, en los
microespacios, en la microfísica del poder, en el comedor del Pabellón de los
niños y a la hora diaria y sorprendente de los alimentos.
Lo importante no es lo que sucede con la ley, sino tras bambalinas, en
los corredores… no en la tribuna, no en los espacios jerárquicos, sino en la
contigüidad.
La observación e intervención en un evento cotidiano en el que la máqui-
na deseante funciona en su afán atrapador le permitió a Gabriela en una
intervención simple hacer reconocible en un cuerpo la soledad en su radical
conexión colectiva.

3
“Finalmente, el dispositivo no equivale a una máquina que se está montando, de fun-
cionamiento misterioso, ni a una máquina completamente montada, que no funciona o
que ya no funciona: solo vale por el desmontaje que hace de la máquina y de la repre-
sentación; y al funcionar, de hecho no funciona, sino por y en su propio desmontaje”
Guattari-Deleuze, 1983: 73).

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Alberto Carvajal

Sin conclusión, tan solo precipitación

“La literatura no es tanto un asunto de la historia de la literatura como un


asunto del pueblo” (Kafka, 1975: 184).
Hacer una clínica de la no-cultura, de las glosolalias de Artaud, una prác-
tica no del saber, sino de la ignorancia. Y en su registro recuperar la carto-
grafía de una novela no-familiar, sino de las transformaciones, de las salidas
múltiples, novela-madriguera-rizoma. Crear un devenir menor, colectivo, po-
lítico y desterritorializante.
Puesto que las máquinas colectivas y sociales realizan una desterritoria-
lización/reterritorialización masiva del hombre, entonces conviene adelan-
tarse hasta una desterritorialización molecular absoluta. “La crítica social”
es insuficiente, aun es territorializante. Es mucho más importante aliarse al
movimiento virtual, que ya es real sin ser actual… ser no tanto un espejo,
sino como un reloj que se adelante en un movimiento colectivo.
Si la literatura es cosa del pueblo, la clínica también lo es. La literatura
menor está en condiciones de emitir nuevos enunciados. Una clínica menor
estaría, quizá, en condiciones de producir nuevas intervenciones… intervenir
la misma intervención, desterritorializarla.
Se trata, como diría Kafka, de agarrar al mundo y así sustituir a las
impresiones subjetivas por puntos de conexión que alerten a las posibles
segmentaciones (la burocracia es deseo, y no abstracto, se realiza en tal y
tal segmento: “hora de comer”, “hora de medicamentos”, “hora de terapia”,
“hora de taller”, etc.) y se constituyen en series (la producción, proliferación,
precipitación de series permitiría una mayor conexión colectiva, ampliar la
madriguera)… realizar una fotosíntesis políco-social.

Bibliografía

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