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CAPITULO 1: EL DESARROLLO MENTAL DEL NIÑO

Tanto el desarrollo físico como el desarrollo psíquico consisten esencialmente en un


proceso que pasa de un equilibrio inferior a otro más superior. El desarrollo psíquico
implica entonces una marcha hacia el equilibrio, lo cual se cumple en las tres áreas
del desarrollo psíquico: la inteligencia, la afectividad y la socialización.

Sin embargo, hay una diferencia entre el desarrollo físico y el desarrollo psíquico de
las funciones superiores: el primero alcanza un equilibrio estático a partir del cual
luego se produce una involución; en el desarrollo psíquico en cambio se alcanza un
equilibrio dinámico: todo equilibrio lleva a un nuevo desequilibrio que se resolverá
en un equilibrio superior, con lo cual no hay teóricamente un proceso de involución.

Al estudiar este proceso de equilibrarían, debemos tener en cuenta dos cosas


importantes: estructuras y funciones. Así, es preciso oponer desde el principio las
estructuras variables, las que definen las formas o estados sucesivos de equilibrio, y
un determinado funcionamiento constante que asegura el paso de cualquier estado
al nivel siguiente. Así, las estructuras son variables, y las funciones constantes.

Así por ejemplo a todos los niveles siempre el hombre trata de buscar explicaciones
(funciones constantes, invariables, llamadas invariantes), pero lo que distingue un
nivel de otro es el tipo de explicación desarrollada (construidas a partir de
estructuras variables).

Las estructuras variables son formas de organización mental referidas a lo intelectual


y a lo afectivo, así como a lo individual y a lo social. Los seis periodos antes indicados
corresponden a seis estructuras diferentes que van construyéndose una sobre la
base de la anterior, alcanzando siempre niveles de equilibrio cada vez más superiores
y estables.

En todos esos periodos hay características comunes, invariables, que son las
invariantes. Por ejemplo siempre toda acción o conducta responde a una necesidad
(el hambre hace que busquemos alimento). Toda necesidad tiende siempre hacia dos
objetivos: 1) ajustar el mundo a las estructuras propias ya construidas (asimilación), y
2) reajustar estas estructuras en función de los cambios externos (acomodación).
Llamaremos adaptación al equilibrio entre ambos procesos de asimilación y
acomodación. Así, el desarrollo psíquico va adaptándose cada vez mejor a la realidad.
Veamos qué sucede en cada periodo.

I. El recién nacido y el lactante

El periodo que va del nacimiento a los dos años (adquisición del lenguaje) es una
conquista, a través de percepciones y movimientos, de todo el universo práctico que
rodea al niño pequeño. Al principio el niño se centra en sí mismo y su acción, pero al
final de este periodo ya puede situarse como un objeto más dentro del universo que
fue construyendo. Esta "revolución copernicana" ocurre en la esfera intelectual y en
la afectiva. Desde el primer punto de vista, el desarrollo de la inteligencia en este
primer periodo comprende tres estadios:

1. Reflejos (0-1 mes)


2. Organización de percepciones y hábitos (1-8 meses)
3. Inteligencia sensorio-motriz propiamente dicha (8-24 meses)

1. Reflejos (0-1 mes).- El bebé nace con reflejos, o coordinaciones senso-motrices


hereditarias que corresponden a tendencias instintivas, como por ejemplo
alimentarse (reflejo de succión). Tales reflejos no son pasivos: el bebé los va
perfeccionando activamente (por ejemplo, al cabo de un tiempo succiona mejor).

2. Organización de percepción y hábitos (1-8 meses).- Poco a poco los reflejos van
transformándose en hábitos: dejan de ser automáticos y se tornan flexibles. Así, un
niño puede chupar objetos diversos, y no sólo el pecho materno. Esto lo logra por
ejercitación y por asimilación. El niño empieza también a poder reproducir una
conducta que realizó fortuitamente, una y otra vez (reacciones circulares).
3. Inteligencia sensorio-motriz propiamente dicha (8-24 meses).- Aparece aquí,
mucho antes del lenguaje verbal, la llamada inteligencia práctica, es decir, aquella
que se aplica a la manipulación de objetos mediante percepciones y movimientos, no
mediante palabras o conceptos. Por ejemplo, atraer un objeto lejano con un palo es
un acto de inteligencia práctica, ya que está utilizando un medio para obtener un fin.

Dos factores intervienen en la construcción de estos actos de inteligencia: a) las


conductas anteriores se multiplican y diferencian cada vez más, adquiriendo
flexibilidad para registrar los resultados de la experiencia.
b) Los esquemas de acción se coordinan entre sí por asimilación recíproca: el niño
busca comprender los objetos usándolos y manipulándolos con una determinada
finalidad por ejemplo, investigando para qué sirven.

Hacia el final de este periodo, el niño ya discrimina netamente el mundo interno del
externo, empieza a des-centrarse, a considerar la existencia de objetos
independientes en el mundo, donde él es también un objeto más. En estos dos
primeros años, el niño empieza la construcción de cuatro categorías fundamentales:
espacio, objeto, tiempo y causalidad. Estas todavía no son nociones del pensamiento
sino categorías prácticas, ligadas a la pura acción sensomotora.

Objeto: A medida que pasa del egocentrismo a la elaboración de un mundo exterior,


el niño va construyendo la noción de un objeto sustancial, fijo, permanente, que
considera existente aun cuando no pueda verlo. Al comienzo, los objetos no tienen
permanencia: si deja de verlos considera que desaparecieron mágicamente.

Espacio: Al comienzo hay muchos espacios distintos (bucal, táctil, etc), pero luego
empieza a concebir un espacio único donde están todos los objetos.
Causalidad: Al comienzo hay una causalidad mágico-fenomenista, o creencia de que
su propia acción puede producir diversos efectos en el mundo. Hacia el segundo año,
en cambio, ya empieza a comprender que los objetos se influyen entre sí más allá de
su propia acción. La evolución del tiempo está unida al desarrollo de la causalidad, así
como la del espacio al desarrollo del objeto.

En cuanto a la afectividad, sigue un desarrollo paralelo al cognoscitivo. Al principio


encontramos reflejos afectivos, como las emociones primarias de miedo, etc. A los
hábitos corresponden los afectos de lo agradable o lo desagradable, surgidos de la
acción, así como sentimientos de éxito o fracaso (alegría o tristeza, respectivamente).
El niño comienza a interesarse más por su cuerpo (narcisismo, según el psicoanálisis),
y luego por los objetos (el psicoanálisis diría aquí que se inicia la elección de objetos).
La alegría y la tristeza empiezan a ser experimentada hacia las personas
(sentimientos interindividuales).

II. La primera infancia de los dos a los siete años

La aparición del lenguaje introduce profundas modificaciones en las conductas: estas


ya no son solamente reales o materiales y pueden ser interiorizadas, lo cual trae tres
consecuencias importantes: a) Un posible intercambio entre individuos (socialización
de la acción), b) una interiorización de la palabra, o sea la aparición del pensamiento
propiamente dicho (génesis del pensamiento), y c) una interiorización de la acción
como tal, que hace que las experiencias reales pasen a ser "mentales" (intuición). Por
otro lado, desde el punto de vista afectivo asistimos al desarrollo de sentimientos
interindividuales (simpatías, antipatías, respeto, etc) y de una afectividad interior
más estable. Examinemos brevemente las tres consecuencias en lo intelectual, y la
consecuencia en lo afectivo.

A. La socialización de la acción.- El lenguaje permite aquí ya la comunicación


entre individuos en forma continua. Aparece la imitación diferida, que permite
reproducir sonidos en ausencia del modelo, y cuando esos sonidos se asocian con
acciones, allí empieza la adquisición del lenguaje.

Las funciones del lenguaje pueden verse en tres grandes categorías de hechos: a) al
comprender lo que dicen sus padres, el niño descubre los pensamientos y voluntades
de los mayores, lo cual se abre una amplio universo antes desconocido; b) Al poder
representar con el lenguaje las acciones propias presentes y pasadas, transforma la
acción en pensamientos. Puede hablar a los demás y jugar con ellos; c) También
puede hablarse a sí mismo constantemente mediante monólogos que acompañan
sus juegos y su acción.

Todo ello revela que las primeras conductas sociales no son aún socializaciones
verdaderas, porque aún no pueden salir de su propio punto de vista para coordinarse
con los ajenos, manteniéndose centrado en sí mismo.

B. La génesis del pensamiento.- La inteligencia práctica se va transformando en


pensamiento propiamente dicho, bajo la doble influencia del lenguaje y la
socialización. Mediante el lenguaje, el niño puede evocar acciones pasadas, anticipar
actos futuros, y hasta reemplazar la acción por su descripción verbal. Tal el comienzo
del pensamiento propiamente dicho. Y mediante la socialización, puede compartir
colectivamente conceptos y palabras con los demás.

Entre los dos y siete años, el pensamiento evolucionará desde un extremo inicial a
otro final. 1) Al comienzo está el pensamiento como mera incorporación o
asimilación, cuyo egocentrismo excluye toda objetividad. Esto se ve por ejemplo en el
juego simbólico, que satisface las fantasías propias del niño; 2) Al final, el
pensamiento ya se adapta a los demás y a la realidad, preparando así el pensamiento
lógico que vendrá a partir de los siete años. Aquel pensamiento adaptado a los
demás es el pensamiento intuitivo.

En este periodo hay dos características importantes en el pensamiento infantil: el


finalismo y el animismo. El finalismo se advierte en que el niño a esta edad empieza a
preguntar el porqué de las cosas, y con ello buscan indagar tanto el fin o propósito de
un hecho como su causa. Por qué se propone averiguar una razón de ser de las cosas
a la vez finalista y causal. Por el otro lado, el animismo infantil es la tendencia a
concebir las cosas como vivas y dotadas de intenciones. Por ejemplo, pensar que las
nubes se mueven porque el viento las lleva, como si hubiera una intención de éste
por llevarlas. Es evidente que el animismo, al igual que el finalismo resulta de una
asimilación de las cosas a la propia actividad, pues en ambos casos se trata de
modificar las cosas adscribiéndoles intenciones.

Como vemos en este periodo hay una in diferenciación entre lo psíquico y lo físico al
asignarse intenciones psíquicas a las cosas. Las leyes naturales se confunden con las
leyes morales y el determinismo con la obligación: los barcos flotan porque "tienen"
que hacerlo", y la luna alumbra solo de noche porque "ella no es quien manda".

C. La intuición.- Hasta alrededor de los siete años, el niño sigue siendo pre lógico y
suple la lógica por la intuición, simple interiorización de las percepciones y los
movimientos en forma de imágenes representativas y de "experiencias mentales",
que por tanto prolongan los esquemas senso-motrices sin coordinación propiamente
racional.

La intuición se basa más en lo perceptible que en la lógica: por ejemplo, para un niño
de este periodo una hilera de 10 fichas rojas y una hilera de 12 fichas azules, ambas
de la misma longitud, tienen para el niño la misma cantidad de fichas, porque atiende
al efecto óptico global, no a las distancias de las fichas entre sí.

Cronológicamente primero aparece la intuición primaria, luego la intuición articulada


(y finalmente la operación, pero esto es después de los siete años). La intuición
primaria es simplemente una acción senso-motriz convertida en pensamiento, es
rígida e irreversible. La intuición articulada sigue siendo irreversible, pero tiene la
ventaja que el niño puede prever consecuencias y reconstruir estados anteriores.

D. La vida afectiva.- Los actos intelectuales no existen en estado puro: siempre


implican un aspecto afectivo. Y a la inversa, todo acto afectivo supone un acto
intelectual (el amor implica una comprensión intelectual).

Entre los dos y los siete años aparecen tres novedades en la vida afectiva: 1)
desarrollo de los sentimientos interindividuales como afectos, simpatías, antipatías,
ligados a la socialización de la acción, 2) aparición de sentimientos morales intuitivos
surgidos de la relación con los adultos, y 3) regulaciones de intereses y valores,
relacionadas con el pensamiento intuitivo en general.
El INTERES es la prolongación de las necesidades: el niño muestra interés por algo
porque lo necesita. El interés es por un lado un regulador de energías: el niño pone
energía en lo que le interesa. Por el otro lado implica un sistema de valores: los
intereses forman entre sí un sistema donde unos valen más y otros menos, en cada
momento.

En relación con los intereses están también las AUTO-VALORACIONES, que son los
sentimientos de inferioridad o superioridad, derivables de si obtuvo fracasos o éxitos
(reales o imaginarios) en su acción. En relación con ellos están también los VALORES
INTERINDIVIDUALES ESPONTANEOS. Así como el pensamiento intuitivo, gracias al
lenguaje, permite al niño intercambios intelectuales con los demás, así también los
sentimientos espontáneos nacen de un intercambio cada vez más rico de valores
(simpatías, antipatías, etc). Por lo general, habrá simpatía hacia las personas que
respondan a los intereses del niño y que lo valoren. A partir de aquí surgirán los
primeros VALORES MORALES, nacidos de sentimientos morales: aparece la idea de lo
obligatorio y del deber: estas no nacen de simples simpatías o antipatías, sino del
respeto de reglas propiamente dichas. No obstante, todavía en este periodo el niño
tiene una moral heterónoma, que depende de reglas y voluntades ajenas, no propias,
lo cual es un logro posterior. El niño de este periodo de 2-7 años dice dos tipos de
mentira: una que usa para ocultar una mala acción frente al adulto, y otra que usa
para exagerar (un perro de 3 metros). El niño juzga como más "fea" a la segunda
mentira.

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