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El documento resume la catequesis sobre el Divino Rostro de Nuestro Señor Jesucristo. Explica que el rostro de Dios se refiere a su espíritu y luz divina más que a su apariencia física. También habla sobre la tradición del Velo de la Verónica y cómo Santa Teresa de Lisieux tuvo una gran devoción a la Santa Faz.
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CATEQUESIS DEL DIVINO ROSTRO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.pdf
El documento resume la catequesis sobre el Divino Rostro de Nuestro Señor Jesucristo. Explica que el rostro de Dios se refiere a su espíritu y luz divina más que a su apariencia física. También habla sobre la tradición del Velo de la Verónica y cómo Santa Teresa de Lisieux tuvo una gran devoción a la Santa Faz.
El documento resume la catequesis sobre el Divino Rostro de Nuestro Señor Jesucristo. Explica que el rostro de Dios se refiere a su espíritu y luz divina más que a su apariencia física. También habla sobre la tradición del Velo de la Verónica y cómo Santa Teresa de Lisieux tuvo una gran devoción a la Santa Faz.
Introducción Buscar el Rostro de Dios es un camino necesario, que se debe recorrer con sinceridad de corazón y esfuerzo constante. Son estas, unas palabras de San Juan Pablo II, en una homilía pronunciada el 13 de enero de 1999, en el aula Pablo VI en el Vaticano. La expresión Rostro de Dios, no es nueva para cualquiera que haya profundizado un poco en la Biblia y por supuesto en los Evangelios, que forman parte de ella. Pero son dos distintas conclusiones a las que esta expresión, nos puede llevar acerca de la pregunta: de que es, o cual es el rostro de Dios. Hay aquí, una conclusión material y otra de orden espiritual. En el orden material nosotros los cristianos llevamos 2000 años tratando de conocer cómo era la apariencia física del Rostro del Señor. Se han creado multitud de iconos representando el Rostro del Señor, pero sobre ninguno de ellos se podría asegurar que así era o no era, el rostro humano del Señor. Los artistas, tomando como modelos a personas, de caracteres físicos, lo más perfectas posible lograban encontrar, las escogían de modelo para representar al Señor o en su caso a Nuestra Señora, por lo que los iconos varían mucho en sus aspectos físicos, de acuerdo con los cánones de belleza que regían en la época en que se facturaban las pinturas. En la actualidad partiendo de las huellas impresas en la Sábana Santa depositada en Turín, se han digitalizado varios rostros, proyectando en tres dimensiones estas huellas. Entrando en internet, se pueden ver este rostro, si a algún lector le mueve la curiosidad. La verdad, es que el hecho del que el Rostro del Señor, sea una imagen más o menos estéticamente agraciada, puede ayudar a determinadas personas, a fomentar en ellas el amor debido a Nuestro Señor. Pero lo importante, es que sean los ojos de nuestra alma, los que miren y contemplen la belleza de Nuestro Señor, que en ningún caso, radica en la materialidad de su aspecto físico como hombre, sino en la belleza infinita de su espíritu, que solo los ojos de nuestra alma pueden llegar a captar y valorar debidamente. Como es de suponer, cuando San Juan Pablo II nos incita a buscar el Rostro de Dios, no se está refiriendo al rostro material o aspecto de su cara, sino a algo mucho más importante y transcendente como es el Rostro del Espíritu de Dios. En el A.T. aparece el vocablo rostro 296 veces, muchas de ellas haciendo alusión al brillo o luz del Rostro de Dios, Así en el Pentateuco se nos dice: “El Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”. (Nm 6,25-26). Aquí indirectamente, se nos marca una de las cualidades del Rostro de Dios, cual es la de la luz que emana de Él. Esta luz divina, ahora a nosotros nos es directamente inaccesible y por ello San Juan, el discípulo amado, escribe: “A Dios nadie le vio jamás; Dios unigénito que está en el seno del Padre, ese le ha dado a conocer”. (Jn 1,18). Pero nosotros estamos llamados a buscarle y así en los salmos, en el número 27 de ellos, se puede leer: “Mi corazón sabe que dijiste: Busquen mi rostro. Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes de mí. No alejes con ira a tu servidor, tú, que eres mi ayuda; no me dejes ni me abandones, mi Dios y mi salvador. Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recibirá. Indícame, Señor, tu camino y guíame por un sendero llano”, (Sal 27,8-11). Y no solo estamos llamados a buscar y contemplar, sino a lo que es más importante a ser reflejo de ella, de esa Luz divina que emana del Rostro de Dios. Así San Juan nos dice: “Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”. (1Jn 3,2). Todo esto, nos ha de llevar a considerar que en el momento de nuestra muerte, el velo de la fe que todos tenemos con más o menos transparencia, no se rasga totalmente, la fe no desaparece de inmediato convirtiéndose en evidencia, excepto para las almas que directamente son introducidas al instante, en la gloria de la visión del Rostro de Dios. Para las que sientan la necesidad de ir previamente al purgatorio la fe subsiste todavía aunque parcialmente. El alma humana, que no llegue a superar la prueba de amor a la que aquí nos encontramos convocados, jamás podrá contemplar el Rostro de Dios y por supuesto la luz que de Él emana y su participación en los bienes que de ella también emanan. Esta luz divina, es una luz espiritual de amor, que nada tiene que ver con la luz material que el astro sol nos proporciona diariamente, o la luz emitida por el fuego material, que a su vez nada tiene que ver con el fuego de carácter espiritual. Los que al final de su vida no hayan escogido esta Luz de amor, lo suyo serán eternas tinieblas. En los Evangelios, hay un pasaje muy revelador, en el que el Señor, pone de relieva la importancia que tiene la visión del Rostro de Dios, que solo puede ser contemplado y reflejado, por un alma humana o ser angélico ya glorificado. En este sentido dice el Señor: “Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos”. (Mt 18,10). Si pensamos como seres humanos que somos, enseguida nos preguntamos: ¿Cómo es posible estar viendo constantemente el Rostro de Dios y al mismo tiempo, estar cuidando cada uno de ellos de su protegido? Si tenemos presente las cualidades de un cuerpo ya glorificado, vemos enseguida que esto es lo lógico y no nos puede extrañar. La continua contemplación del Rostro de Dios, no le priva al alma glorificada de realizar, cualquier otra actividad celestial que le pueda apetecer, aunque esto no debemos de encuadrarlo mentalmente dentro del parámetro tiempo, que para una alma que ya ha salido de este mundo es inexistente, cualesquiera que haya sido su destino final. En la contemplación del Rostro de Dios, sus infinitas cualidades se reflejarán siempre, en el alma glorificada. Históricamente, el origen de la devoción a la Santa Faz que no es otra cosa que el culto tributado al Rostro de Nuestro Señor Jesucristo en sus misterios de dolor se remonta al memorable día del Viernes Santo, cuando cargado con la Cruz, Nuestro Señor ascendía a la cima del Gólgota. Seguíales refiere el evangelista San Lucas gran muchedumbre de pueblo y de mujeres, las cuales se deshacían en llanto y se lamentaban. La Verónica es un personaje que no aparece en el Evangelio. Se le relaciona en la Edad Media con la hemorroisa, curada por Jesús de los flujos de sangre y se le denomina Bereniké y la hace residir en Panéas (Cesarea de Filipo) donde ella, más tarde, como testimonio de agradecimiento, erigiría un grupo escultórico en bronce con una mujer arrodillada a los pies de Cristo. La tradición se desarrolla con el tiempo y la Verónica junto al paralítico, el ciego de nacimiento y el leproso todos curados por Nuestro Señor Jesucristo y se habría presentado ante Pilatos para testimoniar a favor de él. El velo de la Verónica se remonta al siglo XII. No deja de ser curioso que el mismo nombre de Verónica signifique Verdadera imagen. En principio sería un velo que Jesús empleó en el huerto de los olivos para enjugarse el rostro bañado de sangre y sudor. Luego se identificará con el velo que llevaba la Verónica y que se lo entregará a María, que se lo queda y lo da a su Hijo cuando este se lo pide para secarse el rostro. Posteriormente la tradición dirá que la misma Verónica, al ver pasar a Jesús camino del Calvario, se acercó a él pasando entre los soldados y le enjugó el rostro con su velo, en el que quedó su Santa Faz impresa. Como vemos la tradición de la Verónica muestra grandes analogías con el Mandylion de Abgar. Ya en el siglo XI Bernardo de Soracte habla del lienzo de la Verónica como una reliquia en la que Nuestro Señor, al enjugarse del polvo y del sudor, dejó impreso su rostro. Su éxito en la Edad Media hizo que pasara a la posteridad como la VI estación del Vía Crucis, en el siglo XIII, y que San Buenaventura escribiera sobre el Rostro de Cristo. En el siglo XII Maíllo testimonia que ante la Santa Faz que se conservaba dentro de un marco de plata en Roma, ardían día y noche diez lámparas. En 1193 a instancias del Papa Celestino III fue venerada por el rey Felipe Augusto de Francia a su paso por Roma. En el siglo XV se hace famosa la Santa Faz de Alicante copia de la venerada en el Vaticano que a su vez como hemos visto es probablemente una copia inspirada en el original Mandylion que se conservaba entonces en Constantinopla. También adquiriría fama la llamada Santa Faz de Osa de la Vega. La devoción a la Santa Faz inspiró toda una espiritualidad, sobre todo en Francia, y que implica a dos monjas europeas que vivieron con casi cien años de diferencia. Ambas monjas tuvieron visiones y mensajes de Jesús y María. Pero Santa Teresita de Lisieux también tuvo una intensa devoción a la Santa Faz, que se ha destacado durante su canonización. Su monasterio tenía una copia de la reliquia del Velo de la Verónica en el Vaticano (más tarde), y ella exclamaba: ¡Oh!, ¡cuánto bien me ha hecho la Santa Faz en mi vida! La mayoría de la gente olvida que su nombre religioso completo era Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Su hermana Céline tenía algo esencial que decir acerca de la devoción de Teresa. Ella escribió: La devoción a la Santa Faz era, para Teresa, la corona y el complemento de su amor por la Sagrada Humanidad de Nuestro Señor. El Rostro Bendito era el espejo donde ella contemplaba el Corazón y el Alma de su Bien Amado. La imagen de un ser querido sirve para llevar a toda la persona ante nosotros, así que en la Santa Cara de Cristo Teresa contempló toda la Humanidad de Jesús. Y podemos decir inequívocamente que esta devoción fue la inspiración ardiente de la vida de la Santa. Su devoción a la Santa Faz trascendía, o más exactamente, abrazaba, todas las demás atracciones de su vida espiritual. Por cierto, el nombre religioso de Céline era Hermana Geneviève de la Santa Faz. Hasta mi llegada al Carmelo”, explicó Teresa, “nunca había penetrado en la profundidad de los tesoros ocultos en la Santa Faz. Una de las monjas que testificó durante su proceso de canonización dijo que “por muy tierna que fuera su devoción al Niño Jesús, no puede compararse con lo que la Hermana Teresa sentía por la Santa Faz”. Teresa incluso compuso una oración a la Santa Faz y un Cántico e hizo una casulla para misa con una imagen de la Santa Faz. Desarrollo Nuestro Señor Jesucristo ha concedido gracias enormes a los devotos de Su Santa Faz enraizada en la vida de la Iglesia, ya místicas como Santa Gertrudis y Santa Matilde conocieron y divulgaron tan piadosa vía de santificación. La Venerable Sor María de San Pedro de Tours en Francia y vivió en la década de 1816 a 1848. En 1843, sor María de San Pedro, que era carmelita en Tours Francia, reportó una visión en la que Jesús habló con ella. Más tarde informó de más visiones y conversaciones con Jesús y la Virgen María, en la que le instó a difundir la devoción a la Santa Faz de Jesús, en reparación por los muchos insultos que sufrió Jesús en su Pasión. El 24 de noviembre de 1843, Nuestro Señor le dio las siguientes palabras: La Tierra está repleta de crímenes. La violación de los primeros tres mandamientos de Dios ha molestado a mi Padre. El Santo Nombre de Dios ha sido blasfemado, y el Santo Día del Señor profanado, saturado de cantidad de iniquidades. Estos pecados se han acumulado hasta el Trono de Dios y han provocado su ira, la cual estallará pronto si su justicia no es apaciguada. Jamás han llegado estos crímenes a tal punto. Si analizamos bien las palabras de Nuestro Señor Jesucristo eso que ocurría en Francia en el Siglo XIX, hoy lo vemos en todo el mundo en pleno Siglo XXI en donde los mandamientos de la Ley de Dios son pasados por alto y por lo tanto molesta a Dios Nuestro Padre. Ahora bien que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre los primeros tres mandamientos: El Primer Mandamiento “Adorarás al señor tu Dios, y le servirás” 2084 Dios se da a conocer recordando su acción todopoderosa, bondadosa y liberadora en la historia de aquel a quien se dirige: “Yo te saqué del país de Egipto, de la casa de servidumbre”. La primera palabra contiene el primer mandamiento de la ley: “Adorarás al Señor tu Dios y le servirás [...] no vayáis en pos de otros dioses” (Dt 6, 13-14). La primera llamada y la justa exigencia de Dios consiste en que el hombre lo acoja y lo adore. 2085 El Dios único y verdadero revela ante todo su gloria a Israel (cf Ex 19, 16-25; 24, 15-18). La revelación de la vocación y de la verdad del hombre está ligada a la revelación de Dios. El hombre tiene la vocación de hacer manifiesto a Dios mediante sus obras humanas, en conformidad con su condición de criatura hecha “a imagen y semejanza de Dios” (Gn 1, 26): «No habrá jamás otro Dios, Trifón, y no ha habido otro desde los siglos [...] sino el que ha hecho y ordenado el universo. Nosotros no pensamos que nuestro Dios es distinto del vuestro. Es el mismo que sacó a vuestros padres de Egipto “con su mano poderosa y su brazo extendido”. Nosotros no ponemos nuestras esperanzas en otro, (que no existe), sino en el mismo que vosotros: el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob» (San Justino, Dialogus cum Tryphone Iudaeo, 11, 1). 2086 «El primero de los preceptos abarca la fe, la esperanza y la caridad. En efecto, quien dice Dios, dice un ser constante, inmutable, siempre el mismo, fiel, perfectamente justo. De ahí se sigue que nosotros debemos necesariamente aceptar sus Palabras y tener en Él una fe y una confianza completas. Él es todopoderoso, clemente, infinitamente inclinado a hacer el bien. ¿Quién podría no poner en él todas sus esperanzas? ¿Y quién podrá no amarlo contemplando todos los tesoros de bondad y de ternura que ha derramado en nosotros? De ahí esa fórmula que Dios emplea en la Sagrada Escritura tanto al comienzo como al final de sus preceptos: “Yo soy el Señor”» (Catecismo Romano, 3, 2, 4). “A Él sólo darás culto” 2096 La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto” (Lc 4, 8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6, 13). 2097 Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la “nada de la criatura”, que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magníficat, confesando con gratitud que Él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf Lc 1, 46-49). La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo. “No habrá para ti otros dioses delante de mí” 2111 La superstición es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que impone. Puede afectar también al culto que damos al verdadero Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo, mágica a ciertas prácticas, por otra parte, legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la sola materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen, es caer en la superstición (cf Mt 23, 16-22). 2113 La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. “No podéis servir a Dios y al dinero”, dice Jesús (Mt 6, 24). Numerosos mártires han muerto por no adorar a “la Bestia” (cf Ap 13-14), negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina (cf Gál 5, 20; Ef 5, 5). 2116 Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone “desvelan” el porvenir (cf Dt 18, 10; Jr 29, 8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a “mediums” encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios. 2117 Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo aunque sea para procurar la salud, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aun cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legítima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo. 2119 La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba, de palabra o de obra, su bondad y su omnipotencia. Así es como Satán quería conseguir de Jesús que se arrojara del templo y obligase a Dios, mediante este gesto, a actuar (cf Lc 4, 9). Jesús le opone las palabras de Dios: “No tentaréis al Señor, tu Dios” (Dt 6, 16). El reto que contiene este tentar a Dios lesiona el respeto y la confianza que debemos a nuestro Creador y Señor. Incluye siempre una duda respecto a su amor, su providencia y su poder (cf 1 Co 10, 9; Ex 17, 2-7; Sal 95, 9). 2120 El sacrilegio consiste en profanar o tratar indignamente los sacramentos y las otras acciones litúrgicas, así como las personas, las cosas y los lugares consagrados a Dios. El sacrilegio es un pecado grave sobre todo cuando es cometido contra la Eucaristía, pues en este sacramento el Cuerpo de Cristo se nos hace presente substancialmente (cf CIC can. 1367. 1376). 2121 La simonía (cf Hch 8, 9-24) se define como la compra o venta de cosas espirituales. A Simón el mago, que quiso comprar el poder espiritual del que vio dotado a los Apóstoles, Pedro le responde: “Vaya tu dinero a la perdición y tú con él, pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero” (Hch 8, 20). Así se ajustaba a las palabras de Jesús: “Gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10, 8; cf ya Is 55, 1). Es imposible apropiarse de los bienes espirituales y de comportarse respecto a ellos como un poseedor o un dueño, pues tienen su fuente en Dios. Sólo es posible recibirlos gratuitamente de Él. 2124 El nombre de ateísmo abarca fenómenos muy diversos. Una forma frecuente del mismo es el materialismo práctico, que limita sus necesidades y sus ambiciones al espacio y al tiempo. El humanismo ateo considera falsamente que el hombre es “el fin de sí mismo, el único artífice y demiurgo único de su propia historia” (GS 20, 1). Otra forma del ateísmo contemporáneo espera la liberación del hombre de una liberación económica y social para la que “la religión, por su propia naturaleza, constituiría un obstáculo, porque, al orientar la esperanza del hombre hacia una vida futura ilusoria, lo apartaría de la construcción de la ciudad terrena” (GS 20, 2). 2125 En cuanto rechaza o niega la existencia de Dios, el ateísmo es un pecado contra la virtud de la religión (cf Rm 1, 18). La imputabilidad de esta falta puede quedar ampliamente disminuida en virtud de las intenciones y de las circunstancias. En la génesis y difusión del ateísmo “puede corresponder a los creyentes una parte no pequeña; en cuanto que, por descuido en la educación para la fe, por una exposición falsificada de la doctrina, o también por los defectos de su vida religiosa, moral y social, puede decirse que han velado el verdadero rostro de Dios y de la religión, más que revelarlo” (GS 19, 3). 2126 Con frecuencia el ateísmo se funda en una concepción falsa de la autonomía humana, llevada hasta el rechazo de toda dependencia respecto a Dios (GS 20, 1). Sin embargo, “el reconocimiento de Dios no se opone en ningún modo a la dignidad del hombre, ya que esta dignidad se funda y se perfecciona en el mismo Dios” (GS 21, 3). “La Iglesia sabe muy bien que su mensaje conecta con los deseos más profundos del corazón humano” (GS 21, 7). 2127 El agnosticismo reviste varias formas. En ciertos casos, el agnóstico se resiste a negar a Dios; al contrario, postula la existencia de un ser trascendente que no podría revelarse y del que nadie podría decir nada. En otros casos, el agnóstico no se pronuncia sobre la existencia de Dios, manifestando que es imposible probarla e incluso afirmarla o negarla. 2128 El agnosticismo puede contener a veces una cierta búsqueda de Dios, pero puede igualmente representar un indiferentismo, una huida ante la cuestión última de la existencia, y una pereza de la conciencia moral. El agnosticismo equivale con mucha frecuencia a un ateísmo práctico. “No te harás escultura alguna...” Nota: Los que rompen las imágenes religiosas por odio a la fe o a la religión católica, comete un pecado grave que ofende a Dios, veamos que dice los siguientes numerales del Catecismo de la Iglesia Católica referente a este aspecto. 2129 El mandamiento divino implicaba la prohibición de toda representación de Dios por mano del hombre. El Deuteronomio lo explica así: “Puesto que no visteis figura alguna el día en que el Señor os habló en el Horeb de en medio del fuego, no vayáis a prevaricar y os hagáis alguna escultura de cualquier representación que sea...” (Dt 4, 15-16). Quien se revela a Israel es el Dios absolutamente Trascendente. “Él lo es todo”, pero al mismo tiempo “está por encima de todas sus obras” (Si 43, 27- 28). Es la fuente de toda belleza creada (cf. Sb 13, 3). 2130 Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento Dios ordenó o permitió la institución de imágenes que conducirían simbólicamente a la salvación por el Verbo encarnado: la serpiente de bronce (cf Nm 21, 4-9; Sb 16, 5-14; Jn 3, 14-15), el arca de la Alianza y los querubines (cf Ex 25, 10-12; 1 R 6, 23-28; 7, 23-26). 2131 Fundándose en el misterio del Verbo encarnado, el séptimo Concilio Ecuménico (celebrado en Nicea el año 787), justificó contra los iconoclastas el culto de las sagradas imágenes: las de Cristo, pero también las de la Madre de Dios, de los ángeles y de todos los santos. El Hijo de Dios, al encarnarse, inauguró una nueva “economía” de las imágenes. 2132 El culto cristiano de las imágenes no es contrario al primer mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto, “el honor dado a una imagen se remonta al modelo original” (San Basilio Magno, Liber de Spiritu Sancto, 18, 45), “el que venera una imagen, venera al que en ella está representado” (Concilio de Nicea II: DS 601; cf Concilio de Trento: DS 1821-1825; Concilio Vaticano II: SC 125; LG 67). El honor tributado a las imágenes sagradas es una “veneración respetuosa”, no una adoración, que sólo corresponde a Dios: «El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que ella es imagen» (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 81, a. 3, ad 3). El Segundo Mandamiento “El Nombre del Señor es santo” 2142 El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor. Pertenece, como el primer mandamiento, a la virtud de la religión y regula más particularmente el uso de nuestra palabra en las cosas santas. 2143 Entre todas las palabras de la Revelación hay una, singular, que es la revelación de su Nombre. Dios confía su Nombre a los que creen en Él; se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad. “El nombre del Señor es santo”. Por eso el hombre no puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de adoración amorosa (cf Za 2, 17). No lo empleará en sus propias palabras, sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf Sal 29, 2; 96, 2; 113, 1-2). 2144 La deferencia respecto a su Nombre expresa la que es debida al misterio de Dios mismo y a toda la realidad sagrada que evoca. El sentido de lo sagrado pertenece a la virtud de la religión: «Los sentimientos de temor y de “lo sagrado” ¿son sentimientos cristianos o no? [...] Nadie puede dudar razonablemente de ello. Son los sentimientos que tendríamos, y en un grado intenso, si tuviésemos la visión del Dios soberano. Son los sentimientos que tendríamos si verificásemos su presencia. En la medida en que creemos que está presente, debemos tenerlos. No tenerlos es no verificar, no creer que está presente» (Juan Enrique Newman, Parochial and Plain Sermons, v. 5, Sermon 2). 2145 El fiel cristiano debe dar testimonio del nombre del Señor confesando su fe sin ceder al temor (cf Mt 10, 32; 1 Tm 6, 12). La predicación y la catequesis deben estar penetradas de adoración y de respeto hacia el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. 2146 El segundo mandamiento prohíbe abusar del nombre de Dios, es decir, todo uso inconveniente del nombre de Dios, de Jesucristo, de la Virgen María y de todos los santos. 2147 Las promesas hechas a otro en nombre de Dios comprometen el honor, la fidelidad, la veracidad y la autoridad divinas. Deben ser respetadas en justicia. Ser infiel a ellas es abusar del nombre de Dios y, en cierta manera, hacer de Dios un mentiroso (cf 1 Jn 1, 10). 2148 La blasfemia se opone directamente al segundo mandamiento. Consiste en proferir contra Dios interior o exteriormente palabras de odio, de reproche, de desafío; en injuriar a Dios, faltarle al respeto en las expresiones, en abusar del nombre de Dios. Santiago reprueba a “los que blasfeman el hermoso Nombre (de Jesús) que ha sido invocado sobre ellos” (St 2, 7). La prohibición de la blasfemia se extiende a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las cosas sagradas. Es también blasfemo recurrir al nombre de Dios para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a servidumbre, torturar o dar muerte. El abuso del nombre de Dios para cometer un crimen provoca el rechazo de la religión. La blasfemia es contraria al respeto debido a Dios y a su santo nombre. Es de suyo un pecado grave (cf CIC can. 1396). 2149 Las palabras mal sonantes que emplean el nombre de Dios sin intención de blasfemar son una falta de respeto hacia el Señor. El segundo mandamiento prohíbe también el uso mágico del Nombre divino: «El Nombre de Dios es grande allí donde se pronuncia con el respeto debido a su grandeza y a su Majestad. El nombre de Dios es santo allí donde se le nombra con veneración y temor de ofenderle» (San Agustín, De sermone Domini in monte, 2, 5, 19). Tomar el Nombre del Señor en vano 2150 El segundo mandamiento prohíbe el juramento en falso. Hacer juramento o jurar es tomar a Dios por testigo de lo que se afirma. Es invocar la veracidad divina como garantía de la propia veracidad. El juramento compromete el nombre del Señor. “Al Señor tu Dios temerás, a él le servirás, por su nombre jurarás” (Dt 6, 13). 2151 La reprobación del juramento en falso es un deber para con Dios. Como Creador y Señor, Dios es la norma de toda verdad. La palabra humana está de acuerdo o en oposición con Dios que es la Verdad misma. El juramento, cuando es veraz y legítimo, pone de relieve la relación de la palabra humana con la verdad de Dios. El falso juramento invoca a Dios como testigo de una mentira. 2152 Es perjuro quien, bajo juramento, hace una promesa que no tiene intención de cumplir, o que, después de haber prometido bajo juramento, no mantiene. El perjurio constituye una grave falta de respeto hacia el Señor que es dueño de toda palabra. Comprometerse mediante juramento a hacer una obra mala es contrario a la santidad del Nombre divino. 2153 Jesús expuso el segundo mandamiento en el Sermón de la Montaña: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: “no perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos”. Pues yo os digo que no juréis en modo alguno... sea vuestro lenguaje: “sí, sí”; “no, no”: que lo que pasa de aquí viene del Maligno» (Mt 5, 33-34.37; cf St 5, 12). Jesús enseña que todo juramento implica una referencia a Dios y que la presencia de Dios y de su verdad debe ser honrada en toda palabra. La discreción del recurso a Dios al hablar va unida a la atención respetuosa a su presencia, reconocida o menospreciada en cada una de nuestras afirmaciones. 2154 Siguiendo a san Pablo (cf 2 Co 1, 23; Ga 1, 20), la Tradición de la Iglesia ha comprendido las palabras de Jesús en el sentido de que no se oponen al juramento cuando éste se hace por una causa grave y justa (por ejemplo, ante el tribunal). “El juramento, es decir, la invocación del Nombre de Dios como testigo de la verdad, sólo puede prestarse con verdad, con sensatez y con justicia” (CIC can. 1199, §1). 2155 La santidad del nombre divino exige no recurrir a él por motivos fútiles, y no prestar juramento en circunstancias que pudieran hacerlo interpretar como una aprobación de una autoridad que lo exigiese injustamente. Cuando el juramento es exigido por autoridades civiles ilegítimas, puede ser rehusado. Debe serlo, cuando es impuesto con fines contrarios a la dignidad de las personas o a la comunión de la Iglesia. El Tercer Mandamiento “El día del sábado” 2168 El tercer mandamiento del Decálogo proclama la santidad del sábado: “El día séptimo será día de descanso completo, consagrado al Señor” (Ex 31, 15). 2169 La Escritura hace a este propósito memoria de la creación: “Pues en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo el Señor el día del sábado y lo hizo sagrado” (Ex 20, 11). 2170 La Escritura ve también en el día del Señor un memorial de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto: “Acuérdate de que fuiste esclavo en el país de Egipto y de que el Señor tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso el Señor tu Dios te ha mandado guardar el día del sábado” (Dt 5, 15). 2171 Dios confió a Israel el sábado para que lo guardara como signo de la alianza inquebrantable (cf Ex 31, 16). El sábado es para el Señor, santamente reservado a la alabanza de Dios, de su obra de creación y de sus acciones salvíficas en favor de Israel. 2172 La acción de Dios es el modelo de la acción humana. Si Dios “tomó respiro” el día séptimo (Ex 31, 17), también el hombre debe “descansar” y hacer que los demás, sobre todo los pobres, “recobren aliento” (Ex 23, 12). El sábado interrumpe los trabajos cotidianos y concede un respiro. Es un día de protesta contra las servidumbres del trabajo y el culto al dinero (cf Ne 13, 15-22; 2Cro 36, 21). 2173 El Evangelio relata numerosos incidentes en que Jesús fue acusado de quebrantar la ley del sábado. Pero Jesús nunca falta a la santidad de este día (cf Mc 1, 21; Jn 9, 16), sino que con autoridad da la interpretación auténtica de esta ley: “El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27). Con compasión, Cristo proclama que “es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla” (Mc 3, 4). El sábado es el día del Señor de las misericordias y del honor de Dios (cf Mt 12, 5; Jn 7, 23). “El Hijo del hombre es Señor del sábado” (Mc 2, 28). “El día del Señor” 2174 Jesús resucitó de entre los muertos “el primer día de la semana” (Mt 28, 1; Mc 16, 2; Lc 24, 1; Jn 20, 1). En cuanto es el “primer día”, el día de la Resurrección de Cristo recuerda la primera creación. En cuanto es el “octavo día”, que sigue al sábado (cf Mc 16, 1; Mt 28, 1), significa la nueva creación inaugurada con la resurrección de Cristo. Para los cristianos vino a ser el primero de todos los días, la primera de todas las fiestas, el día del Señor (Hè kyriakè hèmera, dies dominica), el “domingo”: «Nos reunimos todos el día del sol porque es el primer día [después del sábado judío, pero también el primer día], en que Dios, sacando la materia de las tinieblas, creó al mundo; ese mismo día, Jesucristo nuestro Salvador resucitó de entre los muertos» (San Justino, Apología, 1,67). 2175 El domingo se distingue expresamente del sábado, al que sucede cronológicamente cada semana, y cuya prescripción litúrgica reemplaza para los cristianos. Realiza plenamente, en la Pascua de Cristo, la verdad espiritual del sábado judío y anuncia el descanso eterno del hombre en Dios. Porque el culto de la ley preparaba el misterio de Cristo, y lo que se practicaba en ella prefiguraba algún rasgo relativo a Cristo (cf 1Co 10, 11): «Los que vivían según el orden de cosas antiguo han pasado a la nueva esperanza, no observando ya el sábado, sino el día del Señor, en el que nuestra vida es bendecida por Él y por su muerte» (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Magnesios, 9, 1). 2176 La celebración del domingo cumple la prescripción moral, inscrita en el corazón del hombre, de “dar a Dios un culto exterior, visible, público y regular bajo el signo de su bondad universal hacia los hombres” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 122, a. 4). El culto dominical realiza el precepto moral de la Antigua Alianza, cuyo ritmo y espíritu recoge celebrando cada semana al Creador y Redentor de su pueblo. 2177 La celebración dominical del día y de la Eucaristía del Señor tiene un papel principalísimo en la vida de la Iglesia. “El domingo, en el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto” (CIC can. 1246, §1). «Igualmente deben observarse los días de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, Epifanía, Ascensión, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Santa María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y Asunción, San José, Santos Apóstoles Pedro y Pablo y, finalmente, todos los Santos» (CIC can. 1246, §1). 2178 Esta práctica de la asamblea cristiana se remonta a los comienzos de la edad apostólica (cf Hch 2, 42-46; 1 Co 11, 17). La carta a los Hebreos dice: “No abandonéis vuestra asamblea, como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animaos mutuamente” (Hb 10, 25). «La tradición conserva el recuerdo de una exhortación siempre actual: “Venir temprano a la iglesia, acercarse al Señor y confesar sus pecados, arrepentirse en la oración [...] Asistir a la sagrada y divina liturgia, acabar su oración y no marcharse antes de la despedida [...] Lo hemos dicho con frecuencia: este día os es dado para la oración y el descanso. Es el día que ha hecho el Señor. En él exultamos y nos gozamos» (Pseudo-Eusebio de Alejandría, Sermo de die Dominica). 2179 “La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio” (CIC can. 515, §1). Es el lugar donde todos los fieles pueden reunirse para la celebración dominical de la Eucaristía. La parroquia inicia al pueblo cristiano en la expresión ordinaria de la vida litúrgica, le congrega en esta celebración; le enseña la doctrina salvífica de Cristo. Practica la caridad del Señor en obras buenas y fraternas: «También puedes orar en casa; sin embargo no puedes orar igual que en la iglesia, donde son muchos los reunidos, donde el grito de todos se eleva a Dios como desde un solo corazón. Hay en ella algo más: la unión de los espíritus, la armonía de las almas, el vínculo de la caridad, las oraciones de los sacerdotes» (San Juan Crisóstomo, De incomprehensibili Dei natura seu contra Anomoeos, 3, 6). 2180 El mandamiento de la Iglesia determina y precisa la ley del Señor: “El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la misa” (CIC can. 1247). “Cumple el precepto de participar en la misa quien asiste a ella, dondequiera que se celebre en un rito católico, tanto el día de la fiesta como el día anterior por la tarde” (CIC can. 1248, §1). 2181 La Eucaristía del domingo fundamenta y confirma toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la Eucaristía los días de precepto, a no ser que estén excusados por una razón seria (por ejemplo, enfermedad, el cuidado de niños pequeños) o dispensados por su pastor propio (cf CIC can. 1245). Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave.” 2182 La participación en la celebración común de la Eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Los fieles proclaman así su comunión en la fe y la caridad. Testimonian a la vez la santidad de Dios y su esperanza de la salvación. Se reconfortan mutuamente, guiados por el Espíritu Santo. 2183 “Cuando falta el ministro sagrado u otra causa grave hace imposible la participación en la celebración eucarística, se recomienda vivamente que los fieles participen en la liturgia de la palabra, si ésta se celebra en la iglesia parroquial o en otro lugar sagrado conforme a lo prescrito por el obispo diocesano, o permanezcan en oración durante un tiempo conveniente, solos o en familia, o, si es oportuno, en grupos de familias” (CIC can. 1248, §2). Habiendo comprendido lo que enseña la Santa Madre Iglesia a través de la Sagrada Escritura (Revelación, Tradición y Magisterio), damos paso a lo que nos pide Nuestro Señor Jesucristo con este acto de Reparación a su Divino Rostro para apaciguar la Justicia de Dios. La palabra Reparación significa: (Etim. Latín reparare, preparar de nuevo, restaurar). El acto o hecho de hacer enmienda. Implica la intención de restaurar las cosas a su condición de normalidad y pureza, a cómo estaban antes de que algo malo fuese hecho. Se aplica generalmente a recompensar por las pérdidas sufridas o los daños causados por una mala acción moral. Con respecto a Dios, significa recompensar con mayor amor por el fracaso en el amor a causa del pecado; significa restaurar lo que fue injustamente tomado y compensar con generosidad por el egoísmo que causó la injuria. En el Antiguo Testamento se habla de reparar la Casa de Dios, el Templo. Nuestro Señor Jesucristo vino para restaurar los daños del pecado en la casa de Dios que es su pueblo vivo. Él se ofreció en reparación por todos nuestros pecados en la Cruz. Cuál es la Razón de reparar si ya Jesús ha reparado perfectamente entregándose en la cruz por nuestros pecados. Veamos que dice San Pablo: Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia, (Colosenses 1,24). Conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, (Filipenses 3,10). La entrega de Nuestro Señor Jesucristo es perfectamente meritoria pero hay que recordar que nosotros somos el cuerpo místico y como tal hemos de entrar en su sacrificio. Si no reparamos con él no somos cuerpo suyo. Ahora ya teniendo detallado las palabras de Nuestro Señor Jesucristo, continuamos con los mensajes que recibió Sor María de San Pedro. Anteriormente, había recibido un mensaje especial de Nuestro Señor el 24 de agosto de 1843: Él me abrió su corazón, y juntando allí las fuerzas de mi alma, se dirigió a mí con estas palabras: Mi nombre es blasfemado en todas partes. Hasta los niños me blasfeman. Él me hizo entender que este espantoso pecado lastima penosamente su Divino Corazón más que cualquier otro. Por medio de la blasfemia el pecador maldice el Rostro [de Dios], lo ataca abiertamente, anula la redención y pronuncia su propia condenación y juicio. La blasfemia es una flecha envenenada que siempre lastima su Divino Corazón. Sor María dijo: Él me hizo ver entonces que este pecado aterrador hiere Su Divino Corazón más gravemente que cualquier otro pecado, mostrándome cómo por la BLASFEMIA el pecador lo maldice en Su Rostro, Lo ataca públicamente, anula Su Redención y pronuncia su propio juicio y condenación. El Salvador me hizo entender que Su Justicia estaba enormemente irritada por los pecados de la humanidad, pero particularmente contra aquellos que directamente ultrajan la Majestad de Dios; Esto es: el comunismo, el ateísmo, las maldiciones y la profanación del Domingo y los Días Santos. Él dijo: Los verdugos Me crucificaron un viernes, LOS CRISTIANOS ME CRUCIFICAN EL DOMINGO. Él me dijo que desea darme una Flecha de Oro con la cual herir con delicias su Corazón y sanar esas heridas infligidas por la malicia de los pecadores. Este es el origen de la oración que conocemos, La Flecha de Oro: Que el Santísimo, Sacratísimo, Adorabilísimo, Misteriosísimo e Inefable NOMBRE DE DIOS, sea por siempre alabado, bendecido, amado, adorado y glorificado, en el Cielo, en la Tierra y en los Infiernos, por todas las criaturas de Dios, y por el Sagrado Corazón de Nuestro Señor y Salvador JESUCRISTO, en el Santísimo Sacramento del Altar. Amén. Nuestro Señor dijo que esta oración desencadena un torrente de gracia para los pecadores. En estos mensajes del Cielo, se le pidió a Sor María de San Pedro hacer una comunión de reparación por la profanación dominical (Pecado contra el tercer mandamiento). Sor María de San Pedro escribe: Nuestro Señor me ordenó comulgar los domingos por estas tres intenciones particulares: En espíritu de expiación por todas las tareas prohibidas que se hacen los domingos, que como día de observancia debe ser santificado. Para apaciguar la Justicia Divina que estaba a punto de descargarse a causa de la profanación de los días de guardar. Para implorar la conversión de aquellos pecadores que profanan los domingos, y para lograr la terminación del trabajo dominical prohibido. Sor María de San Pedro, en 1844 tuvo una visión en la que Jesús le dijo: Oh, si tú supieras el gran mérito que adquieres diciendo, aunque sea una sola vez, ‘ADMIRABLE ES EL NOMBRE DE DIOS’, en espíritu de reparación por las blasfemias. Nuestro Señor desea que Su Divino Rostro sea ofrecido como objeto exterior de adoración a todos Sus hijos que se asociarán a esta Obra de Reparación. Su Divino Rostro es la Imagen misma de Dios. Ofrécelo incesantemente a Mi Padre por la salvación de tu país. El tesoro de Mi Divino Rostro en sí mismo posee un valor tan extraordinario que por medio de él TODOS los asuntos de Mi Casa se arreglan rápidamente. Si supieras cuánto complace a Mi Padre ver Mi Rostro. Regocíjate, hija Mía, porque se acerca la hora en que nacerá la Obra más bella bajo el sol. Nuestro Señor dijo a Sor María: ¡Ay de aquellas ciudades que no hagan esta Reparación! Los pecadores son arrebatados de este mundo y son arrojados en el infierno como el polvo que es arrastrado por la furia de un tornado. ¡Tengan piedad de sus hermanos y oren por ellos! Entre sus visiones está la faz y la oración a la devoción a la Santa Faz de Jesús que comenzó a extenderse entre los católicos de Francia a partir de 1844. El gran impulsor fue el VENERABLE LEO DUPONT que era un hombre religioso de una familia noble que se había trasladado a Tours. En 1849 había comenzado el movimiento nocturno de adoración eucarística en Tours que se extendió en Francia. Al enterarse de las visiones de la hermana María de San Pedro puso una lámpara de vigilia permanente ante una imagen de la Santa Faz de Jesús, primero usando la imagen del Velo de la Verónica y luego el de Sor María de San Pedro. El 11 de octubre de 1845, Nuestro Señor le dio una revelación en relación a la importancia de hacer reparación a su Santa Faz. En ese día Nuestro Señor le dijo a Sor María de San Pedro: Busco Verónicas para enjugar y venerar mi Divina Faz, la cual tiene pocos adoradores. Le dictó entonces una oración de reparación a la Santa Faz: Padre Eterno, te ofrezco la adorable Faz de tu amado Hijo por el honor y la gloria de tu Nombre, para la conversión de los pecadores, para la salvación de los moribundos. Amén. Nuestro Señor hizo las siguientes promesas a aquellos que honran a Su Santa Faz a sor María de San Pedro: Nuestro Señor me ha prometido de dejar su huella en las almas que honraran Su Santísimo Rostro dejando en ellas los rasgos de su semejanza divina. Por Mi Divino Rostro harás milagros, aplacarás la ira de Dios y atraerás del Cielo misericordia sobre los pecadores. Por mi Santo Rostro obtendrán la salvación de muchos pecadores. Por las ofrendas a Mi santo Rostro nada le será negado. Si supieran cuánto mi Rostro es agradable a mi Padre. Así como en un reino puedes procurar todo lo que deseas a través de una moneda grabada con la efigie del rey, en el Reino de los Cielos obtendrás todo lo que desees con la moneda preciosa de Mi Divino Rostro. Todos aquellos que honren Mi santo Rostro con espíritu de reparación, harán con Él la obra misma de la Verónica. Según la bondad que se ponga en restaurar mi apariencia desfigurada por los blasfemos, yo protegeré la apariencia de las almas suyas desviadas por el pecado: Edificaré mi imagen y la haré tan bonita como lo fue cuando salió de la pila bautismal. Yo Defenderé delante de mi Padre la causa de todos los que trabajan para la reparación de mi Santo Rostro con oraciones, sea con palabras, sea con escritos, aquellos que defiendan mi causa: en la muerte limpiaré la cara de sus almas, sacándole las manchas del pecado y restaurando su primera belleza. Nuestro Señor le dio Una Coronilla de Reparación a Sor María de San Pedro, para combatir a los enemigos de Dios, especialmente a los comunistas e invitamos a rezarla todos los martes tal como él lo pidió. Nota: en estos tiempos que estamos viviendo lo más recomendable es rezarla todos los días después del Santo Rosario. Ahora hablaremos de la Beata Sor María Pierina de Micheli que recibió del Nuestro Señor Jesucristo más de 90 años después de las primeras visiones de Jesús por la Venerable Sor María de San Pedro en Tours de Francia, otras visiones de la Santa Faz se registraron en Italia. El primer viernes de Cuaresma 1936, la Hermana María Pierina De Micheli, quien nació cerca de Milán, Italia, informó una visión en la que Jesús le dijo: Deseo que mi Rostro, el cual refleja las íntimas penas de mi alma, el dolor y el amor de mi Corazón, sea más honrado. Quien me contempla me consuela. Informó además de visiones de Jesús y María, que instó a Sor María Pierina a hacer un escapulario con el Santo Rostro de Jesús. Décadas antes, la hermana María San Pedro se había referido a una moneda de la Santa Faz, que Jesús le dijo: Como en un reino que se puede conseguir todo lo que se desea con una moneda sellada con la efigie del Rey, así en el Reino de los Cielos van a obtener todo lo que desean con la preciosa moneda de Mi Santo Rostro. En otra visión, la Hermana María Pierina informó que Jesús le dijo: Cada vez que mi rostro es contemplado derramaré mi amor en el corazón de esas personas, y por medio de mi Santo Rostro van a obtener la salvación muchas almas. Informó además que Jesús quería una fiesta especial el día antes del Miércoles de Ceniza en honor de Su Santa Faz, precedida por una novena de oración. Después de un esfuerzo la Hermana María Pierina logró obtener el permiso para lanzar la medalla y su uso empezó a crecer en Italia. Como la Segunda Guerra Mundial comenzó, muchos soldados y marineros recibieron la Medalla de la Santa Faz como un medio de protección. Sor María Pierina murió en 1945 en el final de la guerra. La primera medalla de la Santa Faz fue ofrecida a Pío XII quien aprobó la devoción y la medalla. En 1958, se declaró formalmente la Fiesta de la Santa Faz de Jesús como el martes de carnaval (el martes antes del Miércoles de Ceniza) para todos los católicos romanos. En una extensa carta que la Madre Pierina escribió al Papa Pío XII brota una piedad apasionada: Humildemente confieso que siento una gran devoción por el Divino Rostro de Jesús, devoción que me parece que me la infundió el mismo Jesús. Tenía doce años cuando un viernes santo esperaba en mi Parroquia mi turno para besar el crucifijo, cuando una voz clara me dijo: Nadie me da un beso de amor en el rostro para reparar el beso de Judas. En mi inocencia de niña, creí que todos habían escuchado la voz, y sentía pena viendo que la gente continuaba besando las llagas y ninguno pensaba besarlo en el Rostro. Te doy yo Jesús el beso de amor, ten paciencia, y llegado el momento le estampé un fuerte beso en la cara con el ardor de mi corazón. Era feliz pensando que Jesús, ya contento, no tendría más pena. Desde aquel día el primer beso al crucifijo era a Su Divino Rostro y muchas veces los labios rehusaban separarse porque me sentía fuertemente retenida. La experiencia se repite cuando tiene 25 años, pero con otros prodigios: En la noche del jueves al viernes santo de 1915, mientras rezaba ante el crucifijo en la Capilla de mi Noviciado, sentí que me decían: “bésame”. Lo hice y mis labios en vez de apoyarse sobre un rostro de yeso, sintieron el contacto con Jesús. ¿Qué pasó? Me es imposible decirlo. Cuando la Superiora me llamó era ya de mañana, sentía el corazón lleno de las penas y deseos de Jesús; deseaba reparar las ofensas que recibió su Santísimo Rostro en la pasión y las que recibe en el Santísimo Sacramento. En este mismo Colegio de Argentina sucede otra aparición cinco años después: En 1920, el 12 de abril me encontraba en Buenos Aires en la Casa Madre. Tenía una gran amargura en el corazón. Fui a la Iglesia y prorrumpí en llanto lamentándome con Jesús. Se me presentó con el Rostro ensangrentado y con una expresión de dolor tal que conmovería a cualquiera. Con una ternura que jamás olvidaré me dijo: Y yo, ¿qué he hecho? Comprendí… y a partir de ese día el Divino Rostro se convirtió en mi libro de meditación, la puerta de entrada a Su Corazón. De tanto en tanto, en los años siguientes continúa la carta se me aparecía ya triste, ya ensangrentado, comunicándome Sus penas y pidiéndome reparación y sufrimientos, llamándome a inmolarme ocultamente por la salvación de las almas. Entre 1920 y 1940, fecha en que data esta carta, el pedido de Nuestro Señor se sucede en reiteradas apariciones: Deseo que mi Rostro, el cual refleja las íntimas penas de mi alma, el dolor y el amor de mi Corazón, sea más honrado. Quien me contempla me consuela. La Madre Pierina, que es siempre la fiel confidente, se hace portavoz de este ruego y poco a poco, la devoción al Divino Rostro se va consolidando de un modo concreto gracias a la intervención milagrosa de la Santísima Virgen. Quien ordena y dispone: un escapulario, una medalla, los medios para costearla, y una fiesta después del martes de quincuagésima para honrar la Santa Faz. Mientras tanto continúa la entrega o la inmolación oculta de la Madre Pierina. Como lo describe en su diario el día 5 de septiembre de 1942: Anoche en la Capilla le dije a Jesús: Jesús quiero ser tu gloria y tu alegría. Y Jesús me respondió: Ven. Te necesito. Hoy he buscado el gozo en tantos corazones y me fue negado. Dime Jesús: ¿Qué debo hacer para suplir los rechazos que tuviste? Jesús, envuelto en ternura, me respondió: ¿Quieres gozar las dulzuras de la unión conmigo o sentir la pena de mi corazón por los pecados de los hombres? Lo que Tú quieras, Jesús. Y mi alma instantáneamente participó del dolor de Su corazón, dolor imposible de traducir en palabras. Jamás, como en ese instante, comprendí qué cosa era el pecado… ¡Oh, Jesús! Que no te ofenda yo jamás… repara por mí, por los otros, como quieras… ¡Tómamelo todo! Cuando volví en mí, se había cumplido el tiempo y me dispuse a retirarme. Entonces Jesús me dijo: ¡Quédate un poco más conmigo! ¡Ya me dejas solo…! Al responderle yo que había pasado el tiempo que me indicara mi director espiritual, Su Rostro se iluminó: “¡He aquí mi gloria! ¡La obediencia!”, me dijo. En 1937, mientras oraba y “después de haberme instruido en la devoción de su Divino Rostro”, le dijo: Podría ser que algunas almas teman que la devoción a mi Divino Rostro, disminuya aquella de mi Corazón. Diles que, al contrario, será completada y aumentada. Contemplando mi Rostro las almas participarán de mis penas y sentirán el deseo de amar y reparar. ¿No es ésta, tal vez, la verdadera devoción a mi corazón? En mayo de 1938, mientras reza, se presenta sobre la tarima del altar, en un haz de luz, una bella Señora: tenía en sus manos un escapulario, formado por dos franelas blancas unidas por un cordón. Una franela llevaba la imagen del Divino Rostro de Jesús y escrito alrededor: Ilumina Domine Vultum Tuum super nos (Ilumina, Señor, Tu rostro sobre nosotros). La otra, una Hostia circundada por unos rayos y con la inscripción: Mane nobiscum Domine (Quédate con nosotros Señor). Lentamente se acerca y le dice: Escucha bien y refiere al Padre Confesor. Este escapulario es un arma de defensa, un escudo de fortaleza, una prueba de misericordia que Jesús quiere dar al mundo en estos tiempos de sensualidad y de odio contra Dios y la Iglesia. Los verdaderos apóstoles son pocos. Es necesario un remedio divino y este remedio es el Divino Rostro de Jesús. Todos aquellos que lleven un escapulario como éste y hagan, si es posible, una visita cada martes al Santísimo Sacramento, para reparar los ultrajes que recibió el Divino Rostro de Jesús durante su Pasión y que reciban la Eucaristía, serán fortificados en la fe, prontos a defenderla y a superar todas las dificultades internas y externas. Además, tendrán una muerte serena bajo la mirada amable de mi Divino Hijo. En el mismo año, Jesús vuelve a presentase todavía chorreando sangre y con tristeza: ¿Ves cómo sufro? Y, sin embargo, de poquísimos soy comprendido. ¡Cuántas ingratitudes de parte de aquellos que dicen amarme! He dado mi corazón como objeto sensibilísimo de mi gran amor por los hombres y doy mi Rostro como objeto sensible de mi dolor por los pecados de los hombres. Quiero que sea honrado con una fiesta particular el martes de Quincuagésima, fiesta precedida de una novena en que todos los fieles reparen conmigo, uniéndose a la participación de mi dolor. En 1939, Jesús de nuevo le dice: Quiero que mi Rostro sea honrado de un modo particular el martes. La Madre María Pierina de Micheli sentía el deseo de Nuestra Señora más y más fervientemente de cumplir con el pedido. Ella obtuvo el permiso de su director espiritual y aunque no tenía ningún medio financiero, se puso a la tarea a petición de Jesús y María. Obtuvo el permiso del fotógrafo Bruner para hacer copias de la Sábana Santa, reproducida por él, y recibió el permiso para hacerlo por la Arquidiócesis de Milán el 9 de agosto de 1940. Pero sigue esperando más medios financieros, pero la fe de la reverenda Madre lo pudo. Una mañana vio sobre una pequeña mesa un sobre: lo abrió y encontró 11.200 liras italianas. El diablo, enfurecido por esto, cayó sobre su alma para asustarla y prevenir la distribución de las medallas: la tiró al suelo en el pasillo y escaleras abajo, rasgó las imágenes y fotos de la Santa Faz, pero ella dio a luz a todo y se sacrificó en todo para que la Santa Faz pudiera ser honrada. María Pierina logra hacer acuñar una medalla en lugar del escapulario. El 7 de abril de 1943, La Virgen se le presenta y le dice: Hija mía, tranquilízate porque el escapulario queda suplido por la medalla con las mismas promesas y favores: falta solo difundirla más. Ahora anhelo la fiesta del Santo Rostro de mi Divino Hijo: díselo al Papa pues tanto me apremia. La bendijo y se fue. La medalla se difunde con entusiasmo. ¡Cuántas gracias se han obtenido! Peligros evitados, curaciones, conversiones, liberación de condenas. Se puede hacer una NOVENA DE REPARACIÓN PARA OBTENER UN FAVOR, rezando la Oración de la “Flecha Dorada” y las “Letanías al Divino Rostro” nueve días consecutivos, de preferencia ante el Santísimo Sacramento o la Imagen del Divino Rostro, acudiendo a la Confesión y recibiendo la Sagrada Comunión. En ausencia de un apostolado formal en una Parroquia, las personas deben rezar las Oraciones en lo individual y seguir las directrices de Nuestro Señor lo mejor que puedan. LAS REVELACIONES DE NUESTRO SEÑOR FUERON SEGUIDAS POR 30 AÑOS DE MILAGROS que dieron testimonio de la verdad y el poder de esta Devoción. Ahora bien, esta Devoción debe tener el DOBLE PROPÓSITO DE REPARACIÓN POR LA BLASFEMIA y REPARACIÓN POR LA PROFANACIÓN DEL DOMINGO Y LOS DÍAS SANTOS DE PRECEPTO, ambos pecados son recurrentes en estos tiempos modernos y están provocando la Ira de Dios.