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DERECHO PENAL
PARTE GENE
Tomo III
Teoría general del delito - II
Colaboradores
JAVIER ESTEBANDE LA FUENTE
NATALIASARUDIANSKY
RUBINZAL- CULZONIEDITORES
Talcahuano 442 - Tel. (011) 4373-0544 - C1013AAJ Buenos Aires
Salta 3464 - Tel. (0342) 455-5520 - S3000CMV Santa Fe
ISBN 978-950-727-771-9(obra completa)
ISBN 978-950-727-894-5(edición en rústica)
ISBN 978-950-727-895-2(edición encuadernada)
1. Derecho Penal. l. Título
SUMARIO: 1. La teoría del tipo y de la antijuridicidad. 11. Breve evolución histórica del
concepto de antijuridicidad y su relación con la tipicidad. El problema de lo objetivo
y lo subjetivo en el tema de la antijuridicidad. 111. Antijuridicidad e injusto. IV. An-
tijuridicidad formal y material. V. El efecto indiciario del tipo. La teoría de los
elementos negativos del tipo. 1. El efecto indiciario del tipo penal. 2. El problema de
la teoría de los elementos negativos del tipo. a) Introducción. b) Breve resumen
histórico. c) Concepto. d) Crítica. e) Consecuencias en cuanto al sistema tripartito
del Derecho Penal.
3 MIR PUIG, Santiago, Derecho Penal. Parfe general, 4" ed., PPU, Barcelona,
1996, ps. 121/122.
MIR PUIG. ob. cit., ps. 1221123.
STRATENWERTH, oh. cit., p. 13 1.
elementos que hacen aparecer la conducta como transgresión a una
norma asegurada penalmente y, por ello, como antijurídica, en tanto
no interfiera un precepto permisivo especial. Por tanto, las circuns-
tancias que determinan el ilícito se reparten entre los niveles valorativos
del tipo y la 'antijuridicidad'. La antijuridicidad misma es, en cierta
medida, sólo el resumen de la tipicidad, y la falta de causas de jus-
tificación (como la legítima defensa) actúa, justamente por ello, anti-
jurídicamente. Respecto a la determinación de la situación de hecho
descripta por tipos y causas de justificación, el juicio sobre la antiju-
ridicidad no significa ninguna valoración autónoma más, en la que
todavía quedase algún margen. Se registra sólo un resultado que surge,
en el caso concreto, del juego en común entre norma prohibitiva y
precepto per~nisivo"~.
Mcturach y Zipf expresan el problema de la siguiente forma: "aque-
llo que tradicionalmente recibe el nombre de teoría de la antijuridicidad
es, en realidad, gracias a ia moderna técnica de tipificación, lo opuesto
a una búsqueda de los fundamentos y de los elementos que permiten
reconocer la ilicitud de una conducta declarada como punible; en la
práctica la teoría de la antijuridicidad es una teoría de la juridiciclad,
más precisamente, de aquellas circunstancias de hecho que, no obstante
cumplir un tipo, en el caso particular no son antijurídicas y que, por
ello, pasan a ser penalmente irrelevante^"^.
Cfr. VON I,ISTZ, Franz, Tratudo, 11, p s . 262, 339 SS., 387 SS., 424 SS.
lo Cfr. BELIIJG, Die telzre vonz Verbreclwn cit., p s . 178 SS.
l1 MIR PUIG, ob. cit.
l2 MAURACH y ZIPF, Derecho Penal. Par-te gerzeral cit., t. 1, ps. 4141415.
l3 M A U M C H y ZIPF, ob. cit.
causado por un movimiento corporal de un hombre, causado a su vez
por un impulso voluntario (dejando fuera del hecho), sólo para poder
culpar del misrno a su autor, la cuestión de si dicho impulso voluntario
se dirigía conscientemente o no (dolo) a realizar el hecho. Si la anti-
juridicidad califica al lieclio, y este hecho se concebía como mero
proceso causal, con independencia de la finalidad del autor, era lógico
que la antijuridicidad se refiriese solamente al aspecto objetivo-externo
(causal) de la acción"I4.
Con las ideas neoltantianas se recupera para la dogmática penal la
dirnensiaín jurídica, esto es, la dimensión valorativaI5. En el tema de
la antijuridicidad esto lleva a que ella deje de ser formal para entrar
en el ámbito de lo material. Es que ahora la antijuridicidad se verá
como un acontecimiento socialmente dañoso. Esto tiene conlo conse-
cuencia que las causas de exclusión de la antijuridicidad sean analizadas
desde una perspectiva material, por ejemplo, el principio de más pro-
veclio que daíío. El1 el mismo sentido surgieron otras teorías, como
ser la teoría de las normas de Mayer y se logran distinciones concep-
tuales, como las del estado de necesidad justificante y exculpante,
vigentes Iiasta la actualidadi6. En este punto, y esto hay que hacerlo
notar, el pensamiento jurídico del neoltantisrno fue más que importante.
Apunta en este sentido Mir Puig "que la inetodología neokantiana,
que junto a las ciencias naturales y a las matemáticas afirmó las ciencias
del espíritu o culturales como esencialmente referidas a valores e in-
cluyó en ellas a la ciencia del Derecho (Stammler, Rickert y Lask, a
nivel jurídico general, y Radbruch, M. E. Mayer, Sauer y, en especial,
Mezger, para el Derecho Penal), no se contentó con la descripción
externa de las características del delito, sino que buscó explicarlas
desde su significado valorativo. La antijuridicidad apareció entonces
como juicio de desvalor sobre el Izeclio. Pero no se abandonó el punto
de partida objetivista del positivismo: en principio, la antijuridicidad
se integraba sólo de los elementos objetivos de la acción, que siguió
considerándose causalmente. Lo injusto se concebíci, según esto, corno
52 s
JESCHECK y WEIGEND, ob. cit., 24, 1, 2.
j3 JESCHECK y WEIGEND, ob. cit., 5 24, 1, 3.
5%SCHECK y WEIGEND, ob. cit., $ 24, 1, 3.
ESCHECK y WEIGEND, ob. cit., () 24, 1, 3.
56 MAURACH y ZIPF, ob. cit., t. 1, Ij 24, 111, 2, nrn. 20.
terial no es seguida de manera unánime, por lo inenos en lo termino-
lógico, y, es más, es rechazada por caracterizada doctrina, en especial
por Hirsch, en su Leipiger Kon~nzentar~~.
Hirscl~parte del análisis de los autores que hemos hecho referencia
ut supra, desde Liszt, Liszt-Schmidt, Heinitz, I~olilrausch-Lange,Jes-
check, Mezger, Roxin, para luego hacer la crítica y su propuesta sobre
el tema. Sobre esta distinción, afirma Hirsch, surge la duda de si ella
no puede considerarse anticuada y superflua. La cuestión está dada
en qué medida puede la jurispnidencia, luego de la regulación legal
de las causas de justificación, con este criterio material, hacer una
ampliación de las causas de jiistificación, en especial en el estado de
necesidad justificante. A este argumento se agrega otro, como punto
de partida la división debe ser rechazada. En efecto, hay que afirmar
un concepto uniforme de antijuridicidad. La cuestión se reduce a lo
siguiente: Se rechaza o no una conducta en contra del Derecho vigente.
En cuanto al llenado de las lagunas o vacíos del catálogo de causas
de justificación el Derecho Penal las coloca dentro de las reglas de
la hermenéutica jurídica5*. El juez penal es quien es llamado a llenar
esos vacíos, habida cuenta de que se trata de limitar la aplicación de
la pena, que n~etodológicainenteno es libre de conformar la situación
sino recurriendo a otros ámbitos del Derechos9, En cuanto al funda-
íneilto de las causas de justificación debe ser aprobado o responderse
afirmativamente sobre los casos legales regulados, y se debe partir de
la analogía admisible o del Derecho vigente60.
En cuanto a la diferencia entre la antijuridicidad formal y material
se le debe dar sóIo significación en lo que corresponda a la problemática
externa de la justificación, que muestra sin duda que la diferencia es
superflua. Se trata, afirma Hirsch, de la cuestión en que la antijuridi-
cidad formal pertenece a la rúbrica de la interpretación restrictiva y
teleológica del tipo p se trata, adernhs, de la graduación de la dificultad
79 Sobre la teoría de los elementos negativos del tipo, lo más completo que hemos
conocido es el libro de MIRSCH, La doctrina de /os elernenfos negatii~osde/ tipo
pena!. E! error sobre las causas de jzrst$cnción, en HIRSCH, Derecho Penal. Obras
Conzplefcls cit., t. IV.
En la nota afirma que esta doctrina ha sido defendida en Alemania desde
Merkel y Frank hasta Engiscl~,Arth, Kaufinann, Roxin, etc. ROXIN, Politíca crii~zi-
nal. p. 56, nota 56, y Teoría del tipo penal, ps. 274 SS., en donde como Engisch
Iiabla de elementos limitadores (mejor que de negativos) del tipo, porque la función
de las causas de justificación es limitar el verdadero alcance del tipo total de injus-
to (hecho prohibido); pero en AT, $8 10119 SS., prefiere ahora distinguir tipicidad
y antijusidicidad como dos categorías sistemáticas sucesivas, en el sentido clásico.
Acogen la teoría en nuestro país: GIMBERNAT ORDEIG, Estzrdios, p. 141, nota 32;
MIR PUIG, en ADPCP, 1973, ps. 327 SS., y, no sólo en el fondo sino en la tenni-
nología; RODRÍGUEZ DEVESA, PG, ps. 400 SS.;LUZÓN PENA, Diego, Aspectos
esenciales de In legítinza defensa, B de F, Montevideo, 1978, p. 251: el mismo, CUSO,
p. 300; BERDUGO, E/ delito de lesiones, 1982, p. 3 1, nota 48 (MIR PUIG, ob. cit.,
p. 130).
8 1 MIR PUIG, ob. cit., p. 130.
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s2 MERKEL, Adolf, Mnntrnl, 1889, p. 82, citado por HIRSCH, ob. cit., t. IV,
ps. 18/19.
S3 HIRSCH, ob. cit., t. IV, p. 45.
s"RANK, ZStW 14, p. 363, citado por HIRSCH, ob. cit., t. IV, ps. 49/50.
FRANK, cit. por HIRSCH, ob. cit., t. IV, p. 52.
86 FRANK, Introdz~cción,tj 4, 1, 1, a., citado por HIRSCI-I, ob. cit., t. IV, p. 55.
FRANK, cit. por HIRSCH, ob. cit., t. IV, p. 55.
en 1907, dejó su preocupación por la teoría, en especial a partir de
la obra Ubre den Azlfbau des Schuldbegrlfis.
Radbruch también compartía la posición de defensa de la
d.d.l.e.n.d.t.p., pero en este caso haciendo referencia al problema del
dolo en cuanto éste no requería la suposición de la existencia de los
elementos negativos del tipo, sino que ellas no hayan sido supuestas,
si existía la suposición de la existencia de elementos, lo que traía
serios problemas en cuanto al contenido del dologg.
Engisch también adhirió a la teoría en cuestión89.Marcaba en ese
sentido que depende del criterio que se siga, pero que es inoportuno
tener como elemento de la antijuridicidad "una cuenta especial para
las causas de justificación", y que de todas formas son elementos
negativos del tipo penal. El fundamento dado es que conforme al sen-
tido de la noma penal, si el comportan~ientotípico no fuera debido
y fuera la conducta antijurídica, también las causas de justificación
deberían pertenecer al tipo penal como "elementos limitativos del tipo
penal". Y tenía la idea que sólo en el supuesto de que por razones
didácticas se creara un estamento en la teoría del delito con el nombre
de antijuridicidad, estaría justificada la definición del delito como un
comportamiento típico, antijurídico y culpableg0.A estos argumentos
agregaba otros, en cuanto la ley expresa la incorporación de las causas
de exclusión de la antijuridicidad ya en el tipo penal cuando se expresa
con los términos "antijurídico" ($S 246,303), "en lugares, en los cuales
no se encuentra autorizado para cazar" ($ 292), etcéterag'. Sin embargo
Hirsch, con acierto, hace la crítica en cuanto Engisch equipara tipo
penal y norma penal y no tenía en cuenta que aquellos elementos no
lo son del tipo penal sólo porque se encuentren expresados en élg?.
Artl~urKaufmann es un autor del cual se puede afirmar que tiene
una posición moderna con respecto a la d.d.1.e.n.d.t.p. En ese sentido
señala que "los tipos penales modelos y las causas de justificación
c) Concepto
Se puede sostener con Hirsch que en la d.d.1.e.n.d.t.p. el tipo penal
abarca todas las condiciones de la antijuridicidad, incluyendo la falta
de causas de justificación. Las condiciones, cuya ausencia es necesaria
para la realización de dicho tipo penal, caracterizado como "tipo penal
de la antijuridicidad", son "elementos negativos del tipo". En conse-
cuencia, para la d.d.1.e.n.d.t.p. existe la antijuridicidad con la realización
del tipo penal. Tipicidad y antijuridicidad, elementos de la antijuridi-
cidad y elementos del tipo penal son idénticos. Así, conforme a la
d.d.1.e.n.d.t.p. el texto del tipo penal objetivo del 5 223 diría: "Maltrato
físico de otro o la causación de un daño en la salud de otro, salvo
durante una defensa necesaria contra una agresión ilegítima actual, y
salvo durante la eliminación de la resistencia de la persona obligada
contra una acción, la cual debe ser soportada por aquélla, a los fines
de una defensa propia (Selbsthilfe), cuando no es posible obtener ayuda
93 KAUFMANN, JZ, p. 655, citado por HIRSCH, ob. cit., t. IV, p. 234.
94 Ibídem,
95 Ibídem.
de la fuerza pública a tiempo y cuando sin una intervención inmediata
de la autoridad existiría la posibilidad de que la realización del derecho
fracase o sea agravada considerablemente, y salvo cuando..."96
En síntesis, se puede afirmar con Hirsch que los dos argumentos
básicos a favor de la d.d.1.e.n.d.t.p. han sido los siguientes: en primer
lugar, que las causas de justificación se deben incluir en el tipo penal
y con ello forman parte del citado. En segundo lugar, que el error
sobre los extremos fácticos de una causa de justificación es un error
de tipo, habida cuenta de que en el fondo se trata de una circunstancia
que hace a los hechosg7.
96 HIRRSH, ob. cit., t. IV, ps. 15/16: En la nota 85 afirma que la teoría es seguida
por: ENGISCH, en A4ezger-Festschr, p. 133; ZStW 70, ps. 583 SS.; LANGE, J Z 53,
ps. 9 SS., en KOHLR4USCH-LANGE, 4I\d., V 1, 5 59; MEZGER, íV7?V 53, p. 6;
LK, 8" ed., introd., p. 1 1 f., 11 11, 59; STuB 1, 8%d., p. 109 f., 176; SCI-IAFFSTEIN,
hrrDR 5 1, ps. 196 SS.;NJn. 5 1, ps. 691 SS.; S C I ~ D E R MDR
, 53, p. 70; ZStW 65,
p. 207, en SCH~NKE-SCHRODER,8" ed., 111 1 , 5 59; v. WEBER, Grzlndr., ps. 85
SS.;JZ 51, ps. 260 SS.; Mezger-Fesfschr, ps. 183 SS.; BUSCH, Adezger-Festschr, ps.
180 y SS.; KAUFMANN, Arthur, Unrecl7tsbevv., p. 66 f., 170 s., 178 SS., J Z 54, p.
653; JZ 56, ps. 353 SS.,y 393 SS.;ROXTN, Offene Tatbestande (tipuspenales abiertos),
ps. 121 y SS., 173 y SS.; Teorín del tiyo penal, Depalma, Buenos Aires, 1979.
97 HIRSCI-I, ob. cit., t. IV, p. 273.
AN'TIJURIDICIDAD
Y JURIDICIDAD DE LA CONDUCTA TÍPICA
e ) Co~zsecz~eracias
eiz cz.~antoal sistema tripai?ito del Derecho Penal
99 ZStW 67, ps. 210 SS.; 6" ed., p. 71: v. también el ejemplo del fallo en Neues
Bild, 2" ed., ps. 54 cs., nota.
en la ratio essendi del delito y la antijuridicidad es parte integrada al
tipo, que pasa a ser un 'tipo de ilícito'. De este modo la estructura
tripartita del delito es ahora bipartita, dividida en la antijuridicidad
típica y la atribuibilidad subjetiva. Sin embargo, esta concepción se
enfrenta a graves objeciones. El concepto delictivo bipartito no repre-
senta un mayor valor, sino una atrofia del tipo ideal de la acción, que
pierde su función básica de distinción a priori entre un acontecer pe-
nalmente relevante y uno irrelevante. Este punto de vista (cfr. Welzel,
Bild, 2 1) conduce a una inversión de las funciones; ya que la tipicidad
sólo está presente en el caso de existir una conducta antijurídica, de-
saparece el efecto indiciario del tipo y la aplicación de una causal de
justificación, la que de acuerdo a esta teoría se presenta como un
'elemento negativo del tipo', no sólo elimina la ilicitud del hecho,
sino también su tipicidad; jaque1 que obra en legítima defensa no l ~ a
matado! Con ello esta teoría cae en un círculo vicioso [...] De ella
debe distinguirse el concepto del 'tipo de ilícito' creado por Schmidhau-
ser (ob. cit., 433, y Lb, 187 y SS.). Por otro lado, la falta de causales
de justificación no formaría parte del 'tipo de ilícito'. La naturaleza
de la relación entre el tipo de ilícito y la justificación sería la de una
colisión de bienes, en la cual la lesión de un bien resulta permitida
ante el reconocimiento de otro preponderante. Por lo mismo, desapa-
recen la función indiciaria del tipo y la caracterización de la relación
entre tipo y antijuridi~idad"'~~.
Más allá de estas palabras de Maurach y Zipf, el sistema bipartito
tuvo sus partidarios. Entonces el sistema giró sobre la antijuridicidad
y la culpabilidad, pasando la tipicidad a tener una función con el fín
de obtener el injusto penal. La discusión se basaba en la relación que
existe entre tipicidad y antijuridicidad, con la consecuencia de que la
tipicidad habría de tener autonomía propia.
Sin embargo se ha replicado a esta postura, aduciendo que no es
lo mismo la vida de un mosquito que la vida de un hombre, habida
cuenta de que nunca se prohibió matar al mosquito, en tanto sí está
prohibido matar a un hombre, salvo el caso de legítima defensa. Lo
que sucede es que, producido el ataque, deben imponerse el Derecho
j5 Ibídem.
46 Ibidem.
47 Ibídem.
LASCAUSALES DE IUSTIFICACIÓN
Ibídem.
Ibídem.
50 Ibídem.
Ibídem.
52 Ibídem.
j) Los restantes fundamentos de exclusión del injusto penal: 1) 198,
la llamada protección de intereses legítimos; 1) 218 a, la impu-
nidad de la interrupción del embarazo por indicación médica; 5
240, Abs. 2, la coacción cuando el fin anlbiciocado deba ser
estimado como reprochable, lo que no sería típico en caso con-
trario; $ 253, Abs 2, la extorsión, en iguales circ~instanciasque
el caso anterior. Además, el consentiiniento, el consentimiento
presunto, los privilegios de la educación de los padres y maestros.
Todos ellos son verdaderas causas de justificación penales. Ellas
se incluyen como antijurídicas, pero no tienen un injusto mere-
cedor de pena a pesar de que corporizan una acción típica penal5).
10 La legitima defensa y el estado de necesidad justificante re-
quieren completarse a través pra7ter legeni para su conformación
como verdaderas causas de exclusión del injusto penal, como
situaciones análogas de necesidad. Esto comprende especial-
mente un grupo de casos que eliminan el injusto penal, conlo
la colisión de deberes, el estado de necesidad por coacción, la
situación de emergencia defensiva en los límites no escritos de
la legitima defensa y el estado de necesidad54.
1) Las preposiciones permisivas del Derecho Civil y del Derecho
Público, los hndamentos de la reclamación o del Derecho y
las ii~jerenciasautorizadas en Derecho Civil o Público descartan
la antijuridicidad, eliminan en consecuencia el grado de aumento
del injusto y con ello la antijuridicidad penal. Por el contrario
rigen las verdaderas causas de exclusión del injusto penal como
resultado de la organización penal sólo para la exclusión de su
propio injusto, que no es merecedor de pena, pero que no rige
con consecuencias en el Derecho Civil o Público.
También los $1) 32 y 34 StGB regulan la exclusión del injusto
sólo en el ámbito del Derecho Penal. Si ello sirve de base a
las causas de justificación positivas y generales, también tiene
influencia en el Derecho Civil y Público en donde se consideran
con fuerza justificante, de acuerdo con su fin5j.
53 Ibídem.
j4 Ibidem.
jS Ibídem.
m) El ii~diciode la antijuridicidad penal que cualifica al tipo penal
es 1-efutado cuando no es compensado el mayor moinento del
injusto por existir factores que disminuyen el injustos6.
En síntesis, se puede afirmar que todo injusto penal es simultá-
neamente injusto a efectos de todo el ordenamiento jurídico, pero no
todo injusto a efectos de la totalidad del ordenamiento jurídico es ya
injusto penal, un injusto jurídico penalinente relevante. Y esto es así
debido al merecimiento o no de pena, que tiene relación con el aumento
del grado del injusto, en relación con el bien jurídico afectado (desvalor
del resultado) y de la reprobabilidad de las modalidades de la acción
(desvalor de la acción).
59 MAURACH y ZIPF, ob. cit., t. 1, 5 25, IV, nm. 13 y 14. En forma clara sobre
la unidad del orden jurídico, TIPIFFTERER, ob. cit., p. 205.
60 ROXPN, ob. cit., t. 1, 5 14, nm. 30.
ROXI'N,ob.cit., t. 1, 5 14, nm. 31.
LAS CAUSALES DE .JUS'SIFICACIÓN
8' Ibídem.
82 ROXIN, ob. cit., t. 1, Ij 14, VI, nm. 40.
83 Ibídem.
una idea pluralista de ellas, pero, en el caso de Roxin, "perfilando la
antijuridicidad material mediante la elaboración de los principios or-
denadores sociales en los que se basa. Esos principios ordenadores se
presentan en número y combinación diferentes en las diversas causas
de justificación; operan como directrices interpretativas para concretar
su contenido y permiten ver tanto la estructura de las causas de jus-
tificación en particular como su contexto. Así, por ejemplo, la legítima
defensa (5 32) se puede explicar mediante el 'principio de protección'
y el 'principio del prevalecimiento del Derecho': el agredido puede
hacer todo lo necesario para protegerse; pero además, para afirmar la
vigencia del Derecho en la sociedad, puede ejercer la legítima defensa
incluso cuando no sería necesario para su protección (porque existiera
la posibilidad de esquivar o de pedir ayuda) C.. ] El estado de necesidad
defensivo (5 228, BGB) combina el 'principio de protección' con el
'principio de proporcionalidad': es lícito protegerse fi-ente a peligros
procedentes de cosas, por ej. (ataques de animales) con todos los medios
necesarios, pero sólo hasta el límite de la desproporción; pues, como
la vigencia del Derecho no necesita afirmarse contra las cosas, aquí
se sustituye el principio del prevalecirniel~todel Derecho por el prin-
cipio de proporcionalidad. Por otra parte, en el 'estado de necesidad
agresivo' (S 904, BCB) el 'principio de ponderación de bienes' es
atenuado por el 'principio de autonomía': puesto que el titular del
bien jurídico, cuya autonomía se ataca, no ha participado en el peligro
que hay que contrarrestar; una intromisión en su autonomía no puede
darse ya en caso de simple preponderancia del bien jurídico que se
quiere salvar, sino sólo si diclio bien es desproporcionadamente más
valioso"84.
En igual sentido se han expresado Maurach y Zipf al afirmar que
"la exposición siguiente es pluralista, en cuanto cada causal de justi-
ficación es investigada en forma independiente. Así quedará demos-
trado que, aunque no existe un deiioininador común para todas las
causales de jus-tificación, sí se dan determinados elementos de justi-
ficación comunes a todas las causales de justificación, por muy diversa
que sea su apariencia externa y, asimismo, que frente a la existencia
1. Posiciones objetivas
Las teorías causalistas, coherentes con la cuestión metodológica
que habían sostenido, en el sentido de que todo lo objetivo estaba en
el tipo y en la antijuridicidad, habían sostenido que sólo era suficiente
los MEZGER y BLEI, Strafrecht. Allgenzeit7er Teil, 1" ed., t. 1, (3 37; MEZGER,
ob. cit., t. 1, 5 27.
'O6 En la doctrina argentina puede verse Núñez, quien no sólo no se refiere al
tema del elemento subjetivo de las causas de justificación, sino que se hace una
severa critica, a nuestro juicio infundada, al desvalor dc acción. En efecto, dice el
autor citado que el concepto personal de injusto, que ha sido elaborado sobre la idea
de desvalor de 12 acción, "es el trastrueque del soporte material del injusto (el hecho),
con la razón de ser de su in-justicia (la antijuridicidad) C.. ] Pero, eso no es factible
en lo que atañe a la antijuridicidad, que no es algo material divisible, sino el resultado
de juicio de desvalor sobre la simple acción o sobre ella y su resultado, según sea
una u otra la estructura del lieclio objeto del juicio" (Ma17zlul de Derecho Pei7cd. Parte
general, Lerner, 1972, p. 182). Con lo cual se demuestra una coherente posición de
Núñez, al dejar todo lo objetivo en el injusto, y un concepto formal de la antijuridicidad,
pero al niismo tiempo, con todos los problemas que conlleva la posición causalista.
'O7 ESER y BURKHARDT, ob. cit., p. 237, afirman que cuando se niega el
elemento subjetivo de las causas de justificación, se estaría negando el significado
constitutivo de los elementos subjetivos de la justificación.
En nuestro ordenamiento jurídico sería el art. 44, Cód. Pen.
' O 9 ROXIN, ob. cit.
fundamenta su posición afirmando que "es evidente que quien actúa
ha tenido dolo de cometer un delito y lo ha traducido -según su re-
presentación- en acciones ejecutivas". Y agrega que sólo "es discutible
si las mismas están consumadas o sólo intentadas. Pero en cualquier
caso no puede ser conforn~ea Derecho una conducta que, sobre la
base de la representación del sujeto, constituye la realización de un
delito. Desde el punto de vista de la concepción del injusto hoy do-
minante y aquí también defendida, una conducta sólo puede ser además
conforme a Derecho si desaparecen tanto el desvalor de la acción
como el del resultado; y aquí sin embargo subsiste al menos el desvalor
de la acción en toda su e ~ t e n s i ó n " ' ~ ~ .
Zaffaroni, Alagia y Slokar, cambiando el primero de ellos su po-
sición mantenida anteriormente en su Tratado de Derecho Penal"',
aun dentro de la posición cercana a teorías finalistas, se han inclinado
a negar los elementos subjetivos en las causas de ju~tificación"~.Los
autores, luego de hacer una serie de consideraciones sobre las diversas
teorías, y citando a Nino, quien rechazaba los elementos subjetivos
(además de algunas construcciones dogmáticas, que el texto no dice),
afirman que "la exigencia de elementos subjetivos de la justificación
presenta serias dificultades sistemáticas no resueltas por sus partidarios.
Así sería necesario renunciar a la accesoriedad de la participación,
porque de lo contrario se presentarían casos de solución absolutamente
aberrantes: actuaría antijurídicamente el partícipe que conoce la situa-
ción desconocida por el autor. Además, dado que el agente que des-
conoce la situación actuaría antijurídicamente, sería posible actuar jus-
tificadamente a su respecto: el que impide que otro dispare a través
de una ventana sobre una persona inclinada, ignorando que ésta está
estrangulando a un tercero, podría ser muerto por quien quiere la muerte
' l 8 Derecho Perzal... ,2000, p. 573. ALAGIA, J., Genealogía del injusto ii~zaginnrio:
los linlites éticos sociales n las cnzisas de justz~cación,en Revista del Ministerio
Pzíblico Fiscnl, vol. 7, 2001, p. 182.
[ l o Con otros argunlentos niega también la necesidad de un paralelistno entre la
formación y la exclusión de lo injusto en la doctrina argentina, RUSCONI, M. A.,
Lo objetivo -Y lo sz~bjetivoen el ánzbito de la j~c~~tiJicnciór7,
en Nzieva Doctrir7a Penal,
Editores del Puerto, Buenos Aires, 1999, vol. 1999/B, ps. 504 y SS. Yei-ra este autor
cuando identifica el valor/desvalor del resultado con el tipo objetivo y el valor/desvalor
de la acción con el tipo subjetivo. Sobre ello véase GIL GIL, Ln nzcsencin... cit., ps.
107 y SS. Y tampoco conlparto en absoluto su idea de que la justificación puede
tomar en consideración infinidad de razones para concluir el permiso de la acción
que no tienen ni por asomo explicación desde la "especificidad" de aquello que excluye.
Si Rusconi encuentra una causa de justificación que no tenga como fi~ndamentola
exclusión de lo injusto por una compensación del desvalor de acción mediante la
realización de un valor de acción deberá pensar simplemente que aquello no es una
causa de justificación. En la legítima defensa el fundamento también es, en contra
de lo que pretende Rusconi, p. 514, el interés preponderante, sólo que aquí se coloca
en un lado de la balanza, junto al interés en la defensa del bien jurídico amenazado
por la agresión ilegítima, el interés en la defensa del ordenamiento jurídico. Resulta
sorprendente además que califique el análisis del contenido de lo injusto para estudiar
su posible exclusión mediante compensación de "débil juego dialéctico" -p. 510-
cuando él mismo no ofrece una explicación mejor al funcionamiento de la justificación
y cuando frente a su pretensión de que hoy en día los conceptos de "desvalor de
acción" y "desvalor del resultado" pertenecen a intuiciones poco visibles, en realidad
los conceptos conservan plena vigencia incluso revitalizada por la más moderna teoría
de la imputación objetiva -véase por todos FRISCH, Coi7zportanziento tbico e im-
putación del resultado, Madrid, 2004; FRISCH y ROBLES PLANA, Desvalorar e
inzpzitnE . . cit.- y únicamente carecen de "visibilidad" para una construcción minoritaria
que prescinde de las normas de determinación para la identificación de lo injusto y
que resulta por ello, como apunto en el texto, insuficiente.
mática en la antijuridicidad, igual que ocurrió cuando se descubrieron
los primeros elementos subjetivos de lo injusto, no es argumento en
contra de la corrección de la afirmación primera sino que sólo de-
muestra que algunos se han quedado en aquel primer paso sin llegar
a comprender y ubicar correctamente estos elementos. Afirmar un in-
justo dualista que reconoce un desvalor de acción integrado por el
dolo y los demás elementos subjetivos de lo injusto y negar la misma
estructura a la justificación no puede verse hoy sino como una grave
contradicción, como también lo es la postura contraria: la defensa de
un injusto y una justificación meramente objetiva y la admisión si-
multánea de excepcionales elementos subjetivos de lo injusto y de
justificación" Izo.
Afirina en este sentido que existe, tanto en estos autores como en
otros que han defendido una posición similar, una errónea comprensión
de los elementos subjetivos de justificación. Y agrega que estos pro-
blemas "no son, sin embargo, exclusivos de los autores argentinos
comentados, sino que, como veremos, han sido conlpartidos por la
doctrina alemana y española que, reconociendo un elemento subjetivo
congruente con el tipo objetivo de todas las causas de justificacióln,
niega, sin embargo, la exigencia de determinados elementos subjetivos
de justificación trascendentes al tipo objetivo de ju~tificación"~~~.
Ya hemos sostenido y en este aspecto lleva razón Alicia Gil Gil
cuando afirma que "En primer lugar podemos constatar la tendencia
de estos autores en numerosas ocasiones a lo largo de su argumenta-
ción a identificar erróneamente los elementos subjetivos con «motivos>>
(Alagia), «creencias» (Zaffaroni, AIagia, Slokar), un «animus desobe-
diente a la voluntad del Estado)) (Zaffaroni, Alagia, Slolcar), «subje-
tividad o ánimo» (Zaffaroni, Alagia, Slokar), ctcomponentes del ánimo
sin relevancia limitante...»"12' Aunque aclara: "No creo, sin embargo,
que confiindan los elementos negados con detemiinados motivos o
mbviles, como hacen muchos autores alemanes y españoles y algún
argentino respecto del elemento subjetivo de justificación trascendente
I2O GIL GIL, ¿Es posible conveniente una jzutiJicación meramente objetiva?
cit., ps. 89 y SS. Además, La ausencia... cit., ps. 8 y SS.
l2I GIL GIL, ¿Es posible ...? cit., p. 90.
i22 GIL GIL, ob. cit., p. 90.
para a continuación negar dicho elemento, dado que los profesores
argentinos, cuya obra comento, en otras ocasiones definen con correc-
ción absoluta el contenido de los elementos a los que se están refiriendo
como la conciencia de la situación y la voluntad dirigida al fin res-
pectivo, por lo que creo que más bien las alusiones a motivos o ánimos
no son en la argumentación de Zaffaroni, Alagia y Slokar otra cosa
que una estrategia argumentativa que pretende simplemente teñir aque-
llo que se rechaza con la carga peyorativa que conllevan los términos
que se le apli~an""~.
Por esa razón la autora afirma que el fundamento de los autores
puestos en crisis está en la concepción que tienen de la justificación.
Además, afirma, que estos autores ponen algunos inconvenientes que
no tienen solución en la teoría que acepta los elementos subjetivos.
!25 Z.4FFARON1, ALAGIA y SLOKAR, citado por GIL GIL, ob. cit., p. 93.
126 GIL GIL, ob. cit., p. 93.
'21 GIL GIL, ob. cit., p. 93.
crisis, tiene además dos fuentes de problemas que hemos hecho notar.
Al aceptar la teoría de la tipicidad conglobante, no hay dudas de que
estamos dentro de la teoría de los elementos negativos del tipo, que
es una contradicción obvia en estos autores, por una parte, y, por otra,
una especie de negación a la teoría de los valores, que viene dada por
el rechazo en bloque de todo lo que el neokantismo aportó a la dog-
mática penal.
En tercer término, Gil Gil asevera que cuando los autores antes
citados sostienen que "no debe considerarse antijurídica una conducta
típica cuando con ella se previene sin saberlo un mal mayor o se
repele sin querer una agresión, porque la conducta no ha dado lugar
a una situación indeseable que el Derecho trate de pre~enir""~,tienen
un nuevo problema para explicar. En efecto, cómo explican los autores
de qué manera se pueden prevenir resultados si no es a través de
normas de conducta, con los llamados imperativos. Esta afirmación
está basada en la concepción de Gil Gil, creo que no rechazada an-
teriormente por los autores criticados, de que el "ordenamiento no
puede prohibir ni permitir resultados, sólo puede prohibir o permitir
acciones dirigidas por la voluntad a un determinado resultado o que
conlleven una determinada probabilidad de un resultado. Una conducta
para poder ser prohibida o permitida tiene que poder definirse como
tal en el momento en que se comienza. La conducta no puede resultar
prohibida o permitida a posteriori, dependiendo únicamente del resul-
tado final producido, pues si fuera así el hombre no podría dirigir su
comportamiento en el momento de actuar conforme a las normas, de-
caería por tanto el efecto motivador, director de conductas, de la norma
(ya antes que el de la pena al que se refieren estos autores). La postura
contraria a la admisión de elementos subjetivos de justificación es
contraria a la concepción personal de lo injusto hoy d~rninante""~.
De modo que a nuestro juicio, lo que falta en este punto es el desarrollo
de una teoría de las normas o, lo que es más grave, el regreso a la
teoría causal y los problemas del análisis ex posti30.
' 2 8 ZAFFARONI, ob. cit., p. 574, N" 8, con la cita de Nino antes riiencionada,
ahora todo citado por GIL GIL, ob. cit., p. 94.
' 2 9 GIL GIL, ob. cit., ps. 94 y 95.
I3O En este sentido debe verse Frisch que expresamente refuta esa posición y
Siguiendo con esta idea de la noma de determinación y su función,
afirma Alicia Gil Gil que "una concepción del Derecho Penal que
pretenda prescindir de las normas directivas de conducta conseguirá
ser otra cosa que un administrador de responsabilidades, pero no podrá
cumplir el fin de protección de bienes jurídicos para el que resulta
imprescindible articular el Derecho Penal como un sistema de normas
de determinación tras las que subyacen las valoraciones sobre los bienes
jurídicos y sobre las conductas que atentan contra los mismos y que
la pena en su función de prevención general positiva tiene la misión
de coi~firmar.Ni tan siquiera la más moderna revisión de la teoría de
la imputación objetiva está dispuesta a prescindir de la distinción entre
desvalor de acción y desvalor de resultado y a partir en la definición
de lo injusto de normas de determinación de conductas, única con-
cepción del Derecho Penal compatible con la defensa de la prevención
general positiva como del fin de la pena"I3'.
En cuarto término Gil Gil se refiere a la idea de los autores que
sostiene que "nadie tiene por qué saber en qué circunstancias actúa
cuando está ejerciendo un derecho, pues el ejercicio de los derechos
no depende de que el titular sepa o no sepa lo que está haciendo" o
que "no puede admitirse que las conductas justificadas son antijurídicas
cuando los autores no sabían lo que hacían, pues con idéntico criterio
cabría restarle a una persona el derecho a profesar libremente su culto,
cuando crea que está haciendo otra cosa"I3'. Para ello recurre a un
ejemplo en el cual una persona secuestra a otra para pedir rescate,
pero no sabe que la policía conoce los planes, y lo detendrá cuando
llegue a su casa, porque la persona que ha sido secuestrada es otro
delincuente buscado también por la policía. La pregunta de Gil Gil,
de si hay un derecho a secuestrar personas si éstas acaban siendo
detenidas por la policía sin que el secuestrador lo esperase, tiene una
respuesta más que lógica en el sentido negativo.
13' ZAFFARONI y otros, ob. cit., p. 577, citado por GIL GIL, ob. cit., p. 96.
'34 GIL GIL, ob. cit., con cita de FRISCH, Grund zind Grenzprobleine des sog.
sz,bjelctiven Rechtfertigzrngselenzents cit., p. 136; Vorsatz zind Risilco cit., ps. 55 y
SS.; VALLE, E/ elemento subjetivo, p. 75; RUDOLPHI, Rechtfertigzingsgründe iin
Strafiecht. Ein Beitrag zur Ftrnktion, Strzrktzir tind den Prinzipien der Rechqertigzrng
cit. p. 3 80; LUZÓN, Curso. .. cit., p. 600; WOLTER, Irnpzrtación objetiva JI personal
a títzllo de injzisto. A la vez zina contribzlcióíz al estudio de la "nberratio ictzrs", en
E/ sistema moderno del Derecho Penal, Estudios en Honor de Claus Roxin en su
50" Aniversario, Tecnos, Madrid, 1991, p. 114; MIR, Parte general cit., ps. 250,
420 y SS.
zación no es posible en las causas de justificación mutiladas de varios
actos, y en segundo lugar que esta construcción llevará alxastigo del
individuo que verdaderamente intente defenderse de una agresión ile-
gítima con una acción insuficiente para ello, lo que me parece desde
todos los puntos de vista inaceptable"13j.
Y entrando a explicar el problema, Gil Gil dice que "respecto del
primer problema anunciado es preciso recordar que la objetivación no
es posible en las causas mutiladas de varios actos ni en las de mero
resultado cortado cuando la acción justificante no ha alcanzado todavía
el grado de tentativa acabada respecto del resultado valorado. La ob-
jetivación de la justificante, al igual que la de lo injusto, sólo es posible
en situaciones de tentativa acabada, pues sólo en ellas es posible apre-
ciar de forma objetiva la idoneidad o la peligrosidad de la acción, es
decir, apreciar su capacidad para producir un resultado sin tener en
cuenta necesariamente la voluntad de actuar, la finalidad, del sujeto
(elementos subjetivo^)"^^^. Y agrega: "qor ello esta construcción falla
cuando se enfrenta a la tentativa inacabada o a los delitos mutilados
de varios actos y a las causas de justificación mutiladas de varios
actos, pues en ellos no es posible definir lo injusto o lo justificante
con criterios meramente objetivos y no resulta coherente que en una
tentativa inacabada o en una causa de justificación mutilada de varios
actos se deba reconocer necesariamente coino elemento de lo injusto
o de lo justificante un elemento subjetivo consistente en una determi-
nada voluntad de actuar, una finalidad -con independencia de que
además después se exija la idoneidad objetiva de dicho plan (elemento
subjetivo)-, y ese elemento desaparezca conlo fundamento cuando la
ejecución ha avanzado hasta la situación de tentativa acabada"137.Para
reforzar su posición crítica recurre a un ejemplo del médico que con-
duce a veiocidad excesiva colocando en peligro la vida de terceras
personas, pero tiene la intención de salvar la vida de otro ser humano.
Es más que claro, apunta Gil Gil, que la acción de conducir imprudente
no puede juzgarse que es salvadora, salvo que se recurra al elemento
subjetivo, esto es, analizar cuál es la voluntad del sujeto, su intención
A no actúa en legítima defensa por no tener voluntad de defensa y que por tanto X
se puede defender de los golpes de A".
145 GIL GIL, ob. cit., p. 116. Adeinás véase lo que se dice sobre el punto en esta
obra cuando se trata la legítima defensa.
146 GIL GIL, ob. cit., p. 116.
GIL GIL, ob. cit., p. 116.
su pensamiento que "la acción potencialmente salvadora que no es
una acción de salvación, es a la vez una acción de lesión de un bien
jurídico, frente a la que cabe por tanto legítima defensa. Nos encon-
tramos finalmente en una situación de conflicto de intereses o incluso
de deberes, en la que el sujeto debe elegir entre la posibilidad de
impedir la acción, lo que supone defender al Derecho y evitar la lesión
de un bien jurídico o no impedirla, lo que supone respetar el Derecho,
la prohibición jurídica de no impedir la salvación de un bien jurídico ..."
Luego, "Nos encontramos, por lo tanto, ante un estado de necesidad
(o ante la causa de justificación de obrar en el cumplimiento de un
deber) en el que habrá que ponderar el mal causado si se impide la
acción y el mal causado si no se impide"'48. Se trata, a los efectos de
especificar más la conducta, de que no es la aplicación de un estado
de necesidad frente a una legítima defensa, sino del estado de necesidad
que debe elegir entre dos bienes: "A que se puede salvar lesionando
otro C en legítima defensa y otro B que está prohibido lesionar (también
impidiendo su salvación) pero cuya lesión estaría amparada por el
estado de necesidad al ser la consecuencia de haber optado por la
salvación de A"'49.
Vemos el ejemplo que la profesora española trae a cuento: La esposa
E ve como un tercero T dispara contra su marido M, sin saber T -
aunque sí lo sabe E-, que M, por su parte, agredía a V. El razonamiento
en este caso es el siguiente: En caso de que la acción de T estuviera
justificada (salvación de V), no podría existir en contra de esa conducta
legítima defensa y por lo tanto la esposa no podría salvar a su marido.
Para la solución dada por Gil Gil a este caso (y aún más con la de
la tentativa, salvo que ésta sea inidónea, no peligrosa y excluya la
posibilidad de que se considere agresión ilegítima), la acción de T es
ilícita y cabe impedirla alegando legítima defensa. Además E tiene
prohibido impedir la salvación causal de V y es aquí donde se plantea
el estado de necesidad -o la colisión deberePo-.
Como se vio, cuando se explicó la teoría actual de Zaffaroni, Alagia
Ij1 ZAFFARONI, ALAGIA, SLOKAR, Porte gener~ri,p. 575, ahora citado por
1976, en donde se insistía en este probletna, y de alguna forma insistía en "lo peligroso
de la teoría de Welzel", en cuanto llevada a la idea cercana al marxismo, claro que
lo digo luego de la conferencia.
Is3 GIL GIL, ob. cit., p. 120.
el tipo imprudente ha quedado justificad^"'^^. Volvamos a un ejemplo
que la propia autora modifica a los efectos de entender el problema:
en el caso del médico que lleva su auto a una velocidad excesiva y
por eso embiste por detrás a otro conductor. Otra vez la cuestión es
clara y no es un problema ético, sino de dogmática, en el sentido de
que la mera justificación objetiva nada dice sobre este punto. "Sólo
atendiendo a la finalidad del sujeto: si se proponía llegar a tiempo
para atender a un enfermo en peligro de muerte o si por el contrario
quería llegar a casa a tiempo para ver el partido de fútbol, podremos
decidir si se trataba o no de una acción de salvación que justificó el
delito irnprudente"'j5, afirma Gil Gil, y lleva razón. En otras palabras,
confundir acción libre y final es a nuestro juicio un regreso a lo causal.
Por último, no entendemos con Gil Gil la recurrencia a la Cons-
titución en este caso. Se trata de cuestiones distintas y colocar la Cons-
titución en estos temas, nos parece que oscurece el panorama, porque
con ese criterio, lo subjetivo en el tipo también seria analizable desde
esa perspectiva. De lo que se trata es de hacer o no una dogmática
coherente, es obvio, de acuerdo con un sistema constitucional, derno-
crático, social y respetuoso de los principios liberales. Claro que si
se insiste en que los elementos subjetivos tienen que ver con la ética
la cuestión no tiene solución.
Ij7 DONNA, Edgardo, El concepto objetivado del dolo, en LB ciencia del De~vcho
Penal ante el mievo siglo (homenaje al Profesor Jos6 Cerezo Mir), Tecnos, Madrid,
ps. 671 y SS.
158 CEREZO MIR, ob. cit., t. 11, p. 196, nota 44.
'59 CEREZO M R , ob. cit., t. 11, p. 196.
I6O CEREZO MIR, ob. cit., t. 11, ps. 1981199.
LASCAUSALES DE JUSTIFICACIÓN
1 7 ' HIRSCH, Leipziger Kommenta K.. cit., vor 5 32, nm. 50 y ss.
I7%SER p BURKHARDT, ob. cit., p. 237.
que se puede hacer a esta posición objetiva, frente al análisis antes
mencionado, es que ella está en contradicción con la forma en que se
han legislado las causas de justificación, ya que ellas exigen el elemento
subjetivo, y esto vale tanto para la legislación alemana como para la
argentina' 7 3 .
A este argumento, por demás decisivo, se agrega otro, que es más que
importante. El objeto de las causas de justificación son los comporta-
mientos humanos, especialmente la acción -especialmente las acciones
y no un estado o situaciones objetivas-, que debe perseguir, como se ha
explicado, un fin, además de ser libre y en este caso de manera excep-
cional fundamentar una causa de justificación que le permita actuar
dentro del D e r e ~ h o ' De
~ ~ esta
. forma es acertado decir que el derecho
que se encuentra en el ámbito de las causas de justificación está ligado
a la valoración de la conducta. En este sentido, en la legítima defensa, el
orden jurídico se encuentra protegido en tanto en cuanto exista el fin de
protección del orden jurídico como tal, en contra del injusto por parte del
agresor y no cuando el sujeto que aparentemente se defiende no sabe de
ello y actúa con voluntad criminal, y especificarnos, porque luego se
confunde nuevamente como en el dolo, las motivaciones internas, los
deseos, con el concepto de dolo. Lo que existe acá, cuando no existe el
elemento subjetivo, es la falta de voluntad, esto es, de actuar a favor del
orden jurídico. La a~ltorizaciónen el caso de la legítima defensa, en el
caso de lesión o muerte del agresor, existe porque este resultado es
socialmente valorado de manera positiva por el orden jurídico. De este
modo lo que se valora es la conducta libre en la causa, que repele el
ataque sabiendo su existencia y la voluntad positiva de hacer valer tal
orden jurídico. La concepción que sostiene que basta solamente el
elemento objetivo de las causas de justificación no sólo desconocen esto
sino que además acepta que la conducta con voluntad criminal se
convierta en una conducta lícita. Insistimos, no en el mero deseo, sino
en su voluntad de e j e ~ u c i ó n ' ~ ~ .
3. Posiciórz intermedia
Luzón Peña asegura que "se deben rechazar estas soluciones y dar
la razón a la posición que sostiene que las causas de justificación no
requieren de modo general tales elementos subjetivos, salvo en alguna
en que Ia ley lo exija inequívocamente, aunque, eso sí, es preciso
conocimiento de la situación justificante. En la mayoría de las causas
de justificación, en el aspecto formal, los términos legales obrar 'en
defensa', 'en cumplimiento del deber', etcétera, no significan necesa-
riamente para defenderse, etcétera, sino se pueden perfectaincnte in-
terpretar en sentido objetivo como obrar defendiéndose o defendiendo
a otro, cumpliendo un deber o una orden, o ejerciendo un derecho,
cargo o profesi6n con independencia del ánimo o propósito que guíe
al sujeto. Y desde el punto de vista material, que es el decisivo para
optar entre las dos interpretaciones literales posibles, si el sujeto conoce
la situacibn objetiva justificante, no hay desvalor de acción alguna,
por lo que no hace falta ningún 'valor positivo de la acción' para
I x 5 FRTSCH, Fest. fiii* Laclcner, citado por MAURACH y GOSSEL, ob. cit., t. 11,
6 44, 1, nm. 17.
l 8 W U R A C H y GOSSEL, ob. cit., t. 11, 44, 1, nm. 17.
Ahora bien, Gossel fundamenta esta posición afirmando que no
habría inconvenientes en afirmar la exigencia de elementos objetivos
y subjetivos en las causales de justificación, también en los delitos
imprudentes, ya que la falta de uno de ellos elimina el permiso como
tal. El problema está en lo siguiente: quien acepte que debido a que
el conocimiento de una situación objetivamente justificante es consi-
derado como necesariamente ligado con la representación de la con-
ducta dañosa al bien jurídico, debe sin duda prescindir del elemento
subjetivo en los tipos imprudentes (Frisch y Schaffstein), no podrá
reconocer causas de justificación con respecto a los hechos impruden-
t e ~ ' El
~ argumento
~. en contra de esta posición es que estas posiciones
confunden o equiparan a los elementos típicos subjetivos (dolo; pre-
visión o recognoscibilidad del perjuicio evitable del bien jurídico) con
elementos subjetivos de la justificación. Y aclara Gossel: "Mientras
el tipo subjetivo se refiere a la realización del tipo objetivo, el objeto
del elemento subjetivo de justificación está constituido exclusivamente
por la situación justificante, sin consideración del conocimiento acerca
de la realización del tipo objetivo. Es perfectamente posible delimitar
la conciencia en cuanto a que con la acción concreta se transgrede o
respeta el límite trazado por el ordenamiento jurídico (puedo defen-
derme del agresor con un tiro de advertencia dirigido al piso; puedo
ejecutar una operación si ella representa un medio curativo que permite
abrigar esperanzas de éxito), de aquella conciencia que me permite
afectar un bien juridico, mediante una acción que se considera permitida
(previsibilidad del efecto mortal de un disparo de advertencia que
yerra el blanco; previsión o previsibilidad del resultado mortal de la
operación). Si el autor se dice a sí mismo: en consideración de las
circunstancias concretas (objetivamente justificantes) puedo ejecutar
la acción concreta (disparar, conducir un vehículo motorizado), enton-
ces el elemento subjetivo justificante está presente (incluso errónea-
mente) con independencia de que el autor se haya representado o no
el perjuicio del bien juridico así producid^"'^^. De este modo, en la
legítima defensa se exigirán el reconocin~ientode los l~echosfundantes
de la legítima defensa y la voluntad defensiva; en el estado de necesidad
' 9 3 GIL GIL, ob. cit., p. 92. Agrega la autora que siguen esta posición, entre
otros, Luzón Peña, Roxin, Stratenwerth, Jescheck-Weigend, Rudolphi, Schünemann,
Zipf y Frisch.
194 NINO, Carlos, La legítinza defensa, Astrea, Buenos Aires, 1982, p. 126; MEZ-
GER, ob. cit., t. 1, 5 31, en especial ps. 380, 382, 385.
195 ROXIN, ob. cit., t. 1, § 14, VIII, nm. 51 y SS.
embargo eso es lo que falta Y agrega que no se debe admitir
que la solución de la tentativa conduzca a lagunas de punibilidad,
debido a que cuando el legislador renuncia a la punición de la tentativa,
"el dolo malo en una conducta objetivamente adecuada no es más
merecedor de pena que cuando falta el resultado típico. Además, sólo
apreciando una tentativa inidónea se puede explicar el que no sea
posible defenderse frente al hecho de quien actúa objetivamente en el
marco de la justificación; pues contra una tentativa inidónea no cabe
legítima defensa. Por el contrario, la consumación de un delito debería
poder ser impedida mediante legítima defensa"'97.
Pero el mismo autor afirma que la cuestión cambia en las causas
de justificación mutiladas de dos actos. "Quien detiene a alguien dán-
dose los requisitos del 127 StPO, sin pretender conducirle para su
procesamiento penal, responde penalmente por detenciones ilegales
consumadas (S 239). Pero nuevamente ello no constituye una excep-
ción, sino que se deriva de que ya objetivamente sólo falta el desvalor
del resultado cuando la detención particular aparece como paso previo
a la custodia
En igual sentido Luzón Peña asevera que "una extendida tesis sos-
tiene que en todas las causas justificantes debe concurrir un elemento
subjetivo de justificación, concretamente el ánimo específico o móvil
de cumplir la actuación justificante, el animus defensionis o defendendi
en la legítima defensa, el anirnus salvationis o salvandi en el estado
de necesidad, el ánimo precisamente de ejercer un derecho o el cargo
o de cumplir el deber, etcétera. Esta exigencia se basa, por una parte,
en la interpretación del tenor legal de obrar en defensa, obrar en el
curnplinliento de un deber o en el ejercicio de un derecho, oficio o
cargo" u obrar en virtud de obediencia debida como equivalente a
obrar para defender(se), para ejercer el derecho, oficio o cargo o para
cumplir el deber o la orden obligatoria, y, por otra parte y sobre todo,
en que no basta con la situación objetiva de justificación y la elimi-
nación del desvalor del resultado o del hecho, pues para contrarrestar
d) Toma de posición
La cuestión parece sencilla y, es más, la discusión sólo parece
admisible en cuanto se partan de distintas posiciones, que luego frente
a problemas concretos parecen olvidarse, entonces surgen las incol-ie-
rencias del sistema. Éste parecería ser el problema básico: la falta de
coherencia.
Nosotros hemos sostenido en el tomo primero de esta obra, entre
otras cosas, que sólo es posible hacer una imputación al sujeto libre,
esto es, si bien es necesario que exista en los delitos de resultado un
curso causal probado bajo el rigor del método científico, la verdadera
imputación debe hacerse al sujeto que pueda dirigir la causalidad, de
modo que quien esté impedido de hacerlo no podrá ser imputado de
un resultado delictivoY7. La segunda afirmación que hicimos es que
si se adopta la teoría del injusto personal, y no hay otra alternativa,
frente a la posición teórica antes mencionada, se debe aceptar que el
resultado forma parte de la acción dominada por la voluntad del sujeto.
Luego, así como a nadie se le pueden imputar puras relaciones causales,
tampoco el Derecho puede otorgarles relevancia alguna, salvo que se
retroceda nuevamente a teorías superadas, tanto porque no eran me-
todológicamente aptas como tarnpoco capaces de resolver problemas
fundamentales, y menos aún los casos en concreto. En consecuencia,
quien se defiende, sin saber que existe una agresión ilegítima y menos
aún con la voluntad de hacerlo, más allá de sus motivos personales,
1. Antecedentes
1. El proyecto del doctor Tejedor1
El proyecto de Tejedor era sumamente explícito y había sido in-
fluido directamente por las ideas del idealismo alemán, que habían
llegado por el Código de Baviera al que cita de manera explícita y
que de alguna forma alcanzaron al proyecto de Moreno. En el ar-
tículo 7" del Título 3" regulaba la llamada Defensa legítima general:
''Toda persona está autorizada para hacer uso de su fuerza personal
con el fin de desviar de sí mismo o de los demás las violencias
ilicitas y los ataques criminales contra las personas, o los bienes,
cuando es imposible solicitar el auxilio en contra de tales actos, o
cuando la intervención es impotente para reprimirlos. La violencia
ejercida contra el agresor, el daño que puede causársele y la muerte
misma que puede dársele, en caso de legítima defensa, no están sujetos
a pena alguna siempre que se traspasen los límites legales fijados en
este Código".
La nota cita al artículo 125 del Código de Baviera y afirma entre
otras cuestiones: "La definición de la legítima defensa supone un pe-
del otro, mediando las dos primeras circunstancias del inciso anterior,
y la de no haber participado el tercero en la provocación suficiente
que hubiera hecho el agredido.
La Exposición de Motivos dice: "La defensa propia queda consa-
grada en los mismos términos y condiciones que establece el Código.
A continuación de los requisitos que debe reunir, para ser legítima,
añadimos que se entenderá que éstos concurren respecto de aquel que
durante la noche rechaza el escalamiento o fractura de los cercados,
paredes o entrada de una casa o departamento habitado o de sus de-
pendencias, cualquiera que sea el daño ocasionado al agresor".
Esta cláusula consagra la presunción de derecho que, como tal,
cederá a la prueba contraria. Su fundamento no puede ser más obvio.
El escalamiento, llevado a cabo durante la noche, es una agresión
ilegítima gravísima, que ningún motivo puede justificar, y que, por lo
común, se produce sin provocación suficiente, y aun sin provocación
de cualquier entidad. En semejante situación, es racional la necesidad
del agredido de emplear todos los medios seguros a su alcance para
repeler el ataque y prevenir sus consecuencias. El momento de la
agresión, la ignorancia misma en cuanto a la importancia de ésta y
todo lo que entra en los designios del agresor y la inminencia del
peligro demuestran la necesidad de que el agredido se silva de los
medios más rápidos y adecuados para detener y rechazar el ataque.
En ese momento y en esas circunstancias no es posible exigirle -ya
que sería imprudente de su parte que lo hiciere- el examen de si, por
el medio de otro medio, menos susceptible de dañar, podría obtener
el resultado apetecido. Si se distrajera en esto, quizá cuando se resol-
viese obrar hese demasiado tarde. Por otra parte, la cláusula en cuestión
no es, en suma, sino el precepto contenido en el número 11, artículo 8 1
del Código, expuesto de una manera más clara y precisa, que hará im-
posibles las conjeturas y las interpretaciones varias a que se presta hoy.
El número 9 del articulo 81 del Código legitima la defensa a favor
de varios parientes -de los ascendientes, descendientes, cónyuges, her-
manos, afines en iguales grados y consanguíneos, hasta el cuarto grado
civil- en las mimas condiciones de la defensa propia, pues exige la
primera y segunda circunstancias de ésta y la de que, en caso de haber
precedido provocación de parte del acometido, no tuviera participación
en ella el defensor. El núinero 10 se refiere a la defensa de un extraño,
y requiere, para que sea legítima, más requisitos. No solamente exige
todos los de la defensa propia, sino también que la agresión sea grave.
La teoría de defensa familiar es antigua en la legislación española.
Del Código Penal español la ha tomado, casi textualmente, el argentino.
La razón de la defensa, en el que rechaza un ataque a su vida, a su
integridad personal o a sus derechos, no es un sentimiento o una afec-
ción: es la necesidad de conservarse, es la necesidad de proteger el
derecho, en los casos y en los momentos en que la autoridad no puede
acudir para contrarrestar la fkerza y prestar a las personas agredidas
el amparo que les debe.
El fundamento de la propia defensa, la necesidad de proteger el
derecho, es también el de la defensa de un tercero, sea o no pariente
del defensor. La defensa propende a la consecución de los mismos
fines: obrar en idéntico sentido que la administración de justicia. Donde
no alcanzan el amparo y la acción de los poderes públicos, la acción
individual es legítima, y la defensa que un hombre hace de su derecho
o del derecho ajeno repercute en la sociedad e importa indirecta, pero
realmente, la defensa del derecho de todos, porque lleva a todos la
seguridad de que el derecho, en cualquiera que sea ultrajado, encontrará
otros protectores además de la autoridad. La asociación se siente tran-
quilizada por la defensa, de la misma manera que se alarma, se inquieta
y sufre por la ejecución del delito, sea cual fuere la víctima de éste.
Por otra parte, la teoría de la defensa familiar tropieza con un
inconveniente de primer orden. Los afectos hacia los parientes faltan
algunas veces, y aunque se presumiera que existen siempre, no serían
ni son de igual intensidad respecto de todos. Coeteris paribus; el amor
hacia un hijo difiere del amor hacia un ascendiente -el primero es
más vivo, más grande que el segundo-, el amor hacia un cónyuge
difiere del amor hacia un hermano o afín, y el amor hacia un hermano
del amor hacia otro consanguíneo, más remoto. Si la teoría en cuestión
fueie fundada, la lógica y la verdad exigirán que se concediesen fa-
cultades rnás amplias para la defensa de los parientes, respecto de los
cuales el cariño debe ser naturalmente mayor; y que esas facultades
disminuyeran a medida que los afectos fuesen o debiesen ser menores,
para desaparecer coinpletamente respecto de aquellos a quienes no se
tuviere afección alguna. Se llegaría, así, a considerar inadmisible la
defensa de todo pariente desconocido, o al cual ningún afecto nos
vinculara, y de todos los extraños, desconocidos o no, relacioi~adoso
no con nosotros, que nos fueran indiferentes. Estas consecuencias serían
lógicas.
Los afectos de un pariente hacia otro, o de un hombre hacia otro
hombre, en casos determinados, pueden disculpar, pueden excusar la
comisión de actos vituperados y reprimidos por la ley; pero no pueden
fundar el ejercicio de un derecho o el uso de la fuerza o de un medio
indispensable para proteger el derecho.
No nos detendremos ahora en la anomalía que resulta de la ley,
en cuya virtud el pariente defensor tiene poderes más extensos que el
agredido, desde que no se justificaría la defensa propia de ese agredido,
cuando hubiera motivado el ataque con provocación suficiente, y se
justificaría la que en su favor hiciera un pariente que no hubiese in-
tervenido en dicha provocación. Nuestro pariente podría liacer en nues-
tra defensa lo que no podríamos hacer nosotros mismos.
Las observaciones apuntadas, el ejemplo de las legislaciones más
recientes y las críticas l1eclias al Código español y al nuestro por alguno
de sus conlentadores, nos han decidido a suprimir la disposición que
consagra la defensa familiar. La defensa de pariente queda incluida en la
defensa de terceros, a que alude el número 9 del proyecto. En cuanto al
contenido de este número, hemos eliminado de él la exigencia de que la
agresión sea grave, porque si la defensa efectuada por un tercero tiene el
mismo fundamento que la defensa propia, idénticas deben ser las condi-
ciones de justificación de una y otra. No hay razón para exigir más al
tercero que, acaso, se expone generosamente a favor de otro.
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8. El concepto de la reformag
Los antecedentes recordados ponen de nianifiesto que el Código,
sin alterar los conceptos fundanientales, ha modificado las disposicio-
nes en vigor antes de su sanción. La reforma, que no ha transformado
el punto de vista fundamental, lia consistido en presentar los preceptos
de manera más sintética y dar mayor margen de apreciación a los
jueces.
Así, en el Código anterior, se hablaba: 1") De la defensa propia
de los derechos; 2") De la defensa de la persona o derechos de los
ascendientes, descendientes, cónyuge y hermanos; de los afines en los
mismos grados y de los consanguíneos hasta el cuarto grado civil; 3")
De la defensa de la persona o derechos de un extraño; 4") Del que
liiere o mata al que pretende penetrar en su domicilio por escalamiento,
fractura o fuerza, o al que encontrase dentro de su hogar, siempre que
haya resistencia; y 5") De la mujer que hiere o mata al que intenta
violarla o robarla.
No se comprenden en esta enumeración los incisos 1 1 y 13 del
artículo 81 del antiguo Código, porque no señalan casos de defensa
legítima sino de presunta perturbación en el ejecutor. Ante el hecho
supuesto, se consideraba que la reacción era, si no justa, por lo menos
explicable.
138
que un acto semejante importa una agresión ilegítima que autoriza la
defensa de la persona y de los derechos. La disposición era, así, re-
dundante, y, por tanto, inconveniente.
2. El idealismo alemán
a) El concepto de legítima defensa en Knizt
Ya hemos explicado, en el tomo primero de esta obra, la filosofía
jurídica de Kant, de modo que no se insistirá en este momento sobre
ello y necesariamente debemos hacer remisión a lo allí expresado.
Sólo se harán algunas referencias aliora a nuestro tema. Si bien no
hay una específica mención de la legítima defensa en las obras de
I<aiit, no hay que olvidar que el contrato aparece -no como un hecho
histórico-, sino como un postulado de la razón práctica. De esta con-
PUFENDORF, Samuel, De iure naturae et gen ti un^, Lib. 11, Cap. V; WELZEL,
Die Natztrrechtslel~rSanzzrel PzfendorJ; p. 88; BITZILEKIS, ob. cit., p. 25.
2 1 Véase BINDiNG, Handbuch, t. I, p. 733; BITZILEKIS, ob. cit., p. 26.
cepción se deduce que el sujeto tiene el derecho de defender su esfera
individual, al no estar el Estado como custodio del contrato, por eso
rige nuevamente el estado de naturaleza. En Kant, en definitiva, la
legítima defensa no es un puro derecho, sino, mucho más, un deber,
un mandato a priori de la razón legisladora. Esto convierte la legítima
defensa en Kant en un tema de fuerte impronta individualista".
146
abstracto, la moral y la moralidad (costumbre). Y seguidamente el
Derecho de Familia, de la sociedad civil y el Estado. La parte del
Derecho abstracto contiene la descripción del ser externo de la voluntad
libre. La rnoral, el ser interno de la voluntad, la decisión de la voluntad
del particular. La esfera de la moralidad (costumbre) se forma con la
parte interna y externa del ser de la libertad. El tercer estadio confoi~na
el contenido del desarrollo de la moralidad (costumbre), coino con-
sumación de la libertad, el Estado, el cual como síntesis del ser y
realidad de la moralidad conforman y al misn-io tiempo consuman el
Derecho y el espíritu objetivo en si36.
En este sentido el Estado no es visto por Hegel corno una limitación
de la libertad, como podría ser visto por Kant, sino como su completud
y extensión. En Kant, como hemos visto, el Derecho Privado es un
fin en sí mismo y el Estado es un medio para su aseguramiento. En
Hegel es el Estado como fin en sí mismo en el cual el Derecho Privado
es contenido y en el cual la libertad tiene su más alto Lo
expresa en el 5 258, "El Estado como fin último absoluto, inamovible":
"En cuanto realidad de la voluntad sustancial, realidad que ésta tiene
en la. autoconciencia particular elevada a su universalidad, el Estado
es lo racional en si y para sí. Esta unidad sustancial es autofinalidad
absoluta, inmóvil, donde la libertad llega a su derecho supremo frente
a 10s individuos, cuyo deber supremo consiste en ser miembros del
Estadop3!
En este punto es donde se diferencia la concepción individual sobre
la legítima defensa en Kant y la de Hegel de acuerdo con lo arriba
visto. Un Derecho anterior al Estado, tal como hemos visto en Kant,
que sirve a los intereses privados no es compatible con la idea de
Hegel del Estado y del individuo3'.
Para entender la solución que se deduce en Hegel y luego en sus
seguidores sobre la legítima defensa es importante, como afirma Bitzi-
lekis, entender el tratamiento que le da al problema del injusto. Dice
s
4WEGEL, ob. cit., 99, ps. 3421343.
43 BITZILEKIS, ob. cit., p. 37.
44 HEGEL, ob. cit., 8 99, ps. 3421343.
45 BITZILEKIS, ob. cit., p. 38.
46 BITZILEKIS, ob. cit., p. 38.
sición de Hegel y de sus seguidores, aunque no hay duda de que en
general se sigue manteniendo el carácter individualista de la legítima
defensa, partiendo de la agresión ilegítima, que se debe más al pen-
samiento ltantiano. En este sentido y por más que se note y se busque
una evolución a lo social47,no hay duda de que la influencia del idea-
lismo alemán permanece hasta nuestros días.
Dijimos que la expresión típica de los neohegelianos en cuanto a
la legítima defensa y su fundamento es que "El Derecho no debe ceder
ante el injusto". Son estos autores los que llevaron la expresión a su
punto más destacado. Un ejemplo es Abegg -quien basaba la legítima
defensa en la necesidad, equiparándola a la pena, pero al mismo tiempo
distinguiéndola-, quien resalta la idea de primacía del Derecho48.En
igual sentido Kostlin para quien la legítima defensa surge cuando el
Estado a través de sus órganos no logra evitar el injusto, de modo
que la legítima defensa se da cuando la pi-otección del individuo o de
terceros no es posible por la falta de capacidad de evitación del Estado49.
Halscher, por su parte, también indica que con la legítima defensa
se protege al individuo y sus derechos, contra el injusto5!
En concreto se debe a Berner la expresión clásica, hoy vigente, en
cuanto a que "El Derecho no debe ceder ante el inj~sto"~'. Quedémonos
por un momento en este autor porque existen afirmaciones que son
hoy vigentes y que conlo se verá hndamentan la actual concepción
de la legítima defensa. El fundamento de la legítima defensa se en-
cuentra en la lucha del Derecho en contra del injusto. Ya en este punto
Berner distingue la legítima defensa del estado de necesidad, debido
a que en este ÚItimo existe lo que se llama una colisión de derechos.
En la legítima defensa el Derecho permite la fuerza en dirección a la
protección de los valores del Derecl-io positivo vigente. Es desde esta
posición de Hegel que Berner insiste en que el Derecho no debe ceder
ante lo injusto5'. Desde esta perspectiva es difícil el colocar limites
j2 BERNER, Lehrhzrch, ps. 107 y SS., cit. por BITZILEKIS, ob. cit., p. 41.
fuera de la propia estructura de la legítima defensa y, es más, el pro-
blema se traslada a otro tema, cual es el de la provocación del que
se defiendes3.
53 LUZÓN PEÑA, Aspectos esenciales de la legíti,na defkrwa cit., 2" ed., 2002,
ps. 35 y SS.
5"OXIN, Derecl7o Penal. Parte general cit., t. 1, fj 15. 1, nm. 1. En igual
sentido, MAURACH y ZIPF, ob. cit., t. 1, 5 26, 11, nm. 7; BITZILEKIS, ob. cit.,
ps. 39 y SS.
A través de la legítima defensa, dentro de la concepción dominante,
se protegen los bienes jurídicos amenazados por la agresión ilegítima
-sobre la cual se basa cualquier posibilidad de esgrimir una defensa-
de manera que el sujeto que se defiende protege, en principio, sus
intereses individuales, sin perjuicio de la defensa de terceros.
Además, debe tenerse en claro que existe otro aspecto de la legítima
defensa por la cual al defender los intereses propios se está protegiendo
el orden jurídico y de esa manera se actúa en contra del injustoss. Por
eso se ha podido decir con Krause que la legítima defensa es la pro-
teccibn de los bienes jurídicos propios con un plus que es la protección
del orden jiiridicoS6.
De este principio individualista de protección de los bienes jurídi-
cos, provocada por una agresión ilegítima, surge una fbndamental di-
ferencia con el estado de necesidad justificante, en el cual no existe
la agresión ilegítima por una parte y sólo se da un conflicto de intereses.
Dentro de este punto sí se puede afirmar que dentro del estado de
necesidad se encuentra el llamado "estado de necesidad defensivo",
que se ubica entre ambas instituciones y que exige una regulación
propia.
Sin embargo, sigue vigente una idea fundamental de la proposición
de Bei-ner de que el Dereclio no debe ceder ante lo injusto, que tiene
relevancia para entender la institución en estudio.
Esta situación se mantiene, como se dijo, en los autores más mo-
demos. VoIvamos pues a ellos para ver el fundamento de la legítima
defensa. Roxin, luego del parágrafo citado, afirma que "en primer
lugar la justificación por legítima defensa presupone siempre que la
acción típica sea necesaria para impedir o repeler una agresión anti-
jurídica a un bien jurídico individual; la legítima defensa es para el
particular un derecho protector duro y enraizado en la convicción ju-
rídica del pueblovs7. En base a esta fundamentación derivan las si-
guientes consecuencias: que no son susceptibles de legítima defensa
los bienes de la comunidad ya que la comunidad no es otra que el
85 Ibídem.
MAUTCACH y ZIPF, AT, par. 26.
87 Ver en JIMÉNEZ DE ASUA, ob. cit., p. 279.
cuando para libramos de un peligro inminente, rechazamos al mismo
que con él nos amenaza, y, por necesidades de nuestra defensa, no
nos limitamos a la simple repulsa del ataque, sino que llegamos hasta
la ofensa del agresor"88.
Jiménez de Asúa como es lógico hace hincapié en la idea básica
que sostendremos a través del texto, esto es, de la necesidad de la
agresión ilegítima, para la existencia de la legítima defensa. De este
modo afirma que "inientras en la legítima defensa el conflicto surge
entre el interés ilegítimo del agresor (matar, robar, violar, etc.), y el
bien jurídicamente protegido está atacado (vida, propiedad, honor, li-
bertad, etc.), en el estado de necesidad, stricto semi, el conflicto se
produce entre los intereses legítimos, procedentes de dos bienes jurí-
dicos, igualmente protegidos por las leyes; en el robo que comete el
hambriento se hallan en colisión el derecho a la vida del que roba y
el derecho patrimonial del despojad^"^^.
En igual sentido voii Liszt va a afirmar que los actos de legítiriia
defensa "se dirigen a defender o restablecer el derecho frente a la
injusticia", mientras que quien actúa en estado de necesidad "pretende
salvaguardar un derecho a costa de otro derecho". Idéntico es el punto
de vista de Finger (Lehrbucl?, ps. 41 8 y SS.),mostrando en Italia muy
semejante opinión, Antolisei, Bettiol y Pannain, así como, en España,
Antón (Derecho Penal, 1949, t. 1, p. 267). Según Jiménez de Asúa,
de estas notas diferenciales es de donde surte la separación más pro-
fiinda entre la defensa legítima y el estado necesario y lo que impo-
sibilita que se los trate tan estrechamente unidos como lo ha hecho
Carrarag0.
lo' LUZÓN P E ~ ~ A
ob., cit., p. 537.
'O2 CEREZO MIR, ob. cit., t. 11, ps. 208/209; LUZÓN PEÑA, ob. cit., ps. 539
y SS.
!O3 ROXIN, ob. cit., t. 1, fj 15, VI, nm. 35. De manera distinta en el planteo,
MAURACH y ZIPF, ob. cit., t. 1, 5 26, 11, nm. 12 y 13.
a la de Cerezo Mir, aunque hace algunas precisiones que son impor-
tantes. En principio serían defendibles los bienes jurídicos individuales
del Estado, en cuanto se trata de una persona jurídica. En este punto
parece haber coincidencia casi unánime. El ejemplo del particular que
evita la destrucción de una cabina telefónica, en caso de pertenencia
al Estado. Pero inmediatamente afirma que "es tina cuestión muy dis-
cutida la de si un particular tiene derecl~oa la legítima defensa ante
agresiones al Estado como portador de soberanía (por ej., en casos de
puesta en peligro del Estado o de traición o alta traición). La sentencia
RGSt 63, 215 (220) lo ha afirmado como principio en el caso de
fusilamiento de un (presunto) espía [...] Esta posición la sigue aún
hoy, aunque con modificaciones restrictivas, gran parte de la doctrina.
Sin embargo, según Roxin, no se puede compartir esta argumentación.
En efecto, el Estado como tal no es un bien jurídico individual, por
~llucl~o que sea posible la construcción del mismo conlo persona ju-
rídica. Se producirían situaciones insostenibles si ante los delitos contra
la protección del Estado el ciudadano pudiera presentarse como lu-
chador individual contra los enemigos del Estado; los que en la Re-
pública de Weimar quisieron ampararse en legítima defensa a favor
del Estado, únicamente produjeron desgracias". Y agrega que "en casos
de necesidad extremos, como la situación detallada en RCSt 63, 220,
en 'que un espía, que lleva objetos en ct~yomantenimiento en secreto
existe el máximo interés para la defensa del país, está a punto de
cruzar la frontera, y no se puede disponer de inmediato de la ayuda
de la autoridad', se puede recurrir al estado de necesidad justificante
del 5 34, que presupone una ponderación comprensiva de todas las
circunstancias y que -debido a la imponderabilidad de la vida humana-
como mínimo impide fusilamientos apresurados [...] Y asimismo el
derecho de resistencia del artículo 20 IV GG es un derecho de estado
de necesidad y no de legítima defensa"lO?
Luzón Peña sostiene que sólo son defendibles los bienes jurídicos
individuales, basado en la forma en que está redactada la ley, al permitir
sólo la defensa de sí mismo y de tercerosIo5. El fundamento que da
12' JIMÉNEZ DE AS'I~A,ob. cit., t. IV, p. 160; LUZÓN PEÑA, ob. cit., ps. 115
y SS.
12'WELZEL, AT, par. 14, 11 (1969, 11" ed., Mralter de Gruyter).
12'DONNA, Teoría del delifo y de Ir penct cit., t. 2; LUZÓN PERA, ob. cit.,
ps. 135 y SS.
jamiento del guía de inontaña, aun empleando violencia en su contra.
Por ejemplo atarlo y mantei~erlocon ellos hasta que los lleve nueva-
inente a la planicie.
No hay ninguna duda en aceptar como agresión ilegítima la acción
i~nprudente,si como se ha sostenido se 11a dejado de lado el coi~cepto
de agresión como acoinetitniento violento. La ley no l i i ~ ~ ila
t aagresión
a las acciones dolosas, por una parte, y por otra, tanlpoco se puede
aceptar que exista una limitación de tipo lógico o conceph~al'~?
En contra, Luzón Peña sostiene que no es aceptable la legítima
defensa en contra de actos imprudentes ya que la agresión supone una
acción consciente y controlada por la voluntad que es tendiente hacia
algo, de allí que la agresión debe ser dirigida en contra de bienes
jurídicos de tercero~l'~.
La legítima defensa no exige COIIIO requisito necesario que la agre-
sión sea una acción típica, bastando que sea antijurídica, que en prin-
cipio es lo esencial para que se pueda dar el acto defensivo.
129 MAUPdCH y ZIPF, Derecho Penal. Parte general cit., t. 1, S; 26, 11, nm. 23.
176
que ella debe manifestarse externamente. Esto no implica que el sujeto
agredido deba esperar a ser atacado para defenderse, ya que la ley
argentina permite la defensa no sólo frente a la agresión que ha co-
menzado sino que abarca la última etapa de la preparación, situación
permitida por la ley al permitir la defensa tanto para "iinpedirla, colno
para repelerla" (art. 34, inc. 6", Cód. Pen.).
La agresión es actual cuando ella perdura, esto es, que ha dado
comienzo pero no ha finalizado, que tiene que ver con la forma de
agresión ilegítima y la clasificación de los delitos, en los casos que
la acción sea típica, coino ser si existen delitos permanentes, los con-
tinuados, etcétera.
En síntesis, la idea esencial de la posibilidad de la defensa necesaria
consiste en que ella es posible cuando exista la agresión ilegítima y
ésta perdura, lo que significa que se pueda proteger el bien jurídico
atacado. En este punto es claro que la defensa no se relaciona en
general con la consumación del hecho, ya que esto no pone necesa-
riamente fin a la agresión si todavía es posible restablecer la situación
de inmediato130.
I3OMAURACH y ZIPF, Derecho Penal. Parte general cit., t. 1, 5 26, 11, nm. 25.
l3IHIRSCH, ob. cit., t. 111, p. 307, con citas de BLEI, Parte Geí?eral, 16" ed.,
p. 148; BOCKELMANN, Parte general, 2" ed., p. 93, entre otros.
influencia del concepto causal lia perdurado, de modo que Hirsch puede
decir que "salta a la vista que la concepcióii doiiiinaiite de 'agresióii
ilegítima' responde al concepto de injusto de la teoría de la acción
178
12. LEC~?I'IMA DEFENSA
179
a que, como afirmó, se mezclan dos conceptos distintos. Por un lado,
se intenta introducir en el tenla de la agresión ilegítima el análisis de
uno de los estratos de la teoría del delito, esto es, la culpabilidad, que
es un presupuesto de la pena. Mayer, autor antes citado, es quien hace
esta afirmación habida cuenta de que la pena presupone la culpabilidad.
Esta posición debe ser rechazada ya que de acuerdo con el concepto
i~iayoritariosobre la legítima defensa, ésta no tiene lioy en día relación
directa con la pena'36. Es que no se trata de una sanción por un hecho
cometido, sino solamente la defensa de una lesión jurídica amenazada
por la agresión. En consecuencia, no aparece la culpabilidad, vista
como la posibilidad del sujeto de actuar de otra forma, con ninguna
significación en el tema en cuestión, que sólo depende del problema
de deberes jurídicos. Hirsch insiste en que los dos criterios que liemos
analizado anteriormente, que se encuentran como fundamento de la
defensa necesaria, esto es, la protección de bienes jurídicos individuales
y la ratificación del orden jurídico, son coliceptos que exigen que la
agresión del sujeto no se encuentre de acuerdo con el deber j ~ r í d i c o " ~ .
Hirsch afirma que en la colisión que existe en toda situación de
justificación se deben tener en cuenta los criterios generales en juego.
Pero, vista así la cuestión, la falta de culpabilidad se encuentra en la
llamada esfera de riesgo del agresor y no del agredido, de modo que
restringe el derecho de defensa necesaria de una inanera
Desde la posición defendida por Hirsch, que liemos tornado con10
ejemplo de la posición mayoritaria, es claro que es comprensible que
los enfermos mentales, las personas no totalmente alcoholizadas y los
niños puedan crear situaciones de detkiisa necesaria. Claro que debe
hacerse cargo de las consecuencias de su afirmación e inmediatamente
va a afirmar que si se quiere mantener una adecuada cercanía de la
regulación jurídica con las necesidades sociales, en los casos antes
mencionados, se debe recurrir al concepto de la conducta defensiva
que sea "abusiva del derecho", afirmando con citas de la jurisprudencia
'j6 Mirsch cita en su ayuda a: FRANK, StGB, 18" ed., 8 53, nota 1, 2; JESCHECK,
Parte general, 2" ed., p. 35 1 ; SCI-IMIDHAUSER,Purie genercrl cit., 2" ed., p. 343,
nota 18.
'37 HIRSCH, ob. cit., t. 111, p. 213,
'j8 HIRSCH, ob. cit., t. 111, p. 213.
y de autores que "el ataque de un incapaz de culpabilidad debe ser,
si es posible, contenido, o bien evitado, sin excluirse la huida o el
procurarse ayuda privada o de la autoridad (RGSt, 71, 1 3 4 72, 57;
BGHSt., 5, 245 [248]; Baldus, lug. cit., No 32)"'39. Hirsch también
señala que de seguirse con esta posición debería aceptarse que la cul-
pabilidad del agresor tan-ibién falta en el estado de necesidad discul-
pante. En ese sentido, afirma que si no se quiere reconocer la defensa
necesaria en estos casos, se debe admitir que el estado de necesidad
disculpante juega en este caso como una causa de justificación y por
ende desaparecería la teoría diferenciadora entre justificación e incul-
pabilidadl".
Hirsch se hace cargo de que también el criterio del "abuso de
derecho" es una cláusula general, y por ende, puramente formal, que
deja la ponderación de los límites en nianos del juez, con lo cual
y a nuestro criterio la cuestión se relativiza aíin más. Por eso con-
cluye afirmando que en el caso del ataque de un iiicapaz de culpa-
bilidad, se relativiza el derecho de defensa habida cuenta de que el
interés general de la defensa del orden jurídico es menor y por ello
la defensa se debe limitar a que no haya otra forma de evitarse la
agresión'41.
El problema como se puede ver es más que con~plejo.Roxin14',
afirma que las agresiones no culyables también dan derecho a la le-
gítima defensa, aunque "el interés en el prevalecimiento del Derecho
es sustancialniente menor que en el caso normal. Es verdad que, pese
a renunciarse totalmente a la pena en esos casos, aun se puede seguir
defendiendo el derecho frente al injusto; pero esa defensa ha de man-
tenerse en los limites que exige una protección del agredido g~iiado
por la consideración social"'43. Y agrega que, cuando se ren~inciaa
la prevención por medio de la pena, "tanibién coincide con el contexto
de valores del ordenamiento jurídico limitar asimismo la prevención
por medio de la legítima defensa a la medida que es sencillamente
14"OXIN, ídem.
145 ROXIN, ídem.
[46 ROXIN, ídem.
I J 7 ROXIN, ídem.
148 SCHMIDHAUSER, Sfrnfecllt. Allgenzeit.re~.Teil cit., 6152-5 5 .
validez izornlativa del orden jiirídico, y un segundo nivel e11 donde se
debe tener e11 cuenta que la acción del agresor es 1111 ataque en contra
de la "validez empírica" del orden jurídico""; tal como el propio
Schinidhaser afirma "un comportamiento mediante el cual el agresor
pone de manifiesto que para él, en ese momento, no rigen ni los man-
datos ni las prol~ibiciones". En consecuencia existe "un ataque anti-
jurídico a la validez", "una acción antijurídica en la cual -al rnisrno
tiempo- se arremete a la validez del orden jurídico como poder espi-
ritual", Schrnidhauser es de la idea que frente a la agresión anti-jurídica
es adecuado el derecho del sujeto de salvar los bienes atacados afec-
tando otros bienes que tienen un alto valor15" Según la doctrina ma-
yoritaria, la posición soluciona algunos problemas, pero el costo es
demasiado fuerte, ya que se abandona el concepto unitario de antiju-
ridicidad, en favor de uno especial en el campo de la legítima defensa,
además de que se debe admitir el punto de partida de Sclmidl~auser,
que privilegia el puilto de vista jurídico-social y la estructura supra-
individual del instituto e11 c ~ e s t i ó n ' ~ ' .
Schrnidhauser afirma que en el problema de la defensa debe tenerse
en cuenta el inonlento valorativo que esta constituido por la validez
empírica del orden jurídico. Esta validez está liindainentada en la con-
ciencia de los propios sujetos de derecho, lo que perniite relativizar,
desde el punto de vista del orden jurídico, los bienes jurídicos en
c~iestión.Si la agresión va en contra de la validez empírica del orden
jurídico, ella debe expresar una desvalorización de ese orden, una es-
pecie de rebelión en su contra. Pero la conclusión es bastante clara,
ello no existiría cuando el agresor no coii-iparte espiritualnlente en
absoluto las valoraciones del orden jurídico o bien cuando su obrar
concreto no pueda concebirse coino una expresión de rebeldía"'.
E1 tema lla sido ailalizado desde la teoría del injusto personal,
especialinente en Hirscli, quien afirma que los sostenedores de la teoría
persollal del injusto no le han dado la debida relevancia a esta teoría
' ~ ~ C H M I D H A U S E ob.
R , cit.
a la hora de estudiar el problema de la agresión ilegítimafi3. De modo
que parece ser importante volver sobre este punto y analizar la agresión
ilegítima a la luz de esta posición. Existirían dos conceptos de anti-
juridicidad en los textos que regulan la legítima defensa, de modo que
la consecuencia es que deben ser analizados de manera independiente.
Por una parte, se trata del injusto del delito y por otra, de la caracte-
rística de la agresión en la defensa necesaria154.Es, pues, importante
hacer hincapié en el concepto de injusto personal a los fines de resolver
el tenla de la defensa necesaria. El problema se plantea en los siguientes
términos: hay que incluir el tema del desvalor de la acción en el tema
de la antijuridicidad de la agresión, pero limitando la inclusión para
que por esta vía no se introduzcan los aspectos de la culpabilidad.
Hirsch vuelve sobre el fundamerito de la legítima defensa en cuanto
a que el Derecho no debe ceder ante lo injusto, es decir, debe tender
a la defensa de los bienes jurídicos del agredido y en últinza instancia
la defensa del orden Afirma que "Conforine a lo que ve-
nimos expresando, estas afirmaciones tienden a mostrar que se trata
de lo injusto del comportamiento. Sólo quien obra antijurídicamente
comete una agresión, que reclaina una ratificación del orden juridico,
y contra la cual, en principio, es posible defenderse en la medida de
la n e ~ e s i d a d " ' ~Para
~ . fundamentar su afirmación Hirscl~acude a la
distinción entre la legítima defensa tal como está regulada en el Código
Penal alemán (S 32, StGB) y el estado de necesidad justificante que
está regulado en el Código Civil (5 228, BGB) -sin perjuicio de que
la disposición dada en el Código Penal no altera el probleina sino que
'53 HIRSCH, ob. cit., p. 220, cita entre otros a WELZEL, St~nJ;ecl?f, l l h d . ,
p. 85; STRATENWRTH, PG, No 439 y SS.; JAKOBS, Sfzrdien zzun Fnhrl¿issigen
Etfolgsdelilct cit., 1972, ps. 16 y SS.; ver WEBER, Grzlndriss, 2" ed., p. 91.
1 j 4 ENGTSCH, Yorsnf und Fahrl¿issiglceit, 1930, ps. 6 1 y 358; GALLAS, ZSf l/t:
67, 39 y SS.; WELZEL, Fahi-l¿issiglceif ~rndJferlre/?rsdelilcfe, 196 1, p. 28; JAKOBS,
lug. cit., p. 220, todos cits. por HIRSCH, ob. cit.
o rlos fallos del RGSt, 31, 168 (171); 55, 82 (85), y
Ij5 Hirsch cita en su f a ~ ~ a
a autores como BALDUS, LK, StGB, 9" ed., 5 53, No 1; DREHER, lug. cit., 5 32,
No 2; JESCHECK, Parte getzeral cit., 2" ed., p. 250; MAURACH, lug. cit., p. 307;
SCHONKE, SCHRODER y LENCKNER, lug. cit., 5 32, No 1; WELZEL, lug. cit.,
p. 84.
l5W1RSCH, ob. cit., t. 111, p. 221.
lo fundamenta-, afirmando que el injusto del comportamiento de una
persona, esto es, el comportarniento del agresor, es decisivo a los efec-
tos de la diferenciación. De esta forma, aunque el desvalor del resultado
es importante de la manera en que están estructurados los Códigos
Penales hoy en día, no puede dejarse de lado -y esto no ha sido tenido
en cuenta por la doctrina dominante- que se trata de un "comporta-
miento", de una acción, u omisión, de modo que el curso causal debe
necesariamente referirse a un acto voluntario, que domine la causali-
dadis7.Por ende, no se debe dejar de lado el injusto del comportamiento.
Para enfatizar su posición, Mirsch recurre al ejen~ploen el cual la
agresión se encuentra justificada y por ende es necesario hablar del
injusto del comportamiento, ya que implica la exigencia del elemento
subjetivo, como en toda causa de j~stificación'~~. La consecuencia ne-
cesaria de esta posición es que como mínimo debería de exigirse un
comportaniiento contrario al deber que se refiera a la amenaza de un
resultad^'^?
Hasta acá y analizando esta posición con la que se sigue en el
texto, no hay duda de que existe coincidencia, aunque a nuestro en-
tender la solución no es satisfactoria. Uno de los problemas que apa-
rece a simple vista es el del contenido del comportamiento contrario
al deber.
Centremos la atención en el problema de la "agresión", que desde
la posición del injusto personal que estamos analizando incl~iyetoda
amenaza de causación de un daño a un bien jurídico que provenga de
un acto voluntario, ya que una agresión, dolosa o no, pero contraria
al deber, no tiene ninguna diferencia, desde el punto de vista de la
existencia de una situación del autor de la defensa. "Lo decisivo es
entonces la contrariedad al deber"'G0.Esto implica que limitar la si-
tuación de necesidad sólo a las agresiones dolosas es recargar las exi-
gencias subjetivas de quien ejerce la defensa, "que sería contradictorio
16' MIRSCII, ob. cit., t. 111, ps. 2211222; en contra LUZÓN PEÑA, ob. cit., ps. 153
y SS.
lb? HIRSCH, ob. cit., p. 223.
Ifi CEREZO MIR, Cztmo de Dei-echo Per7nl espnl7ol. Parte genero1 cit., t. 11.
inás adelante afiima que "la agresión debe ser ilegítima. El término
'ilegítiina' equivale a ilícita. La ilicitud va a ser determinada por la
infracción de las normas de deterininación (mandatos o prohibiciones).
No es preciso que la agresión ilegítima sea culpable, pues el Código
no lo exige. Cabe, por tanto, en principio, la legítin~adefensa frente
a la agresión ilegítima de un inimputable -de una persona que padezca
una anomalía o alteración psíquica (N" 1 del art. 20), que se halle en
un estado de intoxicación plena por el consuino de bebidas alcohólicas,
drogas tóxicas, estupefacientes, sustancias psicotrópicas u otras que
produzcan efectos análogos, o se halle bajo la influencia de un síndrome
de abstinencia, que por sufrir alteraciones en la percepción desde el
nacimiento o desde la infancia tenga alterada gravemente la conciencia
de la realidad o de un menor de dieciséis años (que continúa en vigor
hasta que se apruebe la ley que regule la responsabilidad penal del
menor)-, o de una persona amparada en una causa de inculpabilidad
-por ejemplo, el estado de necesidad, en caso de conflicto de bienes
iguales, o cuando siendo menor el mal causado que el que se trata de
evitar, la acción implique un grave atentado a la dignidad de la persona,
el iniedo insuperable o el error de prohibición invencible, apartado
tercero del artículo 1 4-"'64.
Como sieil~pre,en la nota a pie de página Cerezo describe las
posiciones que se han dado sobre el tema, tanto en la doctrina española
como en la alemana, hacieildo referencia a los autores antes citados'".
Otto explicita la cuestión desde otra perspectiva, cercana a 1-1. Ma-
yer, pero ahora insistiendo en que la definición del ataque considerado
sólo corno la amenaza de lesión a un bien jurídico, tal como la doctrina
dominante lo afirilza, no es correcta, ya que se deben considerar dos
aspectos: El autor debe actuar tanto en contra de un bien jurídico
individual como también en contra de la vigencia del orden jurídico.
Entonces, la conclusión es sencilla y simple, el atacante debe ser cons-
ciente de que pone en cuestión al orden jurídico, lo cual lleva a que
no pueda ser el incapaz de culpabilidad autor de la agresión. En con-
secuencia, el ataque antijurídico del $ 32 de Código Penal alemán
i) A modo de síntesis
Nos interesa recalcar algunas cuestiones: la agresión ilegítima debe
ser real, existir fuera de la conciencia del sujeto, debe poner en riesgo
al bien jurídico protegido y en principio sólo debe darse mediante
acción dolosa o imprudente, y mediante omisión impropia dolosa o
imprudente. El sujeto que se cree agredido no está en situación de
legitima defensa.
De este modo se puede afirmar que toda la legítima defensa existe
alrededor de la agresión ilegítima, desde su comienzo hasta el final,
fuera de ella no hay posibilidad de esgrimir la eximente. Por eso es
importante tener en claro cuándo comienza la agresión y cuándo ter-
mina. Fuera de ella no hay defensa posible, y el autor realiza una
acción típica y antijurídica, que permite la legítima defensa del primer
agresor, colocado ahora en víctima.
De este modo la agresión ilegítima debe ser apreciada ex post, ya
3. Lq defensa necesnRa
a) Condiciones que la legitiman
Como principio básico se debe afim~arque la acción defensiva es
legítima en la medida en que se corresponda con la agresión ilegítima.
Como una especie de círculo, en el cual la agresión forma una parte,
la defensa conforma la otra, de modo que más allá del semicírculo la
defensa deja de ser necesaria y por ende legítima, y menos, aunque
sea legítima es insuficiente a los efectos prácticos. De esta forma y
más allá de las precisiones que se puedan hacer, no hay otra forma
de interpretar la legítima defensa, si no es desde la agresión ilegítima
y la forma en que el sujeto agredido puede rechazar esa agresión. Si
bien esta afirmación no puede ser discutida, porque hace a la esencia
de la legítima defensa, también es claro que frente a una situación en
concreto la cuestión se complica, porque las situaciones en estos casos
son complejas. Pero si el juzgador no tiene estas ideas bien calzadas
es obvio que cuando deba analizar el caso, no podrá solucionar el
tema, salvo recurriendo a la arbitrariedad, que es uno de los males
que le aqueja a la justicia en este momento, segírn puede verse en los
fallos referidos al tema.
Puesta la cuestión de esta forma, es más que obvio que la defensa
necesaria depende, en principio, de dos condiciones que tienen que
ver con la agresión ilegítima. Que ésta se haya iniciado o esté por
iniciarse, por una parte y, por la otra, que ella no haya cesado. Si no
se dan esos dos extremos, la defensa necesaria ya no es posible y, por
ende, tampoco se podrá hablar de legítima defensazi2.Queda vigente
el principio por el cual la defensa necesaria se determina en base a
2" Este punto se discute y se analiza en el tema del Estado de necesidad jzísti-
ficanfe, ut infra.
212 CEREZO MIR, ob. cit., t. 11, p. 231; LUZÓN PEÑA, ob. cit., p. 543; ROXN,
ob. cit., t. 1, <j 15, VII, nni. 41 y SS.;TRIFFTERER, ob. cit., 11, 3, a, aa.
las circunstancias del caso particular bajo las cuales se desarrolla la
agresión: la fuerza y la peligrosidad del agresor, los medios de ataque
utilizados y las posibilidades de defensa del afectado'13.
Stratenwerth sostiene que está justificada la defensa para repeler
la agresión. De acá deduce una consecuencia que consideramos más
que acertada, cuando expresa que "a este respecto, se entiende como
defensa exclusivamente a las acciones dirigidas contra el agresor. Sólo
!os bienes jurídicos de éste (por ej.: su integridad corporal, libertad
ambulatoria, etc.) han perdido su protección, en la medida en que
tengan que ser menoscabados en el acto de defensamNJ.
Roxin lo plantea desde la perspectiva de que es necesaria toda
defensa idónea, que sea la más benigna de varias clases de defensas
elegibles y que no esté unida al riesgo inmediato de sufrir un dañoz5.
Con lo ctral se entra al serio problema del medio o de la forma de
defenderse, en el sentido de que debe utilizarse el medio menos lesivo
para ello. Este planteo, que es cierto, de por sí lleva a la pregunta de
qué medio es el menos lesivo.
Problema por demás interesante es el planteado por la doctrina, en
el sentido de si es necesario que la agresión ilegítima sea peligrosa216.
El propio Roxin contesta la pregunta, pero agregando un elemento de
real inlportancia al tema de la defensa: ella debe ser idónea. "Por
tanto, en primer lugar la defensa debe ser idónea: si alguien que me
arremete fisicamente, yo en pago le rajo los neumáticos de su auto-
rnóvit, ello no está acaparado por legítima defensa. En segundo lugar
debe ser el medio más benigno posible: quien pueda repeler al agresor
con puños o a patadas, no puede echar mano al cuchillo o al revólver;
quien pueda intimidar al agresor amenazándole con un arma contun-
dente o de fuego o mediante un disparo de advertencia, no puede
disparar sin inásn2I7.
23' BITZILEKIS, ob. cit., ps. 136 y SS. MAURACH y ZIPF, Al" cit., par. 26, 11.
232 En igual sentido Bacigalupo (ob. cit., ps. 369 y SS.), haciendo notar las difi-
cultades, tanto doctrinarias como prácticas; PESSOA, ob. cit., p. 163.
233 PESSOA, ob. cit., p. 163.
puesta agresora sea una consecuencia prevista como necesaria por el
provocador o que éste considere posible y con cuya producción cuente;
es decir, no es necesario que la respuesta agresora esté comprendida
en la voluntad de realización del provocador. La provocación mediante
una conducta omlsiva puede también ser voluntaria o involuntaria.
Cuando la provocación por una acción o una omisión, sea voluntaria
faltará ya el requisito de necesidad de la defensa"234.
Y más adelante Cerezo Mir concluye: "Creo que para que pueda
estimarse suficiente la provocación es necesario, en primer lugar, que
se trate de una acción u omisión ilícita. El fundamento de este requisito
de la legítima defensa consiste, a mi juicio, en que no puede erigirse,
en principio, en defensor del ordenamiento jurídico aquel que provocó
la agresión ilegítima con una acción u omisión a n t i j u r í d i ~ a " ~Y~ ~
a.
esta conclusión agrega que no es necesario que la acción u omisión
sean culpables236.E inmediatamente exige que exista una proporción
entre la respuesta agresora y la provocación, para que esta última sea
considerada suficiente, ya que si la respuesta agresora rebasa la gra-
vedad de la provocación, el provocador puede entonces erigirse en
defensor del ordenamiento jurídico e invocar la legítima defensax7.
En cuanto a la legítima defensa de terceros, ésta debe admitirse si
la provocacióri viene dada por el defendido y no por el defensor, ya
que sólo tiene impedido levantarse a favor del orden jurídico quien
ha provocado la agresión'38.
Bacigalupo sostiene que "la pérdida del derecho de defensa por
parte del que es agredido ilícitamente está condicionada por una pro-
vocación que no necesita ser antijurídica pero «sí suficiente»"'39.
Luzón Peña es, entre los autores españoles, quien se hace cargo
con más solvencia del problema, luego de analizar a la doctrina es-
pañola, afirmando que "en cualquier caso, las soluciones de la ciencia
y praxis españolas son bastante insatisfactorias, porque dejan en general
247 MIR PUIG, Derecho Penal. Parfe general cit., ps. 4391440.
248 MUÑOZ CONDE, Francisco y GARCÍA ARÁN, Mercedes, Derecho Penal.
Parte general, 4" ed., Tirant lo Blanch, Valencia, 2000, ps. 3711372.
Los autores en concreto recurren al siguiente criterio para entender
qué se entiende por provocación suficiente y afirman que "sólo cuando
la agresión es la reacción normal a la provocación de que fue objeto
el agresor se podrá denegar la legítima defensa. No debe apreciarse
legítima defensa, sin embargo, cuando la agresión h e provocada in-
tencionalmente para luego invocar legítima defensa (actio illicita in
causa), porque más que de un derecho se trata de un abuso del derecho
y de una manipulación del agresor. La impunidad buscada de propósito
para matar o lesionar a alguien es una perversión del derecho de defensa
o un abuso de este derecho y no puede ser cubierto por esta causa de
ju~tificación"~~~.
Otra opinión, en la obra de Berdugo Gómez de la Torre, Arroyo
Zapatero, Ferré Olivé, Carcía Rivas, Serrano Piedecasas y Terradillos
Basoco, entiende, cuando se refiere a la falta de provocación suficiente,
"que este término sirve para enlazar la provocación con la agresión
legítima posterior: ésta debe ser consecuencia adecuada de aquélla
para que la justificación desaparezca. En otro caso, es decir si ante
una provocación mínima se produce una agresión extralimitada, la
respuesta del 'provocador-agredido' estaría plenamente j~istificada"'~~.
Los autores antes citados, intentando superar el problema que se ha
planteado, sostienen que hay que distinguir entre provocación de lo que
es la agresión, y expresamente dicen: "provoca, por ejemplo, quien se
sitúa frente a alguien conociendo sil carácter irascible, en una situación
límite que además le impulsa a realizar la agresión (imaginemos una
pelea). Ciertamente, ese sujeto no ha agredido (provocado) pero de
algún modo 'se ha buscado la agresión de esa persona irascible', por ello
el legislador no le concede la impunidad cuando luego responde a ésta.
Como máximo. podrá disfmtar de lí! atenuación de la pena en aplicación
de la eximente incompleta, beneficio que se basa en que pese a haber
provocado él la agresión del irascible ha modificado la situación, gene-
rando un peligro serio e inminente para el bien jurídico del agredid^"'^'.
d) A modo de síiztesis
Varios temas deben ser resueltos en este punto, partiendo de que
la ley expresamente le quita el derecho a la legítima defensa. Nuestra
opinión parte de la idea de ver cómo se convierte una agresión ilegítima
en legitima en aquellos casos en que el sujeto ha provocado. Recor-
demos lo que Moreno decía: "La existencia de provocación por parte
del agredido no lo coloca, como hemos visto, en condiciones de alegar
la legitimidad de su defensa, porque se entiende que la culpa de la
agresión recae sobre él mismo. Pero el tercero, que no hubiera tomado
parte en esa provocación, que podía no conocerla siquiera, llegando
al lugar en el momento de producirse la agresión, no puede encontrarse
limitado por aquella circunstancia, si no fue partícipe. La provocación
de pai-te del que se defiende implica un acto personal que se carga
en la cuenta del autor, pero no en la de otro, ajeno del acto r n i s r r ~ o " ~ ~ ~ .
Es más que obvio que la idea es que la provocación es dolosa, de
modo que ya sea recurriendo a la teoría de la actio libera ir? causa,
ya buscando en la falta del elemento subjetivo, es obvio que el sujeto
no puede invocar la defensa cuando él ha provocado la agresión. De esta
forma, no es cierto que la agresión es totalmente ilegítimo, ya que ha
sido provocada para luego poder responder de modo "aparentemente
legítimo" a ella. Por eso aquellos autores que rechazan el elemento
subjetivo se ven con problemas para solucionar este tema.
A nuestro juicio, la provocación imprudente no deja sin defensa
al autor del liecho, porque no hay voluntad de estar fuera del orden
jurídico, es más, su intención es estarlo. Entonces, es claro que, a
nuestro juicio, se habla de provocación dolosa, y en este caso se pierde
4. Elernerzto subjetivo
Ya hemos expresado nuestra opinión en cuanto a la necesidad del
elemento subjetivo de las causas de justificación, tratando en aquel
lugar el tema in extenso y l~aciendola crítica a aquellos autores que
lo niegan, ya sean los antiguos autores causalistas o los actuales más
modernos.
Cerezo Mir afirma "que el defensor ha de actuar con ánimo o
voluntad de defender la persona o derechos propios o ajenos. La exis-
tencia de este elemento subjetivo de la causa de justificación de la
legítima defensa es reconocida, como vimos, por la opinión dominante
en nuestro país. El Animo o voluntad de defensa es compatible con
otras
Luzói-i Peña expresa que "un sector doctrinal y la jurisprudencia
mayoritaria consideran que no basta para la justificación que la con-
ducta constituya una defensa en el sentido expuesto, sino que también
habrá ánimo, o fin defensivo en la actuación, y de lo contrario fallaría
un requisito esencial, sin el que no cabe eximente completa ni incom-
pleta L.. ] esta posición la mantienen unos porque consideran que la
expresión 'en defensa' equivale a 'para defenderse', y otros por sostener
que eri todas las causas justificantes ha de darse un elemento subjetivo
de justificación: el fin defensivo, salvador, de ejercer: un derecho o
cargo; lo que, eso sí, según esta posición, no excluye el que junto con
ese fin concurran otros móviles ilegítimos, salvo si la ley los prohi-
biera e~presamente"'~~. Luzón Peña critica esta posición afirmando
que "obrar 'en defensa' significa en situación de defensa y defendiendo
el bien jurídico -y el Derecho- frente a la agresión y que no es preciso
en absoluto tal ánimo o elemento subjetivo si la ley no lo exige ine-
quí~ocamente"?~~.
268 STRATENWERTH, ob. cit., 5 9, nm. 90; para más detalles véase en este
mismo autor $ 9, nm. 138 y SS.
diferencia con el estado de necesidad justificante, que tanto legal como
dogmáticamente no debe hacerse.
Tal como tradicionalmente se ha tratado el tema de la legítima
defensa, había unanimidad de que al no existir ponderación de bienes,
el que se defiende puede, llegado el caso, matar al agresor a los efectos
de defender la propiedad, que obviamente tiene menor valor que la
vida. Caso representativo de lo que estamos hablando está dado por
la sentencia del Tribunal Imperial alemán (RGSt 55, 82) normalmente
llamado el caso del "ladrón de frutos"269.El problema que se planteó
en esta sentencia es si quien se defiende era responsable de acuerdo
con el 223 por el delito de lesiones graves (art. 90, Cód. Pen.)
cuando se lesionó, con un arma de hego, a una persona que intentaba
apoderarse de frutas. El Tribunal sostuvo: "es correcto que A disparó
un tiro sobre los ladrones que se llevaban en la huida la fruta para
preservar su custodia y para proteger su propiedad sobre la fruta, y
también es correcto que A no tuvo otro nzedio efectivo a su alcance
para lograr su objetivo de obligar a los que huían por medio de una
amenaza violenta y de una lesión corporal para evitar su acercamiento
y el robo de la fruta sin resistencia; se trata, entonces, de la defensa
permitida por una agresión actual a la propiedad y a la posesión; por
tanto, no cabe ninguna duda jurídica, respecto de la resolución de la
sala en lo penal en relación con sus consideraciones para establecer
la culpabilidad y la punibilidad de A", y prosigue la sentencia: "la
agresión de los ladrones no había concluido; tampoco había concluido
la acción del robo de la fruta cuando los ladrones se encontraban en
la huida, aunque el delito ya estaba cometido. Mientras los ladrones
huían con la fruta, propiedad de A y éstos resultaran por éste alcanzable,
estan~osen presencia de la defensa de una agresión actual continuada.
"La defensa no está limitada a evitar y frustrar acciones determi-
nadas descriptas y limitadas legalmente, sino que está permitida para
la protección de bienes jurídicos determinados que queden más bien
expuestos a acciones continuadas, aunque el delito que está relacionado
con la agresión ya esté consumado en los límites establecidos por la
226
el caso normal". Y agrega: "ese debilitamiento del interés en el pre-
valecimiento del Derecho se manifiesta en la vigencia del principio
de oportunidad, en asuntos de bagatela (5 53, StPO), en los delitos
privados, perseguibles mediante querella ($5 376, 383 11, StPO), y en
las contravenciones ( 5 47, OWiG); principio del que se desprende que
el legislador no considera imprescindible sin más la prevención me-
diante la sanción. Ahora bien, si ni siquiera está necesariamente in-
dicada una sanción penal relativamente inofensiva, tampoco se puede
admitir sin restricciones una afirmación privada del Derecho. Por eso
es recomendable enlazar en la definición de la agresión irrelevante
con los tres preceptos citados; y aparte de ello, habrá que considerar
irrelevantes las agresiones a bienes jurídicos no protegidos penalmente
(la p ~ s e s i ó n ) " ? ~ ~ .
Roxin, en base a estos conceptos, se sitúa para seguir con el ejemplo
que hemos iniciado en este parágrafo, en el problema de la defensa
frente a un pequeño llurto o una vulneración de la esfera privada y
expresa que en esos casos "no se puede disparar al otro de manera
que resulte gravemente herido o incluso muerto, sino que, si una de-
fensa seguro fuera tan peligrosa, habrá que conformarse con medios
más benignos aunque menos seguros". Y para enfatizar su posición
expresa: "quien sólo podría impedir un hurto de bagatelas con un
disparo peligroso para la vida, en el caso extremo tendrá que dejar
escapar al ladrón y limitarse a una denuncia a la policía. Pues cuando
debido al interés sustancialmente menor en el prevalecimiento del De-
recho la protección que en sí misma sería necesaria sólo se garantiza
dentro de los límites de la consideración social para con el agresor,
esa consideración requiere cuidar en todo caso la vida del agresor en
caso de agresión irrelevante. Esta argumentación inmanente de la le-
gítima defensa se ve apoyada por otra constitucional: el alto rango de
la vida humana (arts. l o y 2",GG) no autoriza a matar o lesionar
gravemente a personas en defensa frente a agresiones irrelevantes. En
los casos de hurto o apropiación indebida, la agresión irrelevante no
se limita a la amenaza de apropiación de cosas 'de escaso valor' en
283 ROXIN, ob. cit., t. 1, Cj 15, VII, 3, nm. 71. En igual sentido se ha manifestado
Luzón Peña, en apéndice en el libro sobre la legítima defensa, ps. 543 y SS.
el sentido del 248 a: tampoco se puede matar de un disparo en caso
necesario al ladrón para proteger un objeto que valga 60 marcos"'84.
También se hace cargo del argumento que deriva de la Convención
sobre los Derechos Humanos, vigente en la República Federal alemana,
con rango de ley ordinaria, habida cuenta de que el artículo 2" 1 de
la citada Convención prohíbe, salvo "la ejecución de una condena de
pena de muerte", todo homicidio intencional y en el apartado segundo
menciona en relación con la legítima defensa que el empleo de la
violencia es aceptable en la medida en que sea absol~~tamente necesario
para asegurar la defensa de una persona frente al empleo antijurídico
de la violencia.
En base a esto, uri sector de la doctrina (Marxen, Sanlson y Frister)
ha sostenido que nunca es admisible matar a un ser humano frente a
agresiones a cosas, de lo que se deriva que no se podría matar ni
siquiera para impedir agresiones importantes. En contra Bockelmann,
Engisch y ICrey afinnan que la Convención citada no tiene influencia
sobre la legítima defensa ya que sólo se regulan los deberes frente al
Estado, los deberes de los órganos estatales frente a los particulares
y de ninguna manera frente a las personas privadas'85.
Roxin no está de acuerdo con ninguna de las dos soluciones, porque
por una parte vedar las medidas defensivas peligrosas para la vida
humana ante agresiones n ~ u yconsiderables está en contradicción de
la legítima defensa, y adeinás, serviría para incitar a hurtos más graves
y robos con fuerza en las cosas si los ladrones supieran que su vida
no corre riesgo. Pero agrega que tampoco está de acuerdo en restringir
los efectos de la Convención a los órganos del Estado, pues se daría
la situación de que al particular en s i defensa frente a agresiones se
le puede permitir más que a los órganos del Estado. De modo que
existiría una especie de irradiación o aplicación analógica de la Con-
vención al derecho particular a la legítima defensa. Y concluye sobre
este tenla que, según la concepción correcta, la Convención sobre De-
rechos Iiurnanos no da lugar a ninguna restricción sustancial frente a
agresiones a los bienes. En efecto, la misma sólo prohíbe matar "in-
b ) A m o d o de síntesis
293 BITZILEKIS, ob. cit., ps. 1071108. Para un análisis pormenorizado en casos
concretos véase este autor, en ps. 109 y SS.
limitación del der.ec110 a la legítima defensa. Con ello sí: evita un
cambio de roles entre agresor y
Concordancias: Códigos italiano, art. 49, inc. 3"; alemán, art. 54; español, art.
8", inc. 7"; japonés, art. 37; Anteproyecto suizo de 1916, art. 35; Proyecto peruano
de 1916, art. 60, inc. 5"; Proyecto Tejedor, Título Tercero, art. 6", inc. 2"; Proyecto
Villegas, Ugarriza y García, art. 93, inc. 4"; Proyecto de 1891, art. 59, inc. 11; Proyecto
de 1906, art. 41, inc. 4"; Código de 1886, art. 81, inc. 4". MORENO, ob. cit., p. 252.
1. La disposición en el proyecto del doctor Tejedo?
Afirma Moreno que en el proyecto de Tejedor el artículo corres-
pondiente establecía la exención para el que en la propiedad ajena
causa un mal para evitar otro mayor, siempre que éste sea efectivo y
no pueda emplear otro medio menos perjudicial. Y citando la nota en
donde se explica esta afirmación se puede leer el artículo 8", inciso 7"
del Código español: "Vamos embarcados, por ejemplo -dice Pacheco-.
El buque lleva una carga superior a su resistencia actual, porque ha
recibido averías en el curso de la navegación. No bastan las bombas
para aligerarle y hacerle andar. El peligro es inminente, sin que haya
otro medio de conjurarlo que el de disminuir de cualquier modo la
carga. Pues bien, nosotros nos dirigimos a ésta, que es propiedad ajena,
nos apoderainos de una parte, o de lo que la forme, y lo lanzamos en
el mar. Hemos causado un mal en los bienes de otro, y, sin embargo,
este articulo, de acuerdo con la razón, nos declara absoluta y comple-
tamente irresponsables. Se ha pegado fuego a un buque que linda con
nuestras heredades, a una casa que está cerca de nuestra casa. No
tenemos medios para apagar el fuego que se extiende, que amenaza
invadir nuestra propiedad. El único medio es talar los árboles del ve-
cino, echar por tierra la casa intermedia. Lo hacemos. Dañamos, sin
duda, a otros en sus bienes, y les causamos un mal que, en otra cir-
cunstancia, constituiría por nuestra parte un delito. Aquí, sin embargo,
no lo es, y no tenemos por ello culpabilidad alguna. Exímenos la ley
coino nos habáa eximido la razón. La defensa de lo nuestro nos ha
guiado, o bien !a defensa de lo del mayor número, la defensa de la
sociedad, la defensa de legítimos y respetables intereses" (Pacheco,
t. T, p. 162). Y agrega cuando se refiere a1 tema del mal efectivo que
"No basta, por consiguiente -continúa Pacheco- que el mal sea posible;
no basta que se le vea lejano; es menester que exista, es menester que
nos amague próximo, inminente. Aunque haya co~nenzadola tormenta
no es permitido arrojar el cargamento al agua, en tanto que el buque
se conserve, note que obedece a la maniobra, que el agua no lo invade
3. El Código de 18865
El Código de 1886 aceptó la redacción del proyecto Villegas, Uga-
miza y García en el inciso 4" del artículo 8 1, apartándose del modelo,
o sea del proyecto Tejedor. Y en esa fonna ha venido repitiéndose el
inciso, hasta llegar al Código vigente.
l"AUMGAR'rElú, ob. cit., 6 125, citado por H R U S C W , ob. cit., ps. 92/93.
Cfr. sobre ello BAUMGARTEN, ob. cit., 5 195, 5 198, citado por HRUSCHKA,
ob. cit., p. 90.
21 1-IRUSCFKA, ob. cit., p. 93.
22 H R U S C H U , ob. cit., p. 93.
]EL ES'I'ADO DE NECESIDAD JUSTIFICAN'ITE
2%A, vol. VI, ps. 235 y SS.Las citas que siguen son de la 2" ed. de kleia~~11ysicl7e17
Anfangsgrii/7de der Kecl7fslehre, Konigsberg, 1798, ps. XLI y SS.; HRUSCI-IKA, ob.
cit., p. 96.
30 HRUSCHKA, ob. cit., ps. 96/97.
248
EL ES'1'AI)O DE NECESIIIAD JUSTIFICANTE
j3 KAI\iT, hdetnphj~sikder Sitten, AA, vol. VI, p. 223, citado por I-IRUSCHKA,
el juicio al autor lo que ni tan sólo la ley penal con toda su fuerza
ha impedido antes"37.No es casualidad por tanto que un hecho para
el cual existe una excusa, según la tern~inologíade la época, se ca-
racterice como impunible en La Metafísica de las Costu~nbres~~.
La doctrina lla seguido tres caminos para lograr la distinción en
general39.Una primera, sosteniendo que al ser la función de la anti-
juridicidad unificar el Derecho Penal con el ordenamiento jurídico, el
Derecho Penal no debe sancionar conductas que de otros ordenamientos
jurídicos se aceptan como lícitas. De este modo las causas de justifi-
cación revelan la valoración de este ordenamiento jurídico en su con-
junto. En consecuencia, las causas de justificación producen efectos
en todo el ordenamiento jurídico, tema al cual ya nos hemos referido
y es sin duda nuestra posición aun en el estado de necesidad. La
discusión en el Derecho español se debe a textos distintos40.
La otra idea que existe para diferenciar las causas de justificación
de las de inculpabilidad es que en las primeras se salva un interés
37 A este respecto, sobre todo eii relación con las causas de exculpación en Kant,
considerando el material esencial en su conjunto, cfr. BYRD, B. Sharon, Knnt's Theory
of Pzrnishi7zent: Deterrence ilz its Tlzreat, Refribzrtiorl ir1 its Execzdion, en Lmu nrzd
Pl7ilosopl7y, 8 (1989), ps. 151 y SS., 188 y SS.Cfr. también BYRD, B. Sharon, Strafge-
rec/~igleifbei Kant, en BOTTKE, Wilfiied y RAUSCHER, Anton (eds.), Gereclztiglceit
nis Azíjgahe, en Festgabe fir Heinz Lnnzpert, St. Ottilien, 1990, ps. 137 y SS., 147 y
SS. La literatura más antigua sobre la posición de Kant se halla recogida en KUPER,
Wilfried, JzrS 1981, p. 786, No 8, y JzrS 1987, p. 84, No 40. Nótese el hecho de que
STAMMLER, Rudolf, Dnr-stellzrng der strnfrecl~tlichen Bedezrtzci~gdes Noflzstandes,
Erlangen, 1878, p. 37, reconoció que en Kant inculpubile significa "no antijurídico".
HRUSCHKA, ob. cit., p. 99.
3 9 LARRAURI, Cnzrsns dejustrficnción: criterios de idelztrJicación cit., ps. 74 y SS.
40 Véase la posición de GÜNTHER, Rechtjkrtigtrng zrnd Entschzlldigzrng in einem
teleologischen Verbrecher~ss~~stem, ps. 363 y SS.; KÜPER, Dlfirenzierzrng ZIV~SCII~M
Rechtj?ertigungs- zrnd Entschuldigtrrzgsgrunden: snchgerecht zrnd Notstnnd, Pflicl-iten-
kollision und Handeln auf dienstlichen Weisung, ps. 3 15 y SS.;HASSEMER, Reclztfer-
tigung zrnd Entschzrldigzrng ir? Strnfecht- Thesen zrnd Konzmentnren, ps. 175 y SS.;
ROXPN, Rechffertigtrngs zrrid Entschztldigzrngsgriinde in Abgrenzt~ngvon sonstigen
Strnfazwscl~liesszrrigsgri¿~zde,ps. 229 y SS.;ESER, JzrstiJicatior~zlnd Excuse: A Key in
t l ~ eConcepto of Crinze, ps. 17 y SS., todos en ESER, Albin y FLECHTER, George
P., Flechter Reclztfertigung und Entschzrldjgxtng, Band 1, und 11, Freiburg i. Br. Max
Planck-Institut, 1987, Eigenverlag Max Pianck Institu für auslandisches und interna-
cionales Strafrecht.
prevalente. Por ello se afirma que "cuando el laal que se ocasiona es
equivalente al que se evita, la exención de pena no implica autorizar
el coinportail~iento,sino más bien exiinir de pena a su autor por falta
de culpabilidad, inexigibilidad de otra conducta, dificultad de motiva-
ción a la excepcional situación, etcéterav4'.
Esta cuestión también fue discutida y se llegó a la conclusión de
que es relativa esta afirmación, y se explicó que cada causa de justi-
ficación tiene su propio fundamento, de inodo que la aseveración es
relativa.
Küper ha insistido en que debe irse al proceso histórico para fun-
damentar a la llamada teoría de la diferenciación, especialmente en
el problema del estado de necesidad. Para ello se lla recurrido a la
idea de Kant, tal como se explicó, de que ningí~nestado de necesidad
puede llevar a transformar un l~eclzoilícito en uno lícito, de modo que
la justificación sólo es posible, dentro del interés prevalente, si se
acepta por el Derecho que se pueden lesionar intereses de terceros,
para salvar los propios4'. Especialmente debe tenerse en cuenta el es-
tado de necesidad justificante y el inculpante. Y esto sólo es posible
si se toman en cuenta los distintos puntos de pai-tida de ambos con-
ceptos: la ponderación de intereses, la relación de medio a fin por una
parte y el aspecto de la n~otivaciónpsicoiógica por la otra parte. Bajo
estos requisitos se puede dar una más precisa estructura de los prin-
cipios de la justificación. Ponderación de bienes e intereses, la relación
nledio a fin y la combinación de ambos principios, para poder aclarar
la cuestión del porqué no se castigan, pero no se justifican algunos
casos de estado de necesidad. Küper afirma que esta diferenciación
en el desarrollo histórico se ha mostrado como una especie de com-
promiso entre distintas teorías, que ha hecho posible que una parte
del estado de necesidad se considere como justificante y otra parte
como una forma de inculpabilidad. Debe tenerse en cuenta que fueron
casos relevantes de estado de necesidad que llevaron a la idea de un
estado de necesidad supralegal. Se trataba de caso de justicia objetiva
lo que llevó a esas soluciones en la dogmática y en el desarrollo
b ) L a teoiía uizificadora
En cambio Gi~nbernatOrdeig lia sostenido que en ambos casos
-lo que se definía conlo estado de necesidad justificante e inculpante-
se trata en realidad de una causal de justificación. Parte Gimbernat
de la distinción básica entre causas de justificación y causas de in-
culpabilidad. Para ello estructura previamente la idea de que en las
causas de justificación el Estado prohíbe conductas de un modo general,
debido a que quiere liacerlo. En cambio en las causas que eliminan
la culpabilidad, el Estado renuncia a la pena por la falta de poder
intimidante, frente a un grupo de personas. Por lo tanto eri el estado
de necesidad, como en la legítima defensa, el Estado no quiere prohibir,
aunque podría liacerlo, con lo cual, convierte al estado de necesidad,
cualquiera sea la causa, en una eximente dentro de las causales de
ju~tificación~~.
Cerezo Mir ha criticado esta posicióil al afirr-ilar que el criterio de
diferenciación no es convincente. "Tanto en la legítima defensa como
en el estado de necesidad, si bien en general, es cierto que la pena
podría desplegar eficacia inhibidora, hay supuestos en que ello no es
así, o resulta probleinático que así sea: piénsese en los supuestos de
agresión ilegítima contra la vida o la integridad corporal, en la legítima
defensa, y en los casos de conflicto entre dos vidas humanas o entre
la integridad corporal de dos personas, en el estado de necesidad".
Cerezo considera que "hay que atenerse a lo que sucede en la mayor
parte de ¡os casos a la hora de determinar la naturaleza de la eximente.
¿Puede afirinarse, sin embargo, que en la mayor parte de los supuestos
en que el sujeto actuó impulsado por un miedo insuperable la pena
poseía eficacia intiinidatoria? Pero, en cualquier caso, lo consec~~ente
X5 KANT, h/letnphysilí der Sitten, AA, vol. VI, p. 223, citado por HRUSCI-TKA,
ob. cit., ps. 97/98.
S"obre los problemas existentes en la actual regulación española, véase BACI-
GALUPO, ob. cit., 8 53, ps. 725 y SS.
85 ETIRSCH, LeQziger Kornrnentnr cit., 1994, vor 5 32, C, 2, nm. 69; GÜNTHER,
ob. cit., nm. 9 y SS.
EL ESTADO 13E NECESIDAD JUSTIFICANTE
95 S C H ~ N K ESCIIRODER
, y C M m R , Str~fgesehbzlch,Komnzeíztav, 20%d.,
Verlag C. H. Beck, 5s 9 y SS.
96 BACIGALCTPO, Manzral... cit., p. 130.
97 JESCHECK y WEIGEND, eb. cit., 5 33, 1.
ya no diferenciamos los estados de necesidad justificante e inculpante,
sino que dentro del estado de necesidad justificante, se debe ahora
hacer una nueva diferenciacióng8. Se debe hablar de un estado de ne-
cesidad defensivo, de un estado de necesidad agresivo, al que se debe
agregar el regulado en el tenia de la interrupción del embarazo, que
, hemos tratado en otra parte y al que remitimosD9.
La cuestión lia sido analizada por Hirsch que también ve en el
estado de necesidad mas que un problema de males ainenazantes, un
problema de intereses contrapuestos, en cuyo caso el problema no es
sólo de los bienes jurídicos y de los peligros que los amenazan, sino
que existen otros factores a considerar. Luego de analizar el tema de
la autonomía del hombre como límite del estado de necesidad, Hirsch
afirma que "La ponderación de intereses posibilita también en segundo
lugar la decisión adecuada del estado de necesidad defensivo. Si se
parte únicamente de la relación entre el mal causado y el evitado,
aquél queda comprendido en el artículo 8". 7" -se refiere al Código
Penal español- sólo insatisfactoriamente, pues en el estado de necesidad
defensivo es propio también de la ponderación de que aquí no se
sacrifica inn bien j~trídicoajeno no implicado en el conflicto, sino que
el peligro a evitar procede del bien jurídico mismo lesionado por la
acción de estado de n e c e ~ i d a d " ' ~Con
~ . razón afirma Hirsch que esta
circuiistancia se sitúa cercana a la legítima defensa. "Por ello debe
ser posible en tales casos defenderse contra el objeto ofensivo portador
del peligro, por ejemplo un perro propiedad de otro, incluso cuando
la defensa necesaria causa en éste un daño mayor que el evitado a
través de ella. La frontera del estado de necesidad defensivo permitido
se sobrepasa unicai~ientetan pronto como el daño causado para la
defensa sea desproporcionadamente mayor que el evitado. Esto se de-
clara también expresamente en el § 228 del Código Civil alemán. En
tanto el 34 StGB se centra en la ponderación de intereses, es posible
Io7Ibídein.
losSe trata del caso del mirón que molesta a una familia con repetidas irrupciones
nocturnas, que es un peligro continuo para la familia y que es capturado con un tiro
en la pierna (véase I-IIRSCH, ob. cit., t. 1, p. 132, nota 39). Debe anotarse que en
este punto nuestra jurisprudencia no ha sabido cómo resolver el asunto, castigando
siempre al morador, que en el fondo es la víctima.
casos el criterio del estado de necesidad defensivo conduce a que -de
forma diferente, acciones de estado de necesidad frente a un no im-
plicado- tampoco se descarten aquí de antemano intervenciones de
consideración en valores personales; en último extremo puede ser jus-
tificada aquí por estado de necesidad incluso una acción de l~omicidio".
Y por eso agrega que "El estado de necesidad defensivo precisa por
ello de manera indispensable de una caracterización independiente en
la ley penalnio9.
Hirscll vuelve sobre el punto cuando se refiere a la agresión, en
el caso de la legítima defensa, y allí explica que "Con respecto a los
casos en que, conforme al concepto personal de lo injusto, no se da
una defensa necesaria -porque la agresión ni siquiera representa una
lesión del deber de cuidado- resultaría aplicable en forma analógica
el $ 228, BGB, como regla especial del estado de necesidad defensivo.
Allí donde se trate de la defensa frente a la lesión de una cosa utilizada
como medio de la agresión (por ej., la repulsa necesaria consiste en
dañar un vehículo ajeno que amenaza la lesión de bienes jurídicos, a
pesar del comportamiento adecuado al cuidado exigido del conductor),
entraría en consideración una aplicación directa de aquel parágrafo.
La analogía del $ 228, BGB no encontraría obstáculos, pues a partir
de los fundamentos mencionados se trata de sucesos equivalentes y
la proporcionalidad establecida por la ley para la intervención defensiva
del estado de necesidad que recae sobre cosas sólo pretende validez
para aquéllos, en el ámbito de los bienes jurídicos personales. En los
resultados, esto significa que sólo tendría lugar una justificación, en
el caso en que el daño necesario para la defensa no fuera despropor-
cionado con el 'peligro amenazante', es decir, con el daño amenazado.
Sería una divergencia no admisible respecto de la opinión dominante
defenderse contra una agresión dirigida a la propiedad, pero que no
es contraria al deber, mediante una lesión corporal seria, o la muerte
de quien aparece objetivamente como agresor. El civilista Münzberg
subraya la justicia de tal limitación. Quien se ha comportado cuida-
dosamente y sólo por obra del destino provoca un peligro puede esperar
del orden jurídico que las reglas relativas a esta colisión se apoyen
115 Ibídem.
u6 Hirsch acude al ejemplo puesto por Welzel (ZSttW 63 [1951], 47), sobre el
cual la doctrina y nosotros misinos hemos trabajado en otros textos y que se verá en
el teina de la culpabilidad.
I l 7 Ibídem.
EL ES'I'ADO DE NECESIDAD JUSTIFICAN'I'E
las modalidades de ataque. Pero en los casos en que no hay una con-
minación penal, a menudo ello no se debe al escaso valor del bien
jurídico, sino a la subsidiariedad del Derecho Penal, o sea a que el
legislador cree poderlo proteger suficientemente de otro i n ~ d o " ' Por
~~.
eso afirma que "en la medida en que se trate del sector parcial de la
ponderación de bienes jurídicos, la comparación de los marcos penales
deberá complementarse con las reglas generales sobre la proporción
valorativa de los bienes jurídicos, que se pueden formular en tres pro-
posiciones: los preceptos sobre el orden general ceden ante la protec-
ción frente a daños concretos; los valores de la personalidad tienen
preferencia frente a los bienes patrimoniales; y la protección de la
vida y la integridad fundamentan un interés superior incluso frente a
la preservación de otros valores de la personalidad o de bienes jurídicos
s~praindividuales"'~~. Entre los ejemplos nos interesa destacar dos: la
violación del secreto médico en caso del sujeto epiléptico que pone
en riesgo el tránsito y en el caso del sujeto con posibilidad de contagio
de sífilis para evitar daños en la salud, que se puede extender al caso
del sida. De modo que para finalizar este punto, en el cual es claro
que la contradicción de intereses va más allá de los bienes jurídicos,
conviene traer a cuento algunos casos que son excepciones a esta pura
idea de ponderación de bienes jurídicos. "Aunque la libertad humana,
afirma, es en sí misma un bien jurídico más valioso que la propiedad,
1 sin embargo, para evitar un daño patrimonial muy elevado puede estar
l justificada por el fj 34 una breve privación de libertad durante pocos
minutos y sin consecuencias, es decir, una lesión bastante insignificante
I del bien jurídico protegido en el 5 239. Y si los bienes jurídicos no
j
I
presentan sigi~ificativasdiferencias valorativas in abstracto, en la ma-
1
I yoría de los casos será incluso decisiva para la ponderación la inten-
l
1 sidad de los daños que amenacen a ambas partes. Así por ejemplo, si
I
l
I
una persona implicada en un accidente infringe su deber de espera
hasta la llegada de la autoridad (S 142) porque de lo contrario, debido
l
l
a la pérdida de tiempo, sufriría con seguridad pérdidas en sus negocios,
en tal caso se enfrentan el interés, protegido por el 142, de la persona
1 3 ~ROXIN, ob. cit., t. 1, 5 16, nm. 24;en similar sentido MAURACH y ZIPF,
ob. cit., t. 1, 5 27, 111; JESCEÍECK y WIGEND, ob. cit., 5 33, IV, 2, c.
13' ROXIN, ob. cit., t. 1, 5 16, 111, IV, nm. 25.
dañada en el accidente en el aseguramiento de sus acciones de indem-
nización de perjuicios y el interés del implicado en el accidente en
conservar y aumentar SLI patrimonio; ambos son bienes jurídicos apro-
ximadamente equivalentes, por lo que habrá que hacer depender la
ponderación de las magnitudes concretas de los daños. Por eso el OLG
Stuttgart (MDR 1956, 245) ha decidido con razón que los 'asuntos
comerciales [...] urgentes7 del implicado en un accidente no son sufi-
cientes para justificar que se marche del lugar del accidente, 'a no ser
que los mismos, en comparación con el interés del otro en que se
comprueben los datos [...] sean mucho más importantes e inaplazables'.
Y naturalmente, con mayor razón aún es importante la medida de la
lesión del bien jurídico cuando por ambas partes esté amenazado el
nlisnzo bien jurídico. También el BGH ha reconocido la posibilidad
de un estado de necesidad justificante 'si se enfrentan pérdidas eco-
nómicas del i~lisil~o género, pero de un orden de magnitudes muy
distinto (aquí la puesta en peligro de medios pecuniarios para ambas
partes)' (BGHSt 12 299)"'3R.
Triffterer habla de este tema refiriéndose a la valoración de bienes
jurídicos. Expresa que en el estado de necesidad justificante un bien
jurídico es protegido a costa de otro, de modo que existe una com-
petencia entre ambos a raíz del cual el autor interviene en otro bien
de menor valor que es el medio de salvación del primero. También
el autor va a sostener que están en juego no sólo bienes jurídicos,
sino intereses en conflicto. En este sentido, no sólo deben tenerse en
cuenta los intereses vistos de manera abstracta, sino que se debe analizar
la situación de peligro en el momento y en lugar concreto. Y esto
tiene que ver con el bien jurídico afectado, la posibilidad de su lesión
o destrucción, el grado de posibilidad de la entrada de su lesión'39.
Para ello en las páginas 23 1 y 232 presenta un interesante cuadro que
se debe tener en cuenta. Frente a los intereses protegidos se debe tener
en cuenta la intensidad del peligro en el momento. Para poder formular
este juicio, se tiene en cuenta: el valor del bien jurídico en juego, la
cantidad de amenaza del perjuicio, la probabilidad del grado de peligro
i38 ROXIN, ob. cit., t. 1, 16, 111, nm. 28.; MAURACH y ZIPF, ob. cit., t. 1,
S 27, 111, nm. 27.
13' TRIFFTERER, ob. cit., Cap. 11, 11, 3, b.
y otros intereses que en particular deben tener en cuenta. De igual
modo se debe hacer con el otro interés jurídico en juego y de allí se
obtiene cuál de ellos debe ser salvado'40 .
IX. El peligro159
1. El peligro para el bien jurídico. Los
problemas para su detel-~ninaciórz
Es éste sin duda el tema clave del estado de necesidad en general
y en pai-ticular del justificante. Bien ha sostenido Hirsch que "Si nos
IG8 Ibidem.
169 ROXIN, ob. cit., t. 1, 16, 11, nm. 12.
autores antes citados, que "En lo sustancial hay acuerdo en cuanto a
que se debe enjuiciar ex ante (o sea, desde una perspectiva de antes
del hecho) si concurre un peligro; pues es durante el hecho y no después
cuando hay que verificar si una acción está justificada o no. Y también
se acepta de modo general la tesis de que la concurrencia de peligro
no se puede enjuiciar de modo puramente subjetivo, desde la pers-
pectiva de quien actúa en estado de necesidad; pues el tenor de la ley
vincula la justificación a la concurrencia de un peligro, y no a la mera
imaginación del
Claro que el problema está en cómo analizar este criterio objetivo
ex ante, ya que de acuerdo a como se lo considere, terminará trans-
formándose, según nuestra opinión, en un elemento que depende to-
talmente de la subjetividad de la persona, y eso sería contradictorio,
en el sentido de que la causa de justificación dependería ahora exclu-
sivamente de la representación del sujeto.
Para solucionar el problema los autores recurren a Schaffstein17'.
Pues bien, el criterio sería en este caso el siguiente: "Lo decisivo es
l...]el juicio objetivo del observador inteligente del sector del tráfico
del agente, y que disponga también de los conocimientos especiales
de éste"17'. La explicación del problema sería la siguiente, bajo un
ejemplo: Si un campesino llega al lugar de iin accidente, y observa
un peligro, se justificaría su intervención si también lo hubiera podido
observar "un can~pesiiiomedio", inteligente y sensato que cuente con
que se puede producir un daño si no actúa. A esto hay que incluir en
el juicio el conocimiento especial del sujeto que actúa. Jakobs agrega
el juicio de un especialista competente, por ende, quien decide en una
situación de incendio debe ser el bombero'73.
Aparentemente la cuestión es problemática, ya que cambia si es
el juicio de un sujeto medio quien debe decir o el de un experto. Sin
embargo, Roxin relativiza la cuestión afirmando que de acuerdo con
Is9 SCHONKE, SCHRODER y LENCICNER, Ij 34, marginal 13, vor Ij 32, marginal
10, citado por HIRSCH, ob. cit., t. 1, p. 73.
I9O I-IIRSCH, ob. cit., t. 1, p. 74.
cunstancias resultantes desde la posición de la ejecución de la actua-
ción, por el contrario, para el peligro rige la situación de conjunto
temporal-espacial en la que entra un bien jurídico. Debido a que todas
estas circunstancias a las que tiene que ligarse la prognosis no pueden
extraerse de la perspectiva ex post, ya que de no haber existido lesión
no habría habido nunca peligro, se podría pensar en la cognoscibilid'ízd
objetiva de una persona media que dominara la situación en su conjunto
temporal-espacial"19'. Pero Hirsch señala que esta afirmación relativiza l1
1
de necesidad, que la apreciación del fenómeno real es ex ante, pero
de ac~rerdocon criterios objetivos colocándose desde 1a visión de un
experto en el lugar del autor, al solo efecto de analizar la intensidad
del fenómeilo y de darle cierta libertad al sujeto y sólo teniendo en
1
cuenta que nunca el sujeto podrá conocer la cosa en sí, sino sólo sil
manifestación. El resto queda, en esta perspectiva ex ante, en el ámbito
del error.
Pero, sin duda, aun en esta salida que es un2 de las soluciones con
más inventiva se trata en el fondo de una solución de compromiso, l
por las razones antes dichas, de que el sujeto sólo conoce el fenómeno
y de allí que en estos casos se deba buscar una forma intermedia.
Pero sin duda, es éste un tenla sin una solución definitiva, tal como
se ha podido ver. I
X. La necesidad
Bajo este rubro la doctrina se refiere al problema de que la acción
típica que realiza el autor es la única posible a los efectos de salvar
al bien jurídico. Zieschang ve con razón la diferencia del peligro en
el estado de necesidad y en los delitos de peligro en este punto. Así
afirma que "Si se comienza con la reglamentación del estado de ne-
cesidad entonces se entiende por peligro en la literatura del Derecho
Penal un estado en el cual conforme a las circunstancias concretas
230 Jbídem.
231 MAURACH y ZIPF, ob. cit., t. 1, 5 27, 111 4, nm, 17.
232 CEREZO MIR, ob. cit., t. 11, p. 283; CÓRDOBA RODA, Cotnentarios al
Código Penal cit., t. 1, ps. 295 y SS.
nadamente una situación de conflicto insalvable entre dos intereses,
de modo que la salvación de uno exige el sacrificio del otro C.. ] La
intención va referida a la provocación de la situación de necesidad y
no a la comisión ulterior de un delito. La eximente queda excluida,
por tanto, aunque el sujeto al provocar intencionalmente la situación
de necesidad no tuviera el propósito de cometer en ella un delito y
aunque no hubiera previsto ni pudiera prever la posibilidad de hacerlo.
La palabra intención esta utilizada por otra parte, en el sentido amplio
como sinónimo de voluntad. No es preciso que la provocación de la
situación de necesidad fuera el fin perseguido por el sujeto, sino que
basta con que éste considerara que era una consecuencia que iría ne-
cesariamente unida a la consecuencia del fin o que previera la posi-
bilidad de la provocación y contara con ella'7233.Debemos afirmar que
si bien Cerezo rechaza la posibilidad del estado de necesidad justifi-
cante cuando Isi situación h e intencionalmente provocada, en cambio
es de la opinión de que ello es distinto en el caso de conductas im-
pi-~identes'~~.
El Código Penal argentino habla de que el sujeto debe l-iaber sido
extraño y esto, a ntiestro criterio, provoca dudas, no sólo en cuanto
al sentido de la ley, al negarle la justificante en estos supuestos.
Una primera resp~~esta sería que la expresión "extraño" lleva a
negarle la eximente en los casos del delito imprudente. Pero, en este
caso se podría seguir la posición de Mir Puig en el sentido de que la
acción típica debería serle imputada sólo a título de imprudencia, ya
que la situación de necesidad ha sido creada por la violación del deber
de cuidado, que tiene directa relación con el daño ocasionado con
posteri~ridad'~'.
Righi cuando trata el tenia afirma que "se requiere que el autor
no haya creado la situación de peligro. Pero la exigencia de que haya
sido extraño a la creación de la situación de peligro no puede ser
apreciada en términos de estricta causaIidad material o física, pues la
mera relación del autor con la creación de la situación de peligro no
328
EL ES'1'ADO 11E NECESIDAD JUS'I'IFICAN'I'E
1. Obligaciones especiales
Si bien la ley argentina nada dice al respecto, debe tenerse en
cuenta, para nuestro ordenamiento jurídico, la valoración que se realiza
desde el punto de vista ético social, que lleva a que no podrá ser
invocado el estado de necesidad por aquellas personas que se encuen-
tren en estado de necesidad, pero que al mismo tiempo se hallen obli-
gadas a soportar el peligro. La excepción surge del deber ínsito en la
actividad que el sujeto desenlpeña, tanto sea una actividad pública
como privada. Los ejemplos clásicos del in6dico que deja de atender
al enfermo por miedo al contagio. El caso ha cobrado vigencia con
el síndrome de inmunodeficiencia adquirida. En estos casos, no podrá
el médico dejar de operar aduciendo el riesgo al contagio. De modo
que si así lo hace y muere la persona, podrá ser imputado de l~oinicidio,
2. Necesidad de proteccióri
La acción de necesidad se justifica sólo cuando el bien a salvar
requiere la protección en la concreta situación de peligro. De este
modo no hay obligación de soportar el peligro cuando el bien digno
de protección renuncie en forina lícita a SU pretensión de subsistencia.
Los ejenzplos son claros, no puede invocar el estado de necesidad el
condenado a pena de prisión que quiera escapar de forma violenta.
Tampoco el médico puede interrumpir el embarazo de la madre, aunque
ello esté permitido sin el consentimiento de ella7".
MAURACH y ZIPF, AA, par. 27, 111; véase GOSSEL, Acet~cndel ~?ornzativis-
mo... cit.; FRAmNBERG, La torttrrn y el tnbzí cit., entre otros autores, tratando
un caso reciente de la jurisprudencia alemana.
LA C O L I S I ~ NDE DEBERES
no. Los primeros dan motivo a sanciones; los segundos, no. Cuando
la acción o la omisión no son de las incriminadas, la imputaciór~no
se produce. Pero aquí se trata de un individuo que ha incurrido en un
acto o en una omisión de aquellas que la ley castiga. La apariencia
lo condena o, por lo menos, hace suponer la culpabilidad. La regla
generica lo comprende, y para evitarle la aplicación de la pena, es
indispensable establecer que no concurre si obró legítimamente, no
obstante la mencionada apariencia. En un caso de esos no hay delito,
sino acción lícita'?
4. El Código de 1886'
El Código de 1886 en su artículo 81, incisos 7" y 15, trataba el
tema en cuestión. Declara, así, sin responsabilidad criininal, al que
obra en cumplimiento de un deber, autoridad o cargo y al que obra
en virtud de obediencia debida. Los incisos tienen, como puede notarse,
origen en los dos proyectos anteriores.
5. El proyecto de 1891 lo
En el artículo 59, inciso 10 se trata de la eximente en relación con
el que obra en cumpliiniento de un deber o en el legítimo ejercicio
de LNI derecho, autoridad o cargo, o en virtud de una obediencia debida.
La obediencia es debida cuando la orden emana de quien ejerce sobre
el agente autoridad directa, corresponde al genero de sus funciones y
reviste las formas legales.
En la Exposición de Motivos se decía: "En el número 10, artícu-
lo 59, reunimos, sin alterar nada, los incisos 7" y 15 del artículo 81
del Código. La analogía entre el contenido de una y otra cláusula
justifica suficientemente la reunión. En efecto, el priniero de esos in-
cisos se refiere al que obra en cuniplinliento de un deber, o en legítimo
ejercicio de uri derecho, autoridad o cargo; y el segundo, al que obra
en virtud de obediencia debida. Obrar en virtud de obediencia debida
es, en rigor, obrar en cuinplimiento de un deber, en un caso especial.
Precisábamos decir cuándo se debe la obediencia, que excluye la ii1-t-
putabilidad del acto ejecutado a consecuencia de la orden recibida; y
hemos debido decirlo para prevenir las vacilaciones y las controversias
a que se presta esta causa excluyente de responsabilidad. Sin diida,
nunca una persona, en las relaciones generales de hombre a hombre
en la sociedad, puede estar obligada a obedecer a otro un mandato
para ejecutar un heclio crinlinoso o sin~plen~ente ilegal, sabiendo que
6. El proyecto de 190612
246
LA COLISIÓN DE DEBERES
La ley penal en el artículo 34, inciso 4" justifica al sujeto que obre
en cuinplimiento de un deber o en el ejercicio legítimo de un derecl~o.
l 7 CEREZO MIR, ob. cit., t. 11, p. 290; en igual sentido RIGI-11, ob. cit., p. 253;
ANTÓN ONECA, Pnrte ger7eral cit., p. 282. Soler, estudiando el concepto de estas
jiistificarites, se ocupa, ante todo, del "cumplimiento de la ley", agrupando bajo este
epígrafe las "acciones que la ley directamente manda y que el siijeto directamente
cumple". Es exacto, como él dice en directa referencia al texto argentino, que las
"expresiones deber, autoridad, cargo, tienen un valor estrictamente jurídico. La acción
realizada en cuinplirniento de un deber es justa, cuando este deber estaba jurídicamente
impuesto, o, en los demás casos, cuando la autoridad o el cargo eran funcionalmente
atribuidos por el Derecho. En los tres casos, se actítaii prescripciones positivas de la
ley, realizadas por quien es justamente el órgano e.jecutor dc esa voluntad. Los deberes
de carácter social, religioso o moral 110 están con~prendidos,conlo tales, sino en
cuanto el Dereclio expresamente los reconozca o consienta. Quien obre cumpliendo
un deber impuesto por la ley o ejerciendo autoridad o cargo, no delinque, actúa el
Derecho". Así el "agente que detiene a un delincuente", así, también el "acto de
interceptar o abrir la correspondencia L.. ] dispuesto por el juez", el "allanamiento",
etc. Dice soler que también "deben comprenderse dentro de esta disposición los actos
que no estando expresamente mandados por la ley, están por ella expresamente per-
iiiitidos, como por ejemplo, la detención de un delincuente hgitivo o en flagrancia,
consentida ordinarian~entepor las leyes procesales a los particulares, aunque no puesta
como un deber". En parágrafo separado se ocupa Soler del "ejercicio legítimo de un
derecho", dentro de él no sólo estudia la norma genérica que al amparo de disposiciones
constitucionales consiente tal ejercicio, sino de algunos casos concretos, como el de-
recho de retención, las vías de hecho -tratados con sentido crítico- y, sobre todo, las
"defensas mecánicas predispuestas" (SOLER, Sebastián, Derecho Penal, t. 1, ps. 362-
369, citado por JIMENEZ DE ASÚA, ob. cit., ps. 5001501).
l 8 CEREZO MIR, ob. cit., t. 11, p. 190; ANTÓN ONECA, ob. cit., p. 281.
Antón Oneca afirma que la ley impone a funcionarios conductas
ejecutivas del poder coaccionador del Estado que implica11 ataques a
los bienes jurídicos de los particulares. Los ejeinplos son varios: em-
bargos, incautaciones, detencioi~es,ejecución de penas privativas de
libertad, utilización de armas. En este punto agrega Antón Oneca que
"el empleo de la fuerza ha de estar sujeto a medida deteil~~inada, segíin
delicado juicio en que han de pesarse varias circunstancias: imposi-
bilidad de emplear otros medios, gravedad del hecho que determina
la intervención, grado de resistencia del previamente intimado, deberes
y facultades del Instituto a que pertenece el agente. Y como principio
general, regulador de esta proporción, ha de tenerse en cuenta que el
prestigio de la autoridad se compromete tanto por dejación como por
abuso"I9. En similar sentido Mir Puig se refiere a que delimitando así
el ámbito del ai-tíciilo 20, 7, será difícil encontrar deberes, cuyo cum-
plimiento dé lugar a su aplicación, que no precedan de un cargo público.
En principio, la ley sólo establece deberes específicos de lesionar bienes
jurídicos para quienes ejercen deterniinados cargos públicos -así, por
ejemplo: para las fuerzas de orden público, para los tribunales o para
los funcionarios de prisiones-. Es discutible que haya que incluir aquí
'"ANTÓN ONECA, ob. cit., p. 282; Mis Puig afirnia que "Los principios de
necesidad y proporcionalidad, examiiiados con relación a la legítima defensa y al
estado de necesidad, deben fijar los límites objetivos del uso de la herza por la
autoridad o sus agentes, atendiendo para ello a las exigencias específicas del ejercicio
del cargo en materia de orden público (STS, 20-10-80). El uso de la iierza Iia de
ser necesario para cumplir la función publica. Éste es requisito básico en el cual no
nace el deber de recurrir a la fuerza, y no cabe, por tanto, estimar la eximente completa
ni incoinpleta. Ello significa que la agresión ilegítima no constituye, en principio, un
requisito específico de la eximente 7" Lo que hace nacer el deber de emplear la
fuerza amparado por el artículo 20, 7" es sólo que dicha fuerza resulte necesaria para
el cutnplimiento de la flinción pública de que se trate; por ejemplo, para detener a
unos deiincuentes peligrosos, para mantener el orden píiblico en situaciones de grave
perturbación, etc. (STS, 30-10-80). Lo que motiva la utilización de la fuerza no cs
en estos casos una agresión a la autoridad o sus agentes, sino una infi-acción del
Derecho que debe ser impedida o un peligro para los demás que ha de ser atajado.
La eximente de cumplimiento de un deber no entra en juego para amparar la defensa
de las personas de la autoridad o sus agentes, sino para garantizar la defensa del
Derecho y de los intereses ajenos por los que debe velar la fuerza pública" (MIR
PUIG, ob. cit., p. 482).
el caso de algún deber mencionado por la doctrina, conlo el deber de
informar de los testigos, o el deber de denunciar los delitos (arts. 259
y 264, LECr.)20.
Cerezo, por su parte, afirma que el fundamento de esta justificante
está dado, según la doctrina española, por el principio del interés pre-
ponderante. Sin embargo, este principio resulta insuficiente, pues aun
frente a deberes de igual jerarquía la corlducta será lícita, en caso de
que el sujeto cumpla alguno de ellos, y, aunque el autor cumpla un
deber de rango superior o igual o actúe en ejercicio de un derecho,
la conducta sera ilícita si ello lleva a un atentado grave de la dignidad
de la persona huinana".
Maurach y Zipf ha11 tratado el terna de manera tangencia1 -habida
cuenta de que no existe una norma similar en el Derecho alemán-,
bajo el título Ejercicio de la coacción estatal para el cztr7zylirnier1to.
Expresamente señalan que "no actúa antijurídicamente quien ejecuta
una acción, en sí misma típica, por encargo del poder estatal, en el
marco de su competencia y dentro de los márgenes señalados por la
ley"". La eximente alcanza sin duda a los funcionarios, de ac~ierdo
con el 5 11, inciso lo, No 2, y a los particulares, en la medida en
que sean designados por el órgano co~npetentepara el cumplimiento
de la coacción estatal, pero no a los particulares que lo hagan de
manera voluntaria, salvo que sean alcailzados por otras causas de jus-
tifi~ación'~.
Maurach y Zipf sostienen, al igual que Anton, que estas acciones
se encontrarán justiflcadas si cumplen exigencias minimas del respec-
tivo ámbito jurídico. Y colocan como ejemplos, el respeto al ámbito
territorial, de modo que el juez no es coii~petente,en su caso, de
ámbito territorial distinto, para decretar embargos, y la policía tampoco
lo es para satisfacer pretensiones del Derecho Privado2?. Tarnbién se
exige que la orden de arresto sea por escrito y agregan: "el principio
de proporcionalidad constituye un presupuesto general para la licitud
25 MAURACH y ZIPF, ob. cit., t. 1, 29, 1, tlm. 5 ; ROXIN, ob. cit., C;, 17, A,
nm. 4.
26 ROXIN, ob. cit., t. 1, 5 17, A, nm. 1.
27 ROXIN, ob. cit., t. 1, 5 17, A, ni11. 2.
"en cambio, según esta posición, los errores sobre la concurrencia de
los requisitos fácticos de una facultad de intervención 110 cambian
para nada la conformidad a derecho de la actuación si el fiincionario
ha llegado a efectuar un juicio equivocado pese a un examen conforme
a deber de la situación, mientras que los errores sobre los límites
jurídicos de la facultad de intervención harán que la situación del
funcionario resulte siempre antijurídica, incluso en sentido jurídico
penal"". La cita del fallo del BGHSt, 4, 161 y SS.es importante. En
efecto, el Tribunal alemán afirma que "contra un funcionario ejecutor
que actúe antijurídicamente [...] es en sí admisible la legítima defensa.
Pero la conformidad a Derecho de la acción de ejecución no depende
predominantemente del Derecho material, sino que por regla general
depende ya de la compeiencia objetiva y territorial del funcionario
para intervenir, de las formas legales L...] o C.. ] de la regularidad del
ejercicio de su criterio de aprecia~ión"~~. Sin embargo en el número
siguiente afirma: "y tampoco debe dar l~igara la antijuridicidad en
todos los casos la ejecución de decisiones basadas en concepciones
jurídicas erróneas". El ejemplo que trae es demostrativo: "Así, si un
fimcionario ha obrado por orden de su superior o por encargo de una
autoridad competente, según la jurisprudencia actuará conforme a De-
recho con tal que lo haga de buena fe, aunque la orden o instrucción
se deba a suposiciones jurídicas erróneas y el f~lncionariono las haya
examinado en absoluto; la solución será distinta a lo sumo en caso
de órdenes arbitrarias y nulas". Y algunos autores sostienen que tam-
bién en el caso del funcionario que obre por propia iniciativa deben
tratarse igual los errores sobre los pi-esupuestos facticos y la estimación
equivocada de la situación jurídica, porque en los agentes ejecutores
"no puede ser completa su formación j~iridica"~~. También se refiere
Roxin a la teoría (Meyer, Bebcler, Krey) que rechaza el concepto ju-
rídicopenal de antijuridicidad, se adhiere al Derecho Administrativo,
en el sentido de que so10 será antijurídico el acto de la autoridad que
sea considerado nulo, esto es, con vicios más graves y manifiestos, y
jqbídem.
j5 MAURACH y ZIPF, ob. cit., t. 1, 27, IV, nm. 48.
jh HIRSCH, ob. cit., t. 1, p. 129.
tras tanto en gran parte, de forma que un futuro legislador liaría bien
en recogerlo e11 el Código Penal coino causa de justificación inde-
pendientevs7.
Mir Puig por su parte también sigue esta idea al sostener que "Se dice
que concurre colisión de deberes cuando para cumplir un deber es
preciso infringir otro. Concurre entonces una situación de conflicto que
en la doctrina se considera una ~i~anifestación particular del estado de
necesidad. Tanibién en la colisión de deberes se produce un conflicto de
intereses en sentido amplio, porque los deberes protegen intereses per-
sonales o colectivos, pero lo particular de la colisión de deberes es que
en ella el sujeto debe actuar u omitir, a diferencia de lo que sucede en los
demás casos de estado de necesidad, en los cuales se faculta (pero no se
obliga) al agente a efectuar la lesión de un bien Los ejemplos
con que trabaja el autor español son de utilidad para analizar el probleina
fundamental que es si se trata de un problema de justificación o de
inculpabilidad: '"según la doctrina, afirma, concurre una colisión de
deberes cuando el médico sólo dispone de un pulmón artificial y se
encuentra ante dos enfermos que lo precisan y a los cuales tiene el deber
de auxiliar. En cambio, cuando alguien causa unos daños en la propiedad
ajena como único modo de salvar su vida, actúa en un estado de
necesidad que le permite hacerlo pero que no le obliga a ello"59.
Mir sostiene que la colisión de deberes debe diferenciarse de los
demás casos del estado de necesidad. Ello es así, expresa, porque "La
diferencia de tratamiento vendría requerida por el 11ecl1o de que en la
colisióii de deberes el sujeto no sólo puede, sino que debe actual- u
omitir. Así, mientras que en el estado de necesidad genérico sólo que-
daría justificada la lesión de un bien jurídico 'esencialmente' inferior
al que se salva, en la colisión de deberes, resultaría justificada la
infracción de un deber ligeramente inferior al que se cumple"6o.
Roxin se expresa afirmando que de acuerdo con la opinión doctrinal
predomiiiaiite "sólo se puede hablar de colisión de deberes cuando
existan deberes distintos de acción, de los que sólo se puede cumplir
tampoco aquí admiten justificación; ver Otto, ob. cit., 112, extensión
a casos detallados espccíficos de un hacer po~itivo)"~'.Y culminan
con la idea de que "cabe destacar que las obligaciones inconmensu-
rables y meramente morales no son consideradas. La oinisión típica
debe cumplir todos los demás elenlentos del 5 34, con excepción de
la preponderancia del interés defendido. Si en la colisión estin invo-
lucradas obligaciones de omisión, ellas no son atendidas, pues de lo
contrario se impediría la legítima defensa a favor del interés equivalente
que se sacrifica. En este punto, el autor depende de la exclusión de
la responsabilidad por el hecho"73.
Otto, cuando se refíere al tema de la colisión de deberes, descarta
que nos encontren~osdentro del ámbito libre de Derecho, del que ya
se había referido Artl~urIcaufmann, ya que en el caso de la colisión
de deberes el Derecho hace una valoración. La solución de la colisión
misma se apoya en la sisten~áticade la ley. Teniendo en cuenta este
punto de vista, deberes de igual categoría no pueden resolverse en
otro ámbito que no sea el orden jurídico. En este sentido puede ser
devaluada la posibilidad de solución como deberes antijurídicos, ya
que el Derecho Penal hace su juicio de desvalor en la antijuridicidad
con la que une a la conducta antijurídica y que de ese modo, en este
caso, no puede ser alcanzada. La conducta, afirma Otto, no es antiju-
rídica, aun cuando se pueda observar que la solución del conflicto
tenía otra posibilidad que no tuviera mejor prioridad. En coi~secuencia,
el autor no actúa antijurídicamente cuando en una colisión de deberes
satisface alguno de los deberes de igual rango7?
Como se sabe, el teina liabía sido visto por Arinin Kaufmann en
su ya conocida obra sobre la omisión. En ella contestaba, ante Ca pre-
gunta de si está justificada la oillisión típica con respecto a la otra
acción llevada a cabo en lugar de la acción prescripta: "La primera
pregunta apunta a la existencia de otro deber de obrar; dos mandatos
se concretan en obligación al mismo tiempo en la misma persona, al
Ibídem.
Ibídem.
Ibídem.
M KUPER, ob. cit., p. 343.
EA COLISIÓN IIE DEBERES
Ioo CfT. JESCHECK, Pcrtndo... cit., ps. 542 y s. (4"d. alemana, 35, 111 2);
MAURACH y ZIPF, AT cit., 5 28JV.27.
' O 1 MIR PUIG, ob. cit., p. 486.
Io2 MIR PUIG, ob. cit., p. 486.
selas presciildiendo completainente de acudir a las manos como método
educativo. Si se quisiera movilizar aquí al Derecl~oPenal por cada
bofetada motivada por faltas graves, serían más las familias destrozadas
que las pacificada^"'^^.
En coincidencia con esta solución niega y con razón Roxin el castigo
a niños ajenos habida cuenta del carácter personal de quien tiene de-
recho a la educación. A lo sunlo se podría admitir en casos excep-
cionales y pensando en el consentimiento presunto de las padres. Esto
cambia en los casos específicos de guarda y custodia. Pero en este
caso el derecho al castigo debe darse a las personas encargadas de
inanera expresa, ya que no se presume104.
En co~~secuencia, no se debe admitir el derecho al castigo físico
por parte de niaestros y profesores, sil1 perjuicio del derecho a la
legítin~adefensa o al estado de necesidad defensivo.
]O9 MAURACH y ZIPF, ob. cit., t. 1, $ 29, 1, nrn. 7; HIRSCH, Leipziger Konz-
illentnr.. cit., No 161.
"O ROXIN, ob. cit., t. 1, 5 17, B, nm. 18.
MIR PUIG, ob. cit., p. 499.
LA COLISIÓN IIE DEBERES
SUMARIO: 1. Análisis general del problema del consentimiento. 11. La estructura del
consentimiento en la dogmática penal. 1. Antecedentes. 2. Acuerdo y consentirnien-
to. 3. La crítica a la diferenciación entre acuerdo y consentimiento. 4. Los argumen-
tos de quienes sostienen que se trata de una causa de justificación. 5. Los argumentos
de quienes sostienen que se trata de una causa de exclusión de la tipicidad (en
especial Roxin, Maurach y Zipf). a) Análisis general. b) Los efectos para la teoría
del delito. 6. Casos en que no es posible el consentimiento. 7. Requisitos del
2. Acuerdo y conseiztirnieizt~~~
La doctrina ha diferenciado entre acuerdo y consentimiento, de
ROXIN, Dereclio Penal. Parte genero1 cit., t. 1, 13. 1. 1 , p. 51 1, nm. 1
ESER y BURKHARDT, ob. cit., p. 275.
Ibídem.
'O Véase ESER y BURKHARDT, ob. cit., ps. 273 y SS.
acuerdo con la posición que había sostenido Geerds y Geppert". De
acuerdo con esta posición en el acuerdo se elimina o excluye la tipi-
cidad. Roxin afirma que esta situación se basa "en los tipos en que
la acción típica presupone ya conceptualmente un actuar contra o sin
la voluntad del lesionado. Aquí pertenecen sobre todo los delitos de
coacción: si alguien está de acuerdo con la pretensión de otro, no
existe una coacción justificada, sino ninguna coacción en absoluto;
cuando una mujer consiente en el yacimiento, la conducta del varón
ya no puede ser típicamente una violación, etcétera. Pero la ley también
proporciona otros numerosos ejemplos. Si la entrada de un visitante
es bienvenida por el titular del derecho de morada, falta ya la 'invasión'
que requiere el tipo de allanamiento de morada; si alguien está de
acuerdo en que otro tonle una cosa del ámbito de dominio de aquél,
no existe 'sustracción' en el sentido del 242 porque no existe el
'quebrantamierito' de la custodia ajena requerido para ello; quien rapta
a una mujer con su consentimiento o quien utiliza un vehículo de
motor ajeno con pernliso del propietario no puede realizar los tipos
de los $5 237 y 245 b porque según su tenor literal requieren una
acción contra la voluntad del afectado. Es común a todos estos casos
que el acuerdo excluye de antemano la lesión del bien jurídico pro-
tegido; la libertad de inanifestación de la voluntad, el derecho de 1110-
rada, la custodia, etcétera, no son lesionados cuando el afectado está
de acuerdo con la acción del autor"17.
De este modo se diferencia la cuestión del "consentirniento en sen-
tido estricto, cuando es prestado por el portador del bien jurídico, sólo
tendría el efecto de justificación, pero no el de excluir la realización
del tipo. Los ejemplos fundamentales los proporcionan los tipos de
daños y lesiones. Si el propietario permite que un tercero dañe o des-
truya una cosa de aquél, según la doctrina dominante, el consentimiento
no remedia que la cosa resulte dañada ni la propiedad típicamente
lesionada. SegUn esta opinión, el consentimiento excluye sólo la an-
tijuridicidad, lo cual se funda la mayoría de las veces en que en el
consentimiento descansaría una renuncia al bien jurídico que tendría
Señalan que se sostuvo que "el acuerdo poseía una 'naturaleza pura-
mente fáctica', por lo que no perjudicaría en nada si fue pensado
equivocadamente o el afectado no había captado el significado del
bien jurídico protegido. Asimismo, el acuerdo no necesitaría ni ser
declarado expresamente ni tampoco haber sido conocido por el autor.
No obstante, frente a ello se erigen fundadas objeciones. En realidad,
eí acuerdo no posee en todos los casos una naturaleza puramente fáctica,
pero también la pregunta acerca de hasta qué punto puede estar influido
por el engaño o la violencia y de cómo debe ser manifestado exter-
namente, no puede ser contestada de un modo general sino sólo en
el marco de la interpretación de los tipos concretos y de acuerdo con
el sentido y finalidad de éstos [...] De esta forma, es suficiente para
la exclusión de la violación la natural aprobación de la mujer en la
relación sexual extramatrimonial. No depende, pues, de la capacidad
de razonan~ientoo de error porque el tipo de la violación únicamente
concurre cuando la relación sexual extramarital es forzada por medio
del empleo de la fuerza o la amenaza de un peligro actual para el
cuerpo o la vida. La mera violencia o designación de la relación sexual
no excluye desde luego el tipo. Completamente distinta es la situación
jurídica en el allanamiento de morada, en el que toda presión del autor
a la voluntad contraria del titular de aquélla cumple con el requisito
de la intrusión, mientras que el acuerdo engañoso hace decaer el tipo
delictivo concreto. Y en los tipos delictivos concretos también es di-
verso el criterio relativo a la necesaria capacidad de razonamiento
para emitir un acinerdo eficaz: en el rapto la aprobación voluntaria y
natural de la mujer es suficiente para negar la existencia del tipo,
incluso aunque se trate de una enferma mental"16.
El problema real aparece para los autores citados en cuanto a si
el consentimiento es una causa de exclusión del tipo o una causa de
justificación, tema sobre el que en su momento hemos sostenido la
primera posicióní7. Jescheck y Weigend plantean el problema en los
siguientes términos: "Mientras que la doctrina dominante todavía in-
terpreta el consentimiento como una causa de justificación, una im-
portante minoría ve en el mismo una circunstancia que excluye el
43 Ibídem.
44 ROXIN, ob. cit., t. 1, 5 13, 11. 3, p. 521, nm. 20.
EL CONSENTIMIENTO
Ibídem.
ESEEK y BURKHARDT, ob. cit., p. 276.
65 ROXIN, ob. cit., t. 1, 5 13. IV. 1, p. 534, nm. 46.
la dimensión y clase de ine~~oscabo del objeto de la acción determinan
la ineficacia del consenti~niento,porque entonces éste no cubre la in-
tervención del autor en la esfera jurídica del afectado. La ineficacia se
exteilderá también a aquellas hipótesis en las que el afectado, como con-
secuencia de un error o de un eizgaño, no consigue la finalidad altruista
del sacrificio de su bien jurídico o se equivoca e11 cuanto al sentido
del consentiiniento para evitar un daño propio o ajeno; tanto en uno
como en otro caso el consentiiniento no es expresión de su autonomía.
En relación con la amenaza, ésta debe contener un nial de considerable
importancia. El consentirniento es revocable libremente y adernás no
se requiere una impugnación del mismo en el sentido del Derecllo
Civil. Irrelevante es, finalmente, si el consentimiento misrno atenta
contra una prohibición legal o contra las buenas costun~bresporque
los $5 134, 138 BGB son tan inaplicables al consentimiento corno el
resto de las disposiciones del Derecho Civil relativas a la declaración
de vol~intad.No obstante, en la práctica la contrariedad a las coshimbres
del hecho y del consentiiniento son difíciles de separar. Ejemplo: La
prescripción de sustancias estupefacientes que no se encuentra &di-
camente fi~i~dada y llevada a cabo por la petición de un adicto es
coi-itraria a las costumbres y, por ello, punible a pesar de la presencia
del consentiiniento. Asin~isino,el consentimiento aquí también podría
ser ineficaz por la falta de capacidad de raciocinio del pacientepG6.
Vealnos en detalle el probleina.
Ix El consenttilnientdp presunto
En cuanto a este tema debe decirse que los presupuestos del con-
sentimiento presunto se relacionai~con las exigencias que se deben
dar con respecto al consentimiento otorgado. En otras palabras, se
trata del reemplazo de la aprobación real, simplemente parque no se
la puede obtener, de modo que ella se presume. Luego, el presupuesto
de este reemplazo es la inlposibilidad de obtener en forma oportuna
el consenti~niento"~.En consecuencia rigen similares reglas:
"a) Al igual que el consentimiento, el consentiniiento presunto sólo
puede referirse a un bien jurídico disponible [...] Asimismo, debe ser po-
sible presumir, en el detentador del bien jurídico, la capacidad de com-
prender los efectos de su decisión. En el caso de la intervención médica
esto significa, por ejemplo, que sólo es posible presumir el consenti-
iiiiento de un paciente en estado de inconsciencia, cuando se pueda in-
9 1 MAURACI-1 y ZIPF, ob. cit., t. 1, 1$ 28. 11. 3.a, p. 493, m i l . 11; ESER y
BURKIJARDT, ob. cit., p. 252.
92 2MURACH y ZIPF, ob. cit., t. 1, 28. 11. 3.b, p. 493, mn. 12; ESER y
BURKHARDT, ob. cit.
93 MAURACH y ZIPF, ob. cit., t. 1, 5 28. 11. 3.c, p. 493, mn. 13; ESER y
BURKHARDT, ob. cit.
94 Ibídem.
pueden ser objeto de combinaciones y valoraciones altamente variables
en cada caso p a r t i c ~ ~ l a r "Y~ ~concluyen:
. "Como punto de referencia
útil, para la mayoría de los casos, cabe mencionar, al menos, que en
la actuación en beneficio de un tercero debe atenderse a la ponderación
objetiva de bienes y, en cambio, frente a una actuación en propio
interés, al punto de vista personal del titular del bien
Esto implica que el autor debe analizar la situación de una manera
consciente. Y aparecen los problemas del error del sujeto, que aun en
ese caso yerra con la solución, por una parte, y cuando el autor no
realiza ese examen exigido, por otra.
La respuesta que dan los autores ahora seguidos es que en el primer
caso operará la causal de justificación, aunque no acierte con la vo-
luntad del afectado97.
El problema, como es obvio, se dará en el segundo de los supuestos,
cuando el autor 130 haya llevado a cabo el examen exigido. Según
Maurach y Zipf, "El autor comete un error que hace preciso efectuar
la siguiente distinción: si él no conoce aquellas circunstancias fácticas
que resultan decisivas para el enjuiciamiento de la voluntad presunta
del afectado (p. ej., cree erróneamente que el automóvil pertenece a
un buen amigo), nos encontramos ante un error acerca de las circuns-
tancias de hecho, el que debe ser resuelto según las reglas del error
de tipo. Al contrario, si el autor conoce todas aquelias circunstancias
fiicticas cuya subsunción es necesaria, pero procede erróneamente en
el enjuiciamiento, nos encontramos ante un error de valoración que
debe ser solucionado conforine a las reglas aplicables al error de prohi-
biCiÓn7'98
Sobre este punto hemos de volver cuando tratemos los problemas
del error en el tomo respectivo de esta obra.
'
)j MAURACH y ZJPF, ob. cit., t. 1, $ 28. 11. 3.c, p. 394, mn. 14.
96 MAURACH y ZIPF, ob. cit., t. 1, (Z 28. 11. 3.c, p. 494, mn. 14.
97 MAURACH y ZIPF, ob. cit., t. 1, 5 28. 11. 3.c, p. 494, mn. 15.
9S MAURACH y ZIPF, ob. cit., t. 1, (Z 28. 11. 3.c, p. 494, mn. 17.
ANTTWRPDICCIDAD U WRPDICIDAD DE
EA CONDUCTA TÍPTCA.LAS FWCHONES
DEL JUICIO DE AN%IJURPDICIDAD
CAP~TULOXI
EL ESrJt'ADO DE NECESIDAD mSTIFICANTE
EA COLPSIÓNDE DEBERES
CAPÍTULO XIII
E%CONSENTrn/IkHENTO
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .385
1. Análisis general del problema del consentimiento . . . . . . . . . . . . . . 386
.I1. La estructura del consentimiento en la dogmática penal . . . . . . . . . . 388
1. Antecedentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 388
2 . Acuerdo y consentimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 389
3 . La crítica a la diferenciación entre acuerdo y consentimiento . . . 394
4 . Los argumentos de quienes sostienen que
se trata de una causa de justificación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 395
5. Los argumentos de quienes sostienen que se
trata de una causa de exclusión de la tipicidad
(en especial Roxin. Maurach y Zipf) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 402
a) Análisis general . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 402
b) Los efectos para la teoría del delito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 405
6 . Casos en que no es posible el consentimiento . . . . . . . . . . . . . . . 407
7 . Requisitos del coilseiltimieilto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 411
8. Exteriorización . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 415
9 . El consentimiento debe estar libre
de los vicios de la voluntad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 416
a) Eleilgario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 417
b) Los casos de error . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 420
c) Amenaza y violencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 422
111. A modo de síntesis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 423
IV. El consentimiento presunto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 423
1 . Análisis general . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 423
2 . Los extremos del consentimiento presunto . . . . . . . . . . . . . . . . . . 426
LA COMPOSICIÓN Y DIAGR~MACIÓNSE REALIZÓ EN
RUBINZAL - CULZONI EDITORES Y SE TERMINÓ DE IMPRIMIR
EL 26 DE JULIO DE 2010 EN LOS TALLERES GRÁFICOS
DE IMPRENTA LUX S. A., H. YRIGOYEN 2463, SANTA FE