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GRUPO NORTE, UNA NUEVA VOZ ANTE LA HISTORIA

Dr. Elmer Robles Ortiz

A diferencia de las primeras generaciones del siglo XX, academicistas, tradicionalistas y


literatizantes, la del Grupo Norte y de sus coetáneos de Cusco, Puno, Arequipa y Lima, trajo junto
al componente intelectual un nuevo mensaje pletórico de sentido social. La conformó una
juventud muy lúcida, estudiosa, preocupada por nuestra identidad, contestataria, de actitud
rebelde, que sintió no solo la responsabilidad de crear cultura, sino de hacer brotar, no obstante el
difícil y hasta doloroso camino escogido, el valor de la justicia social.

Los miembros de esta pléyade juvenil tienen cierta semejanza –como también muchas
diferencias- con la generación española de fines del siglo XIX y comienzos del XX, de la cual
José Ortega y Gasset escribió una hermosa caracterización en 1908.

Anota el citado pensador:

“No hay en España ciencia, pero hay una buen número de mozos ilusos dispuestos a consagrar
su vida a la labor científica con el mismo gesto decidido, severo y fervoroso con que los
sacerdotes clásicos sacrificaban una limpia novilla a Minerva de los ojos verdes. Es menester
hacerles posible la vida y el trabajo. No piden grandes cosas, no estiman el deber de la nación para
con ellos como aquella carbonera de París, [que] en vísperas de la revolución, decía a una
marquesa: ‘Ahora, madama, yo iré en carroza y usted llevará el carbón’. No desean tener
automóvil ni querida. Probablemente no sabrían que hacer con estas cosas, si se les donaran. El
automóvil y la querida no adquieren valor sino sobre un fondo de terrible aburrimiento y vacuidad
del ánimo. Siguiendo la amonestación de Renán, dan gracias a los señoritos porque consumen
ellos solos la capacidad de frivolidad inherente a todo organismo social. Sólo quieren vivir con
modestia, pero suficientemente e independientemente; sólo quieren que se les concedan los
instrumentos de trabajo: maestros, bibliotecas, bolsas de viaje, laboratorios, servicios de archivo,
protección de publicaciones. Renuncian, en cambio, a las actas de diputado, a los casamientos
ventajosos y hasta a la Presidencia del Consejo de Ministros”.

Y añade este autor: “Esa juventud severa y laboriosa, desgarbadamente vestida, sin atractivo
para las mujeres y probablemente sin buen estilo literario, es la única capaz de salvar los últimos
residuos de dignidad intelectual y moral rígida que quedan en nuestra sociedad”. (Ortega y Gasset,
1966: I, 109).

Tales las palabras de Ortega y Gasset, pero los jóvenes más avanzados de la generación peruana
del veinte no pedían nada para ellos en particular; pedían para todo el pueblo peruano: plasmar en
la realidad los elevados conceptos de libertad, democracia, cultura, educación, desarrollo, justicia
social. Se pusieron del lado de los marginados. No buscaban sustituir personas para alcanzar
privilegios como la carbonera parisina mencionada por el filósofo español. En cuanto a su
apariencia personal, vestían formalmente. Y en el campo intelectual fueron innovadores y aportaron
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un nuevo mensaje. Y si pretendieron cargos públicos por elección popular, lo hicieron con la
intención de realizar sus proyectos en favor de las mayorías de la población. Se inspiraron en Henri
Bergson, el entonces influyente pensador francés en los ámbitos intelectuales de Europa y América,
en una de cuyas máximas afirmaba: “Debemos obrar como hombres de pensamiento; debemos
pensar como hombres de acción”. (En Viau, 2014: Web). Expresión emparentada con sentencias
igualmente contundentes del filósofo Antenor Orrego, cuando anota: “Si el pensamiento no sirve
para superar y mejorar la vida, ¡abajo el pensamiento!”. “Pensar y obrar no son términos
antinómicos sino correlativos y complementarios. Ambos señalan la escala serial de un solo proceso
que es la expresión de la vida”. “No hay más cobardía que no hacer tu acción o no decir tu palabra”.
(Orrego, 2011: I, 91, 137 y 302).
El pensamiento carece pues de sentido, sino se encarna en la conducta de los hombres, con
miras a lograr mejores condiciones de vida, en un proceso inseparable con el obrar.
Por eso, la juventud a la que nos referimos, particularmente, la del célebre Grupo Norte, que
tuviera por mentor a Orrego, la conformó gente de pensamiento y acción.
Tan brillante generación fue incomprendida y marginada. Pero, ahora, desaparecida físicamente,
no es vista como una generación vencida, sino vencedora, o mejor dicho sigue venciendo, pues,
como el Cid Campeador, va ganando batallas aún después de haber descendido a la tumba. Su
mensaje peruanista y de proyección latinoamericana y universal, está vigente. Estos muertos, como
decía Orrego, siguen hablando más vivos que su propia vida. O según los conceptos de César
Vallejo, murieron de vida, mas no de tiempo.
En Trujillo, hacia la segunda década del siglo pasado irrumpen los jóvenes, sin ninguna
convocatoria formal, sin ninguna obligación oficial, sin etiqueta de tipo alguno, sin actas ni
registros de asistencia. Solo obedecen al llamado de su propia conciencia. Con su entusiasmo,
tenacidad y vehemencia, asumieron su responsabilidad histórica y pronto dejaron oír su voz. En la
tranquila vida trujillana de entonces, culturalmente su insurgencia sonó a rebeldía contra lo
consabido, el colonialismo mental y el seudoacademismo. Y socialmente, fue el anuncio de
reivindicación de los trabajadores de los valles de Santa Catalina y Chicama. Ellos convulsionaron
el manso y muelle transcurrir citadino de la época. Hicieron frente a una enorme barrera de
privilegios arraigados y pasiones implacables. Pero su lucha marcó con sello indeleble su destino.
Las vicisitudes formaron su carácter y acicatearon sus sueños y esperanzas. Fueron resilientes. Las
circunstancias le exigieron pugnacidad e imaginación creadora para manejar acertadamente las
armas del pensamiento.
A los jóvenes que comenzaron a destacar en Trujillo durante la segunda década del siglo anterior
y confluyeron en el Grupo Norte, les tocó vivir, durante los años de su formación e inicios de su
actividad intelectual, un tiempo en el cual acaecieron trascendentales hechos históricos en la ciudad,
la región septentrional, el Perú, América Latina y el mundo entero. A su inteligencia, a su
educación, a su formación en el contexto hogareño, vale decir, a sus cualidades personales y a la
realidad familiar se unieron unos factores originados dentro del país, y otros que obedecían a causas
externas. Unos fueron decisivos, los endógenos, y otros coadyuvantes, los exógenos. La realidad
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lacerante del Perú de entonces, signada por la injusticia, el autoritarismo, la fuerte dependencia
económica, la educación elitista, el colonialismo mental, el analfabetismo, la explotación de los
indígenas y todos los marginados, la exclusión de vastos sectores en las decisiones nacionales, en
fin, un país expoliado, realidad vivida por una juventud sensible frente a los hechos de su medio,
hubo de gravitar con mayor peso que los acontecimientos lejanos, en la formación de una nueva
conciencia frente a su problemática y en la aspiración a transformarla.
Y desde el exterior, diversos hechos impactaron en las mentes juveniles, ávidas de grandes
realizaciones. El anarcosindicalismo se expande por doquier, las revoluciones mexicana y rusa, la
primera guerra mundial, la naciente revolución científica y tecnológica, así como el movimiento
latinoamericano de la Reforma Universitaria que impactó en los jóvenes trujillanos pero del que
también fueron impulsores en su calidad de protagonistas, contribuyeron a delinear su filosofía y su
acción.
Sus integrantes constituyeron un núcleo, en cuyas reuniones efectuaban lecturas colectivas,
comentarios de nuevos libros, debates sobre los problemas locales, regionales y nacionales;
improvisaban conferencias, recitaban poemas, escuchaban música clásica, exhibían pinturas.
Asimismo, el grupo salía de excursiones a sitios arqueológicos y playas vecinas, incluso hasta el
amanecer; organizaba celebraciones y ágapes, participaba en charlas con los trabajadores. Hechos
de este tipo no habían ocurrido antes, tampoco se repetirán después con la misma intensidad. Su
voz fue una nueva voz ante la historia.
Llegaron a conformar una fraternidad, extendida más allá de Trujillo, del Perú y de la vida del
grupo. El trato afectivo es una constante y se extiende hasta el final de sus existencias individuales.
La intensidad y vivencia de sus reuniones, creó y marcó una profunda y trascendente hermandad,
extendida más allá de sus vidas, siempre evocaron a sus muertos con el afecto prodigado desde el
comienzo.
En diversas oportunidades y lugares al reencontrarse en otras ciudades evocaban sus días
trujillanos y a sus entrañables amigos y compañeros de grupo. Aún lejos del Perú, mantienen sus
relaciones epistolares.
Muchas son las evidencias al respecto que nos presenta la correspondencia cursada entre ellos,
así como otros testimonios. Allí están, efectivamente, sus misivas con términos llenos de afecto. En
1918, por ejemplo, Vallejo dirige desde Lima una carta a un destinatario múltiple: Antenor Orrego,
José Eulogio Garrido, Federico Esquerre, Oscar Imaña, Leoncio Muñoz, Juan Espejo Asturrizaga y
Eloy Espinoza, en la cual se leen, entre otras, las siguientes frases: “¡Salud, grandes y queridísimos
amigos y hermanos de mi alma!”, “¡Cómo me desespero por aquel ambiente fraternal y único de
nuestras horas pasadas!”, “Que todo les sonría, que todo les sepa a miel en la vida, y sobre todo que
se amen tanto o más que antes, son los deseos del hermano que les quiere y les extraña tanto”.
(Espejo, 1989: 241-242). Por esos años, de enorme confianza fraternal, hubo un momento en que
compartieron en Lima no solo la misma habitación, sino la misma cama, por turno, Manuel
Vásquez Díaz, César Vallejo y Juan José Lora.
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Vallejo le envía a Orrego una postal desde Rusia con “un fuerte abrazo […] para ti y todos los
hermanos de Trujillo”, y en otras ocasiones se expresa con términos similares: “con mi entrañable
abrazo fraternal”, o “con todo mi cariño”. Y a su vez el segundo de los nombrados le dice en el
vocativo “Mi querido César” o cierra “Con un abrazo de tu hermano”. (Orrego, 1989: 12, 14, 16,
22, 31). Lo mismo ocurre cuando Vallejo le dice a Spelucín desde París “Mi querido Alcides” en
carta que termina con “un abrazo de tu hermano”. (En Rivero, 1996: 125). Haya de la Torre le dice
a Orrego desde Lima, en 1917 “Mi querido Antenor”, “Mil abrazos de tu hermano”, y se muestra
nostálgico: “Hay noches en que me pongo triste, muy triste. Va a Uds, mi pensamiento, mi ‘yo’
todo”, y pide que no se olviden de él. Y más tarde, se despide desde Roma, Italia, expresándole: “Te
abraza fraternalmente con el cariño de siempre”. (Orrego, 1989: 191, 197 y 200).
Siempre evocaron a sus muertos con el afecto surgido en sus años juveniles. Una muestra de
ello es la respuesta de Haya de la Torre al pedido, a través de un intermediario, de apoyo a la
candidatura del poeta Alberto Hidalgo para el Premio Nobel de Literatura: “Dije que para mí,
Vallejo era el poeta máximo”. Y este juicio no obedecía únicamente a los lazos de amistad que
tuvieron, sino a la calidad del bardo, ahora reconocido en todo el mundo. El rechazado no demoró
en descargar su odio al autor de estos conceptos. Allí están, también, los recuerdos de Haya de la
Torre en el anuncio de una de sus campañas de hombre público al expresar que usará “como lema
las palabras de mi entrañable amigo César Vallejo, cuando en uno de sus poemas dice: ‘Yo no me
corro’”. (Haya de la Torre, 1978: 29).
Aunque algunos autores tratan de diferenciar “La Bohemia de Trujillo” del “Grupo Norte”, se
trata en verdad de un mismo núcleo de intelectuales, que no es estático, sino móvil, sus miembros
no permanecieron siempre los mismos de principio a fin. Se atribuye al poeta Juan Parra del Riego
el haberle bautizado con el nombre de “La Bohemia de Trujillo”; sin embargo, él mismo afirma
que encontrándose de visita en esta ciudad en 1916, José Eulogio Garrido lo invitó a una reunión
de parte “La Bohemia”. Al poco tiempo, el poeta, de regreso a Lima, publicó un artículo titulado
“La Bohemia de Trujillo”, en el cual confiesa su decepción por no haber encontrado un grupo
clásico de bohemios al estilo parisino, caracterizados por sus formas no convencionales de vida –
desordenados, estrafalarios, de cabellera larga, inclinados al alcohol- sino rostros agradables de
muchachos inteligentes y de miradas vivaces, una bohemia diferente, apacible y amable. Vale
decir, la palabra “bohemia” ya la usaban algunos cofrades, aunque no fue su designación
preferida. En todo caso, Parra del Riego, hizo conocer al grupo a nivel nacional.
No existe una relación, digamos oficial o completa, de sus integrantes. Cotejando fuentes
dejadas por algunos de ellos, fuentes primarias, encontramos que son más de treinta personas. En
ellas figuran los nombres de Antenor Orrego y José Eulogio Garrido, los animadores, Víctor Raúl
Haya de la Torre, César Vallejo, Alcides Spelucín, Macedonio de la Torre, Carlos Valderrama,
Francisco Xandóval, Daniel Hoyle, Juan Espejo Asturrizaga, Oscar Imaña, Alfonso Sánchez
Urteaga, Juan José Lora, Alfredo Rebaza Acosta, Carlos Manuel Cox, Federico Esquerre, Eloy
Espinoza, Manuel Vásquez Díaz, Julio Esquerre, José Agustín Haya de la Torre, Leoncio Muñoz,
Néstor Martos, Francisco Dañino, Crisólogo Quezada, Julio Gálvez Orrego, y en el tramo final, en
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1927, según el testimonio de Ciro Alegría, fue incorporado él junto con Luis Valle Goicochea, José
Martínez y Mariano Alcántara.
El grupo surgido en Trujillo, además de haber sido el de mayor duración, fue poliédrico, el más
variado y rico por sus manifestaciones creativas. Los de Cusco y Puno estuvieron centrados en el
indigenismo, el de Lima giró en torno a temas históricos y literarios, parecido a los de Arequipa. El
de Trujillo, iniciado en 1914 se eclipsó en los primeros años de la década del treinta. A partir de
1923, su vida corrió junto a la del diario El Norte, fundado y dirigido por Orrego, a cuyo plantel
periodístico fueron incorporados muchos de sus miembros, y cuyos últimos números aparecieron a
mediados de 1932.
En conjunto todos los actores de la cultura de aquella época conforman la Generación del
Centenario cuyo amanecer despunta a los cien años de la proclamación de la independencia. Esta
generación se propuso escudriñar la realidad y librar el más grande esfuerzo por transformarla. Sin
embargo, fue objeto del más grande escarnio de nuestra historia, sufrió postergación, quedó
marginada política y socialmente de las grandes decisiones nacionales. Por eso Porras Barrenechea
la llamó Generación Vetada. A pesar de ello, por su inteligencia y perseverancia, dejó huella, marcó
la historia con su obra y pensamiento.
Hasta donde conocemos, en América Latina el Grupo Norte solo sería en parte comparable con
el Ateneo de la Juventud, cuya vida transcurrió en México entre 1909 y 1914. Una notable
diferencia entre ambos radica en que el Ateneo fue una asociación civil notarialmente registrada,
constituida mediante escritura pública y regida por estatutos, elementos ajenos a los jóvenes de
nuestra ciudad que confiaron plenamente en sus relaciones amicales, elevadas al plano fraternal.
Pero semejante a nuestro caso, del Ateneo de la Juventud –que después adoptó el nombre de Ateneo
de México- salieron filósofos, escritores, poetas, pintores, músicos, educadores, intelectuales de
renombre. Baste citar a José Vasconcelos, Antonio Caso, el dominicano Pedro Henríquez Ureña,
Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán, Julio Torri, Ricardo Gómez Rabelo, Jesús T. Acevedo,
Enrique González Martínez, Manuel M. Ponce y Diego Rivera. El Ateneo acogió a foráneos, unos
de España y otros de América Latina, como el ya citado Pedro Henríquez Ureña, y nuestro
compatriota José Santos Chocano, a quien uno de los estudiosos de esta generación, Álvaro Matute,
le llama “tormentoso limeño”. Uno de los miembros, Vasconcelos, fue proclamado “Maestro de la
Juventud” por los estudiantes universitarios de Trujillo en 1923. Los ateneístas fundaron la
Universidad Popular Mexicana en 1912. Y en el Perú, miembros del Grupo Norte, iniciaron en
Trujillo la experiencia de las Universidades Populares en 1916, y posteriormente en forma
definitiva en Lima el año de 1920.
En el seno del Grupo Norte, los jóvenes crearon, sin proponérselo de modo expreso, una
espontánea, original y vivificante metodología educativa, riquísima en interaprendizaje por libre
decisión, no por imposición. La autodisciplina en el estudio y la convivencia espiritual les prodigó
la cultura que el sistema educativo no les supo dar. El grupo vivió más al día que la propia
universidad respecto al avance de las diferentes manifestaciones culturales, particularmente, en los
campos literario, estético y filosófico. Sus miembros se educaron así mismos; practicaron el
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concepto de la teoría educativa según el cual todos somos, al mismo tiempo, educandos y
educadores.
Este grupo marcó la historia. Su voz llega hasta nuestros días.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Espejo Asturrizaga, Juan (1989). César Vallejo. Itinerario del hombre 1892-1923. 2ª edición.
Lima, SEGLUSA Editores.
Haya de la Torre, Víctor Raúl. (1978). “Mi vida al servicio del pueblo”. En ABC, Revista
independiente, Lima, Año III, N° 33, 2ª quincena, enero de 1978.
Orrego, Antenor (1989). Mi encuentro con César Vallejo. Bogotá. Tercer Mundo Editores.
______ (2011). Obras completas. Tomo I. Lima, Editorial Pachacútec.
Ortega y Gasset, José (1966). Obras completas. Tomo I (1901-1916). Madrid, Revista de
Occidente.
Rivero Ayllón, Teodoro (1996). Spelucín, poeta del mar. Trujillo, Trilce Editores.
Viau, Gerardo. (2014). Henri Bergson y el espiritualismo francés. En:
www.slideshare.net/gerardoviau/henribergson (Consultado: 01-02-2014).

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