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Dos observaciones filosóficas

--en torno a la investigación científica1


El arte como portador de verdad / Lo insignificante: agente de la historia

2014

Por: Dr. Neldo Candelero (UNR)

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1. La obra de arte y su portación de verdad.


A modo de ingreso a esta observación filosófica narraré brevemente una
historia que alguna vez me contara un viejo amigo italiano –Renzo Giuliani.
Sentados en casa, dos vasos de café mediante, en un atardecer de
septiembre de mil novecientos noventa y seis, me contó lo que sigue… --
naturalmente es lo que recuerdo.
Popoli –un pequeño pueblo de la provincia de Pescara, año 1944…
Alemanes por todos lados… Habían capturado a su padre, y junto a otros
hombres, llevado al sur de Italia –a Salerno. Renzo era joven, y se ocupaba más
en concretas cuestiones domésticas y familiares que en las cosas públicas a las
que la guerra obliga –lo político, lo estratégico, lo sanitario. Esto era una
necesidad, y a la vez una sutil protección, ya que los próximos a una madre
tienden a parecérsele, y en consecuencia –es lo que se espera--, no representan
peligro humano ‘real’ para los hacedores Hombres de la guerra. No es que tal
cosa se pensó, claro; pero suele ser lo que se hace, naturalmente. Renzo así, se
pensaba, permanecería a resguardo.
La guerra sin embargo avanza: se mueve y perfora los espacios; la guerra
actúa y no espera… --la guerra te encuentra. Me dijo:

1 Conferencia presentada en las “III Jornadas Nacionales sobre Pedagogía de la


Formación del Profesorado”, 06 y 07 de Noviembre de 2014, Miramar, Argentina.
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Aquella noche los alemanes interceptaron una comunicación
por radio. En el mensaje apuntaban varios nombres: Salvatore
Caffa, Piero Dell ‘Aqua, Medori –el albañil--, Garda, Sandro
Martini…, y probablemente Renzo Aquilani… (Hizo una
pausa.) Pero por alguna razón entendieron Giuliani… --y al día
siguiente me volaron de casa.

Lo arrancaron de los brazos de la madre una mañana, entre los gritos de


su tío, su hermana Laura, y el silencio replegado y doliente de su hermano
menor. Lo pusieron en viaje al Norte junto con otros hombres y jóvenes, en una
caravana de furgones. Me dijo: “Se comentaba que los americanos venían
subiendo desde el Sur, y que los alemanes todo lo movían a la germania”. Eran
siete –siete camiones--, y el suyo era el quinto. Se apoyó contra la cabina del
conductor, sentado, con las rodillas contra el pecho; y con las rodillas contra el
pecho, replegado, permaneció tres días. El viaje era lento y húmedo. El primer
día bajaron a empujar el furgón dos veces; el segundo desviaron el camino --por
la gran altura de un arroyo que “ahogaba al puente”; en el tercer día, reventó el
techo de una tienda mientras comían… --panceada de agua la lona se abrió
justo sobre las cabezas de Garda y Renzo.
Un hombre mayor –de Vittorito— le dio su camisa. (Pantalón seco, no
hubo.) Recuerda haber mirado las montañas por un hueco del furgón. Traigo
sus palabras:

Las nubes se habían comido los picos…, y todo sudaba. Miré


mis manos…, y todo sudaba. Se hizo de noche así. Nadie
hablaba: ni los guardias, ni nosotros. De tanto en tanto se veían
reflejos de luces sobre las laderas mojadas que casi rozábamos –
eran los camiones que doblaban. No cruzamos a nadie. Del otro
lado…, precipicios.

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Entonces…, un salto muy grande. El furgón se retorció –hace
un ademán con las manos--, y nos golpeamos todos y
entremedio de nuestros choques un ruido: una estampida sorda
y lejana –adelante… No pensé nada… Ví que uno de los
guardias había perdido el fusil y lo buscaba fuera…, y que el
otro sangraba de la cabeza, y que don Giannetto –el hombre de
la camisa-- había caído de rodillas. El camión estaba detenido;
hubo silencio. Y entre esa nada se desataron los disparos –¡ahora
sí, eran disparos…!--: uno tras otro, unos sobre otros. Se oyó
una granada… Y allí Giannetto me gritó ‘afuera, afuera’… Bajé
y corrí. Corrimos… No miré atrás. Corrimos, corrimos,
corrimos… Y nos zumbó una bala al costado…, pero sin duda
que no era para nosotros –porque los guardias nos habían
dejado solos…, habían ido adonde estaba la batalla. (Hizo una
pausa.) Hacés una apuesta –me dijo--, sin medias tintas, ‘a cara
o cruz’…; pero tampoco hay miedo, porque ni siquiera hay
tiempo… La vida te tiene, estás en sus manos…” (Ahí lo
interrumpí.)

Lo cierto es que corrieron, treparon, agitados inconcientes. “Basta Renzo”


–le gritó Giannetto-. Y Renzo me habló así:

Había llegado a una piedra redonda y grande…, que parecía


una manzana. Me senté. Tenía las manos y rodillas llenas de
sangre y mojadas, de tantos resbalones. Se veía un vallecito. Lo
ví, y del valle fui al cielo y ví la luna… ¡Santa María…, la Luna!
Sola y flotando en el cielo limpio, como un farol. Nos miraba; y
plateaba a las montañas –a todas. Vino Giannetto y nos
abrazamos. Para mí aquella noche fue mi hermano.

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Para finalizar, sólo diré que aquella noche lunar, desde la piedra
manzana, el perfil de una conocida montaña les hizo camino… La ciudad de L’
Aquila –adonde vivía su abuela-- estaría a sus pies en un par de horas. Hacia
allá fueron… Fin.
La luna es ‘satélite’ para los astrónomos…; para Renzo, ‘farol de la
noche’. Los ‘humanistas’ (simples cientistas, aunque dedicados al hombre)
cargarían de elogios a Renzo… “Hombre sencillo, pero valiente y creativo –
héroe y poeta.” “Solitario y completo hacedor de vida y palabras…” “Hombre
de acciones lúcidas y palabras bellas…” En definitiva… Renzo: solitario y
completo hacedor. Subjetivismo. A decir verdad --no interpretaremos sus
acciones--, Renzo nada inventó: diría, que su decir fue descriptivo. No capturó a
la Luna en lo que siempre es –su esencia teórica--, no la conceptualizó; dio un
detalle de su actividad sensible –y lo que a él le hizo. Su palabra fue testimonial,
no clasificatoria.
La Ciencia --la comunidad científica-- se ocupa de las relaciones; el
poeta, de la cosa. La Ciencia de lo general y lo regular; el poeta del individuo y
lo singular. Pero es más… Aquella noche fue la luna –‘aquella’, no una luna
general e inexistente-- la que hizo al ‘mundo’ de esos hombres. No fue el
contexto el que fijo a la luna –en la ciencia es el ‘marco teórico’ el que realiza y
significa al ‘individuo’--, fue la luna la que inició y realizó el “camino a casa”…
Renzo no inventó su discurso; Renzo declaró, dio testimonio; habló, aunque no
de sí (de lo subjetivo), pues dijo de la luna…: aquella que hizo a aquella noche,
que le dio permiso de volver y de ser.
Claro que hay ocasiones en que el narrador inventa: ficciona
completamente u ornamenta un suceso –es esto lo que nos ha enseñado a
pensar la Modernidad, he incluso a hacer--, pero también atrevámonos a
detectar que hay ocasiones en que el narrador apenas confiesa. En estas
ocasiones el dicente recoge los sentidos de su propia interioridad, de su propio
cuerpo --y en este respecto ‘débil’, la narración es subjetiva. Pero no siempre los

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sentidos ‘propios’ nos pertenecen –pues hay ocasiones en que lo propio no ad-
viene de mí. Hay ocasiones en que lo otro, aun fenoménicamente interior, es
extra-subjetivo e incluso más, supra-subjetivo, es decir, dominante, mayor --como
‘aquella’ luna, que en una noche de abril ‘le dio paso y vida’ a unos hombres de
a pie. En este respecto la narración no es ‘subjetiva’, sino de lo objético –de lo que
objeta al hombre: lo rige en la vida, y lo corrige en el discurso. En estas ocasiones, el
hombre declara acerca de un otro que le es propio y ajeno a la vez; suyo, extraño
y dominante a la vez.
En estos casos el poeta no ‘crea’ en sentido moderno; simplemente ‘da
cuenta’. Insistimos… No decimos que siempre y toda vez así sea. Apenas, que
en ocasiones hay de aquellos que simplemente relievan lo que está. Siempre he
pensado que el decir del poeta era como el rocío de la mañana en los campos
llanos de la pampa… --que tantas veces he visto. Una suerte de exaltación
luminosa de lo que siempre ya está. No un constructo, no un invento. El rocío es
humilde; se subordina a los suelos y los pastos, nada agrega a la geografía del
suelo…, pero llama la atención –clama. El rocío pone a ver…, es toda una
advertencia. No juzga, no es crítico; no es pretencioso, destaca, pone al
descubierto –ese es su modo de verdad. (En modo alguno es casualidad que el
término griego καλός (belleza), provenga del verbo καλέω, que significa ‘llamar’
(De Bruyne, 1958: 228).)
Esto se alinea con nuestra ‘observación’… Procuramos frenéticamente
‘investigación científica’ –por todos lados, y para todos. Da la ‘sensación’ de que
el ‘modo’ de la ciencia (particular modo de saber), es el único digno y válido
para ofrecer noticia de lo que hay, pero a decir verdad: hay no menos otros
modos de decir y saber que son aún más primarios, e incluso eficaces. (Tales
saberes pertenecen a un plano básico de ser: niño, animal, pero a la vez
elemental –del hombre.) El Arte, por caso, precede a la Ciencia ’historiográfica’,
‘existencial’, y hasta ‘ontológicamente’. De su precedencia historiográfica baste
decir…, que en Grecia, fue antes la metáfora, que el concepto. Respecto la

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anterioridad existencial…, pues habita el niño antes el espectáculo teatral de los
cuentos, que el mundo científico de los conceptos, o el mundo físico de los
objetos (Merleau-Ponty, 1985: 195). En torno a la anticipación ontológica… En
cada instantáneo vocablo, se da antes el sensible sentido musical, que su
representativa significación intelectual. Y lo que es más…, aun educativamente
es más contundente y eficaz que la Ciencia, pues el Arte –a diferencia de la
Ciencia, que reclama saberes previos para su entendimiento--, la obra de arte,
de modo ‘natural’ y ‘propio’ se da inmediata y poderosamente a sí misma.
(Cualquier disertación científica o filosófica sobre ‘la guerra’ reclamará de los
receptores ‘largos’ saberes previos –existenciales e intelectuales. En
contrapartida, cualquier film que traiga cinematográficamente a la guerra, la
ofrecerá e insertará abrupta y directamente en los cuerpos de los espectadores…
El film entrega en sensaciones corpóreas, las significaciones teóricas de ‘lo bélico’.)
Entonces… La propuesta es: que abramos concesión de ‘verdad’ no sólo
a la Ciencia. La Ciencia moderna crea, re-presenta y a ello ‘ajusta’ todo lo que
hay... Pero hay también Arte que dice y que sabe. Arte que viene a anunciarnos
las cosas, y develarnos --en el cuerpo-- sus modos de acción.

2. Lo insignificante: agente de la historia.


Acaso lo que diré mueva a risa… --es muy probable--, pero del
casamiento de Máxima y el Príncipe Guillermo –actuales reyes de Holanda--, la
Ciencia no se ha ocupado. Diría que ni siquiera la Historia atendió la cuestión.
Sí algunos programas televisivos y de ‘chimentos’, pero no la Ciencia –‘serio’
saber, si lo hay. Tenemos algunas cosas que decir…
Ante todo y por lo pronto… Que tal falta no debe hacerse recaer en el
simple desinterés, ni en la irresponsabilidad de la comunidad científica. Se
trata, más bien de un suceso insignificante –tanto como parecen ser los
programas de televisión que se ocupan de ello--, un suceso insignificante para

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el saber científico en sí –es decir: para la Ciencia en cuanto saber, no prima facie
para los científicos. Por lo tanto, no personalicemos…
El suceso por lo pronto es cosa que ‘aparece’ a la Ciencia –la Ciencia, de
hecho, no lo ha construido--; pero además, aparece a la Ciencia
‘INSIGNIFICANTE’ –esto es, carente de significación. Ahora bien, para la Ciencia

moderna --que es ésta que aún actuamos--, una cosa comporta ‘significado’ sólo
en tanto logre ser pensada --en tanto pueda ser pensada… ¿Puede la ciencia pensar
todo…? En un sentido sí --es lo que de hecho hace. Nada la detiene, y así:
piensa en el Arte y los artistas, las amebas, Dios, y más dioses, las emociones como
el amor, etc., etc., etc. La ciencia se ocupa de todo; todo lo repasa; y es más, es
ella la que autoriza ‘verdad’ y ‘realidad’ de lo que piensa y de lo que hay. Sin
embargo, a nuestro pensar, hay hechos que simplemente son, y no es dable --
menos nuestra intención aquí— intentar autorizarlos –hay hechos que mandan
y en ello incluso consiste su ‘realidad’: en su extra-subjetividad y supra-
subjetividad. Insistimos: Por cierto que la Ciencia, de hecho, piensa en todo.
Ahora bien: una cosa es que la Ciencia piense en todo, y otra que ‘todo’ sea lo
que la Ciencia piensa. Seremos directos: hay cosas en las que la Ciencia no
piensa… De otro modo dicho: sólo en algunas cosas la Ciencia puede pensar.
¿Qué cosas la Ciencia puede pensar…?
La Ciencia puede pensar dos tipos cosas… a. Aquello que tiene presencia
constante. b. Aquello que se repite en el tiempo.
a. De aquello que tiene presencia constante. Por lo pronto, ninguna de
las realidades sensibles permanece ‘definitivamente’ --nada dura fijamente--,
pero de ‘algunas’ realidades-que-cambian –aquellas ‘más lentas’ que la
‘conciencia’-- se toman sus modos, bajo formas: la ‘modalidad’, se ‘formaliza’. Lo
que implica dos cosas… Abstracción: eliminación de lo sensible del suceso --a la
cosa se la simplifica. Esquematización: eliminación de lo dinámico del suceso --a
la cosa se la detiene.

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Acerca del casamiento de Máxima (CM), por cierto que no tiene el rasgo
de lo-que-permanece: no da espacio ni tiempo al pensar; no es de las cosas que
están ahí, demoradas, presentando fases, aspectos; es más bien de las cosas que
surgen y evolucionan. De hecho tuvo su emergencia, y desde entonces no detuvo
su moverse. El CM: aparición, que evoluciona.
b. De aquello que se repite en el tiempo. La Ciencia también es capaz de
pensar aquello que se repite… Ahora bien, nuevamente: nada se repite en
realidad. Sólo buscamos y hacemos (observación y experimentación) ‘lo
mismo’: y es por ello que encontramos lo mismo. Es decir, tomamos a una
reiteración, como replicación. (La Luna, para el astrónomo, es ‘satélite’: siempre lo
es –toda vez que aparece, cada día— y sólo ello es. Al poeta, al montañez, por el
contrario, la Luna suele aparecérseles y hacerles de distintas maneras –en
ocasiones triunfa sobre la noche y otras veces en cambio esconde sus claros blancos
de luna.)
El casamiento de Máxima… El CM tampoco es de la cosas que permiten
–toleran, aceptan-- una replicación. Pues emerge y se mueve, pero además: se
mueve (evoluciona) en transformación –esto es, muta, cambia siempre a ser otra-
cosa. (Obsérvese que tiene incluso un antecedente, una proveniencia: de pareja,
a casamiento; de casamiento, a matrimonio; de matrimonio, a familia; de familia
de niñas, a familia heredera… Y continuará esta evolución, siendo siempre cada
‘etapa’, propia y singular cosa –con procesos, componentes y efectos diversos.
Cada etapa: no un individuo universal –particular--, sino más bien un universo
singular –mundo--.) Así, si al CM se le observa, es siempre cosa distinta; y si se le
experimenta, convengamos en que se construirá siempre lo-que-no-es. El CM es
cosa que se corre –siempre-- de todo saber científico --se desplaza y difiere.
Entonces…
Cosa que emerge, evoluciona y (se) transforma, el CM es de aquellas
realidades sensibles que ‘inutilizan’ las aptitudes del conocer científico –pensar
que a todo procura simplificarlo y detenerlo en conceptos. Su poder no radica

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en el poderío físico cuantitativo –no se trata de ningún ejercicio pleno de la
influencia política de una Reina sobre la Ciencia--, su potestad radica en la
elusión: en su propia y dinámica diversificación esencial –es ella la que destituye a
la omnipotente omnisciencia de la Ciencia. Así, la Ciencia no pudiendo con esta
cosa, la remite al lugar de ‘lo insignificante’; y como ocurre en la fábula de ‘la
zorra y las uvas’, la cosa –en este caso el CM— ’no vale’, ‘no importa’, ‘es
pequeña’, ‘irrelevante’… --todas variaciones semánticas de lo que se reconoce
como insignificante, porque no se logra atrapar. (En realidad, positivamente al
menos debiera la Ciencia aceptar que ésta cosa le es extraña.) Pero entre tantos
desvalores –‘no vale’, ‘no importa’…-- hay uno que nos interesa sobremanera:
aparece a la Ciencia también como INEFICAZ –queremos señalar: cosa que no
causa; realidad que no hace; entidad que no genera ni promueve efecto alguno.
Entonces… Además de insignificante, o por ello mismo, el CM aparece a la
Ciencia como entidad sin aptitud o potencial generativo alguno. Y al fin y al
cabo no es de extrañar, pues entre los sentidos de “insignificante” aparecen:
‘trivial’, ‘pequeño’, ‘insubstancial’.
Pues bien… Nuestra idea es contraria a la Ciencia –mejor, al
cientificismo. Primero: Que no todo lo insignificante a la Ciencia, así aparece a
otros saberes. El Arte es perfectamente capaz de detectar y acreditar hechos
puramente fenoménicos (‘insubstanciales’: sin substrato): cosas sensibles que
emergen, evolucionan y transforman. Segundo: Que no todo lo
fenoménicamente pequeño carece de efectividad productiva. (Los chinos tienen
muy en claro esto… Dicen: “Lo suave triunfa sobre lo áspero; lo frágil, sobre lo
fuerte; lo blando, sobre lo duro…”) Parafraseando a Heidegger (1960): “No todo
origen tiene el rasgo de lo grande, lo portentoso y monumental”. Hay orígenes,
cosas germinales y efectuantes, que saben y pueden ser pequeños.
Fue pequeño el adviento del Cristianismo en el marco del Imperio
Romano: pues desde un lugar pobre en riquezas y débil en influencias, de una
Provincia lejana a Roma, a partir de un hombre enjuto y sin status ni prestigio,

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surgió la Religión que devino luego íntima y reglamentaria componente del
Imperio romano y, luego, del Occidente todo. Lo fue…, fue origen pequeño e
insignificante la pasión de Helena por Paris que entre otras cosas movió a
Homero al decir que aún hoy nos llega y encanta: “Canta, ¡oh Diosa!, la cólera
del pelida Aquiles…” Pero también seguramente han sido originantes e
insignificantes los cocineros en las batallas, las ratas en las ciudades… Más
importantes aparecen los Generales y los Médicos…, que los asistentes y
enfermeras, pero sin embargo, todos sutil, suavemente, acaban inclinados y
sostenidos –sin reconocerlo— por los quehaceres de estos seres científicamente
‘mínimos’. Oigamos en clave fenomenológica a Bertolt Brecht en “Preguntas de
un obrero ante un libro”:

Tebas, la de las Siete Puertas, ¿quién la construyó?


En los libros figuran los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió a construir otras tantas? ¿En qué casas
de la dorada Lima vivían los obreros que la construyeron?
La noche en que fue terminada la Muralla china,
¿adónde fueron los albañiles? Roma la Grande
está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes triunfaron los Césares? Bizancio, tan cantada,
¿tenía sólo palacios para sus habitantes? Hasta en la fabulosa Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba, los habitantes clamaban
pidiendo ayuda a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿El sólo?
César venció a los galos.
¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero?
Felipe II lloró al hundirse
su flota. ¿No lloró nadie más?
Federico II ganó la Guerra de los Siete Años.
¿Quién la ganó, además?
Una victoria en cada página.
¿Quién cocinaba los banquetes de la victoria?
Un gran hombre cada diez años.
¿Quién paga sus gastos?
Una pregunta para cada historia.

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La Ciencia mira, alumbra y reconoce ‘algunas’ cosas –sólo algunas puede
pensar. Pero hay cosas que aún van más allá, o más acá; y no sólo ello: lo ‘fuera
de foco’, lo impensable también hace, también tiene actividad... Por tal motivo,
acaso alguna vez Holanda en el futuro obtenga rasgos latinos… --es lo que
pensamos. Y claro que es una conjetura, pero la pensamos probable. Pues al fin
y al cabo alguna vez un hombre y una mujer, amantes, se casaron –pensamos en
Máxima y Guillermo--, y como lo hemos indicado…, constituyeron familia,
criaron niñas… Lo cierto es que en el futuro una de las niñas de hoy, devendrá
adulta y soberana. No nos interesa cuál de ellas, pero la Reina ya no será
puramente holandesa: creada, y criada por una madre argentina habrá recibido
en gestos, corporalmente –no en historias ni argumentaciones--, modos y
valores, procesos e ideas de singular identidad ‘argentina’. Siendo así,
devendrá natural que sus decisiones comporten ‘argentinos’ modos y
perspectivas. Holanda, germánica, mutará hacia lo latino; lentamente, es muy
probable, pero de manera continua; sin irrupciones, ni violencias –en un
maravilloso proceso evolutivo de naturalización de la cultura.
Y acaso –nuevamente conjeturamos— aparezcan en el futuro
Asociaciones, Convenios, Lazos comerciales, culturales…, entre holandeses y
argentinos; logros que se adjudicarán Diplomáticos, Cancilleres y Ministros de
aquel entonces… Curiosamente, no pienso que alcancen siquiera a sospechar
que el origen de tal Presente, e incluso de ellos mismos como agentes causales,
proviene de más lejos: de un evento científica, y hasta políticamente,
‘insignificante’ --el científicamente desaperceptible casamiento de Máxima…

La Ciencia ve lo que mira –pero lo que mira la ciencia no es todo lo que hay,
y menos aún todo lo que hace… Cuenta Cyrulnik (2004) que los bebés suelen
hundir su nariz en la clavícula de la madre, y que es desde allí desde donde se
les habilita mirar y explorar –adentrarse en su entorno. Hay a nuestro entender

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un anclaje, una incorporación y apropiación del otro –la madre-- por la vía de la
inhalación. El niño parece obtener como suyo al sólido cuerpo materno. (El
cuerpo materno es cerrado a la actividad táctil del niño, pero en sí y desde sí
mismo es abierto oferente de calor y olor –fenómenos que, a la vez: en el niño
son, y a ellos, el niño pertenece.) Desde allí es más, y puede; está, y en casa: es
él, pero a casa sua. Lo curioso es…, que sólo así él puede, se anima, está en
condiciones de ver y conocer –el mundo exterior. Pues bien, de allí venimos,
todos…
La Ciencia, las instituciones científicas, los científicos suelen no atender
ni relevar estas realidades a las que devaluativamente se las califica, en el mejor
de los casos, de ‘subjetivas’ –variante condescendiente del concepto de
‘irrealidad’ o ‘falsedad’. Sin embargo el olor de la madre es objetivo. (La palabra
que utilizo es incorrecta, pero la presento sólo para oponerla a lo subjetivo.) El
olor es real, verdadero, es... –es por lo pronto lo que el niño no es, no tiene, no
genera, y además, necesita. (¡¿Si esto no es un ‘original’, qué es…, cómo
llamarlo…?!) Claro que no es de las cosas públicas, más no por ello es irreal; se
da en privado, eludiendo el requisito científico de la intersubjetividad (otra de
las pautas indeclinables de la cientificidad ‘moderna’), más no por íntimo
deviene propio y ficcional. El olor de madre nos aparece más bien como aquellas
cosas inherentes e inaugurales –aquello que siendo otro, reclamo en mí, para ser
yo.
La solidez de un cuerpo es una ‘denuncia’ táctil: sólido es lo impenetrable.
Lo sólido, a la visión, es lo opaco. La opacidad y la solidez han sido en Occidente
los preeminentes rasgos estéticos por los que a un ser se lo ha reconocido como
‘cosa’ –como ‘realidad’. Ahora bien, la opacidad y la solidez son resistencias –
oposiciones-- al hacer-saber del hombre. A las cosas se las ha reconocido por su
objeción –por ser ob-iecta (lo yecto que se opone).
Podría pensarse que lo permanentemente opositivo es mandante, sin
embargo, es, en realidad, un plegamiento que da lugar y tiempo para que el

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hombre sepa y haga a su medida y voluntad –sea sujeto. Las cosas que están ahí,
delante, replegadas, nada hacen al cognoscente y por tanto resultan pasibles de
variadas y abundantes interpretaciones y acciones humanas. (En el terreno de
las Bellas Artes… Hay en la actualidad abundantes obras que nada hacen al
espectador. Así, es el espectador quien las piensa desde sí, libre y
arbitrariamente. Las hace ser no solo para sí, sino según sí mismo. El espectador
se entre-tiene –se tiene a sí mismo en la obra.)
Pero hay también en el arte y en la vida de aquello que no (nos) da la
espalda, de aquello que se ofrece… Un cuerpo opaco que resiste el abordaje
visual, un cuerpo sólido que persiste en contacto impenetrable…, ofrece y
entrega, sin embargo –‘a domicilio’, en el cuerpo propio del receptor--: calor y
olor. Es el calor la manera táctil, es el olor la manera olfativa en que un otro
deviene inherente –interior y constituyente. Lo inherente, nos hace… No lo
tenemos delante –y por tal aspecto es que no es fácilmente cognitivo. Sin
embargo deviene decisivo a la conciencia por su constitutividad corpórea: pues la
conciencia sólo habla plenamente de lo que al cuerpo le ha pasado. Las cosas
inherentes nos llevan a saber de ‘otros’ mundos… --lo hacen por la vía de:
hacernos ser de ‘otros’ modos.

John Bowlby (2012) mucho se preocupa por encontrar una


‘fundamentación teórica’ a la concreta y sensible búsqueda del niño de una base
segura. Pues bien, propongo… En ‘lugar’ de considerar al suceso: ‘cosa a ser
sostenida’ –fundamentada--, ‘tomarle’ como ‘cosa de la que saber’ –cosa de la que
obtener saber. Sólo pensamos –nos viene de los tiempos modernos-- que nos
enseña la teoría –aquella obra que obtenemos por postulación, que construimos
pretendida y pretenciosamente desde nosotros. A nuestro habitual y establecido
entender…: no hay hecho (cosa) que cargue saber por sí. El hecho debe ser
explicado o descrito desde nosotros –desde nuestra obra. El hecho, per se, nada

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dice, nada indica, nada hace –y es que para nosotros, cientificistas, no tiene por
sí solo suficiente status de realidad.
Es así entonces, que suele ocurrirnos en nuestra vida de adulto que
frente a los problemas (ob-stáculos) nos construimos Teorías –sin la sospecha de
que nos venían faltando las cosas. Es así que nos ponemos a buscar adelante y
en proyectos, lo que nos faltó detrás e inyecto; que consultamos por ‘lo
científico’, cuando en verdad requerimos lo vulgar, lo pequeño e insignificante; que
intentamos pensar, pero, sin las ‘condiciones iniciales’ de haber olido, apenas
obtenemos lo que no alcanza --logramos lo que es vacío. Solemos, ya adultos y
profesionales, buscar con desespero en los Libros, Seminarios y Cursos, a las
Leyes, Teorías y Conceptos que nos salven; una vida entera mezclados y
tropezando con Ideas…, ¡qué tal…! Todo, a menudo, por una pequeña e
insignificante carencia de una materna clavícula ‘inhalada’.-

Bibliografía
- Bowlby, John. (2012) Una base segura. Aplicaciones clínicas de una teoría del apego,
Buenos Aires, Paidós.

- Cyrulnik, Boris. (2004) Del gesto a la palabra. La etología de la comunicación en los


seres vivos, Barcelona, Gedisa.

- De Bruyne, Edgar. (1958) Estudios de estética medieval (Época románica), Madrid,


Gredos.

- Heidegger, Martin. (1960) “El origen de la obra de arte”, en Sendas perdidas,


Buenos Aires, Losada.

- Merleau-Ponty, Maurice. (1985) Fenomenología de la percepción, Barcelona,


Planeta – De Agostini.-

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