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El encuentro de dos historias

Miguel Cordero

HISTORIAS

Podríamos contar mil y una historias de las que nos menciona la Biblia. Quizás
muchos de ustedes tendrán su favorita. Alguno podría mencionar la historia de
Sansón, de Josué, de Elías, de Jonás, de Pablo, de Timoteo, entre muchas otras.

Sin embargo, hoy nos vamos a encontrar con dos historias. Una bíblica y otra de
nuestro tiempo actual. Vamos a ver cómo a pesar de la diferencia de más de dos mil
años, estas historias son capaces de encontrarse y darnos el mismo mensaje central:
El amor de Dios.

Hoy es un día solemne, de honra para la gran mujer que hoy conmemoramos. Pero sé
también que es un día difícil. Nadie hubiera querido que este servicio fuera realidad.
En medio de lo abatida que está nuestra alma, hay un mensaje por escuchar. Así que
este mensaje es para ti, que sin entender lo que pasó has estado buscando respuestas,
para ti que no lograr encontrar paz durante cada noche, que siente que ya no puede
más, que cree que Dios está lejos, tan lejos que pareciera que te ha abandonado…

I. LA HISTORIA DE PEDRO.
Lucas 5:3-11 describe la ocasión cuando Jesús se alejó de la orilla del mar para escapar
de la presión de las multitudes y enseñó desde el bote de Pedro. Después que hubo
terminado de enseñar, dijo a Pedro que navegara mar adentro y echaran las redes.

Así lo hizo Pedro aun cuando no era la mejor hora del día para pescar (la pesca es más
productiva por la noche cuando el agua está más fría y los peces suben a la superficie
a comer), ni era el lugar más indicado (normalmente, los peces se alimentaban en
aguas no muy profundas donde era fácil pescar), y Pedro estaba exhausto (habiendo
estado pescando durante toda la noche sin resultados). Le dijo a Jesús: “Maestro, toda
la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré
la red” (Lc. 5:5). El resultado fue una pesca tan grande que sus redes se rompían y dos
de sus barcas casi se hundieron (Vv. 6-7).

Fue en el contexto de este milagro que Jesús dijo: “Venid en pos de mí y os haré
pescadores de hombres” (Mt. 4:19). La Escritura dice que fue en este punto que
“dejándolo todo, le siguieron” (Lc. 5:11; Mt. 4:20,22).

Jesús no escogió a ni un solo Rabí, ni a un escriba, ni fariseo, ni saduceo. No escogió


a un sacerdote. Ninguno de los hombres que escogió procedía del establecimiento
religioso, ni de la élite política, ni económica. En cambio, escogió a hombres que no
tenían preparación teológica, fuerza política ni económica: pescadores, cobradores de
impuestos, y otros hombres comunes y corrientes. Y en este caso, nos concentramos
a un hombre: PEDRO.

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El encuentro de dos historias
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“Pedro” era una especie de sobrenombre. Significa “roca”. (Petros es la palabra


griega para “un pedazo de roca, una piedra”). El equivalente arameo era Cefas (1
Corintios 1:12: 3:22; 9:5; 15:5; Gálatas 2:9). Juan 1:42 describe el primer encuentro
cara a cara de Jesús con Simón Pedro: “Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo
de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)”. Pedro es un nombre
derivado de la palabra piedra en arameo y en griego. Y de ahí en adelante, “Roca” fue
su sobrenombre.

El sobrenombre era importante, y el Señor tuvo una razón específica para ponérselo.
Por naturaleza, Simón era impetuoso, inconstante y poco digno de confianza. Tendía
a hacer grandes promesas que no podía cumplir. Era de aquellas personas que se
entregan de cuerpo y alma a una cosa pero que se rinden antes de terminarla. Por lo
general, era el primero en entrar y, demasiado a menudo, era el primero en salir.
Pareciera que Jesús le cambió el nombre a Pedro para que este sobrenombre fuera un
recordatorio perpetuo de lo que “debería” ser. Si Jesús lo llamaba Simón, le estaba
diciendo que estaba actuando con su viejo yo. Si lo llamaba Roca, lo estaba
reconociendo por actuar en la forma en que debía de actuar.

Pedro, con su carácter impetuoso e inconstante, nos narra la Biblia en Mateo 26: 31-
35 que fue el que le dijo a Jesús dos veces: aunque todos te dejaren y se alejaren, yo
estaré contigo e incluso moriré contigo.

Fue éste mismo Pedro, quien horas más tarde, hizo lo que relata Mateo 26:69-75. El
mismo Pedro que dijo que iría hasta la muerte con Jesús, le negó ¡tres veces! de la
forma más vil y despiadada (con juramento) al Señor. A pesar de que la gente sabía
quién era, pues hasta su forma de hablar le delataba, él negó sin corazón a quien un
día le vio obrar milagros y que por más de tres años había estado con Él; escuchándolo
y viéndole.

Sin ninguna duda, los tres años que Pedro había estado con Jesús, habían sido en vano.
Pues lo que Pedro había asegurado que no haría (negarlo y abandonarlo), horas más
tarde lo hizo sin pensar en consecuencias.

Cristo murió y tres días después resucitó. Sin embargo, antes de morir Jesús les dijo
a sus discípulos que volvieran a Galilea, donde Él planeaba aparecérseles (Mateo
28:7). Impaciente, Simón se cansó de esperar, así es que anunció su decisión de volver
a la pesca (Juan 21:3-13). Como era usual, los demás discípulos siguieron
obedientemente a su líder. Subieron al bote, pescaron toda la noche, y no sacaron
nada.

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¿Por qué Pedro regresó al lugar donde un día Jesús lo llamó?

1. Por el sentimiento de decepción.


Cuando estamos decepcionados por haberle fallado a nuestros padres, lo menos
que queremos hacer es verles la cara.
Cuando un cristiano se siente mal por haber decepcionado a su Señor, vuelve
al pecado donde un día Dios le sacó.
Cuando nos sentimos mal por haberle fallado a un ser querido, la decepción
nos lleva a la depresión.
Pedro vuelve al mar de Galilea porque la decepción le llevó a pensar que “todo
se había acabado y no había más por hacer”.

2. Por la esperanza de volverlo a ver.


Pero Pedro vuelve al mar de Galilea también porque, una vez vio al Señor ahí
y puede ser que ese día, lo volviera a encontrar.
A veces visitamos lugares, personas que nos recuerdan a quien ya no está con
nosotros, con la esperanza de volverlo a ver.

Por la mañana Jesús se les apareció y les habló desde la orilla y ninguno de ellos
reconoció su voz. Tres años estuvo con ellos y ya se habían olvidado de su voz.
Jesucristo utilizó el mismo milagro con el que Pedro había creído en Él: la pesca
milagrosa. Al ver ellos que era Jesús, fueron a él. Pedro estaba desnudo, ya de forma
vulgar como cualquier pescador, pero al ver que era Jesús quien le hablaba, Pedro se
vistió para ir a Su encuentro. Había vuelto a su oficio secular, y como pescador
cansado se tiró y nadó al encuentro de su Señor, quizás dispuesto a cargar con su
castigo por haberle negado rotundamente tres veces (comieron con él pero con
vergüenza por lo que habían hecho).

Pero al estar con Jesús, en vez de recibir su castigo, experimentó perdón y un cambio
total, esta vez era un cambio total y real. Juan 21:15-19.

¿Qué haces cuando le has fallado a Dios, cómo te presentas de nuevo con él? No digas
nada, acércate arrepentido y él hará el resto.

Tres veces se dirigió Jesús a él como Simón, preguntándole: “Simón, hijo de Jonás,
¿me amas?” (Juan 21: 15-17). Tres veces, Pedro le reiteró su amor. Una vez por cada
una de las negaciones. Subieron en intensidad. Y al final Jesús le dice: ponte a trabajar.

Y desde ese día, Pedro jamás volvió a desconfiar de Su Señor. Unas pocas semanas
más tarde, en Pentecostés, Pedro y el resto de los apóstoles fueron llenos del Espíritu
Santo. Y fue Pedro, la Roca, quien predicó aquel día.

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¿Cómo terminó la vida de Pedro? Sabemos que Jesús le había dicho que moriría como
mártir (Jn. 21:18-19). Pero la Escritura no registra su muerte. Todos los antiguos
documentos de la historia de la iglesia primitiva indican que fue crucificado. Eusebio
cita el testimonio de Clemente, quien dice que antes que Pedro fuera crucificado fue
obligado a presenciar la crucifixión de su propia esposa. Mientras ella caminaba hacia
la muerte, dice Clemente que Pedro la llamó por su nombre, y le dijo: “Recuerda al
Señor”. Cuando le tocó el turno de morir a él, pidió que lo crucificaran cabeza abajo
porque no era digno de morir como su Señor había muerto. Y así, fue clavado en una
cruz con la cabeza hacia abajo.

II. NUESTRA HISTORIA.


La segunda historia de la vida real es la nuestra.

Pedro es exactamente como muchos de nosotros: carnales y espirituales. A veces


sucumbimos ante los hábitos de la carne; otras, actuamos en el Espíritu. A veces
somos pecadores, pero otras actuamos como un hombre justo tiene que actuar.

Así como este hombre vacilante, a veces Simón, a veces Pedro, somos muchos de
nosotros.

Muchos de nosotros le hemos dicho al Señor, al igual que Pedro: “Pase lo que pase
no te dejaré, ni te negaré. Es más, si se pudiera moriría por ti”. Pero a la hora de la
verdad, cuando la enfermedad, los problemas, la escasez, las tentaciones y la
persecución viene, cuando nos enfrentamos a situación sin explicación como la
pérdida de un ser querido, somos los primeros en darle la espalda y negar a Jesús.
Quizás no abiertamente, pero sí con nuestros actos.

Muchos de nosotros hemos negado a Jesús en varias ocasiones. Con nuestras palabras
y acciones y es más, ¡con nuestros pensamientos! Muchos le hemos negado al decir:
“ya no quiero nada con el Señor… ya no siento nada… el Señor está lejos de mí, así
que yo me alejaré de Él también.” Cada vez que actuamos mal le negamos.

Y lo peor de todo es que, al igual que Pedro, pensamos en la vieja historia que muchos
nos han contado: Dios es un Dios tirano y distante, que está acomodado en su gloria,
que pudiendo hacer mucho por mí, no hace nada. Y quién sabe si me va a perdonar.
Y volvemos a nuestros antiguos caminos, de donde Jesús nos rescató; así como sacó
a Pedro de ser pescador de peces y lo volvió pescador de hombres y luego éste cayó
de nuevo a su oficio secular. Quizás Dios nos ha sacado de lodo cenagoso, y en un
momento de debilidad volvemos a caer en ese mismo lugar.

Pero gracias a la fidelidad de Jesucristo, nos damos cuenta que nos habían contado
mal esa historia, que Dios no es un Dios tirano y distante, que está lejos de nosotros.

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Y Jesús hace sentir sobre nosotros su mano herida (por la cruz) y descubrimos sus
ojos de bondad sin reproche ni acusación, sino amor.

Y aunque no entendamos por qué pasan las cosas, Jesús nos espera. Sigamos
escribiendo esta historia. Un día estaremos con el Señor y no habrá más tristeza, llanto,
ni dolor…

Ese mismo amor con el que le preguntó a Pedro: ¿me amas?, es con el que nos
pregunta a nosotros también: ¿me amas? Seremos capaces de responder: Tú sabes que
te amo Señor.

¿Nuestra historia?
No importa cuan dolorosa sea, Jesús promete:

Isaías 57:15
“Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el
Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu,
para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los
quebrantados.”

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