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UNIVERSIDAD MARIANO GÁLVEZ

LICENCIATURA EN PSICOLOGÍA CLÍNICA


MODELO PSICOTERAPÉUTICO HUMANISTA EXISTENCIAL
GABRIELA MARÍA NAVARRO FRANCO

ENSAYO: EL HOMBRE EN BUSCA DEL SENTIDO


Viktor Frankl fue un médico psiquiatra que durante la Segunda Guerra Mundial fue llevado
a uno de los campos de concentración donde encerraban a los judíos y los “clasificaban”
enviando a los más débiles, enfermos y que se veían de poca resistencia a las cámaras de
gas. Quienes se quedaban se les obligaba a realizar labores pesadas que básicamente los
convertía en esclavos tratando de sobrevivir como fuera y de cualquier manera al hambre
que atentaba con llevarlos a la muerte segura cuando no hacían “los traslados” de campos
que solo significaban una visita sin retorno a una cámara de gas o de cremación. Eso
cuando no debían preocuparse por las condiciones insalubres en las que los mantenían,
dando pie al desarrollo de enfermedades que los devastaban hasta delirar. Viktor nos cuenta
de primera mano las atrocidades por las que los hacían pasar, queriendo expresar al mismo
tiempo una perspectiva psicológica de cómo se vivieron los años en los campos, y cómo
lograban sobrellevar el trauma de todo lo que acontecía. Y que sí, al escribir este libro
buscaba de —alguna manera— sanar o encontrar tranquilidad para poder seguir adelante,
también buscaba contribuir al desarrollo de la psicología al haber podido sustentar el
trabajo de toda su vida con la experiencia que le permitió observar —aunque quizás de
manera un tanto subjetiva— cómo se veía afectada la psique humana al sometimiento del
encierro, la privación de derechos humanos básicos como una alimentación y trato digno;
verse sometido la esclavitud en circunstancias inhumanas. Él nos explica cómo el ser
humano se reduce a circunstancias primitivas en las que su único deseo o motivación es
obtener un trozo de pan de más para calmar el dolor causado por el hambre o una manta
para calentarse en el frío, pero también nos habla cómo el ser humano es capaz de adaptarse
a esas circunstancias penosas en las que se reduce lo básico para sobrevivir a casi nada y
cómo también en ocasiones encuentran un poco de felicidad o añoranza en la simpleza de
los colores del amanecer. Viktor relató que en determinado momento se aferró a la imagen
de su esposa, su amada como él la llamaba, pretendía —en su contexto tan real— hablar
con ella y la sentía tan cerca como un consuelo o una forma de no caer en la desmotivación.
Por consiguiente, él y todas las personas que habitaban los campos de concentración se
aferraban a lo que fuera para no caer en la desesperación, se aferraban al pensamiento de la
libertad y lo que harían cuando pudieran abandonar para siempre dicho lugar, se aferraban
al humor crudo de estar ahí, a los pequeños momentos en los que podían descansar —que
eran más que todo cuando se encontraban enfermos convaleciendo en la enfermería—, al
alivio que suponía que no los trasladaran a un campo con crematorio o cámara de gas.
Frankl nos relata desde su experiencia su forma de reaccionar ante los eventos y las
herramientas que le permitieron soportar las condiciones más inhumanas hasta el fin de la
guerra y el momento en que por fin regresara a la “normalidad” de un mundo
recuperándose después de una guerra y a su propia recuperación por haberla atravesado con
los ojos de un psiquiatra, pero sobre todo de un humano.
EXPERIENCIA

Cuando era pequeña, no recuerdo la edad con exactitud, pero oscilaba entre los siete u ocho
años, acompañé a mi padre al entierro de la madre de una maestra que me dio clases con
anterioridad. Antes de ese acontecimiento, yo no tenía conocimiento sobre lo efímero de la
vida; de que, así como tiene un principio, hay una meta que marca su final. Yo era ajena a
todo eso, pero después de que lo acompañé a ese entierro, todo cambió para mí. La
experiencia trascendental es que a una edad muy temprana entendí el peso de la vida y le
tomé cierto temor al mañana y quizás cierto temor a la vida. Y aunque hoy en día mantengo
a raya ese miedo, sigue estando ahí.

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