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SATOS
PERIODO ROMANTICO
ENSAYOS
PERIODO ROMANTICO
MONTEVIDEO
A rduino H n o s ., Impresores
Cerrito, 691 * 93
1928
ENSAYO SOBRE ANDRÉS LAMAS
i
EL MAGISTERIO INTELECTUAL
II
LA GENERACIÓN DE LA INDEPENDENCIA
III
EL FACTOR MORAL E INTELECTUAL
LA EMANCIPACIÓN INTEGRAL
IY
LA LUCHA CONTRA ROSAS
Y
EPÍLOGO
I
LA GENERACIÓN DE LA GUERRA GRANDE
II
EL FACTOR DOMÉSTICO
LA FORMACIÓN MORAL E INTELECTUAL
III
EL PERIODISTA
IV
EL ORADOR
V
EL MINISTRO
VI
EL HOMBRE DE LETRAS
VII
LA MUERTE
I
LA MUJER
Un amigo me ha confiado un abultado paquete
de cartas de Manuelita Rosas. Son cincuenta y seis
cartas dirigidas, desde Inglaterra, a don Antonino
Reyes, y fechadas, desde el 16 de Mayo de 1889,
hasta el 4 de Márzo de 1897 (1). No es sin un poco
de emoción cómo se abren estos pliegos amarillentos,
cuyo vago e indefinible perfume sugiere el recuerdo
de los antiguos muebles de familia donde se con
servan las reliquias domésticas. La cinta de seda
roja, descolorida, que se deshilaclia al desenlazarla,
las obleas de lacre que se quiebran y desprenden
al desplegar las cartas, el papel envejecido y de
color marfileño, la tinta a la cual los años han dado
(1) Las cartas originales de Manuelita Rosas a que se refiere esta
ensayo, se custodian en el archivo doméstico de los descendientes de
don Antonino Reyes. Son sus actuales dueños el distinguido caballero
don Martín Reyes, hijo del secretorio de Rosas, vecino en la actuali
dad de Buenos Aires, y el señor Alberto Reyes Th.évenet, hombre de
letras y profesor de la Universidad de Montevideo, nieto da! mismo
personaje.
92 Baúl M ontero B ustamante
II
EL CONFIDENTE Y LA AUSENCIA
III
LA IDOLATRÍA FILIAL
IV
EL CREPÚSCULO
I
EL HOMBRE
Cuando se erija la estatua de Melchor Pacheco
y Obes será necesario que el artista que la modele
eree una figura inquieta, fina y expresiva. “ Era
de talla baja, y tan sumamente delgado y rubio
que parecía un niño”, dice su contemporáneo y
amigo, don Lorenzo Batlle. Así lo pintó Carbajal
en el retrato al óleo que conserva el Museo His
tórico de Montevideo. Con su cabellera y su barba
de oro, recuerda a los donceles y caballeros con
que Ghirlandajo, el maestro de Rafael, pobló los
frescos de las iglesias de Florencia. En el basa
mento de la estatua habrá que colocar los símbolos
{1) La información de este ensayo procede de la tradición domés
tica del autor, de algunos documentos originales, de la bibliografía
corriente, y, sobre todo, de los apuntes biográficos que escribió el
general don Lorenzo Batlle, del estudio que consagró al personaje el
ilustre publicista, doctor don Alberto Palomeque y del libro “Vida de
Melchor Pacheco y Obes”, de que es autor el señor Leogardo Miguel
Torterolo, historiador que ha dedicado largos años a investigar los
hechos relacionados con la actividad del héroe.
118 R aúl M ontero B ustamante
II
LA DICTADURA
Pacheco narra en su autobiografía, cómo se lan
zó a la vida pública. “ Yo cursaba entonces mis es
tudios ; al conocer la noticia del desembarco de La-
valleja abandoné el colegio, vendí mis libros y mis
ropas, y con el producto, compré una montura y
un sable, y a ocultas de mi familia, partí y me hice
conducir por una barca a la tierra oriental, para ir
a reunirme a los libertadores de mi patria”. No de
otra manera procedían los niños espartanos. Con ra
zón escribió luego estas palabras: “ Aun antes de
E nsayo s 133
III
EL DESTIERRO
IY
LA CONQUISTA DE PABÍS
IY
ANTE LA. CORTE DE ASSISES
VI
EL OCASO
I
EL POETA
II
LOS MAGARIÑOS
III
LA OBRA
I
EL OLVIDO DE MÁRMOL
II
LA EMIGRACIÓN UNITARIA
III
I
EL GRAN SEÑOR
Fué un curioso personaje don José de Busehental:
gran señor, dilettante, político, un si es no es diplo
mático ; con vinculaciones en Madrid, en Saint Ja
mes, en las Tullerías, en San Cristóbal; gran cama-
rada de Lord Palmerston; gran Cruz y diputado a
Cortes en España; privado del emperador del Bra
sil; ciudadano universal con carta en ambos conti
nentes; banquero un poco trashumante; fué todo
eso, y, además, hombre de empresa y de fuerte
garra.
Aquí se le conoció de cerca el año 49, cuando ya
había tenido larga historia en la corte imperial como
hacendista de gabinete y fautor de opulentos nego
ciados que le valieron una quiebra ruidosa, rescata
da luego desde Europa al treinta por ciento. Ha
bía pasado ya por las cortes europeas como un ruti
lante Nabab, acompañado de su consorte, la hija
del Barón de Sorocaba, la bellísima Mariquita Bus-
222 R aúl Montero Bustamante
chental, a quien la crónica escandalosa del Imperio
atribuye origen augusto. Ciudadano español bajo el
reinado de Isabel II, la reina le dió con su diploma
de diputado la- gran Cruz de Carlos III. Su talento
de financista y su imaginación pródiga en recursos
para colocar empréstitos, le habían hecho don preciso
de gobiernos y gabinetes, y los banqueros y políticos
del Brasil, España, Portugal, Francia e Inglaterra
lo mimaban y lo colmaban de dones. Vinculado a la
generación romántica española; íntimo de Olózaga,
Escosura y Salamanca; Narvaez le había expulsado
de España, y fué durante el destierro, en París, que
el mercado del Río de la Plata se presentó a su ima
ginación romancesca como un remoto El Dorado.
Allí conoció al agente diplomático del Uruguay, doc
tor Ellauri, y con éste contrató un empréstito para
la República, un poco fabuloso al fin, luego de incli
nar el espíritu de Lord Palmerston a mirar con be
nevolencia las cosas del Uruguay y dar la voz de
orden a los banqueros ingleses.
En Enero de 1849 la “ Antoinette” condujo a
Busehental a Montevideo en procura de la ratifica
ción del empréstito. La ciudad, agotada por seis años
de asedio y abandonada a sus propias fuerzas, pa
recía próxima a sucumbir bajo los cañones de Rosas
y la acción de la diplomacia de las potencias inter
ventoras. “ La alarma es inmensa y la postración ma
yor”, escribía con profundo desaliento el ministro de
Relaciones Exteriores de la Defensa, don Manuel
E nsayo s 223
II
CABEZA A PÁJAROS
III
LA ÚLTIMA VISITA
I
LA JUVENTUD SENTIMENTAL
II
IDEAS T DOCTRINAS
Aunque Juanicó había sentido en sus primeros
años el aura revolucionaria de 1810, su tradición
doméstica y la educación recibida en el hogar lo
inclinaban naturalmente hacia las derechas histó
ricas. Joven indiano de casa rica sustraído al am-
238 R aúl M ontebo B ustam ante
III
REALIDADES
IV
LA PRIMERA ETAPA
Juanicó fué de los hombres que no perdieron pie
en medio de las efusiones cívicas a que dió lugar
el pacto de paz de 1851 que puso fin a la Guerra
Grande. Comprendió que aquel estado espiritual
era favorable al desarrollo de sus ideas y a la apli
cación de los principios de restauración constitu
cional que había propiciado ante sus amigos del
Cerrito y se preparó a representar en el escenario
político el papel preponderante que le asignaban
las circunstancias.
Por uno de esos inexplicables caprichos de la
historia, el partido victorioso en 1851 renunció es
pontáneamente a su derecho mayoritario, y, no obs
tante la situación precaria en que la realidad del
tratado de Octubre colocó al general Oribe, las elec
ciones de Noviembre de 1851 le entregaron la ma
yoría de la Asamblea Legislativa. Esta asamblea,
con el concurso unánime de la minoría colorada,
eligió el l.° de Marzo de 1852 Presidente de la
República a don Juan .Francisco Giró, personaje
consular del Cerrito. Don Bernardo Berro, conse
jero áulico del general del sitio, fué investido con
la Presidencia del Senado, que equivalía a la Vice -
Presidencia de la República; y esta misma asamblea
248 R aúl M ontero B u sta m an te
Y
LA DICTADURA INTELECTUAL
En 1858 reapareció -Juanicó en la Asamblea,
cuando aun perduraba la impresión que produje-
jeron las decapitaciones de Quinteros. Se dijo en
aquella época, y se ha repetido desde entonces,
que el doctor Juanicó anduvo complicado en aque-
E nsayo s 257
VI
EL DERRUMBE
18
EL ÚLTIMO GENTILHOMBRE
LA ÉPOCA Y EL CARÁCTER
II
EL INTÉRPRETE
III
EL ROMANCE
IV
EL MORALISTA Y EL PROSCRIPTO
Y
EL ÚLTIMO GENTILHOMBRE
Si ésta iué su vida, más melancólica fué su
muerte, capítulo todavía inédito de la historia del
proscripto. Dijo la ciencia que Juan Caries Gómez
murió herido por una congestión. Esa fué la enfer
medad de la carne; pero hubo además otro mal dolo
roso y oculto que le hirió el alma y apresuró su fin.
Al menos Rufino Varela, su amigo y confidente,
así lo creía; fué él quien reveló en la intimidad el
secreto.
Era la época del polizón y de las cinturas suti
les, último remedo, ¡ ay!, de los buenos tiempos ro
mánticos. Todavía la vieja sociedad poi’teña se con
gregaba en los salones del Club del Progreso en
saraos rutilantes de que solamente queda el re
cuerdo en la memoria de los viejos y en las fugaces
crónicas de sociedad. En medio del suntuoso baile
el dardo mortal hirió al proscripto. Discurría por
lee salones prodigando frases ingeniosas a las da
mas cuando divisó a una mujer, deslumbrante
belleza de la época, que reinó soberana en la socie
dad porteña. El viejo dandy sintió el influjo de
la belleza juvenil y de sus labios brotó un elogio
apasionado. La dama, sorprendida por el fervor de
la lisonja, replicó con candorosa espontaneidad, sin
E n sayo s 805
FIN
ÍNDICE