Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
COCHABAMBA
CASOS HISTORICOS Y TRADICIONES
DE LA CIUDAD DE MIZQUE
BIBLIOTECA DIGITAL
D irigida por:
H ECTO R COSSIO SALINAS
y W ERN ER GU TTEN TA G T.
EUFRON IO VISCARRA
(1857 1911)
EUFRONIO VISCARRA
LUUSH DHJlIDH
CASOS HISTORICOS Y TRADICIONES
DE LA CIUDAD DE MIZQUE
(Segunda edición)
I
Por raro designio de la vida de los pue
blos, después de la G uerra del Pacífico y en
la primera década del siglo actual, aparece
en Cochabamba una pléyade de hombres se
lectos en todos los ámbitos de la vida supe
rior. Ciencias, letras, artes, enseñanza públi
ca, economía, finanzas, industrias, y cuanto
constituye el acervo intelectual y moral de la
vida colectiva y deviene factor de reparación
de los desastres pasados.
Igual fenómeno consolador y sembra
dor de nuevos ideales se manifiesta en todos
los centros de Bolivia, como promesa socio
lógica de un maravilloso renacimiento nacio
nal.
En la espontaneidad del recuerdo jus
ticiero aparecen, uno a uno, los nombres de
grandes cochabambinos que forman la Le
gión de Honor de la Patria, de esta “Jatum
Bolivia” , audaz calificativo de infantil pon
deración popular. En esa nóm ina histórica
figuran brillantes políticos, escritores, poetas,
educadores, historiadores, industriales, etc., y
dentro de esa constelación — que este vie
jo escritor se abstiene de enunciar por no ofen
der la ilustrada información del culto lector—
7
dos estrellas resplandecen con luz propia: trá
tase de Mariano Baptista y Daniel Salaman
ca, que por sí solos constituyen gloria nacio
nal, con la jerarquía de grandes pensadores
y conductores del país.
No obstante, y en la medida en que el
destino se em peña en alterar gloriosas reali
zaciones, acuden a mi memoria personajes de
no menor valimiento, “presidenciales”, pa
ra estar a tono con la faena política a la que
entonces dedicaba sus afanes todo espíritu su
perior. Tales Aníbal Capriles y Eufronio Vis-
carra. En el caso del último, la muerte del
presidente electo, Dr. Fernando E. G uacha
da (1909), que no llegó a ser proclamado
constitucionalmente por el Congreso, frustró
la presidencia del Dr. Eufronio Viscarra, que
acompañó a aquél en la postulación a la se
gunda m agistratura de la República. Una
aguda crisis política que amenazaba la uni
dad del liberalismo, determinó la anulación
de las elecciones presidenciales y, por consi
guiente, la sucesión al fallecido mandatario.
La m uerte de Fernando E. Guachada,
la prórroga del Dr. Montes y otro fallecimien
to, el de Misael Saracho, candidato a la pre
sidencia, son hechos que, ciertamente, han
modificado el curso de la historia de Bolivia.
II
Mas, si el destino se empeñó en impe
dir la realización política total del Dr. Eufro
nio Viscarra, su estrella literaria brilla en el
firmamento con luces que encandilan, aun
8
que su obra fuese poca difundida en el pasa
do e ignorada en la época actual.
Esta nueva edición de algunas de sus
producciones históricas, que significa un ho
menaje al Maestro, con motivo del IV Cen
tenario de la fundación de Cochabamba, la
ínclita Villa de Oropesa, trae al viejo perio
dista que escribe estas líneas, la oportunidad
de rememorar la figura del Dr. Viscarra y ha
cer honor a la amistad que éste le dispensa
ra. Si constituye una suerte conocer y tratar
con un político ilustre, hombre público y es
critor de nota, ese privilegio es mayor en el
caso del autor de “Apuntes para la historia
de Cochabamba”, libro para entonces ya pu
blicado.
Era D. Eufronio amigo personal del Dr.
Luis Salinas Vega, y concurría a menudo al
bufete de abogado y dirección de “El Comer
cio”, que m antenía este otro ilustre hombre
público en la planta baja de la casa del señor
idasccnes en la calle Sucre de esta ciudad, y
cuyo secretario era el autor de estas notas;
allí ambos dos departían y dictaban, frecuen
tem ente, al entonces joven secretario, algún
artículo destinado a la prensa. Y es que la
labor del Dr. Viscarra fue fecunda en las ta
reas política, literaria y periodística.
Cuando el Dr. Salinas Vega dejó Cocha-
bamba con destino a Oruro, D. Eufronio pro
siguió su actividad periodística con el nuevo
director de “El Comercio” , D. José Carras
co, a quien aquel joven secretario servía en
la prensa y el bufete.
9
Si hemos hecho mención a la estrecha
amistad que unía a los doctores Viscarra y
Salinas Vega, es porque el último prologó,
además, la obra del primero, intitulada “Ca
ses históricos y T radiciones de la ciudad de
Mizque”, con la autoridad que sólo un maes
tro del idioma puede dedicar a otro maestro
ce la fraee académica. Por eso — porque cree
mos insuperables algunos de los juicios emi
tidos en aquel análisis literario— entresaca
mos al azar unos conceptos de carácter crí
tico que aparecen en la primera edición del
libre que, por fortuna, ve otra vez la luz pú
blica.
* Nadie se arrepentirá de recorrer las pá
ginas de este libro — dice el Dr. Salinas V e
ga— , escrito en bello lenguaje, castizo y pin
toresco, fluido y rico; inspirado, como lo di
ce el autor en el Prólogo, 'por el más sin
cero patriostismo”.
“El amor al suelo natal, fuente siempre
de inspi;ación, robustecido en este caso, por
la contemplación de la soberbia magnificen
cia de una naturaleza privilegiada, en que
lac m ontañas y serranías producen impre
siones diferentes’’ y en la que “mientras una
parte de la comarca, herida por los rayos del
sol, sonr.'e y brilla alegremente, la otra, som
breada por las montañas y velada por las bru
mas se adormece”, oyéndose entretanto el re
sonar de la corriente de echo ríos que desoe-
ñándose con ruido atronador fecundan el va
lle, cuyos verdes matices alcanzan gradación
infinita, son los elementos generadores de es
ta obra.
10
“ Un pintor hallaría difícilmente colores
en su paleta para reproducir los variados y
luminosos tintes de ese paisaje, cuyos dilata
dos horizontes sobrecogen y encantan el es
píritu, según la bella descripción del señor
Viscarra.
“Un músico no traduciría con facilidad
ese “rumor gigantesco y semejante al que
“se levantan de la llanura“ ; “voz de los to
rrentes que corren sobre lechos rocallosos y
producen truenos lejanos y prolongados”, que
azotan las guijas amontonadas en su cauce,
precipitándose de inmensas alturas y form an
do espumosas y mugidoras cataratas” .
“Pero, lo que ni el pintor ni el músico
podrían traducir, el señor Viscarra nos lo
muestra y hace sentir. ¡Privilegio del escritor
que puede comunicar sus impresiones, ense
ñando lo que le conmovió, describiendo lo que
vio o contando lo que sintió1
“Con talento de artista ha preparado y
dado a conocer el escenario de los hechos dra
máticos que va a evocar, y en el que han de
aparecer los personajes que su pluma, vari
lla de Mago, resucita, sacándolos de la tum
ba del olvido.
“Y si la escena ha sido soberbia y bri
llantemente exhibida, el drama se desarrolla
con primor, lleno de curiosas incidencias, con
noticias interesantes y atinadas reflexiones;
mostrando un cúmulo de erudición poco co
mún, y ostentando un estilo elegante, flui
do, sobre todo muy castizo, cualidad rara en
11
estos tiempos en que los pseudoescritores que
asedian revistas y periódicos, tienen poca o
ninguna noción de la sintaxis castellana” .
III
Bajo el modesto y aun vulgar título de
‘ Casos históricos” de Mizque, la o tra del Dr.
Viscarra es el estudio brillante de un antro
pólogo que domina la ciencia de la evolución
hum ana; un etnógrafo que sigue las inves
tigaciones de los científicos Squire, M arkham
y otros de su época. Las referencias a las con
quistas de ios Incas Maita Capac y Capac Yu-
panqui, de las tierras de los Charcas; les des
cubrimientos de monumentos de estilo tiahua-
nacota; los centros originarios de Pacasas y
Lupacas, de donde procedían los Collas de Ti
ticaca; su dominio de la obra m onumental de
Bertomo, de 1612, y en fin los descubrimien
tos de las minas de plata de Porco y de Po
tosí, y yacimientos auríferos de que fueron
precursores los Incas conquistadores; todo re
vela en el Dr. Eufronio Viscarra un hombre
de ciencia de alta capacidad, un investigador
idóneo y un estilista de quilate*:.
No podría concluir sin una nueva y bre
ve referencia al prólogo del Dr. Salinas V e
ga, cuando afirm a: Como el labrador que
abre el surco y arroja la simiente que otros
han de cosechar, así él lanza estas páginas,
hijas de su mente y de su corazón, esperan
do que otros realicen en el curso de los años,
lo que él quisiera ansiosamente ejecutar en
el día.
12
“Cuando tras el esfuerzo individual no
viene la realización del propósito anhelado,
el espíritu puede decaer y sufrir, pero la con
ciencia queda siempre satisfecha y tranqui
la, porque las ideas van corriendo como las
aguas que se desbordan y como ellas fecun
dan; éstas la tierra que da frutos, aquéllas
la mente hum ana que crea.
“ Mas que sus obras anteriores, la pre
sente da derecho a esperar mucho y bueno.
En esa alagadora espectativa, cierro este pre
facio, que debió ser escrito por mano de
maestro y pluma de oro” .
Después de lo dicho, el político liberal,
frustrado en su candidatura vicepresidencial,
es digno de completar la trilogía gloriosa de
Nataniel Aguirre, Adela Zamudio y Eufro-
nio Viscarra, del IV Centenario de la Villa
de Oropesa.
CASTO ROJAS
Agosto de 1967.
13
APUNTES PARA
LA HISTORIA DE
COCHABAMBA
CAPITULO I
El D istrito de Collasuyo.— G uerras de C ari y
C hiparía.— R eflexiones sobre la política y el go
bierno de tos Incas.— F undación de C ochabam
ba.
Como en el D istrito de Collasuyo fue fun
dada la villa de Cochabamba, no será fuera de
propósito recordar algunos hechos que tuvieron
lugar allí, antes de dicha fundación.
En la época en que el Inca Capac-Yupanqui
extendía sus dom inios por medio de ruidosas
conquistas, los habitantes de Collasuyo se ha
cían una guerra encarnizada por sostener los unos
a Cari y los otros a Chipana, (1) caciques que
vivían en lucha incesante.
Cuando el Inca hubo llegado a Faria, inten
tó apoderarse de Collasuyo, y fue entonces que
los dos rivales cansados de haber luchado esté
rilm ente, acordaron presentarse a Capac-Y upan
qui a fin de que él dirim iera sus diferencias.
E l Inca accediendo a la dem anda, los in stru
yó en sus costum bres y envió a algunos de sus
vasallos al lugar en que habían sucedido las gue
rras de los caciques, p^ra dar, con noticia exac
ta de lo acaecido, la justicia al que la tuviera.
Regresado que hubieron los com isionados,
c 1 Inca señaló los lím ites de los dom inios de
1) Zapana, según Pedro de Cieza de León.
17
Cari y Chipana y les obligó a reconocer su au
toridad. Los caciques convencidos de la sabidu
ría de Capac-Yupanqui, le juraron vasallaje.
E sta política de los Incas tan sabia y tole
rante, nos induce a hacer algunas reflexiones.
M anco-Capac, cuya poética aparición ha se
ñalado la leyenda en el herm oso lago de T itica
ca, fue el fundador de la civilización incásica.
Rodeado del prestigio que le diera su extra
ño origen, M anco-Capac form ó una nación pode
rosa de poblaciones salvajes y heterogéneas por
sus costum bres y tendencias. Se esforzó en desa
rraigar los hábitos crueles de sus súbditos, pro
m ulgó leyes en su beneficio y les enseñó el tra
bajo como condición indispensable del progre
so y de la felicidad:.
A sus sucesores plúgoles tam bién en gran
m anera, trabajar por el bienestar de sus vasallos.
T al es uno de los caracteres de ese gobierno pa
ternal que perm itía que el derecho de los súb
ditos, fuese preferido al del rey. P or esto de
cía el padre A costa: “Servíanse de sus vasallos
los reyes Incas por tal orden y por tal gobier
no, que no se les hacía servidum bre sino vida m uy
dichosa”. Con el fin harto laudable de evitar ca
lam idades a su pueblo y atraerse su bienque
rencia, los reyes del P erú fundaron los Pósitos,
institución destinada hoy mismo a prestar im-
pcirtantes servicios. H abía Pósitos en los cen
tros de población y en los caminos. Los prim e
ros se abrían en beneficio de los m enesterosos
y los segundos servían para alim entar a los tran
seúntes. Ta nbién había casas para curar a los
pasajeros enferm os.
A la par de la solicitud que tenían los sobe
ranos por sus vasallos, se m anifiesta el profundo
respeto que les inspiraba la desgracia. E xistían
m uchas leyes dictadas con objeto de aliviar la
18
situación de los desvalidos y de todas las perso
nas acosadas de quebranto.
Los que estaban en la posibilidad de traba
jar, labraban las tierras destinadas para los vie
jos, las viudas, los huérfanos y los pobres.
En la época de Huayna-Capac, el más gran
de de los Incas y de quien dice Zárate que “tu
vo razón en la tierra y la redujo a cultura y po
licía”, un indio fue castigado con la pena de m uer
te por haber cultivado las tierras de cierto ca
cique, con preferencia a las de una Viuda.
El precepto de favorecer a los hom bres p ri
vados de los m edios de subsistencia, se enseña
ba como im puesto por el mismo Sol, hermoso
símbolo del grande espíritu que anim a la crea
ción.
Parece que los escritores que, como Calan-
cha, han querido probar que en una época rem o
ta fue predicado el Cristianism o en Am érica, ol
vidaron esa adm irable sim ilitud que existe en
tre el espíritu del Evangelio y el que animaba
a les Incas en todos los actos de su vida.
Pero, no es en el estado de paz que más se ma-
rifiesta la bondad de los Incas, sino en la gue-
ira. E sta que siem pre im porta m uerte y destruc
ción, fue suavizada por la natural m ansedum bre
del soberano y de sus súbditos. Los chancas,
hombres feroces que durante su famosa suble
vación, hubieron de com eter grandes crím enes,
extrem ando su furor hasta lo sumo, fueron per
donados por Viracocha. H uayna-Capac, perdonó
tam bién a los chachapoyas que m ataron a m u
chos m inistros reales.
Posteriorm ente, cuando la invasión españo
la anegaba en sangre el suelo am ericano, y se
(’ salaba por sostener esa terrible guerra de ex
term inio que no debía term inar sino con 'la in
di pendencia, los Incas m ostraban todavía la m ag
nanim idad de su carácter. E n una batalla que
19
tuvo lugar en Cajam arca entre las tropas espa
ñolas y las de Quizquis, se apoderaron los na
turales de Francisco Chaves, Alonso de Alarcón,
Pedro Gonzales, H ernando de Haro, y por or
den de sus príncipes les dieron libertad, después
de curarlos de sus heridas.
E ntre las naciones de la antigüedad, difíci‘1
seria encontrar un gobierno más tolerante que
el de los reyes del Perú. En E sparta que toda
vía es adm irada, las leyes de la naturaleza hu
mana fueron reem plazadas por un exagerado y
artificial patriotism o que hizo com eter tantos
crím enes. Finalm ente, en Roma, la deificación
del Estado derram ó mas sangre que todas las ti
ranías de la tierra.
Con lo expuesto, vamos a ocuparnos de la
fundación de Cochabamba, que como hemos m a
nifestado ya, tuvo lugar en Collasuyo, célebre
por las guerras de Cari y Chipana y por la con
quista que de él hizo Capac-Yupanqui.
Es pues el caso, que Francisco de Toledo
atendiendo al núm ero crecido de personas que
habitaban el valle de Cochabamba, dio comisión
a Gerónim o de Osorio, para que eligiese el sitio
más aparente y fundase en él la V illa de Oro-
peza. Con tal motivo, se organizó el Cabildo y
hubieron de ser nom brados los prim eros alcal
des y regidores; pero como la villa no fue fun
dada por Osorio, el mismo virrey Toledo orde
nó que Sebastián Barba de Padilla, en compañía
del visitador del D istrito de Cochabamba, pu
siese en ejecución su pensam iento, no sin con
siderar seriam ente la opinión de los vecinos del
valle, acerca del sitio en que debía fundarse la
nueva población.
Señalada la chacara de Garci Ruiz de O re
llana en el valle de Canata, como el lugar más
conveniente para fundar la villa, Toledo dio po
der y com isión al m encionado Barba de P adilla
para el objeto indicado (1).
(1) Véase en el Apéndice la nota primera.
20
En consecuencia el 28 de diciem bre de 1573
Sebastián Barba presentó al Cabildo la provi-
ión del virrey, y en l9 de enero de 1574, fundó
I i villa y le puso el nom bre de O ropeza con
motivo de que don Francisco de Toledo quiso
i ( rpetuar en este pueblo el título que el rey die-
i .i a sus antepasados: estos se llamaban los Con
des de Oropeza.
“En el valle de Cochabamba, dice Calan-
■ lia, fundó don Francisco de Toledo la villa de
Oropeza, llamada así, por devoción del virrey que
como herm ano de los Condes de Oropeza dej'ó
<on el nombre hipotecada la m em oria de su ca-
Ha”,
D urante el coloniaje conservó la ciudad el
nombre que le diera su fundador, y sólo desde
I > independencia ha sido rem plazado con el de
Cochabamba, adulteración de Cochapampa, pa-
labra quechua com puesta de cocha que significa
charco y pam pa , llanura (1).
Garcilazo de la Vega, asegura que el nom-
Iyo prim itivo de la ciudad fue San Peci|ro de
C ordeña.
Esta aseveración no parece estar m uy le
los de la verdad, porque quizás el nom bre del
•ollado que se encuentra al O riente de Cocha-
bamba, procede del de la ciudad.
El sitio en que fue fundada la villa, se en
contraba bajo condiciones que podían asegurar
el porvenir de la nueva población. E n efecto, el
valle es fecundo en producciones agrícolas de
lodo género, y hallándose al pie de la cordille-
(1) Se llamaba Cochapampa, porque antiguamen
te había en esta parte del Distrito de Colla-
suyo, muchos charcos y lodazales. Hoy mismo
el sitio es todavía húmedo: siendo de notarse
que a una profundidad de 2 metros, se encuen
tra agua en cualquier lugar de la población. El
nombre de Cochabamba importa, por tanto una
verdadera definición.
21
ra de los Andes, contiene una prodigiosa canti
dad de agua que lleva por do quiera la vida y la
abundancia. Bien pronto tomó creces la agricul
tura, y las producciones del valle de Oropeza
fueron tan considerables que un virrey decía que
bastaban para alim entar todo el Perú.
Por otra parte, ningún lugar podía ofrecer
el encanto de estas regiones, donde se encuen
tran todas las bellezas de 'la creación. Desde las
más grandes y severas escenas de la naturaleza
hasta los apacibles paisajes de que tanto abunda
el lugar, todo se presenta a la vista, form ando
un cuadro im ponente y seductor.
Según hemos m anifestado ya, la villa se fun
dó en Canata, lugar situado a poca distancia de
Taquiña. A lgún tiem po después de la fundación
de la ciudad, se verificó la creación del Conven
to de San A gustín en el sitio en que actualm en
te se encuentra la casa M unicipal. Con tal m o
tivo, uno de los alcaldes ordinarios estableció
su residencia cerca del Convento. E ste hecho
dio lugar a que los habitantes de Oropeza pi
diesen de la Real A udiencia de la P lata que el
susodicho A lcalde residiese en la villa; pero co
mo ellos mismos com prendiesen después que el
lugar en que fue fundada la ciudad, no era muy
ventajoso, resolvieron trasladarse al paraje en
que se erigió el Convento de San A gustín y, de
esa m anera, se estableció definitivam ente la po
blación, en el sitio en que ahora se encuentra.
Ccho años después de la fundación de Co
chabamba, tuvo lugar la del H ospital de San Sal
vador a orillas del río Rocha (1). Es pues indu
dable que antiguam ente el cauce del Rocha es
taba donde hoy se encuentran los barrios princi
pales de la ciudad. Todavía al presente la calle
de San Juan de Dios que sirvió de lecho al río,
ocupa un niv'él in ferio r; siendo esta la causa de
(1) Véase la “Crónica de San Agustín”.
22
a lo *
25
Juan del Canto, religioso que m urió en olor de
santidad, erigió el de San A gustín en el área que
hoy ocupan el T eatro y la casa M unicipal. Sa
bido es que en la com unidad de agustinos de
Cochabamba hubo teólogos esclarecidos y que,
por ende, la erección de este convento, fue útil
para la naciente villa.
CAPITULO II
B enero y B alero es nom brado revisitador en 1730.
L evantam iento del 29 de noviem bre.— Alejo C a-
latayud.— V ictoria de los insurrectos.— F ran c is
co U rquiza y Rodirígruez C arrasco encabezan la
reacción.— M uerte de C alatayud.— C rueldades de
C arrasco.— Im p o rtan cia de la insurrección de
1730.
Desde la fundación de Cochabamba hasta la
época en que acaeció el 'levantam iento de Cala
tayud, no se encuentran sino hechos aislados y
sin conexión. Quizás investigaciones más serias
descubrirán en este largo período de la historia
de Cochabamba, acontecim ientos dignos de ser
escritos.
M ientras tanto, llamamos la atención del
lector sobre la sublevación de 1730, que tuvo lu
gar gobernando el P erú D. José de Arm enda-
ris.
M anuel Benero y Balero recibió del Virrey
el nom bram iento de revisitador de la provin
cia de Cochabamba. Poco antes de llegar a es
te lugar, dilató Benero su perm anencia en el
pueblo de Caraza, para entrar a la villa con el
aparato correspondiente a su alta m isión.
Al llegar a esta parte creemos indispensa
ble hacer una rectificación a la narración his
tórica del señor O m iste que versa sobre la m a
teria de estos apuntes. Dicho señor, al hablar
«le los preparativos del visitador para su entra-
«1.« a Cochabamba, dice: “La villa se disponía
imbién a tributarle los hom enajes y rendim ien
to'. de repugnante servilism o, con que en aque-
I i época sabía recibirse a los em pleados rea'les
que desgraciadam ente se ha perpetuado has-
i i hoy en la recepción de ciertos presidentes de
Ilolivia”.
El señor Om iste ha estado mal inform ado y
quizás la falta de datos ha hecho que aventure
una aserción absolutam ente desprovista de
l undamentos. Poseem os docum entos que prue
b a n que el pueblo de Cochabamba, se m anifes-
i i siem pre altivo y con tendencias m uy pronun-
' i rlas hacia la independencia. P or tanto, no es
i rito que el carácter de sus habitantes se hu
biese doblegado ante un em pleado real.
Francisco de Viedm a en sus cartas al rey de
I' .paña, se queja del espíritu belicoso de los
<ochabambinos, y renuncia el cargo que desem-
' haba, exponiendo como una de las causales que
Ir obligaban a separarse del servicio de su Ma
lí stad, las frecuentes hostilidades de los habi-
' ir tes de la villa y 'la no reprim ida aversión que
m.¡infestaban a los españoles.
Además, no será fuera de propósito recordar
que, cuando m ucho después estalló la guerra de
I i em ancipación y Goyoneche victorioso en los
•11os del Q uegüiñal se presentó cerca de Co-
i habamba, salieron a su encuentro los m orado-
i s de esta ciudad, movidos únicam ente por el
•Irseo de no hum illarse ante el enemigo. V alien-
tr es el pueblo que pelea sin esperanza de ven
cer.
Fácil sería citar innum erables ejem plos que
m ostrasen con toda evidencia esta verdad.
Por lo que hace a épocas posteriores, Co-
. habamba se ha m antenido siem pre en una acti
nal honrosa, siendo la prim era en protestar con
27
tra los tiranos, y la prim era tam bién en lanzarse
a los campos de batalla en defensa de la liber
tad nacional. Su patriotism o ha sido reconocido
desde tiem pos lejanos; he chí por qué la Ga
ceta de Buenos A ires la saludaba diciendo: “El
A lto P erú será libre porque Cochabamba quiere
que lo sea”.
N uestro propósito, no consiste solam ente
en hacer elogio del país en que vivimos, sino en
m antener incólum e la verdad histórica, que por
desgracia ha sido adulterada más de una vez.
Después de lo expuesto proseguirem os con el
relato de la sublevación de Calatayud.
E1 rum or de que Benero y Balero ven;a
con objeto de obligar a todos los habitantes de
la villa al pago de la contribución, im presionó
dolorosam ente al v'encindario. La contribución,
espantaba a los más fuertes de espíritu, porque,
con tal m otivo, las autoridades se entregaban a
todo género de excesos y la rapacidad española
explotaba con avidez el fruto de las fatigas del
indio, que cual un ilota fertilizaba los campos
en provecho de sus opresores.
E n esto se difundió la voz de que el visitador
no tenía otra intención que de obligar a los m es
tizos a probar su origen para librarse del trib u
to. A este respecto L orente dice a s í: “el virrey
había ordenado una nueva revista de tributos y
para que ningún contribuyente pudiera exim irse
del pago con la falsa excusa de ser m estizo, obli
gó a com probar este origen a cuantos para su
exención lo alegaran”.
Em pero, el rum or a que nos referim os, no
fue parte para calm ar la agitación del pueblo;
pues, como dice el mismo Lorente, la necesidad
de dar pruebas iba a ser una fuente fecunda de
males. E s por esto que la actitud de la villa se
hacía cada Vez mas avanzadora.
28
Los valles de Sacatn, Cliza, Q uillacollo y to
dos les pueblos de las inm ediaciones, se prepa
raban tam bién para la sublevación.
Bien pronto alcanzó a saber el visitador, que
los m estizos de Cochabamba se disponían para
levantar las armas con objeto de im pedir su en
trada a la población. T al noticia, no pudo m e
nos de causar una im presión desagradable en el
ánimo del orgulloso em pleado, quien poco an
tes se holgaba con la idea de recibir ovaciones
de los mismos que ocasionaron su vergonzosa
fuga.
El miedo lo obligó a pedir del corregidor de
Cochabamba una fuerza armada, para defender
su persona del peligro que le amenazaba.
E l corregidor, en cum plim iento de la or
den, le envió cuarenta hom bres, con un valiente
oficial llamado Juan M atías Gardogue y M ese
ta (1).
Los expedicionarios confiados en la supe
rioridad de su arm am ento, salieron ostentando
valor, y un desprecio no disim ulado por los cho
los; y éstos a su vez m anifestaban tam bién ale
gría, al ver la expedición que, indudablem ente,
iba a precipitar la realización de sus designios.
E ra llegada la coyuntura en que el pueblo
pod;a lanzarse a la revolución, sobre el seguro
de que la pequeña fuerza que custodiaba el ca
bildo. no era suficiente para reprim ir una agre
sión poderosa.
La sublevación estalló el 20 de noviembre
de 1730.
(1) El señor Omiste dice que el jefe de la expedi
ción fue don Jacinto Cuba; siguiendo nosotros a
Armendaris en su memoria, nos permitimos rec
tificar en esta parte, la narración del citado
escritor.
29
El platero A lejo Calatayud se puso a la ca
beza del 'levantam iento.
Calatayud había dado ya pruebas de ser vale
roso y mañero. H allándose en contacto con to
dos los que form aban su clase pudo considerar
las m uchas injusticias que la afligían, e inspi
rado en los m ales de sus herm anos, se resolvió
a vengarlos de tan dura opresión.
T enía una voluntad de hierro y en su sem
blante y sus m aneras, se pintaba la entereza de
e»u carácter.
Hom bre de suprem as resoluciones, no temió
desafiar la cólera de sus enem igos y con su in
trépido corazón, pudo vencer los inconvenien
tes que im pedían la realización de sus propósi
tos.
T al fue el corifeo de la célebre insurrección
de 1730.
E ntretanto, se tiene por cosa asentada que
habiendo estallado la sublevación, los insurrec
tos se dirigieron a las cárceles, abrieron sus puer
tas con objeto de dar libertad a los crim inales y
engrosar sus filas. Todo esto se verificó con la
m ayor celeridad; pues la ausencia del corregi
dor Rivera, h:-<zo im posible la defensa por par
te de los realistas, quienes carecían de jefe.
Benero y Balero, creyó que la alarma que
existía en la villa se extinguiría muy en breve.
E.npero los hechos referidos le m ostraron que
iba m uy fuera de camino.
Entonces fue que el visitador, se dirigió ofi
cialm ente al jefe de los insubordinados, mani
festándole que sin razón le habían atribuido el
propósito de em padronar a todos los habitantes
de la villa y que él no tenía tal atribución por
no haberla recibido del virrey. E sta declaración
que podía ser eficaz y satisfactoria en otras cir
cunstancias, era inútil en las actuales: estaban
30
vencidos los inconvenientes con que había tro
pezado la sublevación y nada podía apaciguar
la (1).
A poco mas de ocho días, viendo el visitador
que la insurrección tomaba increm ento y consi
derándose im potente para sofocarla, resolvió fu
gar precipitadam ente hacia el pueblo de Oruro,
sin dar lugar a la llegada de las tropas, que iban
con la orden de custodiar su persona. Al arribar
a dicho pueblo dio parte de lo acontecido a P o
tosí y a la Real A udiencia de la Plata.
A la sazón, Cochabamba se disponía para opo
ner al enem igo una resistencia vigorosa y em pu
ñaba resueltam ente la bandera de la causa.
La expedición de que hemos hablado tuvo a
bien regresar antes de llegar a Caraza. porque
recibió M eseta la doble noticia de la fuga del
visitador y de ia actitud seria que asum ieron los
sublevados de la villa.
Calatayud, a la cabeza de los suyos, aguar
daba la llegada de las tropas enem igas con esa
serenidad que lo ha enaltecido sobrem anera.
E l encuentro fue por demás sangriento, por
que si bien M eseta contaba con la superioridad
de las armas, los sublevados tenían a su favor la
superioridad del núm ero.
Una horrible carnicería fue el resultado de
aquel combate. R efugiados los soldados de M e
seta en una casa de los suburbios de Cochabam
ba, hasta donde apenas habían logrado llegar,
fueron Victimados por la crueldad de sus enem i
gos.
¿Sería posible evitar el furor de la víctim a
cuando después de largos sufrim ientos se cree
(1) Publicamos en el apéndice, varias declaracio
nes inéditas acerca del levantamiento de 1730.
Entre esas declaraciones, las que más intere
san son las de la madre, y la mujer de Cala
tayud (Véase la nota 2).
31
•>Ys •;
CAPITULO III
44
CAPITULO IV
C ausa de la insurrección de 1781 en C ochabam ba.—
A m otinam iento de los indios de C h ay an ta.— M uer
te de D ám aso C atari.— Sublevación de las p ro
vincias del norte del Alto Perú.— Insurrección
de C ochabam ba, Arque y Cliza.— Los cochabam bi-
nos bajo las órdenes de Flores y R esseguín v en
cen en La Paz a las hordas de Apaza.— E xpedi
ción de José R esseguín a M ohosa y A jam arca.
Sofocado el levantam iento de Flores, la pro
vincia de Cochabamba volvió a languidecer bajo
la insoportable tiranía de sus m andones hasta
el año 1781, en que los indios que poblaban su
territo rio se sublevaron contra la dom inación es
pañola.
E xceptuando la insurrección de Tupac-A m a-
ru, ninguna de las que acaecieron en la época
a que nos referim os, ha llamado seriam ente la
atención de nuestros escritores. A pesar de esto
sólo nos toca al presente, m anifestar la parte que
cupo a Cochabamba en los acontecim ientos de
1781. Así nuestro trabajo, a la par que hum ilde,
habrá de ser enteram ente nuevo.
A ntes de la relación de esos acontecim ien
tos, fuerza es que enunciem os ligeram ente si
quiera, las causas que los ocasionaron. Con tal
objeto, darem os una somera idea, del estado en
que se hallaba la raza conquistada durante el co
loniaje.
Desde luego no será demás hacer constar que
nuestro objeto es enum erar exclusivam ente los
45
padecim ientos de 'los naturales del P erú y las
m uchas injusticias de la m adre patria para seña
lar las causas de los graves acontecim ientos que
al finalizar el pasado siglo, agitaron el Perú.
E s innegable que la crueldad que España
ejerció para gobernar sus colonias, m otivó las su
blevaciones de los aborígenes.
Cuando Pizarro tomó posesión del Perú, har
to se m aravilló del carácter pacífico de sus ha
bitantes y de la disposición en que se encontra
ban de abrazar la religión cristiana. T itu - A tau-
chi, herm ano de A tahuallpa, propuso que él y
sus súb ditos abjurarían sus creencias religiosas
a fin de poner térm ino a las diferencias que na
cieron con m otivo de la m uerte de A tahuallpa,
entre conquistados y conquistadores. M anco-In
ca, legítim o heredero del im perio, ofreció tam
bién que sus vasallos abrazarían la fe de Cristo,
y m anifestó además que al tom ar ese partido,
cum plía con el m andato de H uayna - Capac,
quien al tiem po de m orir le dijo que gentes des
conocidas atravesarían los mares, llevándoles
nuevas costum bres y una religión esencialm ente
civilizadora. Pero Pizarro, engañó al prim ero
después de haber jurado una solemne capitula
ción y encerró al segundo en la m azm orra del
Cuzco, de donde salió poco tiem po después de
sublevar los pueblos del im perio, porque estaba
convencido de la perfidia del capitán español.
Causa grande extrañeza que los antiguos his
toriadores entre los que figura el juicioso Gar-
cilazo de la Vega, hubiesen pretendido ju stifi
car las atrocidades de los españoles aduciendo
el argum ento de que todo lo que se hacía servía
de m edio para la difusión del E jército, como si
la verdad tuviera necesidad del crim en para d i
fundirse.
La m uerte de A tahuallapa, fue el comienzo
de esa obra de destrucción que no cesó sino con
la independencia.
46
Don Francisco de Toledo, nom brado virrey
en lugar de Lope García de Castro, declaró una
guerra despiadada a la fam ilia real.
Tupac - Am aru, hijo de Manco Inca, vivía
en las m ontañas de V ilicapam pa donde el astu
to virrey logró aprehenderlo con el fin de apo
derarse de sus riquezas, y muy especialm ente de
la famosa cadena de oro m andada hacer por H uay-
na-Capac para solem nizar el nacim iento de su
hijo H uáscar, y que según una creencia bastan
te difundida entonces, se hallaba en manos de
aquel príncipe.
Tupac-A m aru, fue condenado a m orir en la
plaza m ayor de Cuzco.
Sus parientes y adeptos m urieron tam bién,
unos en la ciudad de los reyes y otros en los
lugares donde habían sido desterrados. E sto hi
zo D. Francisco de Toledo, de quien decía Gar-
cilaso de la Vega, que recibía el Santísim o Sa
cram ento cada ocho días.
Posteriorm ente, B altazar de la Cueva repri
mió con sumo rigor las más insignificantes su
blevaciones de los indios. Parece que en la épo
ca del susodicho virrey, fueron colocadas por
largo tiem po en un edificio de Lima, las cabe
zas de aquellos infelices.
E l 22 de julio de 1750, la ciudad de los re
yes presenció tam bién la m uerte de m uchos in
dios por sim ples sospechas. Se tem ía la subleva
ción de los naturales que vivían en dicho pueblo
ocupados de los oficios mecánicos. Fue por esto
que el virrey José A ntonio M anso de Velasco,
ordenó que se les infligiese la pena capital. Los
que pudieron salvar de la m uerte, fueron deste
rrados a la isla de Juan Fernández y al presidio
de Ceuta.
No nos es posible dar a conocer todas las
peripecias de la sangrienta guerra que los espa
47
ñoles sostuvieron contra los aborígenes de Chi
le desde el año 1553, contra los de Tucum án, los
de Charcas y el Paraguay, tanto porque dichos
sucesos no hacen a nuestro propósito, cuanto
porque el contarlos sería nunca acabar.
V ictim ada en su m ayoría la raza am ericana
por el hierro del conquistador, estaba condena
da por 'las mism as leyes a un suplicio m ayor: el
trabajo forzado. Una séptim a parte de cada co
m unidad de indios era obligada a trabajar anual
m ente en las m inas de Potosí. P or de contado,
los corregidores enviaban m uchas veces la cuar
ta, com etiendo exacciones y crueldades a cau
sa de hallarse autorizados, según consta de la
Recopilación de Indias, para designar en ciertos
casos, las personas que debían ir a las m inas (1).
E n las m itas, la distribución del trabajo de
bía hacerse de suerte que al año tuviesen 'los
m itayos 3 meses para descansar: el trabajo se
verificaba desde m ediados de noviem bre hasta
el 15 de m arzo y desde el 16 de abril hasta el
8 de octubre (2).
E n Chile, era rem unerado solam ente con un
real por día el trabajo de los m itayos no obstan
te de hallarse estos obligados a pagar el tributo
por sí y por otros dos más y a ocuparse quince
días en el laboreo de las minas, sin recom pensa
alguna (3).
76
Nadie dejará de experim entar una indigna
ción santa al m editar en estas penas bárbaras de
una edad de ignorancia y de fanatism o.
En el mismo lugar donde hoy se ostenta en
Lim a la estatua de Bolívar, como el m ejor mo
num ento consagrado a la libertad, se hallaban
las m azm orras del Santo O ficio. E n esos húm e
dos subterráneos se atorm entaba a los herejes,
y después de tan grandes padecim ientos se les
condenaba a sufrir la pena de m uerte en la ho
guera. Sálade, Francisco de la Cruz, Gasgo, Ber-
nal, A xli, Gualtero, T illit, Fernández de la He-
ras, Rodríguez, Núñez, C ontreras y m uchos otros
fueron quemados (1). A ngela Carranza, estuvo
seis años seru ltada en las prisiones subterráneas
por haber dicho que cuando fue al infierno, vio
a 'los dem onios vestidos de frailes dom inicos. Ni
las m ujeres estaban a cubierto de la saña inqui
sitorial.
Nos proponem os ahora m anifestar que la
corrupción y el' depotism o, no sólo se apodero*
de los eclesiásticos sino de todos los funciona
rios públicos. Es por esto que el historiador Ba
rros Arana, hablando del inform e elevado a F er
nando V I por Ulloa y Juan, dice: “E l ha reve
lado la venalidad de los empleados, su codicia
insaciable, sus especulaciones indignas y su des
potism o injustificable”.
Refiérese que un virrey percibió sesenta mil
pesos, sólo de los regalos que le hicieron el día
de su santo (2).
Asevera Gage que el m arqués de Cerralvo
ganaba un m illón de ducados, m onopolizando la
sal. Parece que este mismo envió a España su
(1) Desde el año 1570 en que se fundó la Inquisi
ción hasta el de 1813 en que hubo de ser abo
lida, 59 fueron quemados vivos, 9 en huesos y
458 condenados al azote, destierro, excomunión,
etc. (Véase la Estadística de Lima publicada
por Puentes).
(2) Robertson, Historia de América, pág. 209.
77
renta de un año, a fin de obtener del conde de
O livares, con quien estaba en privanza, su ree
lección para el cargo que ejercía.
Para dar una idea exacta de los abusos de
los em pleados reales creemos necesario recor
dar lo que el ilustre viajero H um boldt decía: Se
ha visto virreyes que, seguros de su im punidad,
han sustraído en pocos años más de ocho m illo
nes de libras tornezas (m illón y medio de pesos)
y si el virrey es rico, mañozo y sostenido en
Am érica por un asesor atrevido y en M adrid por
am igos poderosos, puede gobernar arb itraria
m ente sin tem er la residencia”.
Alam án, historiador m ejicano, dice tam bién
que Itu rrig arai desde que fue nom brado virrey
de Nueva España, ‘‘no tuvo otro propósito que
hacerse de gran caudal”. Uno de sus prim eros
actos, según el m encionado escritor, fue hacer
introducir sin pagar derechos, un cargam ento
de m ercaderías de ultram ar que vendido en V e
ra Cruz, produjo 119.125 pesos.
Adem ás de que los virreyes y gobernadores
casi siem pre obraban por sí, y m uchas veces con
trariando órdenes reales, la A udiencia, tribunal
que estaba encargado de la adm inistración de
justicia (1) se hallaba com puesto de españo
les, quienes por el desprecio que tenían a los
naturales procedían conculcando la justicia. La
aversión de los españoles hacia los am ericanos
está probada hasta la evidencia. A un en los ú l
tim o- años de la dom inación de la M etrópoli,
un consejo de cónsules reunido en M éjico de
cía, hablando de los indios: ‘‘Raza em brutecida
llena de vicios e ignorancia, autóm atas, indignos
de representar y de ser representados” (2).
(1) Había Audiencia en Méjico, Guadalajara, Li
ma, Cuzco, Chuquisaca, Santa Fe de Bogotá,
Quito, Santiago y Buenos Aires.
(¡2) Un concilio de Lima, acordó que por su inca
pacidad se les debía excluir a los indios del
sacramento de la eucaristía.
78
Por esto es que ni los m estizos eran considera
dos aptos para desem peñar cargos públicos. De
160 virreyes y 602 capitanes generales nom bra
dos por el rey, sólo 18 han sido criollos.
La exposición que antecede m uestra m uy a
las claras que, en la época del coloniaje, la A m é
rica española fue víctim a de los im puestos exor
bitantes, de la crueldad de sus m andones, del
despotism o del clero y de la venalidad de los
funcionarios públicos. Si esto es verdad, ningu
na causa más santa que la que abrazaron los am e
ricanos para independizarse de la M etrópoli.
En los capítulos siguientes darem os a ccno-
cer los m aravillosos accidentes de la guerra de
la independencia en Cochabamba.
CAPITULO VI
Primera revolución de Cochabamba.— Juan Bau
tista Oquendo.— Organización de la Junta de
Guerra.— Francisco Javier de Orihucla es nom
brado representante de Cochabamba en el con
greso de Buenos Aires.— Esteban Arze.— Impor
tancia de la revolución del 14 de septiembre de
1810.
La invasión de Napoleón en España, el es
tablecim iento de la regencia de Cádiz, la prisión
de Fernando V II y otros graves sucesos, hicie
ron surgir en A m érica hechos precursores de
la em ancipación.
A la revolución del 25 de mayo de 1809 ve
rificada en Chuquisaca, siguió la del 16 de ju
lio del mismo año en La Paz, y a ésta el movi
m iento de Buenos A ires, que dio por resultado
inm ediato, la organización de una Ju n ta de go
bierno encargada de velar por los pueblos del
A lto P erú y provincias del río de la Plata, du
rante el cautiverio del m onarca español, preso
a la sazón en Bayona.
79
A ¿i¿* ¿>¿u¿ú
*¿ ■■ %*» &"'*■ • a *m" m **",'#w*7*u1*' *. ■;
•*JU&.*tfM*, /^ * /W w '>»-
&■'■ Mf**As^.ÚU"P,ípiéU£?ji^i'/iAx&'*ff'**, *■'b¿v*t»rninwm ■
L .m r,- Ja '/'l/^J ' ’*■ ¿4**** ,, ñkuMAMAL»
, . .
‘ » ó - ,* *
* . ;/JkvZ^ 'SH-S,/n+**X'¿? .«nná>J¿tadww « iwW»^ <1
:rÍWlMíítMa:u^.,..^
l¿!m& /i/m jvfX ¿i¿>At+AÍO*A miOS«***-- AJ&sit* —.
£ ? »8 it «4* ¡YíJJ iTbeuCUi S/Ávvi**ftí¿>J'JfXf****¿J^
^• h »Jt >i rre - ^^M W ~ Z /A Í/Í^ / t t t & Á t f & v * j A*t 4 y ‘t:?*l,, ..V , *!U4¿sJ ¿ / * u X * y r d & n ^ r —
mi/1ÍL»i» |U|lrl~!
' / * ® l ,r * ‘
Á<-«*WJ/himox-X*/ if* Úhiw*i
' '<í‘¿iji»t»uneMe:, -i"Xrt/yf»¿m* /#*<,n*e y ¿¿maJ
***/** VtuX*' *W*~ t/iÍH*-t> ‘sÍAwh^ u£*~
< ¡r^ * f J -*•£ * J ic ~'i¿> S * •£* *«■ ¿t'.n rM * <• <*i. «,
lltidVi jl '’[[f. /eUAijxmrykX¿'fui* t‘¿tat~ v A / A*J*t
‘f v . ^v' jitt lí*/*n-» íílSWIáA’/l/^W**^ ^
ji V. * " J , /,v jm M x jr r / J M „ fl. j t j rm uÁ M ,% *+ / £ n n t t £ *
/ o
&*✓ -«y ><*'
r e--. i
(Yíl//>CMto -Tt-m' /* - ) t
fe\\t}¿¿0 f¿^ í¿ té {i ttrófcsuAt
JSJTJÍ*ifcST ^J*©. c? >>¡J'i^
. . ,. í
80
Cuatro m eses después de esta últim a revo
lución, Cochabamba levantó las armas.
José Gonzales Prada había sido nom brado
por el rey, gobernador de la provincia, en lugar
de Francisco Viedm a (1).
Francisco del Rivero, E steban A rze y M el
chor Guzmán Q uitón 'llegaron a inspirar sospe
chas en el ánimo harto desconfiando del gober
nador y en el de Lom bera, com andante general
de Cochabamba. Por eso los tres fueron envia
dos a O ruro, so pretexto de desem peñar cargos
honrosos; mas, tan luego que arribaron a dicho
lugar, la autoridad iba a desterrarlos en cum pli
m iento de una orden secreta de Lom bera, cuan
do habiendo tenido Rivero conocim iento de ta
les m aquinaciones m erced a doña Lucía Ascui,
avisó a sus com pañeros y con ellos salió en alta
noche de Oruro.
Doña Lucía Ascui, era esposa de Gómez O r
tega, em pleado del rey en la oficina del estan
co de tabaco y herm ana de A gustín Ascui, el
que más tarde m urió por la patria. Doña Lucía
supo en casa de M aría Zam brana el proyecto de
(1) Viedma ha sido uno de los hombres que más
se han distinguido por su filantropía. El año
1804 que fue sobremanera malaventurado para
Cochabamba, se vio al gobernador Viedma lu
char contra el cruel flagelo del hambre, ani
mado del sentimiento de la caridad. Doscientos
menesterosos, eran mantenidos y vestidos por
él. Allí donde el indigente pedía alimento y el
afligido consuelo, la mano generosa de Vied
ma, alcanzaba el pan y enjugaba las lágrimas.
El hospital de Cochabamba, en esa misma
época, recibió de él muchas dádivas, y los huér
fanos, casas donde debían establecerse hospi
cios para favorecer a los desgraciados. ¡Cuán
ta admiración merecen esos héroes de la cari
dad y del bien!
Viedma murió en Cochabamba y sus restos
fueron sepultados en la iglesia de San Fran
cisco donde hoy yacen.
81
desterrar a Rivero y a sus com pañeros y no tar
dó en darles aviso. Hem os creído indispensable
recordar a esta m ujer, tan digna de vivir en la
historia.
M ediaba el mes de agosto y los fugitivos de
O ruro llegaron al valle de T arata. Desde allí
les fue posible ponerse en relación con m uchos
cochabambinos, para trabajar de consuno en fa
vor del nuevo orden de cosas que iba a inaugu
rarse. Carrasco, Oropeza, M ontecinos, hubieron
de ser los prim eros en acoger esas tan genero
sas aspiraciones.
P or fin m il hom bres capitaneados por Arze
y Rivero, tom aron el cuartel de Cochabamba el
14 de septiem bre por la m añana (1).
E l cuerpo cívico de la m ilicia de Cochabam
ba, se decidió por la nueva causa y no se derra
mó una gota de sangre.
Prada huyó al P erú y Lom bera fue captura
do y conducido al cuartel en com pañía de M a
riano V ergara, alguacil de la Inquisición (2).
(1) Está comprobado hasta la evidencia que la pri
mera revolución de Cochabamba tuvo lugar el
14 de septiembre; sin embargo, el señor Ur-
cullo, en sus “Apuntes para la historia del Alte
Perú”, dice con alguna ligereza, que a fines de
septiembre, la provincia de Cochabamba reco
noció la autoridad de la Junta de Buenos Ai
res.
(2) Mariano Vergara nació en Arequipa y obtuvo
en la Universidad de Lima el grado de Licen
ciado en Derecho. Habiendo venido posterior
mente al Alto Perú, desempeñó los cargos de
defensor de indios, Regidor, Alcalde ordinario
y capitán de las milicias de Cochabamba. En
1810, fue nombrado familiar y alguacil mayor
de la Inquisición. En esto aconteció el levan
tamiento del 14 de septiembre y Vergara cu
ya adhesión al rey no tenía límites, se propuso
operar la reacción, para lo que se dirigió al
cuartel, armado de una pistola. Empero na
da pudo conseguir con su arrojo pues Arze y
Guzmán se apoderaron de él y lo redujeron a
prisión.
82
Igualm ente los partidarios de Lom bera y todos
los españoles fueron apresados.
Pocas horas después de la toma del cuar
tel, la plaza se llenó de gentes que vitoreaban
a voz en cuello a los jefes de la revolución y
hom bres y m ujeres querían alistarse a porfía en
las filas de los defensores de la independencia (1).
P or cualquier parte que se dirigía la vista
se veían llegar guerreros con látigos y macanas,
únicas armas con que contaban.
José Rojas, fogoso patriota, vino de Sacaba,
a la cabeza de quinientos hombres. E sta fuerza,
contribuyó poderosam ente al triunfo de Aroma.
Francisco del Rivero fue elegido Jefe polí
tico y m ilitar (2) y algunos días después, el
Cabildo de Cochabamba envió a Buenos Aires,
acompañado de un oficio, el discurso pronuncia
do por Juan B autista Oquendo, el 23 de septiem
bre.
Juan B autista Oquendo, nació por los años
de 1770.
O btuvo de sus padres una educación cris
tiana, y ella a no dudarlo, im pulsó su espíritu
hacia el sacerdocio.
(1) “Habiendo faltado armas, muchas chifleras de
la recoba distribuyeron generosamente cuantos
cuchillos tenían en sus perchas; así como otros
ciudadanos distribuyeron plata a los soldados
e hicieron suscripciones voluntarias para armar
y vestir las tropas que expedicionaron más tar
de al N. y S. de la República”. (R. M. Cabre
ra) .
(2) El 19 de septiembre en 1810, Rivero fue nom
brado Gobernador en cabildo abierto y con
asistencia de los señores Matías Terrazas, Dean
de la Iglesia Catedral de la Plata, Jerónimo
de Cardona, Juez eclesiástico dé Cochabamba,
¡Melchor Jordán, Cura de la Matriz y otros. En
seguida, se verificó la elección de Asesor or
dinario, que recayó en la persona del Dr. José
Isidro Marzana, abogado de mucha ilustración.
83
Desde m uy joven se sintió indignado ante
la hum illación de su patria, y con esa ardiente
fe propia tan sólo de las> almas grandes, cons-
tribuyó como el que más a la independencia.
Cuando en 1810 estalló la prim era subleva
ción de Cochabamba, Oquendo se unió a Rive-
ro, Arze y otros esclarecidos patriotas que, a la
sazón, trabajaban con ahinco por establecer en
A m érica los fundam entos de una nueva socie
dad.
E s evidente que las revoluciones se encar
nan en ciertos hom bres que unas veces sig n ifi
can fuerza, y otras, persuasión. Así, en 1810,
Arze y Guzmán fueron la acción del levanta
m iento de Cochabamba y O quendo su palabra.
Nadie como este últim o, poseía el don de
persuadir y de conmover.
E l pueblo gustaba de oir su voz, porque de
sus 'labios se desprendía el dulce y desconocido
acento de ia libertad y porque sabía dar a su pa
labra esa virtud m ágica, que atrae y fascina al
auditorio.
O quendo dotado de estas y otras cualidades
consiguió que la fama pregonase su nombre.
“E l elérigo Oquendo, dice Cortez, orador d i
serto, dotado de fogosa im aginación, y m ane
jando con singular m aestría la lengua de los in
cas, sabía herm anar las ideas de libertad con las
doctrinas religiosas, recordando el antiguo <
plendor del im perio del Perú, pintaba con ne
gros colores su abatim iento presente. E l ora
dor ponía en contraste las cosas suntuosas, los
espléndidos banquetes, los costosos vestidos de
los españoles, con la m iserable choza, el escaso
alim ento y los andrajos de los indios. Las m i
nas, eran según él, otras tantas bocas que de-
nunciabsn la codicia de los dom inadores del país.
Al influjo de su palabra revolucionaria corrían
84
a las armas m illares de individuos. E n las va
rias comarcas que hizo sus predicciones, se le
escuchó como al oráculo de la libertad” (1).
Hem os dicho que Oquendo fue uno de los
más ardientes corifeos del m ovim iento que se
operó el 14 de septiem bre. En un elocuente dis
curso que pronunció en tan m em orable día, de
cía: “H eroicos cochabambinos, yo veo que aspi
ráis a grandes glorias; habitantes del más fecun
do y delicioso país del mundo, cam peones inm or
tales de la patriótica libertad, vuestra fuerza
rendirá la m áquina que todavía sostienen en
vuestras comarcas los enem igos de la patria y
del E stado; esa vigilancia con que acum uláis
vuestras tropas, esa unidad de sentim ientos con
que destestaís el egoísmo y queréis sostener con
una pasmosa rivalidad los derechos de la patria
y del Estado, es el más convincente argum ento
de que en vosotros no existe más que un solo
pensam iento y un solo deber”.
La conducta de Oquendo en esta ocasión era
tanto m ás digna de encomio, cuanto que en La
Paz, el descam inado Obispo La Santa, sostenía
el despotism o.
A l hablar de L a Santa, no podem os prescin
dir de m anifestar que el clero de entonces, fue
ardiente partidario de la tiranía “aunque la his
toria de la lucha de la independencia am ericana,
dice el señor Bilbao, presenta algunos patrio
tas esclarecidos en el clero, m anifiesta tam bién
que la m ayoría fue siem pre sectaria del despo
tism o”.
M uchos hechos podríam os citar en apoyo de
nuestro aserto.
Cuando en 1812 sucedió el terrem oto de Ca
racas, el clero venezolano corrió a los pulpitos y
desde allí m aldijo y excom ulgó a los que atraían,
según él, la cólera del cielo, rebelándose con-
(1) Memorias de Lord Cochrane. cap. 7? pág. 170.
85
tra Fernando V II el ungido de Dios. La pro
paganda, fue funesta para la causa de la inde
pendencia, porque las turbas fanatizadas por los
predicadores, se am otinaban diariam ente y la
reacción caminaba a pasos agigantados.
E l año 1825, a consecuencia de haber sido
expulsado de los Estados Pontificios, Ignacio
Tejada, m inistro de Colombia en Roma, los clé
rigos de Nueva Granada se sublevaron tam bién
y estuvieron a punto de producir una trem enda
escisión en la República.
Donde quiera que los hom bres han invoca
do la libertad y la independencia, la clase cleri
cal se ha herm anado con la tiranía.
La invencible propensión del clero a soste
ner la causa del rey en Am érica, hace resaltar
el m érito de esos sacerdotes que como H idalgo,
M uñecas y Oquendo, hicieron com prender al
pueblo que la religión cristiana se hallaba m uy
en arm onía con las doctrinas proclam adas por
la revolución.
Para acabar de caracterizar a Oquendo no
olvidaremos^ m ostrar que la tolerancia y la cari
dad, eran los tem as sobre los que con más fre
cuencia predicaba. “A quello que más engrande
ce vuestra patria, decía dirigiéndose a los cocha-
bambinos, es la piedad y religión con que ha
béis procedido: no obstante, quiero encargaros
que esos nuestros herm anos europeos, lejos de
padecer algún insulto, sean el prim er objeto
de vuestro cariño: ahora es tiem po que resplan
dezca el carácter am ericano, de no perjudicar ja
más a vuestro prójim o y de no tom ar venganza
de las injurias personales, m anifestando en vues
tro porte la nobleza de vuestras almas y la ge
nerosidad de Vuestros corazones valerosos; de
tener los rencores: al mismo tiem po que vais
a fom entar la guerra más justa a vuestra fuer
te y valerosa patria’’.
Oquendo, después de haber llenado una m i
sión asaz gloriosa, se alejó de Cochabamba en
86
1812. E n dicho año, fué acusado el arzobispo
M ojó de haber autorizado el crim en de algunos
realistas que habiendo jurado no pelear contra
su patria, faltaron a sus promesas. E n consecuen
cia, M ojó hubo de ser desterrado de Cochabam
ba a las provincias del virreinato de Buenos A i
res y Cquendo fue uno de sus conductores. Cuan
do el arzobispo llegó a Potosí el pueblo suges
tionado por los clérigos quizo libertar a M ojó;
pero Oquendo cuya poderosa palabra había ope
rado más de un prodigio, apaciguó la torm enta.
Poco tiem po después de este suceso m urió
Oquendo en Salta.
V erificado el levantam iento de'l 14 de sep
tiem bre se organizó la Ju n ta de guerra (1). E s
ta declaró en sesión pública que los derechos del
A lto Perú, serían defendidos por ella y se ocu
pó adem ás de tom ar las m edidas necesarias, pa
ra evitar que los caudales existentes en las cajas
de la villa de O ruro, fuesen sustraídos por los
enem igos o los habitantes de aquel pueblo. En
efecto, se tenía cabal noticia, de que las fuerzas
procedentes de La Paz estaban en V iacha: co
rríase tam bién, que la plebe de O ruro había m a
nifestado en m uchas ocasiones, el deseo de apo
derarse del real tesoro, y que para llevar a cabo
su crim inal intento, aguardaba la llegada del
ejército auxiliar del A lto Perú, a fin de ocultar
tan grave delito con un pronunciam iento en fa
vor de la independencia. Con tal m otivo la Ju n
ta de guerra resolvió, el 10 de octubre enviar a
O ruro m il hom bres de las m ilicias urbanas, y
un regim iento recientem ente creado. E l gene
ral de la expedición debía rem itir a la Ju n ta de
(1) La Junta de guerra estaba compuesta de los se
ñores Francisco del Rivero, Isidro Marzana, Mel
chor Guzmán Quitón, Bartolomé Guzmán. Es
teban Arze, Antonio Allende, Manuel de la Vea,
Faustino Irigoyen, José Manuel Baltíerrama,
Agustín Antezana, Francisco Carrillo y Ramón
Laredo.
87
guerra, todas las existencias del real tesoro, to
m ando antes un balance escrupuloso en com
pañía del subdelegado.
Como nuestro objeto es recordar los actos
más notables de la revolución de septiem bre,
creemos necesario hacer una ligera m ención del
nom bram iento que recayó en la persona de F ran
cisco Javier de O rihuela de representante de Co
chabamba en el Congreso de Buenos Aires.
Todos los pueblos del A lto P erú y del Río
de La P lata deseaban ardientem ente la reunión
de un Congreso. Los editoriales de la Gaceta O fi
cial hablan de esa necesidad tan sentida; por eso
Cochabamba se apresuró a hacer dicha elección
que fue com unicada a la Ju n ta de Buenos A i
res, en 16 de octubre de 1810.
E ntretanto, los hijos de Cochabamba daban
nuevas pruebas de Valor y de entusiasm o. F ran
cisco Rivero, en una com unicación dirigida al
general de la expedición auxiliadora de Buenos
A ires, hace la relación de un levantam iento que
se verificó el 17 de octubre, a consecuencia de
haberse anunciado la aproxim ación de Goyene-
che.
Rivero tuvo conocim iento de que Lom bera se
hallaba en la Recoleta aguardando la llegada de
las tropas realistas; al instante fue enviada una
partida. Cuando el pueblo escuchó el toque de
marcha, se alarm ó sobrem anera; las m ujeres ar
madas de cuchillos, hondas y macanas estaban
m ezcladas con los hom bres y todos buscaban al
enem igo.
Bien pronto llegó la noticia a Sacaba y Qui-
llacollo y con gran sorpresa se vio a las gentes
de estos pueblos acudir a la capital en núm ero
tan crecido, que como dice el oficio de Rivera,
hacían im penetrables las calles y las plazas.
Cuatro horas más tarde, el gobernador Rive-
ro y J uan B autista Oquendo, se esforzaban en
88
persuadir a la m ultitud Que las voces de alar
ma habían sido infundadas. El prim ero, inspi
rado ante la actitud elocuente del pueblo de
cía: “Cochabamba es verdaderam ente digna de
la alta reputación que d isfru ta; en la actualidad
impele a todos sus habitantes una sola opinión,
un mismo voto y una misma heroica resolución
de no existir prim ero, que ser esclavos de la ar
bitrariedad y despotism o de los m andones m er
cenarios, que hasta aquí han sacrificado la liber
tad de los pueblos al ídolo de su ambición. L a
provincia de Cochabamba ha m ostrado la facili
dad de reunir en veinte y cuatro horas, cuaren
ta mil hom bres de guerra idénticos en su va
lor y patriotism o a ios inm ortales espartanos,
que en núm ero de trescientos, disputaron el pa
so de las Term 'ópilas a los inm ensos ejércitos de
Je rje s’’.
Rivero, el mismo día dirigió un oficio a la
Suprem a Ju n ta de Buenos A ires, dando parte
de las hostilidades de los gobernadores de La
Paz y Potosí, y nom bró a E steban Arze, gene
ral en jefe de las fuerzas que en Arom a recogie
ron los laureles de una gran victoria (1).
E steban Arze, dotado de profunda penetra
ción e ingenio sobresaliente, incontrastable en
el infortunio y dispuesto a los más cruentos sa
crificios en favor de su patria, fue digno ins
trum ento de la providencia en la lucha de em an
cipación.
Nació en la villa de Tarata, hacia el año 1770.
Educado con esmero por su honrada fam ilia, m a
nifestó desde m uy tem prano la nobleza de sus
sentim ientos y un carácter ardiente.
Joven todavía, contrajo m atrim onio con do
ña P etrona Nogales, natural tam bién de Tarata.
P osteriorm ente recibió de Carlos IV el nom
bram iento de A lférez (2).
(1) Véase la nota 3 del apéndice.
(2) Véase la nota 4 del apéndice.
— 89
Foco tiem po después debió fallecer doña
P etrona N ogales; pues el 26 de julio de 1793,
A rze se unió en segundas nupcias a doña Ma
nuela R odríguez y Terceros. La tradición dice
que no fue feliz durante su prim er m atim onio;
mas con el segundo se abrió para él una época
bonancible.
Doña M anuela R odríguez y T erceros era m u
jer de elevado espíritu, de índole suave y de vo
luntad firm e. Cuéntase que en aquellos tiem pos
de m alandanza, cuando el im placable realism o
se ensañaba contra los defensores de la inde
pendencia y ella sufría persecuciones sin cuen
to, conseguía m antenerse serena e inalterable a
pesar de las tem pestades que agitaban su alma.
D urante el día prodigaba a sus hijos la dulce
sonrisa de sus labios y sin que el más leve sus
piro revelara sus pesares; em pero, llegada la no
che, en el m om ento en que los pequeños niños
se dorm ían, sus ojos se arrasaban en lágrim as y
las penas reprim idas se m anifestaban en un pro
longado sollozo que no term inaba sino cuando
la luz del día aparecía. Así, santificadas por el
dolor, pasaban esas horas de verdadera agonía,
aunque para renovarse m uchas veces más.
Uno de los hijos de aquella ilustre m atro
na, que m urió hace poco entre nosotros, recorda
ba lo que anteriorm ente hemos referido.
A ntes del año 1804, de triste recuerdo para
la provincia de Cochabamba, por la calam idad
del ham bre que causó estragos entre sus m ora
dores, E steban Arze consagróse al trabajo y re
cogió abundantes frutos en la finca de Caine (1).
A principios de 1809, el alférez Arze conta
ba con m uchos bienes de fortuna. Los aconte
cim ientos de ese año ejercieron tal influencia
en su espíritu, que resolvió tom ar parte en el
(1) La finca de Caine confiscada por los realistas,
no fue devuelta a los herederos de Arze, sino des
pués de la independencia.
90
prim er m ovim iento que acaeciera en favor de la
independencia. E ntonces fue que su esposa, con
toda la persuación de que era capaz, hízole com
prender que la realización de tan tem eraria idea
traería la m uerte para él y su familia. Pero, las
lágrim as de su esposa no fueron parte para ha
cer variar su inquebrantable propósito.
Bien pronto se presentó la feliz coyuntura
que al logro de sus patrióticas aspiraciones de
bía conducirlo. Acaecida la revolución de sep
tiem bre de 1810, don Esteban Arze se dirigió
a O ruro, donde consiguió, como pronto veremos,
gran provecho y fama.
E ntretanto, creemos indispensable m anifes
tar la im portancia de la prim era sublevación de
Cochabamba.
Uno de los caracteres de la revolución de
septiem bre es el de la popularidad. E n efecto,
para m uy m erecida honra de Cochabamba, nin
guna ha sido más favorecida por el aura públi
ca y el consentim iento general. E l mismo señor
T relles, cuya prevención contra Boivia es tan
notoria, ha dicho: “La revolución am ericana fue
contrariada por la gran m ayoría de los alto-pe
ruanos. Pero cuando nos referim os sólo a la gran
m ayoría, es por que hubo honrosas excepciones.
E n orim er lugar la m uy gloriosa de la inm or
tal Cochabamba, la patria de los héroes del A l
to Perú, abandonados al sacrificio por el espí
ritu realista que dominaba en las otras tres pro
vincias de aquella sección de las del P ío de la
P lata”.
M ariano T orrente, escritor español, dice re
firiéndose a Cochabamba “que su influjo iba a
ser decisivo para el partido que abrazase”.
E n verdad, al levantam iento de Cochabamba
le siguió el de todos los pueblos del A lto Perú.
Con la derrota de Chacaltaya los españoles
volvieron a enseñorearse de las colonias; mas, es
91
taba en los designios de la providencia, que Co
chabamba diera el grito de em ancipación. E n
tonces los corazones abatidos se reanim aron y el
realism o deploró sus planes desconcertados. Sin
duda por esto decía la Gaceta de Buenos Aires.
“Ahora podem os expresar francam ente: el A lto
P erú será libre porque Cochabamba quiere que
lo sea; y los bravos cochabambinos, cuyos fuer
tes brazos no tuvieron otro ejercicio que el cul
tivo de las tierras, y el constante trabajo de sus
útiles talleres, se em plearán en deshacer a los
tiranos. C ongratúlense pues los buenos patriotas,
y sea uno de los principales m otives de su ale
gría, ver a la gran ciudad de Cochabamba com
pitiendo en gloria y heroísm o con la misma ca
p ital; y fundando la igualdad que debe haber
entre todos les pusblos. Los ilustres hijos de Co
chabamba, siem pre firm es en la energía que has
ta ahora han desplegado, serán un seguro apoyo
de la libertad de todos los pueblos” (1).
CAPITULO VII
Insurrección de C ruro.— D ía en que tuvo lugar
la b a talla de A rom a.— D errota de Piérola.— C on
secuencias del triu n fo de Arom a.
Poco tiem po después del 14 de septiem bre,
O ruro se revolucionó también.
Barrón, capitaneando a los sublevados, atacó
a Sánchez Chávez, m inistro contador del rey.
E l pueblo hizo proezas de valor para vencer
al enemigo.
116
P intatacala inm ediatam ente después de arribar
a Chayanta. Es indudable, por tanto, que a me
diados de diciem bre se replegó la fuerza cocha-
bam bina de O ruro sobre aquella provincia.
A continuación vamos a m anifestar sólo lo
que nos ha parecido m uy notable, pues otra co
sa no podemos hacer en estos apuntes escritos
al correr de la pluma.
E l com andante A stete había salido poco an
tes de O ruro con dirección a Chayanta, A rze re
solvió ir en seguim iento de aquel realista. E'l 16
de enero, llegó a un lugar llamado Caripuyo y
se reunió con las tropas de Gabino T erán, sub
delegado de Chayanta. A la sazón, el com andan
te general M anuel M uñoz y los capitanes C ris
tóbal Veizaga, A ntonio Barroso y Pablo R asgui
do, ocupaban la plaza de Sacaca y el infatigable
guerrillero M ateo Zenteno se hallaba en su cam
pam ento de Challa. E n Caripuyo supo Arze que
una com pañía de ochenta hombres, procedente
de la fuerza de A stete, se dirigía a O ruro. E n
tonces, ordenó que fuese el capitán Revollo en
su alcance. El 17, a las dos de la tarde, empeñóse
una sangrienta lucha con sólo doce hom bres y
un cañón por parte de los independientes. Re
vollo, se m antuvo firm e durante hora y media,
y habría podido resistir por más tiem po a no ha
berse inutilizado el cañón. Aquel puñado de va
lientes estaba a punto de ser envuelto por la fuer
za enem iga cuando apareció Arze, quien habien
do sido llamado por Revollo, acudió al lugar del
combate con pasmosa celeridad. A la llegada del
caudillo patriota, la lucha se hizo más reñida. J o
sé Badillo, jefe del bando enem igo, peleó con
bravura. Dos horas duró este combate y sólo cua
tro realistas quedaron con vida.
E ntretanto, Arze se proponía sorprender a)
com andante A stete; “lo que efectivam ente hubie
ra sucedido a no m ediar ocho o nueve leguas de
un camino sum am ente áspero”. E l 18, Arze con
tinuó su m archa a Chayanta. A stete había aban
117
donado el pueblo y caminaba hacia O ruro. El
caudillo patriota le salió el encuentro en Agua
de C astilla a las cinco de la tarde. A fin de evi
tar la efusión de sangre, Arze le exigió que se
rindiera y le ofreció todas las garantías necesa
rias; pero A stete dijo que su honor no le perm i
tía rendirse. Insistió el jefe independiente, ha
ciéndole com prender que las fuerzas patriotas
eran superiores y que com etía una verdadera im
prudencia m anteniendo la idea de hacer resis
tencia. Con tal m otivo fue enviado el capitán
Revollo al campo enemigo. En ese momento una
división de los naturales de Chayanta, creyen
do que se había ordenado el ataque, lanzóse sobre
los realistas y mató ocho hombres.
La agresión fue rechazada con dos descar
gas de fusilería que causaron algunas m uertes
entre los indios; más bien pronto el capitán R e
vollo le persuadió al jefe contrario “que no era
perfidia de ellos sino la intrepidez y desorden
de aquella gente, con lo que quedaron aquieta
dos los esp íritu s”.
Al día siguiente Arze conferenció largam en
te con A stete, y obtuvo de éste la prom esa de
abandonar la provincia de Chayanta con la con
dición de que se le dejase ir hasta el D esagua
dero con sus arm as y soldados. A rze hubo de
aceptar esa condición m uy a pesar suyo, por ha
llarse no en estado de luchar ventajosam ente, a
consecuencia de haberse m ojado la pólvora con
los aguaceros de esos días.
Así fue trem olado el pendón de la libertad,
en 'la patria de los Cataris, tristes víctim as de
la crueldad española.
Goyeneche, como era m uy de esperar, repro
bó que A stete hubiese arribado a un avenim ien
to con A rze; por eso en una com unicación que
le dirigió al virrey del Perú, Abascal, en 19 de
febrero de 1812, decía: “A stete regresó aquí de
Chayanta con la m itad de la fuerza con que sa-
118
lió: ha perdido en su viaje más de 300 hombres
entre desertores y sacrificados a su im pericia;
y habiéndose encontrado con el insurjente A rze
que mandaba vándalos de Cochabamba pudo ha
berlo batido y entró en conferencias; con el tra
tam iento de señoría, se hicieron m útuos cum pli
m ientos y se despidieron con este deshonor.
Igual suerte tienen todas las arm as y divisiones
que no están a mi vista; estoy lleno de indig
nación de esta m engua ¡Cuándo querrá Dios que
deje estos cargos con que ya no puedo” !
A stete cum plió su palabra y Arze volvió al
pueblo de Chayanta. Perm aneció allí poco tiem
po. E l mal estado de su gente y la carencia casi
absoluta de los principales elem entos de guerra,
le obligaron a replegarse sobre la provincia de
Cochabamba, donde reorganizó sus tropas y
se aprestó a nuevos y más gloriosos combates.
A ntes de ocuparnos de los demás acontecim ien
tos en que E steban A rze hubo de tom ar parte,
séanos perm itido hacer una ligera m ención de
los nom bram ientos expedidos en su favor, con
m otivo de la actividad que desplegó en la cam
paña de que acabamos de hablar.
M artín de Pueyrredón, caballero de la real
y distinguida orden de Carlos III, coronel de les
reales ejércitos, oresidente de la Real A udiencia
y provincia de los Charcas y general en jefe
del ejército auxiliar, confirió a don Esteban A r
ze, a ncm bre del Suprem o Gobierno del distrito
del Río de la Plata, el grado de coronel de ejér
cito, “atendiendo a sus relevantes m éritos y ser
vicios”.
E ste despacho expedido en el cuartel gener
ral de San Salvador de Ju ju y , a 25 días del mes
de noviembre de 1811, fue recibido por A rze en
diciem bre, juntam ente con un oficio del mismo
general.
O tro despacho no menos interesante, fue el
que se le extendió del “presidente en comisión
119
de la Ju n ta Provincial de Cochabamba, y de los
partidos de su com prensión, como tam bién, de
cuantos territo rio s y pueblos fuese som etiendo
y recuperando de la opresión del enem igo”. Dice
así: “P or cuanto la m uy constante y valerosa
provincia de Cochabamba, ha sabido recobrar el
crédito que sólo pudieron oscurecer las intrigas
de la tiranía y de la ingratitud, debiéndose la
grande obra de su restauración al influjo y es
fuerzos del animoso patriota don E steban Ar-
ze”, etc.
En el mismo despacho Pueyrredón o rd en a:
que la Ju n ta provincial, el A yuntam iento y las
justicias lo tengan por presidente en comisión, y
le tributen todas las consideraciones debidas a
los de su clase y además le señala cuatro mil
pesos de sueldo al año. E l presente despacho, fue
acom pañado de un oficio que tenem os a bien in-
sertar en el apéndice (1).
En esa misma fecha, recibió tam bién una car
ta dél general en jefe del ejército auxiliar. E n
dicha carta, Pueyrredón le ratifica las conside
raciones a que se había hecho acreedor (2).
Finalm ente, en 28 de diciem bre de 1811, los
señores Feliciano A ntonio Chiclana, M anuel de
G arretea y B ernardino Rivadavia, m iem bros del
gobierno de las provincias unidas del Río de
la Plata, tuvieron a bien conferirle el grado de
coronel de ejército (3).
Al consignar las anteriores líneas como el
m ejor hom enaje tributado a la m em oria de Arze,
no podemos prescindir de copiar lo que uno de
sus contem poráneos escribía el año 1812. “Don
E steban A rze es el guerrero más célebre en toda
la Am érica por sus combates y victorias. E s el
verdadero héroe del A lto-P erú, porque con su
brazo invencible ha conquistado la libertad para
(1) N ota 7.
(2) N ota 8.
(3) N ota 9.
120
sus herm anos y com patriotas que vivieron en el
cautiverio de Goyeneche. E s el segundo M oi
sés, por haber dado la independencia a estas pro
vincias que le aclam aron como inspiradas del
cielo.
Todas sus proezas son obras sobrenaturales;
ellas quedarán grabadas en el corazón de sus
com patriotas, y m erecerán ser prem iadas por
D ios”.
M atías A rtieda y Solis, distinguido patrio
ta del pueblo de T arata, es el autor del anterior
encomio, justo a la vez que pomposo.
CAPITULO X
C ontinúa el levantam iento de C ochabam ba.— Los
cañones de estaño.— Arze au m en ta sus huestes
en el Paredón.— B atalla del Q uehuiñal.— C o
ch abam ba opone resistencia a G oyeneche.— D es
graciados sucesos que se siguieron a la tom a de
la ciudad.— M uerte de A ntezana.— Im p o rtan cia
de la segunda revolución de C ochabam ba.— La
guerra de m ontoneras.— D escalabro de Molles.
De regreso de Chayanta, A rze consiguió reu
nir en T arata una num erosa m ontonera resuelta
a pelear por la independencia. Además su des-
perteza le enseñó que era conveniente m antener
en estado de sublevación la im portante provin
cia de Cliza, a fin de que en ella no se apagara
el entusiasm o patriótico que tantos prodigios
había engendrado.
E ntretanto, el bien afam ado gobernador M a
riano A ntezana organizaba las fuerzas de la ca
pital.
E xistían en Cochabamba y en T arata cuatro
mil setenta hom bres y ochenta cañones: de és
tos cuarenta estaban m ontados.
121
D urante esta revolución se fabricaron los cé
lebres cañones de estaño y de los que el Gene
ral B elgrano hace la siguiente explicación.
“El cañón es de estaño bastantem ente refor
zado: su longitud de una vara y 9 pulgadas, su
calibre de dos onzas. E l oído tiene un grano de
bronce: se coloca sobre una orqueta a la que
van asegurados los m uñones, situada aquella al
frente, y su altura correspondiente al hombro
del individuo, el que form ado, hace de él, el
mismo uso que del fusil”.
E n seguida se encuentra la explicación de
la granada “será del calibre próxim am ente de a
dos: se halla engarzada en unos anillos de cue
ro, y en sus extrem os inferiores anda por m e
dio de nudos asegurados a un trozo de cáñamo de
longitud de una vara: se arroja a la distancia
de una cuadra como si fuese con una honda, pu-
diendo tam bién verificarlo por otros diferen
tes m ovim ientos, correspondiendo la espoleta a
la distancia a que las arrojen: en la parte infe
rior tiene una pequeña abra por donde se in tro
duce su carga, y queda cubierta con una m adeja
de cáñamo, que viniendo desde la boca rem ata
en lo interior, asegurando la espoleta”.
Arze, que desde su regreso de Chayanta per
maneció en Tarata, m archó sobre el Paredón a
reforzar su ejército, para oponer resistencia a
Goyeneche, quien salió de Potosí con dirección
a Cochabamba.
E n el Paredón no pudo perm anecer sino tres
días. Desalojó ese pueblo, para dirigirse a Saca-
bamba, finca de las alturas de Toco y como allí
tuviera conocim iento de la aproxim ación de Go
yeneche a Pocona, determ inó ir en alcance del
enemigo.
E l 23 de mayo por la noche. Arze y sus com
pañeros llegaban transidos de fatiga a P aredo
nes, lugar situado en las inm ediaciones de V a
cas.
122
M ientras tanto Goyeneche estaba ya en Po-
cona a la cabeza de dos m il quinientos hombres.
Am aneció el día 24 de mayo sereno y apaci
ble. A ntes de que A rze avanzara dos leguas de
su cam pam ento, fue avistado el ejército realista
sobre una colina.
No lejos de la cordillera de Vacas que os
tenta sus crestas coronadas de nubes, y de las
argentadas lagunas que ocupan la hondonada de
Parco-cocha, se encuentra el sitio donde tuvo
lugar el combate (1). El valor que desplegaron
los independientes fue digno de su causa. E m
pero, fue necesario que renunciaran a la lucha
por ser irresistible el poderoso ejército realista.
La artillería de Cochabamba, quedó en el
campo de batalla. E l núm ero de m uertos ascen
dió a treinta.
A esta batalla asistió, alistado en las filas del
ejército de la patria, don Pedro A randia, per
sonaje de quien la historia no dice nada, pero
cuyos hechos son bastante notables para ocu
par un lugar en estos apuntes.
A randia m anifestó en un principio adicto a
la causa de la independencia, im pulsado sin du
da por m óviles m ezquinos, pues bien pronto aban
donó sus banderas declarándose enem igo inexo
rable de los patriotas.
N ingún crim en dejó de ser consum ado por
él. Nom brado capitán de las m ilicias reales de
T arata ordenó la destrucción de la casa de E s
teban Arze, su benefactor, y ocasionó el suplicio
del desgraciado Guamán, víctim a de horrible
perfidia.
129
el día 27 de m ayo de 1812.
Según la tradición, Imas inventaba con m u
cha frecuencia penas a cual más crueles par?,
castigar a sus enem igos casi siem pre por m oti
vos insignificantes. Todos los días se colocaba
en una de las ventanas de la casa en que vivía,
y si alguien dejaba de tributarle al pasar los
rendim ientos que estaba acostum brado a recibir,
era castigado m uy severam ente.
M ás tarde, habiendo dejado de desem peñar
el cargo que se 'le confirió en Cochabamba, Im as
fu 3 con quinientos hom bres a la provincia de
Chayanta. A llí hizo fusilar a la m ujer del m i
nero M olina por no haberle querido entregar el
oro que Jtenía. Poco tiem po después de este fu
silam iento m urió Imas, asesinado.
E l 10 de junio, Gayeneche se retiró otra vez
al Sud, dejando en Cochabamba a Lombera.
E s en este lugar que creemos indispensable
em itir algunas consideraciones acerca de la im
portancia de la segunda revolución de Cocha-
bamba.
En 1811, Goyeneche había conducido su ejér
cito victorioso desde el D esaguadero hasta Po
tosí, pacificando prim ero la provincia de Cocha-
bamba y en seguida las poblaciones del Sud. E n
una situación tan difícil resucitó la causa de la
libertad, con el memorable pronunciam iento del
29 de octubre.
Recordará el lector que un año antes, Co
chabamba lanzó tam bién el grito de indepen
dencia, después del descalabro de Chacaltaya.
Parece que la providencia le deparó a este pue
blo la envidiable gloria de cam inar a la conse
cución de sus santos fines, en m om entos de va
cilación y de desconfianza para todos. Por otra
parte, el segundo pronunciam iento de Cochabam
ba ejerció una influencia tan poderosa en las
demás poblaciones, que aun después del san
griento contratiem po que las armas independien-
130
tes sufrieron en el Q uehuiñal, la revolución se
extingió. En la provincia de Ayopaya, se for
maban grandes m ontoneras y en lugares más
próxim os como el Paredón y Tarata, el espíri
tu de independencia se m antenía en todo su vi
gor
M ientras tanto las provincias del Río de la
Plata, habían caído en el desaliento. E l señor
M itre, hablando sobre el particular, dice lo si
guiente: “El general Belgrano, que recibió el
m ando del ejército, escribió desde Ju ju y al Go
bierno, m anifestándole que en las provincias del
N orte se había apagado el entusiasm o de los pri
m eros tiem pos, que por todas partes había no
tado indiferencia y aún odio, lo que casi le ha-
hacía asegurar que preferirían a Goyeneche, aun
cuando no fuese sino por variar de situación
y ver si m ejoraban”. Y en otra parte, cual si el
señor M itre hubiese querido poner de m anifies
to el patriotism o de Cochabamba, dice después
de hablar del abatim iento de los pueblos del vi
rreinato de Buenos A ires: “ Salvo allí, donde la
ch ispa revolucion aria prod u jo gran d es in cendios
como en C ochabam ba’’.
CAPITULO XI
Lom bera sale de C ochabam ba.— R ecabarren p ro
clam a la independencia.— Nuevo alzam iento de
C ochabam ba.— El doctor M iguel C abrera es n o m
brado gobernador in tenden te.— Llegada del
ejército del B elgrano al Alto F erú.— D esastre de
Vilcapugio.— R eorganización del ejército de la
p a tria .— El coronel Z elaya lleva al Sud las h u es
tes de C ochabam ba.— B atalla de Ayoma.— A re
nales conduce las tropas cochabam binas a S a n
ta Cruz.— V ictoria de la Florida.
El 11 de M arzo de 1813 salió de Cochabamba
Jerónim o Lombera, después de haber causado
incalculables males, en los nueve meses que per
maneció en la ciudad.
Evacuada la plaza por Lom bera, Recabarren,
que seis meses antes había sido nom brado gober
nador por la Ju n ta Central de España, tomó el
partido de proclam ar la independencia y dio no
ticias de lo acaecido al general del ejército au
xiliar, don M anuel Belgrano, quien, con conoci
m iento dél suceso, decía en un oficio dirigido
135
a 'la Ju n ta de Buenos A ires: “Envío a V .E. la
nota que he recibido del actual gobernador de
Cochabamba, para que sirvan de satisfacción a
V.E. los sentim ientos patrióticos que indeleble
m ente conserva aquella provincia, modelo de va
lor y de constancia”.
La Gaceta de Buenos A ires quiso tam bién
sublim ar el patriotism o de Cochabamba con mo
tivo de este levantam iento. Uno de sus edito
riales decía: “Cochabamba, pueblo esclarecido,
la patria os congratula por vuestra tan m ereci
da como suspirada libertad. E n el herm oso m a
pa de la A m érica libre ocupareis un lugar in te
resante y al acercarse el viajero a vuestro re
cinto dirá, lleno de asombro, este es el pueblo
del heroísm o y de la virtud, porque es habita
do por ciudadanos industriosos en la paz, valien
tes en la guerra, constantes en la adversidad y
en todas circunstancias idólatras de su libertad”.
“V uestros grandes servicios y grandes tra
bajos, han interesado altam ente la consideración
de la patria: los depositarios del poder supre
mo, desean vuestra felicidad y nunca escasearán
sus facultades para establecerla. Con el acerbo
dolor de un padre que pierde su único hijo, han
llorado la desgraciada suerte de vuestros ínclitos
ciudadanos, que sin distinguir medio alguno en
tre su existencia y su libertad, fueron tan glorio
sos en la m uerte como im pertérritos habían sido
en la vida”.
“P ronto se cum plirá el decreto que ha orde
nado se graven sus inm ortales nom bres en la pi
rám ide erijida en m onum ento de nuestra revo
lución, para que el bronce cuide de su inm orta
lidad, enseñando a los propios y a los extraños
cuales han sido los firm es y robustos atletas de
la obra de nuestra libertad”.
Pezuela, según hemos dicho en otro lugar,
reem plazó a Goyeneche en el comando de las
fuerzas realistas que con tan poca fortuna h i
cieron la campaña de Salta.
136
E ntretanto, B elgrano, que por mucho tiem
po se m antuvo en estado de inacción a causa de
sus enferm edades, volvió a ocupar el puesto de
G eneral en Jefe de los ejércitos auxiliares y el
19 de mayo de 1813 entró a Potosí.
C uatrocientos jóvenes de Chuquisaca se in
corporaron al ejército de Belgrano, dando así
una prueba elocuente del patriotism o que ha dis
tinguido a los habitantes de Charcas desde el
m em orable 25 de mayo de 1809.
E ntonces fue que aconteció un nuevo alza
m iento en Cochabamba.
Habiendo salido furtivam ente de la ciudad
el gobernador Recarrabarren y dejado la provin
cia en acefalía, el pueblo se declaró por la in
dependencia, de una m anera más acentuada que
en m arzo del mismo año.
E l cabildo, com puesto a la sazón de los se
ñores Rafael M ontero, Leonardo de la Borda, Ra
fael Galdo y Rafael Bolívar y con asistencia de
los curas, los guardianes de 'los conventos y otros
vecinos notables, procedió a recibir los sufragios
que em itieron los ciudadanos para elegir al go
bernador de la provincia.
E l Dr. M iguel Cabrera, personaje m uy co
nocido por su honradez y sus luces, obtuvo la
m ayoría de Votos y en consecuencia fue procla
mado gobernador intendente de Cochabamba.
Los señores M anuel G utiérrez, Isidro Marza-
na, Francisco Vidal, Ferm ín Escudero, Leonar
do Borda y Joaquín M uñoz fueron tam bién hon
rados con 'los sufragios del pueblo.
M ientras esto sucedía en Cochabamba, el ejér
cito realista com puesto de 4.000 hom bres se en
contraba en O ruro. De allí destacó Pezuela una
avanzada, bajo las órdenes de Ram írez, y B el
grano, que se hallaba todavía en Potosí, envió
tam bién una fuerza de 200 plazas al norte.
137
Ram írez entró a C hallapata el 25 de junio.
E n los cinco días que perm aneció allí no ocu
rrió nada que de contar fuese.
De C hallapata se dio prisa para dirigirse a
Ancacato, con noticia del nuevo levantam ien
to que tuvo lugar en la provincia de Cochabam
ba.
A ntes que la avanzada realista se moviese,
la Vanguardia de Belgrano llegó a Ancacato don
de estuvo a punto de caer en manos del enem i
go-
Felizm ente Ram írez no se atrevió a acom e
ter a los independientes. E stos, viendo la vaci
lación del enemigo, lo atacaron con ahinco.
La refriega no tuvo resultado decisivo y
sólo causó la m uerte de 4 soldados en las filas
de los patriotas. .r
Belgrano, al saber que Pezuela había evacua
do O ruro, partió de Potosí en los prim eros días
de septiem bre a la cabeza de 3.600 hom bres y el
27 ocupó la pampa de V ilcapugio, que por estar
enteram ente descubierta, es una de las más gla
ciales que existen en esas regiones.
El General en Jefe del ejército realista que
entonces se hallaba ya entre A ncacato y Lagu-
nillas, se propuso sorprender a Belgrano y con
tal propósito dio la orden de m archa.
E n el ínterin, Cochabamba quiso ser p arti
cipe de las glorias de esta campaña. Con tal m o
tivo expedicionó tropas al m ando del coronel
Zelaya.
D esgraciadam ente, antes de la llegada de Ze
laya al punto en que estaba Belgrano, s e ‘ veri
ficó el encuentro de V ilcapugio el l 9 de octubre
de 1813.
“Ju n to con él sol, dice el general Paz, se
nos presentó él enem igo en la parte opuesta a la
llanura de V ilcapujio a distancia de m enos de
138
una legua. M uy luego desplegó su línea de ba
talla, y con la m archa granadera de la antigua
ordenanza avanzó en esta form ación. E l sol he
ría de frente la línea enem iga y sus armas brilla
ban con profusión; sin embargo, su m archa era
compasada y hasta lenta, y nada indicaba menos
que ardor y confianza en la victoria. Nosotros,
medio sorprendidos, nos dispusim os a disputarla
y esperábam os conseguirla-’.
Comenzó el fuego y la derecha del ejército
patriota avanzó, sin que fueran parte para arre
drarla, las andanadas que incesantem ente reci
bía.
El batallón partidarios fue destrozado, de
suerte que pocos pudieron huir sanos.
E l centro no fue menos feliz, pues logró
aventar las tropas realistas que se le afronta
ron.
D esgraciadam ente en el ala izquierda el ba
tallón núm ero 8P, se desorganizó muy en breve,
a causa de que sus jefes Alvarez y Beldor m u
rieron al principiar el combate. E n esa misma
ala, aconteció un hecho que por lo peregrino
m erece ser considerado aquí. Cierto cuerpo de
caballería del ejército patriota, avanzó hasta po
nerse a distancia de cuatro pasos del enemigo, y
entonces fue que con verdadera sorpresa se vio
a un soldado independiente arrem eter contra un
infante realista y arrebatarle su fusil después
de larga y reñida 'lucha.
M ientras tanto, en el ala derecha, la victoria
se había declarado por los independientes que
no dieron punto de reposo para obtenerla.
Pezuela en cuyo corazón puso m iedo el con
traste que acababa de sufrir, huyó hasta Condo-
condo dejando su artillería en manos del ene
migo.
139
P or desgracia, la repentina aparición del co
ronel realista Castro hizo variar la suerte.
“Al avanzar el enemigo, dice García Camba,
a favor de la ventaja que había obtenido sobre
el cuerpo de partidarios, fue herido el coronel
Lom bera, y el segundo regim iento que m anda
ba flanqueó y abandonó su puesto en dispersión
siguiéndole el batallón de centro. E l brigadier
Pezuela y su segundo Ram írez, acudieron a con
tener 'la dispersión y reparar tam año desorden,
pero como la reserva había huido tam bién sin
disparar un solo tiro todos sus esfuerzos habrían
sido inútiles si la D ivina Providencia no protege
las armas de E spaña guiando a Castro al com
bate en tan crítico m omento. E ste jefe de un
valor acreditado y de una resolución adm irable,
atraído por el fuego que había oído, cayo sobre
V ilcapujio, por retaguardia del flanco derecho
de B elgrano, y lo cargó y acuchilló resuelta
m ente en medio de su triu n fo ; de tal modo, que
introdujo en sus filas la m ayor confusión obli
gándole a un precipitado retroceso. E ste dicho
so incidente y las Ventajas que iba reportando
nuestra ala derecha, cambiaron com pletam ente la
escena, conv’irtiendo en vencedores a los venci
dos”.
D errotado B elgrano se fue camino de Chu-
quisaca y antes de llegar a esta ciudad, tuvo por
conveniente establecer su cuartel general en M a
cha.
Zelaya, de quien hem os hablado m ás arriba,
llegó al cam pam ento de Belgrano con una lu
josa división de cochabambinos que coadyuvo
poderosam ente en la campaña que nos ocupa.
Ocho días después del combate de V ilcapu-
gio, Pezuela fue en seguim iento del enemigo,
quien aum entando sus huestes, se le afrontó en
Ayom a el 14 de noviem bre de 1813.
Bajando a Ayoma el general en jefe del ejér
cito realista tuvo a m ucha ventura encontrar a
140
Belgrano. Inm ediatam ente ordenó que sus tro
pas se dirigiesen a un otero donde los patrio
tas habían apoyado uno de sus flancos. M uy al
ca^o le vino verificar este m ovim iento, porque
Belgrano cejando de sus posiciones dio lugar a
que el enemigo se apodere de la m encionada lo
ma y form e con ventaja su plan de batalla.
Cuando la artillería española rom pió el fue
go, el general del ejército auxiliar avanzó sobre
el enemigo. E ntonces bajó del collado el batallón
partidario. La caballería de Cochabamba se d iri
gió contra él; ñero habiendo sido rechazada más
de una vez volvió grupas y la derrota de los in
dependientes poco tardó en declararse.
La pérdida fue de 600 hom bres entre m uer
tos y prisioneros. B elgrano y Días Vélez se di
rigieron a Potosí y A renales con las tropas de
Cochabamba se encaminó a Santa Cruz.
El general A renales, que en valor no le iba
en zaga a ninguno de los caudillos que sostenían
la causa de la independencia alcanzó en el Valle-
grande un triunfo espléndido contra la división
de don Pedro Blanco, el 14 de febrero de 1814,
v tres meses después venció en la F lorida el 12
de mayo.
La batalla de la F lorida es una de las más
sangrientas de la guerra de los 15 años. E n ella
se destaca la agigantada figura del valeroso A re
nales.
Después de este acontecim iento, A renales
sirvió todavía a la causa de la libertad y dio a
conocer que entre los hijos de España, había
almas generosas dispuestas a defender la ju sti
cia.
141
CAPITULO X II
CAPITULO xm
La Serna reemplaza a Ramírez.— Campaña de
1817.— Sublevación de Cochabamba.— D. Juan
Carrillo de Albornoz.
E n octubre de 1816 La Serna reemplazó a
Ram írez en el comando del ejército realista. E s
te m ilitar pertenecía a una de las fam ilias más
distinguidas de España y tuvo la fortuna de re
cibir una educación esmerada.
Dotado de sentim ientos generosos y m agná
nimos, La Serna era el reverso de Goyeneche y
Pezuela. Si él hubiese propuesto pacificar el P e
rú el año 9 acaso hubiera realizado su intento,
pues desde un principio llevó camino de rem e
diar las faltas de sus antecesores; pero en 1816
148
un abismo de sangre y de odios im placables se
paraba a los realistas de los defensores de la
patria y los talentos y la bondad del general
La Serna, no fuero,n parte para detener la m ar
cha de la revolución.
A principios de 1817, resolvió el general La
Serna rr a las provincias del río de L a Plata,
porque supo que en Córdova se organizaba un
nuevo ejército auxiliar a las órdenes de San M ar
tín.
M ientras tanto se sublevó otra vez la pro
vincia de Cochabamba.
A don Juan C arrillo de A lbornoz le cupo
prestar im portantes servicios a la causa de la in
dependencia durante esta revolución.
Como al escribir el presente opúsculo nos
hemos propuesto dar a conocer a todos los co-
chabam binos que han coadyuvado en la obra de
la independencia y ejercido alguna influencia
en los destinos del A lto P erú, creemos necesa
rio apuntar algo sobre Carrillo de Albornoz.
E l 9 de febrero de 1750 nació en Santiago
de Chile don Ju an C arrillo de Albornoz. Sus
padres fueron el capitán José C arrillo y doña
A gueda O rtiz.
M uy joven vino a Cochabamba y no tardó
en m anifestar vivas ansias de contribuir al pro
greso de este pueblo y se hizo acreedor a la es
tim ación pública, con hechos que m erecen eter
no nombre.
E l l9 de enero de 1788, fue nom brado al
calde ordinario de segundo voto.
E n el mes de abril del mismo año, rem ató
el oficio de regidor 24 del Cabildo de Cocha-
bamba y en consecuencia, el rey le extendió el
título en 9 de m arzo de 1793.
149
Por sus vastos conocim ientos en todo orden
obtuvo cargos honrosos. Así, el 6 de julio de
1788, fue electo diputado por el Cabildo de Co
chabamba para la proclam ación y jura del rey
don Carlos IV.
E ra costum bre inveterada celebrar el adve
nim iento de los reyes al trono de E spaña con
grandes fiestas en que rivalizaban los hom bres
por hacerse acreedores a la estim ación del so
berano. Carrillo, en hom enaje a esas costum bres
que en su tiem po se hallaban tan difundidas,
solemnizó la proclam ación y jura del m onarca
y gastó más de 3.000 pesos en dicha fiesta.
Posteriorm ente, Francia declaró la guerra a
España. Cuando esto sucedió, los am ericanos de
jaron escuchar un grito de indignación y se
desalaron por enviar auxilio a la m adre patria,
C arrillo de A lbornSz dió en esta ocasión un do
nativo de 2.000 pesos para la guerra.
Más después cuando los ingleses desem bar
caron en Buenos A ires, C arrillo contribuyó tam
bién a la expulsión de enem igos tan form idables
con un donativo de 2.000 pesos.
M ostró asimismo gran entusiasm o por im
pulsar el comercio y la industria. Fue por esto
que el Congreso de Buenos A ires, com puesto
de los señores M artín de Serratea, Cecilio Sán
chez de Velasco, M anuel de A rana y M anuel
Belgrano, nombró a C arrillo de diputado, y en
26 de febrero de 1799 'le envió un diplom a de
honor “por haber im pulsado en Cochabamba el
adelanto de la agricultura y comercio, a costa
de sus desvelos y aun de sus propios intereses,
con particularidad los ensayos de lino y cáña
mo en que más acreditó su constante aplica
ción”. Nombrado diputado consular, elevó una
representación al Gobierno de Buenos Aires, ha
ciendo indicaciones útiles a fin de obtener el
establecim iento de fábricas de tocuyo. En con-
150
recuencia fueron fundados 3.000 telares en la
provincia.
Al considerar el gran desarrollo que ha tom a
do la industria de Cochabamba en los tiem pos
que alcanzamos, no se puede prescindir de trib u
tar un hom enaje a la m em oria de C arrillo, que
fue uno de los prim eros en fom entar el progre
so del país con talento y la actividad de que
dio tantas pruebas.
M erced a C arrillo nació en Cochabamba el
prim er establecim iento de instrucción. Fabricó
a su costa, a fines del siglo pasado, un edificio
destinado para servir de local a un colegio que
m uy en breve tomó grandes porporciones.
D. Francisco de Viedm a en un oficio d iri
gido al m arquéz de Abilés en 15 de septiem bre
de 1799, decía lo siguiente: “las facultades de
los fondos aplicados a esta útil y necesaria ca
sa no eran capaces de sufragar los gastos de una
cbra tan costosa si D. Juan C arrillo de A lbor
noz, no hubiera franqueado con tanta genero
sidad los m edios para verla realizada. C onstan
te es a V E. que nada prem iaban con más dis
tinción los antiguos rom anos que aquellos suje
tos. que se señalaban en servicio de la patria. Ro
ma floreció por unos principios tan justos: los
Reinos más civilizados en ellos apoyan su feli
cidad y nuestros augustos soberanos dan ejem
plo de su beneficencia prem iando a aauellos va
sallos que se señalan en bien del público y del
Estado. La acción de D. Juan C arrillo es del
m ejor interés, de la m ayor beneficencia y la
más laudable que puede hacerse en estos rei
nos”.
Pero lo que más pone de m anifiesto el es
p íritu filantrópico y progresista de C arrillo de
A lbornoz es la actividad que desplegó para la
reducción de los indios m ozetenes. E n compa
ñía de P atricio T orrico y Jim énez, cura de la
doctrina de Sacaca, abrió por los años de 1802,
151
un camino costosísim o hasta el lugar en que re
siden dichos salvajes.
D espués de lo expuesto, plácenos sobrem a
nera llam ar la atención del lector acerca de la
carrera m ilitar de don Juan Carrillo.
A ntonio O laguer Feliu y H eredia, m ariscal
de campo de los reales ejércitos, virrey, gober
nador y capitán general de las provincias del
río de la P lata y sus dependientes, nombró a
C arrillo capitán de las m ilicias de Cochabamba
en 26 de mayo de 1797.
E l 13 de mayo de 1802, Joaquín del Pino y
Rosas, virrey de Buenos Aires, lo nombró de
sargento m ayor del regim iento de voluntarios de
Cochabamba. E ste nom bram iento fue confirm a
do por el rey Carlos IV en 15 de abri'l de 1803.
E l 15 de julio de 1805, Rafael de Sobrenom
bre, virrey de Buenos A ires, expidió tam bién
a su favor el despacho de com andante del tercer
escuadrón del regim iento de voluntarios de Co
chabamba por ascenso de don Francisco del Ri-
vero.
Con m otivo de la revolución del 25 de ma
yo de 1809, Francisco de Viedma, gobernador
de Cochabamba, eligió a Juan C arrillo de A l
bornoz para que después de observar de cerca
los acontecim ientos de Chuquisaca preste un in
form e sobre ellos. C arrillo llenó su com etido
con adm irable sagacidad y de regreso presentó
al gobernador un inform e m inucioso acerca de
los sucesos del 25. E l aludido inform e honra
a C arrillo por las profundas observaciones que
contiene. Lo dicho prueba hasta la evidencia
que C arrillo era uno de los hom bres que más
valían en su época; pues el cargo a que nos re
ferim os, sólo podía conferirse a un hom bre en
quien el talento estuviese unido a la sagacidad.
Una prueba m ás de las grandes cualidades
que distinguían a C arrillo de Albornoz, encon-
152
tram os en un certificado suscrito por los seño
res M iguel P into, A ntonio de A llende, M aria
no V ergara y Faustino Irigoyen miem bros del
Cabildo, Justicia y R egim iento de 'O ropela. El
m encionado ccrlillcado dice así: “Le consta a
este ilustre Congreso haber desem peñado el se
ñor Ju an Carrillo, todos los cargos que se le
han conferido con ejem plar integridad, puntua
lidad y celo sin embargo de que los dichos nom
bram ientos por onerosos cedían en perjuicio de
su quietud e intereses’’.
Por los años de 1810, C arrillo abrazó la cau
sa de la independencia. Convencido de que era
necesario posponer la fidelidad al rey a los sa
grados intereses de la patria, tomó parte en to
dos los hechos de arm as que desde el año 10
acaecieron en Cochabamba y no trepidó en ha
cer el sacrificio de su hacienda y aun de su vi
da misma para conseguir ’la em ancipación del
A lto Perú.
E n 1810, cuando Rivero lanzó en Cochabam
ba el grito de guerra contra la M etrópoli, Ca
rrillo de A lbornoz hizo m ucho por la indepen
dencia. Consta de los docum entos que tenem os
a la vista que gastó entonces más de cinco m il
pesos en com prar harinas para el ejército v en
('xnedicionar a su costa a los campos de Ami-
raya, 113 hom bres que pelearon bajo las órde
nes de Días Vélez y Rivero.
E l año 1813, estando A renales de Goberna
dor en Cochabamba, C arrillo envió al ejército
auxiliar de Buenos A ires, dinero y vituallas. E n
com probante, nos bastará copiar una de las car
tas que Belgrano le dirigió al prom ediar el año
1814: “T engo una com placencia en contestar a
su estim able de 20 del corriente, ofreciendo mi
gratitud y buenos deseos a la distinción que me
hace U.S., no dude que siem pre me ha m erecido
la m ejor consideración desde que tuve noticia
de los anhelos de U.S. por la prosperidad de su
153
país Cochabamba, así para que adelantase su in
dustria como para facilitar sus com unicaciones.
Conozco las sinceras intenciones que lo anim an
por la prosperidad de la causa, haciéndose re
comendable por ello a todos sus amigos entre
los que tiene la satisfacción de incluirse su afec
tísim o. M. B elgrano”.
E n 1815, cuando Rondeau llegó al A lto P e
rú, C arrillo gastó tam bién una gran parte de su
fortuna en auxiliar las tropas que bajo las ór
denes de dicho general, vinieron de las provin
cias del río de la P lata (1).
P or los años de 1818, C arrillo de Albornoz
fue nom brado T eniente Coronel y en 16 de agos
to de 1820, M artín M iguel de Güemes, com an
dante general de la provincia de Salta y jefe
del ejército auxiliar del Perú, expidió en favor
de C arrillo el nom bram iento de coronel.
CAPITULO XIV
Nuevo ejército au x iliar de Buenos Aires.— Le
v antam iento de los guerrilleros del Alto Perú.—
R asgos biográficos de José M iguel Lanza.
Cuando el general La Serna hubo pacifica
do el A lto Perú, vino de Buenos A ires un nue
vo ejército auxiliar bajo las órdenes de La M a
drid.
(1) Según una carta de Rondeau del 27 de no
viembre de 1815, escrita en Sipesipe, Camilo
estaba encargado de remitir víveres y vestidos
para la tropa independiente. Más tarde prestó
dinero al mismo Rondeau quien en una carta
de 4 de febrero de 1816 decía: “Por la esca
sez de numerario y las grandes erogaciones que
exige la reorganización del ejército, no me ha
sido posible llenar el pago del dinero que Udj.
suplió en Cochabamba. Luego que varíen las
circunstancias, tendré el gusto de manifestarle
los deseos que me animan de servir a los hom
bres de su mérito”.
154
Con los descalabros sufridos por La M adrid
term inan grandes batallas; pero en cambio se le
vantan los guerrilleros del A lto P erú y José
M iguel ‘L anza, el más notable de todos ellos,
sostiene con adm irable tesón la causa de la li
bertad en Ayopaya.
A fines del siglo pasado, cuando todo cons
piraba en favor de la independencia am erica
na, nació José M iguel Lanza en la ciudad de
La Paz. Fue tercer hijo de don M artín García
y herm ano del esclarecido patriota Gregorio
Lanza.
E ra por los tiem pos de que hablamos m uy
notable la U niversidad de Górdova. Lanza es
tudiaba allí cuando acaeció la revolución de Bue
nos A ires e'l 25 de mayo de 1810, revolución que,
como es sabido, contribuyó poderosam ente a la
destrucción del antiguo régim en.
La juventud, siem pre entusiasta cuando tie
ne en perspectiva algún fin grande y patrióti
co, se m ostró llena de ardor bélico.
E ntre los jóvenes que de Códova se dirigie
ron a Buenos A ires con objeto de prestar sus
servicios a la nueva causa, figuraba Lanza.
A listado en el ejército, fue nom brado capi
tán de una compañía, y como harto se distin
guiera en el servicio de las arm as por sus ta
lentos y su entereza, se le confirió el cargo de
com andante de una pequeña fuerza expedicio
naria que debía atravesar el desierto de Ataca-
ma para auxiliar a los alto-peruanos.
La em presa no era a la verdad hacedera.
Los num erosos inconvenientes que ofrece la tra
vesía del desierto siem pre han arredrado a los
más atrevidos guerreros; pero Lanza, que ner-
tenecía al núm ero de esos caracteres inflexibles
que jam ás se detienen ante el peligro, resolvió
atravesar el desierto e inm ediatam ente se puso
en marcha.
155
For desgracia no todos los que lo acom pa
ñaban estaban anim ados del mismo valor. H a
bía algunos espíritus pusilánim es que sin poder
soportar las privaciones que comenzaban a su
frir, capitanearon una sublevación que dio por
resultado el regreso de las tropas expediciona
rias.
Lanza, abandonado por sus soldados, se re
tiró en 1814 al valle de Ayopaya, donde ganó
m uy grande opinión con los caudillos que allí
sostenían la causa de la independencia.
E l año 1814 se ha hecho notable en la his
toria del A lto P erú por las num erosas subleva
ciones que entonces acaecieron. D errotados los
patriotas en V ilcapugio y en Ayoma, tom aron
el partido de alejarse a las m ontañas, desde
donde hacían sus excursiones cuando las cir
cunstancias lo exigían así. Dicha guerra, si bien
no podía tener pronto resultados decisivos, era,
sin embargo, funesta para los españoles. E stos
que hacían largas y costosas expediciones jam ás
ncdían encontrar el enem igo, que aparecía co
mo por encanto y desaparecía asimismo en los
vericuetos de sus m ontañas.
E ntre las insurrecciones de entonces ningu
na más célebre que la de A yopaya. E ste país,
sem brado de cerros em pinados, breñas y ríos, es
taba destinado por la naturaleza para servir de
asilo a los independientes. No se pueden con
tem plar esos sitios consagrados por el heroísmo,
sin un sentim iento de veneración y de respeto.
A llí se sostuvo, por 15 años, una guerra sin ejem
plo. A llí se refugiaban nuestros padres en esas
horas en que la fatalidad parecía sobreponerse
a la providencia y restañaban sus heridas cuan
do vencidos y sin aliento huían de los campos
de batalla.
H abiendo llegado Rondeau el año 1815 a la
caboza de un nuevo ejército auxiliar, Lanza, que
por algún tiem po había perm anecido escondido,
156
abandonó las breñas de A yopaya y se apoderó
de la provincia de Chayanta, no sin producir
hondo espanto en el bando contrario.
La llegada de Rondeau al A lto P erú fue
m uy oportuna. Todos los guerrilleros que ha
bían abandonado los centros de población para
retirarse a los lugares inaccesibles, aparecieron
nuevam ente. Z árate, N avarro y M ena com batie
ron en Potosí con la fuerza que custodiaba di
cha ciudad; Camargo se apoderó de San Pedro.
A renales entró a Cochabamba, después de de
rrotar a su gobernador Goiburo y Lanza, como
hemos dicho ya, invadió la provincia de Cha-
yanta.
Posteriorm ente, con m otivo de los desgra
ciados acontecim ientos de V entaim edia y de Vi-
loma, Lanza se retiró otra vez a A yopaya don
de tuvo la fortuna de aventar ‘las tropas del rea
lista M anuel Ram írez. Focos días después de
este combate, Ram írez que había reem plazado a
Pezuela se propuso dar fin con los insurgen
tes de A yopaya. Con tal m otivo envió de La
Paz, Cochabamba y O ruro destacam entos de tro
pas al m ando del coronel Aveleira.
M ientras tanto Lanza, creyendo que una re
sistencia obstinada sería de ningún provecho,
dividió sus fuerzas y las colocó en los sitios
más ventajosos para que desde allí observasen
los m ovim ientos de los contrarios y cayesen so
bre ellos, presentándose una coyuntura favora
ble.
A veleira no tem ió hacer cuanto mal pudo,
acaso porque no encontró un solo enem igo con
quien pelear. Sólo durante la noche se escucha
ba el ruido que hacían les caballos de los pa
triotas al galopar por las laderas inm ediatas al
cam pam ento enem igo y se veían en la cima de
las m ontañas luces fantásticas que revelaban la
existencia de esos seres invisibles que parecían
157
brotar del seno de la tierra, cuando se invocaba
el nom bre de la patria.
Estando de regreso, A veleira llegó a Cha-
rapaya, lugar sum am ente quebrado y del que
supo aprovechar José M anuel Chinchilla, segun
do de Lanza, no obstante sus dim inutas fuerzas.
El ataque de Chinchilla, produjo m agníficos re
sultados; pues los realistas, de 700 hom bres que
tenían, perdieron más de la m itad y fueron de
rrotados.
E n octubre de 1816, La Serna reem plazó a
Ram írez en el comando de las fuerzas realis
tas y la guerra tomó un aspecto nuevo.
A lgunos meses después de posesionarse de
su cargo, La Serna m archó a las provincias del
río de la Plata, porque supo que en CórdoVa
se organizaba un nuevo ejército auxiliar bajo las
órdenes de San M artín.
, En el ínterin L anza llevó sus huestes Vic
toriosas hasta O ruro y Sicasica.
Posteriorm ente La Serna renunció el m ando
del ejército, después de haber conseguido la pa
cificación del A lto Perú. En efecto, a excepción
del partido de A yopaya, parece que los demás
que com ponían esta parte del virreinato de B ue
nos A ires, se hallaban som etidos. “Solo Lanza
en Ayopaya, dice Cortea, m antenía el fuego de
la independencia”.
Al comenzar el año 1822, Jerónim o Valdez
se propuso som eter a los insurrectos de A yopa
ya, que durante tanto tiem po habían m anifesta
do una obstinación sin ejem plo en la historia.
Después de reunir las guarniciones de O ruro y
La Paz, se dirigió a A yopaya con fuerzas con
siderables.
No era, con todo, cosa fácil vencer a los
independientes de aquel país.
Cuando Valdez llegó a Ayopaya, encontró
talados los campos y obstruidas las vías de co-
158
m unicación. Por otra parte, se hallaban tan di
vididas las tropas de 'Lanza que no era posible
obtener una victoria decisiva sobre ellas. Si una
m ontonera era rechazada, se ponía en cobro in
m ediatam ente y volvía a presentarse en posicio
nes inaccesibles, desde donde amenazaba a los
realistas sin que estos pudieran alcanzarla ja
más.
Valdez, resolvió por fin abandonar ese país
donde la naturaleza y los hom bres parecían obrar
de consuno y al retirarse de allí, no pudo m e
nos de exclam ar: “E sta guerra es eterna’’.
A consecuencia del arribo del ejército liber
tador al Perú, el presidente Riva A güero orde
nó que el general A ndrés Santa Cruz encabeza
ra una división com puesta de 6.000 hom bres e
invadiera las provincias de O ruro y La Paz.
E n junio de 1823 desem barcó Santa Cruz
en A rica y 38 días después llegó a D esaguade
ro.
Lanza que había organizado en la provincia
de Cochabamba una fuerza de mil hom bres, se
ouso en m archa tan luego que tuvo conocim ien
to de la aproxim ación del ejército auxiliar pe
ruano y se unió a Santa Cruz en el D esaguade
ro.
E l general en jefe de las tropas expedicio
narias no anduvo m uy acertado ciertam ente, al
dividir su ejército en dos cuerpos que debían
obrar en distintos lugares y si habernos de se
guir la opinión de algunos historiadores, Santa
Cruz, a im pulsos de una vanidad exagerada, in
currió en un error más grave todavía al negar
se a esperar en Quilca, la llegada de 2.000 chi
lenos y 3.000 colom bianos que podían coadyuvar
eficazm ente en la aludida expedición.
Con noticia del arribo de las fuerzas auxi
liares al A lto Ferú, Jerónim o Valdez salió de
C hancay; recibió gente de refresco en Puno y
159
otras poblaciones del tránsito y se situó en las
inm ediaciones de Zepita.
E l 25 de agosto de 1823, Santa Cruz resol
vió atacar a Valdez y en el combate que tuvo
lugar el mismo día, obtuvo dichosam ente algu
nas ventajas sobre el enemigo. Rechazado V al
dez en Zepita, reorganizó su división y pudo
incorporarse a las fuerzas del virrey La Serna.
Santa Cruz, en presencia del ejército rea
lista que ascendía a 4.800 hombres, trató de reu
nirse con Gam arra que por orden suya, m archó
a O ruro pocos días antes.
E ntretanto, el virrey pasó el Desaguadero
y en Sorasora se unió con el general O lañeta
que comandaba 1.500 hombres. Con este auxilio,
se dirigió ál lugar donde estaban las tropas in
dependientes.
E ntonces fue que Santa Cruz em prendió la
vergonzosa retirada que tantos m ales causó a
los patriotas.
E l general del ejército auxiliar, acosado par
el enemigo, perdió 1.500 hombres, 5 piezas de
artillería, 1.500 fusiles y después de su frir pena
lidades sin cuento, llegó a la costa sólo con 1.300
soldados m uertos de fatiga.
Habiéndose encargado el virrey de perseguir
a Santa Cruz, O lañeta fue en seguim iento de
Lanza, quien después de la fuga del ejército
auxiliar, se retiró con los suyos y en F alsuri, lu
gar qe se halla a distancia de cuatro leguas de
Cochabamba, determ inó esperar al enemigo.
E l 16 de octubre de 1823 se em peñó el com
bate con verdadero encarnizam iento. D espués de
la batalla de Ju n ín ésta ha sido la m ás nota
ble que acaeció en los tiem pos a que nos referi
mos. Im pulsados los soldados de Lanza por su
entusiasm o, hubieron de pelear a la bayoneta
con una obstinación im ern al, como dice el gene-
160
ral del ejército enem igo en el oficio que d iri
gió al virrey con m otivo de esta m em orable re
friega.
Lanza, vencido una vez más, pero no aba
tido, se retiró al valle de Ayopaya a crear nue
vas fuerzas. Esos hom bres eran algo así como el
fénix que resucita de sus propias cenizas.
Con la victoria de F alsuri, O lañeta pudo
enseñorearse de todo el territo rio del A lto Perú.
P or fortuna nacía en los realistas la discor
dia. Endiosado O lañeta con sus triunfos, se pro
puso abolir el régim en constitucional y se reve
ló contra el virrey La Serna.
Resuelto a obrar activam ente, intim ó a La
H era, gobernador de Potosí, para que se some
tiera a su autoridad y como dicho gobernador
tratase de resistir, O lañeta se apoderó de la pla
za a viva fuerza.
E l virrey alarm ado sobrem anera por la ac
titu d que asum iera O lañeta, envió contra él a
Valdez.
Salió Valdez de A requipa en febrero de 1824,
y el 9 de marzo celebró un convenio en Tara-
paya.
V erificado el referido convenio, V aldez en
cabezó una expedición en Ayopaya.
Lan~a, según hemos dicho en otra parte,
se retiró a Ayopaya después de la batalla de
Falsuri. Hallábase organizando sus m ontoneras
cuando apareció V aldez en Palca. E sta vez la
suerte le fue m uy adversa al caudillo patriota,
porque, a pesar de su previsión, cayó en manos
del enemigo.
Después de la captura de Lanza continuó la
guerra entre O lañeta y Valdez hasta que este
últim o, con noticia de la victoria obtenida por
Bolívar en Junín, se vio precisado a dejar el Al-
161
to P erú para reforzar el ejército que en Aya-
cucho fue vencido más después.
Con m otivo de haber evacuado V aldez el te
rritorio altoperuano, Lanza, puesto ya en liber
tad, pudo continuar su gloriosa empresa. E n
Ayopaya y donde quiera que se encontró, traba
jó con la actividad que le era peculiar en favor
de la em ancipación.
O btenida la victoria de Ayacucho, O lañeta
desocupó 'La Paz para dirigirse a Cochabamba.
Poco después de este suceso, Lanza se apoderó
de La Paz y perm aneció allí hasta cuando el
general Sucre arribó a dicha ciudad.
La victoria de A yacucho finalizó la sangrien
ta guerra que la A m érica sostuvo para indepen
dizarse de la M etrópoli y produjo grande albo
rozo en los patriotas. E stos que lucharon 15
años haciendo sacrificios de todo género, no
podían menos de experim entar una dicha in fi
nita al contem plar en los horizontes de la pa
tria la alborada de un nuevo día.
Con la independencia se abrió para la A m éri
ca una era fecunda en innovaciones saludables.
Libres ya las colonias hispano-am ericanas del des
potism o español y de esa intolerancia bárbara que
a nom bre de la religión y del rey anatem atizaba el
progreso y la libertad, pudieron entregarse a la
obra de su perfeccionam iento.
In ju sta nos parece la aserción de que la inde
pendencia sólo ha servido para agravar nues
tros males. C ierto es que las secciones de A m é
rica, por no estar suficientem ente preparadas
para la vida republicana, han tenido una exis
tencia angustiosa; pero ellas m archan venciendo
los obstáculos que tan frecuentem ente se pre
sentan en su camino. M uy largo sería enum erar
las conquistas que han alcanzado en el medio si
glo que llevan de vida independiente.
Ya hemos dicho que Lanza se encontraba en
La Paz, cuando él Gran M ariscal de Ayacucho
162
llegó allí a pricipios de 1825. E l prim er acto del
general Sucre, fue convocar una Asamblea que
debía reunirse en O ruro, pero que, por algunos
ocontecim ientos que sobrevinieron después, tuvo
lugar en Chuquisaca el 24 de junio de 1825.
Posteriorm ente Sucre se trasladó a la capital
de la República y con él m archó tam bién José
M iguel Lanza.
Entonces fue que comenzó a m anifestarse el
descontento contra el hom bre que en una m em ora
ble batalla sellara la independencia am ericana.
V alentín M orales M atos, com andante de ejér-
y jefe de un escuadrón de caballería, resentido
contra el general Sucre por haber sido separado
del mando de su cuerpo, concibió la idea de dar
le m uerte y para llevar a cabo su pensam iento
se dirigió a la m orada del P residente armado de
un puñal. La sorpresa que M atos m anifestó al
entrar en la habitación de Sucre, dio lugar a
que dos Edecanes lo aprehendieran. M otivo fue
éste bastante para que M atos confesara sus cri
m inales designios.
Reunido el Consejo de oficiales el general
M atos fue condenado a la últim a pena.
José M iguel Lanza fue el P residente de es
te Consejo que, en hom enaje a la justicia, resol
vió castigar al asesino con una pena harto severa.
Al llegar a esta parte, creemos necesario ha
cer constar la decidida adhesión de Lanza al
Gran M ariscal de Ayacucho.
Lanza que nunca había alim entado la envi
dia, patrim onio de las almas bajas, profesaba una
sincera estim ación al Gran M ariscal de A yacu
cho. Por otra parte, lejos de confundirse con esos
espíritus preocupados y fanáticos que acusaban
al general Sucre de im piedad, Veía en él un hom
bre superior a su época por sus ideas avanzadas
y liberales.
163
P or desgracia, eran pocos los que pensaban
de esta m anera. Había un partido bastante nu
meroso que, olvidando que el general Sucre acep
tó la presidencia de la República m uy a pesar
suyo y que las tropas colombianas debían eva
cuar en breve el territo rio de Bolivia, declam aba
contra la dom inación extranjera y en sus con
ciliábulos armaba el brazo de infam es asesinos.
La ley que dictó la Asam blea de 1826 para
suprim ir los conventos, aparejó grandes guerras,
aum entando el partido de los descontentos. Co
rríase por estos que el general Sucre era el prin
cipal m otor de tales determ inaciones. Y como la
voz de alarm a salía de los confesonarios y del
pùlpito, el vulgo que siem pre se cree infalible
cuando hay algo que decidir en m ateria religiosa,
se declaró contra el Gran M ariscal de Ayacucho,
acusado de delito de im piedad.
V erdad es que Sucre, dotado de talentos ra
ros y conocedor de las últim as revoluciones que
transform aron el viejo continente, poseía ideas
liberales y obraba siem pre a im pulsos del espíri
tu de innovación. Creía que la supresión de los
conventos era de necesidad im periosa, tanto por
que el E stado carecía a la sazón de rentas cuanto
porque sentía honda repugnancia a esa institución
que condenó una gran parte de la hum anidad a
languidecer estérilm ente bajo el som brío techo
de los claustros. E n efecto, con el transcurso del
tiem po, y los progresos alcanzados en todo or
den, habían llegado a ser inútiles las in stitucio
nes m onásticas. E stas acaso tuvieron razón de
ser allá en los tiem pos de la Edad M edia, cuando
la hum anidad entregada al dem onio era presa de
m ísticos terrores y creían que sólo la vida ascé
tica y contem plativa podía conducir al cielo. P e
ro a principios de nuestro siglo, en esa época en
que a nom bre de la patria y de la libertad se lla
maba a todos los am ericanos y se exigía de ellos
la actividad y el sacrificio, la vida m ística era al
go que no podía com prenderse. Sucre que ali-
164
m entaba estas ideas, aprobó los actos de la A sam
blea y por ende se atrajo la m alquerencia del
bando clerical. Las sublevaciones de M atute en
Cochabamba, de Grados en La Paz y la del 18 de
abril de 1828, fueron debidas en gran m anera,
a ese partido que no perdonó m edio para reali
zar sus intentos.
E l últim o m otín de que hemos hecho m en
ción, puso en peligro la vida del general Sucre,
y derram ó la sangre de ilustres patriotas.
A las 5 de la m añana del día 18 estalló la su
blevación capitaneada por Gainzo y otros.
Cuando el general Sucre tuvo la noticia de
la insurrección, m ontó a caballo y se dirigió al
lugar en que se encontraban los am otinados. In
tim idados éstos en presencia del Gran M ariscal,
abandonaron sus puestos. E ntonces fue que Su
cre, seguido de los pocos que le acompañaban,
se lanzó sobre los insurrectos para restablecer
el orden. D esgraciadam ente, Cainizo dio orden
de que se hiciera fuego sobre los agresores y, al
punto, una bala destrozó el brazo derecho del
general Sucre.
H ay en la historia de Bolivia escenas que
avergüenzan. El hom bre que en Ayacucho die
ra libertad a la A m érica caía herido por m ise
rables m ercenarios.
Sucre fue conducido a una casa particular,
donde las m atronas de Chuquisaca lo cuidaron
con solicitud extrem ada.
Sufrió el ilustre herido con resignación sus
dolores y no se le escuchó proferir una sola pa
labra contra sus asesinos.
E ntretanto, con noticia del atentado del 18,
López, P refecto de Potosí, se dirigió a Chuqui
saca a la cabeza de sus fuerzas que, a la verdad,
no eran m uy tem ibles.
165
Lanza que como todos los hom bres honrados
había m ostrado indignación contra los asesinos
del Presidente, se puso bajo las órdenes de L ó
pez con objeto de castigar a los insurrectos..
El 20 de abril en la noche llegaron a Chu-
quisaca las fuerzas de López. Al día siguiente
re pusieron de m anifiesto 24 hom bres de caba
llería y 74 infantes arm ados de fusil.
E l 22 a las once del día, se em peñó el com
bate. Los soldados de López pelearon con bra
vura, y m erced a sus esfuerzos se alcanzó una
victoria com pleta sobre los sublevados.
El 23 m urió en Chuquisaca el general L an
za a consecuencia del combate del día anterior.
E l 6 de mayo, José M aría de U rdininea, P re
sidente de la República en lugar de Sucre, ex
pidió un decreto para que el retrato de Lanza
se colocara en las oficinas públicas y fueran edu
cados sus hijos gratuitam ente en los estableci
m ientos de instrucción.
E ntre los caudillos de la independencia po
cos han m uerto como Lanza. D espués de haber
sostenido enhiesta la bandera de la em ancipación
durante 14 años, selló con su sangre su adhesión
al general Sucre, el padre de la República.
M orir como Lanza es adquirir un título pa
ra m antenerse en com unión con la posteridad y
com enzar a vivir para la patria y la historia.
" ... .S; *•' : ) v; ,¡
'■r. .-.i '1 \\ ' 5 :• J 3
.3
166
APENDICE
No podemos resistir al deseo de publicar íntegra
mente el acta de la fundación de Cochabamba. Este
importante documento ha esclarecido la parte oscura
de dicha fundación y ha servido, además, para recti
ficar los errores en que han incurrido los escritores
que, como Calancha y Garcilazo de la Vega, se han
ocupado de esta materia.
»Sabido es que, según el autor de la “Crónica de
San Agustín”, el fundador de Cochabamba fue Geró
nimo de Osorio y según Garcilazo, Luis de Osorio. En
cuanto a la data de la fundación, las inexactitudes
son todavía más notables. El primero de los escrito
res citados señala el año 1572 y el segundo el 1575.
Por lo visto, ninguno de ellos está en la verdad; pues,
como hemos manifestado ya a tenor de la referida
acta, Cochabamba fue fundada en 1574 por Sebastián
Barba de Padilla.
Bastará la ligera exposición que antecede para
poner de manifiesto la importancia de los documen
tos que insertamos a continuación.
FUNDACION DE COCHABAMBA
“El primer día del mes de enero, año del señor
de 1574, el muy magnánimo señor Sebastian Barba
de Padilla, poblador y fundador de la villa de Orope
za, en cumplimiento de la comisión y cédula del Ex
celentísimo señor don Francisco de Toledo, mayordo
mo de su Majestad, su virrey, gobernador y capitán ge
neral de los reinos del Perú: en nombre de Dios to
dopoderoso y de su Majestad y del dicho señor virrey,
fundó la dicha villa y señaló el sitio que ha de te
ner en la dicha chacara de Garci Ruis de Orellana,
170
en lo que de ella mejor le pareció conforme a la
dicha comisin y cédula de su Excelentísima y en ella
puso y mandó poner y se alzó un madero; la cual vi
lla dijo que se ponga y se puso debajo de la corona
real de Castilla y de León y asi tomó posesión en ella,
arremetiendo su caballo en que estaba al presente,
en el dicho nombre y de como lo facía quieta y paci
ficamente y pidió por testimonio á mi Pedro de Gal-
vez, escribano público y del Cabildo de la dicha villa
de que yo el presente escribano doy fé, siendo tes
tigos los señores justicia y rejimiento de la dicha vi
lla, que son Diego Mejia de Obando, Andrés de Rivera
y los señores Rodrigo Manzoso y Juan de San Román
rejidores y Garci Ruis de Orellana y Juan Ochoa y otros
y el dicho señor Sebastian Barba quien lo firmó de
ru nombre. Sebastian Barba de Padilla. Ante mi, Pe
dro de Galvez escribano público y del Cabildo.
Y después de lo susodicho, en dos dias de dicho
mes y año, el dicho señor Barba de Padilla, fundador
de la dicha villa dijo que para que tenga efecto la
dicha población y se cumpla lo que su Excelentísima
manda por su provisión acerca de la dicha villa, es
necesario señalar sitios y solares á los pobladores de
la dicha villa para sus casas y servicios della, con
forme á la dicha cédula y para que se pueda comen
zar á edificar y se faga dentro del tiempo que indi
ca la dicha cédula, conviene haya indios para repar
tir entre los dichos pobladores. Por tanto y en vir
tud de la dicha cédula y comisión por su Excelentí
sima dad?., mando se dé mandamiento para que los
caciques del pueblo del Pazo encomendados en el ci
tado pueblo y los caciques de Tiquipaya de la en
comienda de Francisco de Orellana y los caciques de
Sipesipe, Tapacarí, Paria, Sacaba y Pocona se jun
ten en esta villa dentro de diez dias de como les sea
notificado para que juntos entre ellos y de los mas
desocupados de su reducción repartan de presente,
doscientas indios para la dicha población, para que
se pueda empezar a edificar dicha villa y lo fagan
y cumplan, so pena de cien pesos para la villa y que
a su costa se aviará por ellos y se inserte en cada
mandamiento la dicha cédula para que conste de ello
171
y otro si, se pregone públicamente en esta villa que
dentro de diez dias primeros siguientes, los vecinos de
estos valles que tienen chacaras se junten y ven
gan ante su merced para señalarles sus solares para
sus casas y servicios dellosi y dalles indios para la labor
dellos y que dentro de cuatro meses siguientes, edifi
quen y fagan sus casas, y se reduzcan á la dicha villa,
so pena de cincuenta pesos para dicha villa, con aper
cibimiento, que les serán quitados los indios de ser
vicio que tienen conforme y como su Excelentísima
manda y para que tenga efecto lo susodicho y se
cumpla en todo la dicha cédula, mando asi mismo
se notifique a los señores Visitadores que no admi
tan pleito ninguno de indios contra los tales ve
cinos en las chacaras que tienen y poseen, sino que
tan solamente les compelan á exhibir los títulos que
tuviere cada una de la chacara que posee y al que
no de razón de cómo la posee se le haga merced del
titulo por ser poblador de la dicha villa y asi lo
proveyó y firmó de su nombre, siendo testigos el se
ñor Diego Mejia de Obando, alcalde ordinai’io de la
dicha villa y Juan Pérez de Cardón é Ipólito de Ará
balo.— Sebastian Barba de Padillla.— ante mi, Pedro
de Galves, escribano público y del Cabildo.
Y después de lo susodicho, en 7 dias del mes de
enero de 1574, yó Pedro de Galves, escribano de su
Majestad y público del Cabildo de la villa de Oro-
peza, en cumplimiento de lo mandado por el señor
Sebastian Barba de Padilla, poblador de dicha villa,
en cumplimiento de la carta de su Excelencia, no
tifiqué al señor Francisco Lazarte y Molina, visita
dor jeneral de este valle, la dicha carta de su Ex
celentísima y proveído por el dicho señor poblador
y habiéndolo visto dijo que estaba presto á cumplir
lo que su Excelentísima manda en todo y por todo,
como en su provisión se contiene y que en cuanto á
lo de las chacaras, oirá á las partes conforme á lo
que su Excelentísima manda y proveerá en jus
ticia y en¡ lo de los indios,, están muy ocu
pados en sus reducciones, que aun para desher
bar sus chacaras no tienen lugar y que en cuanto á es
to, informará á su Excelentísima de lo que mas á
172
servicio de Dios y de su Majestad convenga y esto
respondió y lo firmó de su nombre, siendo testigos
Gregorio de Amaya y Luis Csorio, Francisco Lazarte
y Molina. Ante mi, Pedro de Galvez, escribano pú
blico y del Cabildo.
Y después de lo susodicho, en 20 dias del mes de
septiembre de 1574, yó Pedro de Galvez, escribano pú
blico y del Cabildo de esta villa de Oropeza, notifique
la providencia de su Excelentísima en cumplimiento
de lo mandado por el señor Sebastian Barba de Pa
dilla fundador y poblador de la dicha villa y á pedi
mento de algunos vecinos y pobladores de la dicha
villa, al señor Diego Nuñez Basan, visitador jeneral
de estos valles, el cual dijo que se le dé traslado de
la dicha provisión, siendo testigos Gonzalo Min y An
drés de Rivera y de ello doy fe.— Pedro de Calves,
escribano público y del Cabildo”.
NOTA 2
Después de la muerte de Calatayud, Francisco
Rodríguez Carrasco ordenó el enjuiciamiento de Es
teban Gonzales, Matías Cotrina, Diego Prado, Bar
tolomé Gamica, Miguel Coca, Francisco Coca, José
Carreño, Diego Veizaga y otros que tomaron parte
en el levantamiento de 1730.
E.n el proceso de los referidos caudillos, exis
ten cuarenta declaraciones sobre la aludida suble
vación: las más notables son las que copiamos en
seguida.
Confesión de Agustina Espíndola y Prado, natu
ral de la Villa de Oropeza y madre de Alejo Cala
tayud.
En la villa de Orcpeza, valle de Cochabamba, en
15 días del mes de mayo de 1731, ante el señor capi
tán de infantería española del imperio del gran Pai-
titi Francisco Rodríguez Carrasco gobernador de las
armas y superintendente en la pacificación, paz, quie
tud y sociego del tumulto acaecido en la dicha vi
lla; por el señor marqués de Castel Fuerte, virrey,
173
gobernador y capitán jeneral en estos reinos y pro
vincias del Perú, Tierra Firme y Chile y por el ilus
tre señor Presidente de la Real Audiencia la Pla
ta, vecino y alcalde ordinario de esta villa y su pro
vincia y por su majestad íQ.D.G.) La sumaria infor
mación que se tiene mandada se haga en cumpli
miento de los superiores mandatos sobre el tumul
to acaecido en esta villa, en los dias 29 y 30 de no
viembre del año pasado y de conformidad con las
diligencias sobre esta causa y auto proveido, &.
Habiendo llegado á este monasterio de monjas
de Santa Clara, hice parecer en su locutorio que
está de puerta afuera de la clausura á Agustina Es-
pindola y Prado, la cual estando en su presencia y
ante mi el escribano público y de Cabildo, hizo la
señal de la cruz con la mano derecha, juró por
Dios nuestro señor y preguntada como se llama, que
edad tiene y de donde es natural, que oficio y estado
ha tenido y tiene dijo: me llamo Agustina Espin-
dola y Prado, natural de esta villa, de edad de 48
años, fui casada con don Juan Calatayud y viuda al
presente y madre de Alejo Calatayud y esto res
ponde. Y siendo preguntada por el auto que está por
cabeza de estos interrogatorios leidosele y entemdido-
lo dijo que su hijo Alejo Calatayud fue capitán tu
multuante, su alférez Estevan Gonzales, su sarjento
Cotrina y sus alegados Prado el herrero y José de la
Fuente que fueron los que siempre se comunicaban
en amistad y el dia miércoles, vispera de San An
drés, estando comiendo el dicho su hijo Alejo, en
traron a su casa José el Zapatero y un herrero cuyo
nombre ignora y estuvieron parlando con el dicho
su hijo Alejo y esta declarante, y le contaron como
el Juez Venero los venía a empadronar y les pro
metió el dicho Alejo, defenderlos y vengarlos y fu
riosos todos salieron habiendo acabado de comer. Y
luego a la noche, oyó esta declarante el tumulto de
jente por la calle diciendo: viva el rey, muera el mal
gobierno y así mismo, oyó decir que su hijo Alejo
con muchísimos mestizos quebrantó la cárcel y echó
fuera los presos, y esa noche volvió a su casa el dicho
Alejo con muchísimos mestizos que no pudo cono
174
cer esta declarante a ninguno y luego se salió y su
po como al dia siguiente el dicho su hijo, estubo
en el cerro con bandera de guerra y mucha jente
y esto responde; y preguntada si sabía que para di
cho tumulto, tuvo el dicho su hijo alguna preven
ción ó por venganza ó influjo de alguna persona po
derosa, diga como vio y supo, dijo: que no sabe
que el dicho su hijo tuviese prevención ni disposición
para ejecutar dicho tumulto ni que ninguna per
sona le aconsejase sino los dos que lleva dicho Jo
sé y el herrero y esto responde. Y preguntada y re
plicada que como dice que no tuvo prevención nin
guna cuando quiso matar a don Juan Matías Gar-
dogue por haberle herido en la mano, y que mu
chos días antes había dicho que se había de ven
gar de los guampus, dijo que no supo de su hijo
tal venganza ni intención y esto responde; y pre
guntada si sabía que para el día jueves de coma
dres, quiso el dicho su hijo tumultarse segunda vez
y asolar la villa, diga que disposición tuvo para ello
y quien lo fomentó para que lo ejecutase constando
en los autos de la disposición para dicho día, dijo que
no supo que el dicho su hijo, tuviese prevención al
guna para tumultarse dicho día de comadres, porque
con ella nunca trató cosa alguna de estos tumultos
y que de repente supo como lo apresaban y que no
queriéndose confesar le dieron garrote y lo colgaron
en la horca de la plaza y por orden del susodicho
señor alcalde, la apresaron en este monasterio de
Santa Clara donde a estado y esto responde. Y pre
guntaba si sabia quien le escribía cartas al dicho su
hijo, de donde y que le decían en ellas y quien ani
maba o influía o le daban dinero para sus tumultos,
diga sin exceptuar personas de calidad ni estado co
mo lo sabe, oyó decir y entendió, dijo que no supo
quien le escribía cartas ni papeles ni vio quien le ani
maba ni le daba dinero porque el dicho su hijo nun
ca decía lo que le pasaba. Y preguntada que como di
ce que no sabia quien le daba dineros cuando este
era un pobre oficial, que no podía gastar con su ofi
cio el lucimiento que después del tumulto gastaba y
que algún acaudalado lo fomentaría, dijo que no sa
175
be como gastaba lucimiento y que solo los mestizos
eran los que le adulaban y que no sabe mas de lo
que lleva dicho vio y oyó decir y la verdad pública,
voz y fama en que se afirma y ratifica so cargo de la
confesión y juramento, que ha dicho la verdad y
que no ha sido inducida ni cohechada y que no sa
be firmar y a su ruego firma el testigo Domingo
Navarro y Vargas.— Francisco Rodríguez Carrasco.—
Ante mí, Marcos Manuel Lazo de la Vega, escribano
real y de Cabildo.
Confesión de Teresa Zambrana y Villalobos, na
tural de Cochabamba y mujer de Alejo Calatayud.
En la Villa de Oropeza, valle de Cochabamba,
en 15 días del mes de mayo de 1,731, ante el señor
capitán de infantería española del imperio del gran
Paititi, Francisco Rodríguez Carrasco, gobernador de
las armas y superintendente en la pacificación, paz,
quietud y sociego del tumulto acaecido en la dicha
villa; por el señor marqués de Castel Fuerte, virrey,
gobernador y capitán general en estos reinos y pro
vincias del Perú, Tierra Firme y Chile y por el ilus
tre señor presidente de la Real Audiencia de La Pla
ta, vecino y alcalde-ordinario de esta villa y su pro
vincia y por su Majestad (que Dios Gue). La suma
ria información que se tiene mandada, se haga en
cumplimiento de los superiores mandatos sobre el tu
multo acaecido en esta villa en los días 29 y 30 de
noviembre del año pasado y de conformidad con las
diligencias sobre esta causa y auto preveido, &.
Habiendo llegado a este monasterio de monjas
de Santa Clara hice parecer en su locutorio que es
tá de puerta afuera de la clausura a la dicha Tere
sa Zambrana y Villalobos, mujer del dicho Alejo Ca
latayud, quien hizo la señal de la cruz con la ma
no derecha y juró por Dios nuestro señor y dicha
señal de la cruz decir la verdad de lo que supiere
y fuere preguntada y a la conclusión dijo si juro y
amén. Preguntaba como se llama, que edad tiene y de
donde es natural, que oficio ha tenido y que esta lo
ha tenido y tiene, dijo que se llama Teresa Zam
brana y Villalobos, de edad de 22 años, natural de
176
esta villa que fue legítimamente casada con Alejo
Calatayud, oficial de platero y al presente viuda y
esto responde. Y preguntada si sabe la causa de su
prisión en este dicho monasterio dijo que por orden
del susodicho señor Alcalde, Juez de esta causa está
en dicho monasterio por haber ajusticiado a dicho
su marido Alejo Calatayud y esto responde. Y pregun
tada por el auto cabeza de proceso, dijo que el día
lunes, semana antes del tumulto, se fue a la ca
sa del Dr. Francisco de Urquiza, vicario de la dicha
villa y allí supo que el dicho su mando estaba in
dignado contra dicho alcalde y por fin el 29 de no
viembre del año pasado supo esta declarante que
el dicho su marido, estaba como capitán tumultan-
te con mucha jente derribando las puertas de la
cárcel, que la declarante pidió a las niñas de Dña.
Isabel Cabrera (en cuya casa estaba la declarante)
rezaran en ella el santísimo rosario, para que el di
cho su marido, se aparte de tan malos efectos, y en
cendiendo una vela a un altar, rezaron en coro di
cho rosario y oyeron que pasaron por la puerta de
dicha casa los del tumulto diciendo: viva el rey y
muera el mal gobierno y los puca-cuncas, y estan
do esta declarante en dicha casa hasta el día siguien
te por la mañana, vino Diego Ustaris, con recado del
dicho su marido diciémdole fuese al sitio donde es
taba y esta declarante no quiso y respondiendo que
no tenía armas para ayudarle en sus malas opera
ciones, y ese día oyó decir como el dicho su marido
y sus soldados habían matado a los que habían ido
a auxiliar al revisador, y luego que anocheció, se
fue esta declarante a la casa del dicho vicario quien
al día siguiente quiso poner a esta declarante por
seguridad en este dicho monasterio y no quiso la
abadesa, y por esto le dijo el dicho vicario, que se
escondiese en una casa inmediata a la suya don
de estuvo esta declarante las horas de medio día,
que dicho vicario la hizo llamar a su casa y le dijo
como ya su marido había hecho las paces y a la no
che vino su merced el dicho señor alcalde y don Be
nito Iraizos, y habiendo pasado esa noche con el di
cho su marido en sosiego, por la mañana le dijo esta
177
declarante que para que había hecho tales desatinos,
que haba escandalizado a todos los de la villa y le
respondió que el miércoles antecedente, estando el
comiendo, entraron cuatro hombres y lo sacaron y
aun que esta declarante instó para que le dijese
quienes fueron no quiso decirlo y esto responde. Y
preguntaba que si antes de este tumulto oyó al dicho
su marido que lo había de ejecutar o que había de hacer
algún estrago o esperaba la ayuda de algún poderoso
que le fomentase, diga como se le oyó decir delante de
quienes o a sola? cuando y con que demostraciones,
y las personas que el dicho su marido nombró sin
exceptuar personas de calidad, y dijo que nunca oyó
al dicho su marido que tal cosa había de ejecutar
ni le vio tratar con ninguna persona sobre ello, por
que solo lo visitaban los que tenían obras de plate
ría en su tienda y esto responde. Y preguntada que
si después del tumulto vio a los inducidores que lo
visitaban y trataban sobre él dicho tumulto, dijo que
después que el dicho su marido ejecutó el tumulto
del día de San Andrés, lo visitaban Prado, el herre
ro, un Dionicio que no sabe su apellido, José Ca-
rreño y José de la Fuente; los cuales eran sus man
dones, pero nunca delante de esta declarante habló
cosa que tocase a tumulto y como ella no salía de
la cocina, jamás pudo saber ni oir las disposiciones
de su marido, solo veia que las cartas que le escri
bían se las enseñaba a su merced dicho alcalde quien
le suplicaba a esta declarante que le ayudase a per
suadir al dicho su marido, para que se contuviese en
sus operaciones y con lágrimas esta declarante, lo
reprendía y aconsejaba que mirase por su crédito y
su honra y especialmente cuando en distancias ve
ces le decía que no usara el bastón y que no se
sentara en el Cabildo y trabajara en su oficio, que
le ayudaría para que asi lo hiciese; a lo cual de
cía el dicho su marido que soltaría el bastón y tra
bajaría en su oficio: en cuanto a las cartas, nun
ca le decía a esta declarante lo que contenían ni
comunicaba cosa alguna. Y preguntada si sabe que
el dicho su marido para el jueves de comadres tuvo
alguna disposición para tumultarse de jente y armas.
178
con que modo y arte discurrió asolar la villa, diga
que circunstancias precedieron y como se lo oyó de
cir al dicho su marido y contestando dijo que no supo
cosa alguna de dicho levantamiento para dicho dia
ni le oyó decir y esto responde. Preguntada que co
mo dice no supo nada cuando la disposición para
el tumulto fue tan notoria, dijo que el dicho su ma
rido tuvo o no tal disposición no le comunicó a esta
declarante ni delante de ella trató con sus mando
nes y allegados tal tumulto; pues ante ella se ocul
taba para tratar con ellos, por que la tenía por ene
miga y como ella siempre lloraba de sus malos efec
tos y de su traición al rey procuraba evadirse de que
supiere ella sus operaciones. Todo lo que lleva con
fesado y declarado, es público y notorio y no habien
do otra cosa dijo que lo que lleva dicho, es la ver
dad en que se afirma y ratifica su cargo del jura
mento que fecho tiene y no firma por no saber.
A ruego de Teresa Zambrana y Villalobos, Do
mingo Navarro y Vargas.— Francisco Rodríguez Ca
rrasco.— Ante mi Marcos Manuel Lazo de la Vega,
escribano público y del Cabildo.
NOTA 3.
Por cuanto se ha resuelto en Junta de guerra,
la tranquilidad de la villa de Oruro por protección
pedida por su pueblo en repetidas ocasiones y librar
de las substracciones enemigas los caudales del rey
que se custodian en sus reales cajas, siendo éste pun
to que sirve de tránsito a las expediciones auxiliares
del presidente del Cuzco José Manuel de Goyeneche y
del gobernador intendente de la ciudad de La Paz don
Domingo Tristan, a cuyas hostilidades están espuestos,
por tanto, se ha resuelto auxiliar aquella villa1, coh
mil hombres de armas consultando su mejor seguri
dad en servicio de los derechos de nuestro augusto so
berano Fernando VII. Por tanto, para el desempeño
de una comisión tan importante, he tenido por con
veniente en uso y ejercicio de mis facultades nombrar
como nombro de.Jeneral en jefe y comandante de las
referidas tropas auxiliares, al capitán de las. milicias
179
de esta ciudad don Esteban Arze, persona apta y
aparente de valor y entusiasmo patriótico, de quien
tengo entera satisfacción y confianza. En cuya vir
tud, y de este título que para el efecto se confiere,
ordeno y mando lo tengan y reconozcan por tal, y que
todos los demás jefes, capitanes y soldados esten su
jetos y subordinados a sus órdenes y disposiciones
cumpliendo y ejecutando cuanto en la campaña les
ordene y comunique, guardándole y haciéndole guar
dar todo acatamiento, respeto y honores que según
ordenanza se le deben y han guardado a los de su cla
se sin contravención. En testimonio de ello doy este
firmado de mi mano y autorizado por el escribano de
Gobierno y guerra, En este cuartel jeneral de Cocha-
bamba a los 17 días de octubre de 1810.— Francisco
del Rivero.
NOTA 4.
.i
iPor cuanto para el empleo de Alférez de una de
las compañías del Tejimiento de milicias provincia
les de caballería de Cochabamba de nueva formación,
he nombrado á don Estevan Arze... Por tanto, man
do al virey y capitán general de las provincias del
río de la Plata, dé la orden conveniente para que se
le ponga en posesión del mencionado empleo, guar
dándole y haciéndole guardar las preeminencias y
exenciones que le tocan y deben ser guardadas; que
así es mi voluntad, y que el Ministro de mi Real Ha
cienda a quien perteneciere, dé asi mismo, la orden
necesaria para que se tome razón de este despacho
en la contaduría principal en la que se formara asien
to; con prevención de que siempre que mande a
juntar dichas milicias para acudir a los parajes que
convengan a mi real servicio se le asistirá con el
sueldo que á los demas oficiales de su clase de las tro
pas regladas, en consecuencia de lo que tengo resuelto.
Dado en Aran juez á 15 de abril de 1803.— Yó el Rey.
NOTA 5. ¿■ a»,.-
Los documentos que publicamos enseguida, prue
ban también la importancia de la victoria de Aroma,
180
D. Francisco del Rivero, capitán de los reales
ejércitos, rejidor, alcalde provincial perpétuo del ilus
tre Cabildo de esta ciudad, coronel de su Tejimiento
de milicias disciplinadas, por la Excelentísima Junta
Superior gubernativa de Buenos Aires, gobernador in
tendente de Santa Cruz de la Sierra por universal
aclamación de su capital, «fe.
Valerosos y fidelísimos cochabambinos. Si ayer os
comuniqué la plausible noticia de que el ejercito au
xiliar de nuestra capital la inmortal Buenos /Aires,
alcanzó una completa victoria contra las tropas reu
nidas por los enemigos de la causa común en San
tiago, hoy me toca anunciaros la que han obtenido
nuestras espediciones á La Paz, estas sosteniendo un
vivo fuego de tres horas en Aroma han derrotado en
teramente á cuatrocientos hombres annados de fusil,
y á cien lanceros, coronándose nuestros hermanos de
laureles con tan recomendable gloria cuanta ha sido
la ventaja de los enemigos respecto de su mayor nú
mero de armas y de su posición dominante á nuestro
ejército. Ved ahi, valerosos cochabambinos, sellado
el buen hombre de nuestra patria con una acción me
morable en los fastos de la historia; y ved por fin
el justo motivo con que debeis tributar al Dios de las
batallas las alabanzas dignas del mas relijioso reco
nocimiento á la protección que dispensa a nuestros
designios uniformes a la capital. Llenaos cochabam
binos de los más dulces trasportes de gozo y alegría
y descansad en el valor y esfuerzo de nuestros her
manos los héroes de Buenos Aires y de Cochabam
ba, para no dudar que gozareis de la felicidad de que
hasta aqui habéis sido privados.— Cochabamba no
viembre 17 de 1810.— Francisco del Rivero.
D. Francisco del Rivero, coronel del rejimiento
de caballería de esta ciudad, por la superior Excelen
tísima Junta de las provincias del río de La Plata y
gobernador intendente y capitán jeneral por aclama
ción universal de su pueblo, «fe.
Por cuanto la victoria de nuestras armas, con
tra los que destinaron los enemigos de la felicidad co
mún á la resistencia■ á los designios
-
de
.
nuestra ..i:ca-r.
181
Pital Buenos Aires obtenida por los campeones de
ella en Suipacha y por nuestros esforzados y leales
cochabambinos, exije que tributando al Dios de las
batallas, las mas fervorosas gracias por la miseri
cordia con que nos ha protejido se hagan también
demostraciones de nuestro júbilo y complacencia. Por
tanto, á fin de cumplir con uno y otro deber tengo
dispuesto que el día de mañana, tenga lugar en la
Santa Iglesia matriz de esta ciudad, el augusto sa
crificio de la misa con el cántico de la alabanza
en testimonio de nuestra relijiosa gratitud, concu
rriendo a esta todo los vecinos y corporaciones de la
ciudad: Que en las noches de este día y los dos si
guientes, se iluminen los balcones, ventanas, puertas
de calle y de tiendas y que en las mañanas y los
siguientes, se procure la diversión pública en celebridad
de aquellas acciones decisivas de nuestra feliz suerte.
Y para que llegue á noticia de todos y ninguno ale
gue ignorancia para el cumplimiento de lo mandado
en la parte que le toca, bajo la multa de doce pesos
aplicables para los gastos de las espediciones, debía
de mandar y mando que se publique el presente ban
do con la solemnidad acostumbraba. ¡Es fecho en es
ta ciudad de Cochabamba á los 21 días de noviem
bre de 1810.— Francisco del Rivero.
W... • $ n .; T
NOTA 6.
. • ' v ,-
Tenemos entre nuestros manuscritos, una inte
resante colección de todas las proclamas y ordenan
zas que se publicaron en Cochabamba, desde el 4 de
enero de 1810 hasta el 30 de abril de 1815. De di
cha colección tomamos el siguiente documento:
“La Junta provincial gubernativa y capitanía je-
neral de esta provincia á nombre de su majestad el
señor don Femando VII, &.
Hace saber á todos los vecinos de esta capital y
su provincia que por convenir al mejor servicio de
S. M. y de la causa pública, ha tenido á bien unir
se con el señor mariscal de campo y jeneral en jefe
de las provincias del Alto Perú quien se ha servido,
adhiriéndose á nuéstra solicitud, pasar el oficio si-
182 —
guíente: “Después de haber agotado todos los recur
sos de la prudencia para hacer conocer a los habi
tantes de esta provincia, lo justo y benéfico de mis
intenciones, he conseguido arrollar completamente a
un enemigo que hasta ahora me ha pintado con los
mas vivos colores de la crueldad y de la execración:
en medio de estos triunfos adquiridos á espensas de
fatiga y de penetrar con el ejército del rey por lo mas
escabroso de estos valles, tengo en consideración el
oficio que acabo de recibir de U.U. fecha del día, en
que solo desean que las cosas se restituyan á su an
tiguo estado, para que sus habitantes disfruten del
dulce placer de sus hogares. Desde este momento, ce
san todas las hostilidades, y las subordinadas tropas
de mi mando observaran relijiosamente, las órdenes
que ya tengo comunicadas para tan saludable objeto.
Cochabamba, detestará las horrores de la guerra,
adoptará el sistema de la verdad y su posteridad aplau
dirá los sentimientos de un amante paisanaje que se
interesa de veras en su tranquilidad. Mañana entre
diez y once, verificaré mi entrada en esa ciudad, di-
rijiéndome inmediatamente al Convento de nuestra
señora de las Mercedes, donde en reunión de todo el
clero se celebrará el sacrificio de la misa con un sen
cillo Tedeum en acción de gracias por los beneficios
que con mano pródiga me dispensa la providencia;
siendo de mi privativo resorte elejir un alojamiento
en el que ratificaré a todo ese vecindario lo pacifico
de mis intenciones y que mi deseo esta ligado á es
trechar los vínculos de fraternidad y concordia, pro
curando remover cualesquier obstáculos que se opon
gan á su mayor agradecimiento. Cuartel jeneral de
Anocaraire agosto 14 de 1811.— José Manuel de Go-
1 eneche”. Fn esta inteligencia, nos corre la obliga
ción de gratitud al espresado señor mariscal para que
cooperemos de nuestra parte á la ejecución de sus
justos y benéficos designios, que patentiza en dicho su
oficio con tanta enerjia y bondad y á su efecto, se
publicará este bando en los sitios acostumbrados y
con la debida solemnidad. Ciudad de Cochabamba y
agosto 15 de li811,— Pedro Miguel de Quiroga.— Fran
cisco Angel Astete, escribanoi .de S.M. y del Cabildo.
183
NOTA 7.
Sr. presidente y comandante jeneral interino don
Estevan Arze. El ejemplar ¡patriotismo de U.S. con
fesado inconcusamente desde el primer sacudimien
to de los tiranos dentro de esa ilustre ciudad, her
manada el 14 de septiembre de 1810 con el sabio go
bierno del río de la Plata, no volverá á usurparlo
otro espíritu tan bajo que ni entienda los cálculos de
su peculiar intereses ni sepa aprovechar los grandes
frutos que le había producido nuestra jenerosa re
volución. La constancia de sus sacrificios por la pa
tria, es de esperar que sea declarada por heroica en
grado eminente en vista de su oficio de dos del co
rriente que se remitió orijinal a la capital y mien
tras lleguen á manos de U.S. las gracias y destinos
de que debe considerarlo muy acreedor el supremo
Gobierno, acompaño el despacho provisorio de presi
dente en comisión de esa junta provincial y de co
mandante jeneral interino de las armas de esa pro
vincia a fin de que precedidos el juramento y posesión
de estilo, pueda funcionar libremente cuidando de re
petirme espresos con todas las noticias y ocurrencias
relativas á esas interiores provincias que deban ser
vir de gobierno. Cuartel jeneral de Jujuy á 26 de no
viembre de 1811.— Martin de Pueyrredon.
NOTA 8.
Muy señor mió y mi estimado amigo. Cuento
que el Gobierno estará tan reconocido como yó á los
distinguidos servicios que tantas veces ha practicado
U. á veneficio de la patria. Por mi parte, digo a U.
cuanto provisoriamente ha podido caber en mis fa
cultades, y debe esperar que en la primera oportuni
dad que se presente, serán ratificadas las mismas gra
cias por la superioridad.
No tengo que retirar otras prevenciones que las
que indico en mi papel dirijido á todas las autori
dades, a fin de que obrando ejecutivamente por acá
y por allá, estrechemos al enemigo, hasta reducirlo
184
tr itio *****
— 187
I
CASOS HISTORICOS Y
TRADICIONES DE LA
CIUDAD DE MIZQUE
PROLOGO
D espu és de poco tiempo hemos visitado nue
vamente la h istérica ciudad de M izque, dete
niéndonos en exam inar su s ruinas y estudiar su
glorioso pasado, con el interés que siem pre ha
despertado en nosotros esa población, emporio
de riquezas en an tigu as épocas, y condenada en
la actualidad a doloroso estacionarism o.
L a ciudad, a pesar del escaso número de h a
bitantes con que hoy cuenta, conserva todavía
ciertos caracteres especiales que la diferencian
de otras poblaciones pequeñas y m anifiestan su
grandeza prim itiva. S u s calles son rectas y an
c h a s y su plaza principal' es una de las m ás
gran des y m ejor form adas de la R epública.
E x isten ed ificios de considerables propor
ciones, con enormes puertas, y rodeados de pare
des monumentales.
Llam a la atención el aire n ostálgico de su s
habitantes, y ese sello de m elancólica expresión
que llevan en el sem blante.
S u s fie sta s y diversiones, no son fran cas y
ruidosas como en otras partes, y se distinguen
también por su carácter reservado y silencioso,
como si su s m ism as alegrías estuvieran siem pre
m ezcladas de pesar. No parece sino que el senti
miento de su perdido poderío, palpitara cons >-
tantem ente en todos los corazones.
191
De las num erosas ig le sias que había an ti
guam ente, apenas quedan d o s: la M atriz y San
Sebastián. E sta últim a ha sido reedificada, ha
ce poco, m erced a los esfuerzos persisten tes deí
vecindario.
L a M atriz es un templo de mucha solidez y
de esm erada arquitectura y contiene algunos cua
dros de im portancia y muchos túm ulos de obis
pos. L o m ás notable que existe en dicha ig lesia,
es la torre? construcción gigan tesca cuya altura
es de 25 m etros por lo menos.
L a s cam panas que cuelgan de su s fornidos
arcos son num erosas, y pocas habrá en la R ep ú
blica ig u a les a ellas. S u s m elódicas y sonoras vi
braciones se escuchan de una legua de distancia,
y se com prende fácilm ente que ellas fueron ad
quiridas en un tiempo en que la población con
taba con m ayores recursos.
E s también notable, per todo extrem o, la ca
sa parroqu ial que, según es fam a, era la antigua
m orada de lo s obispos de San ta C ru z; y esta
creencia no la consideram os an tojadiza, a ju zg ar
por las enormes proporciones de la m encionada
casa, su s anchas y forn id as puertas, hechas a lo
que parece para dar paso a gran des carruajes, y
por ese aire de obispalía que conserva hoy m is
mo a pesar de los escom bros que cubren la m ayor
parte de su recinto.
D e igu al manera atraen la atención, el Ca
bildo, llam ado a sí porque allí funcionaba la cor
poración de ese nombre en la época del colonia
je , y el H o sp ital de San ta B árbara, grandioso
monumento que m uestra evidentemente, los es
fuerzos y el espíritu editicativo que animaba a
los hombres que lo construyeron.
L o s conventos de San A gu stín , San F ra n
cisco, Santo D om ingo, San Ju a n de D io s y S a n
ta Clara, están convertidos en ruinas.
JTo se conoce a punto fijo , e l sitio en que e s
tuvo Santa T e re sa ; pero, se sabe, a ciencia cier-
192
ta, que dicho convento, existió también y fu e uno
de los m ás notables de la ciudad.
L a s ruinas m ás considerables son las de San
A gu stín , y hay m otivos para creer que este edi
ficio fue el m ás grande de todos.
Im pulsados por vivísim o deseo, hemos v isi
tado esos escom bros. Una tarde del mes de j u
lio de 1904f llegam os hasta a llí, y nos llam ó so
bremanera la atención en el templo destruido,
la solidez de las gru esas y ro jiz as paredes, que
se mantienen de pie, a pesar de que carecen de
techumbre desde hace un sig lo próxim am ente.
L o s altares de la ig le sia se conservan íntegros,
y ss d eja ver, de un modo claro, el p araje don
de estuvieron la s celdas del' convento. L a cos
tumbre de buscar tesoros en las ruinas antiguas,
ha contribuido a la destrucción de tan clásico
monumento.
Perm anecim os largo rato, de pie sobre los
escom bros , para observarlos detenidam ente. E n
esos momentos, el so l se ocultaba detrás de las
lejan as y azuladas serran ías y en las aberturas
de ios m uros cantaban los grillos. Un sentim ien
to de respeto y de profunda pena invadió nuestro
espíritu. E s o s altares abandonados y esos m uros
derruidos testigo s silen cio so s de acontecim ientos
memorables, representaban para nosotros, los es
fu erzo s y las energías de una generación que
trabajó gu iada por nobles y altos ideales. P o r
aquel sitio, convertido hoy en gu arida de alim a
ñas salvajes, pasaron hombres henchidos de vita
lidad y de entusiasm o, y levantaron con sus bra
zos vigorosos ese edificio gigan tesco, con el con
vencim iento de que servían a la hum anidad y a
su D ios.
L a supresión del convento de San A gustín,
así como la de los dem ás que ya hemos citado ,
tuvo lu gar después de la proclam ación de la in
dependencia y en virtud de la ley de 9 de no
viembre de 1826 que extinguió la m ayor parte
193
de la s com unidades relig io sas de la R epública,
destinando su s rentas para los establecim ientos
de instrucción y de beneficencia.
L a extingu ida grandeza de M izque, no sería
explicable, si no se tuvieran en cuenta su s cam
pos ubérrim os y las bellezas naturales de su p ri
vilegiado suelo.
Cuando B o lív ar llegó a M izque en 1826, se
detuvo en las fa ld as de un otero, desde donde
se domina con la vista laí ciudad, dejó vagar su in
quieta m irada de águila sobre aquellos cam pos de
esm eralda, como s i quisiera hartar su s o jo s con
tem plándolos, y poseído de intensa emoción, di
jo a los que le rodeaban; “E ste p a ís me recuer
da a C aracas
E n 1845, dos alto s fun cion arios de la R ep ú
blica, lo s señ ores Ju a n O ndarza y Ju an M ario
M ujía, visitaron también la ciudad de M izque,
cum pliendo in strucciones del gobierno y en e l
inform e que después escribieron sobre dicho pue
blo, decían literalm ente como sig u e : “ N ada se
ría m ás útil que la actual adm inistración d iri
giera una m irada favorable hacia el m ás hermo
so, el m ás fé rtil y el m ás bien situado de todos
n uestros valles” .
E n el mismo inform e, los señores Ondarza
y M ujía, m uestran la fe rtilid ad asom brosa del
territorio de M izque, haciendo resaltar, prin ci
palm ente, la variedad de su s producciones, la
abundancia de su s aguas, la inm ensa extensión
de su s tierras labrantías, donde caben todos los
cultivos, y la incom parable belleza oriental de
los p aisaje s que abundan en la comarca.
E n efecto, para encontrar algo sem ejante a
las Iianuras\ de M izque, sería necesario tran s
portarse a las rien tes m árgenes del B e tiz y d el
Genii.
Y debe tenerse en cuenta que esa belleza
sorprendente es obra exclusiva de la naturaleza.
L o s cam pos se hallan abandonadas en su' m ayor
194
parte, y apenas se ven aquí y allá, pequeños g ru
pos de ed ificio s separados lo s unos de los otros
por larg as distancias.
E n el valle que rodea la ciudad y cuya ex
tensión no pasa de tres leguas, existen echo
ríos cuyas agu as peim anentes pueden ser con
ducidas a io s m ás alto s lu g are s comarcanos.
'Nada e s m ás interesante que la contem pla
ción de los expresados río s y del p aisaje en g e
neral desde un sitio elevado. M ientras que una
parte de la com arca , heiida por los rayos deí
sol, son ríe y >brilla alegrem ente, la otra som
breada por las m ontañas y velada por las bru
mas, se adorm ece y se sum erge en dulce des
fallecim iento.
Un rumor gigan tesco y sem ejante al' que pro
ducen truenos lejan os y prolongados, se levan
ta de la llan u ra: es la voz de los torrentes que
corren sobre lechos rocallosos y azotan las g u i
ja s am ontonadas de su cauce, precipitándose de
inm ensas altu ras y form ando espum osas y mu-
gid oras cataratas. E so s torrentes, sem ejan ser
pientes de plata que se deslizan por la frondosa
planicie, trazan curvas caprichosas, se acercan
como si quisieran unirse, y se alejan después co
mo s i temieran al cheque de su s enfurecidas
corrientes. E l ruido que causan varía con el
viento que calla o que arrecia; y así como el so
nido, cam bia también el color de su s ondas que
unas veces se vuelven oscuras, y otras, blancas
romo la nieve , cuando cabrillean al soplo de las
brisas
E l fondo del valle está cubierto, en su ma
yor parte, de algarrobos y de arom os silvestres,
que embalsaman el aire con su exqu isita y pe
netrante fragan cia y atraen enjam bres de insec
tos que zumban en torno de ellos.
Inm ensas bandadas de palom as y de pin ta
dos loros, salen al amanecer de los bosques, vol-
195
tejean en las alturas y se dirigen a los lu g ares
cultivados en busca de alim entos.
Una atm ósfera lum inosa lo envuelve todo,
y en medio del polvo diam antino que se des
prende de ¡a tierra a la salida del sol, baten su s
alas las libélulas sedien tas de libertad y de luz.
Durante el día, gru po s de trabajadores se
distribuyen en los cam pos para verificar su s fa e
nas ordinarias y labrar sus pegu jales. L o s unos
vestidos de pieles, y con el lazo al hombro, se
encaminan a las vaquerizas situ ad as en lo más
apartado de las selvas y pasan de allí a las la
deras y a las cumbres m ás alejadas, para condu
cir el ganado bravio que se resiste a penetrar
al vallado. L o s otros, form ando también gavillas.,
más o menos num erosas, mullen la tierra de los
sembrados y descuajan lo s árboles, en tanto que
la yuntería d esfila con dirección a las pam pas,
donde el noble buey, sím bolo vivo de la re sig
nación y de la obediencia, rotura la tierra ag u i
jado por la mano vigorosa del yuguero.
P o r las tardes, num erosas m anadas de ca
bras, conducidas por el perro in teligente y la
bulliciosa zagala, descienden de las cim as, atra
viesan saltando lo s riscos y se encaminan a la
m ajada, donde el rabadán espera lo s rebaños. E n
tretanto, el humo que se levanta de las cabañas,
sube derecho al cielo, resuena el tam boril de
los pastores que aun no han llegado, ladran im
pacientes los perros esperando a los que vienen,
y m ientras que las cabras y los corderos pe
netran en confusión al redil, pastoras y zagales
rodean la lumbre y cuentan satisfech o s lo s su
cesos del día que ha pasado.
L a s montañas y serran ías que rodean el va
lle producen im presiones diferentes. A media
legua de distancia a l norte de la ciudad, comien
zan a levantarse lom adas llanas cubiertas de p as
to permanente y crecen y ascienden, de una ma
nera gradual, hasta confundirse con las cumbres
196
del Curubamba y del Cerro N egro, que se en
cuentran casi a la altura de las nieves perpetuas.
E ste último sitio es un m agnífico punto de
observación, y no conocemos un paraje desde
donde pudiera abarcarse con la vista horizontes
m ás vastos y dilatados.
A l norte y al levante brillan las excelsas
cum bres de los Andes. P o r el sur, se presenta
a la m irada contem plativa del observador, una
sucesión interm inable de montañas, y de las
cuales, las m ás próxim as, son fron dosas y de con
tornos m arcados. D espu és de éstas se alzan ca
denas azuladas cuya altura decrece a medida que
¿fe alejan. E n seguida, otra de contornos m ás
oscuros y después, otras y otras que se desvane
cen y se extinguen por la distancia, hasta que
las ú ltim as, perdidas entre las brum as del es
pacio, se confunden con el azul del cielo.
Cuando las nubes bajan en lo s días tranqui
los del estío hasta tocar las cim as de esas dila
tadas serranías, se forman herm osos cielos a los
pies del observador, y en todo sem ejantes al
que se extiende arriba. O tras veces aquellas le
jan ías, por su color azulado, por su extensión
y por su extraña uniform idad, sem ejan el mar,
y los picachos que se levantan por encima de
las nubes, parecen islas que surgen del fondo de
las ondas, o naves gigan tescas que se proyectan
en medio de las aguas.
L a grandeza y la paz inalterable del lu gar
desde donde se contem pla tan sublim e espectácu
lo, se trasm iten al espíritu, con fuerza irre sis
tible. L a s m iserias y pequeñeces de n uestras ba
ja s poblaciones apenas se sienten como recuer
dos de una existencia pasada. Un deseo de vo
lar, de ascender m ás, de huir de la tierra, de
beber a raudales la luz que baja del so l y de con
fu n dirse con ese in fin ito lum inoso que se ex
tiende sobre n uestras cabezas, se apodera del al
ma y la sacude con violencia.
197
H acia el oriente, el p aisaje cambia por com
pleto. E l suelo cubierto de exuberante vegeta
ción, se m uestra accidentado y escabroso. Cim as
afilad as donde las nubes duermen constantem en
te, barrancos an go stos que el observador se ha
ce la ilusión de fran quearlos de un salto, quie
bras profundas donde bosteza el leopardo espe
rando la ncche, picachos que se yerguen y dibu
jan en el horizonte form ando líneas obscuras y
extrañ os perfiles, torrentes oprim idos por cau
ces rocallosos que saltan y se precipitan en to
das direcciones, g rito s de p ájaro s y de fieras,
rum ores de las selvas y estrem ecim ientos m is
teriosos, se ven y se escuchan por doquiera.
P ara decirlo de una vez. las serran ías que
circundan el valle se diferencian de éste por la
tupida vegetación que la s cubre y la severa be
lleza que las distingue. M ientras que en la lla
nura, con la in fluen cia de un so l reverberante y
sólo comparable con el so l de A ndalucía, se pro
ducen alegres rum ores y el suelo cambia de to
nos y de m atices bajo la mano de labrador que,
no sm razón, ¿<s ha llamado el pin tor de la tie
r ra ; allá en el fondo de las quebradas, donde
los árboles se apiñan y se entrelazan fuertem en
te, un ambiente de quietud y de m isterio lo abra
za todo, y el silencio que reina, es apenas in te
rrum pido por el bufido del buey y el canto so
lemne y triste de la cigarra.
E n esas altas serranías, discurren, sin temo
res, el ciervo, la taruga y el venado, y tienen ase
gurado su im perio el oso indóm ito, el jab alí de
gran des colm illos y el leopardo de aceradas g a
rras.
E n un rincón de la comarca que hem os des
crito, rodeada de ríos turbulentos y al pie de
enhiestas montañas, se ve una casita blanca , som
breada por añosos árboles y perdida en la d ila
tada espesura.
L a yedra ha escalado su s muros, y las ra
mas de los hi gü eros gigan tescos se alzan sobre
su techumbre cubriéndola casi por completo.
198
A llí brilla el so l con fu lgo res desconocidos,
y los p á'aro s modulan m ás fu erte su s m elodías
y apasionadas canciones.
E n aquel sitio, consagrado por la felicidad
y el dolor, paraíso y sepulcro al mismo tiempo,
el que esto escribe, tiene la tumba de su s padres.
E sa s existen cias que apagó la im placable
m uerte, en día ya lejano, palpitan, hoy mismo,
en todos los ám bitos de la morada que san tifi-
carón con el trabajo honrado y el esfuerzo por
e l bien.
N ada existe allí que no esté henchido de su s
recuerdos.
Donde quiera que se d irig e la vista, se no
tan su s sag rad as huellas.
E n las noches tristes cuando las som bras se
apiñan y los g rillo s cantan,, se escucha todavía,
entre los árboles del extenso huerto, el rumor
de su s pasos y su' voz m ezclada con lo s gem idos
del viento.
N o e s mucho, por tanto, que consagrem os a
la rememoración de los sucesos glorio sos de ese
suelo venerado, estas p ágin as in spiradas por el
m ás sincero patriotism o.
P ara realizar tales propósitos, hemos em
pleado algo m ás del tiempo destinado al ocio,
allegando docum entos perdidos entre olvidados
y polvorientos in folios, y recogiendo datos, casi
siem pre aislado s del seno de nuestros confusos
y abandonados archivos.
L o s que tienen conocimiento de la falta ab
solu ta de elem entos y de las d ificu ltad es con
que tan a menudo tropieza la investigación h is
tórica en el país, comprenderán fácilm ente el
esfuerzo que se em plea en llevar a término y re
mate, un trabajo como el que hoy ofrecem os al
público. Bien es verdad, que el sacrificio que
199
imponen estas labores, encuentra am plia y envi
diable com pensación , en el purísim o deleite que
se experim enta, cuando se consigue m ostrar al
go de nuevo y de sobresaliente, en la actuación
de n uestros m ayores, y la cual nos parece in fe
cunda, sólo porque no la conocemos bien. E s a
satisfacción es únicamente com parable, con el
placer que debió de sen tir, aquel personaje, que
al rem over las cenizas volcánicas del Vesubio,
vio su rgir ante su s m aravillados ojos, los tem
plos, los palacios, lo s teatros, las doradas colum
natas y los pórticos sagrados de la desventura
da Pom peya.
200
CAPITULO I
CAPITULO III
F undación de la Villa de S alinas de Río Pisuer-
ga hoy ciudad de M izque.— Progreso rápido de
la nueva villa.— C onstrucción de los prim eros
edificios.— C reación del C abildo, C orregim iento
y dem as tribunales y ju sticias de M izque.
E n el referido valle de M izque y en un de
licioso paraje circunvalado de ríos, los españo
les fundaron posteriorm ente, la villa de Salinas
de Río Pisuerga, a los 179 48’ y 45” de latitud
y a los 679, 42’ y 14” de longitud occidental del
m eridiano de París.
209
El acto anterior, fue debido a un m ovim ien
to espontáneo de los prim eros habitantes espa
ñoles del valle de M izque, quienes procedie
ron así, teniendo en cuenta la num erosa pobla
ción que ya se hallaba establecida en el país; pe
ro, la fundación oficial de la villa, la verificó
recién en 1603 el fiscal de la Real A udiencia
de la P lata Francisco de A lfaro, por com isión
que recibió de don Luis de Velasco, m arqués de
Salinas y noveno virrey del Perú.
Establecióse la susodicha villa, en m em oria
del pueblo español del mismo nombre.
E xiste en España, en el centro de la dióce
sis de Palencia, una herm osa población llamada
villa de Salinas que está situada próxim am ente
a 13 kilóm etros de Cervera. Para diferenciarla
de otros dos pueblos que llevan idéntico nom
bre y que se encuentran el uno en la provincia
de A licante, y el otro en la de Guipúzcoa, dióce
sis de Calahorra, se la llama generalm ente Sali
nas de Río Pisuerga, por estar ubicada a poca
distancia de este poderoso afluente del Duero.
Como se sabe, el P isuerga es un río que tie
ne sus cabeceras en Cervera, pasa por las pro
vincias de Palencia y Burgos, atraviesa el te
rritorio de V alladolid con el nom bre de Ca-
rrión. y desemboca por la m argen derecha y a
los 22 m iriám etros de su origen, en el Duero,
río navegable que nace en la sierra de U rbión en
España y entra en el A tlántico m uy cerca de
O porto en Portugal.
La villa de Salinas de Río Pisuerga, tiene
extensas viñas, produce granos y lino abundan
tes. y se presta como pocos lugares de la P enín
sula, para la crianza del ganado en todas sus
variedades. Num erosas m anadas de vacas, ove
jas y cabras pastan en sus campos y sus m ora
dores son ganaderos en su m ayor parte.
Una vegetación lozana y exuberante cubre
en su totalidad el valle, notable, desde remo-
210
tos tiem pos, por sus fascinadoras perspectivas y
su excepcional herm osura.
De otro lado, el Pisuerga es uno de los ríos
más interesantes de España, por sus mansas y
cristalinas ondas y por el abundante y sabroso
pescado que en él se cría.
E ran de la citada villa los fundadores del
nuevo pueblo am ericano, y quisieron trasm itir
a éste, obedeciendo a un deseo m uy explicable,
el nom bre querido de su tierra natal. Por otra
parte encontraron adm irable sem ejanza entre las
fértiles comarcas de Palencia, bañadas por las
abundosas y trasparentes aguas del Pisuerga y
el C arrión y el pintoresco valle de M izque, re
gado tam bién por caudalosos ríos, y creyeron que
nada podía ser m ejor que aplicar a la nueva po
blación el nom bre de la ciudad española.
Esa misma sem ejanza, hallaron entre el P i
suerga y el torrente principal que riega el va
lle de M izque, y le aplicaron tam bién a este úl
tim o el nom bre del río español.
La villa de Salinas de Río Pisuerga, con
servó la denom inación que le dieran sus fun
dadores, hasta el año 1603 en que se le aplicó
el nom bre prim itivo del valle, concediéndose
le, al mismo tiem po, el títu lo harto honorífico
de ciudad, atendiendo a su naciente opulencia
y a los servicios que ya había prestado al rey
en variadas y señaladas coyunturas.
La fundación oficial del M izque fue pos
terior a la de Cochabamba, que, como bien se
sabe, tuvo lugar el l9 de enero de 1574.
La creencia general de que M izque, es ciu
dad más antigua que Cochabamba, obedece, in
dudablem ente, a que la prim era, por la asom
brosa feracidad de sus campos, alcanzó un pro
greso inm ediato, entre tanto que la segunda, por
m otivos que no es del caso exponer, se m antuvo
estacionaria por largo tiem po; siendo de notar
211
que, recién en los comienzos del siglo pasado,
principió el acrecentam iento de su población y
de sus riquezas.
A sentada la nueva villa sobre bases que ga
rantizaban am pliam ente su ulterior engrandeci
m iento, poco tardó en alcanzar un progreso efec
tivo y de la m ayor consideración.
Dan idea exacta de la prosperidad de M iz
que, en la época indicada, los datos que vamos a
consignar en seguida.
. E l rey Felipe IV , atendiendo al rápido de
sarrollo de la villa de Salinas, expidió provisión,
a fin de que a los conventos y propietarios que
en ella existían, se les proporcionase la gente
necesaria para que aquellos pudieran atender a
las grandes construcciones de edificios que por
entonces se verificaban. E l docum ento a que nos
referim os, dice a s í:
“Don Felipe, por la gracia de Dios, rey de
Castilla, de León, de A ragón, de las dos Sici-
lias, de Jerusalén, de P ortugal, de N avarra, de
Granada, de Toledo, de V alencia, de Galicia, de
M állorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova,
de Córcega, de M urcia, de Jaén, de A lgeciras,
de G ibraltar, de las Islas de Canaria, de las In
dias O rientales y O ccidentales, de las islas y
T ierra Firm e del M ar O céano; A rchiduque de
A ustria, Duque de Borgoña, Bravante, y M ilán,
Conde de A usburgo, Flandes, T irol y B arcelo
na, Señor de V iscaya y de M olina, etc. A vos
nuestro corregidor de la villa de Salinas de Río
Pisuerga en el valle de M izque y a nuestro T e
niente General, Cabildo, Ju sticia y Regim iento
de dicha villa, a cada uno de vosotros salud y
gracia. Os hacemos saber que debeis de escu
char y atender que ante nuestra A udiencia y
C ancillería Real, que reside en la ciudad de la
F lata del Perú, y ante nuestro presidente y oi
dores de ella, se presentó por el superior del
convento de la recolección de San A gustín y
212
por los vecinos de la villa de M izque, una su
plicación del tenor siguiente”.
De los docum entos que a continuación del
párrafo que hemos citado aparecen, se despren
de, que la A udiencia de la Plata, com puesta en
aquella sazón, de los licenciados Juan de Car
vajal, Diego N úñez de C uéllar y A ntonio de
Obando, h’zo cum plir el m andato del rey en
viando a M izque a uno de sus miem bros, el vi
sitador Don M artín de A rrióla, quien en sep
tiem bre de 1632, entregó a los conventos y pro
pietarios de la villa, el núm ero suficiente de in
dios m itayos y yanaconas para que ayudasen
en el trabajo de las ya referidas construcciones,
y distribuyó sities y solares entre las num ero
sas personas que se ocupaban de fabricar ca
sas.
La misma A udiencia de la Plata, atendien
do siem pre al rápido acrecentam iento de la vi
lla, y a los grandes edificios que en ella se eri
gían, hizo otra especial concesión a algunos
m iem bros de la nobleza m izqueña, para que ocu
pasen a los num erosos indios que había en aque
llos contornos.
A veriguado tenem os, con tal m otivo, que
los propietarios y constructores de los princi
pales edificios de M izque, por entonces, eran el
corregidor Gerónim o de M olina, el teniente de
la villa Don A ntonio Calderón, el capitán Ga
briel de Encinas, el tesorero don A lvaro de M en
doza, el procurador general Dionicio de Vega, el
m ayor Gabriel Paniagua, el tesorero de la cru
zada Don Fernando Romo de A güero, el m a
yordom o de la villa M iguel García M orató y los
regidores N icolás Fernández Ruiz y Julio Fe-
rrufino.
Fundada la villa de la m anera que hemos in
dicado, y llevados a térm ino y rem ate sus prim e
ras y principales construcciones, procedióse de
preferencia al nom bram iento de los funcio-
213
narios encargados del gobierno del pueblo y de
la adm inistración de justicia.
Establecióse, en prim er lugar, el Cabildo,
corporación com puesta de alcaldes y regidores,
y cuyas funciones eran sem ejantes a las que hoy
desem peñan nuestros consejos y juntas m unici
pales.
E ntre los regidores, cuyo núm ero variaba con
la im portancia de las poblaciones, unos eran ra
sos, como entonces se les llamaba, porque care
cían del título por el cual a algunos regidores
se les consideraba superiores a los demás, y
otros preem inentes, como el alcalde provincial,
el alguacil m ayor, el contador de entre partes,
los alcaldes de la santa herm andad, el alféree-
real, el fiel ejecutor de las disposiciones de la
corona, el depositario general y receptor de pe
nas de cámara, el síndico procurador, el tesore
ro de la cruzada, el protector de naturales, el
escribano de residencia, etc. E l corregidor in
tervenía tam bién frecuentem ente, en las funcio
nes del Cabildo.
E l Cabildo ocupábase, principalm ente, de los
asuntos que tenían relación con la policía, y de
todos los negocios adm inistrativos dentro del
territo rio de su jurisdicción.
E l corregim iento era, por sus preem inen
cias y la extensión de sus funciones, el cargo
de m ayor calidad en los distritos, o pro.incias,
donde se hallaba establecido. Creóse el empleo
de corregidor, algo a modo de esos encum brados
dignatarios de la Corona, que, en España, se
llamaban Justicia M ayor de Castilla, de A ra
gón, etc., y cuyas facultades consistían en re
prim ir los delitos, en representación de la su
prema autoridad del rey.
E l corregidor, en virtud de la jurisdicción
real de que estaba investido, conocía de los de
litos y faltas de cualquier clase que fueran, y
214
rus m ixtas atribuciones abrazaban causas de di
versa índole, siendo las principales de carácter
político y gubernativo.
E l aludido funcionario recibía directam en
te del rey, sus despachos, lo que m anifiesta, de
un modo evidente, su alta jerarquía e im portan
cia.
El cargo de corregidor, envilecido hoy has
ta lo sumo, era de tanta vaha en las prim eras
épocas del coloniaje, que Cervantes, el glorio
so autor del “Q uijote”, solicitó del rey, allá por
los años de 1594, el corregim iento de La Paz en
el A lto Perú, con preferencia a otros empleos
vacantes que por entonces había en Am érica.
E n m uchas de las ciudades am ericanas, de
pendientes de España, el corregidor tenía tam
bién el título de general, sin duda por las incum
bencias m ilitares que le correspondían a las ve
ces.
El empleo de que nos ocupamos, duró en
M izque basta 1782. E n dicha época, y en virtud
de la real cédula de 28 de enero del referido
año, fueron creadas las intendencias del v irrei
nato de Buenos A ires, y se constituyó la an ti
gua provincia de M izque en sim ple partido su
bordinado a Cochabamba; siendo de advertir, que
el funcionario que reem plazó al corregidor con
atribuciones m enos extensas que las que éste te
nía en otros tiem pos, llamóse desde entonces,
subdelegado.
La adm inistración de justicia en M izque se
encom endó, como en otras partes, a los alcal
des, quienes, como insignia de su jurisdicción y
poder, usaban una vara em blem ática en cuya
parte superior estaba m arcada una cruz, no sien
do pocos por cierto, los que entre ellos gasta
ban toga y golilla.
Había alcaldes ordinarios o provinciales quz
hacían parte del Cabildo o A yuntam iento y cu-
215
C'
CAPITULO IV
F undación de iglesias y conventos.— Origen re
m ota del tem plo de San Agustín.— El padre José
H u rtad a.— A parición y m ilagros del Cristo de
B urgos, según la tradición.— C arácter especial
del culto que s:e trib u ta a esta im agen.
E l prim er convento que se creó en Mizque,
fus el de San A gustín, y parece que su erector
hubo de ser el mismo siervo de Dios Fray Juan
del Canto, que según refiere el padre Calan-
cha en su conocida “C rónica”, fundó también
el convento de San A gustín de Cochabamba.
La com unidad agustina de M izque tuvo en
distintas épocas exim ios y esclarecidos religio
sos, como F ray C ristóbal de San José, Juan de
Santa M aría, Francisco de Paula, Juan Saldí-
var, Gerónim o de M ontoya, Juan Rivera, Juan
ie E sparsa y M elchor de Salazar.
A la orden de que nos estam os ocupando,
perteneció, asimismo, el padre José H urtado,
nodelo de excelsas virtudes, y que m urió en
ilor de santidad allá por los años de 1674
El autor de los “A nales de P otosí”, don Bar-
olcmé M artínez y Vela, dice, sin expresar el
i ombre del religioso a quien se refiere: “En 1668,
íe convirtió un gran pecador a quien redujo un
leligioso siervo de Dios de nuestro padre San
iigustín, que hacía trein ta años que no confesa-
la, el cual contrito restituyó lo mal pagado y se
tuedó hecho religioso de nuestro padre San
j.gustín, y de allí se fué a la Recolección de
Hizque”.
217
Sabemos, m ediante la tradición, que ese pe
cador convertido era el padre José H urtado, que
llegó a ser dechado de virtudes, como ya se ha
dicho.
El padre H urtado no era uno de esos san
tones som bríos, separados de la hum anidad por
abismos infranqueables y entregados exclusiva
m ente a las m editaciones de la vida contem pla
tiva, sino el obrero infatigable del bien.
Todos los días perm anecía largo tiem po en
el H ospital de Santa B árbara curando a los en
ferm os y procurándoles consuelo y bienestar, con
sus dádivas y su palabra edificante y conmove
dora.
Como Cristo, el divino m aestro, gustaba de
la com pañía de los niños, y cuando salía a la ca
lle caminaba siem pre rodeado por ellos.
El padre H urtado tuvo m uerte extraña. En
m om entos en que celebraba la m isa en la igle
sia de su convento, le sobrevino un síncope que
le obligó a interrum pir sus sagradas funciones.
Conducido a un sillón que junto al altar estaba,
se adorm eció sin pena y entregó el alma a Dios
tranquilo y sonriente. De él, se podría expre
sar lo que V íctor H ugo decía de uno de sus más
célebres personajes: “Cerró los oíos v m iró e
cielo”.
A la noticia de su m uerte, cubriéronse d<
luto todos los habitantes de la ciudad e hicieroi
penitencias públicas en señal de dolor.
Fue en el convento de San A gustín, qu
según arraigada y general creencia, m ostrósí
por prim era vez aquel afamado C risto de Bur
gos, tan tem ido y venerado por su origen mis
terioso y por los portentosos m ilagros que sí
le atribuyen.
Cuéntase que una noche apareció la referi
da im agen a las puertas de la iglesia de Sai
218
A gustín, cuidadosam ente colocada en un lujo
so cajón de m adera de caoba, y sin que nadie
se apercibiera de la m anera como había llegado
hasta allí.
Llam a la atención que a otras im ágenes que
existen en varias ciudades antiguas de Am érica,
;omo la V irgen del santuario de L uján, se les
|s'g n a idéntico origen.
V iene a cuento rem em orar, con tal m otiva,
ue el m uy autorizado cronista M artínez y Ve-
3, asegura que el renom brado Cristo de la Ve-
a Cruz de Potosí, se presentó en la misma for-
ía en el tem plo de San Francisco de dicha ciu-
ad.
“E ste año, dice el citado cronista, estando
i colocado el Santísim o Sacram ento en la igle-
a de San Francisco, una m añana, amaneció en
s puertas de la iglesia, aquel asombro de la
¿cultura, aquel portento de m aravillas, aquel
aombro de m ilagros y aquel verdadero padre
c m isericordias, de quien experim enta Potosí
sigulares y cotidianos favores, aquel, digo, y
j:ra decirlo todo de una vez, el Santo C risto de
1 V era Cruz y verdadera riqueza de Potosí
S; que se sepa de dónde vino, ni quien lo tra-
j hallóse dentro de una caja en form a de Cruz,
s saberse, como dije, de dónde vino ni quien
f:se su artífice, aunque no parece hecho por
ñiños de hombre, porque en todo es un m ilagro:
akque nos digan algunos autores que han es-
cto de Potosí, que fue hallado en uno de los
p:rtos de las Indias, que al parecer aportaba
d alguna derrota con un rótulo encima de la
c^ que decía: “Para San Francisco de P otosí”.
La aparición del Señor de B urgos de M izque
fi precedida de sucesos extraños y nunca ima-
gados, que m antuvieran en el vecindario, por
h;o tiem po, la intensa sobreexcitación que pro-
e siem pre lo m aravilloso.
219
Cuéntase, que hallándose de viaje, no lejos
de la ciudad, una anciana desvalida y virtuosa,
sintió que le abandonaban las fuerzas en la mi-
n -5e rePecho; y cay ó al suelo toda desfa-
lecida de cansancio. A poco levantó la cabeza
y v o con estupor junto a ella un hom bre de
cabellera rubia y de rostro dulce y bondadoso,!
q u e le prodigo consuelos y la condujo hasta la
cima, de donde prosiguió su m archa más v igo
rosa que antes y adm irada de haber salido del
caso con tan buena suerte.
En otra ocasión, estando en el hospital de
..anta Barbara, un enferm o que se sentía a pun
to de m orir, se le apareció un personaje m iste
rioso y quien hubo de anunciarle que al día si
guiente estaría sano, lo que en efecto sucedió
R efieren las crónicas, que algún tiem po des
pués, habiendo ido la anciana y el enferm o a
tem plo de San A gustín, notaron durante la mi
sa, que el hom bre m isterioso a quien debían si
existencia, era el mismo que estaba clavado ei
la cruz. Ambos se levantaron de sus asiento
poseí.dcs de intensa emoción, y prorrum piendi
en gritos y sollozos, abrazaron los pies de lá
imagen, bañándolos con sus lágrim as.
Om itim os contar otros casos igualm ente iri
teresantes, porque referir m enudam ente las nu
m erosas tradiciones que se relacionan con el afa
mado C risto de Burgos, sería nunca acabar.
E l Cristo a que aludimos, perm aneció lar
gos anos en San A gustín, hasta que últim am en
te fue trasladado a la iglesia M atriz, donde en
la actualidad se encuentra.
No se conoce, a ciencia cierta, al autor de
a m agnífica escultura de que nos estam os ocu
pando; pero, es a todas luces evidente que di
cha obra, de origen español, es im itación per
fecta del famoso C risto que hoy mismo existe
en la Catedral gótica de Burgos y que, como se
220
sabe, es una de las m aravillas artísticas de la
m adre patria.
A ludiendo a esta últim a im agen que convie
ne dar a conocer, un escritor eximio y consu
mado colorista, Edm undo de Am icis, se expre
sa a s í: “E l famoso C risto de la Catedral de B ur
gos, que vierte sangre todos los viernes, mere-
se especial m ención”.
“El sacristán os hace entrar en una capilla
m isteriosa, cierra las ventanas, enciende dos ci
rios del altar, tira de un cordón, se descorre
una cortina y aparece el Cristo. E l que a su vis
ta no eche a correr, es un valiente: un cadáver
real y verdadero, pendiente de la cruz, no cau
saría más horror. No es una escultura de m a
dera pintada, como los demás C ristos: tiene ca
bellos, cejas, pestañas, barba, de verdadero pelo.
Las llagas son verdaderas llagas, y el color de
la piel, la contracción del rostro, la actitud, la
m irada, todo es horriblem ente real. D iríase que
al tocarlo se ha de sentir el estrem ecim iento de
los m iem bros y el calor de la sangre; parece que
sus labios se m ueven para exhalar un lam ento.
No se puede perm anecer allí m ucho rato, y a pe
sar nuestro se vuelve la cara y se dice al sacris
tán “ ¡Lo he visto ya!”
O tro insigne escritor y artista inim itable,
T eófilo G autier, dice hablando de la nvsm a im a
gen: “E l célebre y venerado C risto de Burgos,
que no puede verse hasta después de encendi
dos los cirios, no es de piedra ni de m adera pin
tada; está forrado (según se asegura) de piel
humana, con m ucho arte y cuidado. La cabelle
ra es real, los ojos tienen pestañas y la corona
es de espinas verdaderas. Nada más lúgubre ni
más intranquilizador que el alto fantasm a cru
cificado: la piel de tono añejo y obscuro, está
surcada por largos hilillos de sangre tan bien
im itados, que parecen correr realm ente. Y no
se necesita gran esfuerzo im aginativo para dar
crédito a la leyenda, según la cual el C risto san
221
gra todos los viernes. Lleva unas enaguillas blan
cas bordadas de oro, que le cubren desde la cin
tura a las rodillas. E n la parte inferior de la
cruz se ven engastados tres huevos de avestruz,
cuyo sentido simbólico no com prendo como no
aludan a la Santísim a T rinid ad”.
E l Cristo de B urgos de la M atriz de M iz
que, como se ha expresado ya, es un trasunto
perfecto de la imagen cuya descripción acaba de
leerse. En cuanto al m érito de dicha copia, nos
bastará m anifestar que, en presencia de ella, pa
lidecerían las m ejores esculturas que se guar
dan en nuestras más renom bradas catedrales.
La efigie es de tam año natural y representa
a Cristo, poco después de la agonía, pendiente
de la cruz.
Bajo la corona de espinas, adm irable por su
naturalidad y perfección, m uéstrase la cabelle
ra ensangrentada y cuyas extrem idades caen so
bre las espaldas y en parte sobre el costado de
recho de la imagen. E l rostro surcado por la san
gre, lleva la expresión peculiar del hom bre aue
acaba de m orir y en él están im presos los dolo
res que preceden de inm ediato, al fallecim iento
producido por larguísim o m artirio.
Los labios am oratados y entreabiertos, se
m ejan los de un cadáver real y verdadero, y la
m irada entristecida por la m uerte y perdida en
lejanías m isteriosas, está fija en un punto del
espacio, como si algo quisiera escrutar en abis
mos desconocidos y tenebrosos. Esa m irada es
tan intensa, que no se la puede observar por
m ucho tiem po, sin experim entar profundo terror.
De la ancha herida que existe en el costado
derecho, salta la sangre de una m anera tan viva
y perfecta, que se siente la necesidad de alejar
se para evitar que nos salpique al rostro.
'La cabeza inclinada sobre el pecho, la cara
enflaquecida y cubierta de sombras, la nariz afi-
222
Jada y pálida como un cirio, las m anchas de
sangre, la rigidez de los miembros, las arrugas
del cuerpo, los clavos que sujetan brazos y pies,
todo responde en la sagrada im agen, a las altas
y potentes inscripciones de cu autor.
E l C risto de Burgos de M izque, es una fi
gura puram ente humana, desnuda de caracteres
divinos y som etida a la ley natural de la des
trucción y del aniquilam iento. Sobre su cabe
za, no brilla la fulgente aureola de los seres di
vinos, y está m uy lejos de sus labios la son
risa celestial con que suele exhibirse la efigie
del Salvador en la cruz. Sim plem ente, es la re
presentación de un m ártir enflaquecido por el
dolor físico, torturado por el padecim iento mo
ral y abandonado, como él mismo se creía, por la
hum anidad y por Dios, y es en esto, que, a r.ues-
tro juicio, consiste su principal m érito.
Esos santos de rostro sonrosado y henchi
dos de salud, que se m uestran sonrientes sobre
la hoguera destinada a devorarlos o en medio de
las fieras del circo romano, son, sin duda alguna,
herm osa idealizaciones del heroísm o, que sirven
para dar a conocer hasta dónde puede llegar la
energía del alma en espíritus convencidos; pe
ro, ellos, no responden a la realidad. Los repre
sentan sus autores como si estuvieran en el cie
lo, gozando ya de las inefables fruiciones de la
gloria e te rn a ; pero no en la form a que tenían
cuando actuaban aquí en la tierra.
Rivera, el genio soberano que fundó en E s
paña una escuela no aceptada, pero adm irada por
tados y a quien ha dado en llam arse el pintor
de los harapos, del estrago y de la sangre, es el
que, a nuestro juicio, se acerca más a la verdad
al fijar en sus lienzos adm irables, el rudo y des
consolador realism o de sus cuadros asombrosos.
Los m ártires del cristianism o, esos hom bres
perseguidos sin tregua por la implacable d ra
m a de los poderosos y de los fuertes, to rtu ra
224
dos de mil modos, obligados a vivir en el seno
de las catacum bas y en el corazón de las m onta
ñas, desnudos, ham brientos y devorados por la
sed; eses hom bres consum idos por la fatiga y
por el insom nio, hostigados y escarnecidos sin
descanso por la honda saña de los verdugos, y
asociados perm anentem ente al dolor, debieron
ser así como nos los presenta el gran m aestro es
pañol, ojerosos y tristes, con el sufrim iento pin
tado en el sem blante, cubiertos de harapos y de
heridas, figuras lívidas y descarnadas, esquele
tos con vida, restos hum anos poseídos ya por la
m uerte.
La naturaleza tiene leyes inexorables, y ba
jo su im perio están todos los hom bres, cuales
quiera que sean sus condiciones físicas y m ora
les. La energía del espíritu sostiene, es verdad,
rero, el dolor, por fin enflaquece y mata.
El C risto de Burgos posee el m érito de que
representa, como se ha expresado ya, el hum a
no sacrificio del Calvario, sin el aparato m ila
groso de que se rodea la figura del R edentor
en la cruz. E n él se ha conseguido la perfección
sin pedir nada a lo sobrenatural.
P or lo anteriorm ente expuesto, se explica
el culto conm ovedor y profundam ente sincero
que el pueblo rinde al C risto a que nos referi
mos.
Sus devotos abundan no sólo en la ciudad,
sino tam bién en todos los lugares donde ha lle
gado la fama de sus perfecciones y de sus m ila
gros.
E n la época en que anualm ente se celebra
su fiesta, peregrinos procedentes de países le
janos, contribuyen a solem nizar con presentes
V donativos que redundan en beneficio del tem
plo. Ese culto, llama sobre todo la atención, por
lo difundido que se encuentra en tedas las clases
sociales.
225
Manos piadosas alim entan los cirios y bu
jías que en su altar arden siem pre.
Los dorados y sabrosos frutos del otoño, y
las frescas y tiernas florecillas de la prim avera,
se depositan a sus pies.
E l anciano vacilante y tem bloroso que sien
te acercarse sus últim os instantes, acude ante él
y le hace sus postreras confidencias, y el niño
que comienza a balbucear las prim eras palabras,
se le aproxim a tam bién, para consagrarle sus pu
rísim os pensam ientos.
Es el Dios de los atribulados y de los que
sufren, y es por ello que le buscan los que llo
ran, los desesperados, los inconsolables que, en
el horrible naufragio de la vida, creen encon
trar la salvación lejos de la tierra.
E s en las horas de conflicto que, sobre to
do, resurge poderosa aquella imagen adorada,
ante las conciencias atribuladas.
Se la invoca cuando el relám pago fulgura en
las noches tenebrosas y retum ba el trueno en el
espacio; cuando el granizo destruye los sem bra
dos y cuando el huracán azota los campos y ba
te sus alas gigantescas sobre valles y m ontañas.
En los casos de peste y de sequía, el pueblo
tiene un recurso conocido para conjurar los pe
ligros. Acude presuroso y delirante a la imagen,
la saca a la plaza y a las calles, recorre ju n ta
m ente con ella los barrios m ás apartados de la
ciudad, los senderos cubiertos de sauces y de
algarrobos, las orillas de sus ríos, los ribazos
próxim os a la población, y cuando allá, en lo
más alto de la cruz, el C risto venerado m uestra
al sol su rostro m acilento y lloroso, y flota su
augusta caballera al soplo de las brisas, hay gen
tes convencidas que creen que pronto huirá, pa
ra no volver, la fiebre que esquilm a y mata y
que luego, m uy luego, aparecerá del otro lado
de los m ontes, la blanca nubecilla que crecien
226
do, creciendo siem pre, a im pulsos del viento, cu
brirá el horizonte y enviará a la tierra sus aguas
apetecidas y fecundantes.
CAPITULO V
F undación de les conventos de San Francisco,
S an to Dom ingo, S an ta T eresa, S an ta C lara y de
las iglesias de S an Sebastián y la M atriz. E rec
ción de la sede episcopal de S an ta Cruz de la
Sierra, y de que modo uno de los obispos de d i
cha ciudad fue expulsado de Mizque.
Fundóse el convento de San Francisco el 30
de agosto de 1581, bajo la advocación de N ues
tra Señora de los Angeles, y en virtud de real
cédula refrendada por el V irrey del Perú, Don
M artín M anriquez en 3 de febrero de 1580, y
de la respectiva licencia concedida por el oidor
decano de la Real A udiencia de la P lata v con
sejero de su M ajestad Don M anuel Barrios.
Se considera generalm ente como a fundador
de San Francisco a Juan de H errera y Salvatie
rra, religioso ilustrado y de m ucha cuenta, que
colocó a su convento en condiciones satisfacto
rias de prosperidad.
Im itaron la actuación del fundador, con
m arcado éxito, en tiem pos posteriores, F rav Ge
rónim o Z urita de Lara, Juan Días y José M aría
A lm orina y M aestre, a quienes se ha considera
do siem pre como a m iem bros principales de di
cha com unidad.
Cupo a varios religiosos de San Francisco,
la obra m eritoria de fundar el pueblo de Aiqui-
le, el año 1661.
Santo Dom ingo, fue erigido por F ray C ris
tóbal de T orrejón en 1608, bajo el am paro de Don
Juan de Paredes, Vecino acaudalado de M izque,
227
que proporcionó los elem entos necesarios para
ese objeto.
La orden de predicciones de Santo D om in
go y que tam bién dio en llam arse de San H er
m enegildo, porque los que la form aban eran de
votos de este santo, tuvo en su seno hom bres
de m aduro ingenio, oradores de gran m érito y
calidad, y más que todo, obreros dedicados por
el acrecentam iento m aterial del convento, que, se
gún es fama, llegó a ser el más rico de Mizque.
Podríam os citar entre los principales, a F ray
Gerónim o de N ájera, Pedro Liaño, Tom ás de la
T orre, A ndrés M iranda, Basilio F errufino, A le
jo V alladares, Fernando Dávila, Juan de V alla
dares, José de M oraña y G regorio Castañeda.
El m onasterio de Santa Teresa fue funda
do el 25 de abril de 1613, por don Francisco
de León y T erán, quién empleó en tan costosa
empresa, todos sus bienes y entre éstos, las va
liosas fincas de Cuchu-Punata, M olinos de Ara-
ni, F ucará y otras.
No se sabe a ciencia cierta quién presidió
la creación de Santa C lara; pero consta de an ti
guos legajos que tenem os a la vista, que su erec
ción fue posterior a la de los otros conventos.
E n cuanto a la iglesia M atriz, sólo h?mos
podido averiguar que fue fundada por uno de los
Obispos de Santa Cruz, después de establecidos
los conventos ya citados, siendo uno de los p ri
m eros curas el m uy m eritorio sacerdote Don Ma
nuel José de Rivera.
La M atriz, conserv'ó hasta 1835 su estilo p ri
m itivo. Sus paredes interiorm ente pintadas al
fresco, m ostraban adornos churriguerescos y nu
m erosos nichos de ángeles y santos. En las m is
mas paredes y m uy cerca de la puerta princi
pal del tem plo, veíase una figura gigantesca que
representaba al arcángel San M iguel, en acti
tud de posar el pie sobre la garganta del dem o
nio. E ra cosa digna de contem plar, cómo el T i-
228
Ruinas del templo de San Sebastián, edificado el año
1670 por el R.P. Bartolomé de Uzeda y Urdella.
ñoso arrancaba inútilm ente la lengua y forceja
ba para desasirse de su invencible dom inador.
En el m encionado año 1835, la M atriz hubo
de ser reedificada por el cura Don M anuel F er
nando de Lara, y con tal m otivo, cambió por
com pleto de aspecto. D esaparecieron los ador
nos de estilo arcaico, siendo reem plazados por
una ornam entación sencilla y más conform e con
el gusto moderno. De los nichos o ábsides aue
existían en las paredes antes de la reedificación
del tem plo, sólo ha quedado una cavidad algo
oscura en el costado derecho de la iglesia, res
guardada por pequeña verja de madera, y dentro
de la cual se conservó, hasta hace poco, un crá
neo hum ano con una lengua que no era difícil
observar de cerca.
Hemos conocido gentes que aseguraban de
buena fe, que aquella lengua estaba siem pre hú
meda y fresca, y otras que sostenían, a pie jun-
tillas, que se movía en ciertos días de la sem a
na, y particularm ente durante las noches. Un
cura de nuestros tiem pos, a quien, sin duda, asus
taban dem asiado el cráneo y la lengua m ilagro
sa, tuvo la peregrina idea de hacerlos enterrar
en el cem enterio público con las mismas solem
nidades y liturgias con que se inhum an los res
tos m ortales de cualquier prójim o.
E l tem plo de San Sebastián, que hoy m is
mo existe v que ha sido reconstruido últim am en
te, se fundó el l9 de octubre de 1670, por el
Reverendo Padre Bartolom é Uzeda y U rdella.
Desde tiem pos m uy rem otos, hubo dos cu
ras rectores en la ciudad, con asiento el uno de
la M atriz y el otro en la iglesia de San Sebas
tián, hasta que en 1790, el Ilustrísim o Obispo
don A lejandro José Ochoa, refundió ambos cu
ratos en uno solo.
Poco después de la erección de la Sede E pis
copal de Santa Cruz de la Sierra, que tuvo lu
230
gar en 1605, los obispos de esta ciudad fijaron
residencia en M izque, que llegó a ser, desde en
tonces, asiento tem poral de dichos prelados y
no obispado, como generalm ente se cree.
Los susodichos obispos, se trasladaban de
Santa Cruz a M izque, en la época de la caní
cula y cuando las fiebres solían declararse con
fuerza en la prim era de las enunciadas ciuda
des; y su traslación no obedecía únicam ente a
las causas ya indicadas, sino tam bién al propó
sito de satisfacer las necesidades espirituales de
M izque, cuya población crecía de un modo rápi
do y sorprendente.
V arios de los referidos prelados, residieron
tam bién en Arani, pueblo de clima sano y benig
no y m uy próxim o a la villa de Oropesa.
E ntre los referidos obispos, los más nota
bles y los que m ayores huellas han dejado, fue
ron el ilustrísim o Velasco, que m urió en M iz
que poco después de haber ascendido al arzo
bispado de La Plata, F ray Juan Zapata de Fi-
guerca, F ray Jaim e de Mimbela, Francisco Ra
m ón de Herboso, A lejandro José de Ochoa y
M anuel N icolás de Rojas y A rgandoña. E ste
últim o, antes de su consagración y siendo toda
vía m uy joven, desem peñó im portantes funcio
nes, habiendo llegado a ser cura de San Pedro
de Buenavista, V icario de la provincia de Cha-
yanta, cura rector de la Catedral de Córdova y
exam inador sinodal en la misma población. Des
empeñó, además, los cargos de V isitador general
del arzobispado de La P lata y secretario de cá
m ara y gobierno del Ilustrísim o Pedro de A r
gandoña, Arzobispo de Charcas. E n la diócesis
de Santa Cruz de la Sierra, obtuvo tam bién los
em pleos y títulos honoríficos de Canónigo m a
gistral, Tesorero chantre, Deán, Comisario de
inquisición y de cruzada y Juez de m edias an
natas.
E l Obispo de A rgandoña, pertenecía a una
fam ilia ilustre que se distinguió, principalm en
231
te, por su santidad y sus virtudes cristianas. E ra
herm ano m enor de uno de los más distinguidos
A rzobispos de la Plata, el Ilustrísim o doctor
Pedro M iguel de A rgandoña. Su herm ana, F ran
cisca R ojas y A rgandoña, religiosa del m onas
terio de las Rosas en Santiago de Chile, llegó
a conquistar, según su biógrafo el escritor chi
leno Don José Dom ingo Cortés, grande cele
bridad, no sólo en el claustro, sino tam bién fue
ra de él.
Doña Francisca Rojas y A rgandoña m urió
en olor de santidad en 1798.
H allándose en M izque el Ilustrísim o señor
F ray Jaim e de Mimbela, se produjo el grave
conflicto que dio lugar a la ridicula conseja, de
que un obispo residente en Mizque, hubo de ser
victim ado por el pueblo y que al tiem po de mo
rir excom ulgó a sus m atadores.
Con este m otivo viene a cuento expresar,
que la fábula de la victim ación del Obispo, dio
m argen a un arranque m uy conocido de Bolívar
y que creemos del caso recordar en esta ocasión.
Cuando el 'Libertador viajaba de Chuquisaca
a Cochabamba, en 1826, y hallándose ya cerca
de Mizque, salieron a recibirlo los principales
vecinos de la ciudad. Bolívar se interesó viva
m ente por ese país, al contem plar sus ríos cau
dalosos y su feracidad incom narable, y pregun
tó a los que le rodeaban, por las condiciones ac
tuales de la herm osa tierra que, por prim era
vez, surgía ante sus ojos. Uno de sus interlo
cutores, anciano de setenta años, llamado el
doctor Lola, contó al L ibertador la historia del
Obispo victim ado y m anifestó que desde enton
ces, azotaban las fiebres a la desventurada po
blación. Al escuchar el pavoroso relato, Bolívar
echóse a reir y dijo a su interlocutor: “E stan
do en Caracas, en 1812, hice lancear quinientos
capuchinos y desde entonces la suerte me ha si
do más propicia”. Se presum e que al expresar-
232
La Iglesia Matriz de Mizque( reedificada el
el año 1835.
se de esa m anera, el héroe venezolano, no tuvo
más objeto que asustar al doctor Lola, a quien
consideraba tím ido y crédulo en demasía.
La fábula de que nos estam os ocupando, ha
quedado desautorizada por docum entos irre:u-
sables y según los cuales, el caso m encionado,
se produjo de la m anera que vamos a m anifes
tar en seguida.
E l general don Diego de M ejía, corregidor
de M izque, era hom bre de carácter dom inador y
asaz violento y dispuesto siem pre a tom ar las
resoluciones más atrevidas, cuando algo le iba
mal en algún negocio o em presa. E n prueba del
anterior aserto, nos bastará m anifestar, que en
cierta ocasión y sin más ni más. hizo conducir
a su presencia, a campana herida, al P rior de
San Francisco, por haber desobedecido sus ór
denes, tratándose de asuntos de noca monta.
Fue, pues, el caso, que habiendo cogido cier
to pescador unos bagres o dorados de extrao r
dinario tam año en el Pisuerga, los condujo al
m ercado para venderlos. A percibióse el Obispo
y mandó a sus dependientes para que les com
prasen; pero, sucedió que casi a la misma ho
ra y tiem po y con igual objeto, se constituye
ron en el m ercado los esclavos del corregidor;
siendo de advertir, que unos y otros, traslucían
el propósito de adquirir les pescados a toda ces
ta.
Conociendo lo que pasaba, don Diego de
M ejía ordenó que ofrecieron, en caso necesa
rio, quinientos peses por los bagres.
De otro lado, su Ilustrísim a, que en vanidad
no le iba en zaga al gobernador, sostenía, erre
que erre, que nadie s ’no él sería el poseedor de
los codiciados pescados.
E l corregidor, creyendo obrar con más acier
to, determ inó dirigirse per escrito al Prelado.
234
—Vuesarced, le dijo, en carta privada, pien
sa sin duda, que esta autoridad es algún m ona
cillo de amén, que acostum bra obedecer en silen
cio las órdenes del abad, y que el representan
te de la Corona en aquestos dom inios, no ha de
hacer ejecutar sus m andatos con la fuerza que
al Rey, nuestro señor, le plugo confiarle.
—U siría, contestó al obispo, debe de saber,
que m onacillos hay que valen más que ciertas
potestades de corto meollo y de escasa enjundia,
que se hinchan sólo m ientras conservan el pues
to y que cuando pierden sus valim ientos, se ano
naden como gallo vencido y destartalado. U siría,
debe de saber, además, que el que representa a
Dios en la tierra, no es ningún m inistril o al-
caldillo de la legua, para consentir que, por la
fuerza, se le ponga el pie adelante y para no sos
tener lo que en justicia le pertenece.
‘L a disputa a ese andar, llevaba camino de
producir grande y fenom enal zipizape y tenía
además, trazas de no concluir nunca; empero, el
señor de M ejía, que era hom bre de grandes re
soluciones, según se ha expresado ya, determ i
nó finalizarla de un modo im previsto, Envió
veinte alabarderos al lugar de la controversia
para que se apoderaran de los dorados, porque,
al decir del corregidor, no era un obispillo de po
co más o m eros, quien podía im punem ente m e
nospreciar su autoridad de Justicia M ayor de
la villa.
Sabido es que antaño, como hogaño, la vic
to ria estuvo siem pre de parte del que posee la
fuerza, como bien hubo de Verse en aquella co
yuntura, y inútil enunciar que el Obispo fue
hum illado y vencido.
E ntre tanto, no term inó con esto el con
flicto. El corregidor, considerando como un de
sacato a su persona la actitud del m itrado, ex
pulsó a éste violentam ente de la población, obli
235
gándole a salir a pie y en altas horas de la no
che.
E n consecuencia, al cuitado y asendereado
Obispo, tomó el bordón del peregrino para d iri
girse a Santa Cruz, y se dice que, al atravesar las
verdes m árgenes del caudaloso Pisuerga, m iró
una y mil veces a la querida ciudad y m aldijo
a su injusto gobernador.
Según una tradición m uy difundida y vul
garizada en M izque, el prelado prosiguió su m ar
cha al día siguiente con dirección a Santa Cruz.
Cuando trepaba por los ásperos y elevados sen
deros del Rumicancha, diéronle alcance sus
amigos para ofrecerle juntam ente con su adhe
sión, los elem entos que necesitaba para tan lar
go viaje.
Cuéntase que al despedirse de sus fieles ser
vidores, el cuitado Obispo, no pudo contener su
profunda emoción y lloró. D irigióse en seguida,
y por vez postrera, a la tierra que con tanta pe
na dejaba y contem plando los ríos que serpea
ban tristem ente en la llanura, la ciudad que lan
guidecía a través de las brum as del espacio y
los m ontes de esfum ados contornos que se per
dían en el horizonte, díjoles desde el fondo de
su alm a: ¡Adiós!
236
CAPITULO VI
C reación del hospital de S an ta B árb ara y del
onnvento de S an J u a n de Dios, y de que m a n e
ra la facu ltad de ad m in istra r dicho hospital, p a
só de los obispos de S a n ta Cruz a la com unidad
Ju an d ed ian a.— D esarrollo e im po rtancia de esa
casa de caridad.— M iem bros notables de la co
fra d ía de San Ju a n de Dios.— R iqueza de las
com unidades religiosas y m edios de que a ve
ces se servían p a ra adquirirlas.
E l hospital de Santa Bárbara se inauguró
por los años de 1608, bajo la protección del ca
pitán don Juan de M ontenegro, y estuvo, desde
los prim eros momentos, a cargo de los obispos
de Santa Cruz, quienes intervenían no sólo en
la curación de los enferm os, sino tam bién en 1°
adm inistración de los bienes y rentas de aquel
in stituto de caridad.
E l hospital poseyó, desde su creación, va
liosas heredades que le fueron obsequiadas por
personas caritativas. Tenía, además, derecho a
los censos que reconocían a su favor m uchísi
mos fundos de M izque y Cochabamba, a lo que
entonces se llamaba el noveno y m edio de los
diezm os de todo el obispado de Santa Cruz a
1.a ingente obvención que producían los entie
rros. lim osnas y fiestas. De esta suerte, el hos
pital de M izque llegó a ser rico, m uy rico. Así
se exolica que el convento de San Ju an de Dios
proporcionaba sumas considerables de dinero a
los visitadores que venían de España, y así se
explica tam bién que en 1772, estando de P rior
el padre Justo Peñaloza, entregó éste, del era
rio de la com unidad, al com andante Flores, la
cantidad de 2.300 pesos para gastos del rey.
A ndando el tiem po, se dejó sentir la necesi
dad de fundar el convento de San Juan de Dios,
para entregarle el gobierno y dirección del hos
pital, siguieno la buena usaneza de otros países,
237
donde la benéfica congregación juandediana te
nía a su cargo los hospitales.
Con tal motivo, el Cabildo de M izque, com
puesto de don Sancho de F igueroa teniente ge
neral de la villa, Gabriel de E ncinas Ganizares,
capitán y alférez; Lucas Calero, alguacil m a
yor; Ginés de la Concha Zapata, regidor; P e
dro Alonso Rubio y B etancourt, regidor; Se
bastián Julio F errufino, alcalde provincial; J u
lio N úñez Lorenzo, m aestre de campo y procu
rador general y Pedro R. de M endoza, regidor,
convino con el padre Gaspar de Jesús, com isa
rio general de la orden de San Juan de Dios en
los reinos de Chile y el Perú, en entregar el
hospital de Santa Bárbara a dicha congregación
tan pronto como ésta se fundase.
A lo anteriorm ente expuesto, debe agregar
se que Pedro O rtiz de M aida y Lucía Gonzáles,
vecinos adinerados de M izque, ofrecieron dar
de su peculio, anualm ente, quinientos pesos el
prim ero, y trescientos la segunda, para la conser
vación del convento que se trataba de estable
cer.
De su parte el obispo Juan Zapata de F i
gueroa, del consejo del rey, renunció por él y
sus sucesores, la adm inistración del susodicho
hospital, a condición de que lo reem plazaran los
religiosos del recordado in stituto de San Juan
de Dios y siem pre que se obtuviera del virrey
la m erced de la licencia respectiva.
E l com isario genral Gaspar de Jesús, a cam
paña tañida y con las solem nidades que se usa
ban en tales casos, fijó e hizo aceptar con el
Cabildo las siguientes condiciones:
la. La entrega del hospital a los padres juan-
d.edianos debía verificarse a perpetuidad, con
sus bienes y rentas y todo lo que a él pertene
cía.
238
2a. E l prior del convento, tendría la facultad
de nom brar al capellán de hospital, sin que en
ese acto, pudieran tom ar parte, con ningún mo
tivo, el vicario y curas de la ciudad.
Item más, se reconocía, en favor de la or
den juandediana, la potestad de pedir limosnas,
de hacer efectiva la traslación del hospital a una
casa distinta de la que ocupaba entonces y de
intervenir en todo lo que tuviera relación con
aquel establecim iento.
Cuando el virrey del F erú supo de las re
cordadas actuaciones, pidió que el oidor más an
tiguo de la A udiencia de Charcas, don F rancis
co de Sosa, y el fiscal de su m ajestad, don Se-
bestián de A larcón, inform aran, en térm ino bre
ve, sobre este asunto.
Ambos funcionarios públicos opinaron, que
el propósito caritativo de los vecinos y Cabil
do de M izque, m erecía la aprobación del virrey.
A m ayor abundam iento, en 12 de septiem
bre de 1647, la Real A udiencia de Lima, com
puesta de les oidores A ndrés de Vilela, A nto
nio de Calatayud, García C arrillo y Pedro de
M eneses dictam inó tam bién que debía conceder
se la licencia solicitada, sin renunciar, por cier
to, al patronato del rey y sujetándose en todo les
concesionarios, a las pragm áticas y cédulas rea
les, y a otras resoluciones del Consejo de In
dias, que otorgaban a los em pleados de la Coro
na, la facultad de intervenir en el m ovim iento
y adm inistración de las casas de caridad.
En su m érito, el señor don Pedro de T ole
do y 'Leiva, m arqués de M ancera, señor de las
Cinco V illas, com endador de E sparragal, caba
llero de A lcántara, gentil hom bre de cámara de
su m ajestad y décimo quinto virrey del Perú,
expidió la siguiente resolución que existe au
tógrafa e inédita en nuestro arch iv o : “E n vir
tud de la facultad que tengo por su m ajestad y
239
de su real patronazgo, doy licencia y perm isión
a la religión de San Juan de Dios y al padre co
m isario general de ella para que se puedan en
cargar y encarguen de la adm inistración del hos
pital de Santa B árbara de la villa de Salinas de
Río P isuerga y de sus bienes y rentas, para que
tengan cuidado de la curación y regalo de los
pobres enferm os conform e a su instituto y ha
yan de guardar y cum plir las form alidades y
condiciones que capitularon con el Cabildo de la
dicha villa y lo dispuesto en el auto del Real
Consejo de las Indias y acuerdos de justicia
incorporados; y encargó al señor Obispo de
aquel obispado, su provisor y vicario y demás
iueces eclesiásticos, y m ando al corregidor, Ca
bildo, Justicia y Regim iento de dicha villa y
otras justicias de su m ajestad, guarden por lo
que les tocare, y cum plan v hagan guardar y cum
plir esta procuración según y como en ella se
contiene y declara; sin alterar su tenor y for
ma en m anera alguna, pena a las justicias de ca
da quinientos pesos de oro para la Cámara de
su m ajestad. Fecho en los registros en 31 de oc
tubre de 1947.
E l M arqués de M ancera.
P or m andato del virrey
Don José de Cáceres y U lloa”.
Con tal m otivo, F ray Juan Zapata de F i
gueroa, obispo de Santa Cruz, ordenó a su vez
que el señor M ariano de L izarriturri, fiscal del
obispado, declare en posesión del hospital de
Santa B árbara al Reverendo padre Roque de A l
meida, prim er guardián del convento de San
Juan de Dios de Mizque.
E l auto a que nos referim os, está concebi
do en los térm inos siguientes: “Luego inconti
nenti de haber firm ado Su Señoría Ilustrísim a,
dijo, que el señor Fiscal dé posesión en form a
corporal actual Ju r e dómine ve/ qua&i y en ella
240
ampare y defienda a los religiosos del señor
San Juan de Dios, para que no sean inquieta-
tados ni desposeidos sin ser prim ero oídos y
por fuero y derecho vencidos, pena de cada qui
nientos pesos, para la Santa Cruzada; y así lo
rroveyó y firm ó, y estes autos se les devuel
van con testim onio de la dicha posesión para
resguardo de su derecho”.
F ray Juan Obispo de Santa Cruz.
A nte mí.
Pedro de Saldana.
N otario P úblico”.
La entrega del hospital a la congregación
iuandediana despertó vivísimo interés en pro
pios y extraños. El reverendo padre Sebastián
de Fuentes, general de la religión de San Juan
de Dios en los reinos de España, Indias y P o r
tugal, dirigió una efusiva carta exhortatoria a
dicha congregación estim ulando sus sentim ien
tos de caridad en favor de los enferm os que a
f u cargo estaban. La recordada carta, dice tex
tualm ente: “Como el único fin a que deben aspi
rar nuestros afanes, es el alivio espiritual y cor
poral de los pobres enfermos, encargo a vuezas
reverencias con todo mi corazón, que no faltan
do de su mem oria el heroico empleo de nuestro
patriarca v de sus corazones aquella llamada de
caridad que ardía en su abrasado inocente pe
cho procuren ser fieles im itadores de su santí
sim a vida; los hijos que son legítim os deben
im itar a sus padres; por eso decía Jesucristo a
los judíos: si sois hijos de Abrahan obrad como
él obraba y según esta soberana doctrina sabre
mos nosotros decirnos a nosotros m ism os; si so
mos hijos de aquel adm irable ejem plo de cari
dad San Juan de Dios nuestro padre, obremos
como él obraba, im itém osle en todo, arda en
nuestras almas aquella misma llama de caridad
que borra nuestras im perfecciones, y así, abra
zados y fervorosos, viviendo siem pre en noso
241
tros aquel elevado espíritu de nuestro gran pa
triarca lograrán los pobrecitcs enferm os todo
consuelo en sus aflicciones. Siem pre que llegue
a mi noticia (no lo perm ita el Señor) que algu
na de vuezas paternidades ha faltado en la co
sa más leve al cum plim iento de esta im portan
te obligación, me verá despojado de las benig
nidades de padre y usando solo de los rigores de
juez sufrirá el más severo castigo. No lo espe
ro de vuezas reverencias, antes confío que en
cum plim iento de nuestro santo instituto no des
pedirán a ninguno de cuantos pobres enferm os
lleguen a sus puertas, y a todos los recibirán
con amor, les asearán y curarán con cuanto es
m ero alcancen sus fuerzas que, sin duda, serán
m uy grandes si tenem os siem pre presente que
cuando curam os a los pobres, es Jesucristo quien
cura a ellos, y que en uno de estos hum ildes ejer
cicios, recibió, nuestro glorioso patriarca, aquel
golpe de soberanas luces con que comenzó su
divina M ajestad, a pagarle superabundantem en-
te el m érito de estos santos m inisterios tan agra
dables a sus divinos ojos”.
Cúm plenos expresar aquí con m otivo de la
cita anterior, que las funciones de general de la
orden de San Juan de Dios, eran de tanta im
portancia, que, en Virtud de la Bula expedida
per Clem ente X IV en 20 de abril de 1774, se
estableció que el insigne honor de desem peñar
las correspondiese alternativam ente a religiosos
nacidos en las provincias de Granada, Castilla,
Sevilla y P ortugal que eran las más preponde
rantes en los dom inios de España, para evitar
las grandes rivalidades que solían estallar entre
dichas provincias con m otivo del expresado nom
bram iento.
A su vez, el padre Juan de Dios y Salas,
com isario y visitador de la orden, secundando
el interés del general residente en Granada, es
cribía tam bién a la com unidad juandediana de
M izque lo que sigue:
242
“Aun que debo prom eterm e que sin necesidad
de repetir m is amorosos consejos para inclinar
a vuezas reverencias a la más extricta observan
c e de la vida y disciplina regular de su in stitu
to, les ha de hallar en todo religiosos, no que
da mi espíritu tranquilo, si cuando se me pre
senta esta ocasión como la más oportuna no les
recuerdo algunas de las m áximas que deber, ser
el constante norte de todas sus operaciones. Si
vuezas paternidades se entregan a ejercicios de
piedad y am or a Dios, es consiguiente y seguro
que tengan el más ardiente al prójim o, v sien
do para nosotros de la m ayor recom endación los
cobres enferm os como que ofrecim os solem ne
m ente servirles, consolarles y aliviarles, espero
que vuezas paternidades procurarán, en esta
parte, hacerse dignos hijos de nuestro santo pa
triarca teniendo presente para alentar sus tareas
hospitalarias, que si querem os buscar a Cristo,
lo hallarem os en la enferm ería donde está an
gustiado v atorm entado y que él nos ofreció dar
por recibido lo que se hiciere con los necesita
dos. A la hospitalidad no podemos faltar sin ha
cernos reos de un horrendo sacrilegio y sin usur
par a los pobres enferm os, si son dignos de au
xilio, las rentas que son suyas como destina
das para su alim ento, curación y regalo; de m o
do que ofreciendo por una parte *antos incon
venientes, en ambos fueros, el descuidar esta
nuestra prim era y principal obligación y hallan
do, por otra, tantos bienes efectivos y nrcm esas
infalibles de felicidad eterna a los que la des
empeñan, creo firm em ente que vuezaj reveren
cias me darán prueba de que no om iten medio
que conduzcan a hacerse m erecedores de las ben
diciones del Señor, y que están poseídos de es
tos virtuosos sentim ientos”.
E ntre los m uchos visitadores de la orden de
San Juan de Dios que, como el padre Salas, ac
tuaron, con brillo en Lima, creemos necesario
haber m érito del Reverendo F ray José Colo-
mina, por la actividad y el raro espíritu organi-
243
•s t ti,
CAPITULO vn
In d u strias prim itivas de M izque.— Riquezas
agrícolas y pecuaria.— Comerciio de explotación
y de im portación.— Las m inas de Q uiom a y su
influencia en el progreso y ad elan tam ien to de la
ciudad.— Las vetas au ríferas de Quilinqui.
Los prim eros habitantes españoles del va
lle de Mizque, ocupáronse de preferencia de
la m uy provechosa industria de buscar tesoros
entre las ruinas y especialm ente en los sepulcros
o chul'lpas, dejados por los antiguos pobladores
de aquel país.
Ya hemos dado a conocer en otra parte que,
efectivam ente, en los campos de Mizque, había
grandes tesoros ocultos bajo las ruinas; y aho
ra es oportuno decir que fueron los españoles
de la conquista, los que aprovecharon de ellos
m ediante prolongados y perseverantes esfuerzos.
E sa industria provechosa, pero precaria, dio
lugar bien pronto a otra más extensa y perm a
nente: la agricultura.
Los conquistadores, obedeciendo a sus afi
ciones y costum bres y con pleno conocim iento
de las condiciones ventajosas de la localidad,
dedicáronse con ahinco, al cultivo de la vid, plan
ta que consiguieron aclim atar en aquel suelo,
poco tiem po después de que Francisco Caravan-
tes im portara al P erú los prim eros ejem plares
de tan preciado y generoso vegetal.
M uy luego la región ardiente y baja de la
comarca, se cubrió de viñedos, de cuya im por-
252
tancia se puede form ar cabal concepto, por los
vestigios que se conservan en la actualidad.
En muchos parajes del valle, y especialm en
te en la llanura que se extiende al oriente de la
ciudad, se ven todavía, rodeados de m uros de
piedra, inm ensos campos donde tenían cabida m i
llones de vigorosas y fructíferas cepas.
Los cultivadores de las viñas eran, casi en
su totalidad, negros que los propietarios los
com praban principalm ente en Guinea y en las
islas del Cabo V erde, pagando trescientos pe
sos, poco más o menos., por cada uno. E l núm e
ro de esclavos negros, creció de un modo nota
ble desde el año 1696, en que fueron introduci
dos doce mil de éstos al Perú.
Causa verdadera adm iración que en aquellas
rem otas edades, en que los elem entos de labran
za eran tan escasos y en que el sistem a respec
tivo que puso en práctica la M etrópoli para el
gobierno de sus colonias, lo secaba y lo este
rilizaba todo, hubiera tomado tan alto vuelo la
industria agrícola de Mizque.
Como es de suponer, esos campos tan y er
mos y solitarios al presente, estaban animados
en la época a que nos referim os, por una pobla
ción activa y trabajadora que llenaba todos los
ám bitos del exhuberante valle, y obtenía de sus
labores el provecho apetecido.
E ra en los días de la vendimia, en ese perío
do del año en que la tierra se viste de nuevo
ropaje y en que las vides se cubren de pám pa
nos dorados, que subía de punto el entusiasm o
de los trabajadores.
Num erosos aborígenes procedentes de las se
rranías form aban grupos pintorescos y com par
tían alegrem ente con criollos y españoles, de las
fatigas y de los provechos de la cosecha. E n
galanábanse los árboles y las gayolas del m a
juelo con cintajos y gallardetes m ulticolores;
253
se escanciaba el vino bajo las verdes enram a
das y por todas partes llenaban el aire los cán
ticos del viñador y las alegres notas del tam
boril y de la gaita.
Don Francisco de Viedma. ocupándose de
Mizque, en el inform e que dirigió al virrey de
Buenos Aires, Nicolás de A rredondo, en 2 de
m arzo de 1793, dice: “E ste partido, presenta las
m ayores proporciones para que fuese el más ri
co de la provincia, y aun de las inm ediatas, por
la fertilidad de sus tierras para trigo, cebada,
maíz, vinos, etc., por la abundancia de buenos
pastos y aguadas a la cría de ganado, y por es
tar situado en paraje donde puede expender con
comodidad sus frutos en las provincias de La
Plata y Potosí, a precios más ventajosos. En
tiem po antiguo que se dedicaron sus vecinos a li
agricultura, floreció, en tales térm inos, que só
lo los frutos de sus viñas eran un renglón de
donde sacaban crecidísim os intereses. Dan buen
testim onio de esta verdad, las ruinas de las ha
ciendas cuyos vestigios están denotando su m u
cha opulencia. La de P erereta solam ente produ
cía doce a trece mil botijas de vino, y apenas
en el día da cinco a seis”.
El señor José M aría Dalence, en su “E sta
dística B oliviana”, confirm a las anteriores opi
niones, en los siguientes térm inos: “M izque pre
senta las m ejores proporciones para ser una pro
vincia rica, por su fertilidad en trigos, papas,
maíz, vino, etc., por la abundancia de pastos pa
ra el ganado; y por su localidad entre Cocha-
bamba, Sucre y Potosí, para el expendio de sus
frutos. H ay m uchos pastos, por cuya causa abun
daba en oiros tiem pos el ganado vacuno, y se
criaba los m ejores caballos de raza andaluza, co
nocidos com unm ente por el nom bre de caballos
cochabambinos. E n las sierras, hay vetas de pla
ta y m ucho sulfuro de plomo que sirve para
fundir aquella. Se sabe, por nuestra historia, que
M izque floreció cuando sus habitantes se apli-
254
carón a la agricultura; siendo el com probante
de esta verdad las ruinas de sus haciendas, cu
yos vestigios van denotando su opulencia. La
sola hacienda de Perereta, producía al año de
doce a trece mil botijas de vino, y boy apenas
se sabe que haya vino de Mizque. Se asegura
que un corregidor m andó quem ar las viñas so
pretexto de haberse plantado sin licencia del rey;
pero en los 24 años que van corridos de nues
tra independencia, no han podido replantarse”.
E n M izque el trabajo de las viñas no era el
único. F n las vegas ardientes se cultivaba, ade
más, v en grande escala, algodón, caña ce azú
car, batatas, sorgo, cacahuete y yuca; en los
climas tem plados, maíz, trigo, garbanzo, fréjo
les v arvejas, y en las regiones frías, cebada y
patatas.
R ecog'an m iel y cera abundantes, de los ina
gotables abejares que existen, hoy mismo, en las
dilatadas serranías que rodean el valle, para rea
lizarlas en los m ercados de Potosí, O ruro, La
Paz y el Cuzco, juntam ente con los vinos y al
coholes procedentes de sus acreditadas fábricas.
La m adera de construcción constituía, de
otro lado, una de las principales fuentes de ri
queza, y servía no sólo para satisfacer las ne
cesidades de la ciudad en este orden, sino que se
trasportaba a los ricos centros m ineros del sur,
donde se vendía bajo las más favorables condi
ciones. T rabajos verificados en los últim os tiem
pos, han dem ostrado que el cedro de M izque es
el m ejor de la República.
La ganadería, tomó, asimismo, considerable
increm ento y contribuyó a aum entar la rique
za agraria del país; y no podía ser de otro mo
do, puesto que aquella localidad es la que más
se presta para tan lucrativa ocupación, por la
abundancia de agua y de pastos, por la extensión
de sus pagos y cortijos y por la variedad del cli
ma. La fama que conservan los caballos mizque-
255
lies, se debe, no a lo que son en actualidad, sino
a lo que eran en aquellos tiem pos, en que la abun
dancia de elem entos de todo género, perm itía a
sus dueños dedicarse con ventaja a la crianza y
trasporte de anim ales de diferentes especies.
Las estancias se hallaban repletas de ganado
lanar y bovino, y era de allí de donde principal
m ente se proveían las poblaciones de Cochabam-
ba. G ruro, Potosí y Chuquisaca. T ratantes en ca
ballerías, conducían, además, a las mis ra s ciu
dades, herm osos caballos de rara andaluza para
realizarlos a precios m uy subidos.
El autor de los “Anales de P otosí”, B arto
lomé M artínez y Vela dice: “La provincia de
M izque, m andaba a Potosí, trigos, caballos, pie
les de teda clase, cera, badana, m iel de abejas,
rigodón, canastos, resinas y otras inum erab’es
curiosidades”.
En L s postrim erías del siglo X V III, en que
la ruina y la decadencia de M izque eran hechos
f ons ’ruados, se exportaba todavía anualm ente de
d ’cho car" ido, según lo hace constar el gober
nador Viedm a, seis mil fanegas de harina de tri
go y m a'c, m il cabezas de ganado vacuno, mil
tresc;entas arrobas de carne seca y trescientas
arrobas de miel, a las provincias de P o tes’ y La
P lata; dos mil cuarenta fanegas de trigo y de
maíz v trescientas cincuenta botijas de vino, al
V alle-G rande v a Santa Cruz, sin contar, por
cierto, las cantidades considerables de vino, ga
nad^ m aver v menor, algodón, m iel de caña y de
abejas, queso, cera, grasa, ají o pim iento y otros
rro d u c 'r s valiosos que tam bién se enviaba a
Cochabamba.
Por el rápido desarrollo de sus industrias y
el acrecentam iento de su población, M izque lle
gó a ser un gran centro de consumo. Considera
bles cantidades de pla'a, cobre, estaño y piorno,
procedentes de O ruro, Potosí, Chichas, Porco,
A ullagas, O curí y otros m inerales, llegaban dia-
256
ñám ente a m anos de sus m oradores. El oro re
bosante de Caiabaya, Chuquiago, Sarum illa y
Paiguan, y que en esos archifelices tiem pos se
cbtenia sin las dificultades con que hoy se le ex
trae, inundaba, por decirlo así, las ciudades del
A lto Perú, y Mizque, población opulenta como
1?. que más, no podía m enos que tener parte prin
cipal en el sostenim iento del activo comercio de
entonces.
Se im portaba constantem ente a la ciudad,
variados lienzos y tejidos del Cuzco, Huánuco,
Tarm a y C ajam arca; som breros de lana y paja
de G uayaquil v Q uito; cacao, cochinilla, añil y
vainilla de M éjico, yerba del Paraguay, pescado
de Atacam a y Arica, y especierías de todo géne
ro de Chile y L ;ma.
La nobleza m izqueña, rica en demasía, com
praba joyas y preseas de ingente valor; y era
de ver cómo en los escaparates de las casas de
comercio, brillaban herm osos diam antes, turque
sas, zafiros, ágatas, am atistas, carbunclos, coral,
jaspe y finísim as perlas de Panam á y de Ceilán.
El gobernador don Francisco de Viedma, en
el recordado inform e al virrey de Buenos A i
res, hace notar, que por los años de 1793, en que
la grandeza de M izque se hallaba extinguida
ro r com pleto, se introducían todavía a este país,
procedente de Cochabamba, ñor lo m enos diez
mil arrobas de sal, diez y seis mil varas de to
cuyo del país, doscientas cincuenta arrobas de
yerba del Paraguay, vidrios, casim ires fabrica
dos en el Valle de Cliza, coca y otros artículos
de im portancia, sin tener en cuenta las m ercade
rías de ultram ar, y las considerables cantidades
de ganado, azúcar, arroz, achiote v aguardiente
de caña que, asimismo, se im portaba a M izque
de Santa Cruz y V alle-Grande.
Fue, sin duda, poco después de la conquis
ta española, que tuvo lugar el descubrim iento
de las m inas de Quioma, situadas en las m árge-
257
nes del Río Grande o Guapay. Dicho suceso vi
gorizó, aun más, las tendencias prosperantes de
M izque y consolidó su grandeza.
E s tradición antigua que las m inas de Quio-
ma tuvieron en los días de su descubrim iento,
m uy señalada y excepcional im portancia. Las
pruebas de bonanza prim itiva de las expresadas
minas, se encuentran en la asom brosa cantidad
de plata que había en M izque, y en las num ero
sas adjudicaciones de vetas y pertenencias, que
aparecen de volum inosos legajos que hemos te
nido ocasión de com pulsar.
De ordinario, las personas ricas y aun las
de escasas proporciones, al in stitu ir herederos
por testam ento, dejaban a sus descendientes can
tidades más o menos considerables de plata pi
fia, recién extraída de las minas.
P or lo que hace a las adjudicaciones de per
tenencias, ellas eran tan num erosas, que form a
ban verdaderos rim eros que, hoy mismo, aunque
desm edrados por la acción del tiem po, existen
todavía en los archivos públicos de M izque.
Parece que fueron jesuítas los descubrido
res y los prim eros que trabajaron las m inas de
Quioma.
E l laboreo tomió proporciones colosales a
m ediados del siglo X V II, época en que los prin
cipales capitalistas de la opulenta villa de Sa
linas, se dedicaron con ardor a dichos trabajos.
Los prim eros que tom aron posesión de
Quioma, después de los jesuítas, fueron G rego
rio de Rocha y Ju an A rias de C astilla, siendo
corregidor y Ju sticia M ayor de M izque, don Juan
de Tablares. Fue en aquellos días que cobró fa
ma piram idal el cerro de San M artín, donde se
hallaban ubicadas las vetas de San José y San
Jacinto.
Intervinieron de seguida, en las labores de
Quioma, industriales no m enos esforzados como
258
A ntonio Caro, Juan de E ncinas, el general A n
tonio G utiérrez C astro y el capitán Bernardo
Rubio de B etancourt, dando renom bre a las ve
tas denom inadas N uestra Señora del Rosario,
La Lim pia y la Santísim a T rinidad.
Finalm ente, en las postrim erías del siglo
X V II, que fue cuanto tomó m ayor increm ento
el laborero de Quioma, m ineros valientes y en
tusiastas como Juan de M ercado, M arcos F ran
co, Nicolás de Q uíntela, Juan G alindo, Lucas
Rojas, Juan M ejía y Tom ás R ivera, dieron nue
vo y vigoroso im pulso a tan provechosas y lu
crativas faenas.
Es de justicia hacer constar que contribu
yeron eficazm ente a la prosperidad y auge de
las m inas de Quioma, los corregidores don Juan
de O talora y don José A ntonio Fonce de León.
Cuéntase de los hijos de uno de los recor
dados industriales, don Juan de M ercado, un
suceso que si bien se asem eja a un hecho acae
cido en otras partes, m erece, sin em bargo, ser
relatado, por su carácter tristísim o y por las
circunstancias excepcionales de que estuvo ro
deado.
E ra el caso, que Juan de M ercado, tenía en
tre los trabajadores de la veta Candelaria, a tres
de sus hijos y de los cuales ninguno pasaba de
los 15 años. Cierto día, hallándose en un hueco
del socavón todos tres, se verificó el desplome
de una parte considerable del cerro, form ando
barrera infranqueable entre ellos y los demás
cbreros que quedaron fuera. Los esfuerzos que
por m uchos días se hicieron, no fueron parte pa
ra salvar a los desventurados niños.
Cuando algún tiem po después se consiguió
remover el obstáculo, se encontró a las víctim as
en el mismo hueco del socavón, en actitud con
vulsa y desgarradora. E n los m om entos de la
agonía, se habían abrazado y oprim ido de tal
259
suerte, que sus cuerpecitos rígidos y horrible
m ente desfigurados por el dolor, parecían for
m ar uno solo. En el suprem o trance de la m uer
te, sucede, por modo natural, que se busca siem
pre la salvación en el auxilio de los demás, aun
cuando éstos sean im potentes para procurarla;
y así, explica, que esos pequeños m ártires de la
obediencia y del trabajo, se hubieran unido tan
fuertem ente como queriendo evitar la catástro
fe.
La decadencia de las m inas de Quioma prin
cipió en los mismos días en que la ciudad de
M izque comenzó a perder los elem entos que
constituían su prosperidad y grandeza. E sto no
obstante, en el siglo pasado han tenido lugar al
gunas tentativas encam inadas al restablecim ien
to de las labores de Quioma. E n 1832, el doctor
José M anuel Méndez, canónigo honorario de la
iglesia catedral de Santa Cruz, José A ndrés Sal
vatierra, canónigo de la catedral m etropolitana
de Chuquisaca y el presbítero José Cuéllar, or
ganizaron una sociedad, con fondos al carecer
suficientes para explotar las m inas de Quioma.
La em presa llevaba camino de alcanzar gran pro
vecho y fama, porque los que la sustentaban, a
pesar de su carácter sacerdotal, eran hom bres de
fuste; pero, el capital destinado para la obra, re
sultó escaso, y en lo m ejor ésta tuvo que sus
penderse.
A llá por los años de 1850 se form ó, con el
mismo objeto, otra asociación com puesta de ve
cinos notables de M izque y T otora y entre los
que figuraba el conocido y honrado propietario
don M ariano Francisco Viscarra. Un ingeniero
colombiano, V icente V icentello, asumió la d i
rección de los trabajos, consiguiendo extraer m e
tales de alta y apreciable ley. P or desgracia, V i
centello abandonó las faenas, cuando más nece
sidad había de su intervención, y la em presa hu
bo de llegar tam bién a su térm ino y acabam ien
to.
260
E n la misma época en que se encontraba en
auge las m inas de Quioma, fueron descubiertas
las Vetas auríferas de Q uilinqui, a m edia leg ui
de distancia al norte de la ciudad. Carecemos de
datos para poder fijar la im portancia de dichas
vetas; pero es evidente que ellas fueron explota
das, por m ucho tiem po, a juzgar por las huellas
que han dejado aquellos trabajos.
CAPITULO VIII
CAPITULO XI
El carn aval y sus grotescas solem nidades.— La
e n tra d a del dom ingo.— D iversiones cam pestres y
carreras a caballo.— Las alcancías.
Q uedaría incom pleta esta parte de nues
tro trabajo, si. no m anifestáram os que eran tam
bién m uy notables las ruidosas solem nidades del
carnaval.
284
Dichas fiestas, que, según un cronista an
tiguo más son para calladas que para referidas,
se distinguían por su carácter borrascoso, y di
ferían, por cierto, de un modo radical, de las
que anteriorm ente hemos descrito y en las que
nunca faltaban el buen tono y el am aneram iento
aristocráticos.
Las expresadas fiestas comenzaban el jue
ves de com adres con extraña y desbordante ale
gría. M enudeaban las visitas y los obsequios, y
las chanzas y juegos de todo género se sucedían
sin interrupción durante ese día. Unas veces eran
grupos alegres que se introducían al am anecer,
en las casas, con flores y chisguetes, y obliga
ban a sus m oradores a salir más que de prisa, y
otras una criada o unos sirvientes conductores
de algún obsequio, a quienes se ataba fuertem en
te en un sillón y se les trasladaba a su casa al
son de una m úsica im provisada.
E l dom ingo por la tarde tenía lugar la en
trada para la que se preparaban actores y m iro
nes, con anticipación de ocho días, por lo menos.
Los grupos que tom aban parte en ella, se reu
nían en la plaza del H ospital de Santa Bárbara,
para revestirse y concertarse convenientem ente.
Nada era, por cierto, más original que esa
m ascarada organizada bajo la influencia de la
más desenfrenada locura. Hom bres vestidos de
m ujer y m ujeres disfrazadas de hombre, caras
cubiertas de polvos y pintadas de azul y am ari
llo, cabezas de zorro, de elefante y de jabalí, na
rices piram idales y brazos enormes, gigantes y
enanos que arrojaban culebras y sapos a la con
currencia, rostros airados y am enazadores y otros
en que retozaban la carcajada y la burla; todos
gesticulando y danzando al son de una m úsica
alegre y juguetona; he ahí el conjunto de esa
m ascarada grotesca que hoy sería, ciertam ente,
insoporlab le; pero que en aquellos tiem pos cons
285
titu ía el encanto y el más sabroso entreteni
m iento de las m uchedum bres.
Ai día siguiente el carnaval tom aba un ca
rácter distinto. La ciudad quedaba escueta, y
sus habitantes, form ando alegres y bulliciosas
caravanas, a pie y a caballo, se dirigían a los
campos, in vad an los sembrados, recorrían los
senderos más estreches reuniendo flores y fru
tos de toda clase. Unos poníanse a la cabezi
grandes cáscaras de sandía, a guisa de som bre
ro y otros ensartaban en la extrem idad da un
calo largo, una cuajada asada con flecos de cin
tas para que les sirviera de bandera en las ca
rreras del día m artes.
Los m estizos y los indios que rivalizaban en
entusiasm o con los blancos, hacían lo propio, con
1? única diferencia de que sus excursiones cam
pestres, se verificaban siem pre al son de flau
tas y tam boriles que resonaban alegrem ente en
todos los ám bitos del valle.
El m artes volvían a la ciudad y era de prác
tica organizar carreras ecuestres, en las que to
maban parte m ujeres y hom bres; siendo de ad
vertir que aquellas obtenían la victoria con fre
cuencia en oposición con los varones.
M ientras que las carreras se verificaban, los
que no podían intervenir en ellas, form ando m es
nadas pintorescas, recorrían las calles danzan
do y arrojando a las personas que encontraban
en su camino, grajeas y cascarones repletos d o
aguas arom áticas. Esos mismos grupos se in tro
ducían tam bién a las casas cantando coplas pi
carescas, y obligando a salir de sus habitaciones
a las personas que aún perm anecían indiferen
tes.
Esas costum bres estaban tan arraigadas en
el pueblo que, hoy mismo, el carnaval de M izque
conserva todavía cierto carácter arcaico que lo
diferencia del que se celebra en otras partes.
286
E l día m artes había, además, alcancías, jue
go ecuestre que consistía en que los jinetes, du
rante la carrera, se arrojaban con bolas de ba
rro seco o cocido que contenían flores y perfu
mes.
E n los días del carnaval, la em briaguez sen
taba sus reales en el pueblo, llegando al espar
cim iento erótico y su últim o grado y se suce
dían las orgías clam orosas y los excesos y es
cándalos de todo género.
CAPITULO XII
F iestas religiosas.— Las solem nidades de la C ua
resm a.— C erem onias del Dom ingo de Ram os.—
La procesión del V iernes Santo.
A las fiestas profanas, seguían las solem ni
dades religiosas, y casi siem pre éstas eran m o
tivadas por aquéllas, como si los espíritus tra
bajados por el placer, buscaran en el recogim ien
to la reparación de las faltas com etidas.
Probado está que en las pasadas edades, los
hom bres eran más susceptibles de arrepentim ien
to y el crim en no tenía el carácter obstinado que
hoy le distingue. Si nuestros padres volviesen
a la vida, no podrían explicar ciertam ente, la
extraña persistencia del delito en los tiem pos
que alcanzam os y apartarían la vista horroriza
dos de esas sociedades organizadas para el ase
sinato al por m ayor y alejadas por siem pre de
los caminos de la rehabilitación.
Un acontecim iento triste de cualquier gé
nero, una peste, una sequía prolongada, la apa
rición de un cometa, la m uerte del rey etc , se
consideraban como un llam am iento a la oración
y al reposo profundo. G entes de todo sexo y
edad, ceñíanse el cuerpo con cilicios de hierro,
v se cubrían la cabeza y la frente de ceniza en
287
señal de dolor y acudían presurosas a los tem
plos.
E l caballero guardaba de buen grado la es
pada y el broquel de los torneos, y la dama de
alto coturno arrojaba lejos la caperuza roja que
cubría su rostro en los orgías de carraval y la
púrpurea escofieta con que concurría a las ju s
tas, para reem plazarlas con el escuro m antón
de la penitencia.
E ntre aquellas fiestas, las más notables eran
las de la semana santa, y no había una sola per
sona que dejara de contribuir con algo para so-
nia a Jerusalén.
Los tem plos relucían por su lim pieza y atil
dadura, y sus aljofifadas paredes cubríanse de
cuadros m ísticos procedentes de Roma y do res
plandecientes espejos de Venecia.
En el pavim ento de los altares había barras
de plata y por encima de éstas valiosas alca
tifas de F ersia y del Cairo, im pregnadas de
benjuí y de otras esencias arom áticas. Las an
das, lám paras y blandones, eran tam bién de pla
ta. E n los pebeteros de finísim a porcelana del
Tapón, se quemaba m irra, algalia y ámbar de
Arabia.
L a lim pieza general, los aljofarados orna
m entos, el lujo extraordinario de los altares, la
grandeza hierática del conjunto y todo, corres
pondía a la m agnitud de dichas solem nidades.
E stas comenzaban con las escenas conmo
vedoras del Dom ingo de Ramos, que represen
taban con fidelidad el viaje de C risto de Beta-
nia a Jerusalén.
Desde la víspera era trasladado al lugar don
de principiaba la procesión, el pollino blanco que
debía conducir la im agen del Salvador hasta las
puertas del tem plo. Ese dichoso pollino, esco
cido entre los más herm osos de su raza, v'.vía
288
siem pre separado de sus congéneres y se le guar
daba y alim entaba con el más exquisito cuida
do.
Las calles por donde debía pasar la ima
gen de Cristo, se poblaban de arcos cubiertos
de flores y frutos silvestres, y de los balcones
colgaban lujosos cortinajes de tisú y terciopelo
de seda.
La naturaleza, de su parte, parecía asociar
se al entusiasm o de los hom bres para celebrar
tan fausto acontecim iento.
A quella fiesta tenía lugar a fines de m arzo
o en uno de los prim eros días de abril, en esa
época del año en que los campos se engalanan
grandem ente y m uestran las señales de la m a
durez y de la opulencia. V erdeaban las serra
nías y las llanuras próxim as, y los naranjos cua
jados de frutos y de azahares, inclinaban sus ce
pas sobre el sendero que debía recorrer la pro
cesión.
E l pollino resplandecía por la pedrería y los
objetos brillantes con que estaba adornado. L le
vaba gualdrapa de seda y pretal cuajados de
cintajos y lentejuelas.
La im agen del Salvador tenía la cabeza y los
pies descubiertos, y por encima del m anto que
cubría su cuerpo, levantaba el brazo para ben
decir a la m ultitud que se arrem olinaba en to r
no suyo y de la cual surgía, potente y conmove
dor, ese mismo grito con que el R edentor del
M undo fue saludado por los habitantes de Jeru-
salén: “B endito el rey de Israel que viene en
nombre del Señor”.
E ntre aquellas solem nidades ninguna atraía
en más alto grado el interés del pueblo, que la
grandiosa escena de la crucifixión del Salvador
que se representaba, m aterialm ente, con sus más
requeños porm enores.
290
V erdugos de cara siniestra y m irada torva,
escogidos entre los hom bres de m ayor estatu
ra y de fisonom ía más repelente, levantaban en
alto el sagrado cuerpo de Cristo y lo clavaban
en la cruz.
Esos desventurados quedaban bien señalados
por el pueblo. Su presencia causaba horror don
dequiera que se hallasen, y, por de contado, no
faltaban viejas gazmoñas que al encontrarlos en
la calle se cubrían el rostro santiguándose m u
chas veces.
Cuando el golpe del m artillo resonaba en el
sacro recinto, la m ultitud prorrum pía en gritos
y lam entos desgarradores, y sucedía, m uchas ve
ces, que poseído algún creyente de santa indig
nación por los padecim ientos del R edentor, des
cargaba sendas bofetadas sobre la cara de los
verdugos, en medio de im properios que no son
para dichos.
M ientras esto acontecía, un sacerdote de pie
en el pulpito y en actitud trágica, explicaba
punto por punto a los oyentes la significación de
aquella escena pavorosa.
— M irad, les decía, cómo ese Dios que ago
niza en la cruz y deja caer sobre el pecho su
rostro ensangrentado y lloroso, pudiendo des
tru ir a sus enem igos con un estallido de su di
vina cólera, acepta el sacrificio, m anso y hum il
de como un cordero, para redim ir a la hum ani
dad pecadora.
E xtendiendo los brazos sobre el auditorio,
y dejando caer las m angas de su sobrepelliz que
flotaban como alas blancas, proseguía el orador.
—La m uerte de ese Dios, puro como el aro
ma de las flores y de alma blanca como la nie
ve de las altas cimas, es la obra del pecado. M u
rió una vez para redim ir a los hom bres y hoy
le crucificáis nuevam ente con vuestras iniquida
des.
291
A nte esas palabras los circunstantes, hun
dían sus frentes en el polvo y prorrum pían en
abundoso llanto.
Em pinándose sobre la punta de los pies, y
dando a su voz inflexiones cada vez más am e
nazadoras, continuaba el predicador:
—A rrepentios, herm anos míos, si queréis
salvar de las penas eternas. A provechad de es
te mom ento solemne en que el C risto Redentor
os extiende las manos para perdonaros. No ha
brá m isericordia ciertam ente cuando para voso
tros se abra el infierno con sus lagos de plo
mo derretido y sus antros enrojecidos y tene
brosos.
Prom esas de arrepentim iento y nuevo y vio
lento estallido de sollozos y de gritos m oribun
dos interrum pían al orador. P or todas partes, se
escuchaba golpes de pecho, y no faltaba alguien
que cayendo desde lo alto de su asiento, presa
del vértigo, aum entaba la confusión y el clamor
general.
A no dudar, la gran fuerza del cristianis
mo está en el carácter lúgubre de ese dram a sin
gular del Calvario, que tiene la virtud de atraer
sobre su divino protagonista las sim patías de
todos les hombres. Si Cristo, en lugar de mo
rir de esa suerte, hubiera surgido soberbio y
victorioso por encima de sus enem igos destrui
dos, su causa hubiera palidecido a los ojos de la
hum anidad.
A las escenas que hemos relatado seguía el
descendim iento. A lgunos hom bres vestidos de
blancas tunicelas, y a quienes el pueblo llamaba
los piadosos, desclavaban de la cruz el cuerpo
del R edentor y le conducían a un altar lejano,
para depositarlo a los pies de la V irgen, en cu
yo rostro estaban pintadas a una la am argura y
la desesperación del alma y no parecía sino que
aquella escultura inanim ada y fría, palpitaba,
292
en esos m om entos, con el intenso dolor de las
m adres congregadas allí. Dicho acto solía estar
acom pañado siem pre de quejidos, sollozos en
trecortados y gritos m oribundos.
Inm ediatam ente, se trasladaba el cuerpo de
C risto al sepulcro que le esperaba en medio tem
plo, y comenzaba la procesión, justam ente en el
instante en que el sonido estridente de la ca
rraca, hacía saber a los fieles que había llegado
la hora solemne de la m edia noche.
P rincipiaba el largo desfile a las puertas del
tem plo. Iban en prim er térm ino, las com unida
des religiosas y las cofradías del Señor de B ur
gas, del Santo C risto de la Columna, de la V ir
gen de C andelaria y de las benditas ánimas del
P urgatorio. E sta últim a era la más num erosa y
la que gozaba de m ayores privilegios en la ciu
dad.
Veíase, en seguida, la gran tarasca, que, en
roscada sobre negras andas, era conducida por
cuatro hom bres robustos. La tarasca, en las pro
cesiones religiosas, significaba el genio del mal
dom inado por el poder ilim itado de Cristo.
Juntam ente con la tarasca, caminaba un
enorm e cóndor con las alas abiertas, y perseguía
a los niños que osaban aproxim ársele. El cón
dor era de cartón, y dentro de su cuerpo hue
co, se introducía un hom bre y le imprimía opor
tunos y estudiados m ovim ientos.
A llí estaba tam bién el caballo del Corpus,
como entonces se le llamaba, ya no en la actitud
en que solía exhibirse en la gran procesión con
que la igles’a celebraba la presencia de Dios en
la E ucaristía, sino cabizbajo y triste, con enjal
ma oscura, y negros crespones en la cabeza.
Form aban ra rte del mismo grupo, gigantes que
se em pinaban sobre enorm es zancos de m aguey;
endriagos y enanos que, con sus contorsiones y
293
extraños visajes, divertían a la m uchedum bre
que se arrem olinaba en torno de ellos.
M archaban después con sogas de esparto al
cuello, hachas encendidas en la mano y paso len
to, los disciplinantes. E ntre éstos había m uje
res descalzas, de flotantes y desgreñadas cabe
lleras, niños desnudos que conducían pequeñas
cruces sebre los hombros, y finalm ente, hom
bres viejos y jóvenes cubiertos de ceniza, con
grandes cruces de m adera en las espaldas, co
ronas de espinas en la cabeza y cilicios de hie
rro de aceradas púas que les desgarraban las
carnes.
Cuando la carraca anunciaba el descanso y
cesaba el sordo rum or de las pisadas, escuchá
base el chasquido del látigo sobre la piel desnu
da y se veía correr hasta el suelo la sangre que
manaba de las profundas heridas. Ayes y sollo
zos com prim idos llegaban a los oídos de los fie
les, y los disciplinantes, apretaban voluntaria
m ente los cilicios y las coronas de espinas so
bre las carnes abiertas, para que la sangre co
rriese más abundante por sus lacerados cuer
pos.
T ras el grupo de penitentes iba el sepulcro
de Cristo, escoltado por num erosa guardia de
arcabuceros y alum brado por luces vacilantes y
tem blorosas.
Los cirios que alum braban el sepulcro con
resplandores m ortecinos e interm itentes, pare
cían luciérnagas que volaban en la oscuridad de
la noche.
D esfilaban en seguida, plañideras cuyos la
m entos y gritos desgarradores aum entaban el
horror de esa hora triste. Una m úsica caverno
sa y m oribunda y que parecía salir de las entra
ñas de la tierra, dejaba escuchar tam bién ju n
to el sepulcro, sus fúnebres y quejum brosas no
tas.
29*
E n cada una de las encrucijadas de las ca
lles, se detenía por un m om ento la procesión.
Los sacerdotes que rodeaban el sepulcro ento
naban en voz baja y nasal, el canto de Jerem ías
y el oficio de difuntos y decían responsos, como
se acostum bra en todas las inhumaciones.
Cuando la procesión llegaba a las puertas de
una iglesia, se adelantaba el sepulcro hasta tras
poner los um brales, quedando fuera la concu
rrencia que aprovechaba de aquellos instantes
para descansar de las fatigas del largo viaje, y
dedicarse a ejercicios que nada tenían de reli
giosos.
Los niños y las m ujeres, acudían a los pues
tos de venta alum brados por débiles farolillos
y casi perdidos en la penum bra, y allí, con gran
de deleite, mascaban gajorros y destripaban ca
cahuetes. M ientras tanto los varones, con las
cabezas cubiertas de grandes pañuelos blancos,
se escurrían cautelosam ente por las puertas en
treabiertas de las botillerías próxim as y se echa
ban al coleto sendos tragos de ajenjo y de m is
tela.
E n aquellas ocasiones no faltaba, por cier
to, alguna quintañona de mala lengua y con ribe
tes de bruja que acurrucada en el hueco de una
puerta, m ordía a su sabor a las personas que po
día reconocer en m edio de la m uchedum bre.
Después de todo, volvía a resonar el lúgu
bre clamor de las lam entaciones. Un estrem e
cim iento de terro r helaba la sangre en las ve
nas y la procesión proseguía pausadam ente su
m archa perdiéndose otra vez en las sombras de
la profunda noche.
La procesión organizada así, recorría las
calles principales de la ciudad, visitaba las igle
sias y los conventos y volvía al punto de par
tida, ya cuando la purísim a luz del alba teñía
295
de oro y de púrpura las fantásticas lejanías del
oriente.
CAPITULO X III
CAPITULO XV
Don C arlos T aboada y su actuación en las luchas
de la libertad. C orrerías de G oyeneche en el sur
y centro del Alto P erú.— B atalla del Q uehuiñal.
No fue la población indígena la única que
se sublevó contra la M etrópoli. E xistía otro ele
m ento m uy diferente que obedeciendo a convic
ciones arraigadas y profundam ente penetrado de
las ventajas de la libertad, abrazó tam bién con
ardor la causa del pueblo.
306
A la cabeza de ese grupo convencido y ani
mado de ideas altruistas, se hallaba don Carlos
Taboada, hom bre de alto linaje y de rarísim a
ilustración.
Se sabe, de buen origen, que Taboada vivió
largos años en las provincias del Río de La
Plata, entregado a estudios que le facilitaron la
adquisición de conocim ientos de todo género.
Cuando regresó del territo rio argentino, co
m enzaba la revolución en el A lto Perú. Taboa
da, que había tomado de antem ano inflexibles
resoluciones, y obedeciendo, acaso, a instruccio
nes que recibiera en Buenos A ires, se alistó en
tre las tropas que comandaba el caudillo cocha-
bambino don E steban Arze, interviniendo des
pués, en casi todos los hechos de arm as con que
se inició la revolución en esta parte de la Am é
rica.
E s de advertii que en los comienzos de la
guerra, no pudiendo organizar Taboada tropas
regladas por falta absoluta de elem entos, se ocu
paba de sublevar a la clase indígena, procuran
do siem pre obtener el m ayor provecho posible
del odio profundo que ésta sentía por la raza
española.
Con la cooperación de tan valioso elem ento
pudo lim piar de realistas la tierra mizqueña,
consiguiendo en seguida crear expediciones con
tra las fuerzas peninsulares situadas en las po
blaciones del sur.
Conviene m anifestar, con tal motivo, que T a
boada tenía la idea y la aspiración, constantem en
te sostenidas, de ocupar la ciudad de la Plata
guarnecida de ordinario por tropas respetables.
Dichas expediciones eran frecuentes, y m uestran
evidentem ente el carácter incontrastable y teso
nero del héroe cuya vida estam os dando a co
nocer por prim era vez.
R efiriéndose a una de esas expediciones, el
historiador Cortés, dice en la página 41 de su
307
im portante H istoria de B olivia: “A principios
de diciem bre se presentaron cerca de Chuquisa-
ca, cuatro o cinco m il indios m andados por Car
los Taboada, y aunque el general don Juan Ra
m írez, presidente de la A udiencia, logró derro
tarlos, no fue decisiva la victoria y Taboada vol
vió a am enazar varias veces a Chuquisaca”.
A ludiendo a los sucesos que hemos recorda
do y a otros de igual carácter, el mismo histo
riador Cortés vierte tam bién conceptos que son
rigurosam ente exactos en lo que toca y atañe
a la raza indígena. “L isonjeados los indios con
la abolición del tributo, dice Cortés, y viendo
que con el triunfo de los españoles volverían a
caer bajo el yugo de hierro que habían detesta
do en silencio, resolvieron sepultarse en los cam
pos que habían cultivado en provecho exclusivo
de sus opresores: desarm ados, sin caudillos, e
im pelidos por ese sentim iento de anim osa deses
peración que hace al hom bre superior al in stin
to de conservación propia, se lanzaban sobre las
tropas españolas, acom pañados de sus m ujeres
e hijos, a buscar la m uerte o la libertad. ¡Cuántos
rasgos del más elevado heroísmo, capaces de
eclipsar el brillo de las páginas de la historia de
otros pueblos ilustres, han quedado sepultados
en los áridos peñascos que aquellos hom bres en
rojecieron con su sangre generosa! Los españo
les del siglo X IX , que estaban destinados a ver
quebrantarse en sus manos las cadenas con que
la E spaña aherrojó a la m ayor parte del Nuevo
M undo, renovaron en la lucha con los indígenas
del A lto-P erú, las m ism as crueldades con que en
el siglo X V I alquirieron tan funesta celebridad
de conquistadores de estas vastas regiones. H as
ta ahora ve espantado el viajero las ruinas de
pueblos bárbaram ente incendiados, y no hay par
te alguna en el A lto-P erú, donde no se encuen
tren vestigios de la noble resistencia que los in
dígenas hicieron al dom inio español’’.
Taboada, estuvo tam bién con A rze en el com
bate del Q uehuiñal, donde el feroz Goyeneche,
308
decretó anticipadam ente el saqueo y la destruc
ción de Cochabamba.
Goyeneche después del combate de Amira-
ya, que acaeció el 15 de agosto de 1811, se diri
gió a! sur, m anifestando el propósito de pac'fi-
car las provincias del río de la P lata y evitar
en lo sucesivo la organización de nuevos ejér
citos auxiliares en el territo rio argentino.
De un modo inesperado y contrariando pre
visiones generales, detúvose, sin embargo, en
Potosí.
Se afirm a que el m otivo que obligó a Goye
neche a obrar de esa m anera fue el convenci
m iento que m antenía de las dificultades de dicha
campaña. Creemos, a pesar de todo, que la cau
sa principal, acaso única que indujo al general
realista contram archar, hubo de ser la nueva su
blevación de la provincia de Cochabamba, tan
tem ida por los españoles por el valor incom
parable de su habitantes. E n efecto datos fide
dignos nos perm iten asegurar que el jefe realis
ta no las tenía todas consigo y mal podía dejar
a sus espaldas aquel foco de insurrección.
Salió de Potosí para encam inarse al norte
por el camino de Chayanta y M izque.
A quella correría fue una larga procesión de
sangre en que el feroz caudillo sacrificaba, día
por día, a los patriotas que conseguía sorpren
der en su camino.
La tradición señala, hoy mismo, los parajes
en que los independientes eran fusilados por la
espalda, como se acostum braba entonces, sirvién
doles de patíbulo im provisado, una piedra gran
de o el tronco vetusto de un árbol situado a la
orilla de la vía pública.
Cuando Goyeneche llegó a Mizque, sucedió un
caso que por su carácter raro m erece ser relatado.
Cuatro soldados rezagados del ejército realista,
309
m erodeaban en un lugar denom inado La A gua
da, a dos leguas de distancia de la ciudad. La
A guada es una garganta estrecha y m ontañosa,
y donde la única parte despejada de árboles es
el cauce del río que tam bién sirve de camino.
A lgunos patriotas, que de las alturas veían el
desfile del ejército de Goyeneche y estaban a la
m ira desde las prim eras horas del día, d istin
guieron a los cuatro soldados realistas, y m on
tando de pronto sobre briosos caballos y arm a
dos de sendos lazos se les aproxim aron cautelo
sam ente sin ser notados por ellos, m erced a la
m araña y a la tupida fronda de los árboles.
E ntre tanto, los realistas en su afán inm o
derado de saquear casas y m altratar a sus mo
radores, se acercaban, a más andar, a los que en
acecho constante les aguardaban ocultos en la
espesura. P or fin, viendo estos últim os aue los
enem igos se hallaban ya a tiro de ballesta, agi
taron sus enorm es lazos, e hincando acicates en
las ijadas de su cabalgaduras, consiguieron en
lazar a los cuatro y arrastrarlos por el m onte
hasta que m urieron todos ellos.
'La anterior relación, se explica por la des
treza adm irable que tienen los habitantes de ese
país para m anejar el lazo y correr en las selvas;
siendo notorio que los toros más indóm itos y
bravios, jam ás resisten a la acción de esos jin e
tes asombrosos que, armados únicam ente de la
zos y protegidos por enorm es guardam ontes, que
rarecen las rías del caballo que vuela y vuela
siem pre de la misma m anera en pam pas y se
rranías, operan en el bosque enm arañado con
la misma facilidad que en campo abierto.
De M izque se dirigió Goyeneche a Pocona
V el 24 de mayo de 1812 ascendió rápidam ente
al altiplano de Vacas.
E ntre tanto, A rze que desde el descalabro de
Am iraya, se ocupó de reunir tropas en T arata y
el Paredón, m archó tam bién hacia Vacas, donde
310
llegó el mismo día 24 de mayo, consiguiendo
reunirse en el camino con Taboada que capita
neaba fuerzas organizadas en Mizque.
Al avanzar algo más el caudillo patriota ha
cia la hondonada de Vacas, avistó sobre una co
lina llamada E l Q uehuiñal al ejército de Goye-
neche com puesto de 2.500 plazas.
E l paraje en que se encontraron las des fuer
zas contendientes, es uno de los más pintores
cos de la República y tiene toda la solemnidad
de los sitios altos y dom inantes de nuestras m e
setas andinas.
Más abajo de la colina a que nos referim os y
en el centro mismo de la hondonada, brilla la
argentada laguna de Parcoccocha. M uy cerca y
unida a esta últim a por medio de un canal, os
téntase otra pequeña, pero profunda laguna lla
ma Azeroccocha, que se diferencia de la ante
rior por el tono oscuro de sus ondas. E n su ori
llas se agrupan enorm es bandadas de aves acuá
ticas y zabullen y horm iguean en sus aguas las
huallatas, los flam encos y los patos de vistosos
plum ajes.
El sitio se halla rodeado de altas y excelsas
m ontañas que form an el grandioso m arco de
aquel cuadro adm irable y realzan su herm osura.
Por el norte m uéstranse las soberbias cum
bres v las criptas colmadas de nieve de la cor
dillera oriental de los Andes. P or el levante se
yerguen las azuladas serranías de Vacas v más
allá las m ontañas de Lope M endoza, desde cu
yas cimas se divisan a lo lejos, las fantásticas y
opulentas regiones del Ibirizu. Hacia el ponien
te, está la renom brada y húm eda cordillera de
Curubam ba de donde se desprenden num erosas
cascadas que son el origen de los inagotables to
rrentes que riegan las fértiles y abundosas tie
rras de M izque, y finalm ente hacia el sur se ex
tienden pam pas solitarias interrum pidas por co-
311
Hades y oteros que se levantan y deprim en en
extraña y pintoresca sucesión, hasta que los úl
tim os de ellos m ueren y se extinguen al tocar
los lindes del valle m izqueño.
E n aquel sitio decidióse de la suerte de Co
chabamba y se decretó la destrucción de la no
ble y altiva ciudad, en el mismo m om ento en que
la victoria favoreció al feroz Goyeneche.
Las fuerzas de Arze y Taboada, sin arrm s
y sin disciplina se desbandaron dejando en el
campo trein ta m uertos y otros tantos heridos.
Desipués de este desastre, Taboada volvió
a M izque a continuar su obra de redención y de
sacrificios.
CAPITULO X V I
319
APENDICE
CAUSAS DE LA DECADENCIA DE M IZQUE Y
M EDIDAS QUE PO DRIA N FA CILITA R SU
R ESU R G IM IEN TO — CONCLUSION.
Manifestados como están los fundamentos de la
antigua prosperidad de Mizque, consideramos indis
pensable señalar, ligeramente, en este apéndice, las
causas que ocasionaron su declinación y después su
ruina definitiva.
Desde luego, no es concebible que un solo acon
tecimiento, por más trascendental que se le conside
re, hubiera causado el completo desapercibimiento de
tanta grandeza y poderío.
Indudablemente, las causas de la decadencia de
Mizque son muy complejas, y ellas se han dejado sen
tir en distintas épocas, aminorando, primero, las pon
deradas riquezas de aquel país, y motivando, poste
riormente, su destrucción total.
La causa primitiva de esa decadencia fue la dis
minución de los rendimientos de las minas de Quio-
ma, que, después de haber tenido una época de envi
diable bonanza, comenzaron a declinar, por las vici
situdes a que siempre están sujetas dichas labores.
Muchos de los trabajadores de Quioma, emigra
ron por el motivo enunciado, principiando así la des
población del país que, andando el tiempo, ocasiona
ría todas sus desventuras.
320
La segunda causa, hubo de ser el bárbaro siste
ma de opresión y de odiosas restricciones, con que la
Metrópoli deprimía, y mataba las principales indus
trias de sus colonias.
Se sabe de buena fuente que, en los últimos años
del siglo XVI, el gobierno de España expidió una cé
dula real prohibiendo bajo penas severas, el cultivo
de viñas en América, y ordenando, al mismo tiempo,
la destrucción de las que existían por entonces.
Asegúrase, con tal motivo, que un desalmado y
abyecto corregidor, hizo incendiar en su totalidad las
viñas de Mizque. El hecho anotado, tiene por fun
damento, no sólo la tradición constante, sino tam
bién la palabra autorizada de escritores y sabios co
mo Dalence, que aseguran que el incendio de las vi
ñas de Mizque, se produjo realmente, por orden de
las autoridades de aquella localidad.
El hecho a que nos referimos no debe causar ex-
trañeza, pues, en el reinado de Felipe II se prohi
bió, también bajo penas severas, el cultivo del olivo
y del algodón y la fabricación de vinos, aceites y te
jidos.
Cupo al sombrío e implacable Felipe II, mezcla
extraña de fanatismo y de crueldad refinada, esta
blecer en América casi todas las instituciones odiosas
que durante muchas centurias, oprimieron a sus habi
tantes. A él se debe la Inquisición, que después de
confiscar los bienes de los disidentes españoles por un
valor que pasaba de 60.000 pesos y echar vivos a la
hoguera, bajo el poder de Torquemada, 8.000 herejes
y judaizantes relapsos y quemar 5.500 en efigie, pasó
a las Indias Occidentales a hacer lo mismo. A él se
deben también los diezmos, las encomiendas, la alca
bala y la mita. Esta última consistía en obligar a una
séptima parte de la raza indígena a trabajar de tiem
po en tiempo, en las minas y en los campos de cul
tivo. La mita era, al decir de un escritor, “una ma
nera de sepultar hombres para desenterrar riquezas”.
Por fortuna, la real cédula que prohibió el cul
tivo de viñas fue derogada en los comienzos del siglo
321
XVII, por ser ella abdominable hasta para el crite
rio español de esos tiempos, y al decir de prolijos y
entendidos cronistas como Palma y Mendiburo por las
eficaces insinuaciones de un jesuíta notable de Lima,
asesor y privado de Felipe III. De manera que la re
plantación de las afamadas viñas de Mizque hubo de
ser la consecuencia de este último acuerdo, y es tí«*
suponer, que dicha replantación, ya no se verificó ba
jo las ventajosas condiciones de antes.
La decadencia de las viñas dio lugar a que se es
tablecieran nuevos cultivos, y entre estos algunos har
to perjudiciales para la salud.
Generalmente se cree que ningún vegetal puede
ocasionar enfermedades, y que lejos de ser nocivas
las plantas, ejercen influencia saludable sobre la at
mósfera y vivifican el cuerpo humano con sus ema
naciones oxigenadas. Como quiera que ello sea, el he
cho evidente e incontrovertible es que, en algunos
países, el cultivo de ciertos vegetales, suele originar
grandes focos de infección generadores de epidemias.
Dichos focos, como es muy fácil de comprender,
se deben a las frecuentes, irrigaciones con que es ne
cesario atender a determinadas labores.
No de otra manera se explica que, en España y
en otras naciones del Viejo Continente, se ha prohi
bido, más de una vez, el trabajo del arroz como con
trario a la salud pública. En España, principalmen
te, esas prohibiciones han durado largos años, hasta
que el conocimiento de nuevos métodos de cultivo,
permitió a los agricultores peninsulares restablecer
tan valiosa industria.
Cumple expresar aquí, que la madre patria, apren
dió del Japón la saludable usanza de cultivar el
arroz, sin el derroche de agua que en otras partes
se considera indispensable, y consiguió allí mismo, se
millas de arroces especiales que se desarrollan y fruc
tifican en tierras secas, con el mismo resultado que
en las húmedas.
322
En Mizque, el penoso cultivo del pimiento o ají,
y que dura el año íntegro, desde julio en que se pre
paran las almácigas, hasta junio en que termina la
cosecha, exige riegos continuados que originan pan
tanos y tremedales mefíticos que envenenan el ai
re.
Y nótese que dichos pantanos han de existir siem
pre a pesar del drenaje que pudiera verificarse, por
que, abrazando la industria del a jí todos los cam
pos, es claro que se han de formar nuevos lodaza
les aun después de extirpados los que existen en la
actualidad.
Respecto del pimiento o ají, cabe en este lugar,
una fundada observación. Admitidas como se hallan
las teorías de Laverán, Ross, Manson y otros que
atribuyen la fiebre intermitente, a las picaduras ce
unos insectos o zancudos llamados anopheles clavi-
gér, nada extraño seria que el vegetal de que nos es
tamos ocupando, contribuyera al desarrollo y multi
plicación de dichos insectos. En Mizque se nota, en
efecto, que en los lugares donde hay plantaciones
de ají, es donde más abundan los zancudos, siendo de
notar que la podredumbre del fruto del expresado ve
getal, en ciertas épocas del año, se debe exclusiva
mente a las picaduras de los mencionados zancudos,
lo que hace presumir que éstos se alimentan del fru-^
to y quizá también de las hojas del a jí (1).
Se infiere lógicamente de lo exipuesto, que las
medidas que tienen por objeto extirpar las causas de
(1) Investigaciones posteriores h a n dem ostrado que
la decadencia de M izque d a ta del año 1700, épo
ca en que la población fue azotada por un a
epidem ia de “tabardillos y ca len tu ras” , que diez
mó la población en m ás de una m itad, con
virtiéndose el m al en endém ico,
Al parecer, alteraciones de tipo topo gráfi
co, producidas por el rebalse de los ríos y la m o
dificación de su cauce, crearon las condiciones
323
las enfermedades, en comarcas que se encuentran en
las mismas condiciones que Mizque, serán siempre in
completas, sin el estudio detenido de la manera có
mo se sustenta la industria agrícola del país y de los
difei’entes sistemas de labranza que existen en él.
Señalaremos también, como uno de los motivos
principales de la decadencia de Mizque, la participa
ción activa que tuvo el pueblo en las guerras ce la
independencia. En efecto, el sostenimiento con el es
fuerzo generoso de aquel país desventurado, acabó de
destruir sus industrias principales y las extensas tie
rras que, en otras épocas, alimentaban innumerables
y lozanas vides, se convirtieron en campos desolados
y yermos.
Como consecuencia de los motivos enunciados
el inconveniente principal que hoy aflige a la ciudad
de Mizque, es la desolación que da margen a todas
sus calamidades juntas, sin excluir, por cierto, las
epidemias y las fiebres endémicas que allí reinan.
Está demostrado, en efecto, que la falta de po
blación es la causa primordial de la insalubridad de un
país. Riberalta, era inhabitable en otros tiempos, y
nadie ignora que hoy, han cambiado por completo
sus condiciones, merced a los activos y esforzados in
dustriales que allí han fijado su asiento. No cabe du
da que las agrupaciones humanas, son tanto más fe
lices cuanto más numerosas.
Sé deduce de lo expuesto, que para restablecer
la primitiva grandeza de Mizque, simplemente se de
bería repoblar su suelo, y para alcanzar ese resulta-
ideales p a ra el desarrollo y proliferación de los
agentes transm isores.
La cam p añ a an tip alú d ica se inició el año
1930 con óptim os resultadios. A ctualm ente el v a
lle de M izque goza de la m ás absoluta sa n i
dad y se h a lla vinculado con los centros u rb a
nos de m ayor im po rtancia por ca rrete ra y fe
rro carril. (N. del E .).
324
do, nada nos parece más seguro que procurar por
todos los medios, la inmigración.
Por desgracia la inmigración espontánea, es
irrealizable en la actualidad, porque no existe en nues
tros principales centros de población, un elemento
capaz de buscar, por sí solo, en otros lugares del in
terior de la República, trabajo en grande escala, y
porque los territorios de Bolivia, a pesar de sus rique
zas, no pueden todavía atraer brazos y capitales ex
tranjeros por su alejamiento y por ser en su mayor
parte desconocidos. La misma República Argentina,
que dispone de medios poderosos, y posee ventajas
que nosotros no tenemos, necesita emplear anualmen
te sumas considerables de dinero para fomentar la
inmigración.
Según esto, el recurso más factible, en los mo
mentos que alcanzamos, consiste en llevar a Mizque
pobladores, que, por falta de trabajo, se dirigen a
las costas de Chile y del Perú, en busca de susten
to. Hoy mismo, estamos viendo con verdadero dolor,
salir de Cochabamba, numerosos obreros, que van a
beneficiar las industrias extranjeras y que constitu
yen fuerzas considerables perdidas para la nación.
Lo eficaz y patriótico sería buscar capitales, pa
ra conducir colonos al territorio de Mizque y esta
blecer trabajos con la seguridad del provecho inme
diato. De esa suerte se obtendría simultáneamente la
organización de empresas agrícolas lucrativas y la co
lonización de aquella provincia.
Consideramos también posible y necesaria la pro
tección que debe el Estado a los pueblos que, por su
profundo abatimiento, no pueden levantarse por sus
propios esfuerzos.
Por lo que toca al exuberante y nunca bien pon
derado valle de Mizque, no necesitamos de muchos
esfuerzos para demostrar que él se impone a la con
sideración de los poderes públicos de Bolivia, no sólo
por su riquezas, sino también por el carácter excep
cional de sus habitantes.
325
En efecto, vive allí, rodeada de miserias y aba
tida por el infortunio, una población cuyo valor mo
ral excede al que generalmente se le atribuye. Sus
costumbres son sencillas y patriarcales, y se man
tienen libres de la perversión inseparable de los há
bitos lugareños. Un extraño y poderoso sentimien
to de dignidad, caracteriza sus actos públicos, y lla
ma sobremanera la atención, que las ruindades y las
inauditas vilezas del corretaje político, no han teni
do, hasta ahora, cabida en sus procedimientos. Bajo
la tosca y humilde corteza de los honrados labriegos
que constituyen aquella sociedad, palpitan todavía,
los sentimientos caballerescos que animaron a esa ra
za de hidalgos que brilló, en otras épocas, con toda la
fuerza de su riquezas y de su poderío.
Esa misma población, debe en justicia, atraer
los favores del Estado por los servicios que ha he
cho al país en todas las ocasiones en que se solicitó
su valioso concurso.
Las ruinas que cubren su glorioso suelo, denotan
su actuación sobresaliente en las guerras de la inde
pendencia.
Por lo que toca a los tiempos que siguieron a la
proclamación de la República, Mizque fue la ciudad
que con más persistencia, defendió la causa del de
recho, en el horrible torbellino de nuestras luchas
fratricidas.
Referir por menudo todos los sucesos gloriosos de
Mizque en los tiempos recordados, sería para no aca
bar nunca. Con todo, no podemos resistir al deseo de
expi'esar algo acerca de su participación en los he
chos que tuvieron lugar en la luctuosa época de Mel
garejo.
Ningún pueblo de la República combatió con ma
yor energía y uniformidad de opinión tan funesta
tiranía.
En las calles y en los campos de Mizque, se li
braban combates diarios, contra las gavillas de ase
sinos y de esbirros sostenidos por el despotismo, y sus
326
habitantes andaban a salto de mata, en las ocasio
nes en que no podían sostener lucha desigual contra
el enemigo.
Cuando Melgarejo arribó a Mizque, por segun
da vez, después del combate de la Cantería, sucedió
un caso que merece ser recordado. Al llegar a la po
blación, notó el tirano que las casas estaban cerra
das y desiertas y que sus mora dores habían huido,
en su totalidad, después de incendiar todo el forra
je que existía en el pueblo y en sus proximidades.
Muy a pesar suyo, y echando rayos y centellas, Mel
garejo hubo de salir de la ciudad para acampar muy
lejos con su ejército.
Al concluir este imperfecto bosquejo de costum
bres y de sucesos antiguos, creemos necesario expo
ner que lo que podría también facilitar, en gran ma
nera, el resurgimiento de Mizque, es la voluntad de
sus hijos.
E stá dem o strado , que el tra b a jo red en to r y la fe
e n la s p ro p ias fu erzas, v alen m á s qu e los au x ilio s
ex trañ o s.
La grandeza de las humanas colectividades, es
más duradera, cuando tiene por base los sacrificios
de los individuos que las forman.
Por eso, la más grande de las cobardías, consiste
en no obrar cuando se puede surgir.
Los pueblos que no luchan para alcanzar el pre
dominio, son como los soldados que desertan en la ho
ra del combate.
Por fortuna, en los momentos en que escribimos
estas líneas, se va operando en la sociedad que nos
ocupa, una reación saludable que lleva camino de ob
tener éxito completo en lo sucesivo.
Ella ha comprendido por fin, que la inercia es
un crimen cuando se trata de la propia salvación
y se apresta para librar la gran batalla contra el
monstruo del egoísmo que todo lo envilece y lo ani
quila.
327
Mizque la altiva y opulenta ciudad de otras eda
des, arranca hoy fuerzas de su mismo infortunio, y
se adelanta resuelta hacia el porvenir, con el con
vencimiento de que el sol que alumbró su antiguo po
derío, se levantará de nuevo en el horizonte.
FIN
328
I NDI CE
329
Palabras preliminares
Apuntes para la historia de Cochabam
ba
C apítulo I
El distrito de Collasuyo. Guerras de Ca
ri y Chipana. Reflexiones sobre la polí
tica y el gobierno de los Incas. Funda
ción de Cochabamba
C apítulo II
Benero y Balero es nombrado revisitador
en 1730. Levantamiento del 29 de noviem
bre. Alejo Calatayud. Victoria de los in-
surrectos. Francisco Urquiza y Rodríguez
Carrasco encabezan la reacción. Muerte
de Calatayud. Crueldades de Carrasco.
Importancia de la insurrección de 1730
C apítulo III
Las crueldades de Rodríguez Carrasco
producen un nuevo amotinamiento en Co
chabamba. Muerte de Luis de la Rocha,
teniente de las tropas del gobernador. Flo
res subleva el pueblo de Quillacollo y con
las fuerzas que organiza allí, intenta apo
derarse de Cochabamba. Motivos que le
impiden poner en ejecución su pensamien
to. Huida y suplicio de Flores
C apítulo IV
Causas de la insurrección de 1781 en Co
chabamba. Amotinamiento de los indios
de Chayanta. Muerte de Dámaso Catari.
Sublevación de las provincias del Norte
del Alto Perú. Insurrección de Cochabam
ba, Arque y Cliza. Los cocthabambinos
bajo las órdenes de Flores y Resseguín
vencen en La Paz a las hordas de Apa
sa. Expedición de José Resseguín y Mo
hosa y Aja,marca
C apítulo V
Guerra de la independencia y causas que
la motivaron. Estado del comercio y de
la industria en la época del coloniaje.
Impuestos y gabelas. Leyes restrictivas de
la instrucción. Dominación dél clero. Es
tablecimiento de los tribunales inquisito
riales. CoiTupción general
C apitulo VI
Primera revolución de Cochabamba. Juan
Bautista Oquendo. Organización de la
Junta de Guerra. Francisco Javier de Ori-
huela es nombrado representante de Co
chabamba en el Congreso de Buenos Ai
res. Esteban Arze, Importancia de la Re
volución del 14 de septiembre de 1810
C apítulo V II
Insurrección de Oruro. Día en que tuvo
lugar la batalla de Aroma. Derrota de Pié-
rola. Consecuencias del triunfo de Aro-
Pág.
C apítulo V III
Batalla de Amiraya. /Llegada de Goyene-
che a Cochabamba, Don Francisco del Ri
vero 102
C apítulo IX
Reorganización de las fuerzas indepen
dientes. Arze se apodera de Cochabamba.
L a J u n ta de G obierno. D escalabro de O ru-
ro.L a c a m p a ñ a de C h a y a n ta . B a ta lla de
C arip u yo . L ig e ra m en ció n de los n om
b ram ien to s expedidos en fav o r de E steban
Arze por el g e n e ra l en je fe del e jé rc ito
a u x ilia r D. M a rtín de P u eyrred ó n y por
la su p rem a J u n t a de B ueno s A ires 113
C apítulo X
Continúa el levantamiento de Cochabam
ba. Los cañones de estaño. Arze aumenta
sus huestes en el Paredón. Batalla del
Quehuiñal. Cochabamba opone resistencia
a Goyeneche. Desgraciados sucesos que
siguieron a la toma de la ciudad. Muer
te de Antezana. Importancia de la segun
da revolución de Cochabamba. La gue
rra de montoneras. Descalabro de Molles 121
C apítulo XI
Lombera sale de Cochabamba. Recaba-
rren proclama la independencia. Nuevo
alzamiento de Cochabamba. El Dr. Mi
guel Cabrera es nombrado gobernador
intendente. Llegada del ejército de Bel-
grano al Alto Perú. Desastre de Vilcapu-
gio. Reorganización del ejército de la pa
tria. El coronel Zelaya lleva al Sur las
huestes de Cochabamba. Batalla de Ayo-
ma. Arenales conduce las tropas cocha-
333
Pág.
bambinas a Santa Cruz. Victoria de la
Florida 135
C apítulo X II
Los guerrilleros en 1814. Muerte de Arze.
Llegada del tercer ejército auxiliar al Al
to Perú. Descalabro de Viloma. Cruelda
des de Pezuela. Reunión del Congreso de
Tucumán, D.Pedro Carrasco 142
C apítulo X III
.La Serna reemplaza a Ramires. Campa
ña de 1817. Sublevación de Cochabamba.
D. Juan Carrillode Albornoz 143
C apítulo XIV
Nuevo ejército auxiliar de Buenos Aires.
Levantamiento de los guerrilleros del Al
to Perú. Rasgos biográficos de José Mi
guel Lanza 154
Apéndice 167
Casos históricos y tradicionales de la
ciudad de Mizque 189
Prólogo 191
C apítulo I
Primitivos habitantes del valle de Miz
que 201
C apítulo II
El Inca Capac Yupanqui y sus empresas
militares. Sometimiento de Chayanta y
Charcas a la autoridad del Inca. Descu
brimiento de las minas de Porco. Ca-
334 —
Pág.
rácter singular de la dominación incaica.
Ocupación del valle de Mizque 207
C apítulo III
Fundación de la villa de Salinas de R o
Pisuerga hoy ciudad de Mizque. Progreso
rápido de la nueva villa. Construcción de
los primeros edificios. Creación del Ca
bildo, Corregimiento y demás tribunales
y justicias de Mizque 2C9
C apítulo IV
Fundación de iglesias y conventos. Ori
gen remoto del templo de Sán Agustín.
El padre José Hurtado. Aparición y mi
lagros del Cristo de Burgos, según la tra
dición. Carácter especial del culto que se
tributa a esta imagen 217
C apítulo V
Fundación de los conventos de San Fran
cisco, Santo Domingo, Santa Teresa, San
ta Clara, y de las Iglesias de San Sebas
tián y la Matriz. Erección de la Sede
Episcopal de Santa Cruz de la Sierra y
de qué modo uno de los Obispos de di
cha ciudad, fue expulsado de Mizque. 227
C apítulp VI
Creación del Hospital de Santa Bárbara
y del convento de San Juan de Dios, y de
qué manera la facultad de administrar
dicho hospital, pasó de los obispos de
Santa Cruz a la comunidad juandediana.
Desarrollo e importancia de esa casa de
caridad. Miembros notables de la cofra
día de San Juan de Dios. Riquezas de
335
Pág.
las comunidades religiosas y medios de
que a veces se servían para adquirirlas 237
C a n tu ta VII
Industriar, primitivas de Mizque. Rique
za agrícola y pecuaria. Comercio de ex
portación. Las minas de Quioma y su in
fluencia en el progreso y del adelanta
miento de la ciudad. Las vetas aurífe
ras de Quilinqui 252
C apítulo V III
La aristocracia mizqueña, su organización
y su carácter especial. De cómo un noble
sin titules, viajó hasta Madrid, para ad
quirir el derecho de votar 261
C apítulo IX
Fiestas profanas. La procesión de las ca
rrosas. Torneos, justas, juegos de cañas,
lidias de toros y riñas de gallos 266
C apítulo X
La fiesta de la Virgen del Rosario. La
gran procesión. Toros y danzantes. Arcos
y alturas en la ciudad. El Alférez Mayor.
Comilonas y jolgorios. 279
C apitulo X I
El carnaval y sus grotescas solemnidades.
La entrada del domingo. Diversiones
campestres y carreras a caballo. Las al
cancías 284
C apítulo X II
Fiestas religiosas. Las solemnidades de la
cuaresma. Ceremonias del Domingo de
Ramos. La procesión del Viernes Santo 287
335
Pág.
C apítulo X III
Historia tradicional de doña Inés de Ta-
boada 296
C apítulo XIV
La guerra de emancipación en Mizque.
Los montoneros y sus caudillos princi
pales 302
C apítulo XV
Don Carlos Taboada y su actuación en
las luchas de la libertad. Correrías de
Goyeneche en el sur y centro del Alto
Perú. Batalla del Quehuiñal. 3CS
C apítulo XVI
Combate de Molles. Taboada después del
desastre, es aprehendido en Tinguipaya y
conducido a Potosí. Juzgamiento y muer
te de Taboada. Opiniones de historiado
res ilustres sobre don Carlos Taboada 312
APENDICE
Causas de la decadencia de Mizque y me
didas que podrían facilitar su resurgi
miento. Conclusión 320
Indice 329
337
La presente obra se terminó de
imprimir el día 12 de septiem
bre de 1967, en la E ditorial “Se
rran o H ncs. L tda.’\ de la ciudad
de Cochabamba, Bolivia.
BIBLIOTECA IV CENTENARIO