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En este ensayo, ‘ciencia normal’ significa investigación basada firmemente en una o más
realizaciones científicas pasadas, realizaciones que alguna comunidad científica particular
reconoce, durante cierto tiempo, como fundamento para su práctica posterior.
Antes de que esos libros se popularizaran, a comienzos del siglo XIX (e incluso en tiempos
más recientes, en las ciencias que han madurado últimamente), muchos de los libros
clásicos famosos de ciencia desempeñaban una función similar. La Física de Aristóteles, el
Almagesto de Ptolomeo, Los Principios y la Óptica de Newton, la Electricidad de Franklin,
la Química de Lavoisier y al Geología de Lyell –estas y muchas otras obras– sirvieron
implícitamente, durante cierto tiempo, para definir los problemas y métodos legítimos de
un campo de la investigación para generaciones sucesivas de científicos.
Voy a llamar, de ahora en adelante, a las realizaciones que comparten esas dos
características, ‘paradigmas’, término que se relaciona estrechamente con ‘ciencia
normal’. Al elegirlo, deseo sugerir que algunos ejemplos aceptados de la práctica científica
real –ejemplos que incluyen, al mismo tiempo, ley, teoría, aplicación e instrumentación–
proporcionan modelos de los que surgen tradiciones particularmente coherentes de
investigación científica. Ésas son las tradiciones que describen los historiadores bajo
rubros tales como: ‘astronomía ptolemaica’ (o de Copérnico), ‘dinámica aristotélica’ (o
newtoniana), ‘óptica corpuscular’ (u óptica de las ondas), etc.
Este compromiso y el consentimiento aparente que provoca son requisitos previos para la
ciencia normal, es decir, para la génesis y la continuación de una tradición particular de la
investigación científica.
Sin embargo, esa discusión más abstracta dependerá de una exposición previa de
ejemplos de la ciencia normal o de los paradigmas en acción. En particular, aclararemos
esos dos conceptos relacionados, haciendo notar que puede haber cierto tipo de
investigación científica sin paradigmas o, al menos, sin los del tipo tan inequívoco y
estrecho como los citados con anterioridad. La adquisición de un paradigma y del tipo más
esotérico de investigación que dicho paradigma permite es un signo de madurez en el
desarrollo de cualquier campo científico dado.
Referencia: Khun, Thomas (1998). La estructura de la Revoluciones científicas. Bogotá: D’ Vinni Editorial
Ltda. pp. 33-35
TEXTO II
Sir Karl Popper, nacido en Viena en 1902; catedrático (emérito) de lógica y metodología
de la ciencia de la Universidad de Londrés. Miembro de la Royal Society, del Institut de
France, de la Accademia Nazionale dei Lincei y de otras muchas sociedades científicas.
Fallecido en Londres en 1994.
Roman Sexl, nacido en Viena en 1939; estudió física y en 1962 pasó al Institute for
Advanced Study de Princeton; 1963-1968: catedrático de física en diversas universidades
de Estados Unidos; desde 1969 ocupó ese cargo en la Universidad de Viena. Fallecido en
esta ciudad en 1986.
SEXL: Pero ahora me gustaría enlazar todo esto con la siguiente cuestión: tenemos muy
buenos ejemplos de cómo puede demostrarse la falsedad de una teoría, de cómo puede
ser falsada mediante la experimentación. Lo que en cambio, no es posible nunca es su
verificación, nunca puede demostrarse su absoluta univocidad. Sin embargo, ahora
mismo, al observar la gran distancia que media entre Newton y Einstein, basada, claro
está, en unos fundamentos completamente distintos, se nos plantea la cuestión de si la
experimentación ha desempeñado también en este caso concreto el papel determinante,
o si, por el contrario, no se trata de dos teorías que han coexistido durante cierto tiempo,
de suerte que cabe hablar de una falsabilidad pura y simple.
La teoría del éter –no olvidemos que era un desarrollo del pensamiento newtoniano–,
remplazada luego por la de Einstein, continuó siendo durante largo tiempo compatible
con toda clase de experimentos, y aún hoy día podemos formularla de manera que pueda
ser compatible con ellos. Queda, pues, patente que debemos seguir elaborando el
método de la falsación, que debemos emplearlo con muchísimas precauciones.
POPPER: Tiene usted toda la razón. Lo que me gustaría es negar eso de que yo haya
expuesto alguna vez una teoría tan ingenua de la falsación. Desde el principio, en mis
publicaciones de 1933 y sobre todo de 1934, subrayé que, si bien puede uno sustraerse a
todo tipo de refutación, es importantísimo intentar afinar de tal modo las propias teorías
que puedan ser refutadas. Y eso es lo que hizo especialmente Einstein con la teoría
general de la relatividad. Por ejemplo, dijo que, si se demostraba experimentalmente la
falsedad del corrimiento al rojo por efecto de la gravitación, renunciaría inmediatamente
a su teoría. Es un ejemplo de cuán presente tenía Einstein lo necesario que era enderezar
el rumbo de la actividad científica hacia la falsación.
Ni que decir tiene que, aunque Einstein hubiera renunciado a su teoría, habrían quedado
muchos seguidores suyos dispuestos a afirmar: “No, no, no es preciso, ni mucho menos,
renunciar a ella”. Ni que decir tiene que no se debe nunca renunciar a una teoría.
Sencillamente, siempre se puede –y así lo he dicho explícitamente en La lógica de la
investigación científica–, siempre se puede, repito, intentar salvar las propias teorías
mediante hipótesis auxiliares o cualesquiera otros expedientes.
Con todo, la opinión general era que se trataba de un crucial experiment y sus resultados
fueron admitidos como un argumento de peso en favor de la tesis de Einstein.
SEXL: Sin embargo, con otros muchos experimentos Einstein no reaccionó así. Del mismo
modo que una teoría puede estar equivocada, también un experimento puede estarlo. Por
ejemplo, ya en los primeros tiempos de la teoría de la relatividad hubo algunos
experimentos tan complejos: no era la teoría la que estaba equivocada, sino el
experimento. Quiero decir que el científico, el teórico en este caso, tampoco puede
contemplar en este sentido una falsación con demasiada ingenuidad; de lo contrario se
toparía una y otra vez con teorías que debe abandonar.
POPPER: Desde luego. Como ya he dicho, lo he repetido una y otra vez. Pero a mi teoría se
le ha achacado que se enfrenta a la falsación desde una perspectiva demasiado ingenua.
Thomas Khun, por ejemplo, ha escrito: “Popper no es un falsador ingenuo”, y estoy
traduciendo directamente del inglés, “pero podría ser considerado como tal”. Por
supuesto que puedo ser considerado como tal. También podrían considerarme un asesino;
aunque no sea ningún asesino, siempre puedo ser considerado como tal.
Referencia: Popper, K. y K. Lorenz. (2000). El porvenir está abierto: Conversación de Altenmberg y textos
del simposio sobre Popper celebrado en Viena. España: Tusquets Editores, S.A. pp.75-78.