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TEXTO I

La Estructura de las Revoluciones científicas


Thomas Khun

EL CAMINO HACIA LA CIENCIA

En este ensayo, ‘ciencia normal’ significa investigación basada firmemente en una o más
realizaciones científicas pasadas, realizaciones que alguna comunidad científica particular
reconoce, durante cierto tiempo, como fundamento para su práctica posterior.

En la actualidad, esas realizaciones son relatadas, aunque raramente en su forma original,


por los libros de texto científicos, tanto elementales como avanzados. Esos libros de texto
exponen el cuerpo de la teoría aceptada, ilustran muchas o todas sus aplicaciones
apropiadas y comparan estas con experimentos y observaciones de condición ejemplar.

Antes de que esos libros se popularizaran, a comienzos del siglo XIX (e incluso en tiempos
más recientes, en las ciencias que han madurado últimamente), muchos de los libros
clásicos famosos de ciencia desempeñaban una función similar. La Física de Aristóteles, el
Almagesto de Ptolomeo, Los Principios y la Óptica de Newton, la Electricidad de Franklin,
la Química de Lavoisier y al Geología de Lyell –estas y muchas otras obras– sirvieron
implícitamente, durante cierto tiempo, para definir los problemas y métodos legítimos de
un campo de la investigación para generaciones sucesivas de científicos.

Estaban en condiciones de hacerlo así, debido a que compartían dos características


esenciales. Su logro carecía suficientemente de precedentes como para haber podido
atraer a un grupo duradero de partidarios, alejándolos de los aspectos de competencia de
la actividad científica. Simultáneamente, eran lo bastante incompletas para dejar muchos
problemas para ser resueltos por el redelimitado grupo de científicos.

Voy a llamar, de ahora en adelante, a las realizaciones que comparten esas dos
características, ‘paradigmas’, término que se relaciona estrechamente con ‘ciencia
normal’. Al elegirlo, deseo sugerir que algunos ejemplos aceptados de la práctica científica
real –ejemplos que incluyen, al mismo tiempo, ley, teoría, aplicación e instrumentación–
proporcionan modelos de los que surgen tradiciones particularmente coherentes de
investigación científica. Ésas son las tradiciones que describen los historiadores bajo
rubros tales como: ‘astronomía ptolemaica’ (o de Copérnico), ‘dinámica aristotélica’ (o
newtoniana), ‘óptica corpuscular’ (u óptica de las ondas), etc.

El estudio de los paradigmas, incluyendo muchos de los enumerados antes como


ilustración, es lo que prepara principalmente al estudiante para entrar a formar parte
como miembro de la comunidad científica particular con la que trabajará, más tarde.
Debido a que se reúne con hombres que aprenden las bases de su campo científico a
partir de los mismos modelos concretos, su práctica subsiguiente raramente despertará
desacuerdos sobre los fundamentos claramente expresados. Los hombres cuya
investigación se basa en paradigmas compartidos están sujetos a las mismas reglas y
normas para la práctica científica.

Este compromiso y el consentimiento aparente que provoca son requisitos previos para la
ciencia normal, es decir, para la génesis y la continuación de una tradición particular de la
investigación científica.

Debido a que en este ensayo el concepto de paradigma remplazará frecuentemente a


diversas nociones familiares, será preciso añadir algo más respecto a su introducción. ¿Por
qué la realización científica concreta, como foco de entrega profesional, es anterior a los
diversos conceptos, leyes, teorías y puntos de vista que pueden abstraerse de ella? ¿En
qué sentido es el paradigma compartido una unidad fundamental para el estudiante del
desarrollo científico, una unidad que no puede reducirse plenamente a componentes
atómicos lógicos que pudieran aplicarse en su ayuda? Cuando las encontremos en la
Sección V, las respuestas a esas preguntas y a otras similares resultarán básicas para la
comprensión tanto de la ciencia normal como del concepto asociado de los paradigmas.

Sin embargo, esa discusión más abstracta dependerá de una exposición previa de
ejemplos de la ciencia normal o de los paradigmas en acción. En particular, aclararemos
esos dos conceptos relacionados, haciendo notar que puede haber cierto tipo de
investigación científica sin paradigmas o, al menos, sin los del tipo tan inequívoco y
estrecho como los citados con anterioridad. La adquisición de un paradigma y del tipo más
esotérico de investigación que dicho paradigma permite es un signo de madurez en el
desarrollo de cualquier campo científico dado.

Referencia: Khun, Thomas (1998). La estructura de la Revoluciones científicas. Bogotá: D’ Vinni Editorial
Ltda. pp. 33-35
TEXTO II

¿Qué es una falsación ingenua?


Entrevista a Karl Popper

Sir Karl Popper, nacido en Viena en 1902; catedrático (emérito) de lógica y metodología
de la ciencia de la Universidad de Londrés. Miembro de la Royal Society, del Institut de
France, de la Accademia Nazionale dei Lincei y de otras muchas sociedades científicas.
Fallecido en Londres en 1994.

Roman Sexl, nacido en Viena en 1939; estudió física y en 1962 pasó al Institute for
Advanced Study de Princeton; 1963-1968: catedrático de física en diversas universidades
de Estados Unidos; desde 1969 ocupó ese cargo en la Universidad de Viena. Fallecido en
esta ciudad en 1986.

SEXL: Pero ahora me gustaría enlazar todo esto con la siguiente cuestión: tenemos muy
buenos ejemplos de cómo puede demostrarse la falsedad de una teoría, de cómo puede
ser falsada mediante la experimentación. Lo que en cambio, no es posible nunca es su
verificación, nunca puede demostrarse su absoluta univocidad. Sin embargo, ahora
mismo, al observar la gran distancia que media entre Newton y Einstein, basada, claro
está, en unos fundamentos completamente distintos, se nos plantea la cuestión de si la
experimentación ha desempeñado también en este caso concreto el papel determinante,
o si, por el contrario, no se trata de dos teorías que han coexistido durante cierto tiempo,
de suerte que cabe hablar de una falsabilidad pura y simple.

La teoría del éter –no olvidemos que era un desarrollo del pensamiento newtoniano–,
remplazada luego por la de Einstein, continuó siendo durante largo tiempo compatible
con toda clase de experimentos, y aún hoy día podemos formularla de manera que pueda
ser compatible con ellos. Queda, pues, patente que debemos seguir elaborando el
método de la falsación, que debemos emplearlo con muchísimas precauciones.

POPPER: Tiene usted toda la razón. Lo que me gustaría es negar eso de que yo haya
expuesto alguna vez una teoría tan ingenua de la falsación. Desde el principio, en mis
publicaciones de 1933 y sobre todo de 1934, subrayé que, si bien puede uno sustraerse a
todo tipo de refutación, es importantísimo intentar afinar de tal modo las propias teorías
que puedan ser refutadas. Y eso es lo que hizo especialmente Einstein con la teoría
general de la relatividad. Por ejemplo, dijo que, si se demostraba experimentalmente la
falsedad del corrimiento al rojo por efecto de la gravitación, renunciaría inmediatamente
a su teoría. Es un ejemplo de cuán presente tenía Einstein lo necesario que era enderezar
el rumbo de la actividad científica hacia la falsación.
Ni que decir tiene que, aunque Einstein hubiera renunciado a su teoría, habrían quedado
muchos seguidores suyos dispuestos a afirmar: “No, no, no es preciso, ni mucho menos,
renunciar a ella”. Ni que decir tiene que no se debe nunca renunciar a una teoría.
Sencillamente, siempre se puede –y así lo he dicho explícitamente en La lógica de la
investigación científica–, siempre se puede, repito, intentar salvar las propias teorías
mediante hipótesis auxiliares o cualesquiera otros expedientes.

No obstante, a mi juicio, el científico tiene la obligación, en la medida de lo posible, de


orientar el rumbo de sus actividades hacia ese tipo de experimentos decisivos, que en
inglés llaman crucial experiments, expresión derivada de la latina experimentum crucis, y
también de llevarlos a cabo, siempre que sea posible. No sé si, a este respecto, debo
detenerme o no en lo que es la historia de la teoría de la relatividad, pero lo cierto es que
los ingleses se dedicaron afanosamente a observar la desviación de la luz durante el
eclipse solar de 1919, aun a pesar de haberse producido inmediatamente después de la
Primera Guerra Mundial, en una época en la que imperaba una gran hostilidad contra la
ciencia alemana y Einstein era considerado alemán.

Con todo, la opinión general era que se trataba de un crucial experiment y sus resultados
fueron admitidos como un argumento de peso en favor de la tesis de Einstein.

SEXL: Sin embargo, con otros muchos experimentos Einstein no reaccionó así. Del mismo
modo que una teoría puede estar equivocada, también un experimento puede estarlo. Por
ejemplo, ya en los primeros tiempos de la teoría de la relatividad hubo algunos
experimentos tan complejos: no era la teoría la que estaba equivocada, sino el
experimento. Quiero decir que el científico, el teórico en este caso, tampoco puede
contemplar en este sentido una falsación con demasiada ingenuidad; de lo contrario se
toparía una y otra vez con teorías que debe abandonar.

POPPER: Desde luego. Como ya he dicho, lo he repetido una y otra vez. Pero a mi teoría se
le ha achacado que se enfrenta a la falsación desde una perspectiva demasiado ingenua.
Thomas Khun, por ejemplo, ha escrito: “Popper no es un falsador ingenuo”, y estoy
traduciendo directamente del inglés, “pero podría ser considerado como tal”. Por
supuesto que puedo ser considerado como tal. También podrían considerarme un asesino;
aunque no sea ningún asesino, siempre puedo ser considerado como tal.

SEXL: No, no es usted un asesino de teorías. Pero naturalmente cabe preguntarse: si la


falsación resulta tan complicada cuando se la desea aplicar a un caso concreto, ¿no habrá
entonces una descripción más adecuada? Y en tal caso tendríamos que remitirnos
precisamente a Thomas Kuhn y ver si el proceso no podría ser considerado más bien como
una revolución científica.

Referencia: Popper, K. y K. Lorenz. (2000). El porvenir está abierto: Conversación de Altenmberg y textos
del simposio sobre Popper celebrado en Viena. España: Tusquets Editores, S.A. pp.75-78.

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