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En 1556, Carlos I abdicó y dividió sus posesiones: cedió el título de emperador y sus territorios
austriacos a su hermano Fernando y entregó las restantes posesiones a su hijo Felipe.
A los territorios heredados de su padre, Felipe II añadió en 1580 el reino de Portugal y sus
dominios en África, Asia y Brasil. En ese año el monarca portugués murió sin herederos y Felipe
II reclamó sus derechos al trono por ser hijo de una infanta portuguesa.
Felipe II fue el gran defensor del catolicismo frente al islam y frente a la expansión de la
Reforma protestante. Por ello nunca concedió la libertad religiosa a sus súbditos y fue
implacable contra cualquier brote de protestantismo en sus territorios. Así, reforzó el papel de
la Inquisición y prohibió la entrada en España de libros extranjeros y la salida de estudiantes
españoles a otros países.
La defensa del catolicismo le llevó a tener que enfrentarse a la sublevación de los moriscos de
Granada en el año 1568. Aunque oficialmente eran cristianos, se sospechaba que sólo una
minoría se había convertido realmente, por lo que fueron perseguidos por la Inquisición. La
rebelión de los moriscos fue frenada con dureza y unos 100000 fueron deportados y
dispersados por toda Castilla.
Mantener un Imperio de tales dimensiones suponía unos enormes gastos, por lo que Carlos I y
Felipe II tuvieron que afrontar graves dificultades para financiar sus políticas.
España recibía grandes cantidades de oro y plata procedentes de América. Además, los
monarcas incrementaron los impuestos, sobre todo en Castilla. No obstante, estos ingresos no
fueron suficientes para costear los gastos, por lo que se recurrió al endeudamiento, que cada
vez fue mayor. Por ello, Felipe II se vio obligado a declarar varias veces bancarrotas, es decir,
suspender el pago de las deudas por la imposibilidad de hacerles frente.
ACTIVIDADES
2. Explica los principales conflictos internos del reinado de Felipe II (si es necesario, busca
información)