Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Capítulo 3
Capítulo 3
El principio de pertenencia
del Yo personal al Todo
como problema de la Filosofía Política
de nuestro tiempo
Perspectiva sistemática
65
lismo y del Neo-liberalismo occidental. El nuevo todo al que
la Cuarta Revolución Industrial pretende reducir al hombre
es entonces un Medio Ambiente planetario, en cuyo interior
se unen pacíficamente en una síntesis superadora las orienta-
ciones doctrinales del Liberalismo y del Marxismo. He aquí
la constitución ideológica de ese nuevo todo superador.
Esas nociones –Medio Ambiente y Ecosistemas de di-
versa índole– implican la sustitución del Orden del Cosmos
y de las Leyes de la Naturaleza impresas por Dios Creador,
por la ley humana radicalmente autónoma y antinómica
respecto de aquella. En la expresión dramática y clara del
pseudo-filósofo del Nuevo Orden Mundial Yuve Harari...
No más un diseño de algún Dios ubicado por encima de las
nubes-alude al Dios Trascendente-sino un nuevo diseño ri-
gurosamente humano y teledirigible...21. Dicha operación im-
plica para nosotros un nuevo nacimiento, esta vez no por
medio de las aguas bautismales, sino por medio de la inocu-
lación del suero de la nueva vida y de la nueva participación
en nosotros, ya no del soplo divino que infunde la inteligen-
cia, sino de la inteligencia artificial IA que es el nombre de
etiqueta de la homogeneización, manipulación y teledirec-
ción de nuestra facultad superior unificante y vivificadora.
¿En qué sentido empleo aquí, para explicar uno o el otro térmi-
no antagónico de esta la Tercera Guerra Mundial, el principio
de pertenencia del Yo al Todo? Pues bien, lo hago, en primer
21
https://www.youtube.com/watch?v=sH4pamAsvtI
66
lugar, en el sentido platónico de pertenencia de lo múltiple a lo
uno. Me refiero concretamente a la posibilidad y a la necesidad
de explicar lo múltiple por su relación con lo uno. El hombre,
que virtualmente pertenece al todo de la Creación, es el poten-
cial heredero de la Gloria de Dios. Por ello postulo ahora la idea
de integración perfectiva al todo de la Creación. En cambio, el
androide, el que se religa con el Medio Ambiente y con los Eco-
sistemas, el engendro rediseñado por la Cuarta Revolución In-
dustrial mediante la IA, no es más que un manojo de instintos y
de sensaciones teledirigido y moldeado, según la horma de las
técnicas de ingeniería política-también llamada bio-ingeniería
o ingeniería social- y de la manipulación cibernética.
La tesis de partida podría enunciarse como sigue: El Yo
entendido como manifestación de la persona racional de na-
turaleza individual, es un todo –ὅλον– subsistente –una cierta
forma de υπόστασις– perfectible que pertenece a otros todos a
los que llamaremos virtuales y/o potestativos. La persona hu-
mana se integra en el todo potestativo del Ordo Creationis,
pues de tal integración virtual obtiene su auténtica virtuali-
dad como persona y su auténtica dignidad como hijos pre-
dilectos del Autor del Todo de la Creación. Eso leemos en el
Libro del Génesis, cuya antípoda pretende imponer la Cuar-
ta Revolución Industrial mediante el llamado Gran Reinicio.
67
ofrezcamos ante esta indagación depende la reafirmación on-
tológica de nuestro ser, o su casi completa alienación hacia un
todo informe y monstruoso como es el Estado Mundial Úni-
co, más conocido hoy como Estado Profundo. En el caso que
nos ocupa, a saber, el Nuevo Orden Mundial hacia el que nos
conduce la CRI, no se trata, conviene subrayarlo, de una nueva
integración al Estado Mundial Único en la condición elegante
de ciudadanos planetarios, sino de algo mucho más grave y
radical. Se trata de nuestra reducción, con todas nuestras fa-
cultades, con nuestras libertades de obrar o no obrar, de pen-
sar de querer y de sentir, a los ecosistemas digitales al modo en
que se integra un componente neutro en la esfera de un orde-
nador. El Ojo Controlador, vigilante, rector y castigador, que
está detrás de ese nuevo diseño, del diseño de los ordenadores,
no es otro que la mente perversa y psicópata de los miembros
del Estado Profundo, cuyos nombres, al menos algunos de
ellos, fueron mencionados en el prólogo de este libro.
Pero en nuestro caso, en el caso del pleno reconocimiento
de la persona humana y de su divina filiación, puntualizamos
ya el tipo del todo hacia el que estamos vitalmente ordenados.
No obstante, ¿de qué Yo hablamos? Me refiero, no al todo alie-
nado, sino a la sustancia individual de naturaleza racional. El
primer modo de integración perfectivo. La sustancia, que es
la persona humana, se traduce ad extra bajo la forma de una
esencia fluyente en el tiempo y en el espacio mediante ciertos
accidentes. Está integrada por partes constitutivas. Esas partes
constitutivas a las que podríamos caracterizar como orgáni-
cas y propiamente ontológicas, se explican y se justifican por
su remisión última hacia el todo –lo UNO– que es la perso-
na humana individualizada y naturalmente sustantivada. Así
pues, poseemos una estructura orgánica y una estructura, si
se quiere ontológica. De ese modo, conscientes –cum scien-
68
tes– de tales componentes, somos en plenitud nuestro propio
Yo. A la estructura orgánica pertenecen nuestros miembros
corporales, nuestros sentidos interiores y exteriores, nuestra
composición biológica, en suma. He aquí un primer modo de
integración, a saber, el de la integración y constitución del Yo
personal en sentido estricto. Hablo aquí del primer modo de
integración del Yo a saber hacia su propia totalidad ontológica,
esto es, aquella que lo torna persona humana.
A nuestra estructura ontológica corresponde propiamente
el acto de vivir aquí y ahora, el acto completo de ser y la misma
entidad que subyace detrás del nombre de persona humana.
A nuestra composición orgánico/biológica pertenecen los ór-
ganos corporales y la totalidad de nuestras funciones fisioló-
gicas. A la estructura ontológica pertenece, expresado ahora
con más propiedad, la materia individuante y la forma sus-
tancial-actualizante. El Estado Profundo solo cree en la pura
materialidad a la que incluso manipula a discreción, en tanto
que descree de la estructura ontológica en la que descubrimos
la impronta de un Dios Creador en nosotros. Me refiero cla-
ro está, al alma intelectiva superior. En virtud de ello, no nos
equivocaríamos si afirmaramos que la clave de nuestra victo-
ria en esta guerra consiste justamente en la recuperación de la
dimensión espiritual y trascendente de nuestra alma incluso,
para enfrentar el martirio en defensa de la Unidad de nues-
tro ser, de la Verdad, del Bien y de la belleza en nosotros, en
nuestras almas y en toda la naturaleza. El segundo modo per-
fectivo de integración. Me refiero a la unidad sustancial de la
persona humana y de sus propiedades trascendentales. Al fin
y al cabo, así nació la Cristiandad que perduró bajo la forma
de auténtica cultura, pues cultura que es culto y cultivo, prima-
riamente hace referencia al contacto y trabajo sobre la tierra,
pero fundamentalmente alude al reconocimiento de nuestra
69
filiación divina respecto de Dios Creador, que es donde nace
todo culto y cultura propiamente tales. Estamos ahora frente a
un segundo modo de integración del Yo personal hacia el Todo
de la Creación bajo la forma de culto a Dios y de cultura. Entra
allí el Yo personal mediante el bautismo, que lo torna hijo de
Dios en sentido pleno y le confiere, mediante la Fe Sobrenatu-
ral, las coordenadas de su cultura personal.
La materia es potencialidad y principio de individua-
ción. Somos quienes somos en este cuerpo concreto y con
estos humores, pero ese ser estático podría decirse, desde
otro punto de vista un tanto más elevado, es capaz de. Es ca-
paz de... implica aptitud potencial de llegar a ser y aun de
ser actualmente. Eso es lo propio de la materialidad. Alberto
Magno dirá que un niño –que es, que vive aquí y ahora por
in-habitación del Ser concedido gratuitamente por Dios– es
capaz de adquirir mediante el aprendizaje la aptitud de es-
cribir, siempre que esa potencialidad de poder escribir sea
debidamente actualizada mediante la educación. En virtud
de ello, educar es traer a la luz desde dentro del alma aquello
para lo cual solo el hombre, en este breve ejemplo, es capaz,
a saber, de escribir. Enseñándole qué es el papel, qué el lápiz
y las letras del alfabeto, solo el hombre, en virtud de su mate-
rialidad unida a su forma actualizante, puede luego ejercer el
acto de escribir, así como análogamente el de hablar, expre-
sando en ambos casos la vida y la actividad de su intelecto.
Es la actividad superior de la Inteligencia humana la que es
en definitiva capaz de traer al acto, de revestir de bondad y
de belleza las potencialidades escondidas en la materia que
nos circunda, siempre que podamos antes discernir sus leyes
inmutables, es decir, la ley de la naturaleza en su compren-
sión física. Nada de todo esto se explica sin la remisión de las
partes al todo personal sustantivo al que me estoy refiriendo.
70
Dios obra en nosotros concediéndonos la Inteligencia, no
la artificial –IA– sino aquella que nos hace semejantes al mismo
Dios y señores de nuestro presente y nuestro destino. Así obra
Dios en nosotros y luego, así de modo análogo, obramos noso-
tros en y sobre las cosas. La persona humana es capaz de escribir
y de hablar, expresando en el escribir y en el hablar contenidos
espirituales, plenos por ello de sentido. La persona humana no
memoriza, ni registra como un sistema computarizado, sino
que recuerda, trae a la realidad un pasado que vive en el inte-
lecto como cierta existencia espiritualizada. La ventana y fuente
dimanante de esa existencia espiritualizada no es otra que la ac-
tividad espiritual que denominamos conocimiento. Me explico
mejor, todo cuanto conocemos y existe en la realidad, existe en
nosotros, luego de conocerlo, al modo de una existencia inten-
cional a la que llamo ahora existencia espiritualizada. En cierto
sentido, una vez que Dios nos ha creado y lo ha creado todo,
al final del relato del Génesis, somos co-hacedores de la Crea-
ción, como dije bajo la única y excluyente condición de obrar en
nosotros y desde nosotros, teniendo como referencia las leyes
ocultas, pero inteligibles de la Creación, y como coordenadas,
los trascendentales del Ser que son la Unidad Superior de todo
y en todo, la Verdad, la Bondad y la Belleza. A partir de estos dos
modos perfectivos precedentes, se integra la persona humana
en la recta comunidad política.
He dicho que la antípoda de la Creación se llama hoy Me-
dio Ambiente. Así, análogamente, la antípoda del verdadero
conocimiento no es otra que la Revolución del Conocimien-
to de la CRI. No debo hablar ahora de la integración, sino de
la fusión del Yo personal a los sistemas computarizados. Vale
decir, un cuarto modo de integración, esta vez, no perfectivo,
sino degenerativo. En efecto, nada de lo dicho respecto del
segundo modo de reducción del Yo tendrá lugar mediante
71
la digitalización de nuestras inteligencias. Esa operación se
propone la explícita y real desconexión de nuestro cuerpo
con nuestras almas espirituales. Es el caso de Epicuro que tan
sólo creía en la materialidad. Ahora, en cambio, en el caso
del Estado Profundo, se trata de la firme creencia en la mate-
ria con exclusión de la forma sustancial y del profundo odio
de toda dimensión trascendente de la vida en su totalidad.
Aquella luz que es propia del alma espiritual, que la define
por antonomasia y que posibilita la visión inequívoca de las
esencias de las cosas existentes, aquella luz que nos facilita
ese traer por la memoria desde el pasado vivido, pretende ser
sustituida por la IA, la inteligencia del androide sometida sin
retorno al Intelecto Único oculto detrás de las plataformas
digitales y las computadoras. Bien se afirma que el intelecto
humano está solo reservado a Dios, o bien de otro modo, que
la voz de la conciencia no es otra cosa que la voz de Dios en
nosotros. Encontramos aquí tal vez sin buscarla, otra clave
para nuestra victoria. Se trata ahora de la recuperación de
nuestro espacio espiritual interior, la revivificación del casti-
llo interior del alma a fin de verlo todo en Dios y desde Dios.
72
Nos referiremos ahora nuevamente al tercer modo de
integración perfectiva del Yo personal. Es decir, a la vida
en la comunidad política. Uniendo pues capacidad de, o
bien potencialidad de, con el acto de ser aquí y ahora que
nos confiere la forma sustancial, que, para nuestro caso es
el alma, estamos en condiciones de afirmar que el hombre,
la persona humana, es, entre otras determinaciones, algo
así como una esencia necesitante que fluye en el espacio y en
el tiempo, pero en un tiempo finito que se abre hacia la Eter-
nidad. Se abre a la Eternidad porque el hombre es aquí y
ahora capax Dei... capaz de conocer y de amar a Dios hasta
la unión íntima con Él. Es capax Dei pues Dios Creador ha
impreso en él, su criatura, ciertos rasgos que asemejan la
criatura al Creador. El hombre, a semejanza de su Creador,
posee un alma inmortal. Un alma que subsiste después de
su separación del cuerpo, vale decir, después de la muerte
corporal. La unión del alma inmortal con el cuerpo mor-
tal constituye lo que llamamos hipóstasis –υπόστασις–. He
aquí en este modo peculiar de la unidad hipostática, un ras-
go característico de la persona humana. El hombre político
hacia cuya caracterización nos orientamos ahora, es, ante
todo y por todo ello, racional por naturaleza por expreso
designio de Dios Creador. El hombre con su inteligencia na-
tural reconoce en esta la sede de la auténtica sabiduría y no
apenas un banco de datos, tal como lo pretende el proyecto
de IA. Ceder ligera e irreflexivamente nuestra capacidad de
pensarlo todo en Dios y desde Dios es una manera sutil de
negar a Dios y de matarlo en nuestras almas. Al menos así
nos lo enseña nuestra definición fundamental de la persona
humana acuñada por Boecio y por Tomás de Aquino más
tarde. Así pues, si en el principio del obrar moral político
reconocemos la bondadosa obra de Dios en el acto de par-
73
ticipación de nuestra alma espiritual e intelectual, entonces
por lógica necesidad nuestra vida moral política debe ser,
en estricta justicia, una vida de imitación de Dios. Nos en-
seña Tomás de Aquino que debemos obrar políticamente
imitando la obra de Dios en la naturaleza22. El Gran Reini-
cio mediante la reducción materialista de nuestra vida tie-
ne por botín la totalidad de nuestra alma y con ello busca
nuestro consenso por las buenas o paradójicamente por las
malas, para hacer y obrar contra la obra de Dios y Sus le-
yes. El fin último de la Cuarta Revolución Industrial y de
la actual guerra por implantarla tiene, por tanto, una clara
dimensión teológica a saber, conducir la mayor cantidad de
almas posibles hacia el camino seguro de su condenación
eterna.
22
Cfr. SANCTI THOMAE DE AQUIN0, Ad regem cypri, en Opera Omnia,
Tomus XLII, Roma-Santa sabina, 1979, p. 40-18 y sgts.
74
leyes. Ars imitatur naturam –el arte y también la Moral y
la Política imitan la naturaleza– reza, como dije, el axioma
de Tomás de Aquino. He aquí un modo de obrar ad extra
et ad intra, según las dimensiones de la moralidad y de la
politicidad. O, de otro modo, conociendo la Lex aeterna re-
velada y esa parte relevante de la Lex aeterna que, calificada
según que es cognoscible por la razón humana, llamamos
Lex naturae, vivimos una vida plenamente humana, vivimos
en comunidad política, como hijos de Dios. Obsérvese que
de lo dicho emerge con claridad la siguiente afirmación. En
efecto, nuestra libertad recibe su causa formal, digamos, su
robustez ontológica, del auténtico conocimiento de Dios.
No sin razón pues el Globalismo del que venimos hablando
se ha propuesto como premisa teológico política, la aboli-
ción del Catolicismo auténtico, no del progresismo que es
su vía colectora, y que conlleva la construcción de la religión
post-cristiana promulgada por Jorge Bergoglio.
Si unimos ahora los tres modos perfectivos de integra-
ción precedentes, la religiosidad del segundo modo, la ra-
cionalidad del primer modo, y nos hacemos deudores de
una cultura, la politicidad, del tercer modo de integración,
podremos comprender que, en verdad, el hombre, ese todo
sustantivo integrado ontológicamente como persona hu-
mana, posee al menos estas tres dimensiones, la religiosi-
dad, la vida intelectual, la inteligencia, y la politicidad. Sin
dificultad y en virtud de lo dicho, podemos colegir que la
religiosidad constituye en la persona humana su dimensión
por excelencia, su dimensión legitimara y orientadora, sea
de la racionalidad como de la politicidad. Hemos delineado
de este modo, la primera tridimensionalidad de la persona
humana. Sin embargo, al referirme al tipo de integración
ontológica, aludí también al componente biológico del
75
hombre. Allí, sin duda, la inteligencia superior, que se des-
pliega como racionalidad, constituye el nivel más elevado
de organización del Yo personal. Estamos ahora en condi-
ciones de delimitar una segunda tridimensionalidad de la
persona humana. La misma está constituida por las esferas
biológica, la afectiva y la racionalidad. Distinguimos aquí;
en la primera tridimensión situamos a la inteligencia, no
fundamentalmente como potencia, sino como participa-
ción de Dios en nosotros. Ese es el sentido del νοῦς griego.
En cambio, en la segunda tridimensión hablamos de la in-
teligencia como potencia humana que se despliega, según
dije, como racionalidad. Podrá comprenderse más adelante
que las formas diversas del materialismo reducen la Inte-
ligencia a pura racionalidad, y consideran la razón como
función fisiológica del hombre. Precisamente allí opera la
CRI para reconfigurar al hombre y tornarlo androide. El
proyecto neuralink de Elon Musk nos ofrece un buen ejem-
plo de lo dicho.
76
E. El Yo personal frente a la alternativa
del Principio de Trascendencia
y del Principio de Inmamencia
77
contrario, en el siempre renovado reconocimiento de su
filiación divina y en el recuerdo permanente de sus debe-
res para con su Creador. La prueba de la precariedad y del
carácter necesitante de nuestro ser, que es a la vez comple-
ta dependencia del Ser, de Dios Creador, está dada por la
imposibilidad de pensar nuestra propia existencia concre-
ta sin la Voluntad actual de un Dios, que nos la confiere a
cada instante de nuestras vidas personales. Cada momen-
to de nuestra vida personal encierra el siempre renovado
acto creador de Dios.
La donación del acto de ser, tal como surge de su co-
rrecta formulación en latín, constituye una donación ac-
tualísima y permanente. Así, por tanto, cada instante de
nuestras vidas es tan milagroso, como nuestra originalísi-
ma aparición personal en la Creación. Eso vale solo desde
nuestra humana perspectiva, pero desde el punto de vista
de Dios, que es el punto de vista de la Eternidad, nuestra
propia existencia sería igualmente impensable si Dios, el
Acto Puro de Ser, el Dador de todo lo perfecto, no exis-
tiera para darnos en cada momento, precisamente por vía
de participación, el acto de ser en el aquí y en el ahora.
Hablé de autonomía relativa, pero debemos distinguirla
de la autonomía radical que cobró con Kant y su obra crí-
tica carta de ciudadanía en Occidente. El Estado Mundial,
que se inscribe en el cosmos del Cyber-existencialismo, se
declara por sobre todas las cosas radicalmente autónomo
de toda instancia superior sobrenatural. La Filosofía Glo-
balista es por definición de raíz kantiana. Habla su len-
guaje y se articula a partir de la profundización de todas
sus líneas.
78
F. La precariedad existencial del Yo personal
y su perfección en la vida política
79
na. Para el materialismo que, partiendo de Epicuro, alcan-
za a la actual Cuarta Revolución Industrial, es exactamente
a la inversa. Para esos materialistas la vida del espíritu es
literalmente arrastrada por los movimientos fisiológicos y
pasionales inferiores y es incluso concebida como mera fun-
ción fisiológica dirigida digámoslo de algún modo, por esas
pasiones. Las operaciones en apariencia morales y políticas
del androide no estarán orientadas hacia el buen vivir, sino
apenas al bienestar, una suerte de bien-sentirse, sin penas, ni
dolores, en el aquí y en el ahora. Me refiero al bien sentirse,
al sentirse bien del cuerpo y de los sentidos, pero no a la
positiva transformación y elevación del intelecto y tras él de
toda nuestra vida personal. Todas las fuerzas de este nuevo
engendro quedarán reducidas, reconducidas hacia el cen-
tro unificador y controlador al que voluntariamente, por así
decirlo, nos hemos sometido por el miedo a la muerte violen-
ta. Según nosotros en cambio, en el caso de la virtud moral
se trata de un sentido de la palabra virtud que, siguiendo
el camino aristotélico, es el resultado de la armónica direc-
ción que ejerce nuestro intelecto sobre la esfera de nuestra
vida afectiva y volitiva, valiéndose de los órganos corporales
como instrumentos y servidores suyos.
Pasando a otro nivel, el de la Moral y el de la vida Política,
la virtud moral jamás se ejerce en soledad, sino en relación
a otros. Por eso hablé poco antes de vida en la dimensión de
la alteridad. No hay virtud sin cierta referencia a nuestros
prójimos. No hay virtud sin vida comunitaria. No hay vir-
tud, ni vida plena en el estado de aislamiento y bajo la pasión
desordenada del miedo. No hay virtud sin nuestra remisión
al Todo perfectivo del Orden de la Creación. De otro modo,
la virtud de la persona humana se desarrolla y perfecciona en
el Orden de los Órdenes. No digo que la virtud sea solo alte-
80
ridad, sino que se perfecciona en la alteridad. Pero también
entre las propias virtudes reconocemos una cierta alteridad.
No hay Justicia sin alteridad, o bien, no hay Justicia sin la
virtud perfectiva de la Prudencia. Aun los actos de templan-
za y de fortaleza, a los que podría contarse entre los actos
de la virtud personal, no son posibles sin la regulación de
la Justicia y de la Prudencia regitiva que son, valga decirlo,
dos virtudes esencialmente de la razón, relacionales, comu-
nitarias y aun políticas. La intemperancia y la pusilanimidad
son obstáculos a los fines de la rectitud de nuestro obrar. La
lujuria, que es el camino de la intemperancia, o si se quiere,
su resultado, es la contra-virtud preferida del Globalismo, a
fin de aniquilar la actividad superior de nuestro intelecto.
De allí emerge la comprensión del carácter necesitan-
te, no solo en razón de nuestra constitución biológica, sino
fundamentalmente de nuestra unidad corporal con el alma
espiritual. Esa necesidad abierta del hombre adquiere, vis-
ta desde la unidad total de la persona humana, un carác-
ter moral-político y espiritual. Véase una vez, más cuál es
el blanco de la actual Tercera Guerra Mundial que nos im-
pone el aislamiento y el temor de los unos respecto de los
otros, en razón de la enigmática figura de la asintomatici-
dad. No tememos tan solo al virus amenazante de nuestra
única existencia posible, la corporal, sino fundamentalmen-
te odiamos por ello a nuestro prójimo, aquel que antes, por
ser nuestro amigo, fortalecía los vínculos comunitarios per-
feccionadores. Lo odiamos porque lo tenemos por enemigo
real o potencial y odiándolo debilitamos aquella virtualidad
que provenía de nuestra integración al todo de la verdadera
Comunidad Política.
Desde el punto de vista estrictamente antropológico fi-
losófico, la verdadera racionalidad –no la ratio tecnológica
81
de la IA– es precisamente el nexo de unión entre nuestra
existencia biológica y la moral política, con la Eternidad. Esa
racionalidad, que es primariamente contemplativa, nos tor-
na, no solo deudores del Ser, sino que nos obliga ante Dios
Creador a que la totalidad de nuestra vida moral y política
y aun las grandes decisiones en punto al cuidado de nuestro
cuerpo y del ambiente al que vitalmente estamos adscriptos,
deban desarrollarse dentro de los límites éticos emergentes
de nuestro incardinamiento en la esfera del orden del Ser y
de las leyes físicas promulgadas por Dios Creador. Lo dicho
hasta aquí podría expresarse tal vez mejor, asumiendo el
punto de vista teológico. En efecto, somos necesitantes e im-
perfectos fundamentalmente en los dos tipos de existencia
a los que aludí, por causa de la herida del pecado original.
Ahora bien, como el pecado es una ofensa infligida contra
Dios y dado que Dios solo puede perdonarla y sanarla, el
mismo Dios ha ofrecido al hombre herido en su naturale-
za, los remedios de una sobre-naturaleza como es por ex-
celencia la vida aquí y ahora como anticipo del Cielo, de
la Gracia Sobrenatural. El precio de la Gracia Sobrenatural
es el arrepentimiento y la imitación de Cristo. La mismísi-
ma enfermedad corporal nos asemeja al Dios que sufre y se
desangra en la Cruz por los pecados de toda la humanidad.
La enfermedad corporal es un signo de predilección de Dios
respecto de nosotros, que, de ese modo, mediante el sufri-
miento temporal, nos redime desde el aquí y el ahora y nos
evita posiblemente los sufrimientos preternaturales de una
Eternidad en la que cada dolor y padecimiento nos parecen
eternos. El alma humana se templa en el sufrimiento como
el hierro se moldea con el fuego.
82
G. El Yo personal como Todo Sustantivo
y su integración en los Todos Virtuales
83
nen la instauración de un Nuevo Orden Mundial mediante
el Great Reset, y dado que, en las propias afirmaciones de
Klaus Schwab, ese Gran Receteo debe ante todo cuestionar
¿qué somos? si hombres libres capaces de creaciones ge-
niales o, mejor, androides, sometidos a la más automática
previsibilidad. El qué de lo que somos fue explicitado me-
diante la propuesta de las dos tridimensiones de la persona
humana. Recordemos que Schwab y con él Bill Gates han
declarado abiertamente que ese acelerador al que llaman
disruptor y que fue la pandemia, nos ha develado que ahora
debe cobrar fuerza en nosotros la pregunta crucial a saber
qué somos, si hombres o tal vez mejor, máquinas. Desde la
propia prespectiva de esas perversas elites, ¿qué conviene
mejor que seamos, hombres libres o androides esclavos?
Hemos examinado hasta aquí el todo sustantivo y los to-
dos virtuales perfectivos. Hemos establecido la pertinencia
y los límites de la misma, del primer todo respecto de los
segundos todos. Hemos afirmado también que las partes re-
ciben su virtualidad de su pertenencia al todo. Falta decir
que las partes de un todo también reciben su más alta cali-
ficación de su remisión a un fin absolutamente unificador,
así como lo múltiple se explica por su remisión a lo uno.
Pues bien, los todos de que venimos hablando son virtuales
y perfectivos en la medida en que se orientan y por tanto se
califican, por su remisión a esa primera fruición del Ser Ab-
soluto que denominamos Bien Absoluto. El Bien Absoluto es
el unicum necesarium. Así por caso, el Bien Común Político
que hace buena y honesta a la Comunidad Política como un
todo potestativo o virtual, debe necesariamente estar partici-
pado por ese Bien Absoluto desde el que recibe precisamen-
te su más elevado criterio de legitimidad. El registro que esa
remisión intencional y práctica hacia el Bien Común deja
84
impreso en el todo virtual de la Comunidad Política recibe
el nombre de τάξις –ordo disposición funcional en un todo
virtual aún más abarcador–. Luego, en razón del carácter
necesitante del hombre y de las comunidades menores en
que se integra, esas comunidades, precisamente por estar
integradas por hombres necesitantes, absolutamente todas
ellas, deben orientarse, en razón de la propia naturaleza del
orden, en última instancia, hacia del Bien de todos los bie-
nes que es el Bien Absoluto por el camino del Bien Común
Político. Tales perfecciones solo son posibles como integra-
ciones progresivas en el orden de los órdenes que es el Orden
total, perfectivo y omni-abarcador de la Creación. Dentro
de estos límites precisos debe releerse ahora el principio de
pertenencia del Yo al Todo, y si se prefiere, antes que eso, a
los todos virtuales perfectivos.
85
la Ciudad Celeste, ha sido siempre y es hoy como nunca an-
tes el gran tema de la Filosofía Política y, naturalmente de la
Teoría del Estado. El subjetivismo radical ha postulado siem-
pre la primacía absoluta del Yo personal respecto del todo de
la Comunidad Política. Por su parte, el Progresismo Católico,
al postular la presencia real del intelecto divino en el nuestro
–por caso, Antonio Rosmini– ha dado un paso decisivo, pues
ha postulado también la primacía del Yo sobre el Todo, pero
esta vez sobre la base de argumentos teológicos, reitero, la
presencia real de Dios en nuestro intelecto. Ello transforma
al yo pensante de Descartes y posteriormente al yo kantiano,
en el más elevado tribunal de la conducta moral política en
lugar del Dios ubicado en la Trascendencia. El Progresismo
Católico que hoy predomina en casi toda la Iglesia Católica,
ha hecho descender a Dios de las alturas y lo ha encerrado
en el claustro cerrado de nuestras conciencias individuales.
En ese sentido somos jueces de nosotros mismos y lo somos
con lo que antes llamé, autonomía radical.
86
vada espiritual y por la bondad y belleza de su conducta mo-
ral. En el caso de la CRI, se trata del todo material e inerte que
son las máquinas animadas por la inteligencia artificial. No nos
es lícito hablar aquí de una integración perfectiva del Yo per-
sonal al Todo, sino antes bien de una fusión degenerativa. Los
capítulos posteriores mostrarán los jalones de esta desventura.
Epicuro, Maquiavelo, Hobbes, Espinosa, Locke, Bentham, Leo
Strauss y Popper nos saldrán sucesivamente al encuentro. To-
dos ellos han operado, en primer lugar, una manifiesta reduc-
ción ontológica de la persona humana, para luego integrarla
en todos imperfectos, libres de toda significación y contenido
ontológico y menos aún teológico. Todos ellos han hecho tran-
sitar al hombre de la pura inmanencia, desde la subjetividad,
hasta su anonadamiento en el totalitarismo existencial al que,
para adaptarlo a la actual situación, he llamado cyber-existen-
cialismo. Existimos tan solo en, por, para y según los moldes de
las redes. Nuestros lazos unitivos de amistad no se despliegan
en la identidad espiritual, sino en el frio contacto en línea.
La radical subjetividad en cuestiones políticas es, cabe reite-
rarlo, un imposible. Quedó claro que la vida moral y política es
vida de alteridad. El camino emprendido por el distanciamien-
to socio-político nos conduce hacia un imposible. La Cuarta
Revolución Industrial opera sobre el terreno abonado por la
totalidad de esas tendencias que venimos reconstruyendo muy
brevemente. Opera sobre dos tendencias muy claras. Ellas son
las del Liberalismo Político y las del Marxismo ateo del Siglo
XXI. Por las venas de la Cuarta Revolución Industrial corre el
veneno del Marxismo del Siglo XXI, un marxismo cuyo ideal
es el de una democracia completamente controlada y domina-
da y dirigida por medio de la Inteligencia Artificial y las llama-
das tecnologías de un futuro que ya despunta entre nosotros a
increíble velocidad. Esa Cuarta Revolución Industrial es gnós-
87
tica e infrahumana. Su forma predominante de humanismo,
el cyber exitencialismo, no es un humanismo más, sino la for-
ma más radical conocida hasta ahora de lo infra-humano. Es
gnóstica porque propone una redención puramente humana
en el aquí y en el ahora, mediante recursos meramente tecno-
lógicos. Es infrahumana pues propone la progresiva reducción
del hombre a un todo físico, según dos etapas sucesivas. En pri-
mer lugar, reduce la existencia humana al todo sustantivado
del medio-ambiente. Pero, en segundo lugar, siguiendo la lógica
epicureista, reduce el medio ambiente y la esfera biológica de
nuestro ser personal al control digital.
La tesis que defiendo a través de estas páginas puede ex-
presarse de este modo; la Cuarta Revolución Industrial es
solo posible sobre la base del terreno abonado previamente
por todas las corrientes materialistas y pseudo-espiritualistas
que parten desde Epicuro. También el Progresismo Católico,
que en la prédica aberrante de Bergoglio, entroniza al Medio
Ambiente como un cierto Cielo en la Tierra, como un lo-
cus theologicus de impronta paradójicamente cosmológica,
concurre directamente a los fines de la CRI. Dicho en otras
palabras, el materialismo epicureista, tanto el del Liberalis-
mo como su última resolución en Marxismo existencialista
y ateo, confluyen hacia la llamada Cuarta Revolución In-
dustrial. Sin embargo, la Cuarta Revolución Industrial no
es más que una gran estrategia al servicio de otra a saber, el
movimiento emprendido en los años 50 del siglo pasado y
que se caracteriza como el tránsito desde las llamadas Socie-
dades Cerradas a las Sociedades abiertas (Karl Popper) Am-
bos movimientos, uno más abarcador que el otro, reconocen
sus enemigos. Ellos son las personas integrales, las criaturas
de Dios, según el orden de su estructura sustantiva y según
todos los órdenes perfectivos hacia los que se encamina.
88
I. Camino hacia el infra-humanismo
que es el modelo trans-humanista.
89
5. ¿Cuáles son los modos posibles de integración del Yo a
un cierto Todo?
6. ¿Qué entendemos por Principio de Trascendencia en el
caso de la persona humana?
7. ¿Qué queremos decir al postular la idea de persona en
radical autonomía respecto de toda instancia superior?
8. ¿Qué se entiende por precariedad ontológica de la per-
sona humana?
9. ¿De qué modo se fusiona el Yo personal con el Todo en
el caso de la CRI?
10. ¿De qué modo se podría describir el cyber-existencia-
lismo?
90