Está en la página 1de 4

La Señora

Cuando llegamos, sentí que no era una buena idea. Este lugar apestaba, a culpa,
principalmente, arrepentimiento, a heridas viejas sin sanar. Y esa peste ya la conocía de sobra,
no estaba aprendiendo nada nuevo.

De todas formas, Paloma llamó a La Señora. En algún momento fue una sanadora reconocida,
pero con el tiempo, vaya una a saber por qué, tal vez fue perdiendo la efectividad, o las ganas,
y dejó de trabajar. Ella nos atendió amablemente. Nos sentó en un sillón que invitaba a
quedarse, sirvió un jugo dulce y fresco, de pomelo artificial, y hablamos del calor sofocante y
de la intensidad de los mosquitos estos días. Y Paloma rogó, pidiendo por mi como si esta mina
pudiera hacer algo. Me aburrí de escucharla contar la misma historia de siempre, pero tenía
que acompañarla hasta que entienda, y yo sabía que, más temprano que tarde, íbamos a
terminar entendiéndonos.

Caminé por la casa, deteniéndome en cada detalle macabro, sea por el estilo, como las
figurillas de San la Muerte, o por la peste a odio, traición, desamor, pérdida… Cuantos males se
habían quedado para siempre, pegados, a aquella casa…

-Pero nena, no, qué decís. Ojalá, ojalá pudiera. Pero yo ya estoy muy vieja, agotada… y por algo
ya no trabajo más.

-Vení, dale. Contale. Contale todo- me llamó, mientras yo miraba por la ventana hacia un patio
que escondía, entre yuyos y malezas, un aljibe que antaño habría sido blanco. Hubiera
preferido irme, para qué insistir, pero mi hermana no podía ver las cosas como yo, tenía que
ser más paciente.

-Las cosas son así desde que tengo memoria- empecé, era inútil retrasarlo, mientras volvía a
ocupar un lugar en el sillón- para mí es lo más normal del mundo. Aunque, al principio, me
daba miedo. Además de que mis viejos no lo entendían. Me llenaron de pastillas, mi viejo, bah,
porque mi mamá a escondidas me llevó a ver a un exorcista- mi hermana puso cara de
espanto, hay tanto que todavía no sabe… yo le voy soltando la información de a poco, para
que no sea tan duro- pero nada de eso iba a servir. Aunque el exorcista no hubiera sido una
chanta, aunque los psiquiatras se hubieran dado cuenta de que los verdaderamente
trastornados eran mis padres, yo sabía que era cuestión de esperar unos años. Ya sabía del
accidente, desde que nací lo sabía- y sabía también que no era un accidente, pero eso, me lo
juré a mi misma en cuanto lo supe, me lo iba a llevar a la tumba- así que yo trataba de hacerle
las cosas lo más fácil posible mientras estuvieran conmigo. Total, después, iba a ser libre de
vivir mi propia vida. Eventualmente, al crecer y madurar, entendí que era al pedo gritar,
despertarme chillando, o contarle a la gente lo que veía. Nadie quiere el mensaje de su difunta
abuela, a nadie le importa si mañana va haber un accidente terrible, ni quieren saber que el
vecino es un asesino en potencia con cada luna llena. No. Yo entendí que esas cosas no son
para cualquiera. Y no es que no me pueda servir cierta guía, claro ¿A quién no le serviría? Pero
yo no voy a ser una curandera, bruja, sanadora, ni una vidente, médium, ni tres cuartos… A
estás alturas me conformo con entender cómo evitar que esto le afecte más la vida a la gente
que quiero y que se preocupa por mí. Lo demás ya se verá.

Ella se extendió hacia mí, tomándome la mano. Hubiera preferido que no lo hiciera, ahora, me
iba a sentir mal por días.

- Mirá nena, perdoná. Ojalá encuentres lo que buscás.


Paloma intercambió un par de palabras más con ella mientras salíamos, yo me adelante y,
aunque sabía que era pésima idea, exploré ese maldito aljibe… ¡y que asco me dio, por dios!
Empecé a vomitar, ferozmente, y ni lo había alcanzado. Lo podrido del agua ya había
contaminado todo el ambiente. Y ahora que lo tocaba, sin poder respirar, o casi abrir los ojos
del dolor punzante en la sien, la casa se veía como realmente era.

La Señora corrió a mí, ella y Paloma me sentaron sobre una piedra. Lloraba tanto, no podía
respirar ni ver nada. Al ratito me calmé y fui al baño. Vomité un par de veces más, me lavé la
cara y las manos, y me dispuse a correr lo más lejos que me dieran las patas de este lugar de
mierda.

-Escuchame querida, lo tuyo es un milagro. Vos tenés que compartir este don con la gente, yo
te puedo ayudar. Me equivoqué antes con vos, y ahora lo veo claro…

-No…- la interrumpí- no creo nunca hayas visto nada claro. Los milagros, perdóname, pero no
existen, no de esta forma en la que vos crees… Lamento mucho todo, todo lo que viviste. Pero
tomaste tus decisiones. El único milagro que podemos hacer está en eso. Y si, te dijiste que
querías ayudar a la gente, pero ¿esto? No lo fue… Y eso es lo que no te va a dejar morirte en
paz, como venís esperando hace años. Todo ese mal que quisiste esconder debajo de la
alfombra, nutrió la tierra, la caza, los yuyos que le ponés al tereré. Ya te contaminó el ama. Ya
está. Y, aunque quisiera, por vos yo no puedo hacer nada. Rezá. Rezá fuerte. Porque la muerte
tampoco te puede salvar ya.

Me fui corriendo con Paloma de esa casa. Y sé que el mal nos va a seguir bastantes cuadras.

-Pensar cómo generar suspenso (dejando un vacío, generar tensión ambiental, ralentizar un
momento sosteniendo la tensión), tomar una acción y desarrollar lentamente (5 pequeñas
acciones)

La Señora

Cuando mi hermana y yo llegamos a la casa, sentí que no era una buena idea. Este lugar
apestaba, a culpa, principalmente, a arrepentimiento, a heridas viejas sin sanar. Y esa peste ya
la conocía de sobra, no estaba aprendiendo nada nuevo.

De todas formas, Paloma llamó en la puerta hasta que salió La Señora. Por lo que sabía, ella en
algún momento era sanadora, pero con el tiempo, nadie sabía bien por qué, tal vez porque con
la edad fue perdiendo el “poder”, o las ganas, pensaban otros, pero bueno, por lo que sea,
dejó de trabajar. Ella nos atendió igualmente, muy amablemente nos sentó en un sillón que
invitaba a quedarse y sacar charla, sirvió un jugo dulce y fresco, de pomelo artificial, y por un
rato hablamos del calor sofocante y de la intensidad de los mosquitos estos días. Pasadas las
trivialidades, Paloma le rogó, pidiéndole por favor que me ayude, como si esta mina pudiera
hacer algo por mí.

Me aburrí de escucharla contar la misma historia de siempre, pero tenía que acompañarla
hasta que entienda, y yo sabía que, más temprano que tarde, íbamos a terminar
entendiéndonos. Así que me levanté y caminé por la casa, deteniéndome a observar cada
detalle macabro, sea por el estilo, como las figurillas de San la Muerte, o por la peste a odio,
traición, desamor, pérdida… Cuántos males se habían quedado para siempre, pegados, a
aquella casa…

-Pero nena, no, qué decís. - contestó la vieja- Ojalá, ojalá pudiera. Pero yo ya estoy muy vieja,
agotada… y por algo ya no trabajo más.

-Antes de decidir nada, al menos escuchala. Vení, dale. Contale. Contale todo.- Insistió mi
hermana, mientras yo miraba por la ventana hacia un patio que escondía, entre yuyos y
malezas, un aljibe que antaño habría sido blanco. Hubiera preferido irme, para qué insistir,
pero mi hermana no podía ver las cosas como yo, tenía que ser más paciente.

-Las cosas son así desde que tengo memoria- empecé, era inútil retrasarlo, mientras volvía a
ocupar un lugar en el sillón- para mí es lo más normal del mundo. Aunque, al principio, me
daba miedo. Además de que mis viejos no lo entendían. Me llenaron de pastillas, mi viejo, bah,
porque mi mamá a escondidas me llevó a ver a un exorcista- mi hermana puso cara de
espanto, hay tanto que todavía no sabe… yo le voy soltando la información de a poco, para
que no sea tan duro- pero nada de eso iba a servir. Aunque el exorcista no hubiera sido una
chanta, aunque los psiquiatras se hubieran dado cuenta de que los verdaderamente
trastornados eran mis padres, yo sabía que era cuestión de esperar unos años. Ya sabía del
accidente, desde que nací lo sabía- y sabía también que no fue un accidente, pero eso, me lo
juré a mí misma en cuanto lo supe, me lo iba a llevar a la tumba- así que yo trataba de hacerles
las cosas lo más fácil posible mientras estuvieran conmigo. Total, después, iba a ser libre de
vivir mi propia vida. Eventualmente, al crecer y madurar, entendí que era al pedo gritar,
despertarme chillando, o contarle a la gente lo que veía. Lo primero, porque me perjudicaba
directamente, y lo segundo porque, siendo franca, nadie quiere saber. Nadie quiere escuchar
el mensaje de su abuela muerta, a nadie le importa si mañana va a pasar un accidente terrible,
ni quieren saber que el vecino es un asesino en potencia con cada luna llena. No. Yo entendí
que esas cosas no son para cualquiera. Y no es que no me pueda servir cierta guía, claro ¿A
quién no le serviría? Pero yo no voy a ser una curandera, bruja, sanadora, ni una vidente,
médium, ni tres cuartos… A estas alturas me conformo con entender cómo evitar que esto le
afecte más la vida a la gente que quiero y que se preocupa por mí. Lo demás ya se verá.

Ella se extendió hacia mí, tomándome la mano. Hubiera preferido que no lo hiciera, ahora, me
iba a sentir mal por días.

- Mirá nena, perdoná. Ojalá encuentres lo que buscás.

Paloma intercambió un par de palabras más con ella mientras salíamos, yo me adelanté y,
aunque sabía que era pésima idea, exploré ese maldito aljibe…

Tenía algo magnético, parecía que me llamaba. Como si el sol arrancara brillo y yo fuera una
polilla, me acerqué, esquivando los hierbajos y las plantas. A cada paso que daba, mi corazón
se escuchaba más fuerte y sus latidos, acelerándose. Tres pasos más y mi respiración pesada se
dificultaba. Seis pasos más, el aire pestilente me mareó y empecé a tener fuertes nauseas. Dos
pasos más, lentos, porque no podía más con mi cuerpo, pesado, cansado. Un paso más y el
dolor de cabeza era intenso, puntadas fuertes atravesándome los ojos. Otro paso, el último, y
me abalancé a la pared del aljibe para no caerme… ¡que asco me dio tocarlo, por dios!
Empecé a vomitar, ferozmente, la vista completamente nublada, un zumbido ensordecedor en
los oídos. No podía parar a respirar, sentía que me iba a asfixiar en cualquier momento. Lo
podrido del agua ya había contaminado todo el ambiente. Y ahora que lo tocaba, sin poder
respirar, recuperando lentamente la visión, pero casi sin abrir los ojos del dolor, la casa se veía
como realmente era… Y empecé a llorar.

Cuando me vieron, La Señora corrió hacia a mí. Con ayuda de Paloma me sentaron sobre una
piedra. Pero seguía llorando tanto, no podía respirar ni ver nada. Aunque la “bruja” me quiso
tocar, yo no la dejé, no iba a ser de mucha ayuda conmigo. Después de un rato me calmé un
poco y fui al baño. Vomité un par de veces más, me lavé la cara y las manos, y me dispuse a
correr lo más lejos que me dieran las patas de este lugar de mierda.

-Escuchame querida- me paró ella- lo tuyo es un milagro. Vos tenés que compartir este don
con la gente, yo te puedo ayudar. Me equivoqué antes con vos, y ahora lo veo claro…

-No…- la interrumpí- no creo que nunca hayas visto nada claro. Los milagros, perdóname, pero
no existen, no de la forma en la que vos crees… Lamento mucho todo, todo lo que viviste. Pero
tomaste tus decisiones. El único milagro que podemos hacer está en eso. Y si, te dijiste que
querías ayudar a la gente, pero ¿esto? No lo fue… Y eso es lo que no te va a dejar morirte en
paz, como venís esperando hace años. Todo ese mal que quisiste esconder debajo de la
alfombra, nutrió la tierra, la caza, los yuyos que le ponés al tereré. Ya te contaminó el ama. Ya
está. Y, aunque quisiera, por vos yo no puedo hacer nada. Rezá. Y rezá fuerte. Porque la
muerte tampoco te puede salvar ya.

Me fui corriendo con Paloma de esa casa. Corriendo. Pero sé que fue al pedo… Fue al pedo.

Ahora el mal nos sigue.

momento sosteniendo la tensión), tomar una acción y desarrollar lentamente (5 pequeñas


acciones)

También podría gustarte