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Luz al final

Abrió los ojos. Todo estaba demasiado oscuro para ver. Sentía un fuerte dolor del lado
izquierdo de la cabeza. Se llevó la mano a la zona afectada, como para evaluar el daño.
Pero no pudo asegurar si estaba sangrando o no, el ambiente se sentía extrañamente
húmedo, y no veía su mano frente a sus ojos. Empezó a moverse por el espacio, ciego,
sacudiendo los brazos mientras se arrastraba, para encontrar algo.

Avanzó a tientas, tratando de percibir su entorno. Pero no había luz, ni un solo ruido,
nada que le ayudara a orientarse. La oscuridad lo llevó a tratar de recordar qué le había
pasado. Recordaba claramente la reunión esa tarde, con sus colegas. Decidieron que no
podían seguir sosteniendo un rol tan pasivo, esperando una respuesta de la “justicia”.
Ahora le causaba todavía más gracia que antes esa palabra “Justicia ¿Qué es eso?
¿Dónde se habrá visto algo así en el mundo?” piensa. Pero él tenía que ir, tenía que estar
ahí, prestar su voz, su cuerpo, poner de sí mismo. “Ya no podemos hacernos los boludos
con lo que está pasando. Es momento de salir, de luchar, para que no piensen que tienen
suficiente poder como para hacer estas… atrocidades y salir impunes, así como si nada.
Basta. No podemos seguir así. Si no, a qué mundo estamos trayendo a nuestros hijos”,
eso había dicho. Recuerda, somo si la estuviera viendo en este preciso momento, la cara
de preocupación de su mujer. Acariciando su vientre, con un gesto protector, la
contradicción escrita en su semblante, le pidió, o más bien le imploró “Pero, van a estar
todos los demás ¿Solo por esta, vez no podés quedarte conmigo? ¿Con nosotras?” ...

Pero no la escuchó. Él siguió empecinado, terco, con esa idea. Y ahora, probablemente,
no iba a volver a escuchar nada, pensó. Pero se equivocó de nuevo. Después de un rato
que le pareció eterno, pudo al fin escuchar algo.

- ¡Hola! - gritó, desesperado- ¿Hay alguien ahí?

-Ss… ¡Si! ¡Por acá! - respondió una voz femenina, haciendo ruido para que él pudiera
acercarse.

Todavía arrastrándose, temeroso de chocar con algo, las imágenes de sus amigos le
venían a la mente. Estaban todos juntos, al lado del escenario. Iban a hablar del caso, de
las víctimas, de las pruebas. Iban a exigir justicia ¿no? Qué ilusos. Siempre ingenuos.
Siempre varios pasos más atrás. Pero, ahora ¿Dónde estarían sus colegas?... “¿Ellos…?”
pensó.
- ¿Sabés dónde estamos? ¿O cómo llegaste acá? - inquirió mientras se acercaba.

- No, ni idea. No me acuerdo de nada. Ni siquiera sé cuánto tiempo pasó desde que… -
vaciló, la habitación se sumió en el silencio hasta que ella pudo encontrar su voz de
nuevo- Ppero, encontré esta escalera.

Ambos subieron a trompicones, sin poder ver nada, reptando escaleras arriba.

Las imágenes del desastre azotaban la mente de él. No podía olvidar lo enojado que se
sentía. “Los disturbios, violentos, salvajes, estaban planificados.” - consideró, lleno de
odio- “Si no, qué excusa tendría la policía para intervenir. El gas lacrimógeno parecía
llovernos encima, como si brotara de una nube gigante, justo encima de nuestras
cabezas. No se podía escapar. La gente corría, gritaba, y terminaban aplastándose entre
ellos, las vallas del escenario… se les caían encima…”- y de repente, nada.

A partir de eso, para él, fue la oscuridad absoluta, incluso cuando pudo volver a abrir los
ojos. Y así fue, hasta unos momentos después, cuando una luz, muy tenue al principio,
empezó a hacerse cada vez más notoria con el ascenso.

-Al fin, puedo distinguir la silueta de mi propia mano, al menos. Odio la oscuridad- le
dijo ella, rompiendo el silencio.

-Si, en este momento yo también la odio, te imaginarás…

-Mi viejo me decía siempre que cantara una canción, porque una buena canción puede
vencer incluso al más profundo de los temores.

-Bueno, en este caso, eso suena demasiado… optimista, digamos. ¿Es músico, supongo?

-No, no. Él es periodista. La música fue algo así como su amor imposible, creo. O eso
me dijo alguna vez… - se ríe la chica. Recuerda a su padre con amor, un amor profundo,
y se pregunta cómo estará él ahora. Su mayor deseo es verlo de nuevo, abrazarlo. Por
una vez, ser ella la que le recuerde a él que, si se pueden vencer los miedos, también se
puede dejar atrás la pena- Aunque, en una de esas, lo leí en algún lado, no sé, no
recuerdo bien, la verdad.

Ella lo miró, y él, con ayuda de esa luz, aunque aún era tenue, pudo reconocerla. Y
cómo no, si la ciudad estaba empapelada con su fotografía. De alguna manera, era su
cara la que lo obligó a ir ese día. Luz Guevara, la hija desaparecida del periodista que
unió las piezas de un rompecabezas siniestro. “Pero, para ser muy sincero- pensó- ¿a
quién, en su sano juicio, se le ocurre que es posible denunciar redes de trata encubiertas
por el gobernador? Como si toda tu vida, y la de tu familia, no fuera a estar amenazada
por eso. Y yo ¿a santo de qué me indigné tanto? Si al final, todos sabemos en qué
mundo vivimos. Todos sabemos cómo son las cosas. Y sí, nos hacemos los boludos para
sobrevivir”.

Cuando alcanzaron el último escalón, se podía ver la puerta semiabierta por la que se
filtraba esa tenue luz.

- ¡Que extraño! -dijo la muchacha avanzando cautelosamente-. ¡Qué


puerta más pesada!

La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.

- ¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte del


lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!

- A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha.

Pasó a través de la puerta y desapareció.

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