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Biblioteca Básica de Literatura Salvadore'a

Volumen 3

Primeraedición
Consejo Nacional para la Cultura y el Arte
CONCULTURA, San Salvador, 1996

Cecilia Gallardo de Cano


Ministra de Educación

Abigail Castro de Pére


Vice-Ministra de Educación

Roberto Galicia
Presidente de CONCULTURA

Ilustración de Portada: Miguel AngelOrellana. Colección Nacionalde Pintura


Diseñode Portada: Mirella Antonacci
Fotografia de Portada: Eduardo Fuentes

Hechoel depósitoque marca la Ley


CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y EL ARTE
Edificio A-5 Plan Maestro, Centro de Gobierno
San Salvador, El Salvador, C.A.

Teléfonos: (503) 281-0100


(503) 281-0044
(503)281-0077
Fax: (503) 221-4389
Arturo Ambrogi

Crónicas

BB
BSLIOTECA BASICA DE
L1TERATURA SALVADONEGA
NOTA EDITORIAL

rtro Anmbrogi es el mejor cronista en la historia de la


iteratura salvadoreña, yquizá también el más riguroso
estilista.
Suplumase,forjóen las redacciones de prestigiosos diarios como
La Ler de Santiago de Chile y El Nacional de Buenos Aires.
Eue amigo de Rubén Dario, de Leopoldo Lugones, de Enrique
Góme Carrillo: por eso se le ha clasificado como modernista. Pero
rambien compartió aventuras con José Ingenieros y conoció a Paul
Groussac (maestro de Dario y de Jorge Luis Borges). Viajó por
Europa, cruzóel Canal de Suez y escribió sus impresiones sobre
Japóny China. No es aventurado decir, pues, que Ambrogi fue el
primer escritor cosmopolita de EI Salvador -y probablemente el
más injormado de su tiempo.
Lacritica literaria ha destacado la precisión de Ambrogi para
el detalle, su capacidad descriptiva, la elegancia ypropiedad de s
prosa, perono ha insistido suficientemente en su virtuosismo como
retratista de personalidades, nien su estilo irónico que aveces
llega al sarcasmo (lama a Dario "Sumo Pontifice de la pose"y
dice que Francisco Gavidia -en la caricaturu de Toño Salazar
aparece "engrifado como chancho de monte"). Algunas crönicas de
Ambrogi podrian ser descritas con una frase que él mismo aplicó al
francés Octave Mirbeau: "Esa pluma que suele ser un estilete
envenenado"
Sus evocaciones de la vidaen el San Salvador finisecular, de
los ambientes intelectuales de Santiago y Buenos Aires, de las
Jiguras cumbres de la literatura eropea de su época, están escrias

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mezcla de lu nitidez en el
con un lenguaje fresco, traz0 y de la
dcotación puntual. La sugeencia yla seducción Son
estaproSa. virtudes de
Como cNcritor de cuentos, Ambrogíi se ubica la en
denominada costumbrista. Su Libro del Trópico y Elcorriente
contieneninstantáneas de la campiña salvadoreña, de sus Jetón
I' su paisaje: sonel precedente indispensable de la corriesses hombres
culmina conSalarrué.
Fue director de la Biblioteca Nacional, periodista prolifico
censO:

Nació en San Salvador en l874 y murió en esta misma ciudadlel


8 de noviembre de 1936. Publicó las siguientes obras: Bibelots (1802
Cuentosy Fantasias (1895), Manchas, Máscaras
(1901), Sensaciones Crepusculares (1904), El Libro delSensaciones
Trópico
(1907), Marginales de la Vida (1912), El Tiempo que Pasa (1913
Sensaciones del Japón y de la China(1915), El SegundoLibro dol
Trópico (1916), Crónicas Marchitas (916), El Jetón (1936)
Muestrario (1955).
De

Muestrario

Primera edición, 1955


Los RuIDOS DE SAN SALVADOR

Los de antaño

Dichosos tiempos aquellos en que San Salvador era asiento


apacible del reposo; en que nuestra vida, como en la copla de Jorge
Manrique se deslizaba.

Tan callando..

Como San Salvador se acostaba temprano, casi casi con las


del alba.
estaba con los ojos abiertos antes de la
gallinas, era el del paso
El primer ruido que sacudía la atmósfera matinal,
de los machos de los lecheros que llegaban delos las finquitas y chacras
alrededores trayendo la leche. Trotaban machos, al estimulo
de los
los aciales; y el golpear de sus cascos en el empedrado, resonaba
de
con estrépito. de Santo Domingo
Momentos después, la esquila de la ermitaprimera misa. ¡Dulce
a la
prncipiaba a tañer, convocando a los fielessacudirnOs,
caama a y a darnos los
taHido que legaba hasta nuestra
buenos días! 0curría algo extraordi-
semana,
Martes, jueves y sábado de cada
nario.
diligencias de don Pedro Manzano,deal
Eran los días en que las
sus mulas, el restallido
sonido de los cascabeles de las colleras de recorrian las calles
Sus látigos y el grito gutural de sus aurigas,
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capitalinas recogiendo los pasajeros para el puerto, para Santa Teca
oCojutepeque.
Ya en pie el pacifico ciudadano de la urbe cn embrión, eraat
traqueteo de las carretas las que aturdian las calles. Las
carretaS oquede
traian de los zacatales aledaños los manojos de para, de zacatón,
leña para las cocinas.
Recuerdo perfectamente adon Rafael lzaguirre. bajito, timbor
cito,parado en laesquina de la Botica Nicbecker, comprando el zacal.
para su mula, oa don Jorge Lardé, en el zaguán del Hotel de Eurona
contanto las rajas de le'aque cl caretero iba descargando yamonto.
nando en la acera.
iLas ocho!
Fuera de alguna carreta que se cruzara, de algun jinete que
pasara trotando, delchirrido de la rueda de algún carretón de mano en
que el sirviente de una casa levara la basura de casa a botarla al
Castillo, ningún ruido turbaba la tranquilidad de la ciudad.
Ya en la tarde. empalideciéndose el cielo, venia la hora de
prender los faroles.
Pasaba cl farolero, el negro Nico, con su escalerita al hombro y
su encendedor de gas, cuyo escape resonaba como émbolos de tren. Iba
prendiendo uno a uno los faroles, los escasos faroles de cristales
cmpañados que alumbraban mezquinamente las calles desempedradas
y llenas de hoyos.
La ciudad, asialumbrada, entraba en la tranquilidad nocturna.
Después de la comida, que era la más tardada, a las seis, por las
calles solitarias comenzaban a discurrir unas cuantas medradas
sombras. Sombras que al pasar bajo el reflejo rojizo de los faroles, se
precisaban un tanto. Eran los que se dirigían ala retreta en el Parque
Central. sumido en la penumbra de sus viejos naranjos llenos de
golondrinas que defecaban tranquilamente sobre los paseantes, y de
sus vicjos mameyes cargados de parásitas. Era el Parque Central un
delicioso bosquecillo, con su kiosko y sus glorietas, fresco y aromoso
en medio de la aridez poblana de la capital.
Terminada la retreta con las últimas campanadas de las ocho en
la torre de Santo Domingo y Catedral (hoy el Rosario) los
asistentes
desfilaban, como habian venido, en silencio, y se recluían en sus casas.
La ciudad entonces, entraba en la noche cerrada. Los faroles,
consumido el gas que les alimentaba, se habian ido apagando uno a

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uno.
Reinaba la obscuridad en laslascallcs. Sólo cl
lámparas de los serenos rasgaba las
Dormia la ciudadsusu sucño tinicblas.
pesado y
hrochazo rogn de la
Y conmo
no existía reloj público tranquilo
serenos la que anunciaba la
¡Alabado!
alguno, era la voz
horay estado del desabrida
cl
La una ha dado, y nublado! ticmpo
II

Los de hogaño

Rememoraba dias ha, y en este mismo sitio, lavida patriarcal Ia


cegada vida. que llevabamos antes en este San Salvador, hov comver
tidoen una insufrible Estruendópolis.
V más de uno de mis amigos, tanto o
menos sesentón, como
me decía, después de haber leído mi crónica:
Viejo: ¡qué tiempos aquellos!
Y yo, tomándome la voz, murmuré:
Viejo: ¡qué tiempos aquellos!
Tiempos éstos, efectivanente, tan "sosegados", tan "apacihles
que más da ganas de "hacer su tanate y tomar el portante que
empeñarse en vivirlos, digo... en soportarlos.
Así. ¡tal vez!,en la paz del Cementerio podamos disfrutar de cse
inalterado reposo que nos niega la vida moderna que se gasla el an
Salvador de ahora.
Seacuesta uno temprano, renegando. Se acuesta con cl desalao
bocineo de los autos. Pasa el dia entero con la mista musjuta
aturdiéndole los oídos, quitándole la atencion para rval1ar cualquner
dcto que la requiera, Y con el odioso ruido se acuestu y en el misi
odioso ruido se levanta.
I SI sÓlo fueran los aulos. las cnionetas, los camione, s
que
motocicletas,
toda la confabulación del estruendo lecanico, la
llenara de ruido el corazónmanifestaciones,
A esas "silentes
de la ciudad. se amalgaman. iy de que
manera!, los pregones de toda clase.
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Grita, primero, la quczadillera. Es el suyo un
suena como una clarinada: grito gutural.
-La quéezaaiilláaa. quc
Antes que el grito rasgara el ambiente
penetrantede la hornada, asalta el olfato. matinal, ya cl olorcit,
Ese pregón alterna con el de una mujeruca que lleva
un
de lata en la cabeza, y deteniendo el paso ante los
zaguanes cántaro
ahueca la voz y grita:
---La lechéee!
abiertos ya,
Momentitos después, es un clamore0 el que resuena. Voces
cipotesque corren, blandiendo una hoja impresa: de
--jDiario Nuevo, de hoy!
-¡Diario Nuevo! -añadiéndole una letanía que nadie alcan7a
adescifrar.
Es el diario matutino que leva, todavía oloros0 a tinta de im.
prenta, el reciente radio, la nota de actualidad, al citadino que se acuesta
tarde y se levanta temprano. Es algo, con el cafë, imprescindibl.
Conforme el tiempo transcurre, surge un grito nuevo.
Grita el sorbetero ambulante.
Gritael del carretoncito de los frescos.
Grita, y suena su triángulo de hierro, el del tubo de los barguillos.
Grita el que expende dulces en su batea.
Grita el que vende leche helada por vasos.
Rayando el mediodia, los voceadores pregonan:
-"La Prensa"!
(que se estᣠponiendo muy seria, muy sesuda. ¡Como que ya está
entrando a vieja!...)
Suenan los pitos de las fåbricas. Suenan las campanas de las
iglesias. Se lamenta, largo, largo, una falaz sirena. Las oficinas
Vomitan turbas de empleados. Las calles se llenan del murmullo de una
muchedumbre suelta, que camina presurosa, camino de sus casas.
Mediodía. La modorra paraliza, momentáneamente, la vida de
la ciudad. Se amortiguan los ruidos. Pero de tal manera han
impregnado éstos el ambiente y han aturdido los oídos de la gente,
que se les sigue escuchando por largo espacio en el silencio de esta
Estruendopális criolla.
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