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Lo que me parece surgir desde el texto de Bauman es que las reglas normalizan el comportamiento, lo

hacen previsible y garantizan que las personas sepan cómo proceder y puedan prever las consecuencias de
lo que hacen. La ausencia de reglas o las reglas confusas dificultan o imposibilitan la realización de tareas y
proyectos y el seguimiento del curso normal de la vida. Sin reglas, la vida es sólo dudas y miedos. En esta
condición de incertidumbre, el individuo busca espasmódicamente la certeza para liberarse de la duda. En
el mundo contemporáneo, el proceso de desintegración de las certezas está ya muy avanzado. Los
individuos gozan de gran libertad y la iniciativa privada tiene cada vez más espacio, pero las identidades son
cada vez más difusas. La libertad de la que gozamos está correlacionada con una impotencia igual de la que
sufrimos. Se temía la modernidad, porque con la teoría orwelliana presentada en 1984, se temía la pérdida
de la libertad en el sentido del advenimiento del totalitarismo, con el aumento progresivo del control, la
vigilancia y la represión. Cuando las cosas parecían ir diferente y surgieron nuevos problemas, se habló del
fin de la modernidad o del fin de la historia. Pero la sociedad del siglo XXI sigue siendo tan moderna como
la del siglo XX. La modernidad se caracteriza por la necesidad de movimiento y velocidad, la imposibilidad
de quedarse quieto. Cada éxito se convierte en un resorte para correr más. Lo que hace que la modernidad
sea diferente hoy en día es la constatación de que no hay ninguna etapa que alcanzar, y que estas
características no son momentáneas, sino que son la propia condición moderna. La modernidad es también
un proceso de individualización. Los individuos tienen la tarea de establecerse de nuevo y encontrar su
propio lugar. Sobre todo, en la segunda fase de la modernidad, esta falta de orden y estabilidad se acentuó,
de modo que la autonomía recién adquirida se utilizó sobre todo en la búsqueda del propio lugar en la
sociedad. Los antiguos "estados sociales" de la primera modernidad fueron sustituidos por clases, que
vinculan a sus miembros con la misma rigidez que los antiguos estados. En la segunda modernidad, al haber
desaparecido también las clases, toda posible morada de asentamiento resulta frágil y fácil de derrumbar.
Esta condición es el resultado de la individualización, que es un destino tan obligatorio como lo eran antes
las clases y los estados sociales. Toda la responsabilidad y la culpa recaen en los individuos. La vida se
convierte en una búsqueda de soluciones biográficas a las contradicciones del sistema. Lo que se enseña a
diario es que la vida está llena de problemas, retos y riesgos, que hay que afrontar y resolver solos. Los
individuos modernos ya ni siquiera son ciudadanos, porque un ciudadano es alguien que se identifica con
una comunidad con la que se relaciona y busca un bien común. Por el contrario, los individuos sólo
persiguen objetivos, ventajas y destinos personales, y rechazan con recelo conceptos como el bien común o
el interés colectivo. La individualización conlleva, pues, la desintegración progresiva de la noción de
ciudadano. Antes era necesario defender lo privado de la invasión de lo público, hoy es lo contrario. Es lo
privado lo que invade inexorablemente lo público. En realidad, la conquista de la autonomía sólo es posible
dentro de una sociedad autónoma, y por tanto como ciudadanos, no como meros individuos. Las
condiciones que hacen posible la autonomía individual son un logro colectivo, que una sociedad debe
repetir continuamente.
La modernidad en su primera fase puede calificarse de "pesada", fue una época en la que se pensó que la
razón podía inculcarse a la fuerza en la realidad, dibujando planos racionales sobre los que luego se podría
construir la sociedad. La modernidad en su segunda fase puede describirse como "líquida". En la primera
fase, sólo se prestó atención a los peligros de la invasión de lo privado e individual por parte del Estado y lo
público, y no al peligro opuesto del vaciado del espacio público por la colonización de los particulares. Es
esta eventualidad subestimada la que se hace realidad hoy en día y se convierte en un obstáculo para la
emancipación, como la adquisición de la autonomía de derecho y de hecho. Orwell y Huxley, en sus obras
"1984" y "El nuevo mundo", esbozaron un escenario en el que el mundo acababa dividido entre una
mayoría controlada y una minoría controladora. Para ambos, aunque los mundos esbozados eran
diferentes, el futuro tenía menos libertad y más control, supervisión y opresión. En cambio, la modernidad
fluida tomó un camino diferente. El problema de la organización de los medios para alcanzar los fines ha
sido sustituido por el de la elección de los fines, entre las muchas posibilidades existentes y que flotan en el
ambiente. La ausencia de solidez, de proyectos, de fines compartidos deja a los individuos prisioneros de
una libertad incapacitante. El mundo es un conjunto de oportunidades en movimiento, en el que resulta
imposible navegar y captar realmente.
El arquetipo de la vida en la modernidad líquida es la actividad de las compras. En cada coyuntura de la
vida, en cada situación, vamos de compras, es decir, elegimos comprar unas cosas y no comprar otras. Toda
la vida se basa en el paradigma del consumo. Incluso en la búsqueda de nuevas y mejores recetas de vida,
para afrontar todo tipo de situaciones, desde el trabajo hasta las relaciones íntimas, no hacemos más que
comprar, con una lista de la compra interminable. Por lo tanto, es un patrón que requiere la capacidad de
ser compradores capaces e incansables. El deseo ha sustituido a la necesidad, y es una fuerza más volátil, y
hoy el deseo es sustituido por el capricho, aún más volátil y fluido. Los centros comerciales son lugares
especiales, son un "otro lugar" distinto de cualquier otro lugar exterior, otro mundo distinto del habitual.
Los templos del consumo son lugares en sí mismos, encerrados en sí mismos, islas flotantes. En ellos se
incorpora y se hace igual a todas las personas, dentro del centro comercial todos somos iguales como
consumidores y compradores.
Las sociedades humanas utilizan dos estrategias frente a los extraños: la separación y la asimilación. La
primera estrategia consiste en defenderse de los forasteros, evitar que se mezclen, mantenerlos fuera o
expulsarlos. La segunda en intentar fagocitarlos y metabolizarlos, es decir, hacerlos iguales a uno mismo y,
por tanto, dejar de ser extraños. La primera estrategia acentúa el miedo a los extraños, porque cuanto más
se busca la homogeneidad, más defensas se levantan, más difícil se hace el trato con los extraños, se pierde
la capacidad de conocerlos y de interactuar con ellos, por lo que la amenaza y la ansiedad que transmiten
los extraños no hace más que aumentar. Por lo tanto, en última instancia, el proyecto de aislarse en la
homogeneidad es contraproducente y da lugar a la pérdida de la capacidad de coexistir entre personas
diferentes y negociar relaciones e intereses comunes. La modernidad también conlleva una percepción
diferente del espacio y el tiempo. El fenómeno comenzó con la invención de nuevos medios de transporte
no humanos y no animales, que permitieron hacer del tiempo correspondiente a una distancia una función
relativa a la técnica utilizada para recorrerla. Se trata de romper las distancias, soñando con vencer por fin
la resistencia del espacio y hacerlo irrelevante. Gran parte de las energías de la modernidad se centran en
la velocidad, en acelerar cada vez más las operaciones a realizar y en eliminar el tiempo improductivo. En la
primera versión de la modernidad, la pesada, el progreso consistía en fábricas cada vez más grandes, el
tamaño y la ocupación del espacio cada vez mayores, junto con la estandarización creciente, eran sus
características. El capital y el trabajo estaban atados al suelo, inmovilizados en grandes estructuras,
edificios, fábricas, maquinaria. Todo esto cambió con el advenimiento de la segunda modernidad ligera. El
acortamiento del tiempo para desplazarse por el espacio significa que el tiempo cuenta cada vez menos
como factor capaz de conferir valor: si se puede llegar a todos los lugares en el mismo tiempo, ningún lugar
tiene un valor especial, porque ningún lugar requiere más que otro para ser alcanzado. Así, el problema se
desplaza de los medios a los fines, que ya no tienden a distinguirse entre sí en términos del esfuerzo
requerido para alcanzarlos. El tiempo de la modernidad líquida se vuelve tan ligero como insignificante.

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