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Nuestras Mascaras de Porcelana PDF
Nuestras Mascaras de Porcelana PDF
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Nuestras Máscaras de Porcelana.
Daksha Montalvo.
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Agradecimientos:
Primero, quiero agradecer a mi madre y mi padre porque gracias a ellos he levantado y reforzado
mis ideales. Sin ellos no sería nada, luego vendría mi padrastro que siempre me ha apoyado como
si fuera su propia hija.
Segundo, quiero darle unas gigantescas gracias a Christian Montero y a Giovanni Classen si no
hubiera sido por ustedes esta gran obra estaría en la lista de espera. Muchas gracias por su gran
apoyo y opiniones. Son los mejores.
Tercero, quiero agradecer inmensamente a dos grandes personas que sean convertido en unas
grandes amigas para mí. Sophie Tamara y Anna Silvestri, vaya que me he divertido con ustedes y
han dejado su huella entre estas letras aunque no lo crean. Gracias por su apoyo, son geniales.
Y, finamente quinto, sino hubiera sido por una mujer de hermoso corazón yo hoy día no estaría
haciendo lo que me apasiona. Gracias a la Sra. Márquez, porque fue ella quien me impulso a
mejorar cada día más como escritora.
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A Luis Altamirano, porque
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Argumento:
«No puedes ser gay, es pecado» Dime tú, ¿qué no es pecado en esta vida? « ¿Eres prostituta? Que
asquerosa eres» Al menos no robo.
Un día, no estaba soleado ni nublado, mucho menos llovía y no, tampoco era una tarde de otoño.
Dos personas cruzaron la mirada, ¡no! No se enamoraron ni mucho menos sintieron un nudo en el
estómago.
Ella pudo percibir como se sentía aquel extraño que estaba sentado en la calle apoyado de su
auto, porque ella se sentía igual.
El hombre de cabellos marrones soltó unas palabras no muy alentadoras cuando la mujer fue
hasta él a vender lo único que tenía.
O eso creía.
—¿Sobre qué? ¿No vez que estoy ocupado lidiando con mi dolor?
Ella se recargó del auto, el joven la vio fijamente a los ojos y en un hilo de voz le dijo:
Y así, una historia donde un gay y una prostituta se casan. Él para esconderse y ella para presumir
lo que nunca tuvo. Alentador, ¿no crees?
Usaban tan buenas máscaras que un día simplemente se sintieron reales, que pena que fueran de
porcelana...
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Capítulo uno: Un novio feliz.
En esta vida somos lo que todos quieren que seamos. Me incluyo, prefiero callar y seguir esta
maldita corriente a gritar y ahogarme entre prejuicios. Al menos moriría haciendo lo que mi
corazón dictaba.
Este mundo es así, estúpido y lleno de maldad. Personas escondiéndose tras una gran imagen
religiosa y otras tras unos bonitos zapatos.
Admítelo, tú también tienes tu máscara de porcelana colgando detrás de la puerta. Una sonríe, la
otra llora y algunas hasta fingen amor. Te lo digo yo, que era coleccionista de estas preciosidades.
La casa estaba hecha cenizas, la joven de cabellos ondulados caminó entre los escombros y
recogió del suelo lo primero que chocó con sus pies:
Un álbum de bodas.
Se llevó este regalo del mundo a su casa, con cuidado lo abrió y dejo que las fotos de aquel álbum
le volaran los pensamientos. De amor, odio y tristeza.
La primera foto era hermosa. Eran unos recién casados sentados en la recepción. Uno al lado del
otro los dos con sonrisas de enamorados, de farsantes.
Daniel Quintequi.
17 de julio de 2010
Me miré al espejo, era todo un novio de revista. Sólo me faltaba la gran sonrisa plástica. Suspiré y
salí de la habitación del hotel.
—¿Listo?
Mi mamá se había parado frente a mí con una gran sonrisa y ojos cristalizados.
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—Estoy tan orgullosa de ti.
Orgullosa, ¿por qué? Porque termine haciendo todo lo que querías al casarme con una mujer y no
con un hombre. ¡El orgullo no te debe de caber en el pecho!
—Ruby, está hermosa. Estoy tan feliz que hallas encontrado una mujer tan maravillosa como ella.
—Que tengas un matrimonio próspero y lleno de amor — me dijo mi padre al palmear mi hombro.
Sonreí.
Todo el mundo corriendo, con nervios y mirando cada detalle, cuando en realidad esto era un
teatro.
Mi madre me tomó por el codo y casi me llevaba corriendo a donde sería la función, perdón,
donde Ruby y yo nos íbamos a casar.
Paseé mi mirada por todo el jardín. Las sillas perfectamente decoradas, las rosas en su punto
seductor, las pe so as pu tuales y a siosas…solo falta a el ovio feliz.
Sería una boda civil, era ya demasiada burla como para casarnos en una iglesia. Yo homosexual y
Ruby prostituta de por sí, ya íbamos de camino al infierno no queríamos hacerlo peor. Claro,
hablando desde un punto malditamente humano.
Ruby Knight
Me puse frente al espejo. Pestañé un par de veces y suspiré. El traje era blanco y hermoso, como
el de una princesa. Nadie diría que hacía una semana estaba parada en una esquina vendiendo
sexo barato. Oh, no, nadie. Sonreí victoriosa.
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Los engañaba a todos pero especialmente me engañaba a mí.
—Gracias.
Eh, no. Te equivocas, Daniel nunca tendrá un final feliz junto a mí, ni yo junto a él. Lo sabemos,
esto era una locura.
—¡Daniel ya está esperando! — una de las damas de honor entró a la habitación de hotel
histérica.
Use una de mis más falsas sonrisas ese día. De un lado escondía a una prostituta y del otro el dolor
que tenía conmigo misma por serlo.
Daniel Quintequi
Los violines tocaban a toda marcha, me arreglé la chaqueta y moví la cabeza de un lado al otro,
podía escuchar hasta el sonido de la cámara del fotógrafo cada vez que sacaba una imagen. Click,
click, click. Cerré los ojos y me froté la frente. Me suban las manos y me retumbaba la cabeza.
Entonces, me giré y me encontré con una mujer hermosa. Tenía que admitirlo. No era la Ruby de
siempre. Mi padre me entregó a la mujer que sería mi esposa y volvió a su asiento. Si solo
supieran.
Su cabello negro largo estaba recogido entre pasadores y su vestido parecía que había estado
hecho para ella. Sus ojos a pesar de todo, tenían un brillo tierno y por primera vez había visto sus
mejillas sonrojadas.
Después de largos minutos de estar mirando al juez fingiendo emoción tuve que decirlo:
—Acepto.
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Capítulo dos: Chico conoce a prostituta.
Daniel Quintequi
29 de julio de 2009
Mi nariz sangraba y mi ojo estaba hinchado. Eso era lo que pasaba cuando le dices a tu padre que
te gustan los hombres. Sí, seguro tus golpes harán que me gusten las vaginas, desgraciado.
Conduje hasta unos viejos apartamentos y parqueé mi auto justo frente de un anticuado café.
Prácticamente el techo se les estaba viviendo encima.
La nariz me dejó de sangrar pero, ¿qué más da? Si siento que me han roto hasta el alma.
Posiblemente hubiera sido mejor haberme quedado escondido detrás de una imagen errónea para
mí pero perfecta para todos.
Cerré los ojos y las lágrimas comenzaron a bañar mis mejillas. ¿Qué? Los hombres también lloran.
¿Te molesta? ¿Tu machismo no te deja seguir leyendo? Entonces vete, y déjame llorar en paz.
¿Por qué simplemente no podíamos vivir todos en paz? ¿Qué le importaba lo que le gustara al
otro? Es su vida, no la tuya.
—Pero mira, ¡ay qué lindo! Lo que uno se encuentra en la calle hoy en día.
Abrí los ojos y levanté la cabeza. Tres tipos frente a mí con cara de pocos amigos.
—Vamos hacer esto fácil, ¿sí? Dame las llaves del auto.
No me moví.
El líder, el que me hablaba miró a sus dos amigos y luego los tres me miraron mí. Cabeza de
melocotón – el líder – me tomó por la camisa y me empujó contra el auto.
Me comenzaron a golpear los tres a la vez. Golpeaban mi rostro, mi estómago, mi espalda sin
detenerse. No me defendí, ¿qué podía hacer? Si yo era solamente eso, una mariposita.
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Consiguieron las llaves, mi teléfono y el único dinero que llevaba conmigo. ¡Felicidades, me han
robado todo dejándome como un perro moribundo en la calle!
Me arrastré hasta un viejo banco de madera y me senté allí. A esperar, no sé qué pero, ¿qué más
podía hacer?
No tenía dinero, no tenía auto ni siquiera mi teléfono pero lo más importante de todo, no tenía
ganas de buscar la forma de salir de aquí.
Era muy tarde en la noche, así que se podrían imaginar. Giré la cabeza y me encontré con una
mujer de pechos levantados y piernas largas.
Ella sonrió.
Me senté derecho en aquel banco para poder verla bien. Estaba recostada sobre un poste de luz
que prendía y apagaba como loco. Tenía unos pantalones cortos ajustados, unas medias y un
jersey color negro.
—Al menos te dejaron vivo, hay otros que los dejan inconscientes en el suelo.
—Y tú, ¿hablas con la gente sobre como vendes tu cuerpo? — le pregunté molesto.
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—Digo, siempre lo pregunto.
—Anda cuéntame.
—Deberías sacarte eso de tu sistema. Te podría dar cáncer todo ese coraje.
¿Coraje?
—Todos esos golpes no te los hicieron los tipejos que te asaltaron. Te vi llegar, ya te habían
golpeado.
—Anda, cuéntame. Por cierto, me llamo Ruby — seguía ella tratando de conversar conmigo.
No me importa. ¡Vete!
Lo pensé, en realidad necesitaba sacarme esto del pecho. Suspiré. ¿Le contaría mi vida a una
prostituta?
—Vale, te lo diré.
Ella sonrió.
—Todo empezó cuando tenía dieciséis, apenas había probado el éxtasis de la juventud, tenía
amigos y sobre todo amigas. Amigas que querían tener su lengua en mi boca pero a diferencia de
mis amigos, no me interesaba tener sexo con ellas. De hecho, la idea me parecía algo grotesca y la
mayoría eran jovencitas con vaginas llenas de SIDA.
La interrumpí.
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—Sí —, la gota que colmó el vaso.
Alcé la mano y negué con la cabeza. Hiciste que abriera la boca ahora cierra la tuya.
—Vale, tienes razón. No me molesta escucharte es solo que, no quiero que abras esa herida que
tardo tanto en sanar.
—Estoy esperando que sigas — me dijo ella moviendo sus manos impaciente.
—Siempre escondí bien mis sentimientos. «No puede ser», me decía. «¿Por qué soy así?», me
cuestionaba como si ser homosexual fuera algo malo. Cuando el chico que me gustaba se enteró,
gracias a sus amigos. Comenzaron a burlarse de mi llamándome «marica», «pato de agua», «culo
flojo» entre otros. Al menos no salió de su grupo y mis padres nunca se enterraron.
—Ellos fueron los que me delataron. Se emborracharon y dijeron cosas que nadie debía haber
sabido incluyendo mi preferencia sexual. Luego de todo esto, entre a la universidad y actualmente
estudio comunicaciones. Desde entonces me he propuesto esconder mis preferencias sexuales
pe o…
—Piensa en todos los hombres como tú, que no quieren ser lo que son por los prejuicios. Muchos
vienen a que «nosotras hagamos nuestra magia» pero al final terminan contándonos sus historias.
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Una patrulla pasó lentamente frente a nosotros, el policía que estaba adentro nos miró a mí y a
Ruby. Luego de eso, apagó sus luces y se parqueó un poco más delante de nosotros.
Oh, no.
Cristo amado santo seas. Recuérdame nunca volver a este lugar, miré el panorama. Estaba solo,
sin auto, sin dinero y no tenía forma de comunicarme con alguien. Creo que yo también terminaré
prostituyéndome. ¡Eh! ¡Mira! Ahí hay una esquina, debería salir corriendo y tomarla antes que me
la roben, ya que aparentemente aquí te roban hasta el suspiro.
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—¡Voy! — exclamé, interrumpiendo el comentario de Ruby.
Le di una dirección errónea al policía. La de mi antigua casa que solo quedaba a unos veinte
minutos de donde en realidad vivía.
Luego de eso no te que, Ruby me miraba por el espejo retrovisor como si estuviera analizando una
situación. Okay, esto era incómodo.
—No eres de por aquí —le comenzó a montar conversación el policía a Ruby.
Ella no contesto.
Ruby le pegó en la cara con su tacón. No me pregunten como yo también estoy tratando de
descifrarlo.
—¡Maldita perra!
¿De dónde carajo se sacó una navaja? Me hubiera ido caminando, sí, lo hubiera hecho.
—¡¿Qué?!
—¡Tómala!
Tomé el arma temblando y se la pegué al pobre hombre en el cuello. Capaz que si no hacia lo que
ella quería, me hacía algo a mí también.
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Miré ahora a la astuta prostituta ladrona asesina. Aunque, lo último se podía debatir.
Ella rebuscaba la cartera de forma rápida. Sacó varios billetes de veinte y una alianza.
Él asintió desesperado.
Llegamos. Plan mental: Bajarme del auto y correr, correr lo más rápido que pueda para alejarme
de esta loca. A menos que también tenga una pistola, entonces soy hombre muerto.
—Ahora iras a cumplir con tu trabajo, ¿sí? Si no ya sabes lo que te toca — lo amenazó la prostituta
antes de abrir la puerta y salir del auto.
Hice lo mismo pero no corrí como tenía pensado. Me congelé allí mirando la calle mientras la
patrulla se alejaba y Ruby se paraba junto a mí.
No dije nada.
—¿Te asustaste?
Asentí.
Volví asentir.
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—¿Qué vas hacer ahora?
—Ahora te voy a matar— me dijo tan seria que la sangre se me fue a los pies.
Daniel Quintequi.
29 de julio de 2009
Mientras ella reía me puse a pensar sobre el oficial. ¿Y si volvía por nosotros?
—¿No te da miedo que ese policía vuelva por ti? Ya sabes, por lo que acabas de hacer.
Ruby se limpió las lágrimas causadas por la risa y tomó un buche de aire.
—No entiendo.
—Ese oficial es casado. Le ha sido infiel a su esposa no solo conmigo sino con más de la mitad de
aquel barrio. Tenemos pruebas de eso, su matrimonio se iría por una tubería y a parte de su vida
personal, estaba corrompiendo su trabajo. Lo echarían de inmediato. Él no puede hablar, le
tenemos la boca sellada.
—Entonces, ¿por qué te llevas todo el dinero tú? Digo, si son tantas personas.
—Aquel no es el único policía que tenemos acorralado. Son más de los que te imaginas, ellos a
cambio de nuestro silencio aseguran el área. Prácticamente alejan a cualquier amenaza de
nosotras.
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No era tan mal plan. Al parecer eran muchos, ya que Ruby hablaba con mucha seguridad.
—Ya estoy cansada de esto. De ser una mancha para todos cuando solo busco sobrevivir.
Ella me sonrió.
Comenzamos a caminar en silencio analizando todo lo que había pasado en las pocas horas de
conocernos, bueno apenas ella ni siquiera sabía mi nombre.
Entramos y subimos hasta el apartamento 381, piso tres. La prostituta permanecía callada y con la
mirada baja, mirando sus pies al caminar.
—Si tienes planeado robarme y encuentras algo de valor, avísame. Así vamos y lo empeñamos
juntos.
Ella sonrió.
—Soy prostituta no ladrona y respecto a lo que paso en la patrulla lo hice para asegurar mi
trabajo.
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Sonreí sin mostrar los dientes y abrí la puerta
—¿Mucha confianza?
—Demasiada.
—Solo serán unos minutos — me dijo en voz alta para que lo escuchara en la cocina.
La oí reír. Ruby comenzó hacer su llamada y yo me mantuve en la cocina todo el tiempo, al menos
debía darle algo de privacidad.
Terminé los emparedados y los puse en la barra junto a dos vasos de jugo de naranja. Y no pude
evitar escuchar:
—Sí, yo también te extraño. Pórtate bien, mamá te ama con todo su corazón. Adiós.
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Me congelé. Ella tenía una hija.
Ruby se giró y me vio. Sus ojos estaban levemente cristalizados y su nariz roja.
Tomé el emparedado y el jugo, caminé hacia ella y se los entregué. Nos sentamos en el sofá-cama
que había en la sala y Ruby dejo la comida a un lado.
—¿Por dónde?
Ruby Knight
15 de agosto de 2009
—Se hará un poco difícil quitarte ese rojo gastado que tienes pero mira tus raíces — se giró y
comenzó a inspeccionar mi cabello —, también tendré que cortarte las puntas y hacerte capas —
él comenzó a mirarme por encima de la armadura de sus lentes.
En realidad, ni siquiera era rojo. El tinte se había caído y estaba casi en un naranja. Me acomodé
la camisa, podía sentir la mirada de las personas sobre mí.
Él levantó la vista.
—¿Te sientes incómoda por las personas que te están viendo? — me preguntó.
—Nos vamos a deshacer de eso con esto — dijo señalando los productos de la canasta.
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Luego, caminaos hasta el área de cosmetología.
—Ay, querida — suspiró—, debes re armar ese rompecabezas que llevas dentro porque mereces
sentirte bien contigo misma — finalizó mientras me tomaba por los hombros y me hacía enderezar
la espalda.
Sonríe sin mostrar los dientes. Estuvimos casi una hora más en el lugar hasta que por fin, Daniel
encontró todo lo que estaba buscando.
El atardecer comenzó a caer y así mismo lo hizo la brisa fría. Vi como Daniel veía su reloj mientras
subíamos por el elevador.
—Tranquila, yo sé lo que hago — me dijo mientras me pasaba el brazo por los hombros.
Daniel chaqueó los dientes y asintió mientras abría la puerta. Al entrar se quitó los zapatos.
—Ven — me dijo mientras me tomaba por la muñeca—, tenemos que empezar ahora si queremos
terminar.
Daniel me dirigió hasta el baño luego trajo una silla del comedor y me hizo ademán para que me
sentara. Levanté la vista y me encontré con un gran espejo y dos luces que alumbraban todo el
lugar. Él comenzó a poner todo lo que había comprado frente a mí.
Hizo que entrara en la ducha y echará mi cabeza hacia atrás. Abrió el grifo y el agua caliente
comenzó a salir.
—No importa que te empapes toda. Ahora solo queremos resucitar tu cabello — me dijo mientras
se llenaba las manos del champú que había comprado en la tienda y comenzaba a restregarme la
cabellera.
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—¿Por qué preguntas?
Pude ver como todavía se caía el tinte rojo ya que el agua salía prácticamente naranja.
Luego de que mi cabello quedo sin una gota de champú aplicó el acondicionador.
Tomó una toalla y envolvió mi cabello en ella. Salí de allí y me volví a sentar en la silla de madera,
Daniel salió por un momento y volvió con una gran mochila negra. Sacó tijeras, más cremas para el
cabello, una secadora y quien sabe que más.
Él solo siguió concentrado en lo que hacía. Cada vez veía como mayor cantidad de cabello caía al
piso.
Cambio varias veces de tijeras hasta que por fin terminó. Tomó un buche de aire y comenzó a
preparar el tinte.
Volvió a dividir mi cabello y comenzó a aplicar el químico. Lo miré por el espejo nuevamente, sus
lentes estaban a punto de resbalarse de su nariz ya que estaban en el borde, estaba ceñudo y muy
concentrado como si estuviera pintando un cuadro.
Luego de eso, esperamos veinte minutos más hasta que me lavó el cabello de nuevo.
Ya la estaba odiando.
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Daniel conectó la secadora y sacó dos cepillos de la mochila. Con paciencia comenzó a secarme el
cabello.
—Podría jurar que cuando te vi nunca pensé que tendrás tanto cabello — masculló mientras
separaba el cabello mojado del ya seco.
Tomó otro artefacto que parecía unas tenazas pero planas, y en lugar de darle volumen al cabello
hacia lo contrario.
Me miré al espejo y me toqué el cabello. Parecía sacado de una revista con su color oscuro y
volumen que le proporcionaron las capas.
—Pareces una muñeca de porcelana — me dijo Daniel en cuanto me pasaba los dedos por el
cabello.
La cama estaba vestida de blanco al igual que el buro y las ventanas usaban un bonito vestido azul
hecho de cortinas.
Daniel encendió las luces y pude notar que en la cama reposaban dos de las bolsas que había
traído él de la tienda.
Sus pies se movieron hasta el armario y de allí sacó una camisa de cuadros y me la entregó.
—Es de mi hermana pero puedes ponértela. Saldré un momento para que puedas cambiarte.
Asentí y él se fue.
Me saqué la camisa corta que usaba y la deje caer en el suelo. Pronto las mangas abrazaron mis
brazos y la tela se acurrucó perfectamente a mi piel. Me miré de arriba abajo. Ahora parecía una
persona normal.
Me paré frente al espejo del buro. Por primera vez en tantos años me sentí cómoda con lo que
tenía puesto.
Me pasé los dedos por el cabello y a los flecos que jugaban frente a mis ojos los puse tras mis
orejas.
Tocaron la puerta.
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—¡Puedes pasar! — exclamé.
La cabeza de Daniel se asomó rápidamente como un ladrón, y después todo su cuerpo entró a la
habitación.
—Te ves tan bonita que no quiero parpadear por miedo a que sea un espejismo.
—Gracias — le dije.
Él no dijo nada, y solo fue a buscar lo que en aquellas bolsas de plástico se escondía.
Lo hice y Daniel comenzó aplicarme una crema en la cara, luego otra y otra.
Pude sentir como pequeña brocha bailaba sobre mis parpados, sentí como peinaba mis cejas y
pintaba mis labios con sumo cuidado.
Los abrí de golpe y él sonrió. Comenzó a bañar mis pestañas del ya conocido rímel y destacó mis
ojos con delineador.
Sacó una banda negra y me la puso en el cabello dejando unos cuantos flecos al frente.
—Si alguien llegara a ver a la Ruby de hace tres horas y a la de ahora, juraría que son dos personas
diferentes — me miró a los ojos—. Échate un vistazo.
Los ojos comenzaron a inundarse y el labio inferior me comenzó a temblar. Sentí las cálidas manos
de Daniel sobre mis hombros.
—Tu mascara de porcelana esta lista y nunca había visto una tan perfecta como la tuya —
masculló en cuanto nuestras miradas se conectaron por el espejo.
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Ruby Knight
17 de octubre de 2009
Me acomodé la falda floreada y el cuello alto de mi blusa blanca. Respiré hondo y tomé la mano
de Daniel.
—¿Lista? — me preguntó.
—Lista.
Le sonreí.
—De nada.
Una mujer de cabellos marrones y ojos verdes nos abrió la gran puerta de madera.
A la mujer le brillaron los ojos y de un impulso tomó mi mano izquierda para ver el anillo. Seguido
de eso me haló hacia sus brazos para brindarme un cálido abrazo.
—Mucho gusto.
Miré a Daniel y él me sonrió sin mostrar los dientes como siempre solía hacer.
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—Pasen, pasen. No se queden parados en la puerta — nos invitó Margaret a entrar.
Daniel me pasó el brazo por los hombros y me dio un leve beso en la cabeza.
Cuando llegamos a la sala donde estaban todos reunidos, cada una de las personas que estaban
allí presentes posaron su mirada sobre nosotros.
Oh, supongo que la mamá de Daniel era la única que sabía de mi existencia.
Noté a Daniel muy incómodo. ¿Quién no? Se declara homosexual, su padre le da una paliza por ser
honesto y luego llega a su casa comprometido con una mujer.
Una joven de unos veintiséis años se levantó del sofá y caminó hacia nosotros sonriente.
—Ella es Ru y i…
Hacía frio, el día estaba nublado y el viento azotaba las ventanas como un adolecente rebelde.
Gracias a la madre de Daniel, todos allí se enteraron que llevaba un anillo en mi mano.
Después de eso Daniel me presentó a los miembros de su familia que allí se encontraban, pero no
vi a su padre.
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«Felicidades», dijeron algunos. «¿Cuándo es la boda?», preguntaron otros. «¿Estas embarazada?»,
se atrevió a preguntar la abuela de Daniel burlonamente.
—Ya, ya — dijo una de las primas de mi prometido callando todos los comentarios.
—Bue o, pues…
Comenzó él.
—En realidad fue luego cuando Daniel se ofreció a darme unas tutorías de cálculo después de mi
último período de clases —solté nerviosa.
Tragué en seco.
Todos rieron.
Bien, bien era un buen comienzo para la historia. Oh, eso creo.
—Ruby siempre llegaba puntual, ni un minuto más ni un minuto menos —mi prometido tomó las
riendas de la conversación —, con sus libros apiñados contra su pecho y su cabello todo rebelde
sobre sus ojos.
—Todos los días, sin falta yo me las ingeniaba para poder darle una buena tutoría a Ruby sin que
se die a ue ta de ue yo esta a aú ás pe dido ue ella. El tie po paso y…
Calló, lo que restaba de la oración se le había quedado en la garganta, ¿a quién no? Todos allí
presentes incluyéndome no le quitábamos la mirada de encima.
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—¡Ay, pero que hermoso! — exclamaron.
Luego de eso él se giró hacia un hombre de unos sesenta años que entraba por la puerta del patio
trasero acompañado de dos niñas pequeñas.
—Son las hijas de mi hermana mayor — me dijo Daniel mientras abraza a sus sobrinas.
Las niñas se separaron de Daniel en cuanto el señor de sesenta años se nos acercó y le dio un
apretón de manos y luego – tal y como había hecho Margaret – fijó su mirada en mí.
—Tú debes ser la que cambio a mi hijo — me dijo el señor con una sonrisa.
—Están comprometidos.
Sonreí hipócritamente.
—Yo sabía que esa estupidez se te iba a salir de la cabeza, muchacho — le dijo su padre mientras
palmeaba su hombro y soltaba una risita —. ¿Cómo ibas a ser homosexual? Si eres mi hijo.
El padre de Daniel se alejó después de eso, al igual que los demás. La mayoría de las personas se
fueron al comedor a cenar.
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Lo seguí. Solo éramos él y yo en el patio.
—¿Ves? ¿Viste como reaccionaron? «Aliviados porque no soy gay». Esto me duele, porque sé que
nunca me aceptarán.
Él respondió a mi abrazo.
Primera parte
Ruby Knight
8 de marzo de 2003
Corre, corre. Me faltan unos cinco bloques para llegar a mi casa, he salido demasiado tarde de la
escuela nocturna. No había taxis por el área así que tengo que irme caminando.
Comienzo mi camino con la mirada en mis pies. Sentí que me seguían, me giré y lo confirmé.
Un tipo de tez blanca, de cabello oscuro y vestido de chaqueta ha parqueado su camioneta aún
encendida junto a mí.
Yo sabía por dónde venía esto. Esa no era la primera ocasión donde había visto aquella camioneta
gris. Esa no era la primera vez que veía aquel rostro pero sí, era la primera vez que yo lo miraba él
y no él a mí por tanto tiempo.
Conocía su mirada, la forma en que estaba sentado y de cómo, estaba calculando sus
movimientos. Su respiración y la mía cada vez era más densa y más silenciosa. Estábamos
congelados en el espacio del tiempo, sabiendo que si uno se movía el otro también lo haría.
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A él ya lo había visto antes, sabia su nombre y de qué vivía.
Corre, corre. Podía sentir sus pasos detrás de los míos. Corre, corre se está acercando.
Mis pulmones soltaron un grito ahogado, mis pies me fallaron y caí de rodillas al pavimento.
Me tomó por los hombros y me levantó del suelo. Una lágrima amarga bajó por mi mejilla.
Le escupí la cara, le pegué en la entrepierna y volví a correr pero fue en vano ya que – como si ya
hubiera tenido todos mis movimientos calculados – no logro que fuera tan lejos y esta vez me
tomó por el antebrazo.
Grité hasta mis cuerdas vocales estallaron, pero fue en vano. Nadie me escucho.
Volví a gritar.
—¡Cállate!
—Por favo …
—Muévete.
Entonces paso: el momento en el que me convertí en el ser más sucio, asqueroso y miserable de
este planeta.
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Sus venenosos besos dejaron una marca en donde quiera que se posaran, como tatuajes. Su
respiración ha quedado grabada en mi mente como melodía de funeral y sus manos me han
asesinado de a po o, o el o e de la i justi ia, de la desigualdad…de la viola ió .
Sus palabras eran como serpientes malcriadas empeñadas en quedar grabadas en mi memoria y lo
hicieron.
Entonces, él levanto su mano y me pegó tan fuerte que me hizo perder la razón.
Él no, por favor, que no sea él. De solo imaginármelo con su mirada calculadora y su sonrisa
retorcida se me marchita el corazón.
Me giré y un joven de cabellos cobrizos y de labios entreabiertos dejo caer sorprendido su celular
en el fango.
El joven corrió hacia mí y como si fuera un bebe, me tomó en brazos y nos escondimos detrás de
unas maderas viejas.
Estábamos en un patio trasero – por lo que pude ver – había un carro dañado, maderas, y hasta
metales tirados por todo el lugar.
El viento se movía entre los arboles como un ladrón y el Sol se escondía de la Luna tal y como la
presa hace de su cazador.
Lo vi como pude entre las maderas viejas, tenía una camisa de mangas y unos vaqueros
prelavados. Estaba descalzo y la mano derecha vendada.
El joven que aún me tenía en sus brazos me soltó suavemente en el suelo para no causar ruido
alguno.
Mis ojos se llenaron de lágrimas y cuando mi llanto estaba preparado para salir, el muchacho me
tapó la boca y me inmovilizó.
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¿A qué se refería con eso?
Asentí confundida.
Volví a mirar a mi secuestrador y este se pasó los dedos por el cabello pensativo.
— Voy a contar hasta tres para que salgas de donde quiera que estés, Paty.
¿Paty?
— …
— …
—Y…
—¡Miré lo que he encontrado merodeando por las rejas de seguridad! — gritó él mientras
salíamos de nuestro escondite y me sacudía de un lado a otro.
El muchacho algo disgustado, me tomó por la muñeca y me arrastró hasta una casa de ladrillos.
Muy bonita, pero eso no viene al caso.
Entramos y él me llevó hasta un sofá viejo. Parecía que esta casa nadie la vivía, más bien parecía
un estudio hippie de arte.
El muchacho de cabellos cobrizos desapareció por unos instantes y luego apareció con una camisa
blanca de hombre.
— Ponte esto. No sé, como él te puede dejar así y no sentir una pizca de pena.
Me pasó la camisa y volvió a desaparecer. Me puse la pieza de ropa rápido ya que estaba en ropa
interior y poco después él volvió con un vaso lleno de cereal.
— No tiene leche ni está en un plato pero al menos es algo — dijo mientras me lo entregaba.
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—¡Nathan! —se escuchó un grito desde afuera.
Nathan – supongo que ese era su nombre – me vio con ojos asustados y de un momento a otro, de
un jalón me levantó del sofá y prácticamente me llevó a pujones hasta lo que creo que es el
sótano.
El lugar estaba bañado en telarañas y apenas entraba un hilo de luz por la puerta. Bajé las
pequeñas y angostas escaleras de madera, las piernas me temblaban y juré escuchar la respiración
de otra persona.
Su cabello rubio estaba desordenado, su rostro lleno de moretones y usaba un blusa de botones
azul y unos vaqueros cremas rotos.
Ciertamente. Estoy comenzando a pensar que «Joshua» era el nombre del hombre que me había
violado.
— Yo sabía que volverías, maldita. Te matare con mis propias manos, Patricia.
Sentí como me arañaba la cara, me halaba el cabello y cacheteaba cada vez que podía.
—¡Joshua!
Joshua se acercó y como si fuera automático comencé arrastrarme hacia atrás y a gritar, ya que
palabras no tenía.
33
Segunda parte
Ruby Knight
25 de octubre de 2010
—¡Ruby!
Abrí los ojos y me encontré con Daniel sobre mí. Sus ojos oscuros parecían faroles en la noche y
sus manos me sujetaban tanto que comenzaba a doler.
Le correspondí el abrazo.
— Hablando de un tal Joshua, una tal Patricia que si violación, una casa de ladrillos. ¿En qué
soñabas?
Daniel se acostó a mi lado y soltó una carcajada. Al parecer había ignorado mi comentario.
—Es gracioso, porque el mejor amigo de mi papa se llama Joshua y su esposa que fallecido
Patricia.
Mi respiración se descontroló, mis ojos volvieron a empañarse y un llanto ahogado escapó de mis
labios.
34
— No lo es.
Daniel se sentó.
—¿Cómo?
—No soy prostituta por gusto. No soy como soy por gusto. ¡No estoy sucia por gusto! — me atreví
a gritar.
Daniel se acercó un poco más y seco mis lágrimas llenas de coraje que bajaban por mis mejillas,
luego escondió su rostro en mi cuello y dijo:
Lo vi a los ojos.
—Las situaciones difíciles a que valoremos lo que tenemos hoy — me dijo y poco después se
quedó dormido a mi lado.
Mierda.
Hacía apenas unos días desde que me había mudado con Daniel. Saqué la caja y salí de la
habitación. Me escabullí hasta el pequeño balcón del apartamento y encendí el cigarrillo.
En la brisa fría de la noche y el vaivén de la luz del farol medio dañado se acabó mi primer
cigarrillo.
Saqué el segundo.
No.
Necesitaba algo más, algo más fuerte. Volví a entrar y como un ratón volví a rebuscar en mis
maletas, dentro de ellas había un bulto rojo, sonreí. Te encontré.
35
Me senté en el oscuro sofá que el padre de Daniel había comprado. Vaya que este lugar había
cambiado desde la primera vez que vine.
El señor Quintequi nos había ayudado mucho. Había ayudado a su hijo por el tan solo hecho de
haberse casado con una mujer. ¡Qué amor!
Había una mesita de poner tazas de café, la tomé y la arrastré hacia mí.
Saqué a Mary, Marina y Cassandra. Esparcí a Marina por la mesita, con la manos la acomodé en
una fila uniforme y del bulto saqué una hoja de papel ya usada, la enrollé e hice que Marina
desapareciera. Su cuerpo blanco y flaco ya no estaba sobre la frágil mesa.
Encendí a Mary, ella me abrazó y me hizo olvidar aquellos oscuros recuerdos. Con la tranquilidad
que me había dado ella y la adrenalina que me había regalado Marina, saqué a Cassandra.
Daniel Quintequi.
Fruncí el entrecejo.
Una risa.
Otra risa.
—¡No, no, por favor Daniel! — me suplicaba ella en cuanto me veía acercarme.
—¡No!
—Ruby, Ruby— le dije mientras la tomaba por los hombros y la levantaba del sofá.
36
Una lágrima tras otra bajaba por sus mejillas.
—¿Entender qué?
—Sucia, asquerosa, que te arrebaten todo. ¡Todo lo que creíste tuyo! ¡Que tu madre este en la
cárcel! ¡Que tus hermanos te detesten! ¡Sucia, asquerosa que las personas no hagan más que
señalarte! —gritó llorando.
¿O sí?
—Tú no sabes lo que es sufrir, tú no tienes idea de lo que es ser la escoria de la sociedad.
¡Suéltame!
—¿Crees que no sé lo que es sufrir? Intenta vivir señalado solo por amar. Intenta vivir con un
padre que solo te quiere para presumir y como no puede, hace lo que todos hacen, ¡juzgar! ¿Y me
dices que no sé lo que es sufrir? — le grité.
—Sufres tanto por tan dicha discriminación que preferiste casarte con una maldita prostituta
drogadicta a enfrentar y hacer valer tus sentimientos —me dijo ella mientras se deslizaba por la
pared hasta llegar al piso.
«Es que para mí, no eres una prostituta. Eres la mejor persona que algún día estuvo dispuesta a
prevalecer junto a mí»
—Entonces los dos sufrimos, y por lo que veo lo hacemos por estos malditos hematomas
emocionales que se resisten en sanar.
—No me case contigo por mi sufrimiento, supe desde el momento que asaltaste aquel policía
frente a mí que sería parte de tu vida y que no mejor manera que ser tu esposo.
37
Ella sonrió y tomó un buche de aire.
—Somos tan frágiles como ellos, Daniel. Sólo que piensan que somos la escoria de este mundo por
amar y tratar de ser amados
La miré serio.
—No.
Entonces, Ruby se puso histérica, sus ojos se pusieron rojos y por más que la llamara no me
respondía.
Ruby Knight
27 de noviembre de 2010
—Tranquila — Daniel apareció junto a mí con una sonrisa —, estás loca de los nervios.
Sí que lo estaba.
Mi esposo me rodeó por la cintura con su brazo y comenzamos a caminar hacia la puerta.
La risa de la madre de Daniel me estalló los oídos. Acabo de descubrir que Daniel era un muy buen
cuenta chistes.
38
—¡No puedo creer que se hayan casado! – exclamó una de las tías de Daniel.
El señor Quintequi se levantó de la mesa y se fue. Daniel tomó mi mano por debajo de la mesa y la
apretó.
Daniel apretó los labios y noté como su nariz comenzaba a ponerse roja. Somos tan frágiles como
ellos, solo que piensan que somos la escoria de este mundo por amar y tratar de ser amados.
Todos sabían que era una excusa. Mi esposo casi brinca de su asiento loco por salir de aquella
situación. Me ayudo a levantarme de la silla y salimos afuera.
—Ellos no hacen más que señalarme, juzgarme y hacerme sentir como la más grande mierda del
mundo.
39
—Morir nunca es la solución — solté.
—No, no es el sentimiento son las personas que se empeñan en mancharlo — le dije mirándolo a
los ojos.
—¿Y desde cuando estar bien significa llorar? — le cuestionó ella cruzando los brazos.
—No, no a ti a Ruby.
Miré a Daniel.
40
Su hermana asintió y se fue.
—Ella quería que yo fuera feliz, y yo tomé otro camino. Ese es su coraje.
—¿Entonces?
Bajé la mirada.
—Por ti.
Lo abracé.
Me separé y asentí.
Daniel asintió.
Volví a la casa y busque al padre de Daniel. Y en cuanto pregunté por él me dijeron que estaba en
la cocina.
Justo cuando llegue las personas que estaban presentes se fueron y me dejaron allí, con el señor
Quintequi.
Me recargué de la barra.
41
—Dime, ¿cómo es Daniel contigo?
—De hecho, sí, en serio se desvive por hacer de nuestra relación una más bonita con el pasar de
los días — escupí arrogante.
—Sé cuándo uno de mis hijos no es plenamente feliz, Ruby y ahora Daniel no lo es.
Me moví incomoda.
—¿Quién sería feliz con un padre que no hace más que señalarlo?
—Si me ha llamado solo para ver lo mal marido que es su hijo, ¡perdió su tiempo! Mejor persona
Daniel no puede ser — dije mientras salía de la cocina.
—Cuidado que no te confunda con el Jeremy ese — me dijo antes de que saliera de allí.
—Gracias — me dijo.
—De nada — mientras una que otra lágrima se escapaba de mis ojos.
42
No debía llorar aquí, porque eso demostraba que me sentía amenazada.
Lo estaba.
Levanté la cabeza.
—Mi padre está tratando de buscar información que no existe. Él es así, no puede creer que
alguien y menos yo puede llegar a ser feliz.
—Sé lo que estás pensando — Daniel se separó un poco y junto su frente con la mía —, a veces
tenemos que engañarnos a nosotros mismos.
Suspiré.
—Oh, no. Creo que usted ha llamado al número equivocado. No conozco a ningún Lucas.
Daniel al ver mi reacción dedujo que yo, sí conocía a ese tal Lucas.
—Me podría dar el nombre completo de la persona, por favor – le pidió Daniel.
—Si quieres podemos ir, así voy conociendo a tu familia fantasma — él habló nuevamente
mientras caminábamos hacia la camioneta.
43
Él se giró hacia mi algo sorprendido.
—El que se debe quedar aquí soy yo. Anda, ve a ver a tu hermano.
Daniel Quintequi.
Espere más de una hora en la camioneta. ¿Qué habrá estado pasando allá adentro? ¿Qué habrá
pasado entre el tal Lucas y Ruby?
—Lucas, él es mi marido — el joven levantó la mirada del suelo algo arrogante —. Daniel, él es
Lucas, mi hermano.
Asentí.
—Así que tú eres el marido de mi hermana — él se giró hacia ella —. Cuando me dijeron que te
habías casado, juré que era mentira.
—Lo último que supe fue que le dieron una paliza en la cárcel y que luego la trasladaron.
44
Lucas lo decía con odio. ¿Qué habrá hecho esa mujer?
—Esa señora será todo menos nuestra madre, Ruby. Recuerda que fue ella la que nos arrastró
hasta esto.
¿A qué se refería él con eso? «Recuerda que fue ella la que nos arrastró hasta esto»
—Ahora me tengo que ir — dicho esto, Lucas se acercó para darle un abrazo de despedida a su
hermana –. Te quiero.
De pronto, levantó la cabeza con la mirada perdida. Como si un pensamiento hubiera asaltado su
mente.
Fruncí el entrecejo. Ruby, tenía una mirada sola y triste. Creo que sé por dónde iba esto.
—¿Diana? — pregunté.
Daniel Quintequi.
27 de noviembre de 2010
45
Creo que, el que no estaba seguro aquí era yo. Ruby prácticamente iba comiéndose la carretera.
Lo noté.
—Esto es como la bicicleta, en cuanto aprendes nunca se olvida — le dije en una risa nerviosa.
Ojalá.
Pasaron los minutos y a mí se me hacían eternos. Iba a conocer a la hija de mi esposa. Esto debía
ser importante, ¿no?
¿Qué? ¡Oh, vamos! Ver a tu hija nunca es una mala idea y menos en Acción de Gracias.
—Pero ella no lo sabe, Nathan nunca quiso que lo llamara papá. Sí, Diana tiene su apellido pero
ella lo ve como tan solo una nana que se ha ofrecido en cuidarla mientras yo trabajo.
Oh.
— Nathan, me quito la custodia y no precisamente porque quería a la niña. Él solo lo hizo para
fastidiarme y lo logró.
— Ni siquiera la deja decirle «papá». Porque para él es una vergüenza tener una hija de una
prostituta — exclamó ella.
Había comenzado a lloviznar así que el pavimento estaba algo mojado y bueno, Ruby no iba muy
concentrada al camino que digamos.
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—¿Sabes cómo se siente que tu hija te pregunte llorando donde está su papá? — soltó con coraje
mientras azotaba el volante —. Y no poder contestarle porque Nathan nunca lo aceptaría.
Mi esposa se parqueó frente a una vistosa casa marrón. Tenía un buen jardín iluminado y dos
autos parqueados fuera del garaje.
—Llegamos.
Poco después encendieron las luces de afuera, seguro se habían dado cuenta que había una
camioneta blanca parqueada frente a su casa.
Un hombre alto salió con una cara de pocos amigos. Ruby suspiró y se bajó de la camioneta y tras
ella, yo también lo hice.
El hombre estaba bien vestido, podría suponer que acaba de llegar de una cena familiar.
—¡Pero qué bonita estás! — exclamó Ruby sonriendo mientras veía a su hija.
—¡Tu madre tiene trabajo, Diana! —Nathan la interrumpió sarcástico mientras me veía con la
mirada entrecerrada.
47
—Si la niña quiere quedarse con nosotros una noche, por mí no habría problema alguno — le dije.
Asentí.
Ruby se levantó del suelo, ya que se había agachado para abrazar a Diana.
—No dejare que te lleves a Diana y menos cuando estas con uno de tus clientes estúpidos.
—Daniel, no es mi cliente.
—Es mi esposo.
—Nathan Sparks.
—Me llevaré a la niña y la traeré mañana en la noche. Creo que me merezco tiempo con ella — le
dijo Ruby seria.
—¡Mamá ya estoy lista! — Diana salió de la casa con un oso blanco de peluche en manos y una
mochila en la espalda.
48
Diana asintió y luego se separó para tomar la mano de su madre.
—No me agradezcas aún. La quiero aquí a más tardar a las cinco de la tarde, Ruby — soltó él antes
de girarse y entrar a la casa.
Seguido de eso, Diana no hizo más que esconderse tras Ruby algo tímida.
—¿Y eso?
Parecía molesta.
—Nathan dijo que no me llevo con él, porque sabía que me la iba a pasar mejor con los Collins.
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—Él una vez me dijo que yo le daba vergüenza.
Apreté el volante y giré a ver unos segundos el rostro de mi esposa. Tenía la mandíbula apretada y
los ojos cristalizados del coraje.
Y así es como dos padres le rompen el corazón a su hija. Una pequeña inocente que solo quiere
querer.
—Tú deberías hacer lo mismo, por lo que veo no llegaremos a casa hasta más de las diez de la
noche — le dije.
—Mi —comenzó en voz baja —, mi papá también me dijo que yo lo avergonzaba, porque era hija
de una drogadicta.
—La historia se repite, Daniel — murmuró mientras se giraba hacia mí —. Y yo, no hago nada para
detenerlo. ¡Daniel! Estoy dejando que mi hija se ahogue en los errores de los demás y tal y como
me ahogué yo.
—Ru y, o digas…
Levanté la vista para ver por el retrovisor, la niña aún seguida dormida. Mi esposa resopló y lo
último que dijo fue:
—Yo solo quería ser feliz pero al parecer esta no era la manera de serlo.
50
—Ruby — la moví para que despertará —, Ru y…
Ella abrió los ojos lentamente, los tenía rojos y algo pegados.
—¿Hmm?
—Ummm, Daniel — me detuvo ella antes de que cerrará la puerta —. ¿Podrías subir a Diana? Está
dormida y no quisiera despertarla.
Asentí.
—Gracias.
Al final cerré la puerta del conductor y abrí la de la parte de atrás para poder sacar a Diana. Ella
solo se aferró a mi cuello y sostuvo su peluche con recelo. Ruby tomó su mochila y se la colgó en la
espalda.
—¿Seguro?
Asentí.
Oh.
Salí de la habitación para que Ruby pudiera cambiar a la niña más cómoda y fui a la cocina a
prepararme una taza de café.
51
—¿Quieres café? — le ofrecí.
—Tienes una hija de bonitos sentimientos. Deberías ver eso y no lo negativo que la rodea.
Ella suspiró.
—Por eso mismo, no quiero que alguien venga y joda todos sus sentimientos. Alguien como yo –
me dijo mientras se acercaba y me daba un beso en la mejilla –. Buenas noches, Daniel.
Me preparé la taza de café y con ella en manos salí al pequeño balcón del apartamento.
Vaya vida, vaya personas, vaya sentimientos que solo hacen más que pisotearnos como
cucarachas.
Paseé la mirada por los carros que aún andaban dando vueltas a estas horas y pensando en cómo
serían las personas que estaban dentro, me terminé el café que al parecer en vez de mantenerme
despierto solo me había dado más sueño.
Dejé la taza en el fregadero y fui a la habitación a buscar mi pijama y unas sábanas para el sofá.
Me cambié en el baño.
Al salir, sonreí, la niña dormida pegada a su madre quien la abrazaba. Tomé las sábanas y una
almohada y volví a la sala.
Una luz repentina no permitió que siguiera durmiendo. Abrí los ojos y vi la pequeña figura de
Diana moviendo la cortina para poder ver por la ventana.
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Esa era la luz.
Me senté en el sofá y me froté la cara, Diana inmediatamente giró su cabecita hacia mí.
Era una niña, seguro tenía hambre. Los niños siempre tienen hambre.
Ella asintió.
—Pero deberías lavarte los dientes primero, no querrás cocinar con mal aliento, ¿o sí? — me dijo
mientras se pasaba la mano por la cara.
Fruncí el entrecejo. Esa era una manera bastante sutil para decir que me fuera a lavar la boca.
Ella rio.
Diana no hizo más que seguirme, y efectivamente no encontré uno, ¡encontré dos!
—¡Me los voy a lavar primero! — exclamó ella mientras le ponía pasta dental a su cepillo.
Sonreí.
Abrí el grifo. Le puse pasta a mi cepillo también y los dos nos comenzamos a lavar los dientes.
—¿Qué?
53
Ah, la pasta no picaba era solo que te dejaba con aliento a menta.
Reí.
—Bueno, pues vamos a la cocina a matar esa hambre que se está comiendo tu estomagó —traté
de sonar igual o más dramático que ella.
—Con jugo, o no, mejor no. ¡Con leche! Ay, no, leche no. Mucho mejor con jugo. ¿Tienes jugo?
—Pues un vaso lleno de jugo, o no, lleno no. ¡Un vaso lleno hasta la mitad! ¿Y si después me
quedo con sed? Mejor lleno de jugo por las dudas.
—Huevos, solo uno, dos tostadas y un vaso de jugo — estaba organizando todo.
Saqué dos huevos de la nevera, uno para mí y uno para Diana y poco después me encontraba
friendo.
Levanté la mirada.
54
«El papá que nunca tuviste»
—Mamá me dice que no lo necesito porque la tengo a ella pero Nathan dice que ella ni siquiera
sabe quién es.
—Eh, sí.
—¿Y lo quieres?
Tragué en seco.
Tomé un plato y puse un huevo frito, me giré y tome dos rebanadas de pan y antes de ponerlas en
la tostadora le dije:
¡Plaf!
—Perdón — me dijo.
—¿Qué? — susurró al momento que una lágrima bañaba su mejilla –. ¿No me vas a pegar?
55
Fruncí el entrecejo.
Asentí.
—Si quieres, comete mi desayuno, luego me preparó otra cosa. Así puedes desayunar con Diana.
Tenía el cabello todo sujeto con un paño blanco, una camisa azul cielo y unos vaqueros ajustados.
Parecía una de esas muñecas a las que dejas en caja porque son de colección, y la ves y la ves y no
te puedes explicar de dónde salieron esos encantadores ojos grises.
56
—¿Si? — Diana volvió a tirar de mi mano.
Me agaché y la trepé en mis hombros y ella soltó una risa en cuanto la subí.
No las pasamos allí hasta que ya se hizo hora de llevar a Diana a su casa. Fuimos a la casa un
momento a buscar las cosas de la niña y luego de eso, fuimos directo a la casa de Nathan.
—Ten, toma tu mochila y tu peluche — le dijo Ruby mientras le colgaba la mochila de la espalda.
Ruby Knight
28 de noviembre de 2010.
57
Oí como Daniel abría la puerta. Había salido a comprar unas cosas, en cuanto me vio tirada en el
sofá me sonrió.
—¿Cuándo no?
—¿Salir?
Ladeé la cabeza.
Él sonrió.
¿Qué?
Mientras Daniel salía de bañarse comencé a buscar que me pondría. No tenía mucho para escoger.
—El vestido blanco perla — dijo Daniel en cuanto salió todo vestido del baño.
Me giré.
—Sería bonito que te lo pusieras, te lo regalé el día que te pedí que nos casáramos — me lo dijo
mientras se arreglaba las mangas de la camisa blanca de botones que se había puesto.
58
«Te lo regale el día que te pedí que nos casáramos». Vaya día, vaya situación.
—Sí, creo que me pondré ese — solté en un suspiro tomando el vestido en mis manos.
Fruncí el entrecejo.
—Esta sonrisa que uso todos los días, me regalaste una pizca de felicidad, Ruby. ¿Qué no te has
dado cuenta? — me dijo sonriendo de lado a lado.
Abrí el grifo del agua, me desvestí y puse mi cuerpo debajo de la lluvia artificial.
Quince minutos después estaba saliendo del baño. La habitación estaba sola, supongo que Daniel
estaba en la sala.
Daniel entró a la habitación y se sentó en el borde de la cama para ponerse los zapatos. Luego de
eso, se puso de pie y se posó justo detrás de mí.
Él frunció el entrecejo. Tomó mi cabello en sus manos y comenzó hacer una trenza francesa.
—Eres una mujer muy hermosa, Ruby. Tenlo en mente siempre, porque el mundo te verá justo y
como tú te veas a ti misma.
—Listo — soltó Daniel en cuanto termino la trenza —. Ahora solo déjame dar el toque final.
59
Comenzó a buscar en los cajones y encontró el lápiz labial rosado pálido que jamás había usado. Lo
hubieran visto, parecía que estaba terminando una hermosa pintura.
—Oh, pero es que usted señor no se queda atrás — sonreí —, va a matar muchos corazones esta
noche.
Me puse los zapatos y partimos nuestro rumbo hacia la larga y mañosa noche que impaciente nos
esperaba.
Llegamos a un muy bonito restaurante. Estaba lleno de gente y al fondo tocaban una muy bonita
canción.
Daniel Quintequi
Ya había hecho reservación así que nos llevaron rápido a nuestra mesa.
Oh.
—Buenas noches — se nos acercó la mesera —. Me llamo Anna y seré quien los atienda esta
noche.
La miré con atención tenía unos ojos grandes manchados de color café, el cabello recogido en una
coleta y unos flecos. Sus puntas las tenía teñidas de rosa y no tenía ni una pizca de maquillaje en la
cara, me daba la impresión de que había estado llorando.
60
—¿Listos para ordenar?
Miré a mi esposa y estaba muerta de nervios. Posiblemente estaba pensando en lo que estarán
hablando los demás. Si estaban hablando de ella o de nosotros.
—C eo ue o de a e…
No escuché nada más porque me quedé mirando a las parejas que bailaban un poco más al frente
de nosotros.
—Una pasta, con mucho queso, que sea pollo y vino para la mesa.
La mesera asintió.
—¡Qué bonita ella! — exclamó mi esposa —. Pero puedo reconocer unos ojos llorosos donde
quiera y esa chica había estado llorando.
—Pensé lo mismo.
Ella parecía nerviosa, apenas pudo medio llenar las copas sin derramar todo el vino. ¿Qué será
aquello que la tenía tan perturbada?
61
Después de eso, se volvió a retirar. Tomé la copa y la vacié, hacia un buen tiempo que no bebía.
Pude notar como Ruby no despegaba la mirada de las personas que bailaban al frente. No la culpo,
ellos también capturaron mi atención por un rato.
Se veían felices.
Sonreí.
—Sería un placer.
Y bailamos al ritmo de una canción en francés que no me interesaba entender. Ruby, descanso su
cabeza en mi hombro y estoy seguro que cerró los ojos, parecíamos uno. La estreché un poco más
hacía mí, y posee mi barbilla sobre su cabeza, éramos como dos fuegos artificiales esperando ser
explotados.
—Dicen que para ser feliz debes amar, pero creo que es al revés —soltó ella en un susurro.
Y allí nos quedamos, bailando lento hundidos en algo que no podíamos explicar.
La puso en la mesa y se dispuso a volver a medio llenar mi copa pero esta vez sus manos le fallaron
y lo derramó todo en la mesa.
—Oh, o te p eo u…
62
Se giró en sus talones y salió del restaurante.
—Eh…
Ella se giró
—Perdone si lo he desconcertado.
—Oh, no. No lo has hecho. ¿Qué te ocurre? —le pregunté siendo directo.
—Gracias — le dije.
Eh, ¿qué?
—¿Cómo?
—¿De verdad le interesa? Seguro su esposa lo está esperando celosa allá adentro — me dijo
cruzando los brazos.
Pero va a contarme.
Oh.
—Se suicidó.
63
—Todo por la gente, porque lo juzgaban, ¡porque era diferente! — Anna se veía enojada —. Pero
el suicidio nunca es la solución, ¡nunca! ¡Irse de este mundo solo es un escape cobarde!
Entonces ella acortó los pasos que estaban entre nosotros y me abrazó. Me abrazó fuerte como si
no hubiera abrazado a nadie en mucho tiempo.
—Y luego, los veo a ustedes y me recuerda a él. En lo que hubiéramos podido ser, sino hubiera
sido por la maldita máscara que le desfiguró el corazón — ella se separó para limpiarse las
lágrimas —. Aparentó que siempre estuvo bien, se puso su máscara y la depresión se lo comió vivo
y yo no pude hacer nada para ayudarlo porque ya era demasiado tarde.
Éramos fieles esclavos de lo que aparentábamos, con máscaras tan frágiles como la porcelana que
lo único que hacían era desfigurarnos el corazón.
—Sí, y él ya se fue. Y la que se ha quedado aquí con el corazón desfigurado soy yo, porque la
máscara no solo asesino a Spencer sino que también me asesino a mí.
—Creo que volveré al trabajo, ya se estarán preguntando donde es que estoy medita. Un gusto
Daniel — eso fue lo último que dijo antes de entrar al restaurante.
Una copa tras otra. Vacié la botella de vino entera entre sorbos.
—Sí — solté.
—Veo que ya ha terminado con esa botella. ¿Gusta otra cosa de tomar? — levanté la mirada y era
otro mesero.
64
—Otra botella, si es tan amable.
—Da iel…
—¿Qué te dijo?
Sentí como mis ojos se aguaban lentamente, tomé un buche de aire y levanté la mano para que el
mesero viniera.
—Ya, mujer, que me basta con tener la voz de Anna dándome vueltas en la cabeza para añadir la
tuya.
—¡¿Qué?! — le grite mientras me giraba hacia ella y paraba de caminar —. ¿Qué carajos quieres?
—Algunas personas en ocasiones están tan desfigurados que nadie los puede ayudar.
—Ay, Daniel.
65
La calle estaba sola y frio.
—Esto, lo que estamos haciendo nos llevara al mendigo suicidio —mi voz se quebró.
—¿De qué otra forma vamos a sobrevivir? Si lo único que sabemos hacer es actuar.
Me soné la nariz.
Ya estaba borracho.
Mi esposa suspiró.
Ahora me seguía.
Estuvimos caminando uno quince minutos hasta que llegamos a un puente. Fui hasta el y con la
mirada borrosa me senté en la orilla del cemento.
Ruby Knight
Daniel se había sentado en el puente, parecía un alma perdida tratando de ser encontrada. Su
mirada ebria bailaba con el agua que lo esperaba impaciente bajo sus pies.
Vacilé un poco.
—Estás borracho.
66
Caminé hacia adelante y me senté en el borde del puente junto a Daniel. Él tomó mi rostro entre
sus manos y juntó su frente contra la mía.
Cerré los ojos por unos instantes y luego los volví abrir.
—Muy importante.
—No sé ada … —dijo mirando el agua que estaba debajo de nuestros pies.
Luego de eso rodeó mis brazos con sus manos y me tiró con él al agua.
Querido Daniel hay una fina línea entre ser valientes y ser suicidas.
Llovía, llovía muy fuerte y me encontraba a orillas de unas vías del tren.
Luego de eso desapareció. Me restregué los ojos y allí vi a Daniel parado en las vigas, esperando
algo.
—¡Daniel!
Pero él no me escucho.
67
—Seamos valientes, Ruby. Seamos valientes.
Ahora no estaba.
Salí a la superficie a tomar un buche de aire, miré hacia la orilla y pude ver a Daniel apenas
saliendo del agua.
—¡Desgraciado! — le grité.
—La charca apenas llega a los cinco pies — me dijo riendo —. Tú fuiste la única que nadaste.
—Te daría mi chaqueta, sería algo caballeroso de mi parte pero, ¡la mojaste entera, desgraciado!
—Tenía que buscar una manera para quitarme aquella borrachera — se justificó.
Al llegar arriba vimos a dos prostitutas al otro lado de la calle. Se me puso la piel de gallina, y pude
jurar que pálida también.
68
—Ruby — comenzó Daniel mientras cerraba la puerta.
—¿Hmm?
Daniel Quintequi
—Vale, pero mañana me levantaré, sobrio y con la misma pregunta dándome vueltas en la cabeza.
Sería mejor si me contaras ahora y no mañana — le dije mientras me sentaba a su lado.
—¿Era porque no tenían dinero? ¿Tu madre se enfermó? ¿No podías pagar la universidad?
—¿Qué vas a saber tú? — escupió —. No eres más que un nene mimado.
Fruncí el en entrecejo.
—No, Daniel, no me vendí porque necesitaba dinero para estudiar. Me vendí porque no tuve otra
opción, estaba sucia, usada y ese me pareció el mejor trabajo para mí.
—¿Sucia y usada?
—Y luego, me dijiste que el mejor amigo de tu padre se llamaba Joshua y era viudo — Ruby soltó
una risa asustada —, casi me da un infarto.
69
—En fin, unos meses después escapé. con Nathan. Esa historia es más larga de lo que te imaginas.
Cuando llegué a mi casa me encontré con la sorpresa de que a mi madre la habían arrestado por
tentativa de asesinato, éramos 3 hermanos que nos quedamos solos.
—Yo, Nina, Lucas y Chris, éramos como los cuatro fantásticos. Ella nunca dejó a un lado la
universidad ya que, siempre juró que no sería como mamá así que tomé el camino fácil y comencé
a traer dinero a mi casa.
—Ellos nunca se enteraron de lo que me había hecho aquel hombre, cuando desaparecí solo
pensaron que me había fugado o algo así. Nina, nunca se preocupó por mí.
—Y entre esto y lo otro me quedé ahogada en aquel mundo de la prostitución. Drogas, dinero
fácil, horario ajustable, ¿qué más podía pedir? — soltó con ironía —. Y sin darme cuenta ese
mundo me consumió, en lugar de yo consumirlo a él.
—¿Cómo vas abrir una herida que ni siquiera ha dejado de sangrar? — dijo mientras me veía a los
ojos —. Ese hombre me destruyó, Daniel. Aquella noche yo supe lo que era morir, porque él me
asesino con cada toque y palabra.
Sentí como una lagrima amarga me baño la mejilla, Ruby se acercó y con la mano temblorosa me
la limpió. Le tomé las manos y con la voz más sincera que pude encontrar le dije:
70
—Tú eres mi héroe, otra persona en tu lugar se hubiera matado.
Cuando pienses que tienes problemas y veas como la vida se te va abajo, no dejes que el veneno
se apodere de ti, porque siempre habrán personas que estarán peor que tú y aun así no las ves
tratando de hacer infelices a los demás solo porque ellos lo son. Eso es algo que aprendí hoy,
porque yo era él primero que trataba de derrochar la felicidad de los demás simplemente porque
en mi mente me estaba comiendo el odio.
Y allí se quedó dormida ella, ahogada en sus tristes lagrimas mientras que yo contenía las mías.
Ruby Knight
29 de noviembre de 2010
El frio me levantó, estaba acostada en el sofá con todo el cabello en el rostro. El apartamento
estaba oscuro así que Daniel se había ido a dormir, ¿por qué no me había levantado?
Busqué entre las pastillas por mis somníferos, algo me decía que si no me los tomaba no volvería a
dormir en toda la noche. Me había quedado dormida junto a Daniel por el llanto pero ahora que
todas esas imágenes estaban frescas en mi mente no dormiría jamás.
Espera, ¿y mis pastillas? Comencé a buscar el frasco tan bruscamente que los otros cayeron al
suelo.
¿Y mis pastillas? Pude jurar que siempre las ponía ahí, y era un frasco nuevo. Tal vez las había
dejado en la habitación.
Fui hasta la pieza y encendí la luz, Daniel estaba allí en la cama boca abajo y junto a él, en la mesita
de noche estaba mi frasco. Tal vez él tampoco no podía dormir.
71
Caminé hasta la mesita y mi respiración se contuvo.
No.
No, Daniel, eras mejor que esto. Corrí por el teléfono celular y marqué el 911.
Cuando colgué el teléfono cayó al suelo porque las manos no hacían más que temblarme.
—¡Daniel! — solté un grito ahogado mientas me abalanzaba sobre él —. ¡No me puedes hacer
esto! ¡No!
Me bajé de la cama y me arrodillé junto a él. Las lágrimas de tristeza y dolor no eran suficientes
para calar ese coraje que cubrió mi corazón. ¡No! ¡No! ¡No! Daniel era mejor que esto o eso creía.
Esa noche la Luna junto con las estrellas se vistió de luto y lloraron de negro porque una vez más la
lucha contra la sangre que escupían los monstruos que hoy llamamos humanos no había sido
suficiente. Esa noche, junto a mí un ángel pintó sus alas de negro y no decidió volver a brillar
jamás.
—¡Suélteme! — le grité.
Tomaron su cuerpo y lo acostaron en la camilla, los ojos de Daniel estaban hundidos, sus labios
pálidos y era como si su piel comenzara a perder pigmentación.
Un árbol fuerte, y frondoso que fue atacado con un herbicida tan letal que provocó que el gran
árbol se deshojara y perdiera color.
Salí tras los paramédicos, todos los vecinos estaban afuera y me veían preocupados. Como si
supieran exactamente lo que había pasado.
72
Después de eso recuerdo a plazos lo que ocurrió: la ambulancia, el hospital, los doctores y el
corazón roto que no me dejaba de llorar.
La imagen de Daniel justo cuando lo sacaban del apartamento la tenía grabada en los recuerdos.
Una y otra vez repasaba el momento en el que lo sacaron como si fuera una víctima más de la
vida.
Su rostro pálido y moribundo me tocaba la puerta todo el tiempo para que lo dejará entrar y así
poderse sentar con los demás recuerdos que solo hacían que mi corazón se marchitará más.
La sala de hospital estaba vacía, y las pocas personas que cruzaban la mirada conmigo volvían a
bajarla. Como si supieran que estaba hecha pedazos. Daniel, mi Daniel eras mejor que esto. El
suicidio es de cobardes y nunca es la solución, no importa cuán grande sea el problema.
A lo lejos escuché como unos tacones se me acercaban. Levanté la mirada y era Margaret. Ella me
tomó por el codo y cabreada me puso de pie.
—Yo nada — le dije mientras me soltaba de su agarre—, más bien, ¿qué le han hecho ustedes a su
hijo para que se odie tanto?
—Y le voy a pedir un favor. Déjeme en paz, me basta con Daniel para que venga usted acusarme
de cosas que no concuerdan.
El doctor asintió.
—Le tuvimos que hacer un lavado de estómago de emergencia a su hijo, casi lo perdemos.
73
—Sí, pero aún no ha despertado.
Tomé nuevamente asiento, sino terminaría estrangulándola. Ni siquiera llamaba para ver cómo
estaba su hijo y ahora, se las daba de súper madre.
—Madre — comenzó Liza —, lo más prudente seria que Ruby fuera a verlo primero, después de
todo es su esposa.
Levanté la mirada.
—Ve tú — me dijo.
Llegamos a la habitación 213, el doctor me abrió la puerta para que entrara y luego me dejo a
solas con mi esposo.
Estaba todo conectado a maquinas, una mascarilla le rodeaba la nariz y la boca, y los brazos los
tenia llenos de moretones a causa de las inyecciones.
Me limpié las lágrimas que comenzaron a colarse de mis ojos y me soné la nariz.
La enfermera que vestía un uniforme rosado no se atrevía a subir la mirada, tal vez era por pena.
«Suerte», ¿qué era eso? Es algo en lo que la mayoría de las personas apuestan su felicidad y total,
si nos ponemos a contar las veces que la suerte nos ha golpeado apenas podemos usar una mano.
74
La suerte no existe señores, en cambio la esperanza sí y no deberíamos estar apostándola en un
fraude creado por el mercado comercial.
Daniel se salvó porque llegue a tiempo, ya que si lo hubiera tomado de largo en el sofá, él no
estuviera aquí.
¡No fue la suerte! ¡No fue el destino! Por qué dime tú, ¿era parte del destino que Daniel tratará de
suicidarse?
No, y tampoco fue «un golpe de suerte». Fue su poca fe en sí mismo, fueron las escasas ganas de
vivir a causa de todo lo malo que se esconde en las esquinas de este retorcido planeta.
Y lo peor fue que esas «escasas ganas» se lo comieron vivo. Ya no creía que era capaz de ponerse
su armadura y batallar entre todas esas mascaras que se encuentran allá afuera.
Él hizo lo mismo que los demás, se volvió de porcelana y se pintó una falsa sonrisa en sus tristes
labios, porque la armadura le había desgarrado los músculos.
Mis ojos rojos y cansados encontraron más lágrimas para bañarme las mejillas.
La enfermera se fue y me quedé allí, observando como Daniel respiraba de a poco. Tal vez ya
estaba despierto pero no quería abrir los ojos.
Daniel Quintequi.
A lo lejos escuché como alguien sollozaba. Sentía el cuerpo pesado y cansado. Los párpados se
reusaban en levantarse hasta que hice un esfuerzo y abrí los ojos.
—¡Daniel! — exclamaron.
Era mi mamá.
75
—Daniel, hijo no sabes la alegría que me da verte despierto — soltó mi madre al correr a mis
brazos.
Y vivo.
Mi madre se desagrado.
—¿Dónde está?
—Ella dijo que venía luego, fue a la casa a descansar. Estuvo toda la noche aquí — habló Liza.
—Daniel, no creo que es el mejor momento para dejarte solo — me contradijo mi madre.
Apreté la mandíbula.
—No quiero ver a nadie a menos que sea Ruby — les dije ceñudo.
—No sé qué tanto le ves a esa mujer — me dijo en cuanto besó mi frente y se alejó.
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—A mí me pareció que habías quedado encantada con Ruby, mamá. Supongo que la actuación no
la heredé de mi padre — exclamé mientras ellas salían de la habitación.
Me eché para atrás y mi cabeza chocó con la almohada al instante. Suspiré y cerré los ojos.
—Hola Daniel — me saludó Anna con una mano ya que en la otra sostenía un periódico.
La miré sorprendido.
—No me tomes esto a mal, pero tú eres la última persona que pensé que me visitaría.
Ella sonrió.
—Una visita sorpresa siempre alegra cualquier corazón vendado, ¿no crees? —me dijo.
—La máscara te cortó el rostro — me dijo triste en cuanto alejó su mano—, y preferiste matarte
tú, antes que morir desangrado.
77
—Tal vez no fueron las cortadas sino el aire que me faltaba — le dije con la voz entrecortada.
Fruncí el entrecejo.
—Pareces el tipo de persona que siempre tiene todas las respuestas, así que eso me lo deberías de
contestar tú a mí, ¿no crees? — soltó al sacar un papel de su cartera—. Creo que eso te servirá
más a ti que a mí. Es una copia puedes quedártela — me dijo en cuanto se puso de pie.
—Ah, casi lo olvidaba — bajé el papel —, ten, ya que la tuya se rompió en pedazos — dijo mientras
ponía una máscara de teatro junto a mí.
Anna se metió las manos en los bolsillos de su pantalón corto de piel y encogió los hombros.
—Es tú decisión, si quieres usarla de nuevo o no. Yo soy la sociedad y tú eres el herido. Yo soy la
droga y tú el adolescente, yo solo me encargué de ponerte aprueba, es tu decisión si quieres caer
nuevamente en este mar de sonrisas falsas — respondió mientras caminaba hacia la puerta.
—Y cuidado, es de porcelana. Es aún más frágil que la que tenías antes — dicho esto cerró la
puerta y la habitación volvió a estar silenciosa dando paso a que mis pensamientos me asesinaran
sin piedad.
Con las manos temblorosas dejé la máscara a un lado, ni siquiera quería verla y tomé la carta.
Me limpié los ojos ya que unas lágrimas amenazaban con escaparse y luego de eso comencé a
leer:
Querida Anna:
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Sé que ahora estoy muy lejos, más de lo que te imaginas pero quiero que sepas que siempre te
tendré en mi corazón. Mi decisión, mi partida no es tu culpa, sé que tiendes a culparte por todo.
Creo que, ya no podía con la tristeza que me ahorcaba cada vez más, y decidí que era mejor irme.
Por tu bien, por el mío. No llores, porque ese no es el propósito, ahora estoy en otro lugar. En un
lugar que me llena de paz, donde mis cicatrices ya no podrán atormentarme.
Tenías razón, la máscara término por desfigurarme completamente, vaya, lo mucho que una
sonrisa puede esconder. Te dejo estás pocas letras mal escritas porque no quiero que caigas en
este hoyo negro en el que he caigo yo. Muchos trataron de ayudarme pero yo nunca los deje
entrar, no los rechaces tú. Por favor, no lo hagas. Sé que tu mayor deseo era que fuéramos felices
pero yo, yo no podía ser feliz. Te amaba, sí, pero habían otras cosas que simplemente me
marchitaban y que no me permitían serlo. Y tú, te mereces a alguien que sea y que te haga feliz.
Yo, bueno, yo no podía ocupar ese cargo. Estoy seco, y no es tu culpa como ya mencione. Es culpa
mía, por dejar que las miradas, comentarios y hasta las burlas de la gente me hirieran. Entonces,
yo hice algo peor que ignorarlos, fingí. Fui a la tienda y me compré una máscara, una máscara de
porcelana que al final, hizo del problema uno peor.
En fin, ese capítulo ya está cerrado y quiero que sepas que te amo y que siempre te amaré. Gracias
por siempre estar a mi lado no importase qué, por tus sonrisas, risas, besos, abrazos y hasta
lágrimas que simplemente me seguían manteniendo vivo. Sé que no debí haber fingido o mentido
sobre mis circunstancias es solo que, no quería compartir mi tiempo contigo hablando de mis
problemas. Yo quería abrazarte y hacerte reír en lugar de mostrarte mis cicatrices, porque ahora
que estoy escribiendo esto me doy cuenta que no sirvieron de nada. Solo están ahí, riéndose de lo
vulnerable y herido que estoy.
Debes estar decepcionada de mí, porque no tomé la mejor decisión, y créeme que yo también lo
estoy. Es solamente que, ya no podía con este dolor que me quemaba el alma. Siempre estaré
junto a ti, cuidándote y sé que me dolerá verte sufrir por mi culpa, ¡pero quiero que entiendas una
cosa!
La vida no están oscura y malvada como yo pensaba porque estás tú. ¿Y cómo este mundo puede
ser malvado si existen personas como tú? Pero el dolor me ganó y no pude hacer nada para
detenerlo, ¡pero no permitas que te gane a ti!
No uses tu máscara, ya no. ¡Por favor! Si estás triste, llora, si estás enojada, grita pero no finjas eso
terminará matándote tal y como lo hizo conmigo. Y lo más importante, si estás feliz, sonríe,
porque yo amaba verte hacerlo.
Con amor,
Tu Spencer».
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Arrugué el papel.
Me eché para atrás y quedé nuevamente acostado. Con el papel encarcelado en mi mano, cerré
los ojos y antes de que algunas lágrimas me volvieran atormentar me quedé dormido.
Sentí una gran presión en mi ante brazo. Al parecer notaron que ya estaba despertando y se
tomaron la libertad de abrirme el párpado.
Miré hacia el sofá y estaba vacío. Ella terminó de tomarme la temperatura y la presión y se fue,
entonces escuché como alguien salía del baño.
Unos cabellos negros se asomaron, era Ruby la cual venia cabizbaja tratando de lidiar con lo que
parecía una alergia.
Soltó un gran estornudo y luego, subió la mirada para encontrarse con la mía.
—Pensé que dormirías para siempre — soltó mientras se sentaba en el sofá crema.
—¿Para qué?
—¿No estas feliz de verme bien? ¿De verme vivo? Pensé que ansiabas verme.
—¿Sabes que, Daniel? — me preguntó mientras se paraba al pie de la camilla—. Lo que más
espero ahora es que te pongas bien para poderte volver a mandar al hospital de la paliza que te
quiero dar.
Fruncí el entrecejo.
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—Podrán haber miles de razones del porque quererse quitar la vida pero, ¡ninguna vale la pena!
— me gritó—. Es irónico como hay miles de personas luchando por su vida y tú piensas tener el
poder de quitarte la tuya.
—Oh, no. ¡Somos de este mundo! Ni siquiera lo que vive dentro de nosotros es nuestro. Estoy aquí
para apoyarte y ayudarte a salir de esa depresión en la que estas pero no me pidas que corra a tus
brazos feliz porque llegamos a tiempo al hospital. Porque no estoy feliz, estoy triste.
Bajé la mirada.
—¿Cómo llegaste a esto, Daniel? Si hablamos de razones para matarse, yo las he tenido de sobra y
aquí estoy. Cuando la situación debería ser al revés, ¿no crees?
—Ya vino alguien a joderme el pensamiento, no quisiera que tú también lo hicieras. Mensaje
recibido — le respondí esquivando la pregunta.
Ruby asintió.
—Fue ella.
—Hasta donde llegan las noticias, ¡eh! — ella soltó una carcajada irónica —. Tal vez, ella solo es un
á gel ás o las alas otas…
Miré una vez más el papel y lo volví pedazos, sí, «un ángel más con las alas rotas».
Segunda parte.
Daniel Quintequi
81
1 de diciembre de 2010
Abrí la puerta del auto, y puse los pies en el suelo. En un momento pensé jamás poder volver a ver
este viejo edificio de nuevo.
El sonido de las llaves llegó a mis oídos como una bala. Ruby cruzó la parte delantera del vehículo
para poder llegar hasta mí. Me pasó la mano por la cintura y me atrajo hacia ella.
Comencé a caminar y al entrar al edificio todas las miradas se posaron en mí como imanes.
Ruby levantó la mirada y la detuve justo al frente de la puerta del apartamento. La atraje un poco
más hacia mí y la abracé.
—Gracias.
—La vida se trata de segundas oportunidades, por favor, no eches a perder la tuya — me pidió.
—Primero deberías perdonarte a ti mismo y darte cuenta que a quien le has fallado es a ti, y luego
vienen las personas que te rodean.
Nuestras miradas corrieron hacia la voz que venía de la puerta del apartamento. Era Lucas con una
bolsa de basura en la mano.
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Ruby se agachó para recibir a la estrellita fugaz.
Luego, la mirada de Diana se movió hacia mí, juré que casi iba a llorar.
Me agaché un poco y la tomé un mis brazos. Lucas ya había bajado a botar la basura así que cerré
la puerta.
—Mami, me dijo que estabas enfermo y por eso quise visitarte — dijo entusiasmada mientras me
abrazaba por el cuello.
Sí, enfermo.
Asentí.
La niña sonrió.
—El tío Lucas, ha hecho lasaña. Espero que comas lasaña porque mira que le dije que llamara a
mamá para que te preguntara — ella parecía un pequeño adulto—. ¿Comes lasaña?
En eso, Ruby entró a la cocina y comenzó a servir la lasaña. No la había visto bien, estaba ojerosa y
su cabello estaba recogido en una «dona» mal hecha.
Ya le habían comenzado a crecer las raíces y desde acá podías notar sus puntas a punto de
quemarse.
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—Cuatro manos trabajan mejor que dos, ¿eh? — bromeé a lo que ella solamente sonrió sin
mostrar los dientes.
Sonreí.
—Yo también.
Ruby Knight.
18 de diciembre de 2010
Me moví hacía el lado, ya que noté que estaba en la cama y rápidamente choqué con la espalda de
Daniel.
Lo oí refunfuñar, sabía que odiaba que me pegará como tatuaje. Si pudiéramos dormiríamos en
camas separadas pero no había más cuartos y ninguna otra cama.
Su teléfono comenzó a sonar, así que en lugar de ignorarlo se levantó y lo atendió. Apenas estaba
amaneciendo.
Él estaba sentado en el borde del colchón y se frotaba la frente todo dormido, luego de eso estiró
su cuello. Al parecer no le gustaba lo que le estaban diciendo al otro lado del teléfono.
Lo interrumpieron.
Ahora la voz femenina se escuchaba aún más fuerte, al parecer ella también se había alterado.
—Sí, Liza ya cálmate. Estaremos allí para celebrar el hermoso matrimonio de nuestros padres —
soltó sarcástico—, sí, gracias. Adiós.
—Desgraciada — masculló.
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—A ver si puedo seguir durmiendo, por el amor de Dios.
Reí.
—Amen — le dije.
Me levanté por culpa de un vértigo, estaba justo en el borde de la cama. Ugh, Daniel estaba todo
atravesado.
Salté fuera de la cama y fui al baño. Me lave los dientes, la cara y fui a la cocina a preparar el
desayuno.
Encendí el radio a todo volumen y comencé a cocinar. El ambiente se movía al ritmo de One
Republic.
Tenía todo el cabello revuelto, unas ojeras horribles y estaba todo jorobado.
—Así son los matrimonios — comenzó ronco —, sabe que estás durmiendo y pone la música a
todo volumen, y después andan preguntando el porqué del divorcio — finalizó mientras apagaba
la radio.
Él se sentó en una de las sillas del comedor y comenzó a tomarse su café a sorbos.
Serví el desayuno, luego de sentarme frente a Daniel y terminarnos la comida en total silencio una
duda asaltó mi mente.
¿Qué le habría dicho aquella chica en el hospital a Daniel para que se pusiera tan mal?
85
Levanté la mirada de mi plato.
Él se terminó el café.
—No te preocupes, te acompañaré, seguro es muy importante para tu hermana que estés allí.
Si Daniel estaba durmiendo, ni siquiera se daría cuenta que saldría por un tiempo. Aunque no
debería dejarlo solo. ¡Pero la curiosidad me comía viva! Debía hablar con aquella mesera. Entré a
la habitación, y los ronquidos de Daniel me espantaron. Sí, estaba dormido. Tomé unas ropas y
entré al baño a darme una ducha.
Ojalá no se despertara. Salí como ladrón en la noche, saqué las llaves de chaqueta y cerré la puerta
de la habitación con cuidado.
Salí a toda prisa hacía aquel restaurante, ojalá y la chica anduviera de turno.
Casi no encontraba estacionamiento, para ser casi medio día el restaurante estaba abarrotado. En
un momento se me subió la vergüenza al rostro.
Todas esas personas tan bien vestidas y yo con una camisa de cuadros y mangas largas y unos
vaqueros gastados.
Llegué a la recepción del lugar y pregunté por Anna, la recepcionista consultó con su compañera y
tristes negaron con la cabeza.
Las mujeres se miraron entre sí. Lo sé, no es muy seguro darle la dirección de tu compañera a una
total desconocida, pero vamos, ¿que podría hacerle yo?
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En ese momento todas las ocasiones en las que asalté a policías aparecieron en mi mente.
Me encontraba en una batalla entre mis recuerdos, así que tarde en percatarme que la
recepcionista me veía fijamente.
Sonreí sin mostrar los dientes. La joven se arregló sus cabellos rubios y frotó sus pequeñas manos
algo ansiosa.
—Cuando la vea, por favor dígale que la vida no se basa solo en cartas muertas — soltó ella entre
dientes mientras me pasaba el papel.
Asentí dudosa.
Achiné los ojos y vi una hermosa criaturita acercarse a mí a la velocidad de un rayo. Sonreí y me
agaché para poder darle un abrazo a Diana.
Tenía un vestido floreado blanco, sus cabellos cobrizos recogidos en una coleta y sus unas pintadas
de rosa.
Ella sonrío.
Gillian era la esposa de Nathan, una mujer alta de cabello marrón casi perfecto, piel bronceada y
largas pestañas.
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Posiblemente Nathan sabría que mentía y eso me incomodó un poco.
La niña asintió cabizbaja, me abrazó por última vez y fue junto a Nathan.
Los miré a todos por última vez y caminé hacia la camioneta. Entré al vehículo y lo puse en marcha
con la dirección de Anna en la mano.
Conduje hasta aquel lugar con los ojos a punto de llorar. Mi hija, mi Diana que no se merecía estar
con aquel hombre frío y seco.
Llegué a un barrio algo abandonado, había gente en la calle así que reduje la velocidad. El lugar
estaba lleno de casas de madera, unas de color amarillo y otras de color azul. Los árboles en aquel
lugar estaban secándose y la mayoría de los muros estaban abandalizados.
La pintura ya se estaba cayendo y el jardín estaba totalmente seco. Había un auto frente al garaje
y una motocicleta a su lado.
—¡Cállate! — gritaron desde adentro—. Te presto el auto para que vayas a trabajar, ¿y esto es lo
que traes?
Desde adentro se veía la clara figura de un hombre cabreado sosteniendo unos billetes.
—¿Por qué no te vas a buscar más dinero, maldita puta? Para eso es que sirves.
¡Pum! Un portazo.
Era Anna. Iba llorando podía escuchar su llanto y al levantar la mirada se topó con la mía.
Ella tragó en seco, y tomó con recelo la cartera que colgaba de su hombro.
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—Mi e si e vie e o sus elos… — la interrumpí.
—No, no son celos. Daniel se puso muy mal después que hablo contigo — me acerqué un poco —.
En serio me gustaría saber qué fue lo que le dijiste.
Anna asintió.
Nos montamos las dos en el auto, y conduje hasta un pequeño café a las afueras del barrio.
—¿Qué fue lo que le dijiste a Daniel? La máscara, la carta que se empeñó en esconderme, la cual
destruyó. Anna, necesito saber.
Suspiré.
—Si comenzamos desde el restaurante, dijo que tus palabras le dieron mucho en que pensar, y
luego en el hospital estaba hecho mierda.
—Le conté sobre mi novio que se suicidó porque no pudo más con la presión de vivir entre los
barrotes de la sociedad.
Con que eso era lo que tenía a Daniel tan mal. «Esto, lo que estamos haciendo nos llevara al
mendigo suicidio», sus palabras me retumbaron en la mente. Ya lo había hecho. Daniel había
tenido miedo de terminar como el novio de Anna, terminar en el mendigo suicidio porque
simplemente la máscara lo había asfixiado. Basándonos en los últimos acontecimientos podría
89
decir que aquel 29 de noviembre el miedo se había apoderado de él, pero la vida tan caprichosa al
fin no lo dejo ir.
—Y, lo peor es que Spencer nunca se despidió — me dijo ella mientras buscaba algo en su
cartera—, solo dejo esto — puso un papel sobre la mesa de metal.
Agaché la mirada, y puse mi mano sobre la carta. Seguro esto tenía que ver con el papel que
sostenía Daniel en el hospital con tanto celo.
—No — me contestó—, estás son un par de letras tristes que quisiera guardarlas para mí.
—No sé para qué me busco pero si algo sé es que debe ir y velar por su esposo, que si no más lo
temo esta tan enmascarado como usted. Y peor aún, él ya trato de enganchar los guantes e irse de
esta vida, debería usted tener cuidado quizás sea la próxima en salir en el periódico.
Desde mi asiento la vi tomar un taxi sin tan siquiera mirar atrás. Vale, esa joven me había
desconcertado bastante.
Tomé mis llaves y salí de allí. Quise saber lo que tanto desconcertó a Daniel y lo encontré. Lo peor
es que también me golpeó a mí. Anna hablaba con tanta seguridad sobre aquel tema, era como si
nos conociera de toda la vida.
Que Daniel aún estuviera durmiendo, que Daniel aún estuviera durmiendo. Digo no es que le
tuviera miedo pero no quería volver a tocar el tema del suicidio y Anna de nuevo.
Llegué al edificio y antes de entrar me quedé mirándolo por un momento. Estaba pintado de
amarillo y en las esquinas la pintura se caía, las ventanas eran algo antiguas pero aún estaban
dando la batalla y la gente de aquí, bueno, ¿qué puedo decir? Parecían puros fantasmas.
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Subí con la mirada en los zapatos, y al llegar a la puerta no tuve que usar las llaves porque estaba
abierta.
Alguien estaba discutiendo adentro. Al abrir la puerta estaba Liza apuntando interrogante a
Daniel.
—¿Qué te crees tú? ¿Piensas que puedes venir a mi casa a reclamarme a mí y a mi esposa?
—Lo sé todo, Daniel. Sé que esta no es más que una vil prostituta.
Este era el momento en que la máscara se caía y los pedazos nos cortaban todo el rostro.
—¿Qué paso hermanita? ¿Estás tan marchita que necesitas aguar la vida de los demás? — él la
veía fijamente a los ojos—. Eso que acabas de decir son simples mentiras.
Liza se acercó a Daniel y se despidió y antes de salir por la puerta nos dijo:
—Espero que un día no amanezcan con los labios estirados por las tantas sonrisas falsas que algún
día usaron, mis queridos actores.
—Liza, no es el tipo de persona que anda por ahí tratando de rescatar a todos. Nos echamos la
soga al cuello y ella no es quien para liberarnos de nuestra propia cárcel. No le dirá nada, solo vino
aquí para que supiéramos que ella sabía la verdad y que si no nos salvamos nosotros nadie lo hará.
Tragué en seco.
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—Hace tiempo que ya se lo llevo, Ruby — suspiró Daniel en cuanto se sentó en el sofá.
Suspiré y tomé asiento junto a él. Aún andaba en pijamas solo que a diferencia al desayuno tenía
sus lentes puestos.
—¿Iras de todos modos al aniversario conmigo? — Daniel giró su cabeza hacia mí.
Asentí.
—Sí…— comencé—, estaba con Nathan, ya sabes pero aun así estaba muy contenta. Preguntó por
ti.
Vi como sonrío.
—Hubiera querido verla — me dijo —. Por cierto, ¿a dónde fuiste? Estaba preocupado.
Fruncí el entrecejo.
—A ver a Anna.
—Curiosidad nada más. Quería saber lo que te dijo para que te pusieras tan mal — le dije algo
apenada.
—Me da gracia que te dé tanta curiosidad saber algo que solo hizo más que aplastarme como
cucaracha, Ruby. Aún tengo las palabras de esa chica taladrándome el cráneo.
—Entonces, ahora somos dos. Porque al parecer las palabras de Anna se me quedaron tatuadas en
la piel.
Se quedaron porque eran ciertas. Éramos unas simples marionetas de los demás.
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—Al igual que todos.
Daniel Quintequi
Sonreí.
Ella saludó a Ruby y luego se retiró. Nos tocó una mesa compartida con Liza y su novio. Mi
hermana nos saludó con un cortes beso en la mejilla y luego nos sentamos.
Una lenta melodía sonaba al fondo mientras ellos bailaban enamorados en la pista. Me acerqué a
Ruby y le pasé el brazo por los hombros.
Y le miré y le miré preguntándome: ¿Quién podría hacerle daño a esta hermosa mujer? Siempre
vestía su gran corazón junto con sus ojos llorosos y sus cabellos rebeldes.
Esa era Ruby, mi Ruby y les seré sincero creo que conocerla aquel día que me asaltaron fue una de
las mejores cosas que me paso en la vida. Amar no se trata de besar y acariciar solamente, amar se
trata de aprender amarse uno mismo para luego dárselo a los demás.
Ella levantó las cejas sin despegar la mirada de la pista de baile me respondió:
—Ah, mentiroso.
—Solo imagínate que hubiera pasado si no me hubiera montado en aquella patrulla contigo.
—Aún recuerdo tu rostro, estabas a punto de abrir la puerta y saltar del auto — me dijo riendo.
—Luego, pensé que cuando nos bajáramos del auto me matarías— añadí riendo.
—Lo pensé — me dijo seria mientras se llevaba la copa llena de vino a la boca.
93
Nos miramos y luego comenzamos a reír aún más fuerte.
—Ese traje te queda muy bien, ¡eh! — añadió mientras tomaba otro sorbo del vino.
—¡Igual yo! Espe o ue o haya os o ado e la is a tie da, ¿a aso fuiste a la…?
Mi esposa se miró el vestido rojo que estaba usando, luego nos volvimos a mirar y reímos de
nuevo.
—Quiero agradecer a todos los que se tomaron la molestia de venir a celebrar los quince años de
aniversario de Margaret y yo — él tomó un respiro—. Pero tengo que destacar a una importante
persona en todo esto, mi compañero del alma.
—¡Ven acá! — exclamó mi papá mientras miraba una de las mesas del fondo.
Un hombre alto, de cabello negro y canoso se puso de pie sonriente. Él caminó entre las mesas y
en cuanto llego al frente le dio un abrazo a mi madre y a mi padre.
Ruby me espetó sus uñas en la mano. La miré desconcertado, estaba pálida y sus labios estaban
entreabiertos.
—Si no fuera por este hombre, no hubiera podido conocer a la mujer de mi vida — escuché la voz
de mi padre—. Ojalá existieran más amigos como tú, Joshua.
«Joshua»
—¿Ruby? — le llamé pero ella no me hizo caso alguno ya que su mirada estaba fija al frente.
94
Nos pusimos de pie y algunas miradas se posaron en nosotros. Incluyendo la de Joshua. Miré a
Ruby nuevamente y parecía un cadáver de lo pálida que se había puesto.
—Es como si todo comenzará de nuevo — murmuró antes de que se le rodaran los ojos hacia
atrás.
Ruby Knight
Alguien me abrazaba fuerte, y muchas voces tocaban mi puerta. Abrí los ojos lentamente y eché la
cabeza hacia atrás para encontrarme con los oscuros ojos de Daniel.
Miré hacia los lados y estábamos afuera. Podía oír el sonido de la fuente y la brisa fría del
atardecer nos arrulló.
—Si quieren pueden volver con la actividad, ya Ruby reaccionó — dijo él.
Nuestras miradas se conectaron y como si nos rematáramos nuevamente aquel tres de marzo
todos los recuerdos se apoderaron de mi mente. Y Joshua, lo sabía, al parecer ni él ni yo habíamos
olvidado.
—Que se vayan — susurré tan lento que solo mi esposo lo pudo oír.
95
—¿Podrían darme un momento a solas con ella? — les pidió Daniel amable.
—Es como si todo empezara de nuevo — dije mirando mis manos temblorosas.
—Ruby, tranquila — Daniel me envolvió en sus brazos —, puede que solo lo hayas confundido.
Fruncí el entrecejo.
—No creo haber confundido al hombre que arruinó mi vida, Daniel. Era él, jamás podría olvidarlo.
—Creí que podría tener hambre, así que les traje comida — levanté la cabeza y era Liza.
—Gracias.
Daniel volvió a entrar al local para despedirse de los demás. Según él, no me sentía bien y tenía
nauseas.
¡Vaya, engaño!
Poco después ya estábamos en el auto en total silencio, tomé su chaqueta luego de que se la
quitara y la usé de almohada para recostarme del sillón.
Necesitaba desconectarme de este mundo por unas horas. Lo último que escuché fue el celular de
Daniel sonando.
Sentí como mi cuerpo rodó y chocó contra la puerta. Levanté el rostro asustada y vi como Daniel
dejaba caer su teléfono celular desconcertado. Dobló a la derecha interceptando a varios carros.
96
¿A dónde quería llegar? Ni siquiera se había percatado del hecho de que estaba despierta.
Apretaba el volante y entrecerraba los ojos. Hizo otro corte en «U» y nos volvimos a incorporar al
tránsito.
Daniel Quintequi
Los labios me temblaban, y apenas podía dejar mi mirada quieta en la carretera. Las manos me
dolían de tan fuerte que agarraba el volante y el pulso me golpeaba en la oreja.
—Es mejor que esperes a que lleguemos— fue lo único que dije.
Pronto llegamos a la entrada del estacionamiento del centro comercial. Estaba repleto de policías.
Parqueé el auto y justo después de apagarlo me giré hacia Ruby.
—¿Sabes lo que es una corazonada de madre? — me preguntó en un hilo de voz —. Porque siento
que el corazón se me va a salir del pecho.
—Antes que veas lo que tendrás que ver, quiero que sepas que estoy aquí para ti — le dije
mientras la veía a los ojos.
—¿Qué paso, Daniel? ¿Por qué todos estos policías? — volvió a preguntar.
—Bajémonos.
El sonido de las puertas al cerrarse chocó contra mis oídos. Y yo pensaba que esto había sido un
día difícil. En cuanto Ruby se acercó, puse mi mano sobre en costado de su cuello y la miré con
cautela. Pronto, ese color rojo que tenía en los labios desaparecería.
97
Caminamos hasta un grupo de policías, cruzamos junto a una ambulancia y una cinta amarrilla nos
impidió el paso.
En el frío pavimento dos tristes cuerpos esperaban ser recogidos. Un cuerpo de un hombre y el
otro de una niña de cabellos cobrizos y ojos brillantes. Unos ojos que ya no brillaran nunca más.
Según me dijeron en la llamada que recibí, Nathan había venido con la niña a comprar regalos para
la Navidad y que cuando se disponían a entrar al auto los asaltaron.
Se llevaron el auto, los costosos regalos y a su paso dos vidas inocentes. Nathan había sido herido
múltiples veces con impactos de bala en la espalda y la pequeña Diana le bastó con un tiro en la
cabeza para dejar este mundo sin culpa alguna.
Aquel vestido floreado que usaba Diana ese día, había perdido su vida. Ahora estaba teñido de
rojo con una sangre que ni siquiera era suya.
Sus ojos se habían puesto rojos y su llanto era tan profundo que las lágrimas habían dejado de
caer.
—Vengo a darles mis más grandes condolencias y a decirles que ese hombre — él miró el cadáver
de Nathan —, es un héroe.
El oficial tomó un buche de aire y como si las palabras se le quedaran estancadas en la garganta
nos dijo:
—Al parecer en el momento en el que los asaltantes abrieron fuego contra ellos, el hombre
protegió a la criatura al ponerla contra su pecho y recibir todos los disparos pero
desgraciadamente uno llegó hasta la ella.
El llanto de Ruby, que ya se había calmado volvió. Esta vez ella cayó al suelo de rodillas.
—Yo también quiero morir. ¡Quiero ser yo, la que este allí en lugar de mi hija! — gritó en su
desgarrador llanto —. Ella solo era un ángel.
98
La levanté y como si todo comenzara de nuevo, se llevó las manos a la boca y se escondió en mi
pecho a llorar. A llorar como una madre con el corazón roto lo haría, porque en ese momento
Ruby se había quedado sin corazón.
—Por favor — otro oficial hizo que diéramos unos pasos hacia atrás —, se van a llevar los cuerpos.
Mi esposa temblaba bajo mis brazos como si tratará de resistirse a la idea. A la horrible idea de
que su hija había muerto.
Encerraron a los cadáveres en aquellas bolsas negras que salen en los noticieros, y uno tan
ingenuo piensa que jamás tendrá el desagradable privilegio de conocerlas en persona.
La tomé por la cintura y entre patadas y gritos la alejé de la escena hasta que encerraron el cuerpo
de Diana en la bolsa negra.
Ella tomó mi rostro entre sus temblorosas manos y entre tristes lágrimas me dijo:
Y fue en ese momento cuando mi rostro también se bañó de lágrimas y mi corazón se vistió de
luto. Hoy un soldado y un ángel habían caído por culpa de la avaricia humana.
Cuando las personas comenzaban a irse, Ruby y yo hicimos lo mismo. Entramos nuevamente a la
camioneta y la puse en marcha. Ella iba en silencio con la mirada perdida y los labios entre
abiertos. Sumergida en sus profundos pensamientos o tal vez recuerdos.
—Justo cuando pensé que al fin podría comenzar de cero, comenzar de cero con mi niña, me la
quitan — soltó.
Echó su cabeza hacia atrás y el sillón la recibió con una triste sonrisa, y la acurrucó hasta que se
quedó dormida entre aquellos viejos huesos hechos de hilo.
Llegamos al estacionamiento de los apartamentos y apagué el auto. Me giré hacia Ruby. No quería
despertarla, capaz y no volvía a pegar el ojo. Salí de la camioneta y abrí la puerta del copiloto. Con
cuidado la tomé en mis brazos, balbuceó algo que jamás podría entender y enrolló sus brazos en
mi cuello.
99
Activé los seguros de la camioneta y comencé a subir las escaleras. Al llegar al lobby noté que
estaba completamente vacío. Lo crucé hasta que llegue al elevador, justo cuando las puertas iban
a cerrarse una mano las detuvo.
Respiré hondo.
Pronto, las puertas se abrieron y el hombre salió. Luego de eso, nos tocaba a nosotras llegar a
nuestro piso. En cuanto llegamos caminé pasillo abajo y con dificultad abrí la puerta.
La llevé a la cama y le quite los zapatos mientras que ella soñolienta hundía su rostro en la
almohada.
Daniel Quintequi.
20 de diciembre de 2010
¡Pam, pam, pam! Escondí el rostro en la almohada, y luego me giré para ver el reloj que reposaba
en la mesita de noche. Eran las ocho de la mañana.
Aún dormía.
Salí de la habitación y mientras me frotaba los ojos atendí la puerta. Me sorprendí mucho al ver
quien era la persona que tocaba con desesperación. Era mi padre, y no se veía muy feliz que
digamos.
Él entró cabreado y en cuanto cerré la puerta soltó una palabrota, luego de eso se acercó y me
pegó en el rostro.
100
—¡Daniel Andrés Quintequi Dawson, no eres más que una vergüenza para mí! — escupió mientras
se quitaba sus lentes.
—¿Cuál es tu problema, padre? ¡Qué falta de respeto que vengas a gritarme y pegarme en mi
propia casa! — le grité.
—¿Tu casa? ¿En serio llamaras a esto casa? ¿Por qué no mejor le pones prostíbulo? ¡Donde vives
con tu maldita prostituta! — escupió.
—¿Qué? ¿Me pegarás con tu pañuelo de arcoíris? ¿O llamaras a tu prostituta? Apuesto que todo
esto es una farsa — dijo entre dientes —. ¿Qué esperas? ¡Pégame!
Lo solté.
En cuanto dije su nombre sentí la boca seca, porque su nombre era asqueroso, nadie merecía
llamarse como él.
—¿Basura? ¿Acaso me llamaste basura? ¡Pero mírate! No sirves para nada. Solo eres un muñeco
que vino defectuoso. Una mariposa a la que le falta un ala y le quiere hacer creer a las demás que
eso es totalmente normal — él se acercó aún más —. Eres una pieza defectuosa y siempre lo serás,
Daniel. No importa con cuantas prostitutas te cases, cuantas sonrisas uses para aparentar una
felicidad que nunca has tenido y tampoco importaran todas las máscaras que te pongas porque no
valen de nada.
Bajé la mirada.
—¡Ve! Y dile a tu drogadicta esposa que te ayude a tratar de suicidarte de nuevo para eso es lo
único que sirven.
—Basta.
—¡Basta! — gritó —. Basta, por favor porque tus palabras me están hiriendo — me burló la voz.
—Usted, se burla de nuestras máscaras y algo que no entiendo es qué, ¿cómo ha podido vivir
usted con la suya por tanto tiempo? — la voz de Ruby me rebotó en los oídos.
101
Mi padre se giró y se encontró con la pequeña figura de mi esposa.
—No sigas fingiendo, por favor. Solo das pena muchacha — le dijo.
—No finjo y tampoco estoy aquí por obligación, tal vez fui una prostituta pero créame que me
arrepiento. No es necesario que venga aquí a formar un escándalo. La razón no grita — habló Ruby
con total calma.
—Eso no viene al caso, nada de lo que me digan me hará cambiar de opinión — Paul tomó un
buche de aire—. Tú, eres nada más que un asqueroso homosexual y ella una vil prostituta
drogadicta.
—Si eso es lo que quieren, bueno que sigan disfrutando su vida miserable — él enderezó la
espalda —. Y a ti, no te quiero volver a ver en mi vida. No mereces ser mi hijo — escupió mientras
me miraba a los ojos.
Apreté la mandíbula.
—¡Que se vaya! — Ruby caminó hasta a Paul cabreada y justo cuando le iba a levantar la mano
para pegarle la detuve.
—Se les cayó el teatro — nos dijo —, y lo peor es que todos los estábamos viendo. ¡Bien! Me
engañaron hasta a mí pero cada mentira lleva a otra mentira y ese «amor» que ustedes juran
tenerse es la más grande de todas. ¡Bravo! — exclamó mientras aplaudía.
102
Y, ¡pam! Cerró la puerta, y nos quedamos Ruby y yo congelados. Tratando de descifrar si todo esto
era real o solo era un espejismo.
—No sé, porque no me dejaste arrancarle los ojos con las uñas a ese monstruo — me dijo ella.
—¿No crees que sería antiético que unos monstruos le arranquen los ojos a otro monstruo?
—Monstruos hay donde quiera, solo tenemos que saber cuáles son los que están en nuestro
equipo, ¿y sabes qué, Daniel? Solo somos el producto de ésta sociedad que no hace más que
estrangularnos cada vez más y cuando nos quedamos sin aire nos volvemos como ellos.
Monstruos que crean monstruos.
—Ella no es así, estoy seguro que no fue ella. No sé qué hacer ahora — le contesté.
—¿Así que todo era un teatro? ¿Las lágrimas, las risas incluso los abrazos? ¿Todo? — me cuestionó
en un hilo de voz.
—No me estas entendiendo — suspiré —. Todo eso fue real. Yo te adoro, Ruby, te adoro tanto que
ni te lo podrías imaginar solo digo que, ya no tendremos que usar esas máscaras que nos
disfrazaban también que hasta nosotros nos creíamos la mentira.
Y volver a re escribir este libro que se ha quedado sin páginas. En cualquier libro en las últimas
páginas te encuentras el final, ¿no? Entonces, ¿dónde está el final aquí?
Tal vez la vida es aún más caprichosa de lo que pensaba y ha escondido nuestro final.
103
Ruby Knight
22 de diciembre de 2010
Era medio día. El sol brillaba, la gente gritaba y los árboles reían mientras que yo me escondía bajo
las sabanas vulnerable a cualquier cosa que pudiera venir del exterior. Daniel había salido al
supermercado, insistía en que fuera con él pero simplemente la tristeza era demasiada.
Me revolví entre las sabanas y las imágenes de la otra noche comenzaron atormentarme. Una y
otra vez, como si la cinta se repitiera. Aquel quince de agosto, el día que me puse la maldita
máscara creyendo que esa sería la solución, Diana, la noche del robo.
«Tu máscara de porcelana está lista y nunca había visto una tan perfecta como la tuya», la voz de
Daniel me estalló en el pensamiento.
Comencé a sudar frio y a temblar. Buscando una «felicidad» terminamos perdiéndonos a nosotros
mismos o lo que quedaba. Ya no éramos nada.
Solo éramos un chiste de mal gusto. Un plan fallido o como diría el grandísimo Paul Quintequi,
simples piezas defectuosas.
Me volví a esconder bajo los grandes brazos de algodón y escondí mi rostro en la almohada. Y mi
hija, mi hermosa hija, se había quedado barrada en un mar de injusticias y prejuicios. Lo peor de
todo es que yo uno de los capitanes del barco.
Dejé lo que podría haber hecho hoy para mañana y fue muy tarde. Nunca tuve el coraje de
enfrentarme a la gran muralla y hacerla pedazos con mis manos.
Alguien empezó a tocar la puerta muy fuerte, como si el desastre más grande del mundo se
avecinara.
—La puta madre — murmuré mientras me bajaba de la cama e iba atender la puerta.
La «persona» que tocaba con tanta insistencia casi me atropella en cuanto le abrí la puerta.
—¿Pero qué?
104
—¿Dónde está «mi» hijo? — la figura de Margaret se paró frente a mí.
—Señora, sinceramente no estoy de humor para hablar con nadie así que — le señale el lugar por
donde había entrado—, si me hiciera el favor de irse.
—Escúchame bien prostituta de cuarta — ella me tomó por la muñeca—, te quiero lejos de la vida
de mi hijo, ¿entiendes? Incluso he venido ayudarte a empacar.
—Tú no eres más que unos labios pintados y un par de piernas flacas — escupió—. No vales y no
valdrás nada. Y de seguro fuiste tú quien le lleno la cabeza de ideas a Daniel.
—¡Suélteme! — grité.
—Eres la basura que a diario sacudo de mis zapatos. ¿Acaso eres estúpida? No hay un lugar aquí
para ti, haznos un favor a todos y regresa a los callejones donde realmente perteneces.
En ese momento deseé arrancar cada cabello corto de su cabeza, golpear aquellos dos ojos
marrones y poder verla violeta cuando tratará de estrangularla pero no podía.
—¿Sabes? Tu hija se sacó la lotería la noche que la asesinaron porque ahora nunca va a tener que
enfrentarse a la realidad — me dijo mientras me soltaba.
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—Escúchame bien, la vida nunca jugará a tu favor y toda la culpa la tienes tú — me dijo mientras
me veía a los ojos —. Más vale que corras a recoger los pedazos que quedaron de tu farsa, no sea
que termines cortándote, querida — finalizó mientras me dejaba libre.
—Espero no tener que volver a verte jamás, Ruby — dicho eso se giró en sus talones y se fue.
Me deslicé por la pared hasta llegar al suelo y solo lloré, porque eso es lo que hace la gente como
yo. No tenemos segundas oportunidades, príncipes encantadores o finales felices así que, lo único
que nos queda es llorar.
—Ella no es así, si vino aquí fue por algo. Yo hablé con ella en la mañana y se escuchaba
perfectamente normal.
—Me dijo que era una basura y que lo mejor que le pudo pasar a Diana fue morirse para no
enfrentar el hecho de que tenía una madre prostituta.
Me alejé de él.
—También dijo, que debía irme de aquí, que fui yo quien lleno tu cabeza de estupideces — le dije.
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Lo miré ofendida.
Lo interrumpí.
—¿Quién fue el homosexual desesperado que le pidió a una prostituta que se casara con él para
engañar a toda su familia? ¿Ah? — le grité —. ¡Y peor aún engañarse a sí mismo!
—¡Claro que lo hice! ¿Pero que ganaba yo con esto? ¡Contéstame, Daniel! ¡Dime! — le grité
furiosa.
—¿Quién es el homosexual reprimido que le tiene miedo a enfrentarse a la realidad? ¡En el mundo
hay miles de hombres homosexuales llevando una vida plena, Daniel! — la garganta comenzó a
dolerme de tan fuerte que estaba gritando—. ¿Y sabes? Ellos si son felices, porque son ellos
mismos.
—Tienes que aceptarte a ti mismo para que al fin te acepten los demás. Si sigues viviendo en la
burbuja en la que estás nunca serás feliz. ¡Hay cientos de homosexuales llevando relaciones
sólidas y concretas y no los vez por ahí viendo quien los anda señalando! ¡Porque les importa un
carajo lo que piensen de ellos! En cambio tú, tú no eres más que una marioneta de este mundo.
Me das pena, Daniel.
Él bajó la mirada.
—Tal vez esa es la vida que he decidido llevar, Ruby —Daniel encogió los hombros —. Hay
personas que no nacen para ser feliz.
—No sé qué es lo que te haya dicho tu madre pero quiero que sepas que la felicidad está en ti —
le señalé el corazón—. Solo tienes que dejarla salir y junto a mí eso nunca va a pasar. Así que, sí, es
mejor que me vaya de aquí y jamás te vuelva a ver.
107
Me giré y entré a la habitación. Luego de cambiarme, tomé unas cuantas ropas y las tiré en una
mochila. Éste era el gran final.
Me colgué la mochila de la espalda y salí. Daniel estaba sentado en el sofá con la cabeza agachada.
Él levantó la cabeza y se limpió las caprichosas lágrimas que gritaban por salir.
—Eres una grandiosa persona y espero que el destino comience a soplar a tu favor.
Asentí.
Comencé caminar hasta la puerta y pude escuchar los pasos de Daniel atrás mío, me abrió la
puerta y justo antes de que saliera me abrazó fuerte.
Respiré hondo.
—Yo más, y algún día espero andar por el parque y verte de la mano del maravilloso hombre que
merece tener tu corazón. Ese día, sabré que todo valió la pena.
Daniel Quintequi.
29 de enero de 2011
Ha pasado más de un mes desde que Ruby se fue. La casa se siente vacía y apenas puedo escuchar
mi propia respiración.
Hoy he recogido lo que dejo atrás y no sé si echarlo a la basura o guardarlo en una caja de
recuerdos.
108
Me pasé los dedos por el cabello.
Había decidido irme por el camino fácil, borrar todo y quedarme en el limbo. Ni feliz, ni totalmente
destrozado.
Aunque, ya me he torturado lo suficiente y sé que no debí haber reaccionado de esa manera aquel
día. Estaba muy abrumado, la voz de mi madre era lo único que me daba vueltas en la cabeza.
Pensé que tenía razón y ahora veo que no. Solo quería sentir que tenía el poder sobe todo porque
desde aquel día no he vuelto a saber nada de ella. Simplemente quería montar las piezas de su
juego a su gusto para estar tranquila con tu retorcido corazón. Prefería que estuviera deprimido a
que estuviera dando la batalla, peleando por lo que creo correcto.
Y ganó la batalla. Porque mírame ahora, hecho pedazos. Todo lo que dijo Ruby aquel día era
cierto, cada palabra me golpeado y todavía no me he recuperado.
Mi teléfono celular comenzó a sonar. Dejé la caja aun lado y saqué el aparato de mi bolsillo.
—¿Hola?
Luego de eso, todo se juntó como un tornado. Daba vueltas y vueltas llevándose todo lo que
encontraba a su paso.
Salí del edificio a toda prisa, al parecer los problemas eran infinitos. Conduje hasta un barrio algo
alejado de donde vivía yo.
Las paredes de los edificios estaban pintadas con coloridos dibujos aunque algunos eran bastante
obscenos. Al tomar una curva cerrada vi de cerca un edificio blanco el cual lo habían bautizado
como «El Orfanato», y sinceramente sentí como se me erizó la piel.
Unos oficiales me detuvieron y me indicaron que debía parquear mi auto allí. En cuanto me bajé
el olor a cigarro chocó con mi rostro.
—Cuando guste, señor Quintequi — soltó uno de los oficiales algo molesto.
No habían querido decirme la razón de su llamada, solo sabía que tenía que ver con Ruby.
109
Me llevaron hasta una de las últimas habitaciones y abrieron la puerta. Todo estaba repleto de
oficiales pero fijé mi mirada en el delgado cuerpo que yacía sobre la cama.
Caminé un poco más hacia adentro hasta que me detuvieron. Desde allí pude notar su pálida piel,
sus finos dedos contra el colchón y su hermosa cabellera sobre la cama.
Ni siquiera había tenido el privilegio de haber podido cerrar los ojos. Parecía casi congelada en el
tiempo.
No encontrabas las fuerzas para gritar. ¡Para negarme a la idea de que Ruby era la mujer que
estaba muerta sobre esa cama!
Mi mundo colapsó. Apenas había podido decir adiós, pero al igual que ella, yo había muerto de
una sobredosis de la vida. ¡Yo también había muerto! Es solo que, aún mi corazón no dejaba de
latir como lo hizo el suyo. Porque la vida era muy caprichosa y me quería tener a su lado.
—¡Ruby! — grité tan fuerte que creí que mis cuerdas vocales iban a romperse.
¿Y saben que es lo peor de todo? Mi esposa murió enmascarada por culpa mía.
«Entonces, me giré y me encontré con una mujer hermosa. Tenía que admitirlo. No era la Ruby de
siempre».
«Somos tan frágiles como ellos, Daniel. Sólo que piensan que somos la escoria de este mundo por
amar y tratar de ser amados».
Algunas de las tantas cosas que nos dijimos me comenzaron a dar vueltas en la cabeza. Como si
fuera Ruby la que me estaba susurrando cosas al oído.
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Vi como Jolene se levantaba de su «lecho de muerte» y se arreglaba el cabello. Ella había sido la
gran Ruby y yo el gran Daniel.
—Ha sido un verdadero placer trabajar con ustedes. Todos se merecen un aplauso.
Pero yo no lo hice.
El cine es casi igual que la vida. Nos afanamos por interpretar tan bien el papel que olvidamos
quienes somos. Es tanta la necesidad de ser aceptados que hacemos lo que sea y no nos damos
cuenta que al final eso no valdrá la pena.
Quiero que tengan muy presente que esto fue un teatro tal y como la vida misma pero eso no
significa que Daniel y Ruby no estén allá afuera tratando de ser comprendidos por este mundo que
nos está dejando sin aire cada vez más.
Y para terminar y decir adiós para siempre quiero recalcar el punto de que nosotros somos parte
de este retorcido planeta y que no solo podemos escondernos tras una máscara y fingir que todo
está bien. Porque no lo está, porque algo no está funcionando bien allá adentro, no hay amor. Y si
no te amas a ti mismo nadie lo hará.
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Carta de escritora:
19 de enero de 2014
Hoy día las personas se visten de seda y les importa más lo que pueden costar sus zapatos que su
propia integridad. Hoy día no puedes expresar tus ideales al buen vivir, porque simplemente serás
un adolescente descarrilado. Y con esto digo qué, con el corazón en la mano y los ojos llorosos,
me da pena vivir en u mundo así. Donde importa más «el que pensaran de mí», en lugar de los
pensamientos que vagan en las mentes de las personas misteriosas con las que compartimos un
mismo cielo.
Me duele. Me duele saber que nunca podré gritar a los cuatro vientos lo que realmente pienso.
Me tienen atada de pies a cabeza con una gruesa soga a la que hoy llamaré «prejuicios» y la lloraré
«sociedad».
Un día pensé que podría cambiar el mundo pero veo que con el tiempo el mundo me está
cambiando a mí. Y me preguntó, ¿realmente vale la pena? Muchos pensaran que soy una joven de
pensamiento amplio y rebuscado y tal vez lo soy pero al igual que todos vivo encerrada entre estos
barrotes que no me dejan ser libre. No dejan que mi mente se expanda y forme los más complejos
y a la misma vez más simples pensamientos. También tengo mi máscara colgando tras la puerta
esperando paciente a que la use y vuelva a sonreír una vez más.
Siento qué, sería una tremenda hipócrita si les dijera que soy totalmente transparente. ¡Que no
necesito nada de máscaras para vivir! Sería la mentira más grande de mi vida. Todos las usamos y
este libro es para hacernos reflexionar del error que estamos cometiendo.
Soy como tú y tú eres como yo. De carne y hueso, esperando ser descubiertos por el más grande
escritor para que pueda plasmar nuestros ideales mediante personajes ficticios. Por medio de
oraciones que jamás nos atreveríamos a vociferar y lo divertido de esto es que esos personajes ya
lo hicieron.
Tengo dos manos, a una la bauticé Daniel y a la otra Ruby, porque aunque no lo crean podría jurar
que cuando escribía cada palabra de esta obra ellos estaban justo detrás de mí murmurando cada
una de las cosas que debía plasmar en papel.
Mi pensamiento creo a dos personajes maravillosos que tuvieron el valor de decir lo que yo jamás
he podido decir. Esto no es solo una historia, ésta es la carta que rebeldemente le escribí al
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mundo, esperando al fin que dejen sus prejuicios a un lado y nos ayuden a reconquistar lo que
hemos destruido.
Con amor,
Daksha Montalvo.
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Contacto:
@DakshaMontalvo
dakshamontalvo@gmail.com
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Edición en formato digital: marzo de 2014
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