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Entre La Duplicidad y El Mestizaje Pract PDF
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Hasta ahora no se sabía nada aquí [en las misiones] de nuestras rayas ni tipos
de compás, nada de la tripla y nada de las cifras 76, 43, etcétera. Hasta el día de
hoy los españoles –como lo he visto en Sevilla y Cádiz– no tienen ni corcheas, ni
fusas, ni semifusas. Sus notas son todas blancas: las semibreves, las mínimas y las
semimínimas que son parecidas a las notas cuadradas de la vieja música litúrgica2.
Los primeros que enseñaron a cantar a los indios, decía Sepp, fueron los
padres holandeses; después, escribe, «vino un padre español» que promovió
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la música y compuso misas, vísperas, ofertorios y letanías3. Seguramente
Sepp se refería a sus antecesores Jean Vaisseau (1583-1623), primer cantante
profesional, Louis Berger (1589-1639), principal maestro de viola da gamba, y
el español Silverio Pastor, probablemente responsable de la introducción de
villancicos en las misiones. Aunque no lo dice explícitamente, Sepp adaptó este
género existente en el repertorio misional, siguiendo el modelo de los motetes
de Melchor Gletle y Kaspar Kerl, evitando todo elemento profano4. Según nos
informa, escribió canciones alemanas que después tradujo al guaraní para la
celebración de la Navidad. Entre los primeros violinistas destacados estuvo el
jesuita Florian Paucke, quien llegó a las misiones en 1749 y dejó uno de los
relatos más fascinantes sobre su experiencia entre los indios del Chaco. Con la
llegada de Domenico Zipoli al Paraguay, el sonido misionero se adaptó a la moda
italiana. Las fuentes también mencionan varios músicos indígenas que vivieron
en las misiones como Ignacio Paica, Gabriel Quirí, Ignacio Azurica y Nicolás
Ñeenguirú, entre muchos otros, que, además de tocar instrumentos musicales,
ejercían cargos de gobierno en los cabildos de sus pueblos5.
Más allá de la importancia de estos nombres, frecuentemente exaltados por la
musicología oficial, cabe subrayar que la práctica musical misional se caracterizó
más por el carácter práctico que por la maestría y el virtuosismo. Hubo en
este sentido muchos jesuitas e indígenas casi desconocidos que contaron con
conocimientos musicales básicos para cubrir las necesidades de sus pueblos.
Aunque algunas reducciones llegaran a constituir centros importantes de
actividad musical durante ciertos periodos, lo común fue que todas compartieran
conocimientos musicales comunes, permitiendo la circulación de un mismo
repertorio y pedagogías musicales uniformes. Esto hizo de las misiones un terreno
propicio para la mezcla y adaptación de géneros musicales según los requerimientos.
Las «obras» solían ser productos colectivos, generalmente anónimos, orientados
a la función litúrgica6. La composición no era una actividad que tuviera valor en
sí misma, y buena parte de las músicas que se tocaban en las misiones venían de
Europa. Contribuía al dinamismo musical el hecho de que los músicos indígenas
generalmente circularan entre reducciones en ocasión de celebraciones importantes.
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El talento de los indígenas
[N]uestros indios son en verdad poco hábiles para todo lo que es invisible o no salta
a la vista, es decir, para lo espiritual y abstracto, pero están muy capacitados para
todas las artes mecánicas: imitan como los monos todo lo que ven, incluso si hace
falta paciencia, longanimidad y un ánimo infatigable. Lo que el paracuario toma en
la mano, lo lleva a un término feliz y no precisa para eso un maestro; debe tener
solamente su modelo siempre presente7.
Sonoridades emergentes
Iglesia de un pueblo de
la región de Chiquitos
(Bolivia).
Fotografía: Guillermo
Wilde.
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En una interesante carta sobre la vida cotidiana misional, describe el modo en
que se efectuaban los funerales en las misiones del Paraguay. Los músicos y
monaguillos acompañaban al padre, que iba vestido de negro, hasta la iglesia,
donde se cantaba un responso. Después de que el cuerpo había sido colocado en
la sepultura, la madre, mujer y parientes del difunto comenzaban con un «género
de canto lúgubre y tan desentonado, que es imposible explicar su desentono». Los
indios llamaban guahú a ese canto, en el que decían del difunto «no sólo lo que
fue, sino lo que se esperaba que fuese, si no hubiera muerto»13.
Otras cartas de periodos anteriores se refieren a esos cantos como perjudiciales
para mantener el orden de la misión, y se manda prohibirlos. Pero este documento
claramente alude a su absorción dentro del contexto solemne de la liturgia
funeraria cristiana.
Las ocasiones festivas aparentemente se presentaban como el espacio
privilegiado para la expresión y actualización de elementos culturales y la
incorporación de elementos locales. En ellas existía cierto grado de libertad y
ludismo, constituyendo también ámbitos para la posible coexistencia tanto de
instrumentos como de formas musicales de orígenes diversos14. Por información
que aporta el jesuita Anton Sepp, sabemos que algunas danzas indígenas se
mantenían en las celebraciones cristianas. Escribe el religioso que «[...] tienen
un don natural para el baile, pues son muy ágiles y flexibles y no dudo de que
alcanzarían honores en cualquier corte de príncipes europeos con la exhibición de
sus bailes a la manera india que nadie allá conoce»15.
Algunos años después de la expulsión de los jesuitas, el funcionario Diego de
Alvear afirma que los indios «remedan escaramuzas de los infieles y charrúas a
caballo [...]»16. En la celebración del Corpus además se incluían adornos, flores,
frutos silvestres y ofrendas varias obtenidas de la selva. En todas estas ocasiones,
el «mundo de afuera» en términos geográficos y culturales –representado por la
selva y por los indios no reducidos (los «infieles»)– era incluido como elemento
del ámbito cristiano. De esta forma, las celebraciones tendían a desdibujar
provisoriamente los límites entre el espacio interior y exterior de la misión,
creando una ambigüedad (o un estado de «liminaridad», como lo llamaría Victor
Turner) que, paradójicamente, actualizaba sus contenidos y reforzaba la identidad
de la misión en torno a un conjunto de valores a la vez compartidos y disputados17.
La evidencia sobre manifestaciones sonoro-visuales híbridas lleva a reflexionar
sobre la permeabilidad que pudo tener la ideología oficial representada por los
jesuitas y su importante grado de adaptación a las tradiciones locales. Una evidencia
que parece darnos pistas en este sentido es una singular iconografía existente en el
pueblo jesuítico de Santísima Trinidad, en la República del Paraguay.
Dentro de la enorme iglesia, se preservan tramos de un sorprendente friso
que exhibe una serie de ángeles tocando instrumentos musicales. Entre ellos se
distinguen cuatro que sostienen curiosos objetos esféricos similares a maracas
indígenas, cuyos gestos corporales junto con los pliegues de sus vestimentas
delatan el movimiento de una danza. Esas figuras, talladas en la década de 1760,
es decir, algunos años antes de la expulsión de los jesuitas, tal vez señalen un
aspecto de la experiencia nativa de la liturgia cristiana que permanece oscuro
para nosotros18. ¿Cómo explicar la presencia de un símbolo de los antepasados
indígenas en una representación tardía del «estilo» de la misión? ¿Qué
significado transmite la intrínseca ambigüedad de estos ángeles danzantes?
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Resulta difícil decidir si esta evidencia visual hace referencia a algún tipo de
duplicidad, como la que se percibe en la práctica de los cantos guahú, al completo
dominio de la liturgia europea sobre las sonoridades indígenas o a alguna
versión intermedia. Los motivos que los jesuitas tuvieron para incluir maracas
en la vida ritual y cotidiana de los pueblos parecen razonables. Se trataba de
instrumentos musicales ligados a la antigua religión guaraní que debían ser
capturados y resignificados en los términos cristianos. Los sacerdotes supieron
aprovechar políticamente en su favor las significaciones que transmitían. Pero
los indígenas también reelaboraron a partir de ellos el sentido de la vida en la
misión o, simplemente, afirmaron un espacio de autonomía.
Conclusión
Bibliografía citada
Notas
1
Block (1994). Para este contexto resulta adecuado también el concepto de «middle
ground» o cultura del contacto, tal como lo formula el historiador Richard White. Para la
noción de «etnogénesis misional» véase Wilde (2009).
2
Sepp (1971): 208.
3
Sepp, (1971): 203.
4
Illari (2005); sobre la música importada por Sepp véase Andriotti (1999).
5
Los pueblos de reducción poseían una organización política y económica autónoma
que, si bien en sus niveles superiores era controlada por los sacerdotes, la integraban
principalmente los caciques indígenas. Además, existían en las misiones gran cantidad
de indígenas ejerciendo cargos militares, oficios artesanales y empleos en la iglesia. Entre
estos últimos se encontraban los músicos, cantores y copistas.
6
Waisman (1998); Illari (2006); Wilde (2007).
7
Sepp (1973): 270.
8
Cardiel (1913).
9
Lange (1986), (1991).
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Loza (2006); Illari (2004).
11
Paucke, (1942-1944): 14.
12
Hoffman (1979): 119-185.
13
Furlong (1965).
14
Samuel Claro (1969) confirma este aspecto para el caso de Moxos. Véase también
Waisman (2004).
15
Sepp (1973): 181.
16
Alvear (1836-1837): 84.
17
Turner (1995).
18
Para una interpretación de las maracas del friso en el contexto guaraní, véase Wilde
(2008).