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Boletin de La Fogata

"NUESTROS SUEÑOS Y LUCHAS, NO CABEN EN SUS URNAS"

MARZO 2001 - MARZO 2021 - 20 AÑOS DE LA PÁGINA


 DE LOS COMPAÑEROS....
 www.lafogata.org - correo@lafogata.org

CUBA
Cuba y el anticapitalismo hoy
La revolución como problema
por Raúl Zibechi
Brecha / (APe) / La Fogata

Pertenezco a la generación que creció influenciada por el clima político y cultural


de la revolución cubana. Me contagié del entusiasmo que generaba, en particular,
la figura del Che, quien no dudó en dejar las comodidades de la vida urbana
posrevolucionaria para caminar selvas y montañas, porque «el deber de todo
revolucionario es hacer la revolución».

Hoy Cuba atraviesa una situación compleja, que me lleva a reflexionar en varios
tiempos sobre la coyuntura, la estructura y el concepto mismo de revolución.

La soberanía nacional es intocable, tanto como el derecho de las naciones a su


autodeterminación. La soberanía de una nación no depende de quién esté en el
gobierno. Nadie tiene derecho a intervenir o subvertir el gobierno de una nación ajena.

El bloqueo a Cuba es inaceptable, como los intentos por derrocar la revolución,


sistemáticos y continuos desde hace seis décadas. Nunca pedimos una intervención
extranjera para poner fin a las dictaduras del Cono Sur, porque confiamos en que los
pueblos deben decidir su futuro. Por eso tampoco pedimos que regímenes oprobiosos y
genocidas (como el de Arabia Saudita, entre muchos otros) sean derrocados con
invasiones militares.

Cuba tiene derecho a que se la deje en paz, como sucede con todas las naciones del
mundo. Solo dos países apoyan el bloqueo: Israel y Estados Unidos.

II

La crisis actual tiene causas precisas. En 2020 la economía registró una contracción del
8,5 por ciento, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe. La
industria cayó 11,2 por ciento y el agro, 12 por ciento. La crisis del turismo es tremenda
y repercute en toda la sociedad: en 2019 Cuba recibió 4,2 millones de turistas, en 2020
apenas 1,2 millones. En el primer semestre de este año solo recibió 122 mil turistas,
según datos recabados por la periodista chilena Francisca Guerrero.

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El turismo aporta en torno al 10 por ciento del PBI, emplea al 11 por ciento de la
población activa y es la segunda fuente de divisas. La escasez de divisas crea enormes
dificultades para la importación de alimentos: Cuba debe importar el 70 por ciento de la
comida que consume, mientras los precios internacionales crecieron un 40 por ciento en
un año.

El llamado ordenamiento cambiario, que eliminó las tasas diferenciadas con las que se
cambiaban los pesos cubanos por dólares, decidido en enero, aunque necesario y
deseable, llegó tarde y en un momento de aguda escasez de dólares. Lo cierto es que la
población tiene grandes dificultades para acceder a bienes básicos.

Inflación y apagones son el corolario de viejos problemas nunca resueltos (como el


deterioro de las infraestructuras) y de improvisaciones en la aplicación de cambios
largamente postergados.

El bloqueo es un gran problema para Cuba. Pero no todos sus problemas pueden
reducirse al bloqueo. Un problema del que no se quiere hablar, no solo en Cuba, es el
de la revolución como problema. O sea, del Estado como palanca de un mundo nuevo.

III

Creíamos que la revolución era la solución a los males del capitalismo. No fue. Quizá la
obra mayor de las revoluciones haya sido empujar al capitalismo a reformarse, limando
durante cierto tiempo sus aristas más extremas, aquellas que todo lo confían al mantra
del mercado autorregulador, que lleva a millones a la pobreza y la desesperación.

Revolución fue siempre sinónimo de conquista del Estado, como herramienta para
caminar hacia el socialismo. Originalmente el socialismo debía ser, ni más ni menos, el
poder de los trabajadores para superar la alienación que supone la separación entre los
productores y el producto de su trabajo. Sin embargo, socialismo se volvió sinónimo de
concentración de los medios de producción y de cambio en el Estado, controlado por
una burocracia que, en todos los casos, devino en una nueva clase dominante, casi
siempre ineficaz y corrupta.

El pensamiento crítico se sometió a esta nueva burguesía, o como quiera denominarse a


esa casta burocrática que, no siendo propietaria, tiene la capacidad de gestionar los
medios de producción a su antojo, sin rendir cuentas más que a otros burócratas, sin
que los trabajadores, privados de formas de organización y de expresión autónomas,
puedan incidir en las decisiones. Sin libertades democráticas, los Estados socialistas
(contradicción semántica evidente) devinieron en Estados autocráticos y totalitarios, no
muy diferentes a las dictaduras que sufrimos y a las democracias que no nos permiten
elegir el modelo económico que nos gobierna, sino apenas a representantes ungidos
gracias a costosas campañas publicitarias.

Las revoluciones socialistas y de liberación nacional, y aun los movimientos


emancipatorios, se autodestruyeron en el rompeolas de los Estados: al
institucionalizarse y perder su carácter transgresor y superador del estado actual de
cosas; al relegitimar un sistema-mundo que pretendían desbordar; al trasmutar, por la
vía institucional, la potencia rebelde de las clases populares en impulso para la
conversión de los burócratas en nuevos opresores.

Como sostuvieron Fernand Braudel e Immanuel Wallerstein, y ahora Abdullah Öcalan, el


Estado nación es la forma de poder propia de la civilización capitalista. Por lo tanto, dice
el líder kurdo, la lucha antiestatal es más importante que la lucha de clases, y esto no
tiene nada que ver con el anarquismo, sino con la experiencia de más de un siglo de
socialismo. Es revolucionario el trabajador que se resiste a ser proletario, que lucha
contra el estatus de trabajador, porque esa lucha apunta a superar y no a reproducir el
sistema actual.

Para hacer política centrada en el Estado, las categorías de hegemonía y homogeneidad


son centrales. La primera es una forma de dominación, sin más, aunque el progresismo

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y la izquierda crean que supera al leninismo. La segunda es una pretensión de quienes,


desde arriba, quieren llevar a los pueblos de las narices. Agrietados el patriarcado y el
colonialismo interno, hoy es imposible una sociedad homogénea, porque las mujeres,
los jóvenes y todo tipo de disidencias (desde las culturales hasta las sexuales) rechazan
el aplanamiento de las diferencias y diversidades.

Imponer homogeneidad con base en la hegemonía es una apuesta al autoritarismo, ya


sea a través del mercado o del partido de Estado. La forma ideal de dominación es
aquella que se presenta como democrática (simplemente porque hay elecciones), pero
encarcela a la población en un modelo económico que vulnera su propia vida.

IV

La revolución socialista es cuestión del pasado, no es el futuro de la humanidad.


Tampoco lo es el capitalismo. El binarismo capitalismo/socialismo ya no funciona como
organizador y ordenador de los conflictos sociales.

Mientras las izquierdas siguen prisioneras de su visión estadocéntrica, los sectores más
activos y creativos de las sociedades latinoamericanas (feministas, pueblos originarios,
jóvenes críticos) ya no se referencian en Cuba, como lo hizo mi generación, sino en
luchas concretas como las revueltas chilena o colombiana, en el zapatismo y en los
mapuches, en ritmos raperos y en sueños de libertad imposibles en la Nicaragua de
Ortega y en la Cuba del Partido, en la Colombia de los paramilitares o en el Brasil de
Bolsonaro.

"Cuba: a quien uno ama se le exige",


Iván Solarich
por Iván Solarich*

Montevideo.com.uy

Un niño

Viví desde mis 2 a los 9 años en Cuba, en La Habana, en el Vedado. Como eran dos
apartamentos por piso con las puertas siempre abiertas, correteaba de una casa a la otra

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multiplicando lo que consideraba era mi familia: los Solarich-Penado pasaron a ser dos
madres, dos padres y cinco hermanos, incluyéndome.

Me eduqué en el Círculo Infantil, y a mi negra maestra Francisca la sigo llevando en el


corazón. Mi padre durante el día trabajaba con el Che en el Ministerio de Industria, y mi
madre a partir de la tarde daba clases de matemáticas en la Universidad.

A la medianoche, el Che solía llegar para conversar con los jóvenes universitarios, y
mientras charlaba en la escalinata yo le tiraba de los pantalones invitándolo a jugar con
mis camiones. Lógicamente no tenía tiempo para mí, pero los dos sabíamos que
estábamos… ahí.

Pasaron muchas décadas, y siento que soy un tipo con un enorme patrimonio, enorme, y
de seguro no es mi cuenta bancaria. Lo más valioso lo llevo guardado en cada pliegue
de mi alma y mi piel: la indestructible alegría por vivir, por vivir cada día. Tanta fe llevo a
cuestas, que sigo -por ejemplo- haciendo teatro como hace 40 años, con el mismo
asombro, integridad y felicidad.

La primera confesión la hago a viva voz hoy que Cuba está en boca de todos: mi alegría
es enteramente cubana. Aquellos años iniciales dejaron en mi cuerpo para siempre, las
dulces marcas de una sensación que poquísimas veces he vuelto a sentir: la felicidad
espiritual de un pueblo que casi toca el cielo con las manos.

Así viví los maravillosos años de mi infancia (e infancia de Revolución al mismo tiempo),
donde se exploró la confianza, el entre iguales, el poner todos el lomo para lo que sea,
además de cantar con alegría "O bella ciao", la bella canción partisana de la resistencia
italiana, pero no como hace poco injertada en una banda de audaces ladrones
popularizados por Netflix, sino cuando una comunidad históricamente dominada, le va
diciendo ciao a la colonia y ciao al imperio. Muchachos, llegó la hora de ser libres, de ser
nosotros.

El Teatro

He tenido la infinita suerte de estrenar mis últimos dos textos -además, actuando- en el
Festival de La Habana: "El Vuelo" en 2013 dirigido por mi adorada y enorme María
Dodera, y "No hay flores en Estambul" bajo la batuta de Mariano, mi talentoso hijo. Son
recuerdos imborrables, porque el público cubano es tremendo: culto y respetuoso, pero
exigente a la vez. Ha sido un honor vivirlo en mi segunda patria, entre hermanos
intelectuales y agudos críticos, con premios mediante -también-, y rodeado de gente
muy muy querida.

Pero hay un episodio que no puedo soslayar, marcante para mí, y que habla
profundamente de mis prejuicios, los que quisiera no volver a tener, especialmente para
escribir estas frases.

En el ensayo general de "El Vuelo", a horas de estrenar en el hermoso complejo Bertolt


Brecht y repasando letra en el camarín, me asaltan de pronto palabras de mi propio
texto que aluden a las diversas guerras, las interiores y las explícitas: "…No oculto la
mía: mi guerra es un día poder abrazar sin ser visto. Celebrar un paraíso más justo en la
Tierra, caminando perdido en la multitud. Sin tumbas en Siberia, sin estudiantes
asesinados en Tiananmen, sin intelectuales aplastados en Praga…, y sin Jaime Perez
desterrado. Un comunismo primitivo, auténtico y sincero…, sin tanques ni palas, sin
partido único, ni jefes para siempre…".

Estas palabras a un par de horas de cobrar vida me conflictuaron enormemente. Yo


había escrito el texto pensando en mi Uruguay post dictadura, y jamás imaginé en
arengar y menos darle recetas a un pueblo hermano. Me entenderán sin mucha
explicación las diversas resonancias que adquirían ahí, en Cuba, con su historia y
avatares tan particulares. Pensé en autocensurarme y excluirlas. Pero cayeron sobre mí
propia persona muchos de los conceptos que en clases sobre ética teatral he manejado
sobre la condición del artista. Y entonces las dije.

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El silencio fue estruendoso, el aplauso inmenso, y apenas culminado el estreno estaba la


televisión cubana entrevistándonos, y la directora del Instituto de las Artes Escénicas
planteando si podíamos volver a los tres meses a girar por las provincias, "porque "El
Vuelo" merece verse en toda Cuba".Cada uno saque sus conclusiones.  Yo saqué
inmediatamente las mías: algo se estaba "moviendo".

Por supuesto volvimos, recorrimos una gran parte de la Isla y el éxito fue idéntico.

Las Izquierdas

Creo que no hace falta ser un lince para comprobar que la izquierda y sus revoluciones
(durante el siglo XX y lo que va de este milenio), han tenido enormes problemas para
concebir la libertad y las diversidades en muchas de sus manifestaciones. Podríamos
aburrirnos con ejemplos de ayer y de hoy: ayer, el Estalinismo con sus purgas y
masacres en la vieja Unión Soviética, aplastando toda disidencia e interviniendo
militarmente en los países del este europeo, para un buen día implotar por su propia
inconsistencia y fracaso. 

Hoy: aquella revolución sandinista del 79 en Nicaragua, devenida en dictadura con


Daniel Ortega y su mujer amurallados en su residencia, persiguiendo opositores,
asesinando estudiantes, hambreando a su pueblo, a la par de enriquecerse en forma
multimillonaria haciéndole todos los favores a la más rancia élite. Las excusas, siempre
repetidas y casi las mismas: defender la Revolución… ¿¿??

Todo me recuerda la antológica caricatura de Quino: un tipo recorre oficina tras oficina
sin que le puedan solucionar un simple trámite, al llegar al último piso y ya resignado
frente a la última oficina, golpea y con el formulario en la mano piensa: "¿a qué era que
venía yo?".

Desde ya aclaro que no quiero ingresar en el argumento del bloqueo o embargo


norteamericano, pues señala una obviedad demostradamente cruel: criminal a todas
luces, incomprensible totalmente luego de 60 años, con la única complicidad mundial
de Israel, y las lastimosas abstenciones de Brasil, Colombia y Ucrania. 184 naciones del
mundo -una vez más-, se han expresado por su levantamiento, ¿y?… nada.

Y no me quiero ocupar de una Estados Unidos, que se jacta de su democracia electoral y


libertades, mientras sistemáticamente sigue introduciendo su impúdica bota invasora en
decenas de naciones desde la 2da guerra mundial a la fecha, actuando como el karateca
del barrio -siempre de pesado y sin que nadie lo llame-, asesinando a millones de seres
humanos y destruyendo antiquísimas culturas, y… faltaba más, por supuesto en nombre
de la "paz mundial".

Y no lo quiero hacer, porque hablar del otro, es siempre la mejor manera de no verse
uno.

Ya lo escribió el gran Tato Pavlovsky hace muchos años: nuestro destino personal como
el de toda sociedad, si bien es fruto de las circunstancias que nos toca atravesar, es al
mismo tiempo producto de los propios proyectos. O sea, no somos únicamente
consecuencia de lo que hemos padecido, y ahí me quiero detener.

Somos también indisoluble proyección de cómo nos plantamos frente a las dificultades,
de la justeza de nuestras metas, del revisar en la marcha -autocríticamente- la esencia
de nuestros sueños, comprobando -sin mentir y sin mentirnos-, en cuánto nos
acercamos o en cuanto nos alejamos de nuestros objetivos. Y esto ciertamente, no se
arregla ni con consignas ni esgrimiendo dogmas, ni con afirmaciones que yo pueda
hacer por más vehemencia que ponga. Como casi siempre, el que más grita no es quién
tiene razón.

Yo creo que la izquierda latinoamericana tiene un enorme temor a quedar en offside


desde hace mucho, como si la coherencia fuera a afirmar de forma permanente las
mismas cosas, sin percibir que las más elementales leyes de la naturaleza demuestran

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que si algo es permanente es el cambio, la mutación, sobre todo cuando la evidencia se


demuestra aplastante. 

Si yo tan siquiera intentara enseñar arte escénico (cosa que hago desde hace 30 años)
de la forma en que mis maestros lo hicieron conmigo hace 40, estaría haciendo todos
los méritos para convertirme yo mismo en museo. En un siglo el teatro pasó de tener su
centro en las letras para luego hacer foco en la dirección, y hoy todas las miradas
confluyen en el arte de la actuación. ¿Y qué ocurrió? Sencillamente se modificaron las
sociedades, las demandas de la comunicación, se modificó lo público-privado, se hizo
presente la imagen y cambiaron radicalmente las arquitecturas y la geografía de la
representación. 

Pregunto: ¿podríamos concebir entonces la actuación de la misma forma?

Cuba tuvo durante 30 años el apoyo incondicional de la Unión Soviética. Incondicional. Y


en los últimos 30 -post caída del Muro- se las ha tenido que arreglar sola. Si durante 60
años relevas casi idénticas dificultades en resolver cuestiones básicas de la existencia:
agua, comida, higiene, etc., para los que cualquier ciudadano debe seguir destinando
una cuarta o un tercio de su jornada diaria… algo indica que no funciona.

Que no funciona en tu modelo, tu estructura, en las formas y metodologías que te has


dado. Y no se puede -a sabiendas de mentirse uno mismo-, esgrimir siempre y solo el
embargo. 

Muchas decisiones han sido erráticas, incluidas muchas del propio Fidel respecto a las
metas con la producción azucarera, el traslado y la reconversión de un campesinado que
fue desguazado…, y podríamos seguir. No quiero abundar ni aburrir, solo compartir que
no las inventé en mi cabeza, las han legado decenas de cubanos a través del tiempo
hablando de su propia realidad. Claro, hablando en casi soledad, bajito, porque sino… Y
no han sido ni son contrarrevolucionarios ni insurgentes financiados por la CIA.

La megalomanía de que soy imprescindible, insustituible en el devenir humano, hay que


desterrarla de una buena vez, porque hiere de muerte lo mejor de las aspiraciones
humanas. Y hiere de muerte especialmente todo proyecto redentor, porque instala la
oprobiosa cultura de que al final, el único objetivo es el ser reelegido, el poder  por el
poder mismo. Y el de los círculos concéntricos que lo rodean y sostienen, para lo cual y
para conseguirlo inevitablemente van recortando libertades e instalando el miedo en el
resto del tejido social. Poder, que además, suele estar casualmente muy aparejado con
los privilegios, las prebendas.

Hay que barrer la cultura del mesianismo: nadie es imprescindible eternamente, ni Fidel,
ni Chávez, ni Evo, ni nadie. Sencillo como la vida misma, los hijos suceden a sus padres,
se autonomizan, encuentran sus propios caminos. Y toda experiencia micro o macro
que no acompañe ese sencillo precepto de la naturaleza, indica simplemente
dependencia, trauma o interés, en definitiva, falta del ejercicio de ser libre.

Cuba, aunque tardíamente, fue dando pasos al achicar el número de los funcionarios del
Estado, abriéndose a la diversidad lentamente, haciendo los primeros intentos en cuanto
a la iniciativa personal y privada, y podríamos señalar otros aspectos positivos. Pero…

Terminando. Si la gente protesta, se la escucha. No importa si son mil, diez mil o un


millón. Reprimir no es de izquierda. Son legítimas voces del pueblo, no delincuentes. No
se puede con la excusa de la "provocación" salir a aplastar el disenso, la voluntad no
coincidente. 

Y mucho menos, arengar -teniendo total control del Estado, el ejército y el partido único-
a tu gente y tus funcionarios "para defender la Revolución en la calle. Porque dentro de
la Revolución todo, y fuera de ella nada". Como consigna puede sonar estupenda, como
proyecto de sociedad… habría que preguntárselo a toda la gente. Pero preguntárselo en
libertad, con intercambio de ideas, garantizando que diga lo que diga y piense lo que
piense no va a terminar en una cárcel.

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En el final. Ahí yacen en forma de cadáveres muchas de las experiencias político-sociales


del último siglo en nombre de la libertad y la justicia social.

No encuentro caminos para la superación de las sociedades y la vida misma que no


vayan de la mano del diálogo, la escucha, la paciencia, la autocrítica, la alternancia, el
aprendizaje permanente, la alegría, el ejemplo constatable.

No aspiro a la perfección y por suerte humanamente es tarea imposible. Pero lo que


predico debe ser demostrable, e imagino que a mediano plazo, creíble.

Quiero para mi Cuba el sentir de la directora del Consejo de la Artes Escénicas respecto
a aquel estreno de "El Vuelo". Su actitud y propuesta respiraron confianza, y apostó (lo
imagino) a la síntesis que libremente cada espectador iba a poder hacer.

No soy ingenuo, confío en la gente. El miedo a la libertad, no puede ser una estrella que
persiga la izquierda.

Amo a Cuba. Y no le cedo la derecha a nadie -a nadie-, por lo que siento hacia ella. Pero
justamente porque la amo es que debo tomar posición y exigirle desde el corazón.
Porque si cuando amas, no podes compartir tus ideas y sentimientos, entonces la señal
es clara, el otro note merece.

* Iván Solarich Actor, director, dramaturgo, docente y comunicador.

Publicado originalmente en
UyPress

¿Qué pasa en Cuba?


La opinión de Leonardo Padura
Un alarido
El escritor cubano Leonardo Padura pidió difundir este texto con su opinión sobre la situación en
Cuba a partir de las protestas del domingo 11 de julio. Es "el resultado de la desesperación de una
sociedad que atraviesa no solo una larga crisis económica y una puntual crisis sanitaria, sino
también una crisis de confianza y una pérdida de expectativas", explica.

por Leonardo Padura

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Leonardo Padura, el escritor cubano escribió desde la isla sobre las protestas del 11 de julio.

Parece muy posible que todo lo ocurrido en Cuba a partir del pasado domingo 11 de julio lo hayan alentado
un número mayor o menor de personas opuestas al sistema, pagadas incluso algunas de ellas, con
intenciones de desestabilizar el país y provocar una situación de caos e inseguridad. También es cierto que
luego, como suele suceder en estos eventos, ocurrieron oportunistas y lamentables actos de vandalismo.
Pero pienso que ni una ni otra evidencia le quitan un ápice de razón al alarido que hemos escuchado. Un
grito que es también el resultado de la desesperación de una sociedad que atraviesa no solo una larga crisis
económica y una puntual crisis sanitaria, sino también una crisis de confianza y una pérdida de
expectativas.

Un grito que es también el resultado de la desesperación de una sociedad que atraviesa no solo una larga
crisis económica y una puntual crisis sanitaria, sino también una crisis de confianza y una pérdida de
expectativas.

A ese reclamo desesperado, las autoridades cubanas no deberían responder con las habituales consignas,
repetidas durante años, y con las respuestas que esas autoridades quieren escuchar. Ni siquiera con
explicaciones, por convincentes y necesarias que sean. Lo que se impone son las soluciones que muchos
ciudadanos esperan o reclaman, unos manifestándose en la calle, otros opinando en las redes sociales y
expresando su desencanto o inconformidad, muchos contando los pocos y devaluados pesos que tienen en
sus empobrecidos bolsillos y muchos, muchos más, haciendo en resignado silencio colas de varias horas
bajo el sol o la lluvia, con pandemia incluida, colas en los mercados para comprar alimentos, colas en las
farmacias para comprar medicinas, colas para alcanzar el pan nuestro de cada día y para todo lo imaginable
y necesario.

Creo que nadie con un mínimo de sentimiento de pertenencia, con un sentido de la soberanía, con
una responsabilidad cívica puede querer (ni siquiera creer) que la solución de esos problemas venga
de cualquier tipo de intervención extranjera, mucho menos de carácter militar, como han llegado a pedir
algunos, y que, también es cierto, representa una amenaza que no deja de ser un escenario posible.

Creo además que cualquier cubano dentro o fuera de la isla sabe que el bloqueo o embargo comercial y
financiero estadounidense, como quieran llamarlo, es real y se ha internacionalizado y recrudecido en los
últimos años y que es un fardo demasiado pesado para la economía cubana (como lo sería para
cualquier otra economía). Los que viven fuera de la isla y hoy mismo quieren ayudar a sus familiares en
medio de una situación crítica, han podido comprobar que existe y cuánto existe al verse prácticamente
imposibilitados de enviar una remesa a sus allegados, por solo citar una situación que afecta a muchos. Se
trata de una vieja política que, por cierto (a veces algunos lo olvidan) prácticamente todo el mundo ha

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condenado por muchos años en sucesivas asambleas de Naciones Unidas.

Y creo que tampoco nadie puede negar que también se ha desatado una campaña mediática en la que,
hasta de las formas más burdas, se han lanzado informaciones falsas que al principio y al final solo
sirven para restar credibilidad a sus gestores.

Pero creo, junto con todo lo anterior, que los cubanos necesitan recuperar la esperanza y tener una imagen
posible de su futuro. Si se pierde la esperanza se pierde el sentido de cualquier proyecto social humanista.
Y la esperanza no se recupera con la fuerza. Se le rescata y alimenta con esas soluciones y los cambios y
los diálogos sociales, que, por no llegar, han causado, entre otros muchos efectos devastadores, las ansias
migratorias de tantos cubanos y ahora provocaron el grito de desesperación de gentes entre las que
seguramente hubo personas pagadas y delincuentes oportunistas, aunque me niego a creer que en mi país, a
estas alturas, pueda haber tanta gente, tantas personas nacidas y educadas entre nosotros que se vendan o
delincan. Porque si así fuera, sería el resultado de la sociedad que los ha fomentado.

La manera espontánea, sin la atadura a ningún liderazgo, sin recibir nada a cambio ni robar nada en el
camino, con que también una cantidad notable de personas se ha manifestado en las calles y en las redes,
debe ser una advertencia y pienso que es una muestra alarmante de las distancias que se han abierto
entre las esferas políticas dirigentes y la calle (y así lo han reconocido incluso dirigentes cubanos). Y es
que solo así se explica que haya ocurrido lo que ha ocurrido, más en un país donde casi todo se sabe cuando
quiere saberse, como todos también sabemos.

Para convencer y calmar a esos desesperados el método no puede ser las soluciones de fuerza y oscuridad,
como imponer el apagón digital que ha cortado por días las comunicaciones de muchos, pero que sin
embargo no ha impedido las conexiones de los que quieren decir algo, a favor o en contra. Mucho menos
puede emplearse como argumento de convencimiento la respuesta violenta, en especial contra los no
violentos. Y ya se sabe que la violencia puede ser no solo física.

Muchas cosas parecen estar hoy en juego. Quizás incluso si tras la tempestad regresa la calma. Tal vez los
extremistas y fundamentalistas no logren imponer sus soluciones extremistas y fundamentalistas, y no se
enraíce un peligroso estado de odio que ha ido creciendo en los últimos años.

Pero, en cualquier caso, resulta necesario que lleguen las soluciones, unas respuestas que no solo deberían
ser de índole material sino también de carácter político, y así una Cuba inclusiva y mejor pueda atender las
razones de este grito de desesperación y extravío de las esperanza que, en silencio pero con fuerza, desde
antes del 11 de julio, venían dando muchos de nuestros compatriotas, esos lamentos que no fueron oídos y
de cuyas lluvias surgieron estos lodos.

Como cubano que vive en Cuba y trabaja y crea en Cuba, asumo que es mi derecho pensar y opinar sobre el
país en que vivo, trabajo y donde creo. Ya sé que en tiempos como este y por intentar decir una opinión,
suele suceder que «Siempre se es reaccionario para alguien y rojo para alguien», como alguna vez dijera
Claudio Sánchez Albornoz. También asumo ese riesgo, como hombre que pretende ser libre, que espera ser
cada vez más libre.

En Mantilla, 15 de julio de 2021.

"Está en juego la vida buena y justa en Cuba"

UNA ENTREVISTA CON


A. Torres Santana y J. C. Guanche
 Ailynn Torres Santana,
académica y militante feminista, integrante del Consejo Editorial de la revista Cuban
Studies (Universidad de Harvard) y del Consejo de Redacción de la Revista Sin Permiso, y
Julio César Guanche, historiador y jurista dedicado a la investigación sobre democracia,
republicanismo y socialismo.

Cuba no es solo una referencia política y moral, una retaguardia estratégica o un


motivo de orgullo. Es también un país real y concreto, más prosaico que el ideal,

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con sus sufrimientos, sus desigualdades y sus malestares.

Según Julio César Guanche, las movilizaciones actuales son el proceso de protesta
social más grande que ha tenido Cuba desde el año 1959. (Foto: Kaloian Santos
Cabrera)

Por Martín Mosquera


jacobinlat.com / La Fogata

Es difícil encontrar otro ejemplo de un país tan pequeño que haya tenido un impacto tan
profundo en el mundo como la Cuba revolucionaria, a la que es imposible separar de la
experiencia de descolonización del Tercer Mundo, de las luchas antimperialistas, de la
radicalización internacional de 1968 y del giro latinoamericano a la izquierda de fines de
los años 1990.

La continuidad revolucionaria de la isla, que sorprendentemente logró sobrevivir a la


caída del «campo socialista», permitió que no se quebrara del todo en América Latina el
hilo de una memoria y de una experiencia de lucha, muy distintas a la regresión
reaccionaria que tuvo lugar en Europa Oriental.

Pero Cuba no es solo una referencia política y moral, una retaguardia estratégica o un
motivo de orgullo. Es también un país real y concreto, más prosaico que el ideal, con
sus sufrimientos, sus desigualdades y sus malestares. Y es también una sociedad que
enfrenta problemas característicos de las experiencias del «socialismo de Estado», que
parecen venir de otro mundo y de otro siglo: el aislamiento internacional (condensado
en el bloqueo norteamericano), la tendencia a la escasez y a la subproducción, los
rasgos burocráticos de su régimen político, las presiones restauracionistas de sectores
interiores y exteriores al partido gobernante.

En el imaginario de algún experimentado militante marxista, las recientes


movilizaciones pueden parecer un eco lejano de aquellas que sacudieron a los países del
Este (y también a la izquierda internacional): Hungría en 1956, Praga en 1968, Polonia
en los años 1980, Berlín en 1989.

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Lo cierto es que a menudo Cuba es más mentada, idealizada o vilipendiada que


conocida. De comprender antes que juzgar, entonces, se trata esta larga conversación
que mantuvimos desde Jacobin con dos jóvenes intelectuales cubanos: Ailynn Torres
Santana, académica y militante feminista, integrante del Consejo Editorial de la
revista  Cuban Studies (Universidad de Harvard) y del Consejo de Redacción de la
Revista  Sin Permiso, y Julio César Guanche, historiador y jurista dedicado a la
investigación sobre democracia, republicanismo y socialismo.

¿Qué significan estas movilizaciones? ¿Qué impacto tienen? ¿Cuál es el riesgo de que
sean capitalizadas por la oposición procapitalista? ¿Cómo valorar la situación actual
desde un punto de vista comprometido con un socialismo democrático?

MM

¿Cuál era la situación social, económica y política de Cuba antes de las


movilizaciones del 11 de julio?

ATS

Las protestas sociales que comenzaron en Cuba el 11 de julio pasado no pueden


entenderse del todo como una cuestión planificada, espasmódica o coyuntural.
Responden a un proceso de largo aliento que tiene que ver, entre otras cosas, con la
precarización sistemática y creciente de las condiciones y los recursos para el
sostenimiento de la vida.

Una honda larga de ese proceso remite  a la crisis de los años 1990, que implicó una
progresiva reestructuración socioclasista de la sociedad cubana y la ampliación del
empobrecimiento y la desigualdad. Una honda más corta comienza con el proceso de
reforma económica y de la política social, que inició alrededor de 2006-2007 aunque se
profundizó hacia 2011 y llega al presente. Su última etapa es la
Tarea Ordenamiento,
desde enero de este año.

La escalada de la precarización de la vida responde a distintos elementos. Juega un


papel central el
recrudecimiento de las sanciones del
bloqueo económico, financiero y
comercial de Estados Unidos hacia Cuba. Este es un elemento clave. También lo son las
distorsiones —ya estructurales— de la política económica cubana en la reforma, que
incluyen
ralentizamientos, zigzagueos y errores de diseño e implementación.

Pondré dos ejemplos: la


reforma en el agro ha sido
profundamente
desatendida,
mientras se destinan millonarios recursos a la inversión turística hotelera; las
transformaciones en la
política social han resultado en una mercantilización y
familiarización del bienestar cada vez mayores, con la consecuente disminución de la
participación del Estado en el aseguramiento de ese bienestar.

En paralelo con lo anterior, el valor real del salario ha decrecido persistentemente; en los
últimos
seis meses ese decrecimiento ha sido dramático. Atravesamos un contexto de
dolarización parcial de las economías domésticas, con la apertura y expansión por parte
del gobierno de comercios en
Moneda Libremente Convertible que expenden productos
de primera necesidad (y que la mayoría de las veces no están disponibles en otro tipo de
establecimientos) y hacen a las familias dependientes de las remesas (las cuales, a su
vez, se han visto restringidas por la cancelación estadounidense de las vías por las que
se envían).

Lejos de ser una excepción, al igual que en el resto de la región la pandemia agudizó las
crisis preexistentes en Cuba: asfixió el turismo —rubro central de la economía nacional
— y prácticamente canceló al sector privado pequeño y mediano (fundamentalmente
dedicado a los servicios), con consecuencias nefastas para las personas que conforman
ese sector, especialmente para las empleadas.

En fecha reciente, la nueva escalada de contagios de COVID-19 provocó el desborde de


parte del sistema de salud (en la provincia de Matanzas) y puso en números rojos la

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gestión sanitaria de la pandemia. La escasez brutal que viven las personas y familias en
el país, sobre todo de alimentos y medicamentos, configura un panorama muy difícil de
gestionar doméstica, institucional y nacionalmente.

Todos los elementos mencionados están en absoluta relación. Ninguno explica por sí
solo la crisis, así como ninguno puede desconsiderarse.

Pero a lo anterior hay que añadir déficits acumulados y procesos de otro tipo. Cuentan
los déficits de derechos laborales para quienes trabajan en el sector privado, el
sistemático vaciamiento del papel de los sindicatos, la obstaculización del proceso de
creación y ampliación de otras formas de propiedad (como la cooperativa), la
cancelación práctica de la posibilidad de crear asociaciones y formalizar espacios de la
sociedad civil debido a la existencia de una ley de asociaciones desactualizada e
inauditamente limitada, la acumulación de demandas insatisfechas relacionadas con
derechos civiles y políticos de expresión, organización y disenso que tienen escasas
garantías, la criminalización de voces ciudadanas diversas como «mercenarias», «líderes
de la restauración capitalista» o directamente como «opositoras al socialismo» y la
intensificación del programa de «desestabilización del régimen» por parte del gobierno
de Estados Unidos, que dedica recursos millonarios a formar o apoyar espacios y actores
que abreven en su política contra Cuba.

Nuevamente, todo ello está en relación. En esas condiciones se llega a estas


movilizaciones. Para explicarlas no se pueden seguir razonamientos unilaterales.

MM

¿Cómo describir las movilizaciones, su magnitud y su contenido político? ¿Qué


papel tuvieron en ellas los sectores de la oposición financiada por EE. UU.? ¿Qué
piensan de la caracterización de éstas como un intento de «golpe blando» o
«revolución de terciopelo»?

JCG

Confirmar las informaciones resulta bastante difícil, pues la prensa oficial ha sido muy
omisa en su cobertura. Sin embargo, un sitio de periodismo de datos registró unas
sesenta localidades del país en las que hubo algún tipo de protesta. Estamos hablando
del proceso de protesta social más grande que ha tenido Cuba desde el año 1959.

La cobertura de la prensa estatal ha estado enfocada en los problemas de vandalismo —


que ha habido, pero no son el signo de cada una de las protestas ocurridas—, en las
respuestas frente a la protesta y en las convocatorias oficiales a «actos de reafirmación
revolucionaria», como el del pasado sábado.

Lo cierto es que existe un largo acumulado político de demandas y un problema


estructural en la política cubana. Y es que esa política no ha concedido espacio real para
el manejo de las diferencias de modo institucionalizado; no ha permitido a ciertos
sectores —incluso los que no tienen nada que ver con sectores disidentes—  participar
como actores legítimos dentro del sistema político nacional. Este hecho los ha empujado
a los márgenes y, muchas veces, ha radicalizado diferencias que podrían haber sido
gestionadas de mejor manera. Estoy refiriéndome con esto a un amplio espectro que no
cuenta con espacios de expresión y de participación.

Por supuesto que existen sectores de derecha —que con razón podemos llamar
revanchistas y extremistas—, con vinculación real con los Estados Unidos y con los
programas federales de subversión hacia Cuba (programas de «cambio de régimen»).
Esa corriente tiene articulación con zonas similares que existen en Florida, que están
pidiendo la intervención de los Estados Unidos sobre Cuba.

Ahora bien, Miami no es un lugar unívoco de enunciación. Tampoco lo es «La Habana».


Hay actores en esa geografía que no comparten esa agenda, y que podrían contribuir
desde allí a mostrar que existen otras voces, que podrían contribuir a deslindar y

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disputar los llamados a la intervención, al caos y la desestabilización predominantes.

Por otro lado, con respecto a la idea de «golpe blando», lo primero que hay que decir es
que tiene varias aplicaciones. Dentro del país se está usando para definir correctamente
un programa existente de subversión real sobre procesos de raíz popular en América
Latina. Es un proyecto impulsado por las oligarquías latinoamericanas y las
contrarreformas contra procesos populares que apelan a repertorios de «estados
fallidos», lawfare,
guerra mediática y algorítimica a través de redes sociales, entre otros.
 Hay rasgos de ese programa que se observan en Cuba en la línea de tiempo que ha
llegado hasta aquí.

Pero pretender que la narrativa del golpe blando explique cada expresión de malestar
social o su capitalización por el enemigo equivale a obturar cualquier espacio a la
autenticidad de las demandas nacionales. En Cuba hay también agendas cubanas,
problemáticas cubanas, activismos cubanos, que no tienen ningún tipo de vinculación
con la estrategia del golpe blando.

Es muy peligroso identificar toda protesta como inscrita en el empeño de guerra no


convencional. Hacerlo habilita solo un tipo de respuesta: represiva y militar. Porque
según se lea la protesta, se imaginarán sus soluciones. Y si esta se define solo como
«golpe blando», entonces no queda otra que enfrentarla directamente, como se enfrenta
a un enemigo.

El asunto es que estamos en presencia de una protesta cuyas dimensiones populares no


se pueden escamotear. Hay un pueblo cubano al que es necesario atender; hay que
escuchar lo que está diciendo para comprender cuáles son las razones y dónde están las
raíces que han contribuido a esta situación, en la que el bloqueo estadounidense juega
un papel crucial pero en la que también tienen incidencia las dinámicas sociales propias
de la isla.

Cuando comenzó la protesta, en San Antonio de los Baños, el presidente Miguel Díaz-
Canel acudió en persona a esa localidad. Es una tradición que había desarrollado Fidel
Castro: en 1994 hubo una protesta —que no fue tan grande comparada con la actual,
pero que es su antecedente más directo—; Fidel se presentó en el lugar al tiempo que
prohibió expresamente el uso de armas letales contra civiles.

Y allí radica una diferencia clave con lo que ocurrió ahora. Díaz Canel usó una frase —
que luego no ha repetido más hasta hoy del mismo modo—: para los revolucionarios «la
orden de combatir está dada». Para muchos, esa frase tenía en Cuba una connotación
militar frente a una agresión externa. Pero en este contexto, inédito para todos (también
para el gobierno), se usó para hacer alusión a una protesta civil que tenía componentes
de violencia civil pero también pacíficos.

Se perdió así una oportunidad para dar garantías de que no iba a haber ningún tipo de
uso de armas, como se había hecho exitosamente en 1994. Se perdió la oportunidad
para garantizar que la contención policial no iba a permitir ningún tipo de violencia
contra las personas, ni contra bienes colectivos (había convocatorias e incentivos —
sobre todo desde el exterior— a provocar incendios, saqueos, apedrear o incluso matar
policías); que se protegería la integridad física de los participantes, estuviesen en un
lado u otro de las protestas. Todo ello, de la mano de un llamado a procesar
políticamente el conflicto. Quizás se trataba de una opción compleja, pero sin dudas era
necesaria.

Cuba tiene compromisos con la no violencia estatal. No obstante, hay pruebas de


violencia policial —como también de violencia civil— que son inaceptables para esa
cultura, y que muy probablemente marquen un «antes y un después» tras estas
protestas. A su vez, la tradición revolucionaria cubana tiene un compromiso muy fuerte
con la activación política de lo popular. Ello es algo que no concierne única y
exclusivamente a la parte del pueblo que se reconoce de modo oficial como
«revolucionaria».

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El nacionalismo cubano es una de las ideologías más poderosas de toda la historia


nacional. Posee una agenda contra todo tipo de intervención y una cultura de soberanía,
en gran medida antimperialista, tradicionalmente caracterizada por el rechazo a
cualquier injerencia extranjera. Frente a una intervención, la respuesta cubana no
vendría solo del campo revolucionario, sino de un espectro amplio con ningún interés en
cualquier tipo de injerencia, al que el gobierno haría bien en interpelar de modo
ampliado para ese objetivo.

MM

En el último artículo que escribieron para Jacobin mencionan el componente


generacional como una arista de análisis fundamental a la hora de pensar la Cuba
de hoy. ¿Qué peso tiene esa cuestión en las movilizaciones actuales?

ATS

Esa pregunta ha estado muy presente en los últimos días. Es una pregunta sobre el
quiénes se manifestaron y si hay una frontera generacional que explique su ocupación
del espacio público de esa forma.

Antes decía que la sociedad civil cubana se ha densificado considerablemente en los


últimos años. En ese proceso, las juventudes cumplen un papel importante, como
sucede en otras partes del mundo. Si se observan a los actores feministas,
antirrascistas, animalistas, de artistas y creadores, periodistas y otros, vemos que en
efecto hay una fuerza vital importante —aunque no exclusiva— en nuevas voces y
generaciones que, por supuesto, son diversas a su interior y corresponden a un abanico
amplio del espectro político.

No todos son ni se reconocen a sí mismos dentro del campo de las izquierdas (en
sentido amplio). También se posicionan de forma distinta respecto ya no a la política,
sino al gobierno cubano específicamente: a veces en frontal oposición, a veces con
cierta equidistancia, a veces con apoyo incondicional, otras aspirando a un
acompañamiento crítico y a veces moviéndose de una a otra de esas opciones.

Esa diversificación de la sociedad civil choca con un proceso de clasificación y


reclasificación política cada vez más cerrada y predatoria. Muchas veces, desde el
gobierno toda esa complejidad se traduce en «revolucionarios» versus
«contrarrevolucionarios». Esta última categoría se vuelve una ficción poderosa donde
entran cada vez más voces que son, incluso, antagónicas entre sí. Desde otros extremos
políticos, la clasificación es otra: «comunistas» versus «anticomunistas», «oficialistas» o
no, y otros pares similares.

También se ha reactivado la categoría de «centristas», que curiosamente es utilizada por


voces opuestas (desde el gobierno y desde parte de su oposición) para calificar a
sectores, personas o grupos que consideran «insuficientemente definidos»: sea que no
se refieran al gobierno cubano como «dictadura» o sea que produzcan críticas sobre
políticas o repertorios oficiales. Es posible que aquí esté simplificando en exceso el
mapa, pero ese es el panorama a grandes rasgos.

Ese camino extravía la necesidad de repolitizar y resignificar constantemente las


identidades políticas, que no se ganan de una vez y para siempre.

Para una parte de quienes se manifestaron (y de quienes no se manifestaron),


juventudes incluidas, el comunismo o el socialismo es demodé o algo directamente
negativo. Para otros grupos que también salieron a la calle pero en respuesta a los y las
manifestantes, la etiqueta es clara y suficiente para expresar sus opciones por la
justicia. Para el gobierno, a veces hablar de socialismo o de comunismo pareciera una
entelequia que define no lo que se hace sino lo que se es. Para otras personas, no son
las identidades políticas lo que está en juego sino las formas de sostener su propia vida.

Específicamente respecto a las protestas, las redes sociales jugaron un papel principal

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como vitrina de lo que sucedía y también para la convocatoria o el contagio de un


territorio a otro. En ese proceso las juventudes fueron importantes, porque son las que
tienen más manejo del mundo digital. Pero lo mismo podría decirse de las juventudes
que salieron a las calles por cuenta propia para disputar las manifestaciones.

Sin embargo, y al contrario de otros análisis que he escuchado sobre este proceso, creo
que estas no fueron protestas principalmente de jóvenes, aunque su presencia es
indiscutible. Los registros gráficos muestran una importante y en cierto sentido
llamativa diversidad generacional. Lo que sí me parece más evidente es la presencia de
una marca socioclasista. Recordemos que las protestas empezaron por zonas periféricas
respecto a los centros urbanos y, en la capital, en municipios densamente poblados y
altamente precarizados. La dimensión territorial, que es también socioclasista aunque
hay heterogeneidad en los barrios cubanos, es muy decidora y pienso que explica más
las protestas.

JCG

Los años 1990 fueron una época definitoria en Cuba, con la caída de la URSS, con la
radicalización del bloqueo y la agresión estadunidense y el acumulado de problemas
internos que ya habían sido reconocidos de modo oficial desde el proceso de
«Rectificación» de 1986. Esa crisis implicó cambios de todo tipo, que marcaron una
frontera real respecto a lo que Cuba había sido hasta entonces.

Fue una década que marcó también un «antes y un después» para la memoria colectiva
cubana. Los cubanos perdieron en promedio unas 20 libras per cápita. Sin embargo, la
década previa, la comprendida entre 1975 y 1985, fue la época de mayor bienestar
social en Cuba (relación con la URSS mediante). Ese «colchón social» fue fundamental
para enfrentar la crisis. Fue una época con muchas contradicciones —las artes plásticas
y el cine cubanos dejaron muchos testimonios de ello—, a la vez que un lapso de
bienestar económico y seguridad social bastante ampliados.

La ruptura de los 90 implicó una Cuba «nueva». Las generaciones que se socializaron
durante y después de esa década percibieron sus demandas más en función de
carencias y fracasos de la revolución, que en comparación con un pasado que para la
enorme mayoría quedaba tan lejos como 1959. Para los jóvenes de hoy, el pasado son
los años 90, no 1958.

Sin dudas, la referencia a 1959 sigue siendo central en la memoria y la historia de Cuba,
en la memoria de lo que alcanzó y pudo ser y hacer la revolución cubana. Ahora, cuando
el discurso oficial asegura que hay «intentos de restaurar» la Cuba previa al 59 propone
no solo un regreso antidialéctico «al pasado». La cuestión es que un espectro social que
ya cuenta con cierta edad piensa las complejidades de su vida cotidiana no en relación al
retorno o la restauración capitalista, sino en función de procesos y dinámicas que han
vivido por sí mismos antes, a los que muchos han dedicado sus vidas completas, pero
que han dejado de ser y ya nunca más serán como eran. Para el caso de los más jóvenes,
la situación es aún más compleja, pues muchos no encuentran, tras vivir esa Cuba pos
90, un pasado «dorado» como referente.

Hay una broma cubana que cuenta que al Período Especial —la crisis de los 1990—
«entramos todos pero salimos de uno en uno», a lo que se agrega que algunos nunca
salieron. Es una situación común en muchas geografías —las salidas de tipo privado a
las crisis—, pero en Cuba atenta contra la promesa revolucionaria de la igualdad, una de
las grandes bases del 59. Cuba tuvo parámetros sobre la desigualdad realmente muy
favorables, no solo para los parámetros latinoamericanos sino mundiales. Ese «salimos
de uno en uno» significa un quiebre enorme. Fidel Castro buscó dar cuenta de un
renovado programa igualitario con la llamada «Batalla de ideas» al filo de los años 2000,
pero visto en retrospectiva fue insuficiente y luego no tuvo reediciones tras su deceso.

MM

¿Cuál es la realidad y la influencia de la oposición proburguesa en el país?

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ATS

La oposición es parte del espectro político cubano pero, insisto, no lo agota. Respecto al
gobierno, existe una oposición organizada —que funciona dentro y/o fuera del país—,
con una clara agenda de «cambio de régimen». O sea, es una oposición al gobierno
cubano y también al socialismo, al comunismo, a las izquierdas en general. Existen
igualmente voces opositoras no organizadas y, dentro de ellas, algunas se definen como
antigobierno pero no «antirrégimen», y otras como ambas cosas.

Una parte importante de esa oposición organizada (en grupos políticos, medios de
comunicación, proyectos específicos, iglesias, etc.) tiene vínculos con Estados Unidos y
con los financiamientos federales de ese país destinados a lo que se llama «política de
desestabilización».

Cuál es la influencia que tiene la oposición respecto al gobierno en específico o al


socialismo en general es una pregunta difícil de responder. La amplificación mediática
de sus acciones o las burbujas que definen las redes sociales pueden configurar un
espejismo en el que su influencia aparenta ser más de lo que es. Eso desconoce los
sectores y actores alrededor de los cuales el gobierno produce consenso, que existen y
son importantes.

Una parte de la oposición —organizada o no organizada— ha defendido en este


contexto de crisis agravada una agenda de intervención militar en Cuba. No es algo
nuevo pero sí más audible en los últimos meses, semanas, días. Una intervención militar
de Estados Unidos en Cuba es improbable en este momento, pero el hecho de que
orbite como opción defendida por ciertos sectores muestra sobre todo la intensidad del
conflicto. No obstante, dentro de Cuba la línea antintervencionista creo que tiene
mayoritarios y profundísimos niveles de consenso.

Ese consenso no es monolítico. Por el contrario, tiene importantes diferencias: desde


quienes piensan que en la situación de plaza sitiada de Cuba es preferible priorizar la
defensa hacia al enemigo exterior, hasta quienes pensamos que la plaza sitiada no
informa completamente sobre toda la complejidad, déficits, precariedad y limitaciones
de derechos que también hay en el país y a lo cual hay que responder, aún desde esa
plaza sitiada.

No creo que en estas protestas haya una marca ideológica que permita leerlas en
bloque, como protestas de la oposición o lideradas por ella. A la vez, como era de
esperar, en este momento hay una intensa disputa por la apropiación del acto de
protesta para esas agendas políticas.

JCG

La protesta actual tiene una composición clasista identificable si se observa con


detenimiento a los participantes y se hace un mapa de los barrios y localidades donde se
generaron, mayormente empobrecidos. Esto es importante, porque si no se confunden
con protestas proburguesas o completamente conectadas con la política imperialista
estadunidense.

Con esa confusión se pierde de vista la composición real, situada, de la sociedad


cubana, en la cual existe una burguesía (conectada a las transformaciones que el propio
Estado ha implementado) con conexiones con sus similares en EE. UU. y Europa,
fundamentalmente. Sin embargo, también existe una burocracia estatal y militar
vinculada al sector empresarial y al turismo.

Esa confusión presenta a la burguesía como una condición externa a la revolución, al


Estado cubano, a las dinámicas institucionales cubanas, pero invisibiliza que también
hay intereses calificables de «burgueses» anclados en el propio Estado.

MM

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¿Cuál es la realidad interna del Partido Comunista de Cuba? ¿Tiene una vida
deliberativa conocida, tendencias definidas, corrientes críticas? ¿Existe o hay
espacio para una izquierda alternativa (dentro o fuera del partido, pero
independiente de la dirección del PCC)?

ATS

La unidad ha sido un valor político fundamental en la Cuba posterior al 59. Esa unidad,
se ha dicho mucho, se tradujo en unanimidad expresa dentro de los órganos políticos.
En el funcionamiento público, tanto de la Asamblea Nacional del Poder Popular como del
Partido Comunista, se aprecia una única línea gruesa que no deja ver desacuerdos. Pero
eso no significa que el Estado/Partido sea un actor racional único.

Por ejemplo, los debates en la Asamblea Nacional, cuando se estaba por aprobar la
nueva Constitución, mostraron como nunca antes desacuerdos sobre ciertos temas. En
el espacio público eso fue bastante inédito. Mirado en más detalle —y no solo a partir de
lo que se dice sino de lo que se hace—, son claros clivajes que muestran distintos
actores y sectores dentro de la política institucional. Eso no tendría que ser un
problema. Toda la política implica conflicto.

Pero la pregunta iba por otro lado: sobre la capacidad del Partido de acoger debates
entre las izquierdas, para sí mismas y de cara a la sociedad. A eso le añadiría: sobre la
posibilidad de que la idea de «vida buena» no sea —o no siga siendo— cooptada por
formas antidemocráticas de la política, por las derechas, las nuevas derechas o las
ultraderechas.

Al respecto, veo una gran cerrazón dentro de los aparatos del Partido (e institucionales
en general) a acoger  voces diversas del campo de las izquierdas, que podrían o bien
integrar y dinamizar parte de esas estructuras o bien realizar un acompañamiento
crítico. Son rápidamente excluidas, tratadas como outsiders. Las consecuencias que eso
tiene están históricamente verificadas.

JCG

El actual Partido Comunista de Cuba nació de una fusión de fuerzas revolucionarias que
habían contribuido desigualmente al triunfo de 1959. El antiguo partido comunista (PSP)
fue una fuerza que no participó activamente de la insurrección armada frente a Batista.
No obstante, el proceso unitario de los años 1960 unificó al MR 26 de Julio, al Directorio
Revolucionario 13 de Marzo y a aquel Partido Comunista en un nuevo partido (1965),
con el actual nombre de PCC.

El PCC declara que su carácter de partido único está basado en José Martí, pero en la
obra martiana no se puede encontrar una sola referencia a un partido único creado por
él para la República, pues se trataba —el Partido Revolucionario Cubano— de un partido
creado para la Revolución. Los estatutos del PRC rechazan expresamente el carácter
único de ese partido una vez alcanzada la República que debía fundar la Revolución.

La tradición del partido único seguida en Cuba es la de la experiencia socialista del siglo
XX, con centro en la URSS. Aquí encontramos un hecho curioso. Si bien desde 1976
hasta 2019 el PCC fue único en la práctica, la Constitución no incluía ese carácter dentro
de su articulado, incluso cuando se cambió la base social e ideológica del PCC en la
reforma de 1992, respecto a 1976. Ese cambio fue una promesa proveniente de un
proceso crítico hacia las propias maneras del partido, que venía del proceso de
Rectificación del año 1986, que había señalado muchos problemas de representación,
de representación de la diversidad, al interior del sistema político.

La promesa se formulaba así: si tenemos un solo partido, este tiene que representar a
toda la nación, lo que debía haber significado un reconocimiento de diferencias u
ocasionalmente de corrientes en su interior. Eso, hasta hoy, no ocurrió. En 2019 por
primera vez se consagró expresamente ese carácter de partido único.

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Existen diversidades al interior del partido, pero no hay expresión pública de ellas.
Quizás se deba a la estructura del Partido cubano, la de «partido de vanguardia» con
«centralismo democrático», propia de la experiencia socialista del siglo XX, que produjo
continuamente gran desigualdad entre la dirección superior del Partido y sus bases. En
ello, el debate partidista existente desde abajo encuentra poca traducción e inserción en
sus estructuras superiores. Y la encuentra mucho menos en el discurso oficial, que suele
entender las diferencias como si fuesen fisuras.

MM

Ustedes estudian cuestiones de la teoría política y jurídica vinculada al


republicanismo y la democracia. ¿Cuál es su evaluación sobre el régimen político
cubano? ¿Hay posibilidad de alguna reforma democrática en el sistema político
(separación del Partido y el Estado, sindicatos independientes, multipartidismo,
etc.)?

ATS

Me interesa sobre todo el análisis de la posibilidad o la imposibilidad de


democratización amplia en Cuba, de cara a la sociedad, a los grupos empobrecidos, a
los feminismos, los antirracismos y todos aquellos que repiensen y actúen contra la
desigualdad. Y me interesa especialmente sus/nuestras posibilidades o imposibilidades
de interlocución no solo con el gobierno, sino con otros actores y sectores de la
sociedad civil con los que sea posible converger en imaginación política. La tramitación
política de estas protestas sociales puede ayudar a comprender las opciones que están
sobre la mesa colectiva.

Si tomamos como medidor la intervención del Presidente Díaz Canel del 11 de julio, el
día que comenzaron las protestas, diríamos que las posibilidades de democratización
son escasas o nulas. Hubo un llamado al combate entre «revolucionarios» y
«contrarrevolucionarios» y, por todo lo que he dicho antes, eso no deja espacio a casi
nada, porque simplifica el diagnóstico de las jornadas.

Sin embargo, en los días siguientes se produjo un arco de transformación en su discurso


y se pasó a uno que apela a la solidaridad, al amor, contra el odio, por la escucha a las
personas con «necesidades insatisfechas». Ese cambio importa y mucho, porque entrevé
conciencia sobre la gravedad del conflicto y la necesidad de tramitarlo políticamente.

Ahora, traducir las protestas en un


programa político transformador y democratizador
implica bastante más. Implica abrir las instituciones políticas, laborales y de
coordinación social a una profunda crítica social y política. Implica repensar el papel de
los sindicatos, que son ahora mismo estructuras fósiles como mismo lo son al menos
una parte de las organizaciones de masas.

Implica transformar la prensa estatal y regular la prensa independiente bajo principios


de soberanía y apego a la ley. Implica elaborar y aprobar urgentemente una nueva Ley
de Asociaciones. Implica hacer porosas las estructuras institucionales a las demandas e
iniciativas ciudadanas, que hacemos desde los feminismos y otros espacios políticos o
gremiales.

E implica, también, trabar más alianzas dentro de la sociedad civil, porque no toda la
política es aquella que busca interpelar al poder institucional. Hay más que eso y
siempre lo ha habido: actores que trabajan en los barrios, redes nacionales, colectivos
reconocidos o no oficialmente que se conectan y funcionan.

JCG

Hace diez años la palabra «república» apenas se usaba en Cuba. Su empleo se limitaba
al nombre oficial del país: República de Cuba. En los discursos políticos, en los textos
escolares, incluso en el debate intelectual, estaba ausente. De un tiempo para acá, la
situación ha cambiado, tanto a nivel social como a nivel oficial. No existen explicaciones

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oficiales para el siguiente hecho, pero la Constitución de 1976 se titulaba «Constitución


Socialista», mientras que la 2019 es «Constitución de la República de Cuba».

Hay también un uso del concepto de República dentro de Cuba muy ignorante
intelectualmente y muy interesado políticamente que confunde toda demanda que se
haga sobre la república socialista cubana con el republicanismo liberal burgués previo a
1959. Esa idea desconoce demasiadas cosas.

Desconoce, por ejemplo, que el republicanismo, en su vertiente popular y democrática,


es un contenido central de la política cubana del siglo XIX y el XX, y desconoce las
diferencias entre el republicanismo socialista y el republicanismo liberal. El
republicanismo democrático socialista tiene cuatro ejes fundamentales, que sirven para
pensar también cómo el socialismo y la república necesitan encontrarse y marchar
juntos.

Uno de ellos es considerar la libertad como inalienable. Cuba tiene problemas reales en
este campo, porque en su historia revolucionaria ha recortado el estatus de la libertad
política a categorías políticas como «revolucionario» respecto a la de «ciudadano», que
es la que categoría universal de relación con el Estado. Hacer distinciones entre
«revolucionarios» y «no revolucionarios» para el acceso, por ejemplo, al campo de los
derechos políticos, es un problema de libertad republicana y socialista.

Otro problema es la relación entre el Derecho y la Ley. En Cuba, hasta el año 2019, la
Asamblea Nacional del Poder Popular aprobó tres veces más decretos que leyes, y, en
general, tuvo una baja elaboración legislativa en forma de leyes. Las «leyes» tienen un
sentido propio en la jerarquía legislativa: expresan discusión, deliberación y capacidad
de articulación. La carencia de leyes propiamente dichas en favor de la gran presencia
de decretos supone una muy escasa vida política parlamentaria y una pobre discusión
política sobre el contenido de las materias fundamentales que deberían ser sometidas a
leyes.

Pero a esa historia hoy se le suma un problema adicional: el lenguaje constitucional de


2019 es mucho más amplio que muchos de los decretos que se han aprobado después
de ese año. Entonces, si bien existe mayor reconocimiento de derechos de participación
y de garantías a derechos en la Constitución vigente, se han ido aprobando decretos
más restrictivos. Un ejemplo de ello es el DL 370, que
regula la expresión a través de
redes públicas de transmisión de datos. Es otro problema republicano socialista, en este
caso para la elaboración colectiva de lo político y para la producción popular del
Derecho.

Otro problema para el republicanismo socialista en Cuba es el de la propiedad


distribuida y con capacidad de protección y control frente a ella. Esa discusión se ha
mantenido en el país entre la dicotomía entre «propiedad estatal» y «propiedad
privada».

La privada sería la capitalista, que no existía en Cuba regulada constitucionalmente


hasta el 2019, mientras que la única propiedad expresamente socialista sería primero la
estatal y luego la cooperativa. Sin embargo, apenas se ha dado una discusión franca,
frontal, sobre los problemas de la propiedad estatal burocráticamente controlada y
burocráticamente dirigida que no supone ampliación de poder colectivo para los
trabajadores ni supone capacidad de reivindicación de los derechos de propiedad para
sus reales titulares, fuesen colectivos obreros, colectivos ciudadanos, etc.

Ese es otro problema para el republicanismo socialista, si entendemos que el socialismo


es un programa de distribución de poder y de propiedad para construir capacidades
para producir la vida y controlar las condiciones de la existencia.

MM

¿Cómo valoran las reformas económicas iniciadas hace más de una década, que
incluyeron la apertura al capital extranjero de algunas áreas de la economía? ¿Y

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qué evaluación hacen del liderazgo de Miguel Díaz-Canel?

ATS

El cambio en el liderazgo del poder político era, obviamente, inevitable. Las reformas
económicas también lo eran, y lo siguen siendo. No se trata de si reformas sí o reformas
no. Analistas de todas las disciplinas, especialmente desde la economía y las ciencias
sociales, dentro y fuera de las instituciones, se han pronunciado sistemáticamente por la
necesidad de reformas. La discusión pasa por qué tipo de reformas, en qué tiempos, con
qué costos, para quiénes, para qué.

El bloqueo estadounidense y la política de desestabilización política de ese gobierno


hacia Cuba ha estado ahí, cada vez peor, y en el corto plazo parece que continuará. Eso
hay que denunciarlo, no naturalizarlo jamás, y continuar acumulando solidaridades en
ese sentido. A la vez, las reformas económicas y sociales en Cuba necesitan revisarse:
detener algunas, reensamblar otras, destruir rápidamente otras sumamente peligrosas
que continuarán engrosando el grupo de los y las empobrecidas.

La reforma cubana tiene problemas de implementación pero también de diseño. Es


desconsiderada en la práctica, aunque no lo sea en el discurso, respecto al
empobrecimiento y la desigualdad. Las formas concretas de asegurar justicia social no
están en el centro de la discusión partidista ni institucional, como argumentamos en
nuestro
más reciente artículo en Jacobin.

Las medidas de protección social existentes son insuficientes y en muchos sentidos


deformes. La escasez de recursos restringe las posibilidades pero no justifica nada de
eso. Podría hacerse —y necesita hacerse— de modo distinto. Desde antes de las
protestas y ahora más, hay urgencias. En primer lugar, es imprescindible no criminalizar
ni simplificar las protestas: entender su legitimidad y sus razones tanto como su
complejidad.

Segundo, asumir un proceso de revisión profunda de lo sucedido, incluidos muy


especialmente, los abusos policiales denunciados y testimoniados que necesitan
investigarse tanto como poner en libertad a las personas inocentes y levantar las causas
que tienen en su haber parte de los y las manifestantes. Tercero, urge resituar la
discusión de la justicia social y de la igualdad como contenido factual de los programas
de economía política que se están implementando. Cuarto, es vital producir una
conversación entre distintas imaginaciones políticas, y muy especialmente de las del
campo de las izquierdas.

Nunca es admisible, y ahora lo es menos, la «cosmetización» del conflicto. Está en


juego, sobre todo, la vida buena y justa para cubanos y cubanas.

JCG

Sobre Díaz-Canel hay algo que es clave. Raúl Castro no tiene ningún cargo actual, pero
Díaz Canel anunció que Raúl sería consultado para los grandes temas que se requiriera.
En este mismo momento, mientras conversamos con Jacobin América Latina, Raúl
Castro se encuentra reunido con el Buró Político del PCC, en una reunión que estaría
tratando el tema de las protestas.

El tipo de legitimidad que tuvieron Fidel y Raúl Castro es irremplazable en Cuba.


Tuvieron una amplia línea de apoyo, por razones tanto de historia como por sus labores
al frente del país, y también tuvieron sus enemigos y sus críticos.

El nuevo hecho es que el actual gobierno tiene que construir su legitimidad sobre otras
bases: la legitimidad de su gestión y la legitimidad institucional. Ahí es donde tiene que
enfocar todo su trabajo Díaz-Canel. Tiene que ampliar la superficie de contacto del
Estado con la sociedad cubana, dar cuenta de que existe un problema serio de
representación de la sociedad cubana dentro de las instituciones y comprometerse con
que el amplio apoyo popular a la constitución de 2019 no significa un cheque en blanco

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para cualquier tipo de actuación estatal.

Tiene haberes a su favor. La política pública de ciencia en Cuba no la definió Díaz-Canel,


sino Fidel Castro, y ha sido muy exitosa. Díaz-Canel tiene el mérito de haber continuado
esa política y de haber logrado, bajo su gobierno y en medio de la pandemia del COVID-
19, un logro tan descomunal como dos vacunas cubanas, primeras en América Latina,
con calidad mundial.

El modo en que se maneje la crisis actual va a definir muchas cosas en Cuba. Esa es su
responsabilidad. Debe tener la capacidad de conducir un proceso político apto para
comprender la legitimidad que habita en las protestas, facilitar articulaciones populares
contra los enemigos externos y darle un nuevo cauce al pacto nacional cubano. Será una
prueba definitiva para su liderazgo.

A. Torres Santana y J. C. Guanche

Julio César Guanche, intelectual cubano: “Este país no


es un país de mercenarios”
En esta entrevista, el investigador y ensayista se refiere al Movimiento San Isidro y
la noche del 27 de noviembre, hitos de la movilización de intelectuales y artistas
cubanos por las libertades de expresión y creación en la isla. “Hay muchos motivos
para el pesimismo en y sobre Cuba”, reconoce. “El optimismo en el que puedo creer
es el que provenga de la sabiduría patriótica colectiva cubana”.

Por Faride Zerán


palabra.publica@uchile.cl

El 27 de noviembre último (27N), centenares de jóvenes protagonizaron en La Habana


una inédita manifestación frente al Ministerio de Cultura como reacción ante el desalojo
de un grupo de huelguistas de hambre del Movimiento San Isidro (MSI), una
organización cultural que agrupa a artistas y creadores, algunos de los cuales se
congregaban en su sede en protesta por la detención del rapero Denis Solís.

El acto, que congregó a más de 300 personas que pedían dialogar con las autoridades,
exigiendo libertad de expresión y de creación, concitó el apoyo de figuras como la del
músico Silvio Rodríguez, la presencia de cineastas como Fernando Pérez y Ernesto
Daranas, y de actores como Jorge Perugorría, entre otros artistas e intelectuales que son
parte del proceso cubano y que esa noche manifestaron públicamente su respaldo ya
sea al movimiento o a la necesidad de dialogar.

Así, en las redes de Ernesto Daranas se podían leer frases como “el gobierno no es la
Patria, pensar diferente al gobierno no es ser un traidor a Cuba y ceder frente a la
intimidación es someterse a los intransigentes que han frenado los cambios que el
socialismo cubano ha demandado”.

Entre estos artistas e intelectuales que se enfrentaban a la intolerancia de los burócratas


de turno —o de “los burros”, como les decía en su cara el intelectual cubano ya fallecido,
Alfredo Guevara, quien les enrostraba la frase “la revolución es lucidez”—, estaba el
jurista e historiador Julio César Guanche, 46 años, doctor en Ciencias Sociales, profesor
de la Universidad de la Habana por una década y visiting scholar y visiting professor en
Harvard University, Northwestern University (Illinois) y Max Planck Institute for European
Legal History (Frankfurt).

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Julio César Guanche. Foto: Gabriela Calzada.

Guanche, quien trabajó por años en la Casa del Festival Internacional del Nuevo Cine
Latinoamericano y ha publicado varios libros, no habla desde Miami, o desde quienes
quieren derrocar al régimen cubano. Él, como tantos, asume que la crítica, el diálogo y
la defensa de todas las libertades no pueden limitar con Miami sino con la esencia de
toda revolución si de verdad -como decía Alfredo Guevara- “la revolución es lucidez”.

F.Z.—En un texto publicado en tus redes sociales titulado “La Cuba de anoche”,
donde narras la manifestación frente al Ministerio de Cultura, escribes: “tenemos la
obligación moral de entender la Cuba de anoche como algo que en ningún caso se
trata de ‘una pandilla de contrarrevolucionarios haciendo causa común con
terroristas’. El que sostenga y aliente esa narrativa tiene que saber que es culpable
de proponer el escenario de futuro más horrible que podríamos tener por delante:
el que asegura el espacio de ‘nosotros’ contra los demás”. Ese deseo no se está
cumpliendo, pareciera que el Gobierno estaría cerrando filas en contra de los
manifestantes y quienes los apoyan. Desde una óptica general, ¿qué está pasando
en Cuba?

—La situación tiene algo de inédita y su origen puede leerse en varias claves. El actual
escenario cubano expresa el cambio generacional, social y cultural que experimenta
Cuba desde hace años. Expresa cómo la sociedad cubana comparte problemas y
promueve agendas que están interconectadas con el entorno internacional, como lo son
temas de derechos políticos y civiles, y demandas de clase, raza y género.

Ninguno de los que estuvo el 27N frente al MINCULT nació ese día a la vida política en
Cuba, como tampoco los que protagonizaron las protestas del Movimiento San Isidro. Se
trata de sujetos emergentes que no son iguales entre sí, pero comparten demandas que,
en varios casos, son transversales. Estas, me parece, no se pueden reducir a una sola
posición de izquierda o de derecha, y menos a la de “revolucionarios versus
contrarrevolucionarios”.

Muchos de los presentes en el MINCULT estuvieron también en mayo de 2019 en la

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primera marcha independiente convocada en Cuba a favor del orgullo gay. Otros habían
participado por años de un largo y problemático proceso de negociación con el Estado
cubano
en torno a la libertad creativa y el reconocimiento del cine independiente. Otros
tienen
militancia en organizaciones opositoras que niegan toda legitimidad al Estado
cubano.

Unificar toda esa diversidad en una sola etiqueta no arroja luz sobre la situación.

En otros contextos, la diversidad de esas demandas ha encontrado representación en


movimientos sociales o articulaciones gremiales autoorganizadas. Hasta el momento,
todas esas formas son inexistentes en Cuba, un país cuya política oficial se sigue
manejando en términos de partido único “de vanguardia” con el apoyo de “las
organizaciones de masas”. En ello, ese discurso entiende que “revolucionario” es
primariamente el hecho de participar de ese esquema.

Es muy peligroso unificar toda diversidad que pretenda expresarse fuera del
Estado —o en combinaciones de dentro y fuera del mismo— como contraria al
sistema político del país. Hacerlo es construir un arco “enemigo” que forme un
espectro de casi 180 grados (izquierdas, derechas y variantes de cada una de ellas)
a partir del hecho de recurrir a espacios de demanda y circulación de discursos
alternativos a los aprobados por el Estado cubano.

Por ello, entiendo que lo que está sucediendo en la isla expresa el agotamiento, o al
menos los gruesos límites, de los cauces de representación ofrecidos por el sistema
político cubano y sus instituciones. En ello, aparece la pregunta por cuáles son las
“mayorías” en Cuba, y sobre todo la pregunta de mayorías para qué. Es un hecho que
una abrumadora mayoría aprobó la actual Constitución (2019) con el sistema socialista
que consagra, pero es difícilmente aceptable que mayorías defiendan, por ejemplo, la
política de construcción masiva de “enemigos” que, en nombre del “socialismo”, tiene
consecuencias nefastas en términos de difamación, privación de puestos de trabajos por
motivos ideológicos, recorte de derechos y exclusión política.

La actividad de la administración estadunidense para “capturar” la actual coyuntura


a su favor se inserta en la larga historia de agresiones de ese régimen político
contra Cuba y forma parte de la ecuación de análisis del presente. De hecho, en
medio de la crisis de San Isidro y del 27N, la administración Trump ofreció grants
por un valor de
1 millón de dólares para apoyar iniciativas de la sociedad civil
frente al régimen político cubano. No es una cifra aislada: se suma a la de
al menos
67 millones que en los últimos cuatro o cinco años han sido destinados a
programas orientados a lograr la “libertad” de Cuba.

Ahora bien, el Estado y la sociedad cubanos, y todos los actores comprometidos con la
soberanía nacional, tienen el compromiso de denunciar ese tipo de interferencia a la vez
que el de reconocer la existencia de un espacio legítimo de confrontación dentro de
Cuba. Ello debe llevar a identificar como manipulación política, de una moralidad
inaceptable, el hecho de reconducir toda crítica realizada en Cuba a la “dependencia de
la agenda imperialista”. No hacerlo forma también parte del agotamiento de los cauces
de representación ofrecidos por el sistema político cubano y sus instituciones.

Manifestación del 27N frente al Ministerio de Cultura de Cuba, La Habana. Foto: Gabriel Guerra Biancini.

F.Z.—Entonces, ¿no es una cuestión exclusivamente cultural lo que está en


discusión? ¿Qué más crees que forma parte de esta coyuntura?

—La situación tiene un componente central de demandas de artistas e intelectuales,


vinculadas a exigencias de libertades de expresión y de creación. Sin embargo, la
“sentada” frente al MINCULT del 27N se comunica también con otros problemas
nacionales. Esa es una clave para entender por qué la protesta de San Isidro, y luego la
del MINCULT, se esparcieron del modo en que lo hicieron, más allá de las diferencias

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entre ellas, hasta llegar a convertirse en un tema de conversación nacional y de atención


internacional.

Entre esos problemas nacionales se encuentran las preocupaciones y las contestaciones


frente al rumbo económico tomado por el país, con el aumento de la pobreza y la
desigualdad, la enorme carestía de la vida cotidiana y la abrumadora dificultad para
resolver carencias de primeras necesidades. Esos problemas enfrentan un amplio campo
de críticas frente al ritmo de la toma de decisiones económicas por parte del Estado y al
perfil de varias de las medidas que ha adoptado, como por ejemplo la inversión, muy
desproporcionada, en materia turística en
detrimento de la inversión en agricultura y de
la producción nacional de alimentos.

Lo sucedido frente al MINCULT expresa también la toma de conciencia y la


elaboración propia de un lenguaje de derechos y de repertorios de contestación
hasta hace poco desconocidos en Cuba. Confirma el desplazamiento de la oposición
tradicional —que nunca estuvo en el centro del escenario— y hace más visible una
nueva zona crítica, parte importante de la cual no se identifica como “disidente” —
etiqueta que otorga un margen de maniobra muy controlado por el Estado—, al
tiempo que posee una visión cuestionadora del desempeño estatal.

Esta es una zona que sí puede ganar enorme protagonismo en el debate y la


construcción política nacional, y es la razón por la cual
la maquinaria propagandística
más conservadora de la ideología cubana la ha tratado de reducir, de modo delirante, a
la condición de “mercenarios” o personas al servicio de la CIA.

F.Z.—¿Qué tiene de diferente lo que ocurrió el 27 de noviembre con otros


momentos o situaciones donde el Gobierno ha sido interpelado a través de
manifestaciones populares ¿Qué hace tan singular esto? ¿Cómo proyectas este
momento político en Cuba hoy?

—En concreto, lo que ha pasado después del 27 de noviembre tiene de “más de lo


mismo”, a la vez que posee también novedades.

Por un lado, la situación actual viene de un contexto en que ya se estaban usando


prácticas difícilmente legales de detenciones exprés, interrogatorios por parte de la
Seguridad del Estado e imposición de multas sobre la base
de muy dudosos
fundamentos legales contra personas no sólo “disidentes”, sino también contra aquellos
con perfil crítico pero sin causa jurídica alguna contra sí. Ahora, además, se han
reiterado prácticas abiertamente ilegales de control de movimientos (arrestos
domiciliarios a personas sobre las que no pesa causa pendiente) y de privación de
comunicaciones (retirada selectiva de los datos móviles a personas específicas del
servicio de telefonía y acceso a internet). Lo antes dicho ha ocurrido lo mismo con
personas
relacionadas con el Movimiento San Isidro como
relacionadas con el 27N.

También ha existido, en parte, cooptación estatal de iniciativas autónomas de


izquierdas, básicamente juveniles, como lo ocurrido con la cobertura mediática realizada
sobre la “Tángana” del Parque Trillo. Asimismo, se han
realizado reuniones con público
selectivo —con invitaciones de “a dedo”— para tener encuentros con las autoridades
culturales del país y afirmar que así se continúa el diálogo prometido el 27N. (Mientras
tanto, no es raro que
varias de las intervenciones producidas en ese tipo de encuentros
hayan mostrado agendas en común con el 27N). Además, han ocurrido intentos de
“asesinatos de reputación” en los medios estatales contra personas con perfil crítico, a
las que se acusa sin prueba alguna ni derecho a réplica de estar subordinados a agendas
externas de subversión contra Cuba.

Todo esto es “más de lo mismo”.

Sin embargo, también hay novedades. Instituciones oficiales, como las secciones de la
UNEAC y de la AHS de la Isla de la Juventud, intervinieron en el debate con una
imaginación muy diferente a la que usaron los medios estatales para impugnar todo lo
relacionado con el 27N. Iniciativas de izquierda,
como el proyecto La Tizza se opusieron

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a permitir “que la espontánea iniciativa de un grupo de compañeros sea secuestrada por


los temerosos custodios de una fe que consideran feudo…” y convocaron
espacios de
reflexión sobre la democracia socialista en instituciones oficiales —como el Instituto
Juan Marinello, un viejo bastión del pensamiento crítico dentro del país. Organizaciones
de la sociedad civil cubana reconocida por el Estado, como el
Centro Martin Luther King
Jr., declararon a favor de la necesidad del “diálogo enfocado en el bienestar colectivo, en
la inclusión, en la cooperación, para recrear un proyecto de justicia, equidad, paz,
dignidad y libertad.” A la vez, están naciendo nuevos proyectos de articulación
ciudadana, como “Articulación Plebeya”, comprometidos con la soberanía nacional a la
vez que con la democracia política, social y cultural para Cuba, al tiempo que se
multiplican cartas y declaraciones sobre la actual situación, que con diversos perfiles
ideológicos, movilizan opinión y alianzas (entre ellas, cartas de residentes en el exterior,
cartas de académicos,
declaraciones de feministas, etcétera). En todo esto, hay
novedades.

Para mí, lo más nuevo que estamos viviendo es que la política —entendida como
demanda por crear el orden y no sólo como el hecho de participar del existente— ha
irrumpido en Cuba de modos que resultan para muchos no acostumbrados. Esos modos
también “han llegado para quedarse”.

«Las izquierdas cubanas que no afirmen que la democracia —entendida como capacidad
de producir libertad y justicia en lo político, lo social y lo cultural, y no sólo como un
recurso institucional para el manejo de lo político— es el camino de nuestras soluciones,
están haciendo un pésimo ‘favor’ a la revolución, o incluso están, peor aún,
oponiéndose a ella».

F.Z.—En esa línea, ¿por qué valores esenciales como los que contiene la libertad de
expresión pueden estar reñidos con la revolución? ¿Acaso las izquierdas no deben
ser esencial e irreductiblemente libertarias?

—Permíteme repetir
algo que escribí al día siguiente de esa noche frente al MINCULT:
“Este país, y el país de anoche, no es un país de mercenarios. Lo que sucedió ayer fue
todo lo contrario. Viví miedo y alegría, viví solidaridad, viví ayuda mutua concreta, vi a
gente conversando normal en medio de todo. Esos son valores revolucionarios. Cuando
salieron los que estaban en la reunión, y se dijeron palabras que nunca se habían
dicho así en público, en un recinto público, vi respeto y vi esperanza. Esa esperanza es
sobre Cuba, sobre el mejor futuro del que somos capaces. El futuro que nos merecemos.
El que quiera pensar que es solo sobre San Isidro, puede hacerlo, pero se equivoca. El
que sienta que debe defender “la revolución” contra lo que sucedió ayer, que lo haga,
pero también se equivoca. La Revolución no está en un lugar, en un parque, en un acto.
Está donde quiera que haya convicción moral por la justicia y pasión política por la
libertad”.

No hay contradicción entre defender la libertad de expresión y la revolución. Más bien,


es lo contrario. Sin defensa de los derechos universales, sin compromiso con su carácter
interdependiente, sin lucha para hacerlos social y políticamente accesibles para todos,
no hay revolución posible ni deseable. Las izquierdas cubanas que no afirmen que la
democracia —entendida como capacidad de producir libertad y justicia en lo
político, lo social y lo cultural, y no sólo como un recurso institucional para el
manejo de lo político— es el camino de nuestras soluciones, están haciendo un
pésimo “favor” a la revolución, o incluso están, peor aún, oponiéndose a ella.

Manifestación del 27N frente al Ministerio de Cultura de Cuba, La Habana. Foto: Gabriel Guerra Biancini.

F.Z.—¿Es optimista Julio César Guanche con el futuro de su país?

—Déjame, por favor, volver un poco al principio. Te decía que el cambio generacional,
social y cultural experimentado por la sociedad cubana no encuentra espacio en la
forma de hacer política en el país. No se trata sólo de la edad de los actores

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institucionales, sino de cuáles son los códigos que manejan.

Esos códigos mezclan nuevas y viejas ideas en un todo que se parece más a la necesidad
de acomodar entre sí las distintas imaginaciones de los sectores con más poder en
Cuba. Entre ellos, algunos son muy conservadores y otros más “modernizantes”, pero
conviven entre sí sin dar muestras públicas de sus divergencias y sin hacer visible frente
a la ciudadanía que sus conflictos son una clave de la toma de decisiones actuales, que
pasa por “los peligros que enfrenta el país” pero también por la lucha interna por
controlar poder.

En lugar de ese complejo de ideas y prácticas contradictorias entre sí —en la que


algunos han visto una manera de traducir a la cubana la idea de “un paso adelante y dos
atrás”—, debería poder visibilizarse un esfuerzo consciente de elaborar un renovado
horizonte de futuro para el país que ofrezca esperanza y confianza. Sin ambos —
esperanza y confianza— es muy difícil producir optimismo.

En concreto, algunos contenidos del discurso oficial apuntan hacia adelante. La


consagración del Estado socialista de Derecho y la provisión de nuevos derechos y
garantías en la recientemente aprobada nueva Constitución (2019), es parte de ello. Ese
hecho toma conciencia de que la clave de renovar la hegemonía en Cuba no pasa por la
legitimidad del liderazgo histórico —que en 2021 abandonará el escenario
definitivamente tras el próximo Congreso del Partido Comunista, contando ya con más
de noventa años de edad —, sino en la calidad de su desempeño institucional y en su
capacidad para producir justicia social y generar inclusión política.

En sentido contrario, otros contenidos del discurso oficial apuntan hacia atrás. Se
mantienen formas discursivas y organizativas hace mucho tiempo agotadas, que poco o
nada tienen que decir a muchos actores de la renovada sociedad cubana. Por ejemplo, la
pretensión de reconducir toda la agenda de demandas hacia el cauce de las instituciones
existentes, sin reconocer la trayectoria de desgaste que poseen, junto a la gran
dificultad existente para crear nuevas formas asociativas, la recuperación de “actos de
repudio” para contener la protesta —entre otros recursos que muchos consideran desde
hace tiempo inaceptables—, y la pervivencia de discursos sobre el “derecho de la
revolución a defenderse” que desconocen el marco constitucional que el propio Estado
califica de revolucionario y al cual está obligado como requisito primero de su
legitimidad.

Soy, en verdad, poco optimista sobre nuestro futuro. El optimista puede ser un
pesimista bien informado, dice una vieja frase. Gramsci hablaba del pesimismo de
la razón frente al optimismo de la voluntad. Desde la razón, hay muchos motivos
para el pesimismo en y sobre Cuba. Desde la voluntad, el optimismo en el que
puedo creer es el que provenga de la sabiduría patriótica colectiva cubana.

De poder abrirse paso ella en esta situación —lo que significa la apertura y el desarrollo
de espacios para su organización y su expresión tanto como la extensión de los
diálogos que pueda establecer con el Estado y consigo misma—, es de donde puede
provenir el optimismo deseable, el que es sinónimo de lucidez, el que entiende que la
revolución es el camino abierto a la esperanza de que una Cuba mejor, también, es
posible.

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