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Boletin de La Fogata

"NUESTROS SUEÑOS Y LUCHAS, NO CABEN EN SUS URNAS"

MARZO 2001 - MARZO 2021 - 20 AÑOS DE LA PÁGINA


 DE LOS COMPAÑEROS....
AÑO XX - FEBRERO 2021 -
www.lafogata.org - correo@lafogata.org

BOLETÍN DEDICADO Al ZAPATISMO, PARA AYUDAR A COMPRENDER LA LUCHA QUE


LLEVAN ADELANTE LOS
ZAPATIST@S CON SACRIFICIO Y DIGNIDAD POR MAS DE 25
AÑOS. ANTE EL SILENCIO DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN TRADICIONALES  Y DEL
PROGRESISMO LATINO AMERICANO, ADORADORES DE GOBIERNOS NEOLIBERALES Y
EXTRACTIVISTAS COMO LOS QUE CAMPEAN HOY POR NUESTRA REGIÓN.

ESPECIAL ZAPATISTA, A 25 AÑOS DE LA TRAICIÓN DE FEBRERO DE 1996,


LOS ZAPATISTAS NO ESTÁN SOLOS.

file:///C/%2000%20-%20deposito/boletines/feb-zapa.htm[02/05/2023 23:58:19]
Boletin de La Fogata

Hace
25 años,
el pueblo
de San
Andrés
Larráinzar
-apellidado
así
en memoria
de un
gobernador
y finquero
cuya
familia
había
poseído
en parte
esas
tierras,
pobladas
de antiguo
por los
mayas
tzotziles
de los
Altos
de
Chiapas-
era
escenario
de un
evento
trascendental
en la
historia
indígena
de México:
representantes
de alto
nivel
del
Estado
mexicano
y los
comandantes
indígenas
del
Ejército
Zapatista
de Liberación
Nacional
(EZLN)
firmaron
el 16
de febrero
de 1996
los
Acuerdos
de San
Andrés.
Por
primera,
y hasta
ahora
única
vez, el
Estado
nacional
se comprometía
a promover,
respetar
y elevar
a rango
constitucional la
autodeterminación
de los
pueblos
originarios
en cuestiones
tan
específicas
como
sus territorios,
sus
derechos
culturales,
su acceso
y
gestión
de los
medios
de comunicación.

Aunque
era
apenas
la primera
de cuatro
“mesas”
y los
dos “puntos”
programados para
desahogar
las
demandas
de los
rebeldes
indígenas,
se sentía
como
la culminación
de
un proceso
extraordinario:
los diálogos
de San
Andrés,
que con
intensidad
y dramatismo
se venían
desarrollando
allí
desde
varios
meses
antes
y se
prolongarían
hasta agosto
de ese
año.
Pronto
se vio
que nada
culminaba,
cuando
el gobierno
de Ernesto
Zedillo
Ponce
de León
incumplió
lo acordado,
en la
que sería
su segunda
traición
al EZLN. La
primera
traición
había
ocurrido
el 9
de febrero
de 1995,
cuando
Zedillo
jugó
la carta
de la
guerra
y militarizó
en dos
días
los territorios
de los
zapatistas
mientras fingía buscar un
encuentro con la
comandancia general
rebelde,
usando
como
señuelo
al entonces
secretario
de Gobernación,
Esteban Moctezuma
Barragán,
y a
la subsecretaria
Beatriz
Paredes,
enviados
suyos
a la
selva
Lacandona
para
reestablecer
la comunicación
con
el Comité Clandestino
Revolucionario
Indígena,
Comandancia
General
(CCRI-CR) del
EZLN.
Los enviados
de Zedillo
quedaron
en
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Boletin de La Fogata

volver
pronto
con
una respuesta
a los
planteamientos
de los
indígenas.
En vez
de ellos,
envió al
Ejército
federal
en la
operación
militar
más vasta
y masiva
en un
sólo territorio
de nuestra
historia
moderna.

Zedillo
había
ordenado
la
captura
del mando
rebelde,
lo que
equivaía
a reiniciar
la guerra,
tras
un año
de
tregua.
El repliegue
de las
tropas insurgentes
fue impecable
al ocupar
posiciones
de montaña
inaccesibles. Las
comunidades
en resistencia
experimentaron
el acoso,
la agresión
y el robo
de las
tropas
federales.
Muchas
debieron
refugiarse
en las
cañadas
y laderas.
Y guardaron
una vez
más el
secreto.

LOS ACUERDOS DE SAN ANDRÉS


25 AÑOS
por Hermann Bellinghausen
La Jornada

 
Hace
25
años,
el pueblo
de San
Andrés
Larráinzar
-apellidado
así
en memoria
de un
gobernador
y
finquero
cuya
familia
había
poseído
en parte
esas
tierras,
pobladas
de antiguo
por los
mayas
tzotziles
de los
Altos
de Chiapas-
era
escenario
de un
evento
trascendental
en la
historia
indígena
file:///C/%2000%20-%20deposito/boletines/feb-zapa.htm[02/05/2023 23:58:19]
Boletin de La Fogata
de México:
representantes
de alto
nivel
del
Estado
mexicano
y los
comandantes
indígenas
del
Ejército
Zapatista
de Liberación
Nacional
(EZLN)
firmaron
el 16
de febrero
de 1996
los
Acuerdos
de San
Andrés.
Por
primera,
y hasta
ahora
única
vez, el
Estado
nacional
se comprometía
a
promover,
respetar
y elevar
a rango
constitucional la
autodeterminación
de los
pueblos
originarios
en cuestiones
tan
específicas
como
sus territorios,
sus
derechos
culturales,
su acceso
y
gestión
de los
medios
de comunicación.

 Aunque
era
apenas
la primera
de cuatro
“mesas”
y los
dos “puntos”
programados para
desahogar
las
demandas
de los
rebeldes
indígenas,
se sentía
como
la culminación
de
un proceso
extraordinario:
los
diálogos
de San
Andrés,
que con
intensidad
y dramatismo
se venían
desarrollando
allí
desde
varios
meses
antes
y se
prolongarían
hasta agosto
de ese
año.
Pronto
se vio
que nada
culminaba,
cuando
el
gobierno
de Ernesto
Zedillo
Ponce
de León
incumplió
lo acordado,
en la
que sería
su segunda
traición
al
EZLN. La
primera
traición
había
ocurrido
el 9
de febrero
de 1995,
cuando
Zedillo
jugó
la carta
de
la guerra
y militarizó
en dos
días
los territorios
de los
zapatistas
mientras fingía buscar un
encuentro con la
comandancia general
rebelde,
usando
como
señuelo
al entonces
secretario
de Gobernación,
Esteban
Moctezuma
Barragán,
y a
la subsecretaria
Beatriz
Paredes,
enviados
suyos
a la
selva
Lacandona
para
reestablecer
la comunicación
con
el Comité Clandestino
Revolucionario
Indígena,
Comandancia
General
(CCRI-CR) del
EZLN.
Los enviados
de Zedillo
quedaron
en volver
pronto
con
una respuesta
a los
planteamientos
de los
indígenas.
En vez
de ellos,
envió al
Ejército
federal
en la
operación
militar
más
vasta
y masiva
en un
sólo territorio
de nuestra
historia
moderna.

Zedillo
había
ordenado
la
captura
del mando
rebelde,
lo que
equivaía
a reiniciar
la guerra,
tras
un año
de
tregua.
El repliegue
de las
tropas insurgentes
fue impecable
al ocupar
posiciones
de montaña
inaccesibles. Las
comunidades
en resistencia
experimentaron
el acoso,
la agresión
y el robo
de las
tropas
federales.
Muchas
debieron
refugiarse
en las
cañadas
y laderas.
Y
guardaron
una vez
más el
secreto.

file:///C/%2000%20-%20deposito/boletines/feb-zapa.htm[02/05/2023 23:58:19]
Boletin de La Fogata

 La necesidad del diálogo con los rebeldes

La
operación
fracasó
en su
intento
de reactivar
las hostilidades
o descabezar
al zapatismo,
y para
comienzos
de marzo
de 1995
Zedillo
estaba
empantanado.
Al patear
el tablero
y
ordenar
la captura
del
subcomandante Marcos,
jefe
militar
y vocero
de los
rebeldes, el
gobierno
había
renunciado
a la
interlocución
con
el EZLN.
Pronto
le resultó
indispensable
tenerla.

El
11 de
marzo
el Congreso
emitió
la Ley
para
el Dialogo,
la Conciliación
y la
Paz Digna
en Chiapas,
que
crea
la Comisión
de concordia
y pacificación
(Cocopa)
y reconoce
a la
Comisión
Nacional
de
Intermediación (Conai)
encabezada
por Samuel
Ruiz
García, obispo
de San
Cristóbal
de Las
Casas.

Tras
un
rocambolesco
movimiento
de piezas
en el
tablero
político
nacional
que a
la fecha
no ha
sido
revelado,
para
su sorpresa Zedillo
recibió
en Los
Pinos
la solución
que proponían
los zapatistas
para
salir
del impasse.
De allí
se tejió
el pacto
para
un nuevo encuentro,
en el
ejido
San Miguel,
a las
puertas
de
la
selva
Lacandona,
entre
la comandancia
indígena
y los enviados
personales
del presidente,
encabezados
por el
ilustre embajador
Gustavo
Iruegas,
el 9
de abril
siguiente.
La reunión sucedió
en
máxima
tensión.
¿Qué
tal si
el gobierno
detenía
a los comandantes?
¿Qué
tal si
todo
era inútil
y alguna
de
las
partes
tenía
que salir
corriendo?

Venturosamente, las partes lograron pactar una


reunión formal
y
pública
entre
la
representación
rebelde
y el
gobierno federal.
Este
tomó
la
forma
de
los
diálogos
de
San
Andrés,
iniciados
el
18
de
octubre
de

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Boletin de La Fogata
1995,
tras
una
serie
de
reuniones
preparatorias
en
dicha
localidad
y que
habrían
de
culminar
con
la
firma
de
los
primeros
acuerdos
el
16
de
febrero
del
año
siguiente.

 
La sorpresa indígena del siglo

La
tarde
del 16
de febrero
de 1996
me tomaba
un café
de olla en
uno de
los pocos
expendios
abiertos
en la
cabecera
de San Andrés (ya para entonces rebautizado
por los autónomos zapatistas,
no Larráinzar,
sino
Sacamch’en
de los
Pobres)
con
algunos
asesores
del EZLN
que venían
de “adentro”,
y de
pronto se
me ocurrió
decirles:
“¿Se
dan cuenta
de que
están
a punto
de cambiar
la Constitución
desde
abajo?”.
Y
uno
de ellos
contestó: “No
creas,
da vértigo”.
Así de
lejos
había
llegado
el proceso.

El
gobierno,
los medios
de comunicación
nacionales
e internacionales
y la
sociedad
mayoritaria
experimentaban
la sorpresa
indígena
del siglo.
Lo que
se previó
como
un encuentro
político
en un
alejado
rincón
de la
República,
resultó
en la
participación
en voz
alta
de más
de veinte
pueblos originarios
del país
con
sus lenguas
y ropajes,
volviéndolo
un diálogo nacional,
algo
no previsto
ni deseado
por el
Ejecutivo. Encabezados por
Marco
Antonio
Bernal,
de pasado
guerrillero,
los enviados
de Zedillo
esperaban
un paseo
folclórico,
pero
cada vez subían
a San
Andrés
les tocaba
un rough
ride que
terminaba
por sentarlos.
A hora
y media
de San
Cristóbal
de Las
Casas,
al principio
la propuesta
zapatista
de crear
condiciones para reunirse en San Andrés les había
parecido un
destino
accesible
y típico.
Más ingenuo
había
sido
Moctezuma
Barragán
al figurarse
el encuentro
en Tziscao,
a orillas
de uno
de los
hermosos
lagos
de Montebello, donde
había
realizado
tareas
sociales
en su
juventud.

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Boletin de La Fogata

Un
factor recurrente era la subestimación que
hacía
el gobierno
de los
indíge- nas
en general,
y de
los
rebeldes
zapatistas
en
particular.
De sobresalto
en sobresalto,
el
gobierno
se había
tenido
que tragar
que
el
EZLN
desplegara
un centenar
de asesores
que incluían
intelectuales
y dirigentes
indígenas
de
medio
México,
así como importantes académicos y religiosos
progresistas.
Lo que
Zedillo
ponía
en
chiquito
todo
el tiempo
rebasaba
sus proyecciones.
San Andrés era uno de los
“tres
o cuatro

municipios”
a los
que el
anterior

presidente,
Carlos
Salinas
de
Gortari,
había
circunscrito
la inconformidad
indígena
tras
el alzamiento
zapatista
el primero de
enero
de 1994.
Y de
pronto,
se convirtió
en un
escenario nacional:
la clase
política
de todos
los partidos
se confrontó con
los zapotecos,
purépechas,
mixes,
nahuas,
wixaritari,
rará- muris,
mixtecos
y mayas
que se
dejaron
venir.
Los invisibles
se habían
vuelto
visibles
fuera
del
control
institucional.

Los verdaderos protagonistas

  ¿Cómo
olvidar
el
susto
mayúsculo
que
se llevaron
el gobierno, los
soldados,
los
servicios
de
inteligencia
y la
prensa
en vísperas del
inicio
de las
negociaciones
para
la agenda
y el
formato
de las mesas
del
diálogo,
el
19 de
abril
de 1995?
Una
marea
de bases de
apoyo
zapatistas
llegó
a la
montañosa
escena
de San
Andrés para
acompañar
a sus
comandantes,
y rodeó
los
tanques
y vehículos
militares
que
resguardaban
la plaza. Una
profusión
de huipiles
y rebozos
tzotziles
y tzeltales
desafió
con
su presencia
a
las
autoridades,
que
estuvieron
a punto de
cancelar
la reunión.

Para
empezar,
los
indígenas
vestían demasiado bonito (cinco mil según datos oficiales,
quizás
el
doble
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Boletin de La Fogata
en realidad),
con esa
vestimenta
que
a los
funcionarios
les pareció
de
gala
y que
en todo
veían
una
emboscada,
ignorando
que
así
se visten del
diario
los
mayas
de las
montañas
de Chiapas.
Acusaron
a la
diócesis
de San Cristóbal
y a
“fuerzas
oscuras”
de financiar
tan
vistosos
ropajes
para
un acarreo que
de
dónde
había
salido.
Se negaban a
admitir
que
los
“tres
o cuatro
municipios”
eran
muchos
más.
Enfrentaban
una nueva
forma
de hacer
política
de los
pueblos
originarios.
Las comunidades
se
movilizaban
para
constituirse
en multitud
organizada.
¿De
qué
otro
modo
hubieran
sido
capaces
de
crear
un ejército
clandestino?

Aquello era
un drama
nacional, con
un reparto
memorable. Lo indígena en el centro del debate. A los
diálogos concurrieron los
comandantes zapatistas,
una comisión
de legisladores
del más
alto nivel
(la
Cocopa),
una comisión
de mediación conformada por mexicanos admirables (Conai), y una
representación presidencial
compuesta en
parte por ex
militantes de
la izquierda
radical y
guerrillera,
reconvertidos
en negociadores
o espías
del gobierno
priísta. Estaban presentes
altos mandos
del
Ejército
federal, a
cargo de
general Tomás
Ángeles Dahuahare
(sobrino nieto
del famoso Felipe
Ángeles).
Si
se agregan
los más
de cien
asesores convocados
por el
EZLN, se
puede extraer
una lista
de nombres muy
significativa: los
comandantes Tacho,
David y
Zebedeo, el obispo
Ruiz García,
el doctor
Pablo González
Casanova, doña Concepción
Calvillo de
Nava, los
poetas Juan
Bañuelos y
Oscar Oliva,
y entre
los asesores
Margarita Nolasco, Alfredo
López Austin,
Antonio García
de León,
el jesuita Ricardo
Robles, los
zapotecos Aristarco
Aquino y
Aldo González,
etc. Por
el lado
oficial, senadores,
diputados, algún
subsecretario, funcionarios
de Chiapas,
un despliegue
variopinto de
personal de
inteligencia civil
y militar
que luego ni
hablaban entre
sí. Televisoras,
periodistas nacionales
e internacionales.

Sin
embargo,
los verdaderos
protagonistas
eran
otros. Nada
más impresionante
que la
presencia
callada

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Boletin de La Fogata
y numerosa de
los indígenas
zapatistas,
cientos,
miles
de ellos
formando día
y noche
(bajo
el sol
y la
lluvia
helada)
un “cinturón
de paz” en
torno
a las
instalaciones
municipales
donde
se negociaba y
pernoctaban
sus comandantes.
No
sólo
eso,
también
se interponían
al cinturón
militar,
del cual
separaba
a los
indígenas la
Cruz
Roja.
Y adentro
de los
tres
cinturones,
los improvisados
salones
de sesión,
los arcos
de
la
biblioteca
municipal
que servían
de proscenio
ante
la plaza
llena,
la famosa
cancha
de básquetbol
de la
escuela
adyacente
techada
para
la ocasión
y convertida
en auditorio
para
las plenarias.

Pocas
veces
se
han juntado
tantos
espías
(además
de los policías
y militares
se hablaba
de la
Mossad,
la
CIA,
el servicio secreto
francés).
Varios
periodistas
también
lo eran.
Hasta
los presuntos
electricistas
de
la CFE
operaban
como
orejas
y cableaban
a discreción
las instalaciones.

Como
en
los conciertos
de rock,
en la
plaza
central
había un
corralón
para
la prensa.
Decenas
de altas
cámaras
de tele- visión,
un enjambre
de fotógrafos
y otro
de reporteros
y observadores
autorizados,
como
el historiador
Andrés
Aubry,
quien se
regocijaba
descifrando
los signos
de los
modernos
mayas.

El desenlace. Punto y seguido

En
esa ensalada
como
de John
Le Carré
en el
bosque
de niebla, pocos
repararon
en
el cerco
de hombres
y
mujeres
silenciosos, despiertos,
de pie
día y
noche,
resguardando
con
sus cuerpos las
negociaciones.
Constituían
un ser
con
vida
propia,
que en
los cambios
de turno
atravesaba
ordenadamente
el poblado,
yendo
y viniendo
del mercado
(nuevo
y nunca
inaugurado)
en las afueras,
convertido
en albergue.
Procedían
de la
selva,
la zona norte,
la frontera,
los Altos.
Hablaban
tzotzil,
chol,
tojolabal, tzeltal,
zoque,
mam.
Su presencia
legitimaba
a los
comandantes
y comandantas
que discutían
con
el gobierno
una
auténtica reforma
de Estado.
Los civiles
encarnaban
las demandas
de los sublevados chiapanecos, ahora
nacionales. Una vez firmados los
primeros
acuerdos,
pueblos
originarios
de todo
México
los
encontraron
favorables,
aunque
no siempre
lo dijeran.

El
proceso
duraría
14 meses
en total
(abril
de 1996-agosto
de 1996).
No
faltaron
intentos
de sabotaje,
como
que durante
las sesiones
ocurrieran
graves
agresiones
armadas
de los flamantes paramilitares en
Tila y
Sabanilla; comenzaban
los desplazados
y las
masacres
que caracterizarían
el resto
del sexenio
zedillista.
O que
se minara
mediáticamente,
por instrucción
presidencial,
la mediación
del obispo
Ruiz
García.
O que los
políticos
se exasperaran
con
el “tiempo
indígena”
impuesto por
los comandantes
del
EZLN.

El
desenlace
de la
primera
firma
fue anticlimático.
Las partes
rubricaron
los acuerdos
por separado.
No
hubo
foto. Los
mandos
zapatistas,
que cada
noche
informaban
en los
por-tales
al terminar
las sesiones,
se negaron
a posar
en la
misma mesa
con
los delegados
oficiales.
Tenían
motivos
para
desconfiar.
Pronto
tendrían
más,
al retractarse
el gobierno
de su
firma
y convertir
los acuerdos
de San
Andrés
en guión
y símbolo de
las reivindicaciones
indígenas
no satisfechas,
que un
cuarto de
siglo
después
siguen
en
pie. 

25 AÑOS DE LOS ACUERDOS DE SAN ANDRÉS


por  Gloria Muñoz Ramirez
Desinformemonos

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Boletin de La Fogata

Comandantes indígenas del EZLN en el Zócalo de la CDMX durante la Marcha del Color de la Tierra, 11 de marzo de
2001. Foto: José Carlo González/ La Jornada

TAMBIÉN A 20 AÑOS DE LA MARCHA DEL COLOR DE LA TIERRA, SEGUIR LUCHANDO CONTRA EL


CAPITALISMO, “QUE ESTÁ MÁS VIGENTE QUE NUNCA Y POR ESO HAY QUE DESTRUIRLO”, NO
“REFORMARLO NI HUMANIZARLO”: CARLOS GONZÁLEZ (CNI)

Este febrero se cumplen 25 años de la firma de los Acuerdos de San Andrés Sakamch’en de los
Pobres y 20 años de la Marcha del Color de la Tierra, dos acontecimientos que marcaron el rumbo del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y del Congreso Nacional Indígena (CNI). De la “traición”
del gobierno a lo pactado en materia de derechos y cultura indígena surgió la decisión de los
zapatistas y de los pueblos, naciones y tribus de buscar el ejercicio de su autonomía en los hechos y,
como lo enuncia el resolutivo de la reciente asamblea del CNI en Tepoztlán, Morelos, seguir luchando
contra el capitalismo que, en palabras del abogado agrario Carlos González García, “está más vigente
que nunca y por eso hay que destruirlo”, no “reformarlo ni humanizarlo”.

Participante de los diálogos de San Andrés entre 1995 y 1996 y miembro del CNI desde su fundación,
González García señala que de 1996 (año de la firma de los Acuerdos) al 28 de abril del 2001 (fecha en
la que se promulga la reforma constitucional que supuestamente recogería los Acuerdos) es una etapa
en que los zapatistas y los pueblos que conforman el CNI apostaron a una reforma del Estado, “a partir
de una reforma a la Constitución que incorporara la parte nodal del espíritu de los Acuerdos de San
Andrés, como la autonomía y los derechos territoriales a través de figuras legales específicas, tales
como el reconocimiento de las comunidades como entidades de derecho público”, entre otros puntos
importantes.

De 1996 al 2001, el esfuerzo del EZLN y de los pueblos que conforman el CNI se encaminó al
cumplimiento de los acuerdos signados con el gobierno federal en materia de derechos y cultura
indígena (en la primera de cuatro mesas de diálogo contempladas, pues de ahí no se pasó). Es
precisamente esta exigencia la que los llevó a organizar la Marcha del Color de la Tierra, una
movilización sin precedentes en la historia de México, en la que durante 37 días los zapatistas y el
movimiento indígena nacional recorrieron 6 mil kilómetros con destino al entonces Distrito Federal,
hoy Ciudad de México, para interpelar a los representantes de los partidos políticos en el Congreso de
file:///C/%2000%20-%20deposito/boletines/feb-zapa.htm[02/05/2023 23:58:19]
Boletin de La Fogata
la Unión y exigirles el reconocimiento constitucional de lo pactado.

Carlos González recuerda que apenas un mes después de que los zapatistas y el resto de los
representantes indígenas regresaron a sus comunidades, luego de haber expuesto sus argumentos en
la tribuna de la Cámara de Diputados, “se consumó la traición de toda la clase política que desconoció
los derechos y cultura indígena”. En la “traición”, advierte, participaron los representantes de todos los
partidos políticos en las Cámaras de Diputados y Senadores; el Ejecutivo Federal, que refrendó una ley
contraria a los acuerdos y la publicó en el Diario Oficial; la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que
desechó las controversias constitucionales y los amparos que se interpusieron. En resumen, dice, “el
Estado mexicano en su conjunto validó una reforma constitucional que traicionó la parte neurálgica de
los Acuerdos de San Andrés”.

Este hecho llevó al EZLN y al CNI a una segunda etapa, que, explica el abogado, se centró en la
construcción de la autonomía por la vía de los hechos. A partir de la promulgación de esa reforma,
añade, se abandonó la ilusión de que desde el Estado y desde la clase política oficial se podía generar
una transformación que permitiera el reconocimiento de los derechos fundamentales de los pueblos
indígenas”. La decisión de tomar ese camino se plasmó en los acuerdos de la Octava Asamblea del CNI
realizada a finales de 2001 y, de una forma muy contundente, en la formación de los Caracoles
zapatistas y sus Juntas de Buen Gobierno en agosto de 2003. La tercera etapa que González dibuja en
la historia de este cuarto de siglo es la que se ha mantenido en los últimos años y la resume como “la
etapa de lucha anticapitalista”.

–¿Qué es lo que pasó con “la traición”, qué intereses se sintieron afectados, a quién o quiénes no
les convino el cumplimiento de los Acuerdos?

Lo que ocurrió es que los grupos empresariales, las Cámaras industriales, la Confederación Patronal de
la República Mexicana (Coparmex), presionaron y cabildearon con las cabezas de los partidos políticos
para el incumplimiento de los Acuerdos, pues los veían como limitantes o como obstáculos para llevar
a cabo una serie de leyes neoliberales (que estaban encauzando desde 1992) para acelerar y
profundizar el despojo hacia las comunidades indígenas y campesinas.

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Las reivindicaciones indígenas no estaban chocando con el Estado o con la clase política que lo
administra. Lo que ocurrió y ocurre es que están chocando con los intereses del sistema capitalista que
estaba y está en un proceso de globalización y crecimiento salvaje. En este sentido, los Acuerdos de
San Andrés se veían como una amenaza para el despojo capitalista y para el programa político
económico neoliberal que han tenido, hasta la fecha, los gobiernos en turno.

–¿Si los Acuerdos se hubieran respetado y llevado a la Constitución, qué habría pasado con las
leyes actuales y con los megaproyectos en territorios indígenas? Los Acuerdos de San Andrés en la
Constitución serían un candado o un obstáculo para leyes y megaproyectos, pero no los habrían
detenido.

Existía y existe el interés del gran capital en los territorios, de gobiernos extranjeros como el de
Estados Unidos, que tanta influencia ejerce en nuestro país, y de la clase política que representa
fielmente sus intereses. Se trata de los capataces que están al servicio de un finquero, como dicen los
zapatistas. Entonces, creo, sí se hubieran llevado a cabo los megaproyectos, pero les hubiera costado
más trabajo.

En este país y en este mundo, los procesos de explotación y despojo capitalista avanzan de manera
avasallante aun en contra de las leyes. El capital busca formalizar el despojo, la acumulación y la
explotación en un conjunto de leyes, pero si no existen en la Constitución, estos procesos de cualquier
forma avanzan. Los Acuerdos en la Constitución hubieran sido un freno para que avanzaran del modo
avasallante en que han caminado y también serían un obstáculo para que se procesaran leyes tan
terribles como la minera, la de aguas o la de bienes nacionales, que han generado regímenes de
concesiones que en realidad son procesos de privatización disfrazados, al igual que las últimas
reformas estructurales que impulsó Enrique Peña Nieto en materia de energía e hidrocarburos.

Se cimbró la memoria

Los primeros días de enero de 1996, el EZLN convocó al Foro Nacional Especial de Derechos y
Cultura Indígenas, que contó con la participación de más de 500 representantes de por lo menos 35
pueblos indígenas del país. Al finalizar el encuentro, los participantes acordaron la creación del
Congreso Nacional Indígena, red de pueblos, naciones, tribus y barrios que se constituiría
formalmente el 12 de octubre de ese mismo año con la presencia de la Comandanta Ramona.
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Los zapatistas continuaron así con la creación de espacios de organización política simultáneos a las
mesas de diálogo que llevaban a cabo con el gobierno federal en la comunidad tsotsil de San Andrés
Larráinzar. Para ellos, el proceso organizativo era lo más importante. Y los dos años de negociación así
lo demostraron.

Los procesos son dialécticos y complejos, dice Carlos González al recordar que hubo un momento en
que “se ejerció presión sobre el Estado pensando que se podía reformar”, pero “lo más importante
fueron las semillas que se sembraron”. La primera, enumera, con el levantamiento zapatista; luego con
la fundación del CNI; otra con la Marcha del Color de la Tierra; una más con el Congreso de Nurío; y
otra con la participación de los representantes zapatistas y del CNI en el Congreso de la Unión. “Se
sembró una semilla hacia nuestros pueblos, una semilla de rebeldía. Se cimbró la memoria”.

–¿Qué significó para los representantes de los pueblos encontrarse entre ustedes casi cada mes
en las mesas de negociación de San Andrés?

Fue un proceso muy importante que no se había dado desde la Conquista. Lo que logró el
levantamiento zapatista fue que los pueblos se miraran primero a sí mismos y luego unos a otros. Esto
fue parte fundamental del levantamiento, de los diálogos de San Andrés, de los dos foros previos a la
fundación del CNI y posteriormente de la constitución del propio CNI. Ha sido un proceso de
encuentro, de diálogo, de reconocimiento entre los pueblos que ha ido madurando y que le ha dado al
CNI la capacidad de seguir existiendo, y aun con todas sus limitaciones y con todos los problemas que
ha tenido, seguir siendo un referente.

Con la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de México, acusa González, “vino
un ataque furioso contra los planteamientos del zapatismo y del Congreso Nacional Indígena. Se nos
dijo que estábamos en el error, que estábamos equivocados, que éramos salinistas, y se intentó aislar
al zapatismo y a los pueblos del modo más grosero posible. Pero el tiempo dejó claro que ni el cambio
es como se pensaba, ni lo que estamos proponiendo deja de tener vigencia”. De cualquier forma,
advierte el entrevistado vía telefónica, “no dudamos que desde el poder se esté valorando si hay
condiciones para revivir la vía militar contra los zapatistas”.

Estos 25 años desde la firma de los Acuerdos, resume el agrarista, “están en una lógica de lucha, de
resistencia, de rebeldía en contra del capitalismo. Con esta pandemia y con la tremenda crisis
económica, ecológica y civilizatoria que estamos viviendo, la lucha contra el capitalismo es más que
vigente, y la necesidad de destruirlo también”.

Por eso, explica, los días 23 y 24 de enero en Tepoztlán, Morelos, el Congreso Nacional Indígena
suscribió la Declaración por la Vida que hizo pública el EZLN el primero de enero de este año, junto
con colectivos, organizaciones e individuos de los cinco continentes, en la que se plantea que “no es
posible reformar este sistema, educarlo, atenuarlo, limarlo, domesticarlo, humanizarlo”, y por eso se
comprometen a “luchar, en todas partes y a todas horas —cada quien en su terreno— contra este
sistema hasta destruirlo por completo”.

En este contexto, González García valora que hace un cuarto de siglo los Acuerdos de San Andrés
surgieron “del ánimo de propiciar una transformación profunda del sistema, objetivo que se va
radicalizando hasta llegar a Tepoztlán, donde el zapatismo nos propone hacer un recorrido por todo el
mundo para denunciar las brutalidades del sistema y también para juntar y crecer la resistencia y la
rebeldía en contra del capitalismo que nos está llevando a la destrucción como humanidad”.

Se trata, añade, de “llevar la denuncia de lo que está pasando en el país a todo el mundo y de
responder así al aislamiento que pretende el gobierno”. Bajo la premisa de que fuera de México existe
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la idea de que el gobierno de López Obrador “es un gobierno de izquierda que tiene en el centro los
intereses de los pueblos indígenas”, los zapatistas y el CNI se encargarán de “desenmascararlo”. Se
denunciará, advierte González, “la brutalidad del sistema y por lo que está pasando nuestro país;
hablaremos de los megaproyectos que se imponen en los territorios; de la fuerte militarización, como
no se había vivido nunca; de la política extractivista; del asesinato y desaparición de los defensores del
territorio, como el caso del comunicador nahua Samir Flores Soberanes, de Amilcingo, Morelos”.

En el pronunciamiento de la asamblea del CNI en Tepoztlán, se anuncia la incorporación de


representantes del CNI y del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra y el Agua de Morelos, Puebla y
Tlaxcala (FPDTA- MPT) en el recorrido mundial anunciado por el EZLN, el cual iniciará en el mes de julio
por diversos países de Europa, con “la certeza de que la lucha por la humanidad es mundial”. 

Acuerdos de San Andrés, autonomía vs. neoindigenismo


por Luis Hernández Navarro
La jornada

Este 16 de febrero se cumplen 25 años de la firma de los acuerdos de San Andrés sobre derechos
y cultura indígena. Muchas cosas han cambiado desde entonces, aunque una permanece: el
indigenismo como política de Estado.

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Indigenismo es el nombre con que se bautizó a la política institucional destinada a atender a la


población indígena. Es, simultáneamente, una teoría antropológica, una ideología de Estado y una
práctica de gobierno. Tiene como objetivo central proteger a las comunidades indígenas integrándolas
con el resto de la sociedad nacional, diluyendo su carácter de pueblo como sujeto histórico. Es una
política de los no indios hacia los indígenas, aunque sus artífices puedan pertenecer a alguna etnia.

Uno de sus principales impulsores, Alfonso Caso, pronosticó que en 50 años más ya no habría indios:
todos serían mexicanos. No estaba solo en esta empresa. Muchos pensadores, antes y después de él,
han visto en la integración a la sociedad nacional mestiza el destino inexorable de los pueblos
originarios.

Pese a que la nación mexicana ha tenido desde su fundación una composición pluriétnica y
multicultural, sus constituciones no han reflejado esta realidad. Borrar lo indio de la geografía patria,
hacerlo mexicano obligándolo a abandonar su identidad y cultura, folclorizarlo, ha sido una obsesión
de las clases dirigentes desde la Constitución de 1824. La intención de construir un Estado-nación, de
deshacerse de la herencia colonial, de resistir a los peligros de las intervenciones extranjeras, de
combatir los fueros eclesiásticos y militares y de modernizarse llevó a priorizar una visión de la unidad
nacional que excluía la realidad plurinacional.

Los acuerdos de San Andrés pretendían celebrar los funerales del indigenismo y resolver esta deuda
histórica. Su punto central consistió en el reconocimiento de los pueblos indios como sujetos sociales
e históricos y el derecho a ejercer su autonomía.

La autonomía es una de las formas de ejercer la libre determinación. Su práctica implica la

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transferencia real de facultades, funciones y competencias que hoy son responsabilidad de diferentes
instancias de gobierno a los pueblos indígenas.

A los diálogos de San Andrés, los zapatistas invitaron como asesor al escritor Fernando Benítez, que
había dedicado 20 años de su vida a defender y estudiar a los pueblos originarios y era autor de cinco
libros monumentales sobre ellos. El periodista aceptó gustoso la propuesta.

Sus motivaciones eran genuinas. ¿Qué me enseñaron los indios? –se preguntó Benítez al final de su
vida. Se respondió: Me enseñaron a no creerme importante, a tratar de llevar una conducta impecable,
a considerar sagrados a los animales, las plantas, los mares y los cielos, a saber en qué consiste la
democracia y el respeto debido a la dignidad humana. También a pasar de lo cotidiano a lo sagrado (
La Jornada, 5/7/95).

Aunque muchos de los problemas que enfrentaban eran los mismos, la perspectiva de lucha de los
indígenas que participaron en los diálogos era completamente diferente de los que Benítez describió
desde 1960. El autor de Los indios de México los consideraba la gente más miserable, los campesinos
más pobres, los que viven en las peores tierras de un país de malas tierras, los que están siendo
invadidos. Anticipaba la inevitable condena a desaparecer de sus culturas y su sustitución por los
deshechos del industrialismo. Y se proponía rescatar lo que queda de los culturas indígenas, antes de
que termine este proceso.

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Pero no desaparecieron. Al contrario. Se hicieron más presentes que nunca. Ciertamente, los indígenas
convocados por el EZLN, primero a los diálogos y después a la formación del Congreso Nacional
Indígena (CNI), sufrían los efectos del colonialismo interno y, por tanto, provenían de comunidades y
regiones acosadas por el despojo, la opresión, la explotación y la discriminación, similares a las
descritas por Benítez. Sin embargo, lejos de representar a culturas al borde de la desaparición, esos
dirigentes eran expresión viva de una formidable capacidad de resistencia y de reinvención de las
tradiciones de sus pueblos.

Asistieron a San Andrés líderes de los pueblos originarios surgidos durante la década de 1970, que
emergieron a la luz pública a raíz de la insurrección zapatista, al lado de autoridades comunitarias
tradicionales. Participaron también destacados intelectuales indígenas, que habían elaborado una
riquísima reflexión sobre cómo reconstituir a sus pueblos.

A 25 años de distancia de la firma de los acuerdos y de la fundación del CNI, algunos de los indígenas
que participaron en ellos fallecieron. Otros, se han incorporado a las filas de los gobiernos en turno,
desde el PAN hasta la 4T. Sin embargo, el movimiento nacido de ese proceso, orientado hacia la
construcción de la autonomía y la lucha contra el capitalismo, es más vigoroso y sólido que hace dos
décadas y media. Cientos de nuevos liderazgos y decenas de intelectuales (muchas mujeres incluidas)
han tomado el relevo generacional.

Dos décadas y media después de pactados, el Estado mexicano sigue incumpliendo los acuerdos de
San Andrés. Pero, además, el movimiento indígena autonomista sufre el asesinato de dirigentes, y el
impulso, desde el gobierno federal, de un neoindigenismo asistencialista que camina de la mano con
la promoción de megaproyectos sobre sus territorios (https://bit.ly/3oXetMs).

Traición de febrero, la huella de la guerra que continúa


por Pedro Faro Navarro
Frayba Comunicación

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Boletin de La Fogata

No fue el EZLN el que rompió el diálogo y reinicio la guerra.


Fue el gobierno.
No fue el EZLN el que fingió voluntad política mientras preparaba el golpe militar y traicionero.
Fue el gobierno.
No fue el EZLN el que inventó una conjura para obtener razones que justifiquen lo irracional.
Fue el gobierno.
No fue el EZLN el que detuvo y torturó civiles.
Fue el gobierno.
No fue el EZLN el que asesinó.
Fue el gobierno.
No fue el EZLN el que bombardeó y ametralló poblaciones.
Fue el gobierno.
No fue el EZLN el que violó mujeres indígenas.
Fue el gobierno.
No fue el EZLN el que robó y despojó a los campesinos.
Fue el gobierno.
No fue el EZLN el que traicionó la voluntad de toda una nación, de lograr una salida política al
conflcito.
Fue el gobierno.

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Boletin de La Fogata
Subcomandante Insurgente Marcos.

El 9 de febrero, se cumplieron 26 años de la traición del gobierno federal, la traición de Ernesto Zedillo
presidente de México, la traición al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), la traición a toda
una nación que exigía paz y la respuesta del Estado fue la activación del Plan de Contrainsurgencia
Chiapas 94.
Esta acción se dio en el contexto de la distención al conflicto armado interno y la reactivación del
diálogo. El gobierno mexicano mostró su rostro más fiel de sí mismo, la represión hacia los pueblos.

El expresidente Zedillo, en febrero del 95 anunció la liberación de órdenes de aprehensión y las


incursiones militares que dieron como consecuencia una profundización de la ocupación de las fuerzas
armadas en el estado de Chiapas -la cual se mantiene hasta ahora-. Es la lógica militar de un camino de
guerra en contra de los pueblos en resistencia, es el continuum del gobierno mexicano que optó por el
exterminio.
La incursión del Ejército mexicano a la Selva Chiapaneca tenía la finalidad de detener a la dirigencia del
EZLN, lo cual provocó el desplazamiento forzado de miles de personas que huyeron hacia las
montañas; otras padecieron privaciones arbitrarias de la libertad, ejecuciones extrajudiciales,
desapariciones forzadas, torturas, cateos ilegales, violaciones al derecho de libre tránsito por la
instalación de retenes militares que causaba terror en la región, hostigamiento militar y paramilitar
permanente, entre otras graves violaciones a los derechos humanos. Hechos denunciados por el EZLN
el 11 de febrero de 1995:

“El Gobierno Federal ésta actuando con mentiras, ésta haciendo una guerra sucia en nuestros pueblos.
El día de ayer en horas del medio día, 4 helicópteros bombardearon la zona en los alrededores de
Morelia y La Garrucha, así también como ametrallamientos de la zona bajo control zapatista, miles de
soldados federales, se penetraron al interior de la selva, por Monte Libano, Agua Azul, Santa Lucia, La
Garrucha Champas, San Agustín, Guadalupe Tepeyac y otros. Están tendiendo un cerco a muerte y
sucio. Nosotros los zapatistas, tropas y civiles, hasta el momento hemos hecho todo lo posible por

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replegarnos, pero ya no tenemos más opción más que defendernos y defender a nuestros pueblos,
miles de civiles se han desplazado de sus lugares. Hermanos, el gobierno de Ernesto Zedillo nos ésta
matando, ésta matando niños, ésta golpeando mujeres y violando.”1

Esta política genocida del Estado mexicano, es recordada por la proliferación de los grupos
paramilitares en el territorio, sosteniendo la impunidad que se reactiva en la actualidad con los grupos
sucesores del paramilitarismo en la zona Altos. En los municipios de Aldama y Chalchihuitán existe
una situación crítica de violaciones a los derechos humanos, provocando miles de personas en
desplazamiento forzado y una violencia generalizada que no para. El signo de este tiempo como en 95
es de terror anclado en la perversa indiferencia del gobierno mexicano.2
La violencia se intensifica con la reactivación de grupos armados que operan en la zona Selva, que
pretenden despojar los territorios del EZLN donde están asentados los pueblos y comunidades
zapatistas en la región de Moisés Gandhi, municipio oficial de Ocosingo, hechos perpetrados por la
Organización Regional de Cafeticultores de Ocosingo (Orcao). Además de las agresiones a territorios
ubicados en la comunidad zapatista de Nuevo San Gregorio, en el municipio oficial de Huixtán.
Ataques que se articulan en el seguimiento de una estrategia que viene de los poderes fácticos y de los
gobiernos municipales, estatal y federal que impulsan la contrainsurgencia que no cesa, en esta
persistente acción de golpear a los procesos de autonomía que se mantienen a contrapelo del sistema
capitalista.3

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La traición como estrategia de exterminio viene desde el poder de Estado que plantea la colonización
basada en el despojo territorial de los pueblos, como ejemplo en México: el Plan Integral Morelos, el
Corredor Interoceánico, el Tren “Maya” y sus polos de desarrollo que atentan contra la vida. No
obstante, las luchas por los horizontes de vida se van impulsando desde los pueblos y comunidades,
en los movimientos en defensa de la humanidad y de la Madre Tierra, tal y como se ha expresado en
las firmas que se sumaron en el documento convocado por el EZLN “Una declaración… por la Vida”,4
ahí hay una esperanza de acción mundial que impulsa la continuidad de un cambio de sistema que
repercute en una sociedad necesaria para el tiempo de los pueblos.

Pedro Faro Navarro.

Jobel, Chiapas México,

a 10 de febrero de 2021

20 años de la Marcha del Color de la Tierra, que marcó


“un antes y un después” en el zapatismo
Han pasado 20 años de la marcha que partió en febrero de 2001 de Chiapas (México) para
exigir que se reconocieran los derechos de los pueblos indígenas
Un millón de personas abarrotó el Zócalo para ver y escuchar al encapuchado líder que
encarnaba la imagen de la revolución en el siglo XXI, el subcomandante Marcos
“Hay que pensar en lo alucinante de que un Ejército rebelde sin armas tome la plaza más
importante del país, la más grande de Latinoamérica”, rememora Tatiana

por María F. Sánchez

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El Zócalo en México ante la llegada de los zapatistas./ Archivo

 “Para mí y para mucha gente La Marcha del Color de la Tierra supuso un antes y un después tanto en
el zapatismo como en nuestras vidas”, rememora Tatiana Romero Reina. Tenía 16 años cuando tuvo
lugar esta histórica caminata del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que partió del
Estado del sur mexicano de Chiapas y recorrió más de 3.000 kilómetros hasta acabar en el Zócalo, en
la Ciudad de México. Un millón de personas abarrotó la plaza más grande de América Latina para ver y
escuchar al encapuchado líder que fumaba pipa y encarnaba la imagen de la revolución en el siglo
XXI, el subcomandante Marcos.

Han pasado 20 años de la marcha que partió en febrero de 2001 de Chiapas (México) para exigir que
se reconocieran constitucionalmente los derechos de los pueblos indígenas, marginados y maltratados
por el poder durante siglos. Los zapatistas pusieron rumbo al Congreso mexicano, donde presionarían
para que aprobara la Ley de cultura y derechos indígenas, la Ley Cocopa. Esta se basaba en los
Acuerdos de San Andrés, los primeros que reconocían los derechos indígenas en México, firmados
entre el Gobierno federal y el EZLN. Los guerrilleros prometían dejar las armas si los acuerdos se
cumplían.

Un total de 24 delegados zapatistas, comandantes de la guerrilla, viajaron desde sus diferentes


lugares de origen hasta San Cristóbal de las Casas (Chiapas). Su primer discurso decía así: “El día de
hoy la dignidad es quien toma, con nuestra manos, estas bandera. Hasta ahora no hay lugar en ella
para nosotros, los que somos el color de la tierra. Hasta ahora hemos esperado para que los otros que
bajo ella se cobijan acepten que es nuestra también la historia que la ondea. Los indígenas mexicanos
somos indígenas y somos mexicanos. Queremos ser indígenas y queremos ser mexicanos”. Al día
siguiente, un 25 de febrero de 2001, comenzaron su viaje.

Era una ruta de guerrilleros desarmados y en son de paz acompañados de representantes de diversos
grupos étnicos: tzotziles, tzeltales, choles, tojolabales, zoques, chinantecos, mixes, zapotecos,
mazatecos, wixarikas, yaquis, rarrámuris, seris. También viaja con ellos una delegación extranjera.

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“Recuerdo que los esfuerzos organizativos fueron muy grandes. La gente se iba sumando. Cada vez
había más y más gente”, narra Tatiana, miembro del grupo de apoyo al EZLN en Madrid. Entonces era
una militante muy joven del Frente Zapatista de Liberación Nacional (FZLN), el brazo civil del
movimiento. Muchos jóvenes como ella se preparaban en Ciudad de México para recibir a la caravana.

Uno de los momentos más importantes de la marcha se produjo en Nurio (Michoacán) la semana
antes de que la caravana llegara a Ciudad de México. Allí, en un congreso, 40 de las 56 etnias
indígenas de México dieron su apoyo al movimiento zapatista, que trascendía las fronteras de
Chiapas. El subcomandante Marcos encarnaba la lucha por la dignidad de la gran mayoría de
indígenas, 10 millones de personas que habían sufrido la discriminación durante siglos. A su paso
por el estado de Morelos, recuerda Tatiana, la caravana también realizó una ofrenda floral a Emiliano
Zapata, el revolucionario que inspiraba sus pasos.

“Llegamos. Aquí estamos”

La caravana zapatista, que había sumado a unas 300 personas, llegó a la Ciudad de México el 11 de
marzo de 2001. El inmenso Zócalo, desbordado con más de un millón de personas, esperaba a ver y
escuchar a los hombres y mujeres de los pasamontañas. Entre ellos había personalidades de la talla de
José Saramago, Daniell Miterrand, Manuel Vázquez Montalbán y Alain Rouraine. “Creo que nunca
voy a ver a tanta gente en mi vida. Había partidos de izquierdas, las bases, gente de a pie, mayores,
niños pequeños con pasamontañas. Estaba abarrotado y no podías moverte”, recuerda Tatiana.

Sobre la entrada triunfal de los zapatistas, Tatiana apunta: “Hay que pensar en lo alucinante de que un
Ejército rebelde sin armas tome la plaza más importante del país, la más grande de Latinoamérica”. El
primero en hablar fue el subcomandante Marcos: “Llegamos. Aquí estamos”, dijo. Pero le siguieron
las palabras también emocionantes de la comandanta Esther. “No descansaremos nosotras las mujeres
porque nadie más vendrá por nosotras. ¡Nunca más un México sin las mujeres!"

Los zapatistas siguieron en la selva de asfalto, Ciudad de México, varios días más, alojados en la
Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Jóvenes de izquierdas del país y de todo el mundo
se sumaban a aquel momento histórico. Veían en aquel movimiento popular la fuerza de la lucha
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organizada. Si bien los zapatistas no consiguieron su objetivo, habían mandado un mensaje que
trascendía fronteras.

El 28 de marzo los zapatistas consiguieron ingresar en el Congreso mexicano, aunque el


subcomandante Marcos decidió quedarse fuera. En esa histórica jornada tomaron la voz los pueblos
indígenas: defendieron el proyecto de ley que daría una amplia autonomía a millones de personas. Sin
embargo, todo quedó en el aire. Las autoridades mexicanas renunciaron a los tres gestos principales
que pedía el movimiento: el cierre de las siete posiciones militares en Chiapas (solo se cerró una), la
liberación de los presos zapatistas y la más importante, la aprobación de la Ley Cocopa.

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Un mes después, se aprobó una reforma constitucional que no atendía a los Acuerdos de San
Andrés. Y fue aceptada por unanimidad en el Congreso, incluso por la izquierda (el PRD).
“Fue la
traición de la clase política mexicana”, considera Tatiana. Los zapatistas “deciden que nunca más se
va a hacer un encuentro con los de arriba, ya que ‘el mal Gobierno’ no está dispuesto a respetar”. Ahí
comenzó la renuncia al diálogo de los zapatistas con el Gobierno Federal y su apuesta por la
autoorganización en sus territorios, en los “caracoles” zapatistas. Pero Tatiana subraya que eso no
supuso una renuncia o repliegue de sus principios, sino que han seguido tejiendo alianzas con la
sociedad civil. El movimiento zapatista, que dejó las armas en 2006, continúa y este año, además,
prepara una visita histórica a España y otros lugares de Europa.

Zapatistas, una transformación de 25 años


por Hermann Bellinghausen

Teoría de la jícara

Nos hicieron creer que México era una suerte de jícara grande, madura, reluciente y sólida, de
exportación. El gobierno encabezado por Carlos Salinas de Gortari, obsequioso y gallardo extendía la
jícara en bandeja de plata al socio de oro, y de ahí al global mercado libre del hemisferio norte. Qué
lisa y brillante parecía la jícara, también llamada morro. Y entonces, en la fecha y la hora señaladas, el

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plop de la champaña se volvió un gulp de incredulidad atronadora en las gargantas de los gobernantes
que celebraban. La noche de año nuevo de 1994 la preciosa jícara se cuarteó. Inoportuna rajadura que
reventó en un reclamo de elocuencia sin precedentes, un “hoy decimos basta” gritado con fusiles en el
puño y caras mal tapadas desde el último rincón de la patria, en las montañas de Chiapas. Por la
cuarteadura brotaron incontenibles las palabras de la Primera Declaración de la Selva Lacandona y las
imágenes incomprensibles de un ejército campesino e insurrecto que ocupó las sedes de gobierno en
algunas ciudades del sureste. Era una declaración de guerra con todas sus letras. Y aquel ejército que
no podía ser anunció que avanzaría hasta la capital de la República para derrocar al mal gobierno, con
base en el artículo 39º de la Constitución y acogiéndose a las Leyes sobre la Guerra dictadas en la
Convención de Ginebra. Parecía un chiste. Un mal sueño. Muchos hubieran querido reír, pero no
pudieron. Por la rajadura de la jícara se asomaron en definitiva los pueblos indígenas reclamando su
lugar en la nación y en la Historia. Aún hoy parece increíble lo que lograron en una sola noche, cuando
declararon:

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Boletin de La Fogata

La comandanta Esther en San Lázaro. Fotografía de Pedro Mera, 2001/CUARTOSCURO

Somos los herederos de los verdaderos forjadores de nuestra nacionalidad, los desposeídos somos
millones y llamamos a todos nuestros hermanos a que se sumen a este llamado como el único camino
para no morir de hambre ante la ambición insaciable de una dictadura de más de setenta años
encabezada por una camarilla de traidores que representan a los grupos más conservadores y
vendepatrias. Son los mismos que se opusieron a Hidalgo y a Morelos, los que traicionaron a Vicente
Guerrero, son los mismos que vendieron más de la mitad de nuestro suelo al extranjero invasor, son
los mismos que trajeron un príncipe europeo a gobernarnos, son los mismos que formaron la
dictadura de los científicos porfiristas, son los mismos que se opusieron a la expropiación petrolera,
son los mismos que masacraron a los trabajadores ferrocarrileros en 1958 y a los estudiantes en
1968, son los mismos que hoy nos quitan todo, absolutamente todo.

Y al pueblo de México le dijeron:

Nosotros, hombres y mujeres íntegros y libres, estamos conscientes de que la guerra que declaramos
es una medida última, pero justa. Los dictadores están aplicando una guerra genocida no declarada
contra nuestros pueblos desde hace muchos años, por lo que pedimos tu participación decidida
apoyando este plan del pueblo mexicano que lucha por trabajo, tierra, techo, alimentación, salud,
educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz. Declaramos que no dejaremos de
pelear hasta lograr el cumplimiento de estas demandas básicas de nuestro pueblo formando un
gobierno de nuestro país libre y democrático.

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Nadie se había atrevido a hablarle así al Estado en décadas. Y tratándose de indígenas, en siglos. El
nombre del grupo insurrecto, Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), quedaría tatuado para
siempre en la piel del Estado mexicano. Indígenas. De inmediato precisaron ser mayas tsotsiles,
tzeltales, tojolabales y choles. Y zoques. Ya de ahí podrían ser cualesquiera de los pueblos originarios
mexicanos. Despertaron de un campanazo, y con él despertaron al país entero. Y al mundo. ¿Saben
qué? México resulta ser el país con mayor población originaria en el continente: al menos 25 por
ciento del total en las Américas. Suman muchos millones, quizá veinte o más, aunque oficialmente los
censos rebajan las cifras en una suerte de genocidio estadístico, propio del método desde siempre. Y
aún así son la cuarta parte.

El presidente Salinas, todavía pálido días después del año nuevo, en aquel largo enero del 94 y

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visiblemente disminuido, declararía que los indígenas desafectos al régimen eran unos cuantos.
Procedían de tres o cuatro municipios de Los Altos y que ya se estaba atendiendo la situación. Ajá,
desplegando millares de efectivos militares en la región, convoyes kilométricos cargados de tropas,
aviones, tanques y helicópteros que disparaban y bombardeaban a un blanco que se había esfumado.
Así como aparecieron de la noche, volvieron a ella. Se los tragó la selva. Ahora, el gobierno estaba en
guerra contra indígenas mexicanos, cuyas razones sonaron convincentes, al menos para que todos
voltearan a mirar. Por la grieta de la jícara seguiría saliendo un baño de realidad cual luz (Carlos
Monsiváis admitiría que “los zapatistas nos enseñaron a hablar con la realidad”) que nadie pudo
contener; al contrario, crecía.

La jícara agrietada arrojó una luz nueva, muy nueva, sobre el debate nacional. Y un flamante actor
central: los pueblos originarios. Más aún, pareció la resurrección del sueño libertario que había
sepultado el muro de Berlín pocos años atrás cuando las grietas acabaron por derrumbarlo. Si Leonard
Cohen cantaba que las grietas son por donde entra la luz, el fulgor indígena vino del interior de
México mismo, el “profundo”, y nadie pudo decir que no lo había visto. Por mucho que falte todavía,
en 2019, para la reivindicación plena de los pueblos originarios, el arco abierto por los neozapatistas
de Chiapas ha derribado como naipes cantidad de prejuicios, negaciones, discriminaciones e
impunidades. Hoy son visibles y “políticamente incorrectos” el racismo explícito, la discriminación
contra la mujer indígena y contra las lenguas originarias. No quiere decir que ya no existan, pero se
estrecharon los márgenes para la hipocresía de la sociedad mayoritaria. La jícara se quebró
definitivamente.

Palabra de Las Abejas de Acteal a 25 años de la firma de los


Acuerdos de San Andrés Sakamch’en de los Pobres.
 
por Frayba Comunicación

Palabra de los Pueblos

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Boletin de La Fogata

Organización Sociedad Civil Las Abejas de Acteal

Tierra Sagrada de los Mártires de Acteal

Municipio de Chenalhó, Chiapas, México.

22 de febrero de 2021

Al Congreso Nacional Indígena


Al Concejo Indígena de Gobierno
A la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
A las y los defensores de los derechos humanos
A los medios libres y alternativos
A los medios de comunicación nacional e internacional
A la Sociedad Civil Nacional e Internacional

Hermanas y hermanos:

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Boletin de La Fogata

¿Cuándo dejarán de responder los malos gobiernos con armas, ejércitos, cuarteles, retenes y
entrenamiento de grupos paramilitares a los reclamos de los pueblos que sólo quieren vivir en paz?

¿Cuándo dejarán de aliarse a los narcotraficantes, a los caciques y a las compañías extranjeras que
sólo buscan multiplicar sus ganancias, a costa de la destrucción de las comunidades y el despojo de
sus tierras y las riquezas que contienen?

Como cada mes desde hace más de 23 años, no podemos dejar que se olvide el crimen de lesa
humanidad cometido en esta Tierra Sagrada de Acteal, donde dieron su sangre nuestras 45 hermanas
y hermanos masacrados, más 4 bebés que fueron sacados del vientre de sus madres por un grupo de
paramilitares que venían de diferentes comunidades del nuestro municipio de Chenalhó. Y no nos
cansamos de demandar que se haga verdadera justicia para nuestros mártires, para los que
presenciaron y sobrevivieron este hecho tan atroz y para sus familiares, quienes han tenido que vivir
tanto tiempo viendo cómo los malos gobiernos ocultan la verdad, protegen y premian a los asesinos,
dividiendo a los que reclaman justicia; lo que sólo provoca que se sienta fácil repetir hechos tan
atroces entre nuestros pueblos, pues los responsables materiales e intelectuales no han tenido castigo.

Le solicitamos respetuosamente a la licenciada Esmeralda Troitiño Arosamena, quien es la abogada


para México Comisionada de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que interceda para que la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos emita de una vez por todas su Informe de fondo sobre
el Caso 12.790 Manuel Santiz Culebra y otros (masacre de Acteal). Los resultados de sus valiosas
investigaciones son muy importantes para que los malos gobiernos dejen de proteger a los
responsables de la Masacre y se desmantelen las actuales condiciones de militarización y
paramilitarismo que continúan hoy en nuestras comunidades.

¡Chiapas, Chiapas no es cuartel, fuera ejército de él! Hemos gritado con todas nuestras fuerzas esta
consigna desde el inicio del Plan de Campaña Chiapas ‘94, cuando el gobierno envió más de 72,000
soldados a nuestro estado para tratar de revertir el alzamiento zapatista y asegurar que las compañías
no perdieran el control sobre los territorios que necesitan para hacer sus negocios, sembrando el
terror en las comunidades. El saldo: asesinatos, tortura, desalojos, desplazamiento, destrucción de
trabajaderos y recursos colectivos, terror y robo de pertenencias en comunidades zapatistas;
prostitución, violaciones de mujeres, mayor venta de alcohol y drogas en nuestras comunidades,
miedo y preocupación de andar solas para las mujeres en su propia tierra, paramilitares que saben
usar las armas de grueso calibre que les ayuda a comprar el gobierno del partido en turno. Ante esto
preguntamos con el profeta Isaías: “¿Con qué derecho aplastan a mi pueblo y pasan por encima de los
pobres?”, afirma el Señor, el Señor Todopoderoso? (Isaías 3, 15)

En nuestro municipio de Chenalhó, precisamente durante los diálogos de San Andrés en 1996, cuando
el gobierno simulaba el diálogo pacífico con la comandancia zapatista, al mismo tiempo que
orquestaba el operativo militar para capturarlos, se construyeron muchas de las Bases Militares que
permanecen hasta hoy en los lugares de mayor presencia zapatista: para poder vigilarlos, hostigarlos,
atemorizarlos y engañarlos con supuestas “ayudas humanitarias”. Bajo diferentes uniformes como la
Seguridad Pública, Policía Estatal, Policía Federal Preventiva, Policía Judicial y ahora la Guardia Nacional,
esas fuerzas armadas del mal gobierno sólo vienen a nuestros territorios para sembrar el miedo entre
los que defienden su tierra y sus comunidades frente a los intereses de los poderosos.

Por eso era tan importante lo que se acordó en San Andrés hace 25 años y que se había plasmado en
la propuesta de reformar la Constitución para que los recursos naturales se pudieran aprovechar según
el criterio y mandato de los pueblos indígenas, poniendo freno a las ambiciones de los inversionistas
nacionales y extranjeros que siempre han querido adueñarse de ellos. Pero no fue eso lo que pasó.
Como sabemos, el gobierno no cumplió y, al contrario, hizo todas las reformas estructurales

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neoliberales a la Constitución para garantizar el derecho de los ricos a comprar nuestras tierras
ejidales, nuestros bienes comunales y a expropiar nuestros terrenos cuando convenga a sus intereses,
sin consultarnos.

Hoy también recordamos que el pasado 16 de febrero se cumplieron 25 años de la firma de los
traicionados Acuerdos de San Andrés, donde integrantes de nuestra organización de Las Abejas se
rotaron durante los meses que duraron las negociaciones, manteniendo los cinturones humanos de
paz que se formaron para cuidar a los zapatistas; quienes a su vez convocaron a representantes de los
pueblos indígenas que en aquellos años nos manteníamos aún independientes del gobierno, para que
pudiéramos encontrarnos, conocernos y después articularnos en lo que hoy conocemos como el
Congreso Nacional Indígena para ir fortaleciendo nuestra autonomía, y que después logramos
conformar el Concejo Indígena de Gobierno.

Por eso hoy nos hacemos eco de la denuncia presentada en la declaratoria final de la Quinta Asamblea
Nacional del CNI con el CIG que se logró realizar con delegados de 100 pueblos indígenas en plena
pandemia:

“La imposición del Tren Maya, que va aparejado de la construcción de 15 centros urbanos, del
Corredor Interoceánico Salina Cruz-Coatzacoalcos, que contempla 10 corredores urbano-industriales, y
del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México-Parque Ecológico Lago de Texcoco, junto con el
Proyecto Integral Morelos, buscan el reordenamiento del país de acuerdo a los intereses económicos
del gran capital.
Del mismo modo es muy grave el proyecto de construir, para beneficio de diversas empresas
extranjeras, tres termoeléctricas -una de ellas ya está concluida-, una red de gasoductos y una
megacentral para almacenar combustibles en la cuenca del Río Santiago, al sur de Guadalajara, lo que
adicionalmente ocurre en una de las regiones más contaminadas del país; a lo que habría que agregar
el proyecto Canal Centenario, actualmente ejecutado por la Guardia Nacional, que en Nayarit pretende
trasvasar los ríos San Pedro y Santiago. La minería a cielo abierto amenaza del mismo modo a cientos
de territorios de pueblos indígenas ocupando la misma fórmula de división, despojo y destrucción de
nuestras comunidades”.

Por eso no es casualidad que tengamos hoy un país más militarizado, donde todos los que luchan por
la vida, contra los megaproyectos y por la memoria de los que han dado su vida luchando contra la
explotación, el despojo, el desprecio y la destrucción de nuestra forma de vivir, corren el riesgo de ser
desaparecidos, asesinados, secuestrados o encarcelados.

Y nos llenamos de digna rabia y de tristeza de ver tantos casos de compañeros queridos que fueron
asesinados en este mes, que justo se cumplen 3 años del asesinato de nuestro hermano Samir Flores,
opositor al Proyecto Integral Morelos que era Amilcingo, en la tierra de Zapata. Seguimos reclamando
justicia para él y para todos los que han encontrado la muerte por oponerse a los intereses de las
compañías trasnacionales y caciques locales, quienes son los únicos que ganan con la realización de
los megaproyectos que amenazan nuestras comunidades.

A Samir hoy se une Fidel Heras Cruz, quien era comisariado ejidal de su pueblo, también integrante del
Consejo de Pueblos Unidos por la Defensa del Río Verde (Copudever) y formaba parte de la resistencia
contra las hidroeléctricas Paso de la Reyna y Río Verde en Oaxaca, donde desde hace 13 años los
pueblos se han organizado para impedir la imposición de los megaproyectos en su territorio y la
contaminación de sus ríos y tierras. Los caciques de su pueblo, la familia Iglesias. le tenían coraje
porque el ejido decidió cobrarles a tiempo la grava que extraen de su río. Fue asesinado el pasado 23
de enero en su municipio Santiago Jamiltepec, Oaxaca.

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Junto a Samir y Fidel, hoy reclamamos justicia para Miguel Vázquez Martínez, guardián de los ríos en
Veracruz, quien fue encontrado sin vida en una fosa clandestina en la localidad La Otra Banda, de
Tlapacoyan, Veracruz, el pasado 15 de febrero, cien días después de haber sido ultimado. El
compañero era integrante de la Alianza de Comunidades y Organizaciones en Defensa del Río Bobos-
Nautla, y fue duro opositor a la instalación de proyectos extractivos como las Mini-hidroeléctricas en
Tlapacoyan. La violencia extrema que se vive en regiones como Veracruz con asesinatos, feminicidios,
desapariciones, secuestros y fosas clandestinas, es resultado de la política impulsada por los malos
gobiernos para crear un clima de ingobernabilidad, que facilite aún más callar y eliminar a los
defensores del pueblo, los enemigos de los poderosos, sin ninguna consecuencia.

Y nosotros hemos vivido en carne propia cómo la solución a esta violencia extrema no es la
militarización. Nuestros mártires fueron brutalmente asesinados cuando existía un puesto de
Seguridad Pública a menos de 200 metros de distancia. Y los militares fueron avisados de lo que
sucedía y no hicieron nada durante todas las horas que duró la masacre. Tenemos bases militares
rentando nuestros terrenos desde hace casi 25 años y la violencia continúa en Aldama y Chalchihuitán,
los paramilitares que educaron y financiaron los militares, siguen encabezando el hostigamiento a los
que estamos en resistencia contra el mal gobierno y no queremos aceptar sus apoyos y proyectos.

Por eso exigimos que se les otorguen los amparos que están solicitando legalmente nuestros
compañeros del pueblo tseltal de Chilón, Chiapas, quienes piden que se pare la construcción de un
cuartel de la Guardia Nacional que están haciendo sin el consentimiento del pueblo en su territorio,
violando sus derechos como pueblo indígena.

Hermanas y hermanos, para fortalecernos juntos en este camino de construir vida, verdad y la justicia,
les pedimos que nos acompañen en la lucha contra la militarización en nuestros pueblos que han
encabezado valientemente, desde el inicio, nuestras compañeras mujeres. Ojalá puedan estar con
nosotras, de manera presencial o en línea, durante la actividad que están preparando las compañeras
de la Sociedad Civil Las Abejas de Acteal para el próximo 8 de marzo, cuya convocatoria les haremos
saber en breve.

Desde Acteal, Casa de la Memoria y la Esperanza, los que estamos encargados de cuidar la
organización, estamos defendiendo nuestras tierras y a nuestro pueblo, siguiendo el ejemplo de
nuestro hermano Alonso Vázquez que entregó su vida para que tuviéramos paz.

Atentamente
La Voz de la Organización sociedad Civil Las Abejas de Acteal.

Por la Mesa Directiva:


Cristóbal Ruiz Arias (Presidente)
Gerardo Pérez Pérez (Secretario)
Manuel Ortiz Gutiérrez (Tesorero)
Pedro Pérez Pérez (Sub Presidente)
Sebastián Guzmán Sántiz (Sub Tesorero)
NOTA: Este es un espacio abierto para pueblos y organizaciones que buscan compartir su palabra. La postura difundida, no
necesariamente constituye la valoración del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas, A.C quien presta este servicio de
comunicación.

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