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La ficción documental: Marker y la ficción

de la memoria
Ú' 7 ombeo11 <fAlexa11dre, así se titula la película consagrada por
Chris Marker a la memoria del cineas1a soviético Alexander Medved-
kin, nacido con el y fallecido en tiempos de la Perestroika. Ha-
hlur de «memoria» equivale ya, de cn1rada. a plantear la paradoja del
li lme. És1e, en eíccto. no puede asignarse como tarea «Conservar» el
recuerdo de un uutor c uyas ohras no han sido vistas y cuyo nom bre
nos resulta prácticamente desconocido. A fin de cucnt;1s. los compa-
triotas de Medvcdkin no han tenido muchas más opoitun idades que
nosotros de ver sus películas. La c uest ión, ent onces, no es conservar
una memoria, sino crearla. El enigma de un título remite entonces al
problema de la naturaleza de un género cinemaiográlico. el que lla-
mamos «documcn1al». Lo cual nos pennitc cnlantr en síntesis veni-
ginosa dos pregumas: ¿qué es una memoria'/, ¡,qué es el documental
en cuanto género de ficción?
Pamrcmos de algunas evidencias que, para algunos, continúan
siendo paradojas. Una memoria no es un conjunto de recuerdos de
una conciencia: ele así, la idea misma de memoria colectiva care-
cería ele sentido. Una memoria es dc1erminado conjunto, detem1ioada
ordcnnci611 de signos, de rastros, de monumentos. La tumba por exce-
lencia, la Gran Pirámide, no alberga la memoria de Kcops: ella misma
182 FÁRU LAS DfL CINI\ lll'i l ORIA.S or
es esa memoria. Sin duda se nos dirá que todo prc\cnta dos regímenes
separados de memoria: por un lado, el de esos poderosos reyes de an-

SIGLO
1 1.A ílCC-IÓN DOCUf\U;.N'íAL: M AllKER V LA 1 ICCIÓN l)f l .A f\·11:.M0Rl1-\
•película de ficción-. porque nos mues1re captadas en la rea-
lidad cotidiana o documentos de archivo sobre acontecimientos veri-

l83
taño cuya única realidad es a veces el decorJdo o el material de su ficados en lugar de emplear actores pam interpret:ir una historia in-
wmba; por otro lado. el del mundo contemporáneo que. en cambio, ventada. Simplemente, para ésta lo real no es un efecto que producir,
registra 111cesan1cmen1e el testimonio de las existencias más triviales sino un dato que comprender. El filme documenlal puede entonces
y Jos acontecirniemos m;ís ordinarios. Existe In creencia de c¡ue don- mslar el trabajo artístico de la ficción disociándolo de eso a lo que se
de abunda In uúormac ión hay superabundancia de memoria. Sin em- acostumbra a asimilar: Ja producción imaginaria de vcro,,imilitudes y
bargo, el presente nos demuestra que esto no es así en abwlu10. La efectos de realidad. Puede reducirlo a su esencia: un modo de des-
in fol'rnación no es Ja memoria. No acumula parn In memoria, sólo tra- componer una historia en secuencias o monta r pJ¡mos en forma de his-
en beneficio propio. Y su beneficio está e n q ue todo se olvide de toria, de unir y desunir voces y cuerros, sonidos e imágenes, de d ila-
inmcdialo pma afirmar as í la verdad únic;1 y abstrncta del presente y tor o co111primir e l tiempo. «La acción comicnzu e n nuc&lros d ías e n
a firmarse Juego ella mis ma e n su poder como el único adecuado a esa Chclmno»: la provocadora frase con la que C laude Lanzmann abre
verdad. Cuanto más abundan los hechos, se im1>0ne el sentimien- Shoah resume bien esa concepción de la ficción. Lo olvidado, lo ne·
to de su igualdad indiferenciada. Más se desa11·olla, IJlmbién, la capa- gado o lo ignorado que las ficciones de la memoria pre!c nden testi-
cidad de convertir su yuxtaposición intenninnble e n imposibilidad de moniar <,e opone a esa «realidad de la ficción. que asegura el recono·
concluir. en imposibilidad de leer en ellos el sen tido de 1111a historia. cimiento como en un espejo entre los espectadores de la sala y las
Pam negar lo c¡ue ha sido. como los negacioni:.tas nos demueslran en figuras de la pantalla. entre las figuras de la pantall;i y las del imagi-
la práctica. no hace falla negar muchos hechch, basta con eliminar el nario social. En contra de esa tendencia a n!ducir la tn\'ención ficcio-
vínculo que los une y les confiere consistencia de l11stori<1. El reino del nal a lo'> estereotipos del imaginario social, la ficción de la memoria
presente de la información destierra de la realidad todo lo c¡ue no .ea se instala en el hueco <¡ue separa la construcción del sentido. lo real
e l proceso homogéneo e indiferente de su autopresentación. No se referencial y la heterogeneidad de sus El cine «docu-
comenta con re legarlo todo de inmediato al pasado. Hace de l propio mental» es una modalidad de ficción homogéneu y. a Ja vez, m;ís
pasado e l 1icmpo de lo dudoso. compleja. homogénea porq ue quien concibe la película es tam-
La memoria debe const ituirse, pues. comra la superabundancia de bién quien la realiza. Más compleja puesto que en su mayor parte en·
info1111acioncs tanto como conU-¡1 su ausenc ia. Debe construirse como cadena o e ntrelaza series de imágenes heterogéneas . Le Tombeau
vínculo cnl n.: datos, e ntre testimonios ele hechos y 1«1s11·os de acciones, d' Alexmulre e ncadena imágenes filmadas en lu actual, entrevis-
corno ese npayiw:trov, ese «Ordenamiento de accio- test imoniales, noticiarios del pasado, frag mcmos de pclfculas de
nes» de l que habla la Poélica de Aristó1eles y llama mutltos: no distinms épocas. autores y destina1arios, de l Acorawdo Potemki11 has-
«mito», el cual remitiría a algún inconscieme colectivo, sino fübula o ta el c inc de propaganda estalinista, pasando por las películas del pro-
ficción. La memoria es obra de ficción. Quiz.1 en e.re punto Ja buena pio Medvedkin. todos ellos reinscri1os e n una 1rama nueva y even-
conciencia histórica vuelva a alzar la voz, clamando conl.nt la parado· tualmente unidos por imágenes virtuales.
ja y defendiendo su pacieme búsqueda de la verdad ante las ficciones Con documentos verdaderos, escmpulos:uncnte tratados con
de la memoria colectiva forjadas por los poderes en general y los to- ,oluntad de verdad, Marker produce una obra cuyo contenido ficcio-
talilario\ en particular. Pero la «ficción» en general no es la historia nal o poético es - independientemente de todo Juicio de valor- in·
bella o la mentira vil que se oponen a la realidad o pretenden hacerse comparablemente mayor al de la más espectacular de las películas de
pasar por tal. La primera acepción de.fi1111ere no es «fingir» sino «for- catástrofe. La «tumba ele A Jexander» no e' la lápida sepulcral que cu-
jar>>. La ficción es la construcción, por medios artísticos, de un «siste- bre el cuerpo de Alexander Medvedkin. Tampoco es una simple me-
ma» de acciones representadas, de formas ensambladas, de signos que táfora part1 hacer balance de una vidn de c ineasta militante y, por
se responden. Una película «documental» no es lo contrario ele una e nde, ba lance del suciio y la pesadilla soviéticos. Sin duda, esa tumba
184 FÁUUL1\S DI L <-INI·., lllSJ'ORIAS OL UN SIGLO 1 A l ICC'IÓN í\.1ARKER Y l .A FIC'C'IÓN Uh l ,A MfMOlUA
de A lcxandre cobra 1ambién valor de mc10111mia para hablm11os de nos se fija en objeto opaco, o se despliega en forma significante vi-
esa 01ra lumba símbolo de la esperanza sepuhada: el mausoleo de Le- vienic. Y, por úhimo, es Ja 1>01encia de rcílcx1ó11 mediante la cual una
nm. Pero JUSIO esa elección «ficcional» la que provoca que Lenin combinación se conviene en la potencia de interpretación de otra o,
no apare1ca aquí. sino que a su vez sea metonimi1.ado por esa cabeza por el contrario, se deja imerpre1ar por ella. La conjugación ideal de
caída rodeada de mililantes jubilosos congreg:1dos contrn el golpe co- esas potencias quedó fonnulada en la idea schlegeliana del «poema
munisrn del verano de 1991 y con la que a con1inuación se divertirán, del poema». el poema que aspira a elevar a una potencia superior una
dcsacomph.:jados. Jos niños: esa cabc.i;a de coloso faraónico con enor- poeticidad ya presente en la vida del lenguaje, en el espíritu de una co-
mes ojos interrogativos: la de Félix Djen.inski, el hombre a l que, se- munidad. e incluso en los pliegues y estrías de l:i materia mineral. La
gún se dccfa poco tiempo ames. Len in había convertido en jefe de la poética rom¡\ntica se despl iega así entre dos polos: afinna la capacidad
policía polílica porque era polaco y porq ue había proliado demasiadas de hablar inherente a toda cosa muela a l mismo tiempo que e l poder
veces en s us pmpias carnes los horrorns de 111 policfo zurista para re- inf'inim del poema de multipl icarse a l rnul 1iplicar sus moda lidades de
hacer nunca una policía semejante ... habla y sus niveles de significación.
En francés, una tumba (tombeau) no es una piedra. Ni tampoco Y. en ese mis mo movimiento, compl ica el régimen de verdad ele
una metáfora. Es un poema, como los poemns rem1centistas cuya tra- la obrn. L.a poé1ica clásica construye una inlriga cuyo valor de verdad
dición rccupe16 Mallam1é. O, también, una ol>ra musical en honor a pasa por un sistema de decoros y verosimi luudcs que supone, en sí. la
airo milsico. como las compuestas en tiempos de Couperin o Mario objelivación de un espacio-tiempo específico de 1:1 ficción. Esa obje-
cuya tradición recuperó Ravcl. Le Tombeou d' Ale <andre es un 1ividad de la ficción queda rota por el héroe román1ico por excelencia,
documento sobre la Rusia de nuestro siglo porque el> 1ombea11 en ese Don Quijote, cuando las manonctas de Pedro. Don
•cntido poético o musical, un homenaje nrtí\lico a un Mista. Pero Quijote opone a la división entre actividades serias y actividades lú-
también es un poema que responde a una poética específica. Hay dos esa coincidencia necesaria entre el Libro y el mundo que, antes
grandes poéticas. a su vez susceptibles de subdividirse y, eventual- de ser locura de un lector de novelas, es locura de la cm.z cristiana. La
men1e, de entrecruzarse. La poética clásica, aristolélica, es una poéti- poética román1ica reemplaza el espacio objc1ivado de la ficción por
ca de la acción y de la representación. En e lla, el núcleo del poema un indeterminado de la cscnlUra: por una parte, éste se da
es1á constitu ido por la «representación hombn:s que actúan», por Ja como indiscernible de w1a <<realidad» hecha de «Cosas» o de irnprc-
1>ucstn en C8Ccna de uno o varios actores de la pu labra que exponen o que son el las mismas signos, que hablan por sí mismas; por
reprnducen una sucesión de acciones que acon1cccn a los pc1'Sonajes otra parte, a la inversa, se da como e l espacio de un 1rabajo de cons-
s.:gún un:i lógica que hace coincidir el desarrollo de la acción con un 1rucción infinito, capaz ele elaborar, medinnlc sus andamiajes, labe-
giro en la fortuna y e l saber de dichos personajes. A esa poética de rin1os o desniveles, el equivalente de unn realidad muda para siempre.
la acción, del carác1er y el discurso, la época rom¡\ntica le opuso una A ne modemo por excelencia, el cine es e l ane que experimenta en
poé1ica de los signos: la historia ya no nace de ese cncadenam ie1110 mayor medida el conllic10 entre lns dos poé1icas o bien trata de com-
causal ele acciones «según Ja necesidad o In verosimilitud• 1eorizado por binarlas. Combinación de una mirada de artista que decide y de una
Aristólcles. sino de la potencia de significación ''ari;1blc de los signos mirada mecánica que registra, combinación de imágenes construidas
>de lo\ cnsambla.JCS de signos que fonnan el 1ejido de la obra. Es, en ) ele im;lgenes vividas, suele hacer de ese doble poder un simple ins-
primer lugar, In potencia expresiva mediante la cual una frase, una 1rumento de ilustración al servicio de un suced¡íneo de la poé1ica clá-
imagen. un episodio, una impresión se aíslan para presentar. por sí so- sica. Y. en cambio. es el arte que puede llevar a su más aho poder el
los, la polcncia de sentido --0 no-sentido de un todo. Segundo, es doble recur..o de la impresión muda que habla y del montaje c¡ue deli-
la potencia de correspondencia mediante la cual 11110' de regf· mil:l lns potencias de s ignificación y los valores de verdad. Y el cine
mene.\ diferente" entran en resonancia o disonancia. Es, también, la «documental>>. deslastrado, por su vocación misma de «realidad», de
po1c11cia de metamorfosis meclian1e h cual unn combinación de sig- las 11ormas c lásicas de decoro y verosimili1ud, puede, mejor que e l !la-
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mado c ine de ficción, establecer concordancias y discordancias emre la pompa de los ornamentos y de la ceremonia, por las humaredas d e
dos voces nanativas y dos series ele im<1genes ele épocas, orígenes y incienso y la devoción de las eternas baburhkas. Pero también se h a
s igni ficaciones variables. Puede unir e l poder de impresión, el poder detenido e n un ros1ro de anciano como los demás q ue no es precisa-
de habla nacido del encuen1ro entre el mutismo de la máquina y el si- mente el ele un viej o devo10 cualqujera : entre los asistentes, un hom·
lencio de las cosas, con el poder del momaje - en el sentido amplio, breque tiene, como J\Jcxander Medvedkin, la edad del s ig lo y cu yo
no técnico, del ténnino- que construye una historia y un sentido por nombre, como el suyo, sin d uda nada «dice» a l espectador occidcn1.al:
el derecho que se arroga de combinar li bremente las signilicaciones, e l tenor !van Kozlovzki. S in e mbargo, esa dc1e nción sobre un rostro
de «volver a ven> (re-voir) las imágenes, de encadenarlas de modo que no volveremos a ver logra dos cosas en una: introd uce el pasa-
dist i1110, de res1ringir o ampl iar su capacidad de sentido y expresión. do comunista y e l presente poscomun ista en la trama de una historia
El cine-verdad y e l cine d ia léctico, el tren de Dziga Ven ov itbalan- más antigua, la que desarrollan las grandes óperas del repertorio na-
lándose sobre el operador acos1;1do cn1rc los raíles y e l cochecito de cional. Pero también ofrece un doble para Medvedkin, dibuja furtiva-
El acorazado Potemkin descendiendo con implacable lenl ituel las cé- mente un díp1ico esencial para la constJucción de la «ficción de Ale·
lebres escaleras de Odessa, son los dos ros1ros de una misma poética. xandcr».
Poe1a del poema cinematográfico, Marker los vuelve a poner en esce- Todo opone, e n efecto, a esas dos figuras. Medvedkin dedicó su
na. Combinando planos de El arorazado Po1emkin con planos de pa- vida, su s iglo, a la empresa de hacer de ese siglo y de la tierra sovié tica
scames q ue en nucs1ros días bajiu1 esas mismas escaleras, nos hace el tiempo y el lugar ele e ncam ación de la palabra de Marx. Los dedicó
sencir el extraordinario a11ificio del «ralen lí» cisens1einill110 que dra- a hacer películas comun isuis, consagradas al régimen y a sus dirigen-
mat iza en sie1e minutos el velocísimo descenso de una escalera que un tes y que s in embargo és1os no pennicicron ver al pueblo soviético.
paseante normal larda noventa segundos en bajar. Pe ro también nos Inventó e l c ine-lren parn irse a los koljoscs y las minas a filmar la obra
muestra la d is111ncia infinita q ue separa ese artificio del an e puntuan- y las condic iones de vida de los trabajadores o los debates de sus re-
do un momento de la historia y los artificios de la propaganda que nos presentantes y permitirles así que pudieran ver al momento su obra y
presentan a un bondadoso sosias de Stalin que mete la nari;¡; en un mo- sus fallas. T uvo éxüo, demasiado éxito: esas imágenes implacables de
tor de tractor averiado. La precipitación ralentizada del movim ienco desolados carnpamen1os de barracas, arholcdas exanglics y comités
operada por Eisenstein forma parte de una serie de opcnic ioncs sobre de chupalintas pronto fuel'on a dormir a los a rchivos donde los inves-
el espacio y e l tiempo, lo grande y Jo pequeño, lo alto y lo bajo, Joco- tigadores las encontraron hace m uy poco. Luego puso la inspiración
mún y lo singular. Forma prnte de u n sistema ele figuras q ue constru- cómica y su1TealisU1 de La felicidad (Schasrye, 1932) a l servic io de la
yen un espacio-tiempo de la Revolución. La ficción de Eisenslein es, política de colectivización agraria. Pero all í la burla de dignatarios,
pues, una ficción productora de sentido. El sosias <le Stalin, en cam- popes y kulaks superaba cualquier uso como mera ilustración de la
bio, no es o tra cosa que un sosias de Stalin, una ficción del poder. «línea» que fuese, y la película no tuvo difusión. Posteriom1ente, aún
Se crea entonces, entre las imágenes del presente, las ficciones del celebraría, en La nueva Mo.fcú (Novaya Moskva, l 938), e l urbmúsmo
arte soviét ico y las del poder es1alinis1a, un d iálogo de sombras es- o ficial. Pero ¿cómo se le pudo ocurrir divertirse a costa de los arqu i-
tructurado en seis «ca11as» que Chris Markcr dirige en nuestros días al 1eccos mediante un montaje hacia atrás que muestra la destrucción de
difunto A lexarider Medvedkin. Tan pronto introduce en la prosa del los edilicios nuevos y la reconstrucción ele la catedral del Salvador?
presente las imágenes del ayer ocurre e n esta reescenificaeión La película fue prohibida en el acto. Medvedkin tuvo entonces que re-
de la secuencia emblemátic11 del fi lme e mblemático de la Revolu· nunciar a sus películas y resolverse a hacer las pelícu las de los dem ás,
c ión- como, a la invcrsa, re monta desde determinada «cosa v is la» las películas que cualquier otro podía reali.wr, para ilustrar la línea
de hoy hasta la historia del imaginario de un pueblo. En una ig lesia de oficial del momento, celebrar los desfiles a mayor gloria de Stalin, de·
Moscú, la cámara ha fijado unas imágenes que «hablan por s í mis- mmciar el comunismo chi no o ensalzar, poco antes de C hernobyl, la
mas»: una celebración religiosa, en todo semejante a las de antaño por ecología soviética.
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vida y el siglo de lvan Kozlovzki 1rnnscurrieron de manera dis- ciando 1odas las épocas. Ha desplegado una historia de vida y muerte
lmta. El 1cnor canló a Chaikovslu, apreciado ya en de los za- que la <exta explici1ará al ofrecemos las imágenes de la verdadera
res y que S1alm prefería a los músicos de vanguardia. muerte, muerte en vida, de Alexander Medvcdkin, filmando en 1939,
Can16 a Rimsh Korsakov y a Mussorgski. y en concrclo ese Boris bajo el 1í1ulo dcl11>'entudjlorecienre ( 1939). los grandes festejos esra-
G(}l/11nol' compues10 a panir de la obra del poc1a ruso por anlonoma- El filme se construye así en el intervalo cmre una muerte real
sia, :1s1m1smo apreciado por el régimen sovié11co. ese OlrO Alexander y una muerte simbólica. Y de cada uno de sus episodios genera una
apel lidado Pushkin. En esta lús1oria emblemática de un zarevich ase- mc1cla de tiempos específica. Esta pluraliLación de la memoria y de la
sinado y un usurpador sangriento a su vez derrocado por un imposcor, ficción queda ya indicada e n la pol isemia del rírulo: como mínimo hay
el icnor cantó e l personaje del Inocente y la profética escena final cuatro Alcjandros para un solo nombre. L.1 vi;ita a la tumba de Med-
donde este últ imo llora, s umido en la noche im penetrable. e l dolor y vcdk1n queda, en efecto, desviada por e l espectáculo de una multitud
el hambre q ue esperan al pueblo ruso. Pasó su vicia y su s ig lo encar- que, en e l fangoso deshielo, se apres ura a cubrir de fl ores la tumba de
nando esas fábulas del siglo XIX que nos mues1rnn cómo las revolu- un Alejandro más ilus1re, el zar Alejandro 111. Pero esta imagen, corno
ciones son traicionadas anees de empezar y que caman el sufrimiento la ele las pompas religiosas de Moscú o Kiev, no es sólo e l equivalente
de un pueblo condenado al engaño y el somc1imicn10 c1ernos. Y lo visual del «Soc1e1é! Tour est resiauré» del poema rimbaucliano. La re-
hace anlc unos oficiales comunistas que nunca dejaron de preferir lación e ntre las dos tumbas no es un mero sinónimo de esperanza se-
esas his1orias y esas músicas a las obras de la v:rngu:mlia comunista. pulcada y revancha del viejo mundo; desde el principio, cifra la es1ruc-
El plano frJO sobre su rostro mudo no se limica. pues, a desarrollar la 1um narrnliva de la película. Ésta no cumple la tran\ición lineal de la
comraimagen funrva de olTa vida en el siglo sovu!11co. sino que se Ru\la 1:tn\la a la revolución, y de su degeneración a la rcsiauración de
rnscnbe en una ficción de la memoria que es combale entre dos he- los viejos valores. La película hace coníluir en nues1ro presenle a tres
rencia.•: un siglo xx que hereda de un siglo x1x contra otro. Pero. na- Rm,ias: la de Nicolás II, la del sovietismo, la aciual. Tres Rusias que
tumlmcme. esos dos «siglos» también se entrelazan y despliegan sus también son tres edades de la imagen: Rusia 1aris1a de la fotogr-dfía
propia.• metamorfosis. conlradicciones y giros. Y cmre esas dos imá- y del s in alma de los grandes ante los pequeños; Rusia soviéti-
genes del camame, entre el anciano orando e n Ja catedral y e l lamen- ca del cinc y de 1:1 baralla de las imágenes: Rusia contemporánea del
to del Inocente c11 J¡¡ escena del Bolshoi, Marker no sólo ha insertado vídeo y de la ielevis ión.
mm historia de popes -las secuencias fcro1,111c 111c antic le ricales de Lo implicaba ya una de las primeras imágenes de la película al
La felicidad • sino wmbién otro e ncuenlro de s iglos, ele hombres y mos11ai nos, en Petersburgo y e n 1913, e l imperioso gesco ele un oficial
de «re ligiones»: ha inserlado el recuerdo de esa cub:il lcrfa roja donde ordenando a l puchlo descubrirse al paso de la noblc:ai. Tengamos
Medvcdkin. en las Filas de los cosacos de Boudienny, acompafió al ju- muy c laro qué quiere Marker c uando nos pide que no o lvidemos a
dío y fu1uro fusilado lsaac Babel. «ese 1ipo grueso que ordenaba a los pobres saludar a los ricos»: no se
De cs1e modo. la identidad ficcional encre la vida de un cineasta crma, metafórícamenlc, de preservar la imagen de la opresión que ayer
comunisla y la vida del siglo y la 1ierra comunbcas lo es todo salvo una lcgilimó y hoy 1>0d1ia «excusar» la revolución sovié1ica. Se trata, lite-
h1scoria lineal, aun cuando las «cartas» a Alexander Medvedkin sigan. ralmcme. de no olvidar, de poner esa imagen de los grandes desfilan-
fom1almen1e, un orden cronológico. La prnnern nos habla de Ja Rusia do anee los pequeño> junco a su contraimagen. los grandes desfiles
en época del 1ar. la segunda de los primeros riempos wvié1icos, la ter- soviéticos de los pequeños declarados grande;. -gimnastas. niños.
cera de las actividades propagandíslicas de Mcdvcdkin con la epopeya koljosianas- ante los «camaradas» de la tribuna oficial. Marker no se
del cine-tren. la cuarta, a través de las ele La 1111eva Mos- limiia ; implemente a divertirse desordenando esos sistemas te mpora-
c1í. de la era del estal inismo triunfante, y la quinta de la muerte de les rnsti1uidos que son el orden cronológico ; imple o e l relato clásico
Medveclkin en l!empos de Ja Percmoika y del fin de la URSS. La pri- enflashback. La estructura narrativa construye en el presenlc una me-
me ra c:uw, sin embargo. ha desbaratado de cmradtt la c ronología, mez- moria que es una relación de enlace e ntre dos hisiorias de un siglo.
190 FÁBULAS DEL CINF. 1 DE UN S IGLO L.A 1 Jt(IÓN OOCUMEN1'AL: Y lA FICCIÓN n•· 11\ f\11·\IORIA L91
As1 lo explicita, en la imagen de lvan Kozlovzk1 cantando el Inocente, un ,;gin de investigaciones científicas y técnicas que habían querido
el encuentro con el tercer Alejandro, Alexandcr Sergueyevich Push- pasar de las ilusiones de la ciencia recreativa al rcgi\tro medi<mte la
kin. Pero AlcJimdro es también y ante todo el nombre del conquistador luz de los movimientos invisibles para el ojo humano. En tiempos de
por antonomasia, el nombre de ese príncipe macedonio que, sojuzgan- Étienne Marey fue el insmunento de una ciencia del hombre y de una
do la vieja Grecia, extendió sus limites hasta los confines de las tierras búsqueda de la verdad cienúfica contemporáneas de la era del socia-
habitadas y se lahró una inmortalidad histórica. Y el suyo es también, Ji;mo científico. En la época en que nació Aleirnndcr Medvedkin po-
por antonomasia, un nombre de muerto ilustre cuya tumba ha sido bus- día pnrcccr que había hallado su fin en una nueva industria de la ilu-
cada en vano durante milenios: un «nombre de Alejandro» que otorga sión y del entrete nimiento popular. Pero c uando Mcdvcdkin llegó a la
a esta sabia hi; 1oria ue homónimos su carácter inacabado, que hace re- madure¿, e l poder científico y el poder de la imagen se habían unido
mitir la tumba-poema a la tumba ause111e de la que sea a legoría. de nuevo como poder del hombre nuevo, del hombre comunista y
Asl. la historia «Clásica» de fo11una e infortunio, de ignora11cia y cléclrico: comunista por eléctrico; e léctrico por comunista. La escri-
sabiduría, que vincula la vida de un hombre a la epo1>ey¡1 sovié1ica y a tura de luz se convirtió en el instrumento práctico y, a la vez, e n la rne-
s u hundimiento. adopm la fonna «románLica» de ese rclmo que, como táforü ide al de la unión entre el poder de la ilusión, el poder ele la cien-
poemas escritos por Mandelstam e n los albores ele la revolución, c ia y la polcncia del pueblo.
remueve la «negra tierra del tiempo». Rccorucmm. que litierar nuestro l!n suma, el cinc fue el arte comunista, el arte de la identidad e n-
«siglo de arci lla" de los maleficios del anterior y darle su osamenta tre ciencia y utopía. Y, en los años veinte, la' combinaciones de luz y
h"tórica fue la gran preocupación de Mcndclstam, la preocupación mov1m1cnto dejaron atrás los usos y pensamiento' del viejo hombre
que. en la narrativa de sus poemas. guió el entrelazamiento no sólo en el Moscú revolucionario de Vcrtov y Eiscnstcin, de \lled-
del presente soviético con la mitología griega, la toma del Palacio de ' edkin y Dovjenko, sino también en el París estet11.ante de Canudo, de
Invierno con la toma de Troya.1Si la estructura de la «tumba" de Mar- Delluc o de Epstein. El cine fue esa culminación del siglo x1x que de-
ker se toma más compleja no es, simplemente, porque el cine dispon- bía fundamentar la ruptura del xx. Fue ese remo de sombras destina-
ga de medios de significación distintos a los de la poesía. Es e n fun- do a hacerse reino de la luz, esa escritura del movimiento que, como
ción de su propia historicidad . El c ine es un arte nacido de la poé1ica el fen-oc:uTil y j unto a é l, debía identifican.e con e l movimiento mis-
ron1ántica, con10 prefonnado por ella: un arle crnincn1cn1ente apto mo ele la Revolución. Le Tomheau d'Alexandre es e ntonces la his to-
paru mcwmorfosis de la forma significante que 1>crmitcn cons- ria ci11e m111ogrMic a de esa doble relació n del ci11c con e l sovietisrno:
truir una memoria como entrelazamiento de tempo1alidades dispares es posible conrnr la historia del s ig lo sovié lico a lnivé.' del destino ele
y de regímenes hc1crogéneos ele imágenes. Pero e n s u naturaleza ar- s us cincas1ns, a lrnvés de las películas t (UC hic ieron, de las que no h i-
tístic11, técnica y social, tambié n es una metáfora viva ele los tiempos c ieron y de las q ue fueron obligados a hacer, no sólo porque éstas sean
modernos. En sf constituye una herencia del siglo XtX, un e nlace en- e l tc;1imonio del destino común, s ino porque el c inc como arte es la
tre e l siglo xx y e l XtX, capaz de conjugar esos dos enlaces entre siglo metáfora o la cifra de una idea del siglo y una idea de la historia qu e
y siglo, esas dos he1encias de las que he hablado: el '>iglo de Marx en encontraron su encamación política en el sovicusmo. CI di1<eurso de
el de Len in: el siglo de Pushkin y Dostoyevskl en el de Stalin. Por un Marker responde, a su manera. al de las Histaire(.r) d11 cinéma, de Go-
lado, e.' el arte cuyo principio, la múón de pensamiento consciente Y dard F.stas nos proponen leer la historia de nue,tro siglo no a través
percepción conciencia, fue concebido, cien años antes de las pri- de la sino de las historias o de 1111a.r historias del eme, el cual
meras proyecciones públicas, en el último capítulo del Sistema del no es sólo contemporáneo del siglo sino parte act iv<1 de su «idea» mis-
idealismo trasccndenral de Schelling. Por otro, es la c ulminación de ma. Nos proponen que leamos, como en un espejo, el parentesco e n-
tre la m:lquina de sueños soviética y la máquina de s ueños hollywoo-
J Véase J. RanciCrc, «De \Vords\vonh fl. /\1andcl))t:un: tes U'íl1t.o;pons de la li- dicnsc; que 1>ensemos, en el devenir del marxismo esw1:al y del cine
be•lé», t'O l .a Cha1r des mots. París, Galiléc, 1998. indus1ria l, un mis mo confücto entre dos herencias secul ares. Y no
192 FÁBULAS DEL CINf, lllS l'ORIAS OE U1' SIGLO LA ACC'IÓN DOCUML'lAl: Y LA ACCIÓN Dl 1 A MEMORIA 193
cabe duda de que e l método es d is1in10. Godard usa los recursos pro- la imagen «en SÍ» de lo que nucsrrn 111emoria tiende a olvidar, con1o,
pios de la escri1urn vidcográfica 1>ara equiparar sobre la pantall a los a la in versa, la insignificancia o nmbivalencia de la imagen abtL11do-
poderes de la pizarra y los del collage pictórico y dar una nueva for- nada a su destino y la necesidad de explicitar sus lecturas posibles. Le
ma al «poema del poema». Desarticulando Ja máquina consagrada a la Tombeau d' Alexa11dre es una ficción de la memoria. una memoria en-
in formación, procede por saturnción de la imagen y zigzag entre imá- trelazada de comunismo y cine. Pero esta ficción de la memoria ela-
genes. Gn una misma unidad «audio-visual» superpone una imagen borad:1 por medios artísticos es de una «lección sobre Ja
de un primer filme, otra sacada de un segundo, la música de un 1erce- memoria», una lección sobre e l deber de la memoria, invariablemen-
ro, una voz de un cuarto, letras lomadas de un quinto. Complica ese te escandida J)()r esa voz que nos dice que no hay que olvidar cierra
enrrelazamiemo con imágenes sacadas de la pintura y lo puntúa con imagen. que es preciso relacionarla con esa otra, mirarla más de cer-
un comentario en Propone cada imagen y la conj unción de ca, releer lo que nos da a leer. Antes de que e l cineasta nos muestre vi-
imágenes como un juego de pis l:l' abierto en múltiples direcciones. sualmente e l artificio e iscnsteiniano, mediante el montaje alternado de
Conslituye un espacio vi.11ual de infinitas conexiones y resonancias. planos de El acorazado Poremki11 y plan0s de l)aseantes contemporá-
Marker, por su pane, procede según una modalidad dialéctica: consti- neos descendiendo má.<; despacio y a la vez más Jas mismas es-
iuye de imágenes {testimonios. documentos de archivo, clási- e.\a demostración se ha anticipada ) hecho redundante
cos del cine soviético. películ as de propaganda, escenas de ópera, por la explicación del profesor. Pero lo cieno es que, a la inversa, di-
imágenes virtuales ... ) y las ordena, siguiendo los principios propia- fícih11cntc sería legible sin ese co111cn1 ario. El «documental» incurre
mente cinematográficos del moniajc, para defini1· momencos específi- una y 01 111 vez en remisión de una iinagcn o nio111aje de im:lgcncs
cos de la relación cnu'C el «reino de las sombras» cinematográfico y que deberían hablar por sí a Ja autoridad de una vo' que, ga-
las del reino» utópico. A Ja superficie plana de Godard opo- rnntmmdo el sentido, debilita la imagen. Sin duda, la tensión alcanza
ne una escansión de la memoria. Pero, e n el mis mo movimiento, que- s u cen it cuando la ficción histórica documental se identifica con un
da sometido, como Godard pern en mayor medida aún, a esa parado- filme que el cine dedica a s u propio poder de his toria. Y la ficción de
ja aparente que obliga a puntuar irnperiosamemc mediante la vo1. del la «cana» diiigida a l rnue1to aquí el medio de nscgurar a la voz del
comemano lo que «dicen» las imágenes que «hablan por sí mismas» comentarista autoridad incondicional.
y Jo; entrelazamientos de series de imágenes que constituyen el cine Pero la cuestión no sólo afecta a la difícil relación entre pedagogía
en metalenguaje y e n «poema del poema». y a11e, si no al núcleo de c:.a poética romtíntica a Ja que perte-
Ta l es, en efec10, e l problema de la ficción docurncnta l y, a través nece el cinc, a Ja conjunción entre e l poder de habla atribuido a lasco-
de ésta, de la ficción cinematogrMica en general. La utopía primera sas y el poder de autorrcncxión concedido a la obra. Sabemos
del cinc fue la de ser un lenguaje -sintaxis, arquitt.-ctura o sinfonfa- cuál fue la mplica radical de Hegel a esa preten-.ón en sus Lecciones
más apto que el lenguaje verbal para emparejarse con el movimiento estética. A s u juicio, el poder de la forma. el poder de •pensa-
de los cuerpos. Dicha utopía no h" dejado de ser confrontada, tanto e n rnien10 ex1erior-a-sf-mi5mo» propio de la obrn, era conlradictorio con
el cinc mudo como en e l sonoro, con los límites de esa capacid11d ha- el podc1 de autorretlex ión propio del pensamiento concepn1a l, con el
blante y con todos los relomos del «viejo» lenguaje. Y el c ine «docu- «pensamicn10-en-sí-mismo». La voluntad de idcnt ificni· uno y otro re-
mental» siempre ha pennanecido cautivo entre las ambigüedades del ducía la obra a mera dcmos1ración ele de una firma indi-
«cinéma vérité», los giros dialécticos del monlaJC y el imperialismo vidual o la remitía al juego simbolista sin fin entre forma y significa-
de la voz de su amo, vo¿ generalmente offque con s u continu idad me- ción, clo11de la una nunca era sino ceo de la ot ra. A ll í donde e l c inc se
lódica reproduce los encadenamien1os de imágenes hcLcrogéncas o ofrece como c ine de l c ine e identifica ese cine del cine con la Iccwra
puntúa, paso a paso, el sentido que debe leerse en la presencia muda de un >ig lo. corre e l riesgo de quedar encerrado entre la infinim remi-
de éstas o en sus elegantes arabescos. Pedagogo dialéctico, Marl.cr ra- sión entre imágenes y sonidos, fonnas y significaciones, marca del es-
rarncnic ha dejado ele lanto la evidenc ia sum inistrada por tilo godardiano. y el poder de la VOL comenrndor.1 propio del estilo
194 FÁBULAS OEt CINf., lllSTOKIAS DE UN SIGLO l.A l'IC'C'IÓN DOCUMl!.NTAL: .M.ARKF-1{ Y l I\ flCCIÓN 1)1, 1 A Mht.fORIA 195
Markcr La\ úlli111as películas de Marker señalan, de 111odo 111anifies- ncs de d1s1Jn1os orígenes que la película ensambla. Y la mul!ipl icación
10, la conciencia de esa aporía y la volonrnd de escapar de ella. Le1·e/ de los noveles de ficción y de sentido encuentra su lugar en la falta de
hu ( 1996) e\ un 111uy particular 1es1i111onio de ello. Al objeto de profundidad del espacio videográfico. La tensión cn1rc las •imágenes
conmu1r una ficción de la memoria sobre la baialla de Okinawa y so- que hablan" y las palabras que las hacían hablar se revela, en defini1i-
bre ese atcrrndor suicidio colecúvo con el que los conquistadores ja- va, como una tensión entre la idea de imagen y la rna1eria hecha ima-
poneses obligaron a loo colonizados de Oldnawa a mi111etizar e l honor gen. No es una cuestión de dispositivo técnico, sino de poéúca. Con
japonés, Markcr rompió deliberadamente el equilibrio propio de la las armas del vídeo. Godard hace lo comrnrio q ue Marke r: reconduce
obra documental. Para empezar, con rió a 1 orclenaclor la 1area de pro- hac ia la gloria del icono el feliz desorden de palabras e imágenes. En-
d ucir. n modo ele videojuego, las imágenes del pas:1do con fas que se samblando lo:. fragmentos de las ficcionc.s del siglo, ctcmi1a el reino
conf1on1an, según los principios dialécticos de l mon1aje, las i111ágenes espiritual y plástico-- de las sombras cinema!ognílicas. Por e l con-
del prcscnlc o las voces de los e ntrevislaclos. l lace de ese ordenador 1rurio, Mm·k.cr. cercano e n cs1c aspcc10 a l Mle tic la ins1alación, afinna
un personaje de ficción: memoria, tumba y 1ablero de j uego que per- la imagen como operación de ensamblaje y desviación en detrime nto
111i1e relacionar los recursos del videojuego con la cs1ra1egia de los ge- del esplendor material del reino de las sombras. Así, el «poema del
nerales japoneses y la del j uego del go. Pe ro el j uego del go 1ambién poema» encue111ra, en una época de balances de un >iglo )'de revolu-
es emblema de un filme. El año pasado en Manenlwd (L'Am1ée der- ciones en la 1écnica de las imágenes, dos muy próxi111as al
nicrc :1 Maricnbad, 1961), cuyo autor, Alain sigue el 1icmpo que radicalmenlc opuestas. Una 1U111ba conlra 01ra, un poema
del •documemal» de Nuir et bro11il/ard (1956) y de la •ficción• de contra olrn. '-
lliro.\/uma mon a111011r ( 1959). Y Le1·el Ffre es, en cieno modo, el re-
1110/.;e de lliroshima mon amour en 1iempos del ordenador. La pareja
de es sustituida por una pareja singular: 1:1 del ordenador y
una mujer que. a través de éste, dialoga con e l amante desaparecido.
Por un lado, e lla no es sin o la ficcionalilación de una función poética:
la de la vo1 que comenta. Esa voz en off gcnera lmenlc rna;,culina e
im1,crial es aquí representada, y rcmini7.ada. Pero lo es
tic un modo rn uy particular: la «heroína» , Laura, de la ficción c i-
ne111a1ográfica, del mis mo 111odo q ue s u homónima, la heroína del fil-
1nc de J>rcruinger, salía de su cuadro para convcr1 irsc en una criatura
vivienle. Como la celebridad de Laura ( J944) J>Cnnancce
unida a esrn primera frase: «Nunca olvidaré la iarde e n que murió e
Laura», que ;,e revelará. por inversión, como la palabra de un mucno
sobre una viva.
De eMc modo. la ficción de memoria se reduplica hasta el infinito
y el documcmal se confiesa más que nunca como la afirmación de una
l
poética román11ca que revoca toda aporía del «lin del arte». La me·
mona de uno de los crímenes más mons1roosos del y de la his-
toria se idemitica en Leve/ Ffre con una ficción de la licción de la fic-
ción. Pero esa multiplicación ficcional del sentido también parece 2. M1 agradeci1njerno a Sylvie As1ric. quien nu por esta pctícula
corresponder a un e mpobrecimiento maierial de la imagen. La irreali- y por la ficción docu1nental en el marco de una progranH,ción de la BPl erl el Cen-
dad sin aura propia de la imagen de sínlesis se co111unica a lus imáge- tro Porr1pidou.

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