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Los Aldeanos eran unas personas pequeñas de madera, que habían sido
talladas por un carpintero llamado Elí, quien tenía su taller ubicado en la
cima de una colina con vista hacia el pueblo. Cada Aldeano era
diferente: algunos tenían narices largas; otros, ojos grandes. Algunos
eran altos; otros, bajitos. Algunos usaban sombreros; otros abrigos. Pero,
todos fueron hechos por el mismo tallador y vivían en el pueblo.
Y todos los días, cada día, los Aldeanos hacían lo mismo: se ponían
etiquetas unos a otros. Cada Aldeano tenía una caja de etiquetas de
lunares y una de estrellas. De arriba abajo, por todas las calles del
pueblo, la gente gastaba sus días pegándose estrellas o lunares unos a
otros. Los más bellos, aquellos de madera suave y pintura fina, siempre
conseguían estrellas. Pero, si la madera era áspera o la pintura
quebrada, esos Aldeanos obtenían lunares.
Punchinello era uno de estos últimos. Trataba de saltar alto como los
otros, pero siempre fallaba. Y cuando fallaba, los demás se reunían
alrededor de él y le ponían lunares. Algunas veces, cuando fallaba, su
madera se raspaba, por lo que la gente le daba más lunares y cuando
trataba de explicar por qué fallaba, decía alguna necedad y los
Aldeanos le daban más lunares.
Un día conoció a una Aldeana que no era como los demás que había
conocido. No tenía ni lunares ni estrellas. Era sólo de madera. Su nombre
era Lucía. No era que la gente no tratara de colocarle etiquetas; lo que
sucedía era simplemente que las etiquetas no pegaban. Algunos
Aldeanos admiraban a Lucía por no tener lunares, así que corrían para
darle una estrella. Pero la estrella se caía. Otros reparaban en que no
tenía estrellas, así que le daban lunares. Pero los lunares también se
caían.
Y con esto, la Aldeana, que no tenía etiquetas, dio media vuelta y se alejó
rápidamente. – “¿Pero, querrá Elí recibirme?”, comentó Punchinello. Lucía
ya no lo escuchó.
– “De verdad?” – “No, y tú tampoco tienes que hacerlo. ¿Quiénes son ellos
para repartir estrellas o lunares? Ellos son Aldeanos, al igual que tu. Lo
que piensen de ti no importa, Punchinello. Lo que importa es lo que yo
pienso. Y yo pienso que tú eres muy especial.” Punchinello soltó una
carcajada. – “¿Yo, especial? ¿Por qué? No puedo caminar rápido, no
puedo saltar, mi pintura está pelada. ¿Por qué he de interesarte?”