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Uno de esos días de viaje, su visión fue interrumpida por una mano verduzca y un rostro
largo con enormes ojos oscuros.
Daniel saltó del susto y sus copilotos le preguntaron qué había pasado. A Daniel le
vergüenza confesar lo que había visto. Ni siquiera estaba seguro de qué era lo que había
visto, así que no dijo nada más.
Siguió con sus tareas rutinarias dentro de la nave, hasta que se olvidó de lo ocurrido y
de nuevo volvió a su tarea favorita: contemplar el paisaje por la ventanilla.
Mientras observaba el espacio, vio de nuevo a la figura, pero esta vez no sintió tanto
temor, sino curiosidad.
Observó con atención los largos dedos de la criatura, que más bien era pequeña, y que
usaba una especie de traje ajustado de color verde que le cubría desde los pies a la
cabeza.
Tenía una cara pálida y estaba descubierta, por lo que sus grandes ojos negros
destacaban aun más. En el torso llevaba una especie de cadena muy larga que lo
sujetaba a lo que parecía ser su nave.
Pero a Daniel le llamaba la atención la expresión de sorpresa curiosa que podía distinguir
en el rostro del ser, que para su sorpresa le hizo señas con sus manos. Señas que no
entendió.
Sin embargo, sin que nadie más lo notara, se las ingenió para salir de la nave y ver de
cerca a ese personaje.
-Hoooo-la.
– Hola, ¿qué tal? Soy Eirika Spinklin. Llevo tiempo observándote y me gustaría que
fuéramos amigos.
– ¿Cómo es que entiendes mi lengua y la hablas? – preguntó un sorprendido Daniel.
– Larga historia que se resume en: he tenido muchos amigos humanos. ¿Quieres ver
algo asombroso? He notado que admiras el espacio exterior.
– ¡Claro! – respondió Carlos sin dudar, aunque enseguida notó que no tenía ni idea de
lo que eso podía significar.
Eirika lo tomó de un brazo y lo llevó hasta lo que parecía ser una nave espacial. No tenía
propulsores ni nada. Era como si flotara y se deslizara en el éter, al mismo tiempo.
En el interior de la nave, había mucha luz y un espacio tan amplio que era imposible
pensar que estaban dentro de una nave. De hecho, no había cables, botones o palancas
a la vista.
Eirika le indicó que podía sentarse y solo cuando lo hizo, pudo notar que la realidad
frente a él cambiaba. De la nada, surgió una especie de gran pantalla con un mapa con
símbolos e imágenes que nunca había visto.
De forma automática salió un cinturón de energía que lo obligó a sentarse derecho y que
se sellaba en su cintura.
– ¿Segundos? – alcanzó a decir Daniel antes de sentir un fuerte vértigo y notar un leve
movimiento en la nave.
Era todo luz. Frente a él, se levantaban enormes torres de luz incandescente y flotaban
burbujas dentro de las cuales parecía haber criaturas diminutas que lo observaban.
– ¿Coméis?
– Claro, ¿cómo crees que obtenemos energía? Espero que hayan perfeccionado las
pizzas. Mi último amigo humano, sugirió algunos cambios en la salsa. Esperemos que te
guste.
Daniel no lo podía creer; otros astronautas antes que él, habían visto esto y nadie lo
sabía. Estaba en una especie de estación de servicio espacial universal y, de paso,
comería pizza.
Después de comer vorazmente la mejor pizza napolitana que había probado, le escuchó
decir a Eirika: astúnduru.
– Son las palabras mágicas de nuestro sistema. La usamos para honrar a quien ha
cumplido su función y nos ha beneficiado al hacerlo.
– Sí, es como el gracias de los humanos. Hablando de humanos, creo que debemos
regresar antes de que noten tu ausencia.
– ¿Notar mi ausencia? Claro que lo hicieron. Ya hace mucho que salí de mi nave.
Y no había terminado la frase cuando se vio otra vez frente a la ventanilla de su nave.
Sintió un leve dolor de cabeza y tuvo que enderezarse porque se había liberado del
cinturón.
Al hacerlo, notó que tenía un papel en su mano y escuchó que al fondo el teniente Rush
le increpaba:
– Daniel ya has visto suficiente esa ventana. Vente que necesitamos que hagas algo.
Al responder que ya iría observó el papel. Era una nota que decía: ¡Astúnduru!.
Juego electrificante
Érase una vez un niño llamado Emilio, que era muy fanático a los video juegos.
Al salir de la escuela fue corriendo a la tienda donde podía jugarlos, pero cuando llegó,
solo quedaban dos máquinas disponibles y una de ellas estaba con un letrero de “fuera
de servicio”.
Corrió hacia la que estaba operativa, pero un chico le ganó la carrera, y Emilio, en
lugar de irse a casa, empezó a curiosear una máquina averiada de realidad virtual.
No supo qué tocó pero lo siguiente que vió fue un rayo de luz azul y en unos segundos
estaba en un lugar totalmente distinto.
Al caminar por ese pasillo vio una galleta flotando y tuvo la intuición de que debía
tomarla. La agarró y se la comió.
Le pareció extraño, pero siguió avanzando. Vio otra galleta, repitió la operación y
obtuvo el mismo resultado: un clin y la cuenta volvió a aumentar.
Entonces entendió que se trataba de una especie de reto, como los que acostumbraba
a ver en los videojuegos. Eso lo emocionó y empezó a buscar en todos los recovecos
las galletas para así sumar puntos. La cuenta aumentaba.
También notó que en el lado izquierdo superior del pasillo, había tres círculos verdes.
En su recorrido, encontró algo que no había visto hasta ahora: una planta en un
maceta enorme.
Parecía normal, pero estaba algo fuera de lugar. Se acercó, la tocó, la planta pareció
tomar vida y se le lanzó encima. Solo pudo ver unos enormes dientes afilados y al
segundo siguiente: oscuridad.
Se despertó justo en el inicio del pasillo donde estaba la planta. La vio de nuevo pero
esta vez no la tocó. Notó que ya solo quedaban dos círculos verdes en la parte superior
izquierda.
Avanzó entonces y volvió a ver varias macetas como la primera, pero las ignoró y
esquivó a todas.
Se trataba de un puente muy estrecho donde solo podía caminar con un pie frente al
otro.
Al intentar atravesarlo, empezaron a salir desde abajo unas especie de dardos que
amenazaban con derribarlo. Uno lo logró.
Respiró profundo y se preparó para cruzar. Logró llegar hasta el otro extremo y allí
había otra puerta.
La abrió y se encontró con unos pedazos de metal flotando como nubes suspendidas.
Esos pedazos de metal formaban un camino.
Para atravesar ese espacio, debía saltar de un peldaño a otro. Así lo hizo, y a mitad de
camino empezó a notar que ahora caían dardos desde distintas direcciones.
Pero Emilio se concentró, saltó y saltó hasta que logró la meta. Otra puerta. Al abrir
esta puerta vio una luz muy brillante que no puedo resistir. Tuvo que cerrar los ojos.
Cuando volvió a abrirlos, estaba en el suelo viendo el techo de la tienda. Había mucha
gente a su alrededor examinándolo.
Emilio había recibido una descarga eléctrica cuando curioseaba la máquina averiada.
Todos creían que había sido una experiencia dolorosa, pero Emilio sentía que esa había
sido la aventura de su vida. ¿A qué videojuego había jugado?