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Capítulo Catorce

Cuando Suki dijo que nunca había visitado un museo de arte, Ana le propuso
que fueran juntas el siguiente domingo por la tarde. Así que el siguiente
domingo ambas se encontraban caminando de una sala a otra dentro del
museo. Suki estaba impresionada con los grandes tapices, las gruesas
alfombras y las magnificas escaleras curvas que llevaban a la segunda planta.
Las pinturas le resultaban más difíciles de disfrutar. Ana observaba a Suki
conforme pasaban de un cuadro a otro, trataba de descubrir en ella alguna
expresión de placer. No era que no le gustaran las pinturas, le trató de explicar
Suki, pero no podía decir honestamente que sí le gustaban.
Sin embargo, cuando Suki vio una pintura de San Francisco saliendo de su
cueva para disfrutar del sol, Suki volteó a ver a Ana con una enorme sonrisa en
la cara, aunque no dijo nada. Y cuando llegaron ante la estatua de tamaño
natural de Diana, la diosa de la caza -esbelta, hermosa y sofisticada-, Suki dio
vueltas a su alrededor, hasta que por fin exclamó: - ¡Qué hermosa se ve sin
ropa!
-Y qué fea se vería si estuviera vestida -replicó Ana-. Las dos se rieron al mismo
tiempo. Pero conforme salían de esa sala, fue Ana quien volteó y se quedó
mirando pensativa a la Diana por un rato.
Caminaron hacia el peristilo del museo, un patio interior con un techo de cristal
verde. Había un espejo de agua en cuyo centro estaba una fuente, en la que
unos querubines de bronce jugaban con unos delfines. Alrededor del estanque
había espléndidos arbustos y plantas. Se podía oír un concierto en una de las
salas, cercanas; las muchachas tenían dificultad para identificar los
instrumentos. Ana dijo que eran un violín, un violonchelo y un piano. Suki
pensaba que podían ser un clavicordio y dos violas. (Ambas habían tocado en
la orquesta de la escuela).
Mientras estaban sentadas en una banca de mármol, Suki contemplaba
complacida a su alrededor. Ana estaba molesta consigo misma por no haber
traído su cuaderno de dibujo. Le hubiera gustado dibujar la cara de Suki. ¡Suki
tenía una cara tan exquisitamente diferente! Cada detalle era tan delicado y
tan perfecto…, sus ojos, sus pómulos, su pelo…, ¡qué hermoso retrato le podría
hacer!
-Me encantan esas plantas -dijo Suki-. Me gustan todas las plantas. En mi casa
tenemos un jardín. Me gusta ver que las cosas crezcan y florezcan. Y me gusta
trabajar con la tierra. Es increíble, pero a veces, cuando me enojo, trabajo en
el jardín y después me siento mejor.
-No sabía que hacías ese tipo de cosas -dijo Ana, para quien la jardinería era
un trabajo más bien sucio e innecesario-. ¿Por qué tus papás no se hacen cargo
del jardín?
-Bueno, mi papá lo hace cuando tiene tiempo, pero casi nunca lo tiene, y no
tengo mamá. Ella murió el año pasado.
- ¡Oh! -exclamó Ana-. Le impresionó mucho que Suki no tuviera mamá.
Entonces recordó algo y le dijo: - ¡Pero tienes un hermanito!
-Sí -respondió Suki con una sonrisa-. Yo lo cuido casi siempre. Es muy tierno.
Pronto cumplirá tres años.
Ana no tenía hermanos ni hermanas, así que no sabía qué decir. Después de
un rato, comentó: -A mi también me gustan las flores. Especialmente cuando
están recién cortadas y las puedo arreglar yo misma en un florero; y si me
gustan mucho, a veces las pinto-. Hizo una pausa y luego preguntó: - ¿Has
tratado alguna vez de escribir un poema sobre las flores?
Suki se rió y le contestó: -Traté varias veces, pero no eran buenos. Tú sabes, tú
los has leído. Estaban en el periódico de la escuela. Son muy comunes. Pero
una vez escribí un poema sobre las flores que todavía me gusta. Tenía sólo
siente palabras:

“Los jardineros,
Piensan las rosas,
Nunca mueren”
A Ana se le había olvidado que había leído los poemas. Pensó por un momento
decirle que no creía que fuesen poemas ordinarios, pero como no se acordaba
muy bien de ellos, prefirió no decir nada.
Suki paseó su dedo por una gran hoja de araucaria. -Supongo que también me
gustan los ramos de flores -dijo-. Pero se mueren y no me gusta ver que las
cosas se mueran-. De pronto, recordó algo y su cara se iluminó. -Una vez
tuvimos una planta muy rara en mi casa que se llamaba cirio de noche -
continuó diciendo Suki-. ¿Alguna vez has visto una? Son plantas tropicales que
florecen sólo una vez casa cuatro años. La noche que estaba a punto de
florecer, pusimos luces a su alrededor e hicimos una gran fiesta con nuestros
amigos y nos quedamos despiertos toda la noche. Cuando comenzó a florecer
la flor era tan bella… ¡La hubieras visto! Era como una lila enorme, pero muy
profunda. ¡Era hermosísima! -. Suki suspiró, después sonrió mientras miraba a
un querubín luchando contra un delfín.
Ana sonrió también, no por el querubín, sino porque se sentía feliz viendo a
Suki contenta. -Oye, Suki -exclamó-, tienes que venir un día a mi casa. Tenemos
un montón de cosas interesantes ahí. Mi mamá pinta y tiene sus pinturas
colgadas por todas partes, aunque probablemente no te gustarán. Pero mi
papá tiene unas magnificas colecciones. Tendrías que ver su colección de
mariposas. La tiene en cajas de cristal, muy cuidadosamente arreglada, las
mariposas están sujetas con alfileres…
Suki trató de no estremecerse, pero no pudo evitarlo y Ana tampoco pudo
evitar darse cuenta. Ana se reprochó no haber recordado que Suki no
soportaba ver que las cosas sufrieran. Ni siquiera soportaba escuchar que las
hacían sufrir.
Ana puso su mano sobre la de Suki por un momento y le dijo: -Suki, lo siento.
Supongo que es cruel clavar las mariposas con alfileres, pero mi papá las
anestesia primero. De todos modos, me gustaría que vinieras a mi casa. A mis
papás les encantaría conocerte. ¡Te encontrarían tan interesante!
- ¿Cómo una mariposa? -preguntó Suki-. De inmediato deseó haberse mordido
la lengua, de tan apenada como se sintió por haber dicho eso. Había sido muy
cruel decir una cosa así, pues Ana no había querido ofenderla. A Ana le llenaron
los ojos de lágrimas y se le puso la cara roja.
- ¡No, Suki, no es eso! -era lo único que podía decir-. Ana no pensó que el
comentario se Suki fuera tan cruel, porque creyó que, de algún modo, se lo
merecía.
<<Suki se considera que es una persona común y corriente>>>, reflexionó Ana,
<<así que cuando le dije que mis padres la encontrarían interesante, ¡ella debe
haber pensado que la estaba tratando como a algún tipo de ser extraño. Y a lo
mejor lo estaba haciendo. Después de todo, cuando su familia invitó a esos
amigos para ver florecer al cirio de noche, no tenía nada de malo, ya que una
planta es sólo una cosa, ¡sin importar quién sea! Eso es lo que yo estaba
haciendo. Actué como si la hubiera estado usando, tal como lo hago con las
flores que corto y acomodo para hacer un arreglo. ¡Oh me siento tan mal!>>
Ana se dio cuenta de que Suki le jalaba la blusa tiernamente, diciéndole: -No
importa Ana -le dijo con dulzura-. No importa. No debí haber dicho eso y me
encantaría ir a tu casa.
Conforme pasaban por las diversas salas del museo, Suki se detuvo frente a un
retrato. -Es muy hermoso, ¿no? -dijo con una sonrisa.
-Es Titus -contestó Ana-. Era hijo de Rembrandt. Creo que tenía como ocho
años cuando ese retrato se pintó, y creo que él murió poco después.
Suki había dejado de sonreír. -Pobre hombre -dijo-. Es duro perder a alguien a
quien quieres mucho.
Cuando iban atravesando el parque, de regreso a su casa, Ana dijo: -Es curioso,
para mí siempre fue una pintura bonita, pero para ti es como si fuera una
persona real.
- ¡Oh, no! -replicó Suki-. Yo sé que la pintura no era una persona real. Es más,
me imagino que por eso mismo nunca me han gustado mucho las pinturas,
porque no están vivas. Me gustan cuando me hablan de los colores y cómo el
pintor los combina, pero para mí, las pinturas siempre han sido sólo unos
grandes pedazos de tela embadurnados. Sólo cuando las pinturas tienen que
ver con algo de la vida o con las personas, les puedo encontrar algún interés.
Suki sonrió al ver que Ana fruncía el ceño ante sus comentarios. -Después de
todo -concluyó Suki-, las personas y las cosas son muy diferentes y para mí,
una pintura es sólo una cosa.
-Pero te gustan las plantas -protestó Ana-, y las plantas son sólo cosas.
-Sí, pero son cosas vivas -contestó Suki.
-Quizá estén vivas -dijo Ana-, pero no tienen sentimientos y no muestran
ninguna expresión. Y sin embargo, las pinturas, aunque son sólo cosas, sí
expresan algo. Así que no es tan simple como pensabas. <<Ni es tan simple
como yo lo pensé tampoco>>, añadió Ana para sí misma.
Suki dijo suavemente: -Siempre consideré las pinturas como cosas bonitas,
como los brazaletes, ya sabes, algo ornamental. Nunca pensé en ellas como
algo con sentimientos.
-Bueno, no tienen sentimientos -replicó Ana-, pero sí los muestran. Y no sólo
sentimientos, sino también ideas. Muchas veces, con sólo ver una pintura, es
como si supiera de inmediato lo que el pintor estaba pensando.
Suki pensó en lo que dijo Ana y luego respondió: -Así que las plantas son parte
de la naturaleza y no muestran sentimientos. Y las pinturas son hechas por el
hombre y sí muestran sentimientos. ¿Pero qué me dices de la cara y del cuerpo
humano? No están hechos por el hombre, y sí muestran sentimientos. Así que
son de un tercer tipo, ¿no?

Ana le pasó el brazo por los hombros a Suki, y aunque no dijo nada, sonrió
como diciendo: “Si Suki, eso es, sí…, sí…, sí…”

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