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Metodología Universitaria 1

METUN 1

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LA UNIVERSIDAD NO ES UNA ISLA

Luis Alberto Sánchez

Este material educativo se ha preparado de manera exclusiva


para los alumnos del curso de METUN 1 de la Universidad
Privada Del Norte en concordancia con lo dispuesto por la
legislación de los derechos de autor del Decreto Legislativo Nº
822 Art. 44.

Cuando en 1960 publiqué un libro titulado La Universidad no es una isla, no pensé que un
cuarto de siglo después el título seguiría siendo vigente por doble causa; porque la
Universidad latinoamericana continúa alejada de la realidad en que vive y porque, en otros
casos, sucede al revés: la Universidad se somete tanto a la coyuntura imperante que olvida
sus propios fines y se convierte en ancillae política. El rótulo tuvo fortuna: una bella y
perspicaz escritora costarricense residente en México y casada con un distinguido
museólogo de esta nacionalidad, lanzó al mercado otro libro titulado Costa Rica no es una
isla. El problema de la insularidad aqueja no sólo a las Universidades, sino también a las
personas y a las instituciones.

De hecho ello ha dado lugar a por lo menos tres desviaciones fatales sobre lo que es y debe
ser una Universidad. Digo una universidad y no la Universidad, porque se trata de una
institución similar cuya colectivización la desnaturaliza o al menos la desorienta. En este
sentido me atrevería a decir que surgen tres grandes ideas respecto a la Universidad:
primero, que ella forma parte de un sistema; segundo, que debe estar al servicio del
desarrollo y, tercero, que debe ponerse al servicio de las masas. Estas tres concepciones, a
mi juicio, han perturbado la definición y la actividad de las universidades que, lejos de
curarse de su aislamiento, con ello agravan sus inveterados males.

En primer lugar, las universidades no forman parte de un sistema, excepto el de la cultura y


la educación de aquellos que alcanzan, por capacidad y esfuerzo, a superar el nivel
mediano de la educación secundaria. Precisamente si algo caracteriza a las universidades
es su singularidad, sin que esto implique que no atiendan a las realidades y necesidades del
medio en donde actúan. De allí que cuando una ley necia trató de constituir un ser informe,
amorfo, llamado Universidad Peruana, me permití refutarla diciendo que existen
universidades peruanas, universidades francesas, universidades norteamericanas, pero de
ninguna forma una universidad peruana, francesa o norteamericana, etcétera. De eso
vamos a tratar después.

El segundo punto también lo considero negativo. Si la Universidad debe ponerse al servicio


del desarrollo, querría decir que ya está desarrollada en sí y que carece de metas propias,
puntos de vista que rechazo. Además, habría que definir bien qué se entiende por
desarrollo, porque si esto se reduce a nada más que crear una infraestructura según el
lenguaje marxista, sería incompleto. Yo entiendo por desarrollo, el material y el espiritual, y
creo que si la persona humana individual y colectivamente no progresa y se desarrolla, toda
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mejora material caerá por su base. Sostengo, además, que la Universidad, como todo ente
social, es fruto y creadora de desarrollo; es coyuntura y estructura de desarrollo.

En cuanto al tercer punto, cae de suyo por su base. Basta, por ejemplo, señalar datos
estadísticos de 1984 en lo concerniente a los resultados de la educación en el Perú: según
éstos, de seis millones de alumnos que ingresan a la escuela sólo terminan la primaria el
50%. En 1984, un millón doscientos mil alumnos han debido repetir sus cursos en el nivel
secundario. De cada veinte estudiantes universitarios, sólo cuatro coronan sus estudios
optando por un título. Como se ve, el embudo o la pirámide es inevitable. El proceso de la
educación equivale a una decantación natural: llega a la Universidad sólo una minoría que lo
es no por el origen de su familia, ni por el dinero que pescan, sino por su vocación y su
capacidad, que se pueden perfeccionar pero no inventar. Por otro lado, existe una relación
estrecha entre la energía del ser humano y su rendimiento intelectual y aquélla depende en
buena parte de la nutrición en los primeros años y de la ética que imponga un hogar o una
comunidad interesadas en la mejora del producto culturalhumano.

El mito de la educación de masas ha mixtificado el sentido de la Universidad y ha convertido


a ésta en un depósito de aspiraciones vanas y de bajo nivel.

A todo esto se pretende responder con una palabra mágica: tecnología. La tecnología es la
aplicación productiva y útil de una ciencia que, si es ajena, conduce a un vasallaje que hoy
se traduce con simplismo en un término de combate: imperialismo tecnológico y alienación
tecnológica.

El problema de la Universidad como elemento superior, al mismo tiempo infra y


supraestructural, es algo que todavía sigue en debate y que lo seguirá siendo siempre.

Rompiendo el aislamiento

Hasta 1918, por señalar una fecha tentativa, las universidades de América Latina
mantuvieron en gran parte su status virreinal. Los rasgos predominantes se podrían
enumerar del siguiente modo: Primero, origen aristocrático y nepótico de los catedráticos;
segundo, vinculación del rectorado con altas posiciones políticas; tercero, un alumnado de
alta extracción social; cuarto, administración exclusivamente en manos de autoridades y
catedráticos; quinto, estructura eminentemente escolástica de los estudios, con predominio
de las Facultades de Humanidades o Letras y Derecho o Jurisprudencia; sexto, carácter de
alta investigación en las tesis de grado; sétimo, tendencia europeísta en los temas y
métodos de estudios, según la importancia de la nación universalmente preponderante
(Francia, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos).

Los rasgos anteriores representan el reto que recibió la generación de 1920,


correspondiente a la conmemoración del Primer Centenario de nuestra Independencia
Política y al final de la Gran Guerra, o sea, de la Primera Guerra Mundial; esto es, a las
actividades entre 1910 y 1918. En este último año, el 18 de junio, estalla en Córdoba
(Argentina), donde había una Universidad de tipo colonial, el movimiento de la Reforma
Universitaria. Triunfó con la adhesión de Buenos Aires y el beneplácito del primer gobierno
radical de Argentina, y se extendió al Perú en 1919, a Chile en 1920, a México en 1921, en
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general, a todas las universidades de América Latina. Del movimiento reformista surgieron
los hombres y los Partidos que modificarían el rumbo de la política y de la educación a partir
de 1930, entre ellos Haya de la Torre y el APRA; Rómulo Betancourt y Acción Democrática;
Gabriel del Mazo y Arturo Frondizi, del Nuevo Radicalismo Argentino; Julio Antonio Mella,
del Comunismo Cubano; Germán Arciniegas, del Liberalismo Colombiano; Daniel Cossío
Villegas, del Partido de la Revolución Mejicana; Arturo Ardao, del Partido Colorado
Uruguavo, etcétera.

La Reforma Universitaria representa, en pocas palabras, lo siguiente: crisis del concepto


aristocrático y fomento del sentido democrático y popular en la Universidad; acentuación del
rumbo nacionalista y pragmático en los estudios universitarios; subrayamiento de las
cátedras de Economía, Historia Latinoamericana, Sociología y énfasis en la formación de
maestros de la Universidad, tendencia esta última señalada ya por Andrés Bello al refundar
la Universidad de Chile en 1843. Entre las principales medidas democráticas figuraron: la
participación de los estudiantes en el gobierno de la Universidad y una mayor apertura y
abaratamiento del costo de los estudios universitarios teniendo como meta la gratuidad. La
cátedra libre y las cátedras paralelas completan el cuadro de las principales reformas.

La Universidad, por consiguiente, había roto con su aislamiento social en dos extremos: la
liberación del profesorado y la mayor actividad del estudiante, así como el crecimiento de su
número. La Reforma no confundió la mayor apertura universitaria con la llamada
Universidad de masas. Esto último es el producto de un dislocamiento del concepto de
Universidad y la confusión de lo que es una Universidad con especialidades concretas y un
ente supuestamente de Educación Superior en el que se refugian tanto los que pretenden
estudiar más como los que buscan de cualquier manera un diploma y las ventajas
temporales de la matrícula universitaria.

¿Cuál es la diferencia entre la selección natural que resulta del proceso educativo y una
élite?

A primera vista, la respuesta es muy sencilla: la élite es el resultado de la selección natural.


Dicho de otro modo, los mejores acaban juntándose y formando una especie de aristocracia;
término equivalente a una élite. Ahora bien, tal aristocracia, si insistimos en llamarla así, no
es el fruto de la herencia, del linaje, del dinero, del Poder Político sino la conjunción de las
mejores capacidades. Elite equivale a lo que solía llamarse la crema y nata de la sociedad.

En este caso se trata del resultado de la selección que se opera en el proceso de la


educación. Por ejemplo, Julio Tello, indio puro de Huarochirí, hecho con su propio esfuerzo,
médico primero y gran arqueólogo después, formaba parte de la élite peruana, tanto como
Hermilio Valdizán mestizo de Huánuco, insigne psiquiatra, de modesta familia, o como don
Ricardo Palma, cuyo humilde origen no impidió que alcanzara a ser el Patriarca de las
Letras Peruanas, o como Manuel Abastos, de Moquegua, que alternaba por igual con los
mejores representantes de la intelligenzia nacional.

Si, como lo demuestran las estadísticas contemporáneas, de cada veinte estudiantes


universitarios sólo uno llega a graduarse y de cien graduados quizás uno o dos destaquen
en forma especial, la élite se constituye a base de estos últimos. Tal es el fruto inevitable de
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una superación por la inteligencia y el trabajo. Si este hecho significa retroceso o


conservadurismo, la verdad es que no valdría la pena estimular la investigación y el estudio
para obtener resultados mediocres. Uno busca lo mejor, lo más alto, lo más complejo, tan
humano que parece divino, de suerte que tratar de que la Universidad rebaje su nivel, es
atentar contra ella.

Hay tres formas de entender la Educación Superior: como elevación promedial, del nivel
común; como aplicación práctica, o sea, como tecnología, y como integración del ser
humano tanto en el campo del saber, como en el de la conducta y como en la
especialización pragmática: este último caso es el que constituye una élite. Por tanto, no
existe contradicción ni discrepancia entre una y otra visión de la Universidad. Extenderla no
impide elevarla y profundizarla. Ambos extremos forman lo que podríamos llamar metas
universitarias.

De ninguna manera, lo anteriormente dicho implica que la Universidad deba ser una
academia, un instituto técnico, ni un politécnico: de lo que se trata es de que la Universidad,
como última etapa del proceso educativo, debe coronar a éste y, por consiguiente, estar por
encima de los niveles anteriores, lo cual la incluye en el sistema de filtración, decantación y
purificación correspondientes.

El proceso educativo comienza en la etapa inicial, o más estrictamente, en la Primaria, a la


que entre nosotros, ingresa cada año un volumen entre seis y siete millones de niños:
¿Llegan estos siete millones a graduarse en las universidades cada año? Sin duda alguna,
no sólo no llega a graduarse ese número, sino que tampoco ese número concluye la
secundaria ni la primaria, ni mucho menos ingresa a la Universidad. Las estadísticas más
recientes, repito, indican que menos de la mitad de ese número culmina la primaria y menos
de la mitad de los que concluyen la primaria, se matricula en la secundaria. Un buen por
ciento de éstos es desaprobado en parte de sus estudios y debe repetirlos o abandonar los
estudios. De esta suerte, concluye la secundaria alrededor de un millón de adolescentes. De
este millón, menos de doscientos mil ex secundarios logra ingresar a la Educación Superior,
y menos de cuarenta mil alcanza a graduarse cada año. Como se ve, la diferencia entre
siete millones y cuarenta mil explica sin mayores argumentos al carácter selectivo propio de
la Universidad, carácter al cual algunos califican de elitista, término impropio y demagógico.
Entre el término de la Educación Secundaria y la Universidad, hay un vasto campo llamado
Educación Superior. Entendamos. No todo Instituto de Educación Superior alcanza a ser
una Universidad; pero toda Universidad es el capítulo final de la Educación Superior. La
Educación Superior comprende Institutos de Educación Pedagógicos, Politécnicos, Liceos,
Escuelas Superiores Técnicas, Colegios Regionales a los que la dictadura castrense de
1969 disfrazó con las siglas de ESEP para no comprimir la creación de los Colegios
Regionales que por boca mía propuso, aprobó, reformó y empezó a dar funcionamiento el
APRA. Esta etapa intermedia entre el nivel secundario y la Universidad, es lo que se llama
Educación de Mando Medio y Entidades Técnicas pragmáticas.

En Francia, entre los Institutos Superiores, figuran el Liceo y el Politécnico. Ningún liceano o
egresado del politécnico se siente inferior a un graduado de Universidad. La razón es muy
simple: su carrera requiere una previa dedicación a las humanidades, sin lo cual ninguna
carrera de Mando Medio, de aplicación o universitaria es realmente útil a una sociedad, ni
conserva y exalta el valor de la persona humana, del hombre como protagonista esencial de
la historia.
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La creación, por ejemplo, del CAEM (Centro de Altos Estudios Militares), la ESAN (Escuela
Superior de Administración de Negocios), señalan la decisión de elementos de la Fuerza
Armada y de la Economía por integrar sus conocimientos y su método de saber de acuerdo
con principios y hechos en los que están insertos los valores de la cultura: Filosofía, Ciencia,
Historia, Matemáticas, Lingüística, Biología y hasta Teología, sin lo cual no caben un
economista completo ni un militar, un marino y un aviador con claro sentido de su vocación,
su visión y sus objetivos. Buena prueba de ello son: El general Eisenhower, que después de
encabezar el ejército multinacional que derrotó al nazismo, fue electo Rector de una
Universidad tan importante como es la de Columbia en Nueva York; General De Gaulle,
promotor de la guerra mecánica, gestor de la resistencia francesa a los nazis y gran escritor,
de magnífico estilo, sobre todo en los cuatro volúmenes de sus memorias; Sir Winston
Churchill, Ministro del Almirantazgo y Primer Ministro de la Gran Bretaña, quien obtiene el
Premio Nobel de Literatura por su tarea de escritor. El pragmático y violento Mao Tse Tung,
escribe versos y apólogos, al propio tiempo que una didáctica explosiva para la destrucción
mediante la violencia. Nehru fue un político realista y un escritor de profundos conocimientos
religiosos y filosóficos. Bastan estos ejemplos para demostrar que las carreras o misiones
pragmáticas no excluyen, sino al contrario, el cultivo de las Humanidades, mediante el cual
se promueve, se adquiere y se perfecciona un saber humano en provecho directo del
hombre y de la sociedad.

Las cuatro etapas del proceso educativo (Inicial, Primario, Secundario y Superior), son las
cuatro estaciones previas a la del destino final que debería ser la Universidad.

No se trata de una concepción teórica de dicho proceso educativo; no. Hace menos de
veinte años se publicó en los Estados Unidos una estadística sobre lo que producía
promedialmente cada individuo según el nivel o etapa de su carrera educativa. No tengo a la
mano las cifras exactas, aunque deben encontrarse en un discurso parlamentario mío ante
el Senado de la República entre 1963 y 1964. Se trata de lo siguiente: según esas
estadísticas, un trabajador que sólo hubiese cursado la Elementary School o primaria de 8
años, producía un promedio aproximado de mil doscientos dólares; uno egresado del High
School o Secundaria, producía el doble, o sea, dos mil cuatrocientos dólares; uno egresado
de College o de Universidad, producía más de cuatro mil dólares promedio. La teoría
educativa y laboral en los Estados Unidos fundía en un solo precepto, el siguiente: A mayor
educación, mayor producción económica. De ello parte la resolución de favorecer el
aumento del número de Universidades y de invertir más para mejorar la calidad de los
estudios y la investigación en la Universidad norteamericana. Esta conclusión fortalece el
concepto de que La Universidad no es una isla.

La Universidad tampoco es una isla porque ella es el núcleo de la investigación.

Una Universidad que no investiga no crea nada, repite. En Europa, en Estados Unidos y en
el Japón los verdaderos centros de investigación están en las universidades. Estas reciben
dinero de sus ex alumnos o graduados, para crear fundaciones que solventen el campo
investigatorio. El graduado, sin ser profesor ni alumno ya de su Universidad matriz o Alma
Mater, no pierde jamás su vínculo umbilical con esta Alma Mater. La vigencia de las
asociaciones de graduados, de fraternidades, bien sean fraternities o sororities, constituyen
pues, un lazo permanente entre la Universidad y la sociedad; la Universidad forma parte de
ésta excluyendo totalmente la posibilidad de ser una isla. La presencia de los graduados
índica las necesidades y reclamos de la sociedad a la Universidad.
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La Reforma Universitaria de 1918 consideró que la Universidad está constituida por tres
órdenes: docentes, discentes y graduados. Tal es la razón por la que se propugnó la
presencia del tercio estudiantil en los Consejos de Gobierno de las Universidades. El
discutido tercio estudiantil es el resultado de una división clásica y contemporáneamente de
una necesidad social. Los graduados formaron parte de la Universidad de San Marcos hasta
el siglo XVIII, igual que los alumnos en sus consejos directivos. El cambio de dinastía en
España al ser sustituidos los Habsburgo por los Borbón, trasladó a España y sus colonias
parcialmente los usos de Francia. La Universidad de París fue, desde Roberto de Sorbone,
que la fundó en el siglo XII, un centro de estudios tecnológicos con intervención
prácticamente excluyente de los maestros en su gobierno. Ello repercutió en San Marcos
con la eliminación de los estudiantes de toda participación en el gobierno universitario y del
alejamiento de los graduados. Es sólo a partir de 1918 cuando se empiezan a restaurar los
tres tercios de la Unidad Universitaria. Como entre nosotros no existían agrupaciones de
graduados, se falseó el concepto de Universidad, al sustituir a los graduados por los
Decanos, de suerte que se entronizó un sistema con dos tercios de profesores y sólo un
tercio de alumnos: el vínculo con la sociedad, representado por los graduados, se había
debilitado extraordinariamente Para atenuar esa deficiencia se acudió al expediente de
elegir a los Decanos por dos tercios de votos de los profesores y un tercio de alumnos

La Universidad, para recuperar su significado social, debe promover el reagrupamiento de


sus graduados, quienes representan algo así como los lazos, eslabones o tentáculos que
unen al ente universitario con la sociedad que los cobija y utiliza; son como puentes que
unen la isla universitaria con el continente rompiendo su aislamiento y cancelando de hecho
el indebido carácter insular que durante siglo y medio deformó a las universidades
latinoamericanas, entre, ellas a las del Perú.

La extensión de la Universidad ha tenido varias fases. Entre nosotros empezó, allá por 1907,
como Extensión Universitaria, es decir, clases orales y algunas prácticas que alumnos
universitarios a punto de graduarse o recién graduados impartían en los locales de las
Sociedades de Auxilio Mutuo, Centros de Artesanos, Gremios de diversas actividades para
contribuir a acrecentar los conocimientos de obreros y artesanos. No eran labores
permanentes, aunque contaban con publicidad casi sistemáticamente en algunos periódicos.
No se debe omitir aquí los nombres de los catedráticos Óscar Miró Quesada, José Gálvez y
de los obreros Federico Ortiz Rodríguez, Ramón Espinoza y otros. Posteriormente a la
Primera Guerra Mundial, y a raíz del Primer Congreso Nacional de Estudiantes, realizado en
Cusco en junio de 1920, se organizaron las Universidades Populares González Prada, que
se adecuaron a movimientos obreros y más tarde al Partido Aprista Peruano; dichas
Universidades Populares fueron esporádicamente clausuradas; languidecieron después de
1948. Surgió entonces el concepto de Bienestar Social, que concentró el foco de este
trabajo en las necesidades económicas y sociales de los estudiantes y de su contorno. Con
posterioridad se transformó todo este aparato en una servidumbre de la Universidad con
respecto a los Partidos Políticos mayoritarios en ella. Con lo cual, al confundirse el fin con
los medios, la Universidad perdió autonomía auténtica en nombre de la autonomía formal
que le otorgaba y otorga la Ley pero dentro de la Ley. Coronación de este proceso fue el
señuelo de Universidad de Masas que ya hemos revisado.

Hemos visto funcionar la extensión universitaria y el bienestar social en las universidades de


Chile, La Plata, el Litoral (Argentina), Simón Bolívar e Interamericana de Caracas, Río
Piedras e Interamericana de San Juan de Puerto Rico, Columbia de New York, Buffalo y la
del Estado de Michigan, en los Estados Unidos: en todas ha existido y existe adecuación y
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armonía entre el concepto de extender, propagar, popularizar; el de elevar, depurar y


ennoblecer la relación entre la Universidad y la comunidad. No hay contradicción entre
ambos.

La Universidad no es esclava de las modas o sistemas sociales, aspira siempre a encontrar


su clave.

Todos los que anduvimos y andamos en el asunto universitario tenemos conciencia de que
nuestra ambición, por ser insaciable, necesita de la contribución del medio en que se
conduce y no puede prescindir del tiempo en que se desarrolla.

Definitivamente, la Universidad no es una Isla.

Miraflores, 22 de febrero 1985

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