Cuando la ilusión se apodera de nuestro espíritu, empujándonos hacia amargas
desilusiones, evidentemente no nos es lícito echar toda la responsabilidad del fracaso de nuestras expectativas a los demás, ya que, en el fondo, somos nosotros mismos los que nos dejamos llevar por las nuestras. sobreestimación sobre criaturas y circunstancias. *** Si la tentación nos coge desprevenidos, sacudiéndonos en ráfagas de aflicción, después de arrojarnos por los acantilados del remordimiento, no nos será posible culpar a otro de las penas que desarreglan las provincias de nuestra alma, sino a nosotros, que no velamos suficientemente por la tranquilidad de la conciencia. *** Detrás del sufrimiento que surge en nosotros del orgullo herido, está simplemente la pasión por las apariencias a la que todavía se aferra el sentimiento de ilusoria superioridad. *** Frente a nuestras quejas por la ingratitud, en esencia sólo queda la incomprensión que, por el momento, nos muestra la forma de ser, exigiendo de nuestros compañeros de experiencia devociones y actitudes para las que aún no están maduros ni indicados. *** Comprometidos con la amargura de la crítica, culpemos de tal perturbación únicamente a nosotros mismos por nuestra incapacidad para apreciar los esfuerzos de los demás. *** Y cada vez que tengamos que reclamar, estando en la Tierra, por pruebas e inhibiciones, obstáculos y luchas que a veces nos comienzan desde la cuna física, la cantidad de estos impedimentos es la carga de sombra que traemos en nosotros, por mandatos de la Contabilidad Divina, transportados de existencia en existencia, así como una determinada cuenta se traslada de libro en libro, en la Contabilidad Mundial, según las deudas que asumimos. *** En vista de esto, encontramos con nosotros solo un problema fundamental: nosotros en nosotros mismos. Aprendamos a conocernos a nosotros mismos y conoceremos a los demás. Rectifiquemos nuestra vida en nuestro interior y la vida en el exterior siempre se nos revelará por la maravilla de Dios.